Capítulo treinta y siete: El Loco y los tipos de los autos
Hace muchos, muchos años.
Jake Williams
Milo lloró cuando Eloísa le contó sobre el embarazo. No sé si lloró por tristeza o alegría. No soy bueno en nada que tenga que ver con el llanto. Ni en llorar, ni en consolar y mucho menos en distinguir la diferencia emocional de una lágrima y otra.
Estábamos en su casa, en la sala, una tardecita calurosa. Eloísa me obligó a acompañarla porque necesitaba alguien que se sentara a su lado cuando les dijera a los abuelos y al hermano de Toto que tenía un hijo con su sangre.
Una vez que terminamos de hablar, la abuela caminó hasta el santuario aquel donde estaba el cuadro de su hija. Había colgado al lado una foto de Toto. Supongo que rezó.
Tampoco soy bueno en distinguir para qué es un rezo y para que es otro. No sé cuantos rezos existen. Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
El abuelo en cambio se fue de la casa. No estaba enojado ni nada de eso. Yo sé muy bien distinguir el enojo. En eso si soy bueno.
Solamente decidió salir a dar una vuelta, tal vez para despejar su mente, tal vez para contarle a los vecinos.
Milo, Eloísa y yo quedamos en la cocina, solos. Milo logró calmarse tras respirar varias veces y pasó una mano por su cabeza. Se había vuelto a rapar. Ya no tenía más ese inmenso afro ni la vincha. El rapado le daba una apariencia menos amable, al menos viéndolo de lejos. Pero una vez que conocías a Milo todo el mundo llegaba a la misma conclusión: era un tipo genial.
Como Toto siempre fue mi hermano mellizo, como un compañero, Milo fue mi hermano mayor. O un padre. O quizás ambas. Era y es un poco de todo lo que nunca tuve.
—¿Tus padres lo saben, Elo? —preguntó.
—Sí.
Eloísa se limpió las lágrimas con la mano. Sus ojos se ponían muy muy rojos cuando lloraba y sus pestañas parecían más oscuras.
—No lo puedo creer —susurró Milo, observando un punto en la pared.
—Ya sé. Todo está siendo muy raro últimamente —respondió Eloísa, soltando una risa amarga.
Raro. ¿Raro bien o raro mal? Últimamente me hacía esa pregunta cada vez que la respuesta raro llegaba a mi mente para responder algo. Cuando no sabía bien que estaba sintiendo me tomaba un segundo para pensar ¿raro bien o raro mal?
Y había llegado a varias conclusiones. Tenía dos listas, escondidas en mi mente. La primera:
Raro mal:
La sensación que me recorre el cuerpo al recordar a Toto.
Cuando parece que estoy escuchando a Toto, pero es solamente el viento.
Querer llorar y no poder hacerlo.
La energía gris que trae George cuando entra a casa.
Cuando la radio pierde conexión y tiene ese sonido como de muchas cosas juntas, pero que no es nada a la vez.
Que todo el tiempo, por alguna razón pareciera que George está viendo lo que hago.
Irina. Todo lo que tenga que ver con Irina.
El miedo.
El futuro.
Y por el otro lado teníamos la lista de:
Raro bien:
Besar a Moon.
La sensación que tengo cuando Moon me toca.
Los sueños. Pero los lindos (con Moon)
Moon, en general.
Cuando siento que digo algo inteligente.
Estar con Eloísa.
Reir. Sonreír.
La felicidad que me da tomar limonada (sin azúcar)
Sentir tanto. Sentir todo.
Aunque esa última honestamente estaba en ambas categorías. No lograba encontrarle un lugar correcto. Y tampoco logré encontrarle un lugar al raro de Eloísa. Tenía razón. Todo estaba siendo raro. Raro bien y raro mal, ambas.
Tiré la cabeza hacia atrás, observando el techo de la casa. Silencio.
—Milo ¿Tienes hierba? —pregunté, de la nada—, necesito fumar.
—¡Jake! —exclamó Eloísa.
—Ya, ya, es que todo está siendo muy raro últimamente —repetí su frase y la escuché resoplar, frustrada.
Giré la cabeza un poco para mirarla. Eloísa se acomodó un mechón de su cabello y acto seguido apoyó ambos codos sobre la mesa. Milo me miró y luego intentó espiar si su abuela estaba cerca.
—Sí, voy a traerla —murmuró, se levantó de golpe y caminó hasta su cuarto.
Nos sentamos en el cordón de la esquina, lejos de la casa para que su abuela no nos viera. Milo lucía algo desconectado, observando la calle y con las manos descansando sobre sus piernas.
Le extendí el cigarro a Eloísa y ella, sorprendida, negó con la cabeza.
—Estoy embarazada.
—¿Y? —me encogí de hombros, confundido.
—No puedo, tarado.
—¿De verdad?
—Obvio que no.
—¿Fuiste al hospital ya? —preguntó Milo, entrando en la conversación.
—No. Aún no. Tengo que ir —di una pitada, ya que Eloísa lo había rechazado—, pero no se si mis padres vayan a acompañarme.
—Podemos ir contigo —dijo Milo.
Podemos. Milo ya me había incluido en el plan. Tampoco me molestó, porque de todas formas también habría acompañado a Eloísa.
—Gracias, chicos —susurró Eloísa, con dulzura.
—No es nada, Elo —respondió Milo, sincero.
Milo me dio un golpecito en el hombro, y eso me hizo volver a conectarme con lo que estaba pasando. Me señaló disimuladamente a Eloísa, que parecía algo triste.
—No agradezcas estupideces, tonta —quizás era mejor si me quedaba callado.
Lo bueno fue que le sacó una risita, que contagió a Milo. Ambos se rieron ruidosamente. Le pegué a Milo en el brazo, ofendido. Y luego hice lo mismo con Eloísa, sin medir mi fuerza, por lo que ella soltó una carcajada que fue más un gesto de dolor, agarrándose el brazo.
—¡Bruto! —gritó, riendo.
—Burro más bien —añadió Milo, burlón.
—Váyanse a la mierda los dos.
Aunque en ese momento si estaba medio ofendido, en el fondo si tuviera que poner esa situación en alguna de las listas sin duda iría en la raro bien, pero sin el raro. Porque era solamente bien.
—Ay, no te enojes, Jackie.
—Jackie —repitió Milo en voz baja, quien parecía ahogado con su propia risa.
—Imbécil.
—Estas muy malhumorado, toma —y me extendió el cigarro, divertido.
Lo acepté. Milo se recostó en la vereda, cerrando los ojos y cruzando sus manos sobre su pecho. No pasaba caminando nadie, así que no interrumpía el paso. Y cuando algún perro lo olfateaba, Milo solamente estiraba su mano, amagando con sacarlo.
—¿Recuerdas a mi tio? —me preguntó Eloísa, a los pocos minutos—, el del taller mecánico.
—Aja.
—Le hablé de ti.
—¿Eh? ¿Para?
—¿No estabas buscando trabajo? Me dijo que puedes ir. Para que te conozca y eso.
Fruncí el ceño, soltando un suspiro como si acabara de decir una estupidez.
—No sé nada de autos, Eloísa.
—Pues aprende. Mejor si es con alguien que te tenga paciencia. Al menos ve a conocerlo y conocer el lugar.
A los pocos días estaba caminando a la dirección que me había pasado Eloísa, con las manos en los bolsillos y la esperanza de que su tío no me preguntara si sabía armar un motor.
Llegué, tras caminar casi media hora, perderme y tener que preguntarle a una vecina si sabía dónde quedaba. La señora comenzó a hablar demasiado y le dije no tan amablemente que iba demasiado apurado. Estaba cerca de la estación de tren. Un galpón grande con una fachada simple que tenía el nombre del lugar pintado en rojo. Aplaudí, pero nadie contestó.
La puerta estaba abierta, así que me aventuré y entré en el amplio taller. El espacio era grande, alto y con algunas aberturas en el techo, por donde entraba la luz. El suelo de concreto tenía manchas de aceite y herramientas esparcidas.
Caminé con cuidado de no tropezarme. No quería partirme la cabeza y presentarme al tío (quizás futuro empleador) con sangre en la cara.
En el centro, había dos de esos elevadores para levantar autos. Autos. Había muchísimos. De todo tipo. Algunos lucían caros.
Las paredes tenían estantes llenos de piezas y herramientas organizadas. No había nadie. Todo parecía congelado.
Alguien puso su mano en mi hombro y giré de golpe. Detrás mío me sonreía un hombre alto, delgado y con un bigote canoso.
Vestía una musculosa blanca y unos pantalones manchados con aceite. En su musculosa estaba bordado en azul el nombre del taller. Era parecido a Eloísa. Como una versión vieja y masculina de ella. Hasta sus mismos ojos.
—¿Jake? —preguntó, con una voz ronca.
—Hola.
—Chris, un gusto conocerte, niño.
—Igualmente —respondí, ignorando el enojo porque me había llamado niño.
El tío de Eloísa estiró su mano y yo hice lo mismo. Nos saludamos y al separarnos noté que me había ensuciado. Me limpié contra mi bermuda de jean.
—Llegaste justo a la hora del almuerzo. Ven, así conoces a los chicos.
Caminamos en dirección al fondo. Chris iba delante y noté que cojeaba, agarrándose la cadera, gesto que me hizo recordar a George, quien a medida que envejecía iba empeorando en su forma de caminar. Pero Chris no parecía tan viejo como George. Aunque en realidad no sabía bien cuántos años tenía ninguno de los dos.
—¿Sabes manejar?
Me encogí de hombros y decidí hacer lo mismo que aquella vez con la bicicleta, suponer que iba a aprender en unos minutos aunque nunca antes lo había hecho.
—Supongo que sí —contesté, observando los autos.
—¿Tienes idea sobre autos?
—No —negué con la cabeza.
—¿Te interesa?
—Ni un poco.
—Bueno. Espero que aprendas, hasta entonces estás en prueba —comentó con un tono serio, que me hizo asentir con la cabeza—. Eloísa me dijo que eres un buen chico y que Toto te quería mucho.
—Era mi hermano.
Una sonrisa triste se le pintó en el rostro, soltando aire por la nariz. Pasamos por una puerta y llegamos a un cuartito muy pequeño, donde el olor a comida parecía invadir todo. Sobre una mesa baja había varias cajas con pizza y botella de cerveza. Había un grupo pequeño de hombres, hablando entre ellos. Por una radio bajita se escuchaba una música ruidosa.
—Mira, cualquier duda que tengas puedes preguntarle al Ruso.
—¿A quién?
—Es el hombre de allá.
Y acto seguido señaló a un sujeto que estaba en la esquina, tomando cerveza. Muy alto y gordo, vestía un mameluco azul manchado con aceite y grasa. Parecía tener más de cuarenta, sin duda. Estaba pelado y tenía un poco de cabello detrás de la cabeza. Giró a vernos y me incomodé, porque su rostro no era ni cerca amable. Con su barba poblada y sucia y sus ojos caídos.
—Anda, entra —Chris cerró la puerta, que separaba el cuarto del gran taller donde estaban los autos—, eh, imbéciles, apaguen un poco la música.
Sintiéndome un niño pequeño caminé entrando en el cuarto. Todos giraron a verme, incluido Ruso, quien tenía una expresión completamente seria. Chris se apoyó contra la pared, separando las piernas y cruzándose de hombros. Me miró.
—Eh... hola —dije, guardando mis manos en los bolsillos de mi bermuda.
—¿Este es Jake? —preguntó un chico pelinegro, que habría tenido unos treinta y llevaba una gorra, con la visera hacia atrás—. Pero si tiene como doce.
—Tengo dieciséis.
—Ah, es un nene —añadió otro chico, que parecía más cerca de tener mi edad que tener la edad del pelinegro.
—Gabo, basta —dijo Ruso, bebiendo un sorbo de cerveza.
—Solo tiene dos años menos que tu, taradito —el pelinegro soltó una risa, riéndose de él.
—Cállate, Edu.
Eran tantos nombres que me confundí. Tanto olor que me mareé y tanta música que me hizo querer taparme los oídos. No iba a durar ni dos días en ese lugar. Pero luego recordé que no tenía otra alternativa y me forcé a sentarme en el suelo, frente a la mesita.
Por suerte a los minutos el grupo volvió a la normalidad entre ellos. Chris hablaba con Ruso en la esquina, con un aire de seriedad que me hizo sentir culpable de intentar escucharlos.
—Eh ¿Tu eres el amigo de la Elo? —preguntó quién yo creía que era Gabo, el más chico luego de mi.
Se sentó a mi lado, comiendo un pedazo del queso que había sobre una de las cajas de cartón. Tenía un pañuelo rojo atado en la cabeza, que caía hacia atrás, poca barba castaña y cuando habló noté que le faltaba una de las muelas. Todos vestían esos mamelucos con el logo del taller bordado.
—Si.
—Que bueno —inclinó su cuerpo hacia delante, hasta apoyarse en la mesa—, ¿vas a empezar a trabajar acá? ¿Cuándo? ¿No eres medio peque?
—No molestes al niño, Gabito —le gritó Edu.
—No soy un niño —contesté, controlando mi tono lo mejor que pude.
Se rieron. Chris habló, regalando a los chicos y diciéndoles que se comporten. Cuando terminaron de comer me dijo que me sentara, para ver cómo trabajan. Parecían tener un ritmo propio, acelerado, todo funcionaba bien. Eso me puso aún más nervioso. Chris me llamó y alejado del resto me enseñó algunas cosas, mostrándome uno de los autos grises que había. Muchos nombres, muchos términos, muchas herramientas, muchas cosas.
Hacía mucho calor ahí dentro, así que estaba empezando a sudar. Chris me extendió un vaso de plástico blanco, que tenía agua con hielos pequeños. La bebí de un sorbo, sentándome sobre una de las mesitas bajas.
—¿Y? —preguntó.
—No sé. Ya te dije antes. No se nada de autos.
Chris soltó una risa.
—Ya vas a terminar aprendiendo.
—¿A ti siempre te gustaron los autos?
Otra cosa que había notado era que los chicos lo trataban de usted. Pero yo odiaba hacer eso. Jamás trataría a nadie de usted, y mucho menos si esa persona me trataba de niño. A Chris no le pareció molestarle eso. Es más, hasta le daba risa mí confianza.
—Sí. Desde muy chico. Mi padre era muy de los autos, así que aprendí por él.
—Ah.
A veces, cuando escuchaba esas cosas, esas historias sobre padres, una parte de mi, muy muy pequeña pensaba que yo también hubiera querido que mi padre fuera muy de algo. Que me contara sobre eso y me enseñara. En realidad yo seguía teniendo esa esperanza tonta y pasajera de que quizás, solo quizás, un día George se iba a acercar y me contara sobre la estupidez más ridícula y yo, como el hijo que era, iba a escuchar y me fascinaría, solo porque se trataba de mi papá. Solo porque le tenía admiración y lo quería. Lo quería.
Porque al fin de cuentas seguía siendo eso. Mi papá. Y yo seguía siendo eso. Un hijo. Y como hijo que era, tenía esperanza. Una cosa pequeña, infantil y triste. La esperanza. De quererlo y de que me quiera.
—Mira, hagamos esto —Chris ordenó algunas herramientas, mirándome de reojo—, ven más seguido ¿sí? Así primero ves como funciona todo y te vas familiarizando ¿te parece bien?
—Sí, bien.
Chris sonrió de lado. Miré mi vaso y suspiré. Seguía teniendo sed.
—Si quieres más agua puedes buscar en el cuarto donde almorzamos —Chris cerró una de las cajas—, ve, los chicos no muerden.
Caminé hasta ese cuartito al fondo. Estaba más limpio que antes. Habían tirado las cajas de comida y las cervezas. Y más tranquilo, ya que no había nadie, pude observar el lugar. Tenía dos sillones de tela azul, una mesa bajita en el centro y algunos otros muebles con objetos encima. En las paredes habían colgados de esos calendarios con mujeres semidesnudas. Lo que más me incomodaba era que esas chicas parecían estar observándome.
El bidón de agua estaba en el suelo, junto a la pequeña heladera. Primero me serví agua y luego saqué hielo de la heladera. Mientras estaba agachado escuche la puerta abrirse. El Ruso entró, sin mirarme y solamente caminando recto en dirección a una mesita baja.
—Y tú —levanté la cabeza cuando le llamó—, eres un niño. No digas que no y no sientas vergüenza por eso. Ser un niño es lo mejor que te va a pasar en la vida.
Y se fue. Dejándome solo. No era superman, era un niño. Bebí el agua de golpe y me serví otra vez, como si bebiendo el agua pudiera, de alguna forma tragarme también todo lo que quería decir.
Empecé a trabajar en ese taller mecánico al poco tiempo. Me volví el nene, el más chico del grupo. Y al final me terminé acostumbrando a eso.
Holaaaaa!
Como andan? 🩹💗
Al fin pude terminar este capitulo aaaaa.
Primero que nada, miren, dibujitos de Jake Williams, porque me gusta dibujarlo
No tengo mucho que decir hoy JAJAJAJ, y me da pereza seguir escribiendo 💪🏻💗
Ando en la chacra de una amiga con unos amigos suyos, recien salimos de la piscina y estoy en el patio con la compu en la mesa mientras cocinan el asado JAJAJAJ 🏕
ANDAN ESCUCHANDO LA PLAYLIST DE CARS, GENTE, SAQUENME DE ACA (Todos tienen más de 18 y uno ya va para los 22, no puede ser 💀💀💀) JAJAJAJAJAJ
🦋💞 Ya vamos con las preguntas entonces
¿QUE LES PARECIO? 😔🌟
¿Momento, dialogo, reflexión o cosa que les gustara? <3
¿Les molesta q haya muchos personajes? JAJAJA les juro q los chicos del taller van a ser importantes para la historia de Jake
¿Extrañaban a Milo? ¿Les gusta la dinámica Milo/Elo/Jake?
¿Qué opinan de las dos listas de Jake? <3
¿Podrían pensar su lista de raro bien y raro mal? 🌠
¿Se imaginan a Jake trabajando en un taller mecánico? JAJAJAJ 🚐🌠
¿ALGO QUE QUIERAN DECIR?
Y con eso cerramos hoy, feliz semana, feliz todo, voy a ver si puedo escribir estos días en el campo, aprovechando la no internet para hacer algo JAJAJAJAJ BESO
les quieroooooo 💗🩹
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro