Capítulo veinticuatro: El Loco es como los perros.
Hace muchos, muchos años.
Jake Williams.
Una persona no tarda más de unos minutos en morir ahogada en el agua. Pero es casi imposible ahogarse por voluntad. Si uno tiene control de su cuerpo (o sea, no está borracho ni drogado) y se lanza a una piscina nunca va a poder morir. La mente siempre va a querer rescatar al cuerpo.
En el patio de nuestra casa teníamos un tanque de agua azul que recolectaba la lluvia. Era alto y de plástico duro.
Aunque uno sepa que no puede ahogarse, siempre al experimentar algo así entra en desesperación. Una corriente eléctrica desde los talones hasta la nuca te obliga a intentar moverte. Intentar encontrar aire, oxígeno. Intentar sobrevivir. Sobrevivir.
Cerré los ojos con fuerza y en los segundos que estuve fuera del agua tomé una bocanada de aire. Intenté hacerlo lo más rápido posible. Me vi obligado nuevamente a bajar la cabeza. Choque contra la superficie del agua y sentí mi nariz arder. Mi corazón iba rápido. Rápido. Rápido.
Pero no con el mismo sentimiento que cuando lo hacía por Moon. Era miedo. Miedo. No me daba terror la oscuridad, los perros grandes o los cuentos de fantasmas. La única cosa en la tierra que me generaba esa sensación era George.
George.
El mismo que estaba agarrando mi cabeza, con una expresión neutra. El mismo que con fuerza, pero sin hacer esfuerzo, la hundía en el agua. Tosí con fuerza cuando otra vez vi la luz del sol, y no me dio suficiente tiempo para tomar aire. George volvió a bajar mi cabeza y yo abrí en grande los ojos. Abrí la boca y tomé la asquerosa y caliente agua.
Golpeé varias veces el tanque, quizás como una forma de hacerle saber a George que si no me dejaba volver a respirar iba definitivamente a desmayarme. Aunque quería desmayarme.
O desaparecer. Siempre quise desaparecer. Solo un poco. Un rato al menos. No soñaba con otra vida, aunque probablemente era que ni siquiera podía imaginarla.
Mil veces desee volver a nacer. Si lo hiciera, entonces tendría una casa grande y muchos hermanos. Podría usar el cabello largo, porque en secreto siempre quise hacerlo. Vería películas con mi hermana y mi papá me enseñaría a jugar al fútbol.
Pero como eso era imposible, solo juntaba aire para no ahogarme en un tanque de plástico, en el patio de mi casa. No quería morir ahogado en un tanque de plástico. Y menos en el patio de mi casa.
Al final George me soltó y yo caí, porque mis rodillas no aguantaban más el peso de mi cuerpo. Tosí. Tosí mucho.
Lloré, aunque ni siquiera me di cuenta que lo estaba haciendo. Me temblaba el cuerpo y quería respirar. Necesitaba respirar.
George me observó desde arriba y me volvió a pegar, con su mano. Intente protegerme con mis brazos, como los perros callejeros, que huyen al escuchar una patada. Me sentía como eso. Un perro.
Los perros que se crían a base de golpes ladran mucho, pero cuando ven a una persona acercarse corren. Huyen. Porque como dice el dicho, perro que ladra no muerde. Un perro callejero. Perro.
No recuerdo porque empezó la pelea. En realidad no fue una, porque en las peleas ambas personas están al mismo nivel.
Con George nunca era una pelea. Siempre fue él golpeándome a mí. Él gritándome a mí. No había nada de justo en eso. No había respuesta de mi parte. Al segundo que uno suelte en una jaula a un pit bull y a un perro salchicha, el pit bull va a arrancarle la cabeza al otro de un solo mordisco. Entonces no llamaríamos a eso pelea. Lo llamaríamos injusticia.
Pero yo, cuando le contaba a Toto lo que pasaba siempre usaba esa palabra. Pelea. Porque las peleas no te humillan. Al decir que peleaste ya estás, de alguna forma, contando que te pudiste defender. Que estabas al mismo nivel que el otro.
Aunque en realidad yo no fuera más que un perro. Perro.
Me quedé sentado contra la pared exterior de la casa, junto al tanque de agua. Limpié mi rostro con la remera y noté que tenía la ceja lastimada. Otra vez. Siempre se lastimaba mi ceja, en donde tenía la cicatriz.
Me limpie también las lágrimas y pateé la tierra. Con fuerza, como si estuviera ahí el rostro de George. Volví a patear. La punta de mi zapato rojo se raspó un poco.
Irina estaba trabajando. Ni sabia bien de qué trabajaba, pero intuía que sus empleos duraban poco. Había veces donde pasaba semanas sin trabajar y de repente encontraba algo para hacer. George en cambio pasaba ocupado la mayor parte del tiempo y se ausentaba frecuentemente. A la ciudad, al centro, a las montañas, siempre tenía una excusa para escapar. Para irse. Para no estar.
No entendía cómo es que teníamos dinero. No entendía cuál era el trabajo de George. No entendía porque Irina no hablaba de su familia o porque no había fotos de ellos de novios. No entendía tantas cosas que en un punto dejé de preguntarme todo y dije simplemente "así es".
George me odia y no sé por qué. Soy un mal hijo y no sé por qué. Irina odia ser mi madre y no sé por qué. Soy un Williams y no sé por qué.
No creo en cosas místicas, pero si existen las vidas pasadas entonces me pregunto ¿Qué tan malvado debí haber sido? ¿Cuántas ciudades queme? ¿A cuánta gente maté o torturé? ¿A cuántos bebés prendí fuego? ¿Qué es lo horrible que hice para merecerme esto?
Para merecer ser el hijo de George Williams y de Irina Jami.
Volví a patear el piso cuando me di cuenta que estaba llorando otra vez. Porque me dolía. Todo. Me dolía el pecho, la nariz, la ceja y me dolía tan adentro que no podía darme cuenta donde.
George se fue. Como hacía siempre, tomó sus cosas y lo vi irse caminando por la calle. Con esa lentitud que él tenía. Como si cargara en la espalda muchos ladrillos. Con una pierna chueca, rengueando de un lado. Del derecho.
Él era gris, era triste. George me daba tristeza.
Pero no por eso empatía. Era ese gris que asfixia, que te da miedo. Parecía un animal grande, torpe, brusco que no sabe hablar y se mueve solo para atacar a otros. Que no entiende las cosas, que no hay forma de hacerle entender las cosas.
Que odia, que no quiere, que le tiene miedo a querer. Que oculta secretos. Muchos secretos. George era un gran secreto que nunca pude entender. Ni quise hacerlo.
Cuando yo estaba así y sentía que no podía más siempre hacía lo mismo. Me limpiaba el rostro con agua fría, me cambiaba la ropa y caminaba en silencio hasta la casa con macetas.
La casa de Toto y Milo.
Tocaba la puerta y gritaba su nombre varias veces. Y él siempre atendía. Me abría y me dejaba pasar. Y no fue distinto ese día.
Tenía el cuerpo adolorido, me pesaba, pero aun así llegué hasta su hogar. Di un paso y choqué mis nudillos contra la chapa de la puerta. Me dolió hacerlo. Toto tardó unos minutos en abrir.
—Hola, hermano.
Lo saludé con la mano. Noté que sus trenzas se estaban deshaciendo, y entre ellas se podía ver como el cabello se ganaba lugar, luchando con desarmarlas por completo.
—Hola.
Toto me sonrió, porque él ya sabía que había pasado. Pero no pregunto nada, solo me dejo entrar. Se escuchaba una música que me hacía recordar al verano. Al calor. Me daba calor escucharla.
En el sillón de la salita estaba Milo, acostado, con su cabello más esponjoso que de costumbre y fumando marihuana. El olor llenaba todo el cuarto y el humo hacía formas en el aire. Milo giró a verme y me sonrió.
—¿Cómo estás?
Me encogí de hombros. Milo soltó humo por la boca y me extendió el cigarro.
—¿Quieres?
—No.
Toto cerró la puerta y pasó junto a mi, en dirección a su hermano. Le pegó al sillón y Milo tiró la cabeza hacia atrás, cerrando con aburrimiento los ojos.
—¿No puedes ir a otro lado, imbécil? Despues la abuela siente el olor y se molesta conmigo, idiota.
—Ya, ya.
—Yaya una mierda.
Ni pregunté, pero me senté en una de las sillas junto a la mesa de la cocina. Observé el mantel, de flores y algo sucio. Luego mis manos. Estaban lastimadas. Me ardían.
Levanté la mirada y vi una cruz de madera colgada en la pared. La casa de Toto estaba llena de eso.
Tenía la pequeña estampita de una virgen pegado en la parte de adentro de la puerta. Había un santuario en la parte trasera de la casa, en una esquina oscura y húmeda. Con velas, otra virgen y figuras que no reconocía.
Una foto de la madre de Toto, enmarcada se encontraba justo arriba. Era una mujer joven y muy bonita, de tez oscura y el pelo trenzado como Toto, pero más largo. Él siempre la saludaba antes de irse de la casa.
Sobre la mesa de luz del cuarto de sus abuelos había un rosario, que desde niño llamó mi atención. Incluso Toto llevaba colgada en el cuello una cruz, pequeñita y plateada.
Su abuela me había enseñado a rezar una vez, cuando yo era un niño. Ella era una fiel creyente.
Siempre me costó entenderlo, quizás porque en mi casa Dios nunca fue importante, pero al mismo tiempo me gustaba escuchar a Toto. Me era interesante pensar, porque él de verdad tenía fe. Fe. Fe.
—¡Jackie!
La voz de Eloísa me hizo volver a la realidad y deje de ver la cruz. Ella salió del baño, cerrando la puerta y caminando hacia mi.
Tenía un short de jean y una remera roja que le llegaba por encima de su ombligo y su cabello negro estaba suelto de un lado de su cabeza. Se veía más bronceada que de costumbre.
Quizás le había dado el sol.
Me sonrió, contenta. Toto se rindió, dejando que su hermano hiciera lo que quisiese y a pasos largos y frustrados caminó hasta la silla a mi lado.
—No quería molestarte. Pensé que estabas solo.
—Eh, no pasa nada. Igual nos estábamos aburriendo ¿No, Elo?
Ella soltó una risa y de un salto se sentó sobre el regazo de Toto, sonriente. Toto le acarició el cabello, con cariño.
—Iba a hacer limonada ¿Te gusta con azúcar o sin azúcar?
—Sin azúcar —respondí.
Eloísa asintió y caminó hasta la mesada de la cocina. Sacó varios limones y un cuchillo para cortarlos. El olor ácido se hizo presente, mezclándose con el de la marihuana, creando un aroma extraño. Que en realidad era disfrutable.
—¿Recuerdas cuando robábamos limones del vecino? —comentó Toto, con diversión.
—Una vez me rompí un diente.
Toto soltó una carcajada, ruidosa. Sin darme cuenta me contagié de su alegría y sonreí un poco. Solo un poco.
—Si, mi abuela quiso matarme.
—Irina ni se dio cuenta cuando llegué a casa.
Toto no volvió a reír.
—¿Pasó algo con ella otra vez?
Negué, despacito. Hablé casi en un susurro.
—No. Con George.
—Qué hijo de puta.
—Deberías mandarlo a la mierda e irte de ahí —comentó Milo, soltando humo.
Parecía que todos en esa casa compartimos el mismo odio hacia mi progenitor.
Suspiré, dejándome caer un poco en la silla. Todos me miraban a mi. Todos estaban atentos a mi. Preocupados por mi.
—¿Tienes lastimado algún lugar? —Toto bajó el volumen de su voz, para que sólo yo escuchara.
Me encogí de hombros. Tenía adolorido todo el cuerpo en general. Algunas heridas tenían días y otras semanas. Mis dedos se habían raspado cuando intenté cruzar la reja al lago. Se cortaron y al no saber cómo curarlos la herida solo empeoró. En otras palabras, estaba hecho mierda. O me sentía en la mierda al menos.
—Vamos al cuarto.
Le hice caso, porque nada ganaba en contradecirlo. Me levanté, juntando fuerza para cargar mi cuerpo y caminar hasta el cuarto de Toto. Me tiré en su cama. Olía a sudor, a encierro.
Que asco. No se que mierda habrán hecho en ese cuarto, pero olía espantoso.
Toto regresó, con una valijita blanca en sus manos. La misma que usaba su abuela para curarme. La guardaba en el baño, debajo del lavamanos.
—La limonada sin azúcar es un asco —intentó empezar una conversación Toto—. No entiendo como te gusta así.
Se sentó a mi lado, y el colchón se hundió con nuestro peso. Quise sonreír, pero no podía. Me sentía raro. Raro mal.
—Muéstrame tus manos.
Las estiré y a mi mente vino una imagen algo borrosa de otro rostro. Un rubio, de rasgos más grandes y ojos bonitos. Deja de hacerte el superman, niño, decía esa voz grave, pérdida detrás de mi cabeza.
Superman. Superman.
Toto sacó unas curitas de la valija blanca. Les quitó el plástico y las pegó a mis dedos. Me temblaba la mano. Me quité la remera y le enseñé las heridas de mi espalda. Toto, casi de forma automática, abrió el frasco de alcohol y remojó la punta del algodón en él.
Ardió. Ardió tanto que tuve que morderme el labio para no soltar algún insulto.
Salió una gota de sangre. Me la tragué. Sabía horrible.
Toto desinfectó las heridas sin hacer preguntas, con toquecitos tan gentiles que no parecían venir de él.
—Oye, Jake...
—¿Qué pasa?
—No me gusta verte así.
Auch. Auch. Eso dolió más que el alcohol sobre una herida abierta. No quise responder. Tampoco sabía que se decía en situaciones así.
—Eres mi hermano, Jake. Me hace mal verte así. Y no hablo solo de los golpes y eso. Estas triste, estas mal y no soy idiota, me doy cuenta.
Bajó su mano, tirando el algodón al piso. Las voces de Eloísa y Milo parecían lejanas.
—No puedo solo sentarme y esperar a recibir la noticia de que te moriste, Jake.
—Estás exagerando, Toto. No me voy a morir.
—¿Y qué pasa si un día George se vuelve loco, eh? Los dos sabemos que ese viejo no está cuerdo, que tiene algo mal en la cabeza. Y sentir que lo se y que no puedo hacer nada es horrible.
No lo miré. Solo observé la pared frente a mí y sentí como su voz se rompía al terminar de hablar. Como un niño pequeño, asustado.
—No puedo perderte, idiota —Toto me dio un golpecito, pequeño, sin fuerza, justo en el hombro— No puedo ni imaginar una vida en la que no estes. Si te mueres me mato yo, y lo digo de verdad.
Si te mueres me mato yo. Si te mueres me mato yo. Me mato.
—No digas esas cosas, Toto...
No quería llorar, no podía llorar, pero cuando giré y noté en ese rostro una expresión de tristeza genuina se me hizo pedazos la poca fuerza que me quedaba.
Toto se limpió los ojos, para luego seguir hablando.
—Quiero que sigamos creciendo juntos, Jake. Que conozcas a mis hijos, que vayas a mi boda. Y se que lo digo en broma todo el tiempo y que quizás ahora pienses que no tiene importancia pero si la tiene. No se como explicártelo, Jake. Pero de verdad, aquí eres importante. Para Milo, para Elo, para mi abuela y para mi.
Y lloré. Me rompí y no pude aguantar más. Llevé ambas manos a mi rostro, intentando ocultarme. Solté un sollozo en voz baja, que se perdió entre mis palmas lastimadas. Toto me abrazó, con fuerza. Y no me sentí tonto ni débil ni tampoco avergonzado. Solo pequeño. Necesitaba ese abrazo.
Se sentía como el de un hermano. Como el de alguien que te viene a decir "todo está bien, de verdad". Y necesitaba creerle, aunque no fuera verdad. Y lo abracé también, con la misma fuerza.
Me escondí y Toto intentó no tocarme las heridas de la espalda, pero a mi me daba igual.
—Lo siento —dije.
Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento.
No sabía por qué pedía disculpas, cuando en realidad odiaba a las personas que lo hacían. No sabía por qué me disculpaba pero necesitaba hacerlo.
—No digas lo siento, idiota.
Toto volvió a reír y me dio un último golpecito en el hombro, para separarse. Me limpié las lágrimas con la mano y junté mis mocos.
—Puedes venir cuando quieras y quedarte el tiempo que sea. Incluso puedes vivir aquí si quieres, de alguna forma vamos a arreglarnos.
Yo siempre supe que la casa de Toto estaba abierta. Que podía pasar la cantidad de noches que fuera. Pero jamás me imaginaba viviendo ahí y no era porque no quisiera irme de casa.
Solamente sentía que ahí iba a ser una carga. Su abuela no trabajaba y su abuelo estaba cada vez más cerca de no poder hacerlo.
Milo era el único que lo hacía y ni con eso ganaban suficiente dinero. Nunca se gana suficiente dinero.
Yo iba a ser un plato más de comida, un poco más de agua, otra cama y no tenía forma de pagarles eso. Porque aunque suene horrible, el cariño no paga la comida o el agua y mucho menos las camas.
—Gracias.
—No es nada, Jake. Todo sea por los hermanos ¿No?
Hermanos. Eso me hizo sonreír. Un poquito, de costado.
—¡Ya está la limonada! —gritó Eloísa.
Toto fue el primero en levantarse. Me dijo que me acomodara y que fuera a la cocina cuando quisiese. Observé el algodón sangriento. Olía a alcohol.
La limonada estaba ácida. Me gustaba esa sensación. De la acidez que pica en la garganta. La abuela de Toto llegó unas horas después de mí, junto a su esposo. Ella me abrazó y me besó todo el rostro, con un cariño exagerado. Me quedó el rostro marcado con sus labios.
—Me alegra que vinieras, corazón —dijo.
El abuelo en cambio solo me dijo "hola" y se fue a su cuarto para leer el periódico y fumar.
Eloísa puso música en la radio, ruidosa y en otro idioma. Milo le dijo que era una mala canción y Eloísa lo golpeó con una cuchara en la cabeza, como una madre ofendida.
Giré la cuchara en mi vaso, revolviendo la poca limonada que quedaba. El olor a la salsa de tomate que estaba cocinando la abuela se sumó a la lista de aromas de la casa.
Encierro, sudor, tomate, marihuana y limón.
Toto abrazó por detrás a Eloísa y apoyó su pera en el hombro de ella. Toto era bastante más alto que Elo y también que yo. Había heredado eso de su abuelo, al igual que Milo, que ya pasaba el metro ochenta.
Siempre se me hizo extraño la cuestión de heredar genes. Yo, mientras crecí, me di cuenta que heredé partes del rostro de George. Cada vez me parezco más a él, cosa que detesto.
Pero en la altura me quedé corto, siendo él un hombre grande y corpulento. Tuve que heredar justo la peor parte.
—Ve a llamar a tu abuelo.
Toto asintió y tras darle un ruidoso beso a Eloísa se dirigió al cuarto de su abuelo. Milo se alegró cuando la música por fin cambió y movió la cabeza al ritmo acelerado de la guitarra.
—¿Puedo ayudarla en algo? —le pregunté a la abuela, en voz baja, mientras Milo y Eloísa discutían por la música.
—Oh, no, cielo, no hace falta. Ya casi termino.
Asentí, aunque me sentí algo culpable de no estar haciendo nada. Miré la sartén, en donde cocinaba la salsa.
Sonreí un poquito, otra vez. Pero no fue exactamente por algo que estaba sucediendo. Fue más por un pensamiento qué pasó por mi cabeza.
Quería que Moon volviera a cocinarme algo. No recordaba el nombre de esos dulces que me había preparado para mi cumpleaños, pero quería volver a probarlos.
El abuelo llegó, medio dormido y se sentó en una de las sillas. Milo se acomodó en la de al lado, Toto en la otra, junto a su novia y en las últimas dos sillas la abuela y yo.
Antes de comer observamos nuestro plato. Me hizo ruido el estómago por el hambre, pero ya conocía de memoria la tradición de la casa, así que espere.
—Bendice señor los alimentos que por tu bondad vamos a recibir —dijo el abuelo, con su voz gruesa.
Yo lo repetí en voz baja, con vergüenza de no recordar exactamente cómo era.
—Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Ahora éramos todos lo que hablaban. Yo en un susurro, aunque me sabía el padre nuestro de la cantidad de veces que lo había escuchado.
La voz de la abuela era la que más sonaba. Estaba seria, concentrada. Yo la miré, sin dejar de hablar. Tenía los ojos cerrados.
—Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
—Amén —dije, al igual que todos.
El siguiente sonido fue el de los cubiertos chocando contra la porcelana de los platos y los murmullos entre Eloísa y la abuela.
—Pásame el queso —pidió Milo, estirando su brazo.
Amén.
Dormí en el sillón de la sala. Debajo de la cruz de madera, tapado con una manta pesada color azul. Me picaba, pero intenté ignorar esa sensación. Cuando las luces de la casa se apagaron los sonidos parecieron subir de volumen. Los ladridos, los insectos y la gotera de la cisterna del baño. Todo se hizo más fuerte.
Superman. No puedes ser superman.
Esa frase se repetía en mi mente. Hundí mi rostro en la almohada del sillón, como si eso pudiera callar mi mente. No lloré otra vez. Llorar dos veces en un día era demasiado. Era demasiado.
No había comido casi nada. Solo probé los fideos por educación, pero sé me hicieron un nudo pesado en la panza y no pude seguir tragando nada más.
Me levanté varias veces para ir al baño en medio de la noche. No dormí prácticamente nada. Cerraba los ojos y a los segundos, cuando sentía que estaba por dormirme, algo me despertaba.
Una sensación que no entendía. Mi corazón, latiendo fuerte y un sudor en la nuca. Pero no hacía tanto calor como para hacer sudar a mi cuerpo. Miré la cruz y crucé sobre mi pecho ambas manos. Dios. La cosa esa sin forma que parecía habitar la casa de Toto.
Para quien rezaba a las noches y la razón por la cual iba a la iglesia. Dios.
—De seguro no existes —susurré contra la almohada—. Pero si tan bueno eres, haz que todo salga bien.
Solo hubo grillos de respuesta, como esperaba. Suspiré. Cricrí, cricrí, cricrí.
—Amén —dije, más como una burla que como otra cosa.
Dios seguro tiene tantos pedidos que quizás se olvida de algunos. O ni siquiera logra escucharlos. Aunque lo dudo, porque las paredes de la casa de Toto eran delgadas. Tan delgadas que incluso un lamentoso susurro podía escucharse.
Tan delgadas como el techo, que no podía aguantar ni el peso de la lluvia, y goteaba durante las tormentas.
Entonces quizás simplemente no les presta atención. Los ignora. Porque seamos realistas, ni alguien tan poderoso como Dios podría cumplir todas las cosas del mundo.
Aunque Dios no existe. Me di cuenta cuando tenía catorce años. Cuando le pedí que las cosas salieran bien. Solo eso, nada más. No era tan difícil. Que las cosas salieran bien.
Que todo estuviera bien. Bien. Bien.
No deseaba algo perfecto, no deseaba algo tan difícil. ¿Era tan difícil? ¿Tan imposible era pedir que todo saliera bien? Por una vez, al menos.
No más que eso. No es mucho, no es demasiado. Me di cuenta que Dios no existía , cuando las cosas no salieron bien.
Porque prefiero creer que no existe a pensar que es tan hijo de puta que ignoro por completo lo que le pedí. Y no es que yo fuera alguien importante, cuyo deseo debería ser concedido, pero con toda la mierda que me puso en el camino, nada le costaba darme un respiro.
Vidas pasadas, Dios, el destino o lo que fuese, me odiaba.
Un abrazo. Necesitaba un abrazo. Quiero un abrazo. Uno solo aunque sea.
Uno de Toto. Porque me parece que en ese momento, no me di cuenta lo grande que era un abrazo de Toto. Toto. Toto.
Que me diga "hermano", con una sonrisa, que me abrace y luego me invite a tomar limonada a su casa. En el sillón con la manta azul. Pesada. Calurosa.
Cerré los ojos en algún momento de la noche y finalmente pude dormir. Mi último pensamiento antes de dormir fue: Superman ¿Quién mierda dijo que me quiero hacer el superman? Superman es un idiota.
Detesto a Dios y odio a superman.
En realidad, desearía que el primero me escuchara y desearía aún más tener la piel del segundo. Pero Dios no existe y superman es un personaje de comics.
Y Toto está muerto.
Y así es la vida. No hay mucho más que pensar.
Holis holis!! COMO ESTAAAAN?
ESPERO Q MUY BIENNN! 💗💗
Este capitulo es algo largo, pero es que tuve un golpe de energia para escribirlo y ademas es bastante importante 💞 Tarde un tiempo pq no sabia como hacerlo, pero creo que quedo bastante bien. Es de mis favoritos.
¿Hasta ahora que capitulo les gusta más?
Estoy intentando organizarme con todos los proyectos JKAJSK pq ademas tengo cosas afuera de Wattpad 😭😭 asi q lo siento si tardo más en actualizar una u otra historia, todo a su tiempo 🌟
Este cap tiene muchos detalles y cosas, quizas es un poco mucho pero ya va a ir cobrando sentido, se los prometo JAJAJAJ, la cantidad de simbolismos de esta historia solo se entiende a medida q vas leyendo.
Se que a muchas personas les cae mal Toto pero no me pueden negar q es buena gente con Jake, pobre 😭
JAKSJAKS Y NO PUEDO HACER UN PERSONAJE Q NO TENGA UN TRAUMA CON DIOS AJSKAJS disculpen 😔
Q todo salga bien 💔auchauchauch
Y de paso aca su comentario de odio a George --->
MIREN, hice dibujitos de Toto, Milo y Eloísa (en ese orden)
AHORA SI, MI FAVORITO, MOMENTO PREGUNTAS 🦋
La clásica de siempre ¿QUE LES PARECIO? 💫
¿Les gusta como se describen los lugares?
¿Estan logrando hacer una imagen mental de las casas y el barrio? 🌩
¿Es raro ver a Jake asi de vulnerable? 😭 mi chiquito, lo quiero abrazaaar
¿PQ creen q George es si de hdp? ¿Les gustaría conocer su pasado? 🤫
Tengo pensado hacer un graaan capítulo sobre eso. No se que es mejor, publicarlo aquí como un extra o subirlo como una historia one shot . De cualquier forma creo que tendría muuuchas palabras JAJAJA
¿QUIEREN SABER QUE VA A PASAR DESPUÉS? AAAAA ¿TEORÍAS? 🫵🏻
¿LES GUSTA EL APODO JACKIE? JAKSJAKS ELO TE QUEREMOS ❤️🩹
¿Extrañan las interacciones de Moon y Jake o les gusta los capítulos separados tmb?
¿Saben rezar? 🛐 ¿creen en Dios? Quiero aclarar que esto es una obra de ficción y no pretendo ofenderlos (y que los pensamientos de mis personajes no me representan al cien por ciento) 🍂
¿Les gusta la limonada con o sin azúcar? 🍋
JSKAJSKAJSK no fumen marihuana si son peques 😡🫵🏻
Esta es media complicada pero ¿les gusta el tipo de narración? ¿Les está gustando más allá de la historia? Es mi mayor inseguridad JAJAJAJAJ
Y creo q esas son todas las preguntas <3 ¿ustedes tienen preguntas?
Eso es todo por hoy, nos vemos próximamenteeee
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