Capítulo veintiuno: El Loco y el Rubio
Hace muchos (muchos) muchos años.
Jake Williams
La primera vez que tomé alcohol tenía once años, creo, no recuerdo bien. Si recuerdo que era primavera y yo estaba resfriado, por la alergia que me daba el cambio de estación. Las flores rojas crecían entre los ladrillos, dando más colores a ese paisaje naranja.
Recuerdo que una vez Toto arrancó varias y se las regaló a una amiga de su hermano. Ella solo se rio y las acepto amablemente, frente a un Toto completamente rojo.
Para otras personas la primavera trae eso. Enamorados y flores coloridas. A mi solo me traía mocos y el trabajo de arrancar las plantas que crecían en la tierra de la entrada de casa.
Era mejor que el invierno y el verano. La primera estación era demasiado fría y las posibilidades de enfermarse hasta la muerte eran más altas. Y la segunda igual de terrible. No había ventilador en casa y tenía que pasar todo el día afuera bajo el rayo del sol.
La primavera no estaba tan mal.
Fuimos junto a Milo y Toto a ver a los amigos del primero. El más grande caminaba adelante y mi amigo y yo íbamos atrás. Toto llevaba su gorra. Le habíamos insistido demasiado para que nos dejara acompañarlos.
—No hagan ninguna estupidez, eh. No tengo ganas de cuidarlos.
Toto imitó su gesto, burlonamente. Se acomodó su gorra con la visera hacia atrás, dando saltos contentos. Milo llevaba el pelo rapado en ese momento, muy corto.
Llegamos hasta una esquina, donde estaban sus amigos. La mayoría más grandes que el. Catorce, dieciséis y diecisiete. Altos y hablando a gritos sobre temas que ni Toto ni yo entendimos. Milo saludo a varios y se apoyó contra la pared.
—¿Y ellos? —preguntó uno de los chicos.
Era bastante alto, tendría dieciséis o quince, de cabello muy claro y ojos oscuros. Se agachó frente a nosotros, con una gran sonrisa divertida. Pude ver mejor el rostro, lleno de lunares. Tenía los colmillos más afilados de lo normal, lo que me hizo pensar en los vampiros.
—¿Mami les dio permiso para salir? —puso un tono infantil, tras reír.
Toto frunció el ceño ofendido y yo solamente rodé los ojos, guardando las manos en mis bolsillos.
—Chúpamela —le dije, con seriedad.
Él soltó otra carcajada y se levantó. Tuvimos que levantar la cabeza para mirarlo. Milo sonrió, orgulloso.
—¿Cómo te llamas, niño?
—¿Y qué te importa?
El adolescente fingió susto, murmurando "uh". Todos rieron antes esto. Luego se acomodó el pelo, pasando su mano hacia atrás. Yo me limpié los mocos con la manga de mi remera, en un gesto torpe.
—El es Toto, mi hermano, y el otro es Jake, su amigo —explicó Milo, desde la distancia.
—¿Jake? ¿Así te llamas de verdad? —su pregunta no parecía irónica, tenía curiosidad genuina.
—No. Es el nombre que uso cuando me tengo que presentar con idiotas.
Toto soltó una risa. Yo no me reí, solo me encogí de hombros, bajando la mirada otra vez. Él agachó, solo la parte superior de su torso, para verme.
—Ya, ya, fierita —susurró, sonriendo.
Esquivé la mirada, enojado por aquel apodo despectivo. Fierita. Él me sacudió el pelo y yo le golpeé la mano, para que se fuera.
—Que se queden, son divertidos —dijo, mirando a sus amigos.
—Vamos, Rubio, no es una guardería —respondió otro, soltando humo por la boca.
Rubio. El apodo era claramente debido a su color de pelo, amarillo chillón. Era el único rubio natural que había en el grupo. Rubio giró la cabeza, soltando un suspiro.
—Pero ellos se saben cuidar solos ¿Verdad?
Su sonrisa era divertida. Y aunque me cayera mal si me daban ganas de que volviera a reír. Su sonrisa. Sonrisa.
No otra vez. No. No.
Al final terminaron aceptando que nos quedáramos. Milo charlaba junto a los más grandes, riendo y tomando cerveza. Toto iba más atrás, pateando piedritas. El nunca fue bueno involucrándose en grupos. Yo, en cambio, caminaba en el centro del grupo, sin importarme demasiado el molestar o no.
Rubio iba más adelante. Tenía unas bermudas grandes, hasta las rodillas y una remera del equipo de fútbol más popular del barrio. Se volteó para verme y me sonrió. Yo mire hacia otro lado. Nervioso.
Sonrisa. Sonrisa.
No entendía cómo me sentía. Si, si que lo entendía. Lo entendía porque me había pasado antes.
Volví a estornudar y me limpie con mi remera gris, ensuciándola. Caminamos hasta un lugar más alto, una colina por donde también pasaba la calle. Ahí tiraban la basura, así que estaba lleno de cosas viejas. Incluso heladeras o cocinas. Nos metimos adentro e ignorando el olor a podrido con Toto jugamos a buscar objetos extraños. Los demás quedaron más lejos, hablando.
—¡Vengan! —escuchamos el grito de Rubio.
Al principio lo ignoré, pero él volvió a llamarnos. Suspire y junto a Toto corrimos hasta ahí. Algunos de los chicos, incluyendo a Milo y Rubio estaban en el borde de la colina, mirando hacia abajo.
Había varios hombres charlando entre ellos, junto a un auto. Vestidos de negro y azul y con el escudo en el pecho. El auto también tenía ese mismo escudo. La policía.
Toto intentó ver un poco mejor y Milo lo agarró del hombro, tirándolo hacia atrás. Milo negó con la cabeza, despacito.
—Oye, Jake... —comenzó Rubio, mirándome.
—¿Qué?
—¿Corres rápido?
No se porque pero asentí. El se agacho y revolvió entre parte de la basura que había ahí, hasta encontrar un pedazo de cemento. No era tan grande, y seguro debía haber pertenecido a alguna construcción. Rebusco y encontró otro. Me dio uno a mi.
La miré y sonreí un poquito. El se puso a mi lado, a mi altura.
—¿Estas? —susurró, bajito.
Milo y Toto ya habían ido rápidamente hacia el grupo para avisarles que no se quedarán ahí. Subí la mano y aunque me pesara logré levantar la piedra. Rubio contó bajito hasta tres y cuando llegó al último número ambos lanzamos. El más fuerte que yo.
Mi piedra golpeó el auto ruidosamente y la de él casi le da un policía. Por suerte el hombre pudo esquivarla. Nos miraron y comenzaron a gritar a lo loco. Rubio soltó una risita y seguro les hizo alguna clase de gesto, mientras se levantaba. Entre gritos yo hice lo mismo, intentando que no me vieran la cara.
Dos de los policías, incluyendo al que casi golpeamos amenazaron con acercarse. Corrí lo más rápido que pude, pero no pude evitar mirar hacia atrás, preocupado. Rubio me tomó del brazo con fuerza y me tiró. Al final llegamos a donde el grupo y todos arrancamos a correr. Rubio no me soltó el brazo. No me soltó el brazo.
Llegamos hasta un lugar alejado, ya sabiendo que no había forma que nos hayan seguido. Mi corazón latía demasiado rápido, y tuve que intentar calmar mi respiración. Recién ahí Rubio me soltó el brazo.
—¿Estás bien? —me preguntó, casi sin agitación.
Rubio me revolvió el pelo, pero no me enoje. Solo dejé que lo hiciera, bajando la cabeza para no verlo. Note que tenía varias pulseras, y que sus manos eran grandes.
—Si.
—Corres rápido para tener piernas cortas.
—No tengo piernas cortas —me defendí, inflando infantilmente el pecho.
Volvió a sonreír, alejándose hasta el grupo. Toto se acercó por mi espalda, y me agarró por los hombros, haciendo fuerza, para llevarme hacia atrás.
—No deberías hacer esas cosas —susurró.
—Eres insoportable —le respondí, aunque no quité sus manos.
—¿Pero qué pasa si después te encuentran? ¿O si le dicen a tu papá? No quiero que te vuelva a pegar.
Él bajó las manos y las guardó en los bolsillos de su pantalón, que un poco y se le caía de lo grande que era, ya que había pertenecido a Milo.
Milo y Rubio charlaban, mientras el más grande reía ruidosamente. Puso ambas manos sobre su cabeza y pude notar que se le marcaban los músculos del brazo. Me quede viendolo, como un tonto. Tenía algo. Algo que me daba ganas de verlo. Algo.
Es que quería parecerme a él, eso pensé en ese momento. Era una simple observación y nada más.
Volvió a sonreír. Sonrisa.
—¿El Rubio es amigo de tu hermano? —le pregunté a Toto, cambiando de tema.
—Que se yo. Creo que sí.
Milo nos hizo un gesto, para llamarnos. El resto ya había comenzado a caminar, dejándonos atrás. Toto y yo corrimos, hasta alcanzarlos.
Yo caminé junto a Rubio, quien me miró y sonrió, dejando que caminara a su lado. Me sonrojé.
—¿Por qué no vamos al lago? —propuso uno de los chicos, ante el aburrimiento.
Todos aceptaron aquella idea y comenzamos a caminar hacia allá. Durante el camino Rubio me habló mucho. No recuerdo bien de qué, pero me charlaba como si tuviera su edad, sin tratarme de pequeño. Eso me gustaba. Mientras fumaba, soltaba el humo a otro lado así no me llegaba a la cara.
Yo sabía que él solo estaba siendo amable. Que seguro tenía algún hermano menor que le hiciera recordar a mi y por eso le agradé. Pero aun así no pude evitar avergonzarme cuando sonrió ante uno de mis chistes. Yo era pequeño, demasiado pequeño y aunque creyera que era grande, tenía claro que por más adulto que pareciera tenía once, no quince.
Pero mientras caminábamos desee tener quince, solo para ser igual de alto que él. Asi podria verlo al rostro cuando habláramos. Asi quizas el me iba a mirar como yo lo hacía.
No. No iba a hacerlo. Porque en realidad yo no tenía que mirarlo así. Como lo estaba haciendo.
Yo solo lo observé hacer esas cosas. Tenía muchos lunares, algunos pequeños y otros grandes. Tres en la frente, dos en la mandíbula y uno en la pera. Esos eran los más notorios. Por suerte él no se dio cuenta que yo había estado contando sus lunares, porque hubiera sido extraño. Extraño era todo. Extraño era la forma en la que lo miraba.
Me repetía en la mente que el único motivo era ese, la envidia o las ganas de parecerme a el. Porque era alto, y tenía la mandíbula marcada, las piernas atléticas y su cabello era tan brillante que parecía reflejar el sol. Su sonrisa daba ganas de verla durante horas, y sus ojos se cerraban cuando reía, y eso era atractivo.
Atractivo. Atractivo
No recordaba haberme quedado contando la cantidad de lunares de las amigas de Milo. Muchas eran lindas, personas que uno puede admitir "mira, se ven bien", pero no era más que eso. No tenían algo. Ese algo que me hizo querer caminar junto a él.
Milo ayudó a Toto a trepar la reja de alambre tejido, tomándolo de las piernas, e impulsándolo, para que él pudiera aterrizar del otro lado. Luego el dio un salto, se agarró del borde, trepó usando sus piernas y llegó al otro lado, casi cayendo de cara.
Rubio era lo suficientemente alto para, prácticamente, treparla en dos movimientos. A mi se me iba a ser más difícil, especialmente porque tenía las manos lastimadas y me dolían los brazos. Los moretones no se veían, porque tenía una remera de manga larga.
—¿Te ayudo? —preguntó Rubio.
Yo quise negarme, por orgullo, pero terminé aceptando. Se agachó un poco y me dejó usar sus manos de banquito. Puse un pie, di un salto y me agarré del borde de la reja. Mis manos ardieron, al cortarse con el borde de alambre roto. Rubio me tomó de las piernas y gentilmente me volvió a ayudar. Yo aterricé del otro lado, con las rodillas, y miré mis manos. Me dolían.
Rubio se puso a mi altura cuando pudo pasar, mirándolas.
—¿Te lastimaste?
Asentí, intentando limpiar la sangre de mis palmas. El me la agarró, sin fuerza, solo para mirarla. Yo miré hacia otro lado.
—Deberías curarte eso —susurró, frunciendo el ceño— se te van a lastimar más. Voy a preguntarle a Nico si no tiene algo para vendarte.
—No hace falta.
—Deja de hacerte el superman, niño.
Rubio se levantó y le preguntó al tal Nico si tenía algo para curarme. El chico, de gorra y de la misma edad de Rubio, buscó entre los bolsillos de su pantalón de esos que parecen para pintar, hasta encontrar una tira de curitas. Rubio le dio un golpe en el hombro amablemente y me llamó.
Yo miré mis propias manos, avergonzado. Aun así me levanté y caminé hasta ellos. La mayoría ya se habían sentado cerca del lago. Toto jugaba a trepar árboles. Seguro que a Toto no le daban ganas de verlo. Para él, Rubio no tenía algo. Quise poder ser Toto.
—Muéstrame las manos.
Yo obedecí, extendiéndolas. Rubio hizo un gesto, casi como si me regañara sin decirme nada. Me volví a poner rojo, no se bien porque. Abrió una de las botellas de agua y primero tiró un poco sobre mis manos. Me ardía, pero lo disimulé lo mejor que pude. Al final estaba acostumbrado a disimular. Y al dolor.
Luego, cuando la sangre se fue junto al agua me las secó cuidadosamente, usando su propia remera.
—Las manos son importantes, eh. Tendrías que cuidarlas más. Que si las pierdes con diez luego no encuentras trabajo.
—No tengo diez.
—¿Cuántos tienes entonces?
—Once.
El volvió a reír, tapando las heridas con las curitas beige. Estaba agachado a mi altura, con las rodillas flexionadas para verme a los ojos. Me sentí pequeño y el toque de sus dedos sobre mi mano se sintió raro. Raro. Raro.
Raro bien.
No, raro mal. Mal. Tenía que ser raro mal.
—Ya está.
No le agradecí, pero él tampoco lo pidió. Me senté en el pasto, a unos metros de la orilla. Entonces los chicos sacaron el alcohol. Comenzaron a beber y las risas se hicieron más ruidosas. También los comentarios raros que yo no terminaba de entender. Rubio les gritó varias veces que no dijeran esas cosas, porque Toto y yo estábamos escuchando, pero todos se burlaron.
Y de repente nos convertimos en el centro de atención, como el juego nuevo de la feria. Una atracción divertida. Nos preguntaron si teníamos novias, seguido de insinuaciones extrañas. Toto se puso rojo y negó. Milo se burló de él.
—Están muy chiquitos para tener novia —comentó Rubio, acostado contra un árbol.
—Idiota —le respondí, molesto.
No era pequeño. Yo quería ser como él. No quería que me viera desde arriba, como un niño chico al cual cuidar. Quería ser grande.
—¿Tienes novia entonces? —preguntó, con un tono burlón.
—¿Y tú?
El abrió los ojos y soltó una risita nasal. No se ofendió, al contrario, le causo risa y a los demás también. Por suerte no se enojó, porque ya empezaba a atardecer y yo no tenía forma de volver a trepar la reja para huir.
—Está bien, tú ganas —levantó los brazos en señal de derrota.
Sonreí por eso, desviando la mirada. Luego pusieron música, tan alta que retumbaba entre los árboles y se escuchaba en todo el bosque. Fumaron entre los arbustos, hablando entre ellos. El cielo se pintó de naranja y rosa, y en el lago se reflejaba la luz del atardecer. Era un paisaje muy lindo. Tras un rato de estar acostado me apoyé en el mismo árbol que Rubio. Él tenía una lata de cerveza. Bebió un poco y yo observe sus ojos cerrarse ante el sabor.
—¿Alguna vez probaste? —me preguntó, señalando la lata.
Yo negué, tímidamente, aunque era un poco mentira. Sí que había probado, solo un sorbo de curiosidad y era espantosa. Nunca había bebido más que eso. Tampoco queria que pensara que era un tonto, asi que me senti avergonzado de admitirlo.
—¿Quieres?
Me extendió la lata, golpeando mi brazo con cuidado. Toto me miró de lejos y negó, varias veces. Yo lo ignoré, aunque sabía que tenía razón.
Tomé la lata y al moverla note que estaba por la mitad. Rubio me observó, curioso, dejando que la agarrara. La acerqué a mi boca y bebí un sorbo. Amarga, sin un gusto demasiado disfrutable. El líquido bajó por mi garganta y cuando me di cuenta ya había bebido más de un sorbo.
—Ya, ya, ya, eso fue mucho.
Rubio me quitó la lata de un movimiento brusco. Me limpié la boca con la mano, haciendo un gesto porque el sabor seguía en mi boca.
—Sabe rara —añadí, arrugando la nariz y mirando la lata.
Rubio rió y se encogió de hombros, terminando de beberla, para luego dejarla a un lado. La apretó con fuerza.
—A veces a la gente le gusta, a veces no.
Asentí, intentando ignorar la sensación amarga que persistía.
—A mi no me gustó —comenté, bajando mi tono de voz.
Rubio sonrió y se tumbó en el suelo, mirando las estrellas que empezaban a brillar en el cielo.
—Ya vas a crecer y te va a gustar.
Yo no me recueste, pero lo mire hacerlo. En cambio abracé mis piernas, haciéndome más pequeño. Tras unos minutos de descanso, Rubio se levantó de repente y se sacudió la tierra de los pantalones.
—Bueno, creo que necesito refrescarme un poco. Voy al lago.
Me quedé mirándolo, sorprendido.
—¿Ahora?
Rubio asintió, sonriendo.
—Sí ¿Vienes?
Me quedé pensando por un momento. El agua se veía linda, además quería ir con él. Pero hacía frío. Y odio el frío.
—El agua debe estar helada.
—Bueno, si cambias de opinión...
Se puso a correr antes de terminar de hablar. Le tocó el hombro a Nico y ambos fueron hasta la orilla. Rubio se quitó la remera, en un rápido movimiento. Su pantalón era medio tiro bajo, así que dejaba ver lo que parecía, el comienzo de un tatuaje en su espalda baja.
Su espalda. No tenía lunares ahí, pero sí que tenía los hombros anchos. Pero no tanto como parecer de esos muñecos desproporcionados de goma que se estiran hasta el infinito. Lo mire, mientras corría al agua y se lanzaba de clavado.
Observé la escena durante un momento, dudando sobre unirme o no. Toto se había dormido junto a un árbol, Milo reía de borracho y los demás estaban en su propio mundo. Agarré la lata y bebí la última gota de cerveza, más como una forma de decirme a mí mismo "tú puedes".
No me quité la camiseta, porque me daba vergüenza hacerlo. Solo me descalce y caminé hasta que mis pies tocaron el agua.
Helada. Helada.
Rubio salió a la superficie y ladeo la cabeza. Su pelo rubio se movió por inercia. Lo acomodó, levantando los brazos.
Wow. Wow.
El frío me golpeó al avanzar, y solté aire por la nariz. Todo estaba muy oscuro, y me dolía un poco el estómago. Y la cabeza, y creo que me maree, pero del frío.
—Ay... ¡¿Te da miedo?! No vaya a ser que te mate el monstruo —exclamó Nico, riendo mientras chapoteaba y salpicaba agua en el aire.
—¡Vete a la mierda! —le grité en respuesta, rojo.
Rubio se rió, de seguro por el chiste de Nico y yo me sentí raro. Como si eso me hubiera dolido. ¿Por qué me había dolido? Ni siquiera conocía a Rubio. Sólo sabía dos cosas de él.
Que parecía buena onda y que era atractivo.
¿Atractivo? Si, seguro había tenido muchas novias. Eso pensé, eso quería pensar.
Envidia. Envidia. Envidia. Solo eso.
Me quedé hasta que el agua llegó a mis rodillas, y me crucé de brazos. Rubio seguía saltando más dentro del lago. Tenía otro tatuaje en el bíceps, una rosa bastante mal diseñada. Cuando bajé la mirada me di cuenta que tenía que irme. No sabía ni porque aun estaba ahí. No me sentía bien. Me sentía raro. Como si estuviera haciendo algo malo, terrible.
Volví a la orilla y el viento golpeó mis piernas mojadas. Me dio un escalofrío del frío. Me puse mis zapatos y guarde mis manos en los bolsillos de mi pantalón.
Milo tenía una lata en la mano y junto a el Toto dormía, incluso con todo el ruido del lugar.
—¿Ya te vas? —preguntó Milo, extrañado.
—Me quiero ir a casa.
—Bueno... pero no te puedo llevar. ¿Por qué no te quedas un rato más?
—No importa. Me voy solo.
Me frustré. No quería irme solo, no es que me diera miedo la noche ni las calles vacías, pero sí que durante esos días había habido varios problemas en la zona donde vivía. Además me sentía algo mareado.
—Eh... ¿A dónde te vas?
Rubio había salido del lago, y se encontraba parado junto a su remera. Sacudió la cabeza, para secarse.
—A mi casa.
—¿Te vas solo?
Su pregunta pareció genuina, preocupada. Observó el cielo, ya oscuro. No sabia que hora era, pero sí que ya no había suficiente luz para poder distinguir las figuras.
Nico lo volvió a llamar y Rubio estuvo a punto de irse con él, pero cuando yo comencé a caminar se detuvo.
—Me da cosa que se vaya solo... —lo escuche susurrar.
Odiaba que me trataran como un niño. Y odiaba que me estuviera pasando otra vez.
No, no me podía estar pasando.
Lo del museo había sido una estupidez. Una cosa que solo ocurrió una vez y había decidido olvidar. ¿Entonces por qué miraba a Rubio? ¿Por qué había probado la cerveza cuando él me la dio? ¿Por qué me puse nervioso cuando se quitó la remera?
Suspiré y decidí irme, porque no quería pensar más. No podía pensar más. En el museo. El museo.
—Espérame —me gritó y escuche a Nico insultarlo— ¡Ya vuelvo, idiota!
Rubio iba a acompañarme. Me quise cagar en todo en ese momento. En Dios, en el diablo, en mi y en el. Ni le hable, y solamente seguí caminando, mirando al frente. Escuche a Rubio silbar una canción, en voz baja.
—¿Tu casa está muy lejos?
—No.
Rubio me intentó ayudar a saltar la reja pero yo lo evité, disimuladamente. No quería que se volviera a acercar. Me dolieron las manos pero logré pasar al otro lado. Limpié la mugre de mis rodillas y corrí rápido para pasar los árboles, hasta llegar a la calle de tierra.
Rubio llegó a mi lado y siguió el rumbo que yo indique. Caminamos debajo de las farolas blancas, cuya luz titilaba, durante minutos, girando esquinas, pasando grupos de gente y a algunos hombre que deliraban cosas a gritos. Rubio los miraba, no decía nada y disimuladamente me empujaba con el hombro, para que caminara más rápido.
Su mano, en mi hombro. Me volví a sonrojar. Sabía que no era posible, pero en ese momento deseé poder golpearme a mi mismo. Agarrarme de los pelos y repetirme como hacia George que dejara de actuar como idiota.
Había muchas de esas flores. Las que me hacían estornudar, ruidosamente. Me detuve y estornudé varias veces, limpiando mi nariz con la remera, ya manchada.
—Es esa.
Señale mi casa, la última de la cuadra y volví a estornudar. Bajé la cabeza y junté aire, para después soltarlo por la boca.
—Bien.
Rubio me despeinó, sonriendo. Yo deje que lo hiciera, pero no lo miré. Corrí rápido y deseé que él se fuera. Pero se quedó ahí, esperando que entrara. No tenía llave, así que iba a tener que rogar porque Irina se despertara, de lo contrario el único plan era trepar por la ventana del baño. Estaba muy alta, pero no tenía rejas y siempre la dejaban abierta. No quería que Rubio me viera haciendo eso.
Toqué varias veces, y me dolieron los nudillos. Espere, hasta que la puerta se abrió de golpe. Irina, media dormida y con el pelo recogido en alto estaba del otro lado. Llevaba su camisón atado en la cintura. Suspiró y me agarró del cuello de la remera, haciendo que entrara con pasos torpes. Cerró la puerta con fuerza y yo le golpee la mano, para que me soltara.
—La próxima te dejo afuera.
No me dijo nada más, y se fue caminando a su cuarto. Yo abrí la puerta, solo un poco. Rubio ya estaba caminando y pronto la oscuridad lo hizo desaparecer.
Fui al baño para lavarme los dientes y enjuagarme el sabor a alcohol. Escupí el agua en el lavamanos y dejé que se fuera por la tubería. Quería vomitar, pero no pude.
Me acosté y me tapé con mi sabana, envolviéndome en ella.
Ya había pasado. Ya había pasado. Lo había superado. Se había repetido lo del museo. La única diferencia era que yo era lo suficiente grande para está vez entender porqué se debía.
No era envidia. Era la misma sensación que me había generado verlo en el museo.
Maldito museo. Ojalá nunca hubiera ido al museo. Oculté mi rostro en la almohada, obligándome a apagar el cerebro.
Esa noche soñé con Rubios.
Holisss!🌙🌟
Aca son las tres de la mañana, JAKSJAKSJA. Llegue a las seis y como no pudimos entrar al departamento RECIEN HASTA las ocho me dormi en las escaleras 💋💋 AJSKAJSAJSKA
Hoy pasee bastante por el barrio, pero nada, queria actualizar 😍💞
No se si vieron que añadí un capitulo q dice acto uno¿? bueno nada, eso, la historia va a estar dividida en cuatro actos. Más adelante van a entender, pero no es nada raro, solo es para q quede más lindo y organizado con su historia JSKAJS.
La cancion que puse en este cap es muy especial 🦋💖 es de un cantante Uruguayo (#vivamipatria) y la descubrí gracias a una de mis mejores amigas, pq me hizo una playlist para mi cumple y estaba ahi, asi que nada, escúchenla y gracias a Malenita x enseñármela.
Ademas siento que pega mucho con la historia y más con este capitulo, es muy linda 😭🌼
La primavera en aquel barrio...
Se llama soledad...
Se llama gritos de ternura..
Y TAMBIEN CONTARLES Q EN EL AVION ESCRIBI CASI DIEZ MIL PALABRAS DE CAPITULOS PARA MÁS ADELANTE, AAAAA, Y TERMINE DE ESCRIBIR COSAS RECONTRA IMPORTANTES Q NO SABIA COMO ESCRIBIR 😭😭😭💖
Como. ESA. escena. JSKAJS ya van a saber que digo 🤫🤫 EMOCION.
AAAA Y les dejo un dibujito que hice de Moon y Jake chiquitos, COMO LOS AMO LES JURO.
Y POR ULTIMO PERO NO MENOS IMPORTA YA LLEGAMOS A 800 LECTURAS ISISISISIS, soy demasiado feliz loocooo 😭🤘🏻🤘🏻
Ahora momento de 🌟LAS PREGUNTAS🌟❓❓
¿QUE CREEN QUE SEA EL MUSEO? AAAAAA, nada, no creo q lo adivinen pero bueno... (risa malvada)
¿Les gusta ver a Jake más chiquito? 💫
¿Cuál es su Jake fav, presente, pasado antiguo o pasado tipo quince?
¿Les molesta que haya capitulos más cortos y otros más largos? pregunta importante JAJAJAJA 😭
¿Qué opinan del Rubio? ¿Ustedes tienen amigos mayores q ustedes?
¿Toman o probaron alcohol? Háganlo moderadamente y no siendo chiquitos, eh, que los voy a vigilar >:(
¿Cuál es hasta ahora su capitulo/momento favorito?
¿ESTACION DEL AÑO FAVORITA?
Y ESO FUE TODO POR HOY, les deseo una hermosa semana y vida y nos vemos hasta la nueva actualización.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro