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I. En la superficie

Seguía vivo, estaba seguro de eso, aunque sus pensamientos eran apenas hilos débiles que nacían y morían en dos sensaciones; frío y dolor. Sus extremidades estaban siendo oprimidas desde todas las direcciones, a su alrededor no había más que oscuridad, en su pecho retumbaba un sentimiento feroz que con cada golpe reafirmaba que seguía con vida. No conocía ni el inicio ni el final de la situación en la que estaba, pero aún así no se había desesperado. Parecía estar condenado a ser tragado por esa inmensa negritud por toda la eternidad, y lo había aceptado de alguna manera, hasta que oyó algo diferente al latido de su corazón. Eran voces que gritaban con tanto volumen que parecían hacerlo justo sobre sus oídos. Clamaban juntas el mismo sonido, y por primera vez se sintió desesperado, porque le resultaba tan familiar y no sabía la razón. Las voces continuaban gritando cada vez con más potencia, su desesperación crecía en respuesta y sus miembros comenzaban a liberarse de las fuerzas que los reprimían.

Despierta. Ahora.

Cuando finalmente fue liberado de la presión, la primera bocanada de aire que tomó hizo arder sus pulmones. Abrió los ojos para darse cuenta de que estaba recostado horizontalmente sobre una superficie mullida. Se enderezó, respirando agitado, intentando traer claridad a su mente. Tras haber sido capaz de ver nada más que un espacio negro y estar limitado a una sola posición, la luminosidad del lugar en el que se encontraba y la respuesta inmediata de sus miembros resultaron abrumadoras, su cerebro se exigía a un ritmo muy acelerado a reaccionar a los estímulos que recibía. No reconocía absolutamente nada de lo que lo rodeaba. Era una habitación iluminada con luz propia, de una amplitud inmensa, tanto que apenas conseguía distinguir las paredes que la cerraban, el techo tan alto que podría ser el cielo nocturno.

―Whis, pon atención, el niño ha despertado al fin. ¿Qué tal estuvo tu sueño, eh?

Giró la cabeza hacia la voz tan rápidamente que sintió un mareo. Estaba empañado por la confusión, pero aunque no lograba darle sentido a su propio pensar, sabía bien que esa había sido la voz que le había ordenado que despertara, posiblemente la que lo había provocado en primer lugar.

Tan pronto como su visión se enfocó, pudo distinguir al dueño de la voz rasposa, y al hacerlo se sintió aún más perdido. No conocía a esa persona de piel morada, largas orejas puntiagudas y ojos amarillos de pupilas rasgadas, pero su mente asoció su apariencia con un animal que sí conocía. Frente a sus ojos había un gato antropomorfo, mirándolo de manera hosca con los brazos cruzados sobre su delgado torso.

―Oye, ¿puedes hablar? ¿O es que acaso el Gran Sacerdote me tiene en tan poca estima como para traer a un sujeto que no es capaz de algo tan simple?

―Mi señor, dele un poco de espacio. Necesitará un momento para organizar sus pensamientos, ha estado inconsciente por mucho tiempo.

Una voz diferente provino de un segundo individuo. El ser antropomorfo gruñó ante las palabras, pero obedeció y dio un paso hacia atrás, dando lugar al hombre para acercarse. Un poco más acostumbrado a los sonidos y a la capacidad de ver, consiguió sostenerle la mirada. El hombre se la devolvió de manera más gentil, su rostro pálido y de expresión suave, sus ojos lilas casi demasiado bellos. Su aura irradiaba una tranquilidad que con sólo verlo se sintió en calma, brillaba de forma natural desde la punta de su largo copete blanco hasta el final de sus elegantes zapatos. Esta vez, su apariencia fue asociada rápidamente por su mente con algo parecido a un ser angelical.

―¿Se encuentra bien? ―preguntó el ángel, y él parpadeó repetidamente. Hizo un esfuerzo para concentrarse en la pregunta y encontrar su voz para responder, lo que le ocasionó otro mareo. El hombre lo notó e hizo una mueca que alteró fugazmente su expresión―. Está bien, tómelo con calma. Debe estar demasiado confundido. Me presento, mi nombre es Whis, quien lo ha despertado se llama Bills, él es el Dios de la Destrucción. Usted ha sido elegido por orden divina como su sucesor.

Aunque quien ahora sabía que se llamaba Whis había implementado un ritmo pausado y un tono amable para hablarle, jadeó ante tanta información brindada de un sólo golpe. ¿Dios de la Destrucción? ¿Elegido por orden divina? Todos esos conceptos extraños se amontonaron en su mente y en su apresurado intento por darles sentido, se sintió temblar por la anticipación de un potente mareo. Antes de sucumbir a la presión, una mano resplandeciente fue depositada con calma sobre su hombro, sirviendo de ancla a la realidad que lo rodeaba, sacándolo nuevamente de aguas turbulentas que amenazaron con volver a tragarlo.

―Tranquilícese, por favor. Tengo entendido que su confusión no sólo se debe al tiempo que lleva inconsciente, sino también a su pérdida de memoria ―continuó Whis―. Dígame, ¿recuerda su nombre?

Pérdida de memoria; a eso se debía su confusión y el vacío que ahondaba su mente. La mínima comprensión de su estado le dio una sensación de estabilidad a la que se aferró al instante. Un nombre, claro. Él debía tener un nombre. Miró fijamente sus propias manos sobre sus muslos vestidos con un camisón de blanco inmaculado. Respiró hondo, buscó en el vacío alguna señal, algún sonido reconocible que le revelara su identidad. Y lo encontró.

Había sido llamado por su nombre por las voces. Su nombre era...

Tu nombre será Gohan.

―Mi... ―se sobresaltó ante su propia voz, que salió rasposa, grave. Tragó duro, aplacó su efusividad y tras otra respiración profunda, continuó―: Mi nombre es Gohan, yo... Yo soy Gohan.

La ligera sonrisa de Whis solidificó su vivificante sentimiento de triunfo.

―Entendido. ¿Qué tal si lo sacamos de esa cama, Señor Gohan? Ha descansado más que suficiente, ya es hora.

Antes de poder detenerse a analizar qué significaban esas palabras con exactitud, Gohan asintió y permitió ser guiado por las manos de Whis fuera de la cama. En el lento proceso de lograr sostenerse con sus propias piernas sobre el suelo liso, repetía su nombre en su mente, decidido a fijar su atención en la menor cantidad de cosas posibles, ignorando deliberadamente la información extra que ahora conocía. Sabía que tenía un nombre, y ese nombre era Gohan, a partir de eso podría avanzar.

―Un paso a la vez ―alentó Whis, y Gohan tomó su consejo. Dio su primer paso con sus pies descalzos, y respiró profundamente cuando sus piernas adquirieron estabilidad suficiente para sostener su propio peso sin ayuda. Como antes, buscó la sonrisa de Whis, pero al alzar la mirada se encontró con un par de ojos felinos.

―Esto es humillante. ¡Whis, no tengo tiempo para cuidar de bebés! ―refunfuñó Bills, alejándose de ambos hacia una puerta de arco que Gohan notó en ese momento.

―Discúlpelo, está malhumorado desde que usted llegó, pero no nos concentremos en eso ahora. Lo que necesita es un buen baño tranquilizante y luego despejaremos algunas de las dudas que debe tener, ¿está bien?

Aún mirando el camino que Bills había tomado, Gohan volvió a asentir. No podía oponerse a las instrucciones de la única persona que parecía querer ayudarlo, y no veía ninguna otra alternativa posible para comenzar a averiguar qué era lo que le había sucedido, de qué se trataba realmente todo el asunto del Dios de la Destrucción. Ahora no sólo recordaba su nombre, sino que podía mantenerse de pie.

Whis avanzó dos pasos frente a él. 

―Sígame, por favor.

Gohan obedeció. Un paso a la vez.

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