III. Días de verano
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"Todo fue caos. Todo fue oscuridad. Mi hogar fue arrasado en llamas. Fue en un verano seco, el primero de cientos, y perdí mi hogar.
¿Dónde están las estrellas para llorarles? ¿Dónde quedó la diosa y sus templos para pedirles que regresen todo lo que me arrebataron?" — de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan
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Si pudiera definir a Villa Berbentis con una sola palabra, esa sería tranquila. Era bastante calmado, y los días transcurrían del mismo modo siempre: la tienda de los hermanos de Lara exhibía frascos con mermeladas y confecciones, las panaderías abrían desde temprano e inundaban las calles con su olor y las tiendas mostraban sus hierbas, esencias, frutas, verduras y carne. La gente se detenía a comprar desde muy temprano, a veces solo veían, pero la mayor parte del tiempo se detenían a charlar sobre alguna noticia de Osvian o algún chisme del pueblo.
Realmente vivía poca gente en Berbentis. Era uno de los condados más pequeños en Osvian por lo que la mayoría de la gente se conocía, o al menos se habían visto de reojo. Debido a eso, siempre solía haber pocos guardias, y normalmente eran personas habían crecido ahí.
Evel no sabía qué pensar de Villa Berbentis. Por un lado, siempre le había hecho feliz ir ahí con Hok, por los olores, y los colores; por otro lado, siempre se había sentido alejado de todos. La gente lo miraba, murmuraban a sus espaldas y podía saber que lo juzgaban. Los vendedores más atrevidos le daban excusas para no atenderle e incluso lo ignoraban si iba solo.
Sabía por qué: todos en Berbentis sabían que tenía magia. Jamás lo habían delatado ante el gobierno, ni solían mencionarlo públicamente —quizá por respeto a sir Hok—, pero eso no cambiaba el hecho de cómo lo trataban.
Por eso, siempre que decidía visitar la biblioteca evitaba caminar por las calles principales, y optaba ir por callejones donde sabía que rara vez encontraría gente. Aquel día fue lo mismo de siempre: se escabulló por un callejón antes de que alguien lo viera, y recorrió el camino que había memorizado toda su vida. Luego de andar por un buen rato, salió a la plaza principal.
En el centro, frente al templo, había niños jugando alrededor de la fuente, había varios negocios alrededor de la plaza y a la izquierda de la plaza estaba la entrada a la biblioteca. Evel no lo pensó mucho y se dirigió al pequeño edificio.
La puerta negra con florituras estaba abierta, pero desde ahí no se veía nada. Evel entró y bajó los escalones sin pensarlo mucho. El olor a polvo y a tinta inundó su nariz, y lo primero que vio fue a Issa detrás de un escritorio. Estaba leyendo, y por la forma en la que se concentraba en las letras, parecía que todavía no había notado su presencia.
Evel se paró ahí, y esperó a que ella alzara la cabeza del libro, pero ella siguió leyendo. Se movió un poco para ver el título y encontró: La epopeya de Draimat. Jamás lo había leído, pero sabía que iba de cómo Draimat derrotó al demonio que arrasó con Crysal. La trama no le impresionaba ni le interesaba del todo a pesar de que Mark se lo había recomendado, pero le pareció curioso que a Issa le gustara cuando ella prefería leer no ficción.
Issa siguió un buen rato sin alzar la cabeza, y Evel no supo qué hacer con sus manos ni sus ojos. Miró al techo, miró a Issa una vez más, miró afuera y decidió recargarse en una pared porque no planeaba volver a casa hasta más tarde y tampoco quería aguardar adentro sin que ella supiera que estaba ahí. Miró de nuevo el techo y perdió la mirada ahí.
—¡¿Evel?! —gritó Issa y él dio un respingo—. ¿Cuánto llevas ahí?
Evel sonrió un poco y se acercó al escritorio. Issa cerró el libro y lo puso en la mesa. Evel titubeó, pero al final se acercó a mirarlo.
—¿Lo dejaron en la escuela? —preguntó tomando el libro—. ¿Te está gustando?
Issa se recargó en el respaldo, y se encogió de hombros.
—Tengo que hacer un ensayo y un resumen —se quejó y se frotó el rostro—. Realmente no me estaba gustando hasta la parte en la que encierra a Halthorn.
—¿Al demonio? —preguntó Evel—. ¿No te aburre leer mitología?
—No tanto como los libros que te lees, y tus otras cursilerías, Ev —río ella y comenzó a buscar en los cajones—. ¿Vienes a estudiar?
Ella no lo miró a los ojos y lo agradeció. Había veces que sentía que, con solo mirar a los ojos a alguien, esa persona podría enterarse de toda su vida y todo lo que pensaba. Con Issa sucedía bastante seguido, pero sabía que ella siempre respetaba su espacio y solo preguntaba si lo creía necesario. Parpadeó y respondió:
—Sí.
—¿El examen?
—Sí.
—Seguro te irá muy bien, ni siquiera sé por qué sigues estudiando —sonrió ella—. En lugar de eso... ¿Crees que podrías ayudar a algunas amigas con sus exámenes?
—No lo sé, Issa —comenzó él—. Ni siquiera soy bueno, no creo que ellas quieran y...
—¿Peleaste con Hok de nuevo?
Evel se paralizó y la miró, ella sonrió un poco y colocó una libreta y pluma en la mesa. Evel bajó la mirada y anotó sus datos, pero no quiso responder, ella no insistió. A veces, le sorprendía la claridad con la que Issa veía y entendía a la gente solo con unas palabras o un gesto.
Por eso odiaba mirar a la gente a los ojos.
—Perdona, es que te ves decaído.
—No... Está bien, no te disculpes —comenzó Evel—. Es solo que...
Y apretó los labios, dejó la pluma a un lado, e Issa asintió. ¿Qué le diría? ¿Qué no sabía qué hacer con todo eso? ¿Qué pensaba que todo estaría bien una vez fuera a la universidad, pero que al mismo tiempo se sentiría mal por abandonar todo? De cualquier manera, seguiría siendo un malagradecido. De cualquier manera, hablarle a Hok seguiría siendo igual de difícil. De cualquier manera, ella no entendería.
—Entiendo —dijo ella—. Solo piensa en ti cuando elijas lo que quieras hacer, no en nadie más.
Evel alzó la vista, y ella sonrió un poco antes de guardar de nuevo la pluma y la libreta. No dijo nada más acerca del tema y retomó el libro.
—Bueno, ¿qué estás esperando? Pasa —apuró ella—. Y si necesitas ayuda, no te pares en una esquina como si fueras un demonio en el bosque, mejor háblame, ¿está bien?
—Está bien —susurró y se dirigió a las segundas puertas.
Cuando miró atrás, Issa había retomado su lectura como si nada.
—Gracias —susurró.
—Si te consuela un poco, creo que Lord Berbentis solo quiere que seas feliz —añadió Issa de repente, pero cuando Evel se dio la vuelta, ella estaba enfrascada en su libro de nuevo.
Al entrar a la biblioteca, se paseó entre lomos y lomos de cuero y papel viejo. Luego de buscar, llevó a una de las mesas de la biblioteca algunos libros para estudiar y luego decidió buscar algún libro que le interesara a su tío... a Sir Mark.
Vio una caja con un montón de libros nuevos, bueno, no nuevos, pues estaban bastante deteriorados, pero sí nuevos en la biblioteca y se acercó a husmear. El olor a humedad y polvo picó en su nariz, y terminó estornudando varias veces. Aun así, se puso a hojear, sacó varios ejemplar hasta que encontró un libro con portada de cuero, y un tallado dorado que decía: Sarkat, la historia de la caída.
Su corazón se detuvo un momento. Inhaló y exhaló, e incluso pensó en volver a colocar el libro de vuelta en el montón, pero luego de observarlo buen rato y tenerlo en sus manos otro buen rato, se incorporó y se obligó a llevarlo con él.
—Oye, Evel, voy a salir con mis amigos al río, ¿no quieres venir? —dijo Issa entrando a la biblioteca—. Oh... Ya encontraste los nuevos libros.
—Perdón —dijo y fingió una sonrisa—. Yo lo limpió.
—Gracias —sonrió ella—. Bueno. Entonces, adiós.
Issa se dio la vuelta y se detuvo.
—¡Ah! Por cierto, mamá está en la entrada por si necesitas algo.
Evel se inclinó, y ella inclinó la cabeza antes de marcharse.
Aferró el libro entre sus manos antes de dejarlo en el montón y ponerse a recoger todo lo demás. Cada cierto tiempo miraba de reojo la portada del libro, como si algo le ordenara leerlo...
Se apresuró a guardar los libros nuevos.
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Salió de la biblioteca cuando su cuerpo comenzó a pesar, cuando mantener los ojos abiertos fue difícil, cuando su cabeza le palpitó y cuando su estómago no paraba de gruñir. La madre de Issa ya había encendido las lámparas en la biblioteca, y él procedió a guardar los libros que había tomado. Lo cierto era que no había leído ninguno de esos en las siete horas que estuvo ahí. Pensó que tal vez no fue la mejor idea sacarlos si igual iba a terminar leyendo otras cosas.
Cuando terminó de acomodar los libros para la universidad, miró el montón que había buscado para Mark, y tomó dos libros que estaba seguro de que no había leído, y apartó el resto para guardarlos en los estantes. El libro que había leído toda la tarde seguía abierto en dónde se quedó... Pensó mientras miraba sus páginas. Se mordió la mejilla y fue a dejar los demás libros.
Caminó a la recepción. La puerta de la biblioteca ya estaba cerrada, pero afuera la tarde daba paso a la noche, ya habían encendido los faroles y había bastante gente reunida afuera del templo.
Encontró a la madre de Issa escribiendo en varias libretas en el escritorio. Ella alzó la mirada cuando Evel bajó los últimos escalones y le sonrió.
—¿Ya vas a casa? —preguntó ella y su vista paró en los libros que llevaba.
—Sí —respondió Evel—. Me gustaría sacar estos si es posible, por favor.
La madre de Issa asintió y Evel se los tendió. Ella revisó los títulos, sacó una libreta y los anotó, luego anotó su nombre y se la tendió a él junto a una pluma. Evel firmó, y la madre de Issa sacó un sello, abrió los libros hasta el final y estampó con tinta negra antes de volvérselos a ofrecer.
—¿Son para Mark? —preguntó ella—. Realmente no pensaba que se interesaría por leer acerca de Sarkat, creí que no le gustaba la historia.
Evel desvió la mirada y asintió.
—Dile que espero que los disfrute —dijo—. ¡Oh! Y el padre de Issa regresa mañana por si quieres pedirle un libro en específico.
—Gracias.
Evel se inclinó y los tomó entre sus manos. La madre de Issa le sonrió.
—Que Draimat te acompañe.
—Gracias, igualmente.
Cuando salió, guardó los libros e inspiró hondo. Su cabeza palpitaba y el aire lo relajó un poco.
En la fuente había un montón de niños jugando con cubetas y arrojándose agua, los adultos que salían del templo los miraban de reojo, y otros sonreían. En algún momento, un padre de alguno de los niños corrió a jugar con ellos también. No pudo evitar sonreír un poco y cuando lo notó, inhaló. Necesitaba disculparse con Hok, él tenía razón: su magia era peligrosa y no debió haberla usado así.
Su estómago gruñó de nuevo como diciéndole que se apurara. Se frotó las sienes y se dirigió a los callejones por los que había llegado. No le preocupó caminar entre ellos de noche pues estaban bien iluminados, algunos puestos estaban abiertos, y realmente nunca sucedía nada peligroso en Berbentis.
También, esperaba que el silencio de la caminata nocturna ayudara con su cabeza, y caminó. Mientras miraba los adoquines comenzó a pensar. ¿Cuándo fue que su magia se había vuelto algo tan volátil? Miró sus manos y los brazaletes. ¿Era por él? ¿Qué había cambiado? Se mordió la mejilla.
Cuando pasó frente a una pequeña panadería, se detuvo para mirar el pan y sus decoraciones. Cuando se asomó, vio la sonrisa y la mirada del vendedor desde adentro y sintió sus mejillas enrojecer, se apartó, avanzó con paso más rápido y de inmediato su cabeza comenzó a darle vueltas. Lo había visto... ¿Qué pensaría de él?
Dio la vuelta en una esquina con la cabeza baja, y entonces se detuvo cuando se dio cuenta de las sombras. Alzó la cabeza. Tenía la peor suerte del mundo, y aquello lo confirmaba.
Gillian y Grot estaban con otros cuatro muchachos de edades similares, pero mucho más altos que Evel. Por supuesto que los había visto y sabía quiénes eran, algunos hablaban con Alek de vez en cuando e Issa le había hablado de los matones de la escuela varias veces. Obviamente los conocía de aquellos tiempos en los que todavía iba a clases con todos en el pueblo, pero no recordaba sus nombres y en realidad, no le podían importar menos.
—Mira qué tenemos aquí —dijo el más alto de todos, incorporándose luego de recargarse en la pared—. Evel, el huérfano.
No se movió. Miró rostro por rostro. Gillian y Grot sonreían sardónicamente. Seguramente ellos les habían hablado a los matones acerca de lo que había pasado, seguro sabían todo. Mordió su mejilla, se dio la vuelta y corrió.
Su cabeza palpitó con más fuerza, pero se forzó a avanzar y a buscar otro camino. Solo que... ¿cuál? Los brazaletes no le permitían pensar claramente. Sus pulmones picaban. No miró atrás, pero escuchó sus pasos. Si lograba huir lo suficientemente rápido quizá lo dejarían en paz, ¿y si lo iban a buscar? ¿Y si todos se enteraban de lo que había sucedido? ¿Y si lo denunciaban ante algún guardia de fuera? Tendría que marcharse, Hok estaría preocupado, habría muchos problemas. No quería marcharse.
—¡No huyas! —gritó uno y rio—. Solo queremos hablar.
El pasillo, ¿dónde quedaba una salida a la avenida principal? Miró hacia arriba para ver si podía identificar alguna casa, pero la luz le lastimó los ojos, y su cabeza punzó más. Se frotó los ojos mientras andaba y trastabilló. Se aferró al alfeizar de una ventana para no caer.
Se rieron detrás de él. No, no quería que se rieran de él, ¿por qué tenían que reírse de él? En realidad, conocía la respuesta: era un tonto. Era el rarito de la ciudad, el huérfano al que habían sacado de la escuela porque nadie quería tomar clases con alguien como él.
—¿Vas a huir de nosotros toda la noche? —cantó uno de ellos—. ¿Es porque te dejaron sin magia?
—Se le fue toda la valentía —rio otro.
—Bueno, siempre ha sido un cobarde —dijo Gillian—. Por eso usa la magia, ¿no?
—No me parece justo que uses magia cuando nosotros no tenemos, Evel —añadió Grot—. ¿No crees que debería ser justo? Ni siquiera te estábamos haciendo nada.
Evel se impulsó desde el alfeizar y siguió caminando, pero el suelo daba vueltas, y su cabeza hormigueaba. Sí, era un cobarde, ¿por qué había usado magia? Alek y sus amigos ni siquiera se podían defender. Él era un extraño en ese pequeño pueblo.
—Pobre, Alek —añadió otro—. Lo lastimaste y ni siquiera te disculpaste.
Se detuvo y miró sobre su hombro. Las sonrisas afiladas y las sombras se hicieron más grandes, iluminadas quizá en la luz de un farol, quizá en fuego como en la playa muchos años atrás. Sus piernas no se movían, él no se movía. Respiró lento y se detuvo. Había herido a Alek. ¿Qué pensaría Lara? ¿Y Hok? ¿Y Mark?
Los chicos lo rodearon por fin, y él no buscó otra salida, bajó la mirada. Decidió preguntar:
—¿Alek... Alek está bien? —susurró, su corazón se apretujo cuando esperó la respuesta.
Rieron.
—Un médico tuvo que ir a revisarlo esta tarde.
—¿En...? ¿En serio?
Quería hundirse, desaparecer. Hok no lo perdonaría. No si había lastimado a Alek. No lo perdonaría porque Evel lo había evitado todo el día, porque no era su hijo, porque su magia era peligrosa, por otras mil razones más.
Uno de ellos dio pasos al frente y se acercó a él, Evel alzó la cabeza y Grot lo apuntó en el pecho, y lo empujó con el dedo.
—Es tu culpa que Alek se haya lastimado —dijo y siguió empujándolo con el dedo—. ¿Te crees valioso? ¿Intocable? ¿Qué puedes hacer lo que quieras solo por tener magia?
Lo empujó una última vez y Evel cayó en el suelo. Al alzar la mirada, vio a Grot apretando los puños, los otros intercambiaron miradas entre ellos.
—Ahora no tienes magia —dijo y sonrió—. Paga lo que le hiciste a Alek.
Y Grot se lanzó. Evel alzó los brazos para cubrirse la cabeza, pero sus costados estaban descubiertos. Grot golpeó y golpeó. Apretó sus manos alrededor de su cabeza y se hizo un ovillo. Y luego, sintió más golpes en su espalda y los golpes de Grot con más fuerza. Todo era negro, y a veces veía puntos blancos, a veces recordaba. Se lo merecía por desobedecer a Hok y por lastimar a Alek... ¿Qué le dirían cuando llegara a casa?
No, no podía llegar así a casa.
Abrió los ojos, la lámpara iluminaba todo lo que sucedía. Había una pareja acercándose hacia esa dirección, frente a él. Miró la lámpara, la lámpara y solo la lámpara. No podían verlo así.
Los brazaletes estrujaron sus muñecas, pero no importó, nada importaba. El calor recorrió su cuerpo por completo, sus dedos cosquillearon, los brazaletes se enterraron más, su mente iba a la lámpara, al vidrio de la lámpara, al viento. Pensó con fuerza, apretó los ojos y el dolor fue hasta su oído como si fuera a explotarle algo dentro de la cabeza.
Su cuerpo se calentó hasta hacerse bochornoso, el sudor resbaló frío desde su cuello hasta su espalda. Algo quemó desde su antebrazo hasta su muñeca, los brazaletes se enterraron en su piel, buscaban magia como lobos hambrientos y de pronto, el calor paró. Algo se rompió. Sus brazos se entumecieron, pero sus muñecas se sintieron libres.
Y algo más se rompió al mismo tiempo: la lámpara chasqueó, alguien gritó y el vidrio repiqueteó cuando cayó. La calle quedó a oscuras, solo con siluetas disueltas que retrocedían, y respiraciones agitadas.
Los golpes se detuvieron, pero el peso de Grot seguía sobre él. Evel cerró los ojos, el calor se extendió de nuevo por su cuerpo y otro chasquido, y otro, y todo ese callejón quedó en oscuras, sin alguna luz que alumbrara nada. Alguien gritó, Evel apretó los ojos ante el dolor.
—¿Qué mierda pasó? —preguntó Gillian.
—Vámonos —dijo alguien en la oscuridad—. Grot, vámonos,
El peso desapareció. Evel abrió un poco los ojos, los vio huir. Inhaló, y todo su cuerpo protestó. Estaba lleno de sudor, su cabeza punzaba, su cuerpo entero dolía como si hubiera corrido por días. Sus brazos eran lo peor: estaban húmedos y tibios, también estaban entumecidos, pero no podía ver lo que había sucedido. Llevó sus muñecas hacia él, y la tela quemó contra su carne, algo tibio resbaló de su muñeca hasta su brazo y empapó la tela de su camisa.
Inhaló hondo, su cabeza daba vueltas... Y sonrió, ¿había roto los brazaletes? Era un tonto, Hok había tardado tanto en conseguirlos cuando era menor.
Puso una de sus manos en el suelo, y algo escurrió desde su brazo hasta su mano, y al tratar de impulsarse, fue como si alguien enterrara miles de cuchillos en su brazo. Apretó los ojos y volvió a caer sobre su costado.
Intentó de nuevo, y algo escurrió aún más de ambos brazos. Se forzó a ponerse de pie, sus piernas protestaron y trastabilló hasta chocar con una pared. Apretó los ojos.
La pareja que se había dirigido hacia esa dirección antes de que apagara las lámparas no se veía por ningún lado, pero entre las sombras, escuchó pasos pesados y alguien habló:
—¿Qué demonios? —dijo alguien y vio su silueta buscando en la oscuridad—. ¿Chico...? ¿Sigues aquí? ¿Estás bien?
Inhaló con fuerza y se obligó a pararse.
—Sí... —dijo, su voz estaba ronca y rota, repitió—. Sí, estoy bien.
—¿Seguro? —preguntó el hombre—. Escuché cómo te... ¿No necesitas ayuda? ¿Quieres atraparlos? ¿Quién eres?
—Estoy bien —repitió y rio un poco—. Solo estábamos jugando.
—¿No quieres que te ayude a llegar a casa? —insistió—. ¿O una lámpara?
Ocultó sus manos detrás de su espalda y tocó su brazo. Abrió los ojos al darse cuenta de lo que había sucedido, y el suelo se tambaleó frente a él.
—No, gracias —atinó a decir y mintió—. Vivo cerca.
—Deberías aguardar, por si esos matones te esperan.
—Solo jugábamos —repitió, pero no sonaba como una verdad, su cuerpo pesaba.
—Está bien... —dijo el hombre, rendido—. Ten cuidado, por favor, pero en serio, si necesitas ayuda...
—Estoy bien —repitió—. Gracias.
—¿Puedo saber tu nombre? No te puedo distinguir.
Evel apretó los ojos.
—Gracias —dijo Evel—. Y que Draimat lo acompañe.
Y antes de que el hombre pudiera decir algo más o lo siguiera, regresó sus pasos por el pasillo donde había caminado antes. Trató de caminar normal pese a sus brazos abiertos y escurriendo de negro, pese al dolor de los golpes punzante en su cadera y espalda. Agradeció que no le hubieran golpeado el rostro y la cabeza.
Cuando estuvo seguro de que el hombre se había dado la vuelta, él se recargó en una pared y abrió la boca buscando aire, se dobló. Cada aliento clavó una aguja en su cabeza, y cada movimiento enterraba los cristales en sus manos aún más.
A pesar del dolor, cuando un hilillo descendió por su nariz, lo restregó con su mano, y su brazo enteró se llenó de agujas ante el movimiento. Apretó los dientes. Seguro era sangre, seguro todo era sangre, pero no era suya, ¿verdad? Ni siquiera lo que había sucedido en sus brazos era real, ¿no? Lo único real era el dolor en su cabeza hasta sus ojos.
Siguió caminando, sus pies se arrastraban. Y cuando llegó a una calle y la luz quemó sus ojos, miró si no había nadie, y caminó encorvado y tambaleándose. Se detuvo y decidió mirar sus brazos.
Estaban llenos de cristales blancos, azules, rosados, verdes y morados, colores que jamás había visto, crecían desde su piel y hacia afuera, y su base estaba llena de un líquido rojo oscuro que había manchado algunos cristales. Su corazón golpeó, eso no era posible, no tantos, no así... Su vista se nubló. Miró su camisa, y encontró sangre. Sus manos temblaron con todo y cristales.
El aire se volvió tan denso, y luchó por una bocanada. Se forzó a bajar los brazos y a caminar más rápido, su cabeza punzaba, sus brazos ardían. Necesitaba llegar a casa, necesitaba ayuda. En algún momento, terminó en el campo, bajo nada, con nada. Sabía el camino a casa.
Caminó.
Sus pensamientos vagaron, ¿en dónde estaba casa? El cielo estaba muy hermoso, el campo estaba fresco. ¿Qué era aquello que acechaba en la oscuridad? Hok se pondría triste, y no lo iba a perdonar si lo veía así. Mordió su mejilla. Y creyó que alguien lo llamaba, pero no volteó, ¿quién iba a llamarlo en un mundo así de grande? ¿Quién lo buscaría?
Caminó.
Cuando llegó al puente, alguien lo llamó, pero no había nada, ni luces, ni nadie, solo campo y campo y más campo y solo él.
Caminó.
Su vista se nubló.
Caminó.
—¿Te gusta? —recordó una voz anciana—. Es muy lindo, ¿no?
Caminó. Tenía frío, sus piernas estaban pesadas. ¿Era normal que los cristales salieran así? Ya no sentía su cabeza.
—No sé si te responda, mamá —dijo una voz masculina—. Es muy tímido.
—¿Incluso con su abuela?
No, eso no había pasado. Siguió y cerró los ojos. «Sería bueno poder quedarme aquí», pensó, pero sus piernas lo obligaron a avanzar y a su mente fue la cosa más estúpida del mundo:
«Sarkat fue uno de los reinos más prósperos y poderosos en Arierund, pues contaba con la población más grande de magos. En este libro se hablará de su historia y de su cultura». Recordó.
¿Por qué había leído eso?
Caminó, y vio una luz a la distancia que se movía hacia el bosque. No, no lo buscaba a él. Algo blanco, como un punto apareció en el cielo, y luego algo que se movía como serpiente, y luego otro punto, y luego algo más que ni siquiera pudo describir. Siguió caminando.
«Al ser un reino de magos, se desconoce un motivo exacto por el cuál cayó. Las teorías más aceptadas de diversos historiadores y especialistas de todo el mundo mencionan que se debió a sus costumbres, a su nula comunicación con países vecinos y a la falta de estrategias sólidas en contra de invasiones y guerras».
Invasiones. Era una palabra horrible. Se tambaleó en la tierra y cerró los ojos para no seguir alucinando con criaturas tan extrañas.
Estaba tan cerca de casa, pero era tonto y débil. Gillian y Grot tenían razón: era un cobarde. Caminó, se tropezó y cayó entre los cultivos, las espigas de trigo picaron en todo su cuerpo, y ardieron alrededor de sus manos. Estar tirado en la tierra le recordó a la arena... ¿Cuánto tiempo había pasado?
—¿Por qué te fuiste? —preguntó una voz que no podía reconocer.
—¿Por qué nos abandonaste? —habló, pero no pudo saber si era la misma voz u otra.
—¿Por qué nos olvidaste?
Cerró los ojos y los abrió, una luz se acercaba más y más. No venían por él, inhaló y cerró los ojos. Si se levantaba podría ver quién era, pero no reunió las ganas. Quizá si se dejaba arrastrar como antes las cosas podrían ser mejores...
—¡Evel!
Ah, alguien tenía miedo. ¿Era de él?
—¡Por Draimat!
Evel recordó un rostro, ¿por qué lo recordaba? ¿Por qué no se podía concen-...? Era un rostro amable y arrugado, con una sonrisa anciana y ojos sabios. Le dio una mirada triste y acarició su cabello, y entonces se fue.
—¡Lo encontré! ¡Ya lo encontré! —gritó.
Estaba frío, todo estaba frío. No quería abrir los ojos, pero sintió una mano en el cuello, entreabrió uno de ellos y lo cerró cuando la luz se acercó a él.
—¡Rápido! —gritó la mujer y luego preguntó en regañó—. ¿Qué hiciste? ¿Dónde diablos has esta-...?
Evel cerró los ojos, estaban enojados. La voz se detuvo un momento, inhaló con fuerza a su lado y el dolor se expandió en sus manos.
—¡Oigan! ¡Rápido! —gritó con más fuerza, desgarrando el aire—. ¡Necesitamos ayuda! ¡Rápido!
Escuchó pasos acercándose y respiraciones agitadas.
—¿Lo encontras-...? —comenzó alguien—. ¡Ay, Draimat!
—Será mejor avisarle a Hok —habló alguien más.
—Tú ve al pueblo y búscalo —dijo ella—. Alguien acompáñelo para que le avisen a Mark... Y... Díganle que es grave, a ambos.
Esos nombres eran extraños, desconocidos. Y las olas seguían acercándose sin tocar sus pies, mojaban la arena, pero cuando él trataba de tocar el agua, se iban. Una figura miraba desde lejos, pero no sabía quién era. El sol moría en el océano. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Escuchó
—Tenemos que llevarlo a casa —dijo ella—. Podemos cargarlo, pero... No quiero lastimarlo. Alguien vaya por una carreta y un caballo.
—¿Qué le pasó? —habló una voz infantil—. ¿Se va a morir?
—¡No seas grosera!
—¡Rápido! ¡Rápido! —ordenó la primera voz.
¿Pero quiénes eran todos ellos? La figura seguía mirándolo, y apartó la vista al océano. Alguien acarició su cabello y escuchó una melodía tarareada en silencio. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que la escuchó?
—Todo estará bien, todo estará bien.
Su cuerpo comenzó a temblar cuando el agua por fin tocó sus pies. No se dio cuenta cuándo había alcanzado sus tobillos, y entonces el agua lo arrastró, lo jaló y lo revolvió entre la espuma. Trató de nadar de regreso, pero la sal entró a sus ojos, y las olas se alzaron como muros.
Miró a la figura, y gritó por ella, y a su lado, se posaron otras doss siluetas. Sus rostros estaban tan difusos... Tan olvidados. Evel gritó por ayuda.
—¿Por qué nos olvidaste? —dijeron en unísono.
No, eso no era cierto.
—Shhh, shhh.
Unas manos lo envolvieron, pero él no quería ir. Abrió los ojos, sus piernas temblaban, él temblaba ¿en dónde estaba? Miradas, miles de miradas. Su estómago se retorció, ¿por qué lo veían? Lo cargaban. Cerró los ojos, solo quería descansar, solo quería estar solo.
Y alguien tarareó. Cerró los ojos, empapados y pegajosos por el agua de mar. El agua lo arrastró, quizá viviría en el fondo del mar toda su vida. Y el sol murió.
—¿Por qué te fuiste?
Y sin más, reapareció la misma maldición de siempre: una casa se incendiaba en la distancia, escuchaba gritos desde ahí y por más que el mar se alzaba, por más que alargaba sus olas hasta la arena, ni una sola gota ayudó a apagar las llamas.
Alguien tarareaba una vieja canción que solo conservaba forma, pero no voz, ni palabras. Y entonces, él gritó, porque por más que él quiso elevar las olas, ni una sola llegó a aquella vieja casa.
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