VI. Cuenta la leyenda, que la soga pudo aflojarse un poco
Esto no estaba funcionando.
—¿Quieres que vayamos a mi cuarto?
—Creo que no.
—Estamos solos, todo irá bien.
—Oye, escucha. ¿Crees que podr...
—¿Qué pasa, Luck? Vamos a...
—¡Detente! —exclamo, con el corazón en la garganta—. Por favor, me estás poniendo más nervioso de lo que estoy y no es bueno que tenga estos pensamientos tan impuros a esta hora de la tarde. Así que te pido que por favor, Wayta, te detengas
Le escucho carcajearse a través de la videollamada, y no puedo evitar secar el sudor de mi mano libre sobre la tela de mis pantalones. Procedo después a olerme a mí mismo.
Tenía que ser precavido.
—Es que puedes llegar a ser tan tierno y tan tonto al mismo tiempo —se burla.
—Si claro, tan tierno que te estoy dedicando mi hermoso dedo de enmedio solo para ti. Mira, mira —sonrío falsamente.
—Lucky —pausa y sé lo que viene a continuación—. ¡Que aún no me lo creo! —romper mis tímpanos—. ¡Tienes una cita! ¡¡UNA CITA!! ¡¡Vas a follar!!
—Wattys, quieta. Silencio y sentada —vuelve a reírse—. Hablo en serio. No puedes pretender que me acueste con una chica en la primera cita y que la conozco de hace solo un par de días. La voy a espantar.
—Si no lo hiciste antes, no lo harás ahora—contestó y con su mano hizo el gesto de restarle importancia. Vaya, que ánimos—. Además, ella es mayor me dijiste, ¿o no? Seguro tiene experiencia.
—Si, pero...
—Tu Honey seguro se tira encima de ti y tú que lo has estado deseando siempre de seguro sales huyendo de la impresión —comenta mientras le veo peinarse sus mechones—. Además, es gamer. Posiblemente es este tipo de chica que se ve muy inocente al principio pero luego resulta ser toda una tigresa. En ese caso, te tocó una de las buenas.
—¿Eso crees?
—O fácilmente te tocó una psicópata de doble personalidad.
Pongo cara de póker y ella solo se encoge de hombros. Sus burlas hacia mi persona disminuyen el poco ego que me quedaba.
Y es que ahhh... cómo olvidar el como llegué a esta situación.
Efectivamente, mis señoras y calamares. Tenía una cita con Miel, la chica que conocí hace más o menos una semana.
¿Dónde, cómo y cuándo? ¿Palomitas porque no se lo creen?
Yo tampoco, vale.
Resulta que el día en que todos los chihuahuas se revelaron y Lusho los lideró hacia mí para quitarme su juguetito predilecto, pues la vida misma se descontroló.
Cassie tuvo que auxiliarme y dar por concluida la clase. Me hubiese avergonzado profundamente siendo la primera vez que iba, pero...
¿Qué demonios?
¡Ahí estaba yo desangrándome y necesitaba de atención urgentemente!
Okey, los chihuahuas solo se lanzaron a por mí pero solo recibí un par de rasguños por sus uñas y demasiada baba en mi rostro.
Oki doki, que exageré pero igual.
¡Quería ir al cementerio! Digo al hospital...
Y al cementerio también de paso.
Como la clase había terminado entonces, algunos de los familiares de las señoras vinieron a buscarles. No de todas, aclaro.
Sin embargo, cuando estuve a punto de irme con mi columna cantando ópera del dolor la puerta se abrió. Y adivinen...
Miel entró por ella.
Se sorprendió tanto al verme como yo de verla a ella. Me sonrió de manera angelical. Y platicamos un rato, comprendiendo que había venido a recoger a su abuela y a su chihuahua.
Me hipnotizaba cuando me hablaba.
Sin embargo, Dora llegó para arruinarme la charla.
Se posicionó frente a ambos y me quejé. Seguramente venía a burlarse de que un sapo feo como yo estaba pidiéndole un beso a la princesa para convertirme en el príncipe apuesto que nunca sería.
Auch, que malos eran sus pensamientos.
No obstante, casi me desmayo cuando Miel capta nuestra atención.
«¡Mira, te presento a Luck! Hemos intercambiado nuestros números y se ofreció a darme un paseo por el pueblo. Luck, esta es mi abuela»
Casi muero.
Si no era por el infarto que me dio hubiese sido por las potentes bazucas que salían de los ojos de Dora en mi dirección.
Gracias a Chuck Norris, su chihuahua Linda intervino en casi su matanza porque empezó a perseguir a Lusho por toda la habitación y a menear la cola por lo contenta que estaba.
Dora y Miel pronunciaron un tierno «Owwwwww» y yo casi me atoro con mi saliva al ver a Lusho de aquel modo. Ambas concordaron en que Linda y Lusho hacían la pareja ideal.
Miércoles, ¿ahora como le decía a mamá que Lusho ya tenía novia?
Doble miércoles, esa chihuahua me odiaba también. Como Lusho odiaba a Miel. Odio mutuo. Pero, ¿qué le enseñaban a los perros hoy en día?
Aunque pensé que si, pues querían volver a verse tendrían que dejarnos salir a Miel y a mí. Por lo que aproveché ese pensamiento y me lancé para pedirle la cita tan ansiada.
Lo mejor de todo esto, fue que no me rechazó ni me golpeó con su bolso. Y eso que olía a baba por cualquier parte del cuerpo.
Pero pude respirar tranquilo sin importarme que Dora me jalaba de las orejas.
Estuvimos hablando toda esta semana por teléfono hasta que por fin escogimos un día para salir. Fue maravilloso.
El coro de Dios alababa mi victoria en las noches.
Y ahora aquí me encontraba, esperando por ella en frente de su casa mientras escuchaba las narraciones de mi mejor amiga.
—... que no sabes lo gracioso que es Luck, —hablaba. Pero yo no le prestaba atención al estar constantemente mirando a la casa—. Pero, ¿te digo algo? Miles me confesó algo el otro día y es que...
Finalmente, la puerta se abrió y Miel salió con un vestido de flores que le llegaba hasta un poco más por encima de las rodillas, y cuando alzó la vista hacia mí sonrió.
Hasta que dejó de sonreír mientras corría hacia mí.
—¡Vámonos, vámonos, vámonos! —anunció con una expresión de espanto.
Sin despedirme de Wayta, colgué la llamada a sabiendas de que me cantaría las cuarenta más tarde, pero eso no era lo importante.
Podría jurar que Dora nos miraba por una pequeña abertura de la puerta con cara de desquiciada.
¿Eso era una escopeta?
No quería averiguarlo.
—Monta, monta, monta —digo antes de que mis sospechas fuesen más certeras que el hecho de que casi mojo mis pantalones.
Entre Miel y yo que andaba todo nervioso, casi formamos un espaguetti con albóndigas para nada delicioso intentando subirnos a la moto que mamá me había prestado.
Oh, si beibes.
Mamá me había prestado su moto, recalco.
Hice maniobras espectaculares y le recordé cosas de su pasado para que me la prestara, jeje, influencias de su único hijo que nunca le pedía nada.
Yo era un angelito.
Se despidió de mí con una falsa sonrisa mientras decía: «Ah, mi niño. Ya ha crecido y ya tiene novia» Y me abrazó tan fuerte, que casi no me permite respirar «Cuida esa moto con tu vida si no quieres que confisque la televisión»
Y eso amigos míos, había sido lo más sincero que jamás me había dicho en el día.
—¿Entonces nos vamos a donde dijiste? —pregunté mientras le pasaba un casco.
—Ajam.
Hice una mueca cuando asintió, pero rápidamente mis manos se volvieron de gelatina cuando me abrazó por la cintura.
Nos íbamos a matar en aquella moto.
Y ella tendría toda la culpa por ponerme tan nervioso.
Aunque en realidad, no iríamos muy lejos, así que cuando llegamos a nuestro destino, supe que íbamos a vivir y yo podría regresar a la preparatoria.
Ay cucarachas, que comparación más mala esa.
ATENCIÓN:
Inserte cámara lenta porque el idiota del actor así lo ordenó y ya no tengo dinero para buscarme a otro o contratar un sicario.
Gracias.
Miel bajó primero.
Su vestido fue movido por las suaves corrientes de aire que oportunamente pasaron en ese momento. Sus rubios rizos también bailaron la danza del viento que nunca escuché.
Dos parejas pasaron por nuestro lado y los chicos le chiflaron a lo camionero, recibiendo luego golpes de sus novias.
Sin embargo, estas fueron las que después recibieron malas miradas de sus novios cuando decidí bajarme yo.
Mi pie se levantó con elegancia de la moto, y cuando me retiré el casco el viento también osciló mis cabellos. Después, los sacudí lentamente, sonriendo a la cámara como si esto fuese un comercial barato de shampoo.
«Shampoo de fresa.
Shampoo de fresa.
Hoy sin pelos,
y mañana sin cabeza»
¿Pero qué importaba si perdían la cabeza por mí?
Me sentía sexy, hot, apapuchable. Y junto a Miel, éramos la pareja del año.
Ambos bajamos y apreté el botón en la llave de la moto para ponerle el seguro. Se escucharon sus dos pitidos y sus luces centellearon, creándonos un ambiente muy cool la verdad. Solo faltaba la explosión de fondo.
Miel y yo nos agarramos de las manos y comenzamos a caminar lentamente hacia nuestra siguiente parada, porque ahí sería nuestra tan especial cita.
Un restaurante de cinco estrellas que había aparecido frente a ambos de la noche a la mañana.
Pero tampoco importaba.
Cada paso que dábamos, era acompañado por los desmayos de las señoras que me admiraban cuando pasábamos.
Les sonreí. Y metí mi mano libre en el bolsillo porque me estaba dando puro gusto ser el chico guapo y arrogante que camina a cámara lenta.
Claro...
... que eso no fue lo que pasó exactamente.
No sería Luck si eso pasara, ¿o si?
—Tranquilo, ya casi está —decía Miel.
Yo solo me estaba desesperado poco a poco.
—¡Es que no es justo! Lo siento, lo siento. Lo estoy arruinando todo —olvídenlo, definitivamente me desesperé.
—Hey...
Miel dejó de ayudarme y se incorporó para agarrarme de las mejillas. La lagrimita casi se me sale. Nunca había estado tan apenado en toda mi vida.
—Esto le puede pasar a todos.
—Claro que no, solo me pasa a mí. Alguien debe odiarme mucho como para lanzarme algún tipo de maldición.
—No, Lulu —sonrió ella. Y yo alcé la vista ante su apodo—. No digas esas cosas. Todo está bien, de verdad. Te prometo que en cuanto termine con esto, vamos a divertirnos mucho. Será una cita espectacular, ¿si?
Ella me da un beso en la mejilla y casi me vuelvo a caer de la moto por segunda vez.
Porque eso era lo que había pasado, mis queridos amigotes.
¿Recuerdan cuando dije que alcé mi pie con elegancia?
Pues mentira cochina de aquí a China. Piensen en un ganzo bajando de una montaña con un cohete sujeto a las patas.
Eso fue lo que pareció, y cuando quise levantarme no me di cuenta de que la chaqueta que traía puesta se había enganchado en algún lugar misterioso de la moto y eso hizo que cuando me desmonté, la jalara hacia mí y todo pasó muy rápido.
Pero en resumidas cuentas, los dos nos revolcamos y les dimos mimos al suelo.
Vehículo y hombre.
No me pasó nada, tranquilos. Alguien quería que viviera lo suficiente como para seguirse burlando de mis desgracias.
Ahora Miel intentaba encontrar el modo de liberarme de aquella chaqueta. Que como dato curioso, se la había dejado Jone un día que cenó en casa.
Y no, no se la robé.
Que no se la devolviera significa que él es el irresponsable por nunca volver a por ella.
—Veamos, creo que... Ya está, ¿lo ves? —sonrió ella, mostrándome finalmente mi libertad—. Como nueva.
Me incorporé y comencé a comprobar si estaba entero.
—Casi —advertí que por lo menos se había roto la manga derecha por completo.
Ahora que lo pensaba, Jone no le tenía mucho aprecio a esta cosa. Creo que no. Me parece que no. Nunca me lo dijo.
Jone no amaba esta chaqueta que había sido regalada por su novia en su primer aniversario.
Para nada la amaba.
Así que todo bien.
Me saqué la chaqueta y pude notar que en vez de señoras desmayándose por mi aparente atractivo e inexistentes bíceps, dos moscas revolotearon por mi cara.
Que graciocillas.
Procedí a levantar la moto y respiré tranquilo cuando no ví ningún daño que pondría en duda con mamá mi futuro existir. Le puse como tres candados que ella misma me había obligado llevar, y luego se escucharon los pitidos cuando apreté el botón de la llave.
Le pedí a Miel que guardara la chaqueta en su bolso y ya estábamos listos para continuar hacia nuestro destino.
Que no era un restaurante de cinco estrellas.
No, no, no, no, no.
Miel me había hablado acerca de un lugar donde la historia del pueblo cobraba vida.
Casi la llevo hacia las cuevas de los osos a las afueras pero en realidad ella se estaba refiriendo al Museo Local.
Créanme.
Mi cara fue justamente esa que traen ustedes.
Yo solo quería ir a los ponys.
—Me muero por recordar de nuevo toda la historia de este lugar —aplaudió emocionada y agarró unos panfletos de la entrada que traían toda la información necesaria.
Oscar, el guardia, estaba tan ocupado cortándose las uñas de los pies que no notó cuando entramos. Y pensar que también era el conserje de la escuela.
Llevé las manos hacia mis bolsillos mientras mirada todo con tristeza, sabía que me iba a aburrir mucho.
No entendía por qué Miel prefirió este lugar. Ella era una chica de ciudad, así que suponía que estas cosas no le interesaban.
Yo ni siquiera le prestaba atención en clase de historia. Creía más divertido cortarle el pelo a Wayta cuando no me veía.
—¡Mira esto! —Miel me agarró del brazo y nos posicionó frente a un enorme cuadro—. "Los ángeles comen tomates" de Zoiu Nartystca. Mmm, mongoloide —señaló, ladeando la cabeza cuando alzó la vista hacia la pintura.
Yo también ladeé la cabeza.
Tenía un fondo azul. Un palito hacía del cuerpo de lo que parecía un perro y su cabeza era un círculo con dos círculos más como orejas. A su lado, había un tomate.
Literal.
Habían aplastado un tomate contra la pintura.
—Esta exitosa obra encontrada en las bóvedas de la mansión Nartystca, —comenzó a leer Miel—, muestra claramente que los principios del arte de la época de hace dos milenios escondían el verdadero significado de simplicidad y recuperación de figuras en un ambiente sureño e hipotéticamente para nada cobarde. Zoiu comenzó a dibujar en cuanto su familia se mudó a nuestro pueblo. Escondió sus bocetos debajo de su almohada y luego se tiró del balcón de su habitación para hacer un excelente salto inverso hacia su piscina. Murió de risa seis años después.
Parpadeé ingenuo
—Que... tragedia, ¿no? —murmuré y Miel se llevó una mano hacia su pecho.
—El pobre. Quería callar a la sociedad con esta obra de arte y mírale, al final no pudo ser reconocido como artista en vida.
—Pero si pudo ser un famoso clavadista, oye.
Miel asintió conmovida.
¿Conmovida?
Demasiado buena para este mundo.
Yo ni siquiera podía creer que estuviéramos allí en primer lugar. Para eso la hubiera llevado a la preparatoria el lunes.
Luego vimos más cosas extrañas. Como por ejemplo, un reloj de arena que según los primeros habitantes de Arrobahumores, daba buena suerte con cada tropezón que tenías.
Cuantas más personas se rieran de tu casi muerte más buena suerte adquirirías.
Casi que regreso a mi casa para buscar mis ahorros y comprarlo o casi lo robo. ¿Funcionaría? Total, la gente ya no sabía de qué burlarse.
No sabía cuanto más duraría aquella tortura. Miel me condujo ahora hacia una estatua de mediano tamaño. Tenía la cabeza de un cerdo, pero el cuerpo de un atleta.
—Representación del Dios Bibi —comenzó a leer la información—. Esculpida por el griego Kheah Gokónm Ibida a los 30 años de edad cuando inmigró desde Grecia hasta aquí.
—Ese hombre perdió la cordura —susurré, pero Miel no me escuchó porque continuó leyendo.
Volteé para echarle una miradilla al lugar.
No habían muchas personas. Detrás de nosotros, una pareja leía la inscripción del reloj de los tropezones y su hijo pequeño no hacía ningún caso.
Este miraba ensimismado a su pelota.
Luego, el chico levantó la vista y me notó. Sonrió y pude advertir que le faltaban los dos dientes frontales.
Algo no me olía muy bien.
¿Sería yo?
—Los antiguos arrobahumorenses aclamaban a este dios, y decían que tenía el poder de anunciar las desgracias antes de que sucedieran.
Presté atención a la explicación de Miel, cuando sentí de pronto que algo golpeó a mis pompis.
Giré y me encontré con que el chico estaba silbando como quien no ha hecho nada malo.
Volteé de nuevo.
—Comentan que era importante tener aunque sea una pequeña réplica suya en el hogar para protegerles de todo mal y así avisaría también las futuras catástrofes.
Ahora golpearon mi espalda y giré para encararlo. Pero se hizo el loco y le miré suspicaz. Volteé nuevamente con un plan en mi cabeza.
—También cuentan que cualquier cosa que le pasara a la estatua, o si se rompía, significaba que tendrías mala suerte toda tu vida y...
Giré rápidamente y pude capturar la pelota antes de que me fracturara el cráneo, mis reflejos me habían ayudado a conseguirlo.
El chico abrió los ojos por la sorpresa y yo le sonreí con prepotencia. Quise devolverle la pelota, pero no medí mi fuerza y sin querer golpeé su estómago porque no pudo capturarla a tiempo.
Pensé que lloraría y me delataría con sus padres, pero en vez de eso me miró de forma asesina.
Mierda.
—Como que tiene muchas magulladuras esta estatua...
No me dio tiempo ni distancia suficiente porque en cuanto tiró la pelota hacia mí, esta se me escapó de entre las manos y dio a parar a mis espaldas.
«¡CRASH!»
—Mierda.
Había dicho Miel.
Cuando giré me la encontré estática mirando hacia el suelo, donde la estatua yacía completamente destrozada en millones de pedazos blancos.
La cabeza de cerdo había parado a los baños. A un lado el objeto asesino parecía no sentir culpa.
Claro, Luck, es una pelota. ¿Qué esperabas?
Corrí hacia la chica para tomarla rápidamente del brazo.
—¡Oigan! —sentimos la voz de Oscar a nuestras espaldas. Miel y yo nos tensamos—. Se rompió de nuevo esa baratija. ¿Alguien tiene pegamento?
—¡Corre!
Jalé a Miel del brazo y pasamos por delante de las pocas personas que se nos quedaron viendo asombradas. No sabía por qué corríamos, yo solo le hice caso a mis instintos.
—¿¡Nadie tiene pegamento!? —el grito de Oscar se hacía cada vez más lejano.
Pero ya estábamos saliendo del museo en búsqueda de la moto y salir de allí de una condenada vez.
Gracias, Dios Bibi. Al final tu muerte sirvió para algo.
Espero.
Oremos pues.
—¿Te había pasado algo así antes? —preguntó Miel con la respiración agitada mientras se ponía el casco.
—No, pero era de esperarse que me pasara alguna vez en mi vida —sonreí y ella besó mi mejilla lo cual hizo que casi me cayera de la moto por tercera vez— ¿A dónde vamos ahora?
—Hmmm... Escuché acerca de una pequeña discoteca, aquí en el pueblo. ¿Qué crees?
Mi mandíbula fue la que se cayó al suelo ante su opción.
De museo a discoteca.
No, si es que Wayta iba a tener razón. Aunque, ¿no me había dicho que este tipo de chica era de las buenas?
La verdadera fiesta estaba por comenzar, nenes.
—Como ordene la reina —reímos y arranqué para iniciar nuestro trayecto hacia...
La otra manzana.
Sip, claro.
Pueblo rechiquito, recuerden.
El cartel de neón mostraba en palabras gigantescas "Caballeros & Pulpos" El nombre de la única discoteca y más o menos decente en todo el pueblo.
Una pequeña diversión para nuestras pobres almas en desgracia. Aunque más bien, para los mayores de 18 años.
—Señorita que ya le he dicho, usted puede pasar. Pero él no.
—¿Y si me pongo tacones? —pregunté.
El gorila me miró de mala manera y la gente de la fila comenzó a quejarse.
La noche había caído mágicamente en cuestión de segundos y ya había llamado a mis contactos para que abandonaran la idea de apreciar un atardecer bajo las picadas de los mosquitos hacía dos horas.
Qué desastre.
—¡Pero no entiendo! Todos ustedes se conocen, ¿o no? —cuestionó Miel a mí. Yo le eché un vistazo al gorila.
Se parecía a Oscar.
Y luego recordé que Oscar tenía un hermano gemelo. Si mal no recordaba, su nombre era Asgard.
Creo, aunque mejor no me arriesgo no vaya a ser que me tome de los pantalones como en las pelis y me lance a los basureros.
—Pues.... no creo que...
—¿Luck? —una voz a nuestras espaldas me hizo voltear.
—¡Joneeeeeee! Amigo mío. —me le tiré encima para abrazarle—. Mira Miel, este es Jone. Mi hue... so derecho —escuché como alguien carraspeó detrás nuestro y giré—. ¡Ah! Y esta es Inga. Su novia, pero que es también su pe...
—¡Ya, ya, ya, okey se entendió!
—¿... rsona favorita? —le miré confundido.
—Ah —Jone parecía aliviado—. Y bueno, ¿qué hacen aquí afuera?
—Este hombre no nos deja pasar porque Luck es menor de edad —habló mi acompañante.
—¿Y que edad tienes? —le cuestionó Inga.
—Diecinueve.
Mi amigo codeó mis costillas.
—¡Jonee! —me quejé por su brusquedad—. ¿Qué?
—Definitivamente te gustan mayores —susurró y yo solo me encogí de hombros—. Pero bueno, es su día de suerte. Para fortuna de ambos, ese hombre que está ahí me quiere como si fuese su sobrino, por lo que Inga y yo siempre venimos de vez en cuando y nos deja pasar. ¡Así que vámonos!
Miel y yo nos sonreímos y aplaudimos cuando Jone se acercó al gorila, llamándole Askor. Vaya, Asgard sonaba más guay.
Efectivamente, el señor nos dejó entrar y cuando pasamos por su lado Miel le dedicó el dedo corazón y yo me escondí detrás suyo mientras pensaba que Jone tenía muchas influencias como el típico chico cool.
Tenía que convertirme en uno de esos cuanto antes. Dejaría de ser el ladrón del IPhone para convertirme en el cool que baila sensualmente y juega baloncesto.
Bien.
Una vez dentro del local se formó la bachata.
Literal.
Era bachata y cumbia la música que estaba sonando. Me asombré que no hubiesen tantos adultos. Creía reconocer a la mayoría de adolescentes que estaban en mi escuela.
Askor me debía demasiadas explicaciones.
—¡Oye Jone! Gracias por ayudarnos a entrar —gritó uno de ellos.
Ah ya olvídenlo, era más que obvio.
Pasado un tiempo, Jone y yo nos encontrábamos mirando a nuestras chicas bailar a lo loco en la pista, mientras nosotros parecíamos los acosadores en la barra. Jone sentado de piernas abiertas y los brazos extendidos con una sonrisa arrogante en el rostro.
Yo sentado con mis piernas cerradas y las manos sobre estas porque hace un rato fui a agacharme para recoger una moneda y se me rompió el pantalón por la entrepierna.
Mamá me iba a matar.
—¡Oye Luck! —gritó Jone porque la música estaba potente— ¡Voy al baño! ¡Cuida a las chicas! —dijo y yo asentí.
Él se marchó.
No entendía por qué querría una margarita, pero allá él. Por mi parte cuidaría de las chicas.
Fui a pedirle su copa al barman pero este me dijo que por ser menor no podía venderme nada.
Esta gente y sus prejuicios haciendo sentir inferior a los menores. Casi que me pongo en modo cavernícola sino fuese porque alguien intercedió por mí.
—Una margarita por favor, yo me hago responsable de todo lo que suceda —dijo el hombre.
No esperen, la señora.
¿Señora u hombre?
Ah no, un momento.
Ese es...
Mierda.
—Hola, guapo. ¿Qué haces tan solito por aquí?
Milano en los días y Mónica en las noches.
Por favor que no me reconozca. Por favor que no me reconozca. Que es muy amigo/amiga de mamá.
Aunque por favor, que no me viole tampoco.
—Este yo... Emmm... —intenté no hablar y agradecí que no hubiesen muchas luces para que no me viese bien.
Tapé mi rostro y el barman posó una copa de margarita frente a mí.
—Gracias, pero no puedo aceptar....
—Tienes un pelo muy bonito —dijo, acariciando mis mechones. Cucarachas, cucarachas, cucarachas—. ¿Quieres que sea tu peluquera personal?
Válgame Yizus.
Cuando quiero perder la virginidad de forma sana, me ponen a una pervertido que estaría dispuesto cien por ciento.
Casi me meo del nerviosismo.
—Yo... Es que no...
—¡Cariño! —respiro profundamente cuando Jone se acerca hacia mí. ¡Mi héroe!—. ¡Vamos a bailar, anda! ¡Oh! ¡Hola, madrina!
Y definitivamente me hice en los pantalones.
—¡Jone tesoro! —sonrió Milano/Mónica—. ¿Divirtiéndote?
—Si, qué se puede decir.
—¿Y esta preciosidad? —preguntó señalándome.
Volví a encogerme en el asiento y agarré la copa entre mis manos porque no sabía qué hacer.
—Oh, es solo un amigo que vino con nosotros. Una especie de cita doble —Jone apuntó hacia la pista y el hombre miró—. Ahí está su chica.
—Oh, ya veo... pues... Qué lástima...
Y no pude con tanta presión.
Me llevé la copa a los labios y bebí solo un poco porque enseguida el sabor me asqueó.
—¡Me voy a bailar! —anuncié, cortándoles la charla con una sonrisa falsa y me levanté con la bebida en la mano para ir a donde las chicas.
Dios mío, han sido los minutos más tensos desde la vez en que mamá y papá discutieron porque había metido toda la ropa en la lavadora.
Vestimos de rosa por dos semanas.
Encuentro a las chicas bailando a unos pocos metros de distancia. Honey me ve y levanta la mano para saludarme.
Yo hago lo mismo para avisarle que pronto estaré ahí con ella.
Y todo hubiese sido perfecto... si no fuese porque alcé la mano que tenía la copa y derramé la margarita que quedaba a un tipo a mi lado.
—¿¡Pero es que eres idiota o qué!? —exclamó este y la gente se apartó.
Sentí los murmullos a nuestro alrededor y me estremecí. Caracolas.
El sujeto parecía estar borracho y con ganas de iniciar una pelea. Me miraba con ira en sus ojos.
Jone llegó hasta mí con cara de preocupación. Las chicas también se acercaron. Éramos nosotros cuatro frente a él y a un par de los que supongo que eran sus amigos.
No sabía si lo que estaba a punto de hacer era lo correcto, pero cuando Miel asintió en mi dirección supe que era hora de convertirme en el nuevo chico cool.
Estaba listo para esta batalla.
Miré al sujeto borracho y hablé para mis amigos.
—Vamos chicos, podemos con ellos —avancé un paso, tronando mis dedos pero me salió tan mal que casi lloré por el dolor. Tuve que callar mi agonía—. ¿Listos?
Noté que mis compañeros asistieron a mis espaldas. Nuestros contrincantes parecían confundidos.
No se lo esperarían.
—¡Y uno y dos y tres y cuatro! ¡A bailar!
Comencé a mover mis caderas y mis pies y mis brazos. Hice la ola y una especie de danza de la lluvia que me sabía de memoria desde los cuatro años. Practiqué mi twerk, a sabiendas de que estaría provocando desmayos a las beibes.
Me tiré al suelo. No me salió lo de dar vueltas sobre mi cabeza porque me mareé pero no me importó porque enseguida me levanté y continué bailando, riéndome por las caras de los tipos que no se lo esperaban en lo absoluto.
Habíamos ganado esta batalla de baile, mis camaradas.
Hice el baile de la victoria y cuando volteé a mi atrás que vi a mis amigos estáticos en sus sitios y mirándome estupefactos supe que...
Todo este tiempo había estado bailando solo. Completamente solo. Forever Alone.
Y haciendo el ridículo.
Nuevamente.
*Inserten sus comentarios de vergüenza ajena aquí*
—Luck... —Jone habló.
Me quedé quieto con la boca abierta y mis manos alzadas porque estaba a punto de hacer otra ola. Una avestruz no se hubiese visto tan mal.
Inga se golpeó la cara con su mano ante mi estupidez.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Miel ahora.
Yo me desesperé.
—¡No lo sé! ¡Netflix me ha estafado! ¡En las películas de baile siempre funciona! ¿¡O cómo es que todos se ponen de acuerdo para bailar lo mismo cuando milagrosamente se encuentran en la discoteca después de meses sin practicar!?
Definitivamente tendría que optar ser el chico cool que juega al baloncesto, pero era tan enano así que descartaba la idea por ambos bandos.
Era un inútil.
—¡Cuidado, Luck!
Pero la voz de Miel no pudo salvarme de cuando volteé y el sujeto contrario me dio una patada entre las piernas.
El gritito fino de Michael Jackson sonó en mi cabeza.
—Ay... mi cosa... —me quejé de dolor y le miré con odio porque definitivamente aquel sujeto había violado el pacto de hombres de nunca golpearnos en nuestras bebés.
Era un traidor.
Fue cuando en un horrible intento de venganza cogí la copa que aún mantenía en mi mano y se la lancé.
Pero el dolor era tan fuerte y mi cerebro tan pequeño que ni siquiera llegué a atinarle a mi enemigo, sino a una columna a sus espaldas.
Lo siento querida, no eres tú, es él.
El tipo dejó de cubrirse la cabeza porque vio que fallé en mi intento por ser malote y comenzó a acercase hacia mí aún en mi estado deprimente.
Fue cuando vino Miel a salvarme, sacando de su bolsa mi chaqueta para tirársela a la cara y despistarle.
Ella era perfecta.
—¿Esa es mi chaqueta? —preguntó Jone.
—Era —aclaré y agarré a Miel del brazo—. ¡Corran!
Y luego de empujones, quejas, gritos, caídas por el suelo mojado porque somos idiotas, conseguimos salir con vida de la discoteca "Caballeros & Pulpos"
Del primero no tenía nada, puede que del segundo demasiado.
Jone e Inga decidieron tomar su propio camino luego de que les arruinara la noche.
Vaya...
Mi primera vez en una discoteca y encima en una cita con la posible madre de mis hijos, y voy yo y me quedo estéril.
No pasaron muchos segundos cuando nos subimos a la moto rumbo a comernos unos nachos que se nos antojaron a las once de la noche.
El baño tendría noticias nuestras muy pronto.
Es... Que... Yo... Amo... Los... Nachos...
Luego de la merienda, pues era era hora de regresar a nuestras casas.
Conducí la moto con cuidado mientras Miel hablaba conmigo un poco hasta que llegamos a su hogar y me detuve.
—En serio, ¿cómo puedes decir eso? Es tu mascota, Lulu —decía ella.
—Oh, te sorprenderías muchísimo, y no pienso volver a repetir el característico monólogo —rodeé los ojos.
Todavía no habíamos bajado de la moto. Yo solo le miraba por encima del hombro.
—Además, considero un poco ridículo que hables con tus mascotas.
—Claro que no —rió ella.
—Claro que si. Nadie hace eso. ¿O es que acaso has visto a alguien hablando con su mascota por aquí? —me crucé de brazos
Entonces, porque la vida no terminaba de molestarme lo suficiente, pasa por delante de nosotros un chico luciendo muy nervioso mientas cargaba un gato negro.
—Es que entiéndeme. ¿Cómo quieres que crea esa descabellada idea? —decía—. Es ilógico. No, no me mires así, Therra. Aún no me puedo creer que seas un gato y una chica. ¡Deja de mirarme así!
Y desapareció de nuestras vistas cuando giró en la esquina.
Volteo hacia Miel quien me esta mirando con una ceja alzada.
—¿Y? Se nota que el chico es universitario y posiblemente está estudiando medicina. Está estresado, eso es todo —comento.
Ella solo se ríe mientras nos bajamos de la moto para ir hasta la puerta de su casa.
—Bueno, fue un día bastante agitado. Pero no negaré que la pasé genial a tu lado —murmuró, escondiendo unos rizos detrás de su oreja.
Yo chasqueé la lengua
—Si, ahorrándonos la parte en la que rompimos una estatua antigua. Un hombre casi me viola. Hice el ridículo en la pista, y que ahora no sé cómo decirle a mamá que no podrá tener nietos.
Miel comienza a carcajearse y no puedo evitar imitarle. Algo bueno tenía que tener mi mala suerte.
Supongo.
—No sabes el alivio que me da escucharte decir eso. Pensaba que lo había arruinado —digo y ella niega con la cabeza como si no tuviese remedio—. Entonces, ¿eso significa que tendremos más citas? ¿Aunque no salgan del todo normales? —pregunto con un hilo de voz.
Estaba listo para que me dijera un "posiblemente", porque sabía que no la había pasado del todo mal.
Vamos, yo era lo que toda chica quería. Un gracioso que supiera portegerle.
Era un payaso ninja.
—¿Miel? —esperé por su respuesta.
Pero no por su siguiente acción, cuando se acercó a mí y me besó.
No en la mejilla.
Sino en los labios.
Fue algo sencillo, tierno. Inocente.
Como si fuera tímida conmigo y eso que era mayor que yo por tres años. Quería tocarle, agarrarle de las mejillas para incrementar nuestro beso, pero fue cuando ella se separó.
Deseaba más. Pero supongo que ya habría tiempo para eso.
Esperaba.
—Eso lo confirma, ¿o no?
Podría jurar que mis mejillas ardían tanto que no habría necesidad de tener fósforos para encender una fogata.
Yo le gustaba. Y ella me gustaba a mí.
Eso era más que suficiente para mi acelerado corazoncito, que andaba todo emocionado.
Nos sonreímos.
Y fue cuando la puerta se abrió de repente y Dora salió con una bata en donde cabrían cinco tostadoras como aproximado.
Definitivamente mi corazoncito comenzó a bombear más rápido, y no por emoción en cuanto le ví con nada más y nada menos que con una escopeta.
—Lárgate sapo feo, que no me la contaminarás.
Quitó el seguro y Miel se echó para atrás. Le miré y ella me susurró que me fuera con una sonrisa nerviosa.
—Te doy cinco segundos para que dejes de babear la entrada de mi casa y empecé la cuenta desde el día en que me tocaste el trasero.
—¡Eso no fue lo que...!
—¡Largo! —gritó y lanzó una bala al cielo que nos aturdió a todos, incluyéndola—. Ah, caramba. No sabía que estaba cargada...
—¡Abuela!
—¡Yo me voy! —anuncié y le di un beso a Miel en la mejilla—. Hablamos mañana.
Y casi me despido de Dora, pero retrocedí justo a tiempo.
Corrí como alma que lleva al diablo hacia la moto, donde una vez montado arranqué, me despedí nuevamente con la mano de mi Honey y salí velozmente de aquel vecindario.
Un día de estos mis elecciones amorísticas me terminarían matando.
Pero bueno, la verdad era que no podía quejarme. Por primera vez en mucho tiempo, era correspondido.
Desde la vez en la que sin querer, Wayta y yo habíamos hecho una pequeña fiesta de pijamas en casa con catorce años y le robamos un poco de su alcohol guardado a mamá.
Fue nuestra primera borrachera. Y una cosa llevó a la otra, y terminé confesándole mis sentimientos.
Pensaba que ella sentía lo mismo, pero resultaba que no era así.
Al final, terminé con un corazón roto y bueno, fue algo incómodo los próximos días. Pero después conseguimos seguir como los mejores amigos.
Y me alegraba profundamente no haber perdido eso.
Ahora tenía una mejor amiga maravillosa, y a una chica estupenda que gustaba de mí.
Era feliz, era condenadamente feliz.
—¡Hola, hola familia! ¡Ya llegué! —dije una vez guardada la moto y entrado a mi hogar—. ¡He tenido un día fantástico—. Nadie me contestó. Dejé las llaves sobre la mesa—. ¿Hay alguien aquí?
Pregunté al vacío existencial, y nuevamente nadie me respondió.
—Bueno...
Me encogí de hombros y me dispuse a marcharme hacia mi habitación.
Sin embargo, cuando pasé por el sofá mis zapatos pisaron algo y escuché el chillido de una rata.
—¡Ay, ay, ay perdón! —hasta que reparé en que pues solo se trataba de Lusho. Le había pisado la cola—. Ah, no te pasó nada.
Pero sentí su llanto.
—Ay por favor. No te pisé tan fuerte. Deja de ser tan dramático —comenté mientras me agachaba para mirarle debajo del sofá. Lusho gimoteó en lo bajito—. ¿Qué te pasa a ver? No seas un bebé llorón.
Comenzó a lamerse la cola, mirándome de un modo extraño.
—¿No me vas a morder o a arruinar el día tan feliz que tuve? —solté una risa, y él volteó el rostro hacia el otro lado. Dejé de sonreír instantáneamente—. ¿Lusho? —Me ignoraba—. Oye, ¿estás bien?.
Como que tímido.
—¿No vas a atacarme? —vuelvo a preguntar, acercando mi mano hacia él.
Lusho no hizo nada cuando mis dedos tocaron su cabeza.
Estaba... triste...
Y yo sabía lo que aquello solo podía significar.
—¿Dónde está mamá? —pregunté, pero no necesité que me respondiera.
Me incorporo, y Lusho no sale de debajo del sofá. Estaba temblando cuando le toqué. Siempre se ponía así cada que ocurría lo mismo.
Cuando ella hacía lo mismo.
Subí las escaleras, dirigiéndome hacia el cuarto de mi madre. La puerta estaba abierta, y noté que ella se encontraba profundamente dormida boca abajo. Con toda su ropa causal puesta.
Y una botella vacía de Whiskey a los pies de la cama.
Suspiré con cansancio.
Supongo que no podía tener un final feliz después de todo.
Entré por completo a su habitación y limpié un poco el desorden que había.
Retiré sus zapatos y le cubrí con la manta porque estaba haciendo un poco de frío aquella noche. Ella se estremeció y yo acaricié su cabeza.
—Te quiero —besé sus cabellos y me dispuse a salir de allí.
Cerré la puerta y un nuevo suspiro salió de mi boca a la vez que descansaba mi frente sobre la madera.
Capté un pequeño ladrido, como el llanto de un cachorro.
Giré el rostro hacia las escaleras, notando a Lusho alternando su mirada entre la puerta y yo, dudoso. Como si no supiera qué hacer.
Volvió ladrarme por lo bajo.
—Te pedí que la cuidaras —le dije.
Sorprendentemente, él bajó las orejas.
—Te supliqué que lo hicieras desde lo que pasó la última vez.
Me retiré con la intención de ir a mi habitación, dándole la espalda.
Lusho volvió a gimotear, pero no le hice caso.
Comencé a quitarme la ropa mientras pensaba un poco las cosas. Y cuando estuve a punto de cerrar la puerta, la imagen de Lusho acostado frente al cuarto de mamá casi hace que se me rompa el corazón en miles de pedazos.
Resoplé, porque eso era lo único que podía hacer.
Eso, y dirigirme hacia mi armario.
Cogí el zapato más viejo y roto que tenía y me puse en la entrada. Le chiflé a Lusho, quien levantó la cabeza para apreciarme.
—Ven. —ordené, mostrándole el zapato—. Tú no tienes la culpa de nada. Vamos a dormir, ¿si?
Lusho se levantó y meneaba la cola de un lado a otro mientras venía hacia mí.
Se acercó con cuidado, con sumisión. Y luego de que le entregara el zapato entró por completo a mi cuarto con total confianza.
Yo le eché un vistazo por última vez al cuarto de mamá.
Y cerré mi puerta.
A todos los que estaban acostumbrados a que los capítulos terminaran en desgracia para Luck, pues siento mucho haberles decepcionado con este final. Aunque de algún modo, es como una pequeña desgracia pero peor que las cosas que suelen sucederle normalmente. Por lo menos, eso es lo que él piensa.
Hasta los mejores comediantes tienen días tristes, ¿o no? Son seres humanos. Y Luck solo tiene dieciséis añitos, aunque le hallan pasado muchas cosas graciosas.
Arderemos en el infierno por burlarnos de sus desgracias.
Vean esto como un pequeño reposo, como un tiempo muerto para nuestro Luck. Este capítulo y el siguiente, aunque de vez en cuando se les escapen unas risas.
Dejemos descansar a Lucky en paz.
—¿¡Pero ya viste lo bárbaro que sonó eso, Cassidy de las Mercedes!? ¡Parece que estás diciendo que me he muerto!
Si sigues con ese dramatismo no será solo un texto escrito.
— ...
Ah, ¿qué? Perdón. Lusho se robó el teclado.
—¿Me estás diciendo que esa rata bizca sabe escribir ahora?
Si. Y con respecto a tu interrogante de hace unos días pues te confirmo que también aprendió a usar los cuchillos.
—¡No'mbre! ¡El malabarista le dicen!
Ay, Luck. Ya. Quieto. Cállate y terminemos con esto que me quiero ir a dormir.
—Por lo menos tú duermes.
Si no lo hago no existes.
—Buen punto, órale. Bien, ¿lo haces tú o yo?
Hazlo tú.
—Owwwwww, que hermosas fan's tengo que quieres dejarme hablar.
Corro el riesgo de que tu aliento de sapo las desmaye, pero todo con tal de que dejes de invadir mi casa. Así que de una sola vez te digo, ¡que acabes de hacer el maldito anuncio!
—Bien, solo no me tires los tacones. Ejem. Hermosos flanes míos, señoras y calamares, bienvenidos a los juegos del... ¡Ayyy! ¡No me golpees!
Al punto Luck Dicha Fortuna.
—Okey, amargada. Quiero anunciarles que apartir de ahora, ya no seré actor. Sino que también se me concederá el trabajo de voz para estas notas finales. ¿Por qué? Porque a Cass le da flojera y porque le tengo harto luego de ir a su casa, trepar a su habitación y mirarle mientras dormía hasta despertarla en las madrugadas para insistirle y que aceptara. Suelo ser muy convincente.
Mi sueños te lo agradecerán.
—¡Y que también! Seré el que diga a quién está dedicado el capítulo del día. Empezando desde ya. Hoy, queremos homenajear a la linda Crazyull, debido a que me prestó por cinco segundos a los actores de su novela Beremis y Therra, fue un gusto tomar coca cola con ellos al final del rodaje. Y bueno, creo que eso es todo por ahora.
Al fin.
—¡Sayonara beibes! Que se despiden anormalmente, sus Lucky y Cassidy.
*Gruñido*
—Ah, y la rata.
*Mordida*
—¡Ah! ¡Y Lushooooo! ¡Hay sangre en mi pierna!
¡Un médic...!
«¡¡COOOOORTEEEEEEN!!»
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