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II. La magia del pasado

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"En las palabras decidí ocultar mi pena, en un nombre falso decidí llorar por los muertos.

¿Seré capaz de recordar?

¿O siquiera decirle al mundo quién soy?

¿O moriré sin que mis palabras hagan renacer a mis amigos?" - de las Crónicas de Sarkat, de Hish Urtan

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La magia era peligrosa, un poder detestable que no traía nada bueno. El desliz de la mente de un mago, emociones sin control o un sortilegio demasiado grande no solo alteraba el equilibrio de Draimat, sino que destruía, asesinaba, borraba lo que bloqueaba su paso... Por eso, la magia estaba prohibida en Osvian, y en la mayor parte del mundo.

Era demasiado peligrosa usarla, poseerla y vivir con ella.

Evel lo sabía bien, un descuido y no solo terminaría con él, podía terminar hiriendo a Hok, a Lara, a Mark, podía destruir su hogar, o peor, podría destruir Villa Berbentis entera. Y si sobrevivía, no sería suerte, sabía que perdería todo.

«Todo por anhelar algo que no te pertenece».

La magia era algo que debía evitar, algo que se hacía con consciencia, pero en aquel momento era demasiado tarde.

No pudo ignorar a Alek con su sonrisa mordaz, ¿cómo podía fingir que no había escuchado nada? Y le pudo importar menos cuando la magia ya había calentado su sangre, su cabeza, sus alrededores, y supo que no había vuelta atrás cuando una punzada atravesó su cabeza.

Alek siempre era así, y se lo tenía merecido. Siempre decía cosas así de sus padres, siempre lo humillaba. ¿Por qué tenía que seguir aguantándolo? ¿Por qué tenía que ignorar eso y marcharse como si nada? No entendía por qué dijo eso, solo estaba estudiando cuando lo molestaron... Y quizá no hubiera hecho nada si no hubieran mencionado a sus padres.

Gillian y Grot, los secuaces de su hermanastro, seguían riendo. Alek, por su parte, llevaba su libro en la mano, sin intención de devolvérselo, pero con intención de humillarlo aún más.

—Discúlpate —gruñó Evel.

—¿Por qué? —río Alek cerrando el libro—. ¿Por decir la verdad?

—Discúlpate.

—Ah, cierto, cierto. Perdona la confusión... No te abandonaron porque eran pobres, murieron por ser ladrones. Ratas.

Los tres rieron.

—¡Cállate!

El mundo se movió más lento para Evel, como si estuviera sumergido en el agua. El pasto a su alrededor murió de poco en poco, las hojas se contrajeron y el verde vibrante pasó a un amarillo pálido y seco. Evel se dirigió hacia Alek, pero su sonrisa no disminuyó ni un poco frente a él. Gillian y Grot retrocedieron.

—¿Qué? ¿Dije una mentira? Ni siquiera los conociste. No puedes negar algo que ni siquiera tú sabes.

Alek volvió a lanzar el libro hacia los chicos, pero Evel ni siquiera se molestó en ver en dónde cayó.

Evel alzó las manos, y todo el pasto se secó en un parpadeo, las gotas de agua se elevaron y giraron a su alrededor, agitando su cabello, salpicando su ropa y su cara. La sonrisa de Alek se borró por completo cuando vio las manos de Evel y retrocedió.

—No eres capaz.

Evel lo miró. Alek era ridículo, era odioso, quería reírse de él, quería gritarle, quería golpear su rostro, hacerle pagar por todos esos años de burlas. Iba a hacer que se arrepintiera, al final, Evel tenía magia, Alek no.

Alzó su brazo, y el agua subió hasta su palma, Alek retrocedió de nuevo, negó e incluso buscó ayuda en Gillian y Grot, pero ellos ya habían huido. Evel avanzó un paso más. Alek trastabilló, y Evel aprovechó ese momento, se lanzó. Su hermanastro gritó debajo de él y trató de patearlo, pero Evel cerró su puño con agua.

Alek gritó y cerró los ojos, y antes de que Evel lanzara el sortilegio, antes de que golpeara su estúpido rostro, una mano fría sostuvo su muñeca. La magia a punto de estallar vibró en sus huesos. Los dedos se enterraron en su piel, y al mirar sobre su hombro, encontró a Hok.

Su magia que se sintió como una tormenta un momento atrás se desvaneció en aquel momento, y el agua simplemente cayó de sus manos.

Hok jaló su mano hacia un lado y cayó de bruces en el pasto, y entonces, el metal frío de un brazalete quemó alrededor de su muñeca, alrededor de su brazo y su cuerpo. Era tarde para liberar la magia y también para contenerla, así que trató lo mejor que pudo de aguantar el dolor y el grito posterior cuando el metal rebuscó la magia sobrante en su sangre como un animal hurgando en la tierra.

Sin embargo, no pudo mantener sus labios apretados cuando el cristal brotó y perforó la piel de su palma. La sensación de algo tan rígido materializándose en su mano le nubló la vista un momento. Se quejó lastimeramente y cuando pudo enfocar de nuevo, había un cristal azul en el pasto frente a su rostro.

Evel miró de soslayo a Hok, pero en su rostro no había nada, ni siquiera lo miraba en ese momento. Debajo de sus ojos, las ojeras se oscurecieron y las arrugas se marcaron aún más. Hok negó con la cabeza, y lo supo, estaba decepcionado. Evel desvió la mirada mientras Hok tomaba su otro brazo y colocaba el otro brazalete.

Suspiró. Era un tonto. Sabía que iba a terminar así, y Hok estaba decepcionado. Su cuerpo pesó debajo de los brazaletes y pesó aún más cuando Hok se apartó. Luchó para mantenerse despierto, para que los brazaletes no lo condujeran al sueño.

Miró sus muñecas, el metal de bronce se incrustaba en su piel. Inhaló despacio para mantenerse despierto. Lo entendía, lo merecía, había atacado a Alek, al hijo de Hok.

—Gillian, Grot —llamó Hok—. Vayan con Mark, Alek...

Hok lo miró con el gesto oscurecido.

—Tú también.

Alek se apartó por fin, tenía los ojos rojos y húmedos, su chaleco y pantalones estaban mojados. Se levantó y le dio a Evel una mirada que significaba muchas cosas: desprecio, odio, miedo, pero a Evel no le importó. Y sin más, Alek siguió a sus amigos cojeando hasta la casa.

—Ven conmigo —ordenó Hok con una voz ronca y sin ánimos.

Evel contuvo un suspiró. Se levantó, se tambaleó por efecto de los brazaletes y siguió a Hok con la cabeza baja. Su magia caminaba como hormigas debajo de su piel y sus manos se habían dormido, respiró despacio para evitar que el sueño nublara su vista,

Cuando subieron las escaleras al pórtico, Alek sonrió a su lado.

Evel también lo miró. «Déjame en paz».

Hok entró y lo guio hacia el estudio. Supo por su silencio que quizá no lo iba a regañar, pero tampoco le agradó la idea de ser sermoneado. Cuando llegaron a la puerta del sótano, Hok sacó una llave, la abrió sin más y bajó las escaleras apresurado.

Las escaleras lucían mucho más altas una vez que no tenía magia, y le pareció curioso notar eso... Quizá era el efecto de los brazaletes, pero no recordaba sentirse así de mareado con ellos. Se sostuvo de una pared y bajó con pasos lentos, pesados y certeros. La luz del medio día entraba por las ventanas al fondo del sótano y apenas iluminaba una porción del cuarto.

Los estantes estaban llenos de frascos con hierbas, pociones y medicinas, e incluso había algunos vacíos. También estaban los tomos gruesos de hechicería de pociones que siempre le habían aburrido a Evel.

En las mesas de trabajo junto a las paredes yacía el equipo viejo de cristal, cubierto en polvo por años sin usar. También había algunos proyectos inconclusos que estaban abandonados en las esquinas, como recipientes con sustancias que Hok había olvidado almacenar o que iba a desechar algún día.

Y por primera vez en muchos años, la mesa central estaba limpia, sin libros abiertos y llenos de hojas, sin manchas de experimentos o medicamento, sin hojas blancas arrugadas y manchadas en tinta y aquello le pareció extraño. ¿La mesa había estado así ayer?

Solía entrar diario ahí, sobre todo para estudiar magia, practicarla, estudiar hechicería con Hok o para leer en paz, por lo que aquel orden había sucedido apenas esa mañana. Y era extraño, Hok solía limpiar las cosas conforme las ocupaba para otra cosa. Por algún motivo, no tener el desorden de siempre lo hizo sentirse ajeno, como si aquel lugar no le hubiera pertenecido, como si nunca hubiera entrado ahí, como un espectador de algo que no le pertenecía...

Aquel no era el estudio donde le habían prometido que aprendería magia.

Hok le daba la espalda, analizaba uno de los experimentos que había creado. No hacía anotaciones ni experimentos ni pruebas, no estaba trabajando, solo observaba como si aquello fuera un modo de evitar hablar.

Aquella habitación que siempre había sido brillante para Evel, un lugar especial para ser él, había perdido su brillo en un instante, y solo por un error. No solo Hok estaba molesto con él aquel día, Evel también lo estaba. Era un tonto. Había roto la regla más importante: la magia estaba reservada para ese cuarto.

Pero Alek había dicho algo que no debió.

No pudo avanzar más allá de las escaleras, no se sintió capaz. Miró sus zapatos, jugó con los brazaletes en sus manos y aguardó por minutos a las palabras de Hok.

Hok suspiró por fin, bajó el frasco entre sus dedos, se dio la vuelta, se recargó contra la mesa y se frotó la frente con una de sus manos.

—¿Estabas estudiando? —preguntó en una voz apenas audible.

Evel asintió.

—Evel...

Ni siquiera se atrevió a alzar la cabeza.

—Perdón.

Hok suspiró de nuevo.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué con magi-...?

—Perdón... —soltó Evel, pero luego recordó las palabras de Alek, inhaló hondo y añadió—. Él comenzó.

—Y tú seguiste su juego —dijo—. Evel, ya hablamos de esto...

Lo sabía, estaba mal que hubiera usado magia, pero de todas maneras... No importaba, incluso si no la hubiera usado, Hok siempre defendería a Alek, y lo entendía, al final, Alek era su hijo, Evel no.

—Dijo que mis padres eran ladrones —susurró desviando la mirada a cualquier otro lado.

Una punzada atravesó su cabeza, y se tocó la sien. El suelo se movió bajó sus pies. Antes de que Hok notara que algo estaba mal, bajó el brazo.

—¿Solo por eso usaste magia?

Su voz era calmada a pesar de todo, pero distante, demasiado lejana.

—Sabes lo peligroso que puedes... que puede ser —comenzó y se corrigió.

Evel lo sabía muy bien, inhaló para que sus palabras no perforaran más su pecho. Hok había desviado la mirada y suspiró un pequeño perdón que no se sintió de verdad. Evel lo sabía muy bien, sabía que aquellas palabras eran verdad, mordió su mejilla y miró a cualquier otro lado. Tal vez lo mejor era irse de ahí.

—Yo jamás te enseñé esto —soltó Hok.

Se quedó, y decidió bajar la vista. Los brazaletes comenzaron a vibrar, sus piernas lucieron más largas, como si no fueran suyas.

¿Por qué tenía que seguir escuchando lo mismo una y otra vez? ¿Por qué solo él y no Alek?

—La magia descontrolada por tus emociones no trae nad-...

—¿Por qué no le dices nada a él?

—Evel —llamó Hok—. Alek no tiene magia, tú sí. Sabes lo qué pudiste provocar.

Evel no se atrevió a mirarle a los ojos. Solo quería irse de ahí, solo quería dejar de escuchar sus excusas. Aun así, movido por una ira que en realidad no podía sentir, continuó.

—No tenía por qué decir eso.

—Evel... —comenzó Hok—. Tien-...

—Es porque es tu hijo.

Los brazaletes se incrustaron en su piel al igual que los ojos de Hok. Un nudo se ató en su garganta conforme el silencio se asentaba y aguardó la respuesta, pero jamás vino. El cuarto se cerró a su alrededor, o tal vez era ese efecto de siempre de los brazaletes.

Siempre él era el culpable, ¿verdad? Evel esto, Evel aquello, ¿qué pasaba con Alek? Siempre era lo mismo, él podía seguir molestándolo lo que quisiera, por más que Evel se defendiera, por más que tratara de decirle a Hok, él era el único que salía perdiendo, porque aquel lugar no era suyo, nunca lo había sido.

Hizo una mueca, era mejor que se fuera.

—Tú también eres mi hijo, Evel —dijo Hok y caminó hasta él.

Colocó su mano sobre su hombro, lo miró con esos ojos tristes que decían tanto, una boca que decía lo contrario y eso fue suficiente. Siempre había sido así, ¿no? Una mala decisión de la que Hok no podía escapar, dinero perdido que no podía recuperar, un niño que no podía volver a abandonar por lo que diría la gente. Evel lo apartó y se dio la vuelta.

—Basta —suplicó—. Deja de pretender que soy tu hijo. No es necesario.

—Evel...

—¿Por qué soy el único que está aquí? —dijo, sus ojos humedecidos, pero contuvo las lágrimas.

—Pudiste herir a alguien, Evel, entiend-...

—¡Pero no lo hice! —explotó y los brazaletes se encajaron en su piel.

—Casi hieres a tu hermano —recordó Hok.

—¡Él no es mi hermano! ¡Tú no eres mi padre! —gritó y Hok bajó los brazos y retrocedió.

—¿Quieres hablar de algo, Evel?

—¿Por qué mierda Alek no está aquí?

—Evel...

—Ya estoy harto —suspiró y susurró para sí—. Siempre es lo mismo.

—Cálmate.

—¡Estoy calmado! —gritó.

—Evel, necesitas controlarte. Si sigues estancándote así...

—¿Vas a seguir diciéndome lo mismo? —dijo—. ¿Qué quieres que te diga?

—Evel...

—¿Vas a decirme que estoy mal? ¿Qué algo me pasó? ¿Qué por qué siempre soy así? Estoy bien —gritó—. Solo dile a tu maldito hijo que deje de molestarme.

—Evel, necesitas controlarte —repitió—. Si no lo haces, ¿qué harás en la univ-...?

—Basta —suspiró—. Solo... basta... No es como si no lo supiera. ¿Crees que necesitaba tu lástima cuando me recogiste?

—Evel...

Alzó su mano hacia él y Evel lanzó un manotazo y retrocedió.

—¡No me toques! Solo dices mentiras para sentirte bien, pero tú eres también como ellos... Solo quieres que me vaya.

—Evel...

—Basta —soltó, desvió la mirada y retrocedió hasta la pared—. ¡Déjame!

Se apresuró a subir la escalera con grandes zancadas.

—¡Evel! —gritó atrás Hok y se apresuró a subir detrás de él.

Ni siquiera se molestó en mirar atrás cuando Hok corrió escaleras arriba detrás de él.

Caminó por el pasillo con los brazaletes tan enterrados en su mano que quizá sangraban, con los ojos humedecidos y con algo en el pecho que no supo identificar. Lo sabía, pero jamás había querido admitirlo: Hok había pensado que era un peligro desde que se enteró que tenía magia. Por eso decía esas cosas, por eso estaba tan apresurado de que estudiara lejos de ahí, por eso buscaba la menor excusa para quitarle la magia que le había enseñado por tantos años.

Y entonces escuchó el tintineó de una llave y el seguro girando varias veces. Se detuvo y giró sobre sus pies. Hok estaba cerrando el sótano. A penas pudo susurrar:

—¿Q-qué haces?

—Cerrando el sótano hasta que te calmes —dijo Hok—. Hablaré con Alek, por supuesto, y cuando decidas que podamos hablar sin que explotes...

»Hasta entonces no harás magia.

—Pero... Pero... ¿En dónde practicaré? —balbuceó.

—Te quedarás sin magia hasta que te calmes... Y no importa si eso es hasta la universidad —dijo sin mirarlo a los ojos, su ceño se frunció con algo que no supo identificar.

—¿Entonces como ingresaré?

—Si es necesario será permanente y podrás... Podrás asistir a la universidad en la capital.

—Pero yo quiero... —tartamudeó y se obligó a callar.

No escucharía. No tenía sentido, él no escucharía.

—Entonces, cálmate, piensa en lo qué hiciste —dijo Hok y apretó los ojos—. Tampoco es el fin del mundo.

Su vista se nubló. Hok lo miró con los labios apretados, sus ojos estaban cristalinos, pero no dijo nada más.

Todos los pensamientos se fueron, y un dolor perforó su pecho al verlo así. Los brazaletes dejaron de apretar. En cualquier otro momento, correría a pedirle perdón, a prometerle que se portaría bien... Pero no pudo, era suficiente y no quería. Estaba cansado.

—Iré a.... Deberías ir a estudiar, Evel —terminó.

Sacó la llave de la cerradura, la guardó de nuevo, y sin más palabras caminó en la dirección contraria con la cabeza baja. Ni siquiera miró atrás ni un momento.

¿Por qué había dicho esas cosas? Evel bajó la mirada. ¿Por qué siempre tenía que ser así de horrible? Era un idiota.

—Perdón —susurró a nadie, pero deseó que Hok lo escuchara.

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Cuando bajó de nuevo con las botas puestas y su morral con libros para pasar la tarde estudiando en la biblioteca del pueblo, se aseguró de que Hok no estuviera cerca, y ni siquiera se atrevió a alzar la cabeza en caso de que llegara a verlo caminando por alguno de los pasillos. No estaba listo para mirarlo a los ojos, y no podría soportar que Hok le hablara como si no hubiera sucedido nada, no lo merecía.

Hok siempre había sido bueno con él, y él solo era un malagradecido. Alek era su hijo, y era entendible, él no, y, aun así, cada vez que discutían sobre algo, Evel siempre terminaba explotando.

Para su suerte, solo encontró pasillos vacíos, con paredes decoradas con pinturas de pequeñas casas en altas montañas que su tío coleccionaba, la puerta del sótano, el calor del verano que dificultaba inhalar, y el olor a estofado desde la cocina. No supo si Lara estaba ahí, pero tampoco quería hablar con ella, solo... Solo quería desaparecer, dejar de lastimar a todos un momento. Suspiró.

Caminó hacia la entrada, y en la sala encontró a Mark sentado en uno de los sillones con un libro en mano. Llevaba la corbata floja, el cuello de la camisa abierto, y el chaleco desabotonado, pero seguía luciendo igual de impasible. Quizá ya había terminado los papeleos de ese día, pero no iba a preguntar, tampoco quería hablar con él, de hecho, era de las personas con las que menos quería hablar en aquel momento. Al menos parecía que todavía no había notado su presencia.

Evel mordió su mejilla y caminó con cuidado. Solo tenía que atravesar la sala, nada difícil, nada imposible. Dio la vuelta y vio la entrada. Justo cuando iba a cantar victoria en el pasillo, cuando pasó a un lado de su tío, él bajó el libro.

—¿Vas a la biblioteca?

Evel se detuvo en seco, y apretó la cuerda de su morral en su hombro. Era un idiota, ¿por qué no había salido por otro lado? Su tío no era tonto, y mucho menos sordo. Suspiró y lo miró de frente.

—Sí.

—¿Me podrías traer otro libro? —pidió y alzó el libro en sus manos—. Este está bastante aburrido.

Sus músculos se relajaron, al menos no le había preguntado nada acerca de la pelea. Y mientras no lo hiciera todo estaría bien.

—Creí que te gustaba, ya lo has leído cuatro veces —dijo Evel sin mirarlo directo a los ojos.

—Por eso mismo. Uno se cansa de estancarse en los mismos capítulos —comenzó y miró al techo—. Llegas a conocerlos tan bien que releerlos se siente como no avanzar, descubres cosas nuevas, pero es lo mismo de siempre.

Mark sonreía con el libro en mano. Lo cerró y lo dejó a un lado, antes jalar la corbata en su cuello aún más. Luego, borró su sonrisa y tomó un libro grueso sin título visible en las pastas y se lo tendió.

—¿Fue por esto por lo que pelearon? —preguntó.

Y ahí estaba. No se atrevió a alzar las manos ni a tomarlo, Mark sonrió un poco y lo movió frente a él. Decidió tomarlo. Por supuesto que sí había escuchado.

—Gracias —murmuró y se inclinó hacia el frente.

Mark exhaló y se recargó contra el respaldo. Evel aguardó a que dijera algo más, pero el reloj siguió girando con su tic tac.

—Sabes que Hok se preocupa mucho por ti, Ev —dijo su tío—. Es solo que es un tonto, siempre ha sido un tonto.

Evel bajó la mirada, apretó los labios y decidió preguntarlo.

—¿C-crees que Sir Hok...? ¿Crees que Sir Hok piensa que soy pelig-...?

—Si escuchara que lo llamaste así, se deprimiría muchísimo —interrumpió y se incorporó, sus ojos azules lo miraron fijamente—. Y no, Evel, claro que no, ¿cómo va a pensar eso de su propio hijo?

Evel bajó la mirada.

—Ya regañamos a Alek —dijo—. Y a sus amigos.

Pero aquello no lo hizo sentirse mejor, nada en aquella conversación lo hizo sentirse mejor.

—Ya... Ya me voy —susurró y se inclinó.

—No olvides traerme un libro —dijo su tío—. Y que Draimat te acompañe y te traiga a casa.

Evel asintió, apretó la correa y se dirigió a la entrada. Cuando abrió la puerta, escuchó los pasos de su tío, pero no se atrevió a mirar atrás. Cerró la puerta, y guardó el libro en su bolsa antes de bajar las escaleras.

Los campos se extendían a lo lejos por varios metros, los bosques abrigaban los bordes y al fondo, se alzaba el humo de las panaderías en Villa Berbentis. Y caminó por los caminos de tierra hacia la villa.

Por algún motivo, siempre había amado caminar hacia la biblioteca, a pesar del calor tedioso y el sol que quemaba su cabeza aquel verano, a pesar de los insectos que volaban tan cerca de su nariz que sentía que los terminaría inhalando, a pesar de que sus botas terminaban llenas de tierra. Lo más agradable era estar solo, caminar sin tener que escuchar a nadie, y sin tener que pensar en nada. Si bien a veces se encontraba algún granjero trabajando en los campos, solo sucedía en época de siembra y de cultivo, y lo solían ignorar. No tenía que pretender, ni tenía que ser alguien más.

A pesar de todo lo que sentía, amaba Berbentis. Siempre había amado los campos llenos de verde, los bosques frondosos, el humo alzándose en las chimeneas de las casas, el balido de las ovejas, el puente sobre el río dónde iba a pescar de niño con Lara y el sonido del viento en los árboles frutales. Dejar ese lugar antes era algo que jamás pudo imaginar hasta ese año.

Después de un buen rato caminando bajo el sol, llegó al puente del río. No se asomó por las orillas, pero el sonido del agua borboteando entre las rocas lo calmó un poco. Si tan solo tuviera su magia se hubiera detenido a practicar su magia... No, no podía usar magia fuera de casa.

Apretó los labios y se detuvo para pensar. Entonces, en la orilla del rio, bajo el arco del puente, algo se removió en la hierba y saltó al agua con un chapuzón.

Evel se asomó y buscó en el agua a la persona, pero en cambio vio algo alargado y oscuro, casi como una salamandra muy alargada, pero dudaba que fuera un animal... Parpadeó y cuando miró de nuevo, había desaparecido.

Tal vez...

Solo era su imaginación, y el efecto de los brazaletes.

Se alejó de la orilla y volvió al camino. Miró de reojo al rio y decidió seguir. Necesitaba descansar... ¿Cuántos días llevaba durmiendo tan mal? No importaba, quizá el cansancio también era por los brazaletes, pero Hok no se los quitaría de todas maneras. No hasta hablar o hasta que viera que estaba demasiado desorientado como para poder entender, escuchar y hablar.

Frotó los brazaletes alrededor de sus muñecas.

Entendía por qué Hok los usaba, pero Hok ni nadie entendería cómo lo hacían sentir. Estaba rodeado de muros de los que no podía escapar. Ellos no tenían magia, nada que ocultar o algo de que avergonzarse, podían hablar con voz firme con cualquier persona sin pensar en lo que pensarían los demás y en lo que sucedería si descubrían si tenía magia.

No los culpaba. La gente en Sengrou tenía motivos para temerle a la magia: corrompía a los humanos, y los dioses la condenaban. Y Hok había aceptado lidiar con él pese a todo, porque él y todos en Berbentis eran buenas personas. Pero en el fondo, Evel seguía deseando que las cosas no fueran así.

Miró atrás a su espalda, apenas se veía el tejado de la casa. Y siguió su camino hacia la villa.

Hubo un tiempo donde todo fue distinto, cuando todo parecía un sueño. Nadie lo miraba como un extraño por poseer magia, no existían esas peleas con Hok ni Alek, cuando no existían esos brazaletes, cuando en realidad, no tenía magia. En ese entonces, tenía alrededor de siete años y la vida consistía en jugar en la granja y atrapar peces en el rio con Alek y sus amigos después de clases.

No recordaba bien a qué jugaban, pero los celos de Alek habían existido desde entonces —tal vez desde antes—. A veces lo excluía de sus juegos, lo hacía el villano de los juegos o a veces él era el juego. Y aunque no todos los niños eran así, Evel prefería ir a jugar con Lara en los campos.

Una mañana mientras Lara colgaba la ropa lavada, Evel fue a jugar a su lado. Giraba la ropa alrededor del contenedor para formar torbellinos y salpicar agua, y a Lara no le molestaba mientras Evel no metiera hojas o insectos, o decidiera hacer sopas extrañas. Además, ella le había dicho que era preferible tenerlo ahí que verlo corriendo de los gansos o arrancando rábanos inmaduros sin permiso.

Lara seguía colgando la ropa en silencio cuando algo cálido y agobiante recorrió el cuerpo de Evel. Cuando apartó las manos del agua, los remolinos se detuvieron abruptamente y en el aire un montón de gotas se suspendieron como lluvia detenida en el tiempo. Cuando trató de tocarlas, notó que se movían con él.

—¡Evel! —gritó Lara y las gotas cayeron—. Tú...

Evel bajó las manos y fingió que no había hecho nada, pero cuando miró a Lara perpleja, cuando ella retrocedió y corrió a casa, supo que había hecho algo malo. No quería que Hok y Mark se enojaran, y tampoco quería verlos tristes, así que con su lógica de niño huyó hacia uno de los árboles de la granja y se escondió. Siempre había tenido miedo a treparse, pero lo hizo y se acurrucó en una de las ramas gruesas mientras miraba lo que sucedía abajo.

Lo llamaron hasta que cayó el atardecer, pero él no quiso bajar y no lograba recordar por qué. Con las piernas plegadas al pecho, y astillas en las manos, el color rojizo del cielo le recordó a un sueño. Cuando oscureció quiso bajar, pero al ver la altura, solo pudo llorar hasta que alguien lo fue a buscar.

—¡Evel! —gritó Hok cuando lo vio en el árbol—. ¡Por Draimat! ¡Aquí está!

Y entonces, por fin lo bajaron. Hok lo cargó hasta la casa, y Evel vio a Lara y a Mark más preocupados de lo que había visto jamás. Apenas era un niño, pero se sintió tan mal que no pudo hablar en todo el camino a casa y solo se aferró a los hombros de Hok.

No pudo ver el rostro de su padre en la oscuridad, pero habló con tono serio.

—Lara me dijo... —comenzó—. Ella me dijo lo del agua...

—Perdón, Evel. Te asusté —dijo Lara y le acarició la cabeza a Evel.

—Evel... ¿Qué pasó? —preguntó Hok con un tono tímido, pero sus palabras tenían la misma seriedad de siempre.

—Y-yo no fui —lloriqueó.

—Mark también vio.

Recordó cómo su vista se nubló de nuevo.

—Evel, escúchame —llamó Hok—. No está mal, pequeño... No pasa nada.

Y entonces recordó que lloró tan alto que Hok tuvo que abrazarlo todo el camino, y sus palabras, todo lo que dijo se lavó con sus sollozos. Pero de entre todo lo que había preguntado, recordaba una sola pregunta:

—¿Puedes hacer magia?

Y sus sollozos se intensificaron. Había sido tan dramático, pero recordaba ese momento y la respuesta de Hok con cariño.

«Estoy muy feliz». Había dicho «Estoy muy feliz, Evel, ¡puedes hacer magia!». «¿Te gustaría aprender más, Ev?». Nunca supo si aquellas palabras estuvieron cargadas por algo más, ¿preocupación quizá? ¿Miedo? Pero en ese momento no importó, porque Hok decidió enseñarle a utilizar su magia.

Abrieron el sótano después de mucho tiempo esa misma noche, Hok le habló acerca de su abuelo, el último mago de la familia, y le mostró su retrato, le habló sobre los libros que él había escrito, le habló sobre la magia y la hechicería, trajo un montón de materiales a una mesa polvorienta. Y apagaron las luces.

—Ven, Ev —le había dicho y le revolvió su cabello mientras se sentaba con su ayuda a su lado—. Tú solo observa.

Hok abrió frasco tras frasco, y tomó una porción de cada uno, y los revolvió en un cuenco hondo. Evel recargó sus codos, y se impulsó hacia adelante para asomarse, pero retrocedió cuando Hok le dio una mirada.

Y Hok sonrió cuando brotó una niebla espesa en algunas partes del cuenco, y miró a Evel de reojo, luego cubrió el cuenco con una franela, y se levantó.

—Mira, Ev.

Y alzó la franela. Aquello no había sido magia, ni siquiera se acercaba a lo que él podía hacer, pero le pareció mucho más hermoso. Fue casi como un milagro, y fue solo para él.

Hubo un montón de colores cristalinos, un montón de brillos que iluminaron la oscuridad del cuarto a pesar de que el cuenco escupía niebla y espuma. Se formó una pequeña burbuja, que cuando se reventaba resurgía con otro color. Y Hok solo se lo mostraba a él, y Evel sonrió. Jugaron un rato con ellas, alzándolas al aire para que explotaran en pequeños brillos y reaparecieran en el cuenco.

—¿Te gusta, Ev?

Él giró, y asintió muchas veces

—Esto no es magia. La magia está ligada al mago, la hechicería no. La magia puede hacerte daño si no eres cuidadoso —dijo Hok con los ojos perdidos en el cuenco—. Yo no tengo magia como tú, esto que vez ni siquiera se acerca a lo que tú puedes hacer.

Hok rio a pesar de sus palabras.

—Pero te enseñaré hechicería, y te ayudaré a que puedas usar tu magia.

»Solo que no podrás hacer en ningún otro lugar más que aquí, ¿qué te parece, Evel?

Evel asintió con entusiasmo.

—¡Sí!

Hok sonrió entonces.

Aquella vez se había sentido tan feliz que casi parecía un sueño, algo que jamás había pasado en realidad, pero recordaba aquel momento mejor que nada. Había una promesa entre Hok y él que había prometido cumplir.

Si pudiera regresar atrás...

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