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Capítulo sesenta y siete: La Luna y la ciudad

Hace un par de años.

Moon Hikari

¿Alguna vez te miraste al espejo y pensaste, al menos por un instante, que esa cara tuya en algún momento fue vista por mi? ¿Piensas esas cosas o solo yo soy el bobo? Muy bobo, tanto que sigo pensando en esto ahora, con casi treinta. Siendo un hombre, no un niño ni un adolescente que puede defenderse por la inocencia. Cuando teníamos dieciséis te toque la oreja, te bese la boca y te dije que tu cara no era tu cara cuando yo la miraba, porque mis ojos no eran los tuyos, y no podría nunca mirarte como tú te mirabas a ti, entonces te estaba inventando una nueva cara, que tu jamas ibas a conocer. Intenté dibujarte un día, pero me di cuenta que solo estaba dibujando lo que yo pensaba que tú eras. Que era egoísta dibujarte, porque estaba yo ahí, no tu. Aunque creo que te conocí de verdad, lo creo realmente. Que llegué a conocer lo que eres, al menos un poco.

Aunque me apena un poco la idea de jamás conocer del todo a alguien. Me entristece pensar que la soledad es, en realidad, algo inevitable. Que ni a mi propio hermano, fruto de la misma sangre, lo conozco del todo. No sé ese pensamiento que tiene antes de dormir, no sé qué fantasías tiene con la persona de la cual está enamorado, ni sé en realidad qué piensa sobre mi cuando nos peleamos. Es que solo soy yo, en mi vida. Y te podrán parecer tonterías, un sueño y una fantasía. Te podrá parecer hasta extraño que yo quiera saber las fantasías de mi hermano, pero no es que las quiera saber por algo extraño, es que no quiero estar tan solo. Es que quisiera conocerlo todo, todo, todo, todo. Es que no quiero tener este raro pensamiento al mirarlo a los ojos: ¿En qué estará pensando? ¿Será que está pensando en mí y yo nunca lo sabré?

Te pregunto entonces, Izari, siendo que hoy somos hombres distintos, que ya no eres más ese niño pequeño que casi funcionaba como extensión de mi: ¿En que piensas? ¿En el fondo, muy fondo, que clase de tipo eres? Sé que uno bueno, eso lo sé. Al menos en la vida, no sé en tu cabeza. No sé si sueñas con matar a alguien. No sé qué vida tienes, que yo no conozco. Quisiera que seamos la misma persona. Es raro eso de la hermandad, yo no la entiendo del todo. Salimos del mismo lugar, habitamos el mismo cuerpo que hoy no conocemos. Tu tienes los ojos de mamá y yo los de papá. Si nos verían en la calle, nadie asumiría que estamos relacionados. Y compartimos exactamente la misma combinación de personas. Somos literalmente la combinación de las mismas combinaciones de todos nuestros ancestros juntos. Padre, madre. Abuela y abuelo de parte de padre. Y el padre y la madre de ese abuelo y esa abuela y la abuela y el abuelo de ese abuelo y a abuela y ya nada de lo que digo tiene mucho sentido. Pasa que soy triste, puede ser. O soy un hermano. Pienso en la gente sin hermanos, que nunca va a entender eso. Esa relación que aparece, que uno nunca pide, porque yo jamás te pedí. Pero ahí estás. Y así te amo. Y lo mejor que mis papás pudieron dejarme, antes de irse, fue a ti. Jamás te tuve rencor, jamás pensé que eras el culpable de su huida. Soy mucho más hermano que hijo, me di cuenta de eso hace no tanto tiempo. Soy más padre que hijo, incluso podría decirse. Tal vez eso es el culpable de todo, de hacerme como soy.

Soy hijo de nadie porque mi padre no existe y mi mamá, tampoco. Soy hijo de toda la gente que estuvo un poco en mi vida, pero no duraron nada. Porque es fácil estar un rato e irte. Es complejo estar del otro lado. Ver a la gente irse, e irse e irse. Soy hijo de las mujeres que me adoptaron a medias, porque jamás me dijeron hijo y y jamás me atreví a decirles mamá. Soy hijo de nadie y por eso soy mi propio papá y mi propia mamá e intentó ser, todo el tiempo, el padre y la madre de otros hijos de nadie. Antes, en la calle, me miraban con pena y hoy con asco y me pregunto todo el rato que es peor, que es mejor, que duele menos. Soy hijo de nadie porque me pegan en la calle sin pensar en que soy yo, una persona, porque dejé de ser yo cuando me volví hijo de nadie. Debe ser la cara, quizás. Tengo la cara de ser hijo de nadie. O los pies, de quien camina mucho y camina descalzo. Y vago, por ahí y por acá y conozco cada rincón y puerta y pared. Pero nunca, nadie me pregunta, donde queda algún lugar incluso cuando yo lo sé. Quiero ser bueno, pero me aburre. Quiero ser bueno pero me metí en una. Quiero ser bueno, pero si soy bueno me matan y pienso ¿qué es mejor, morir o ser bueno? Quiero ser bueno, pero me enamoré de las personas incorrectas, todas taradas, malas o quizás, como yo, hijos de nadie. ¿Qué carajos hace un hijo de nadie con otro? ¿De que se habla más que de las cosas malas si ninguno tiene cosas buenas? Y una vez, solamente, creo que me gustó una hija de alguien y salió mal porque ¿qué carajos hace un hijo de nadie con una hija de alguien? ¿De que se habla más de lo que el otro no tiene? Me dijo te quiero una vez otro hijo de nadie, en su cama ¿pero de qué vale que me ame si después me dejó? ¿De qué me sirve ser amado si estoy solo? Solo. Al final quizás me lo busqué. Ser un hijo de nadie.

No quiero hacer un relato ordenado. No tengo ganas de contar nada, solo bailar. Quiero hablar de canciones, eso quiero. De canciones de rock pop tontas. De esas que Izari odia y yo escucho todo el tiempo. De esas bandas que tienen nombres graciosos y hablan siempre de lo mismo. Que tienen pianos, sonidos modernos. Quiero huir de lo que me haga pensar, eso quiero. Me cansé de la música de mi infancia, de la cumbia, del rock. De los sonidos nostálgicos, de las letras que hablan sobre amigos muertos. No quiero eso, no quiero más eso. Quiero canciones de amor, muchas, todas, quiero dedicarle a alguien una canción de amor. Quiero escribir una canción de amor a un hombre o mujer, no sé. Solo quiero vivir un rato en lo tonto. Subir el volumen al máximo y obligar a Izari a bailar, en la sala, esas canciones que los viejos odian. Quiero juventud, alejarme de los ancianos y las ancianas. No quiero muerte, quiero vivir. Mucha vida, tanta que ahogue.

Siendo este mi cuento, puedo contar todo mal. Podría contar de nuevo la primera vez que vi a Jake desnudo. Para no avanzar, simplemente. Podría contar también los secretos, aunque pensándolo mejor, no quiero. Voy a escribir un libro y va a tratar sobre hijos y madres y amantes y viejas y eso que me hizo ser lo que soy. Pero intento y nunca sale nada. Abro una hoja y nunca se que escribir. Quisiera ser más artista, más escritor, pero todo queda en mi mente y no sabe cómo salir. Mi lengua se traba, mi mano tiembla, le tengo miedo a lo inmortal. Un poema a Jake, eso voy a intentar hacer. Pero el poema es siempre ridículo, como nuestra historia. El poema siempre empieza como:

Cerveza,

tu boca me sabe a cigarro.

Quisiera que ambos seamos menos nosotros,

y más el resto.

Porque pedir que el resto sea nosotros,

es infantil y yo crecí hace mucho.

Y ahí queda. Eso es todo. Todo lo que puedo escribir sobre Jake. Guardado en un cajón, una hoja sucia. Cerveza y humo. Humo, humo y cerveza. Fumo para no olvidar y tengo los pulmones llenos de recuerdo. Eso sonó lindo, lastima que nunca lo voy a escribir. Lástima que se va a morir en mi cabeza. Lástima que no nací escritor y nací cocinero.

Todas las cocineras del restaurante en donde trabajo son mujeres grandes y japonesas, que con el tiempo me adoptaron como se adopta a un hijo de corazón, que en mi barrio había muchos. Hay un par con las cuales me llevo mejor. Como Haruka, una madre y abuela que está agotada de su esposo y que tiene un amorío con un muchacho lindo de mi edad que siempre la va a buscar en una moto. Su mejor amiga también me quiere mucho, una señora grande que se vino desde Japón cuando tenía trece años y no hay día que no hable sobre lo hermoso de su pueblo natal, con sus flores y sus olores. Todas tienen su historia interesante y hablan fuerte. Son divertidas. Las quiero mucho, como se quiere a las madres de corazón. Algo de lo que me di cuenta el primer día es que quizás, no hablo japonés. Probablemente aprendí otro idioma, porque no entendí ni una de las conversaciones que se gritaban. Con el tiempo fui mejorando, creo, y hoy las entiendo mejor. Ellas se niegan a hablar español. Se enojan cuando no sigo las reglas y me regañan, argumentando que soy muy chico y muy nuevo para inventar mis propias recetas.

La primera vez que entré me quedé sorprendido por lo hermosa que era esa cocina. Enorme, detrás de un gran salón con mesas y decoración bonita. Las estanterías estaban repletas de ingredientes coloridos y utensilios de cocina colgaban de ganchos en las paredes. Las mujeres trabajaban con una destreza impresionante, supongo que es porque la mayoría llevan toda su vida cocinando.

—¡Moon! —exclamó una vez una de las mujeres, más arrugada, más grande, que caminaba como pingüino de un lado a otro—, tú tendrías que tener un nombre japonés, como tiene que ser ¿Qué es eso de Moon?

—Técnicamente no es mi nombre —expliqué, divertido—, pero el de verdad tampoco es japonés.

Creo que a ella no le caigo bien, porque siempre anda diciendo que no se ni cortar una zanahoria. En está cocina, el único aire joven es Yūko. Una de las chicas más hermosas que conocí. Tiene el cabello oscuro cortado como un honguito y las facciones suaves, su rostro parece casi redondeado. Es hija de la dueña del restaurante y trabajaba de mesera algunos días, para ayudar a su madre. Pero en realidad se graduó en Bellas Artes y vende cuadros y hace exposiciones en galerías. Es una artista, la primera que conocí.

—Yūko, ven a saludar a Moon —había dicho su madre, una mujer bajita y regordeta, el primer día, agarrando mi hombro con cariño.

Ella se acercó, sonriente. Era la única que vestía ropa informal. Una camiseta rosada con diseño de flores y unos pantalones de tela anchos. Cuando entró y la miré, no pude evitar ponerme colorado.

—Buenas, es un placer conocerte —dijo y noté en su acento, que su español no era el mejor del mundo.

—Hola. El placer es mío —respondí y estiré la mano.

Ella, divertida, cerró el saludo con formalidad. Cuando cortamos a almorzar me invitó a conversar. Las mujeres, que estaban intrigadas con mi vida discutieron con Yūko, demandando que me quedara en la cocina. Pero ella logró llevarme fuera del restaurante. Me tomó del brazo como si estuviéramos en el recreo de una escuela y nos fuimos. Me compartió su comida, incluso cuando yo me negué varias veces.

—Bien —dijo, cruzándose de piernas—, quiero saber de ti, misterioso cocinero.

Solté una risa nerviosa. Hacía mucho tiempo no tenía que conversar con una persona desconocida. Me había acostumbrado a la confianza con Jake (no quería pensar en él, pero lo hacía igual), mi hermano, mi tío o Tami. Me di cuenta que era una persona tímida sin esa confianza y me daba miedo decir algo mal y arruinar todo. Suspiré. Su acento era distinto al mío y también me avergonzaba que se notara demasiado que yo no era de ahí, de la ciudad. Intenté hablar lo más parecido a ella posible.

—Me llamo Moon.

—Sí, sí, esa información la tengo —agarró los palitos, riendo—, ¿cómo terminaste aquí?

Me dio gracia su tono de voz, como exagerando mi destino.

—Creo que tu madre conoce a mi tío.

—¿Cómo se llama tu tío?

—Takeo Hikari.

—No me suena —confesó, comiendo.

Agarré un poco de comida con los palitos, temiendo que se me cayera. Por eso me acerqué más, sin mirarla.

—¿Vives con él?

—No. Aquí vivo solo. Me mudé.

—¿Cuánto tienes?

—Diecisiete. Igual cumplo los dieciocho dentro de no tanto —murmuré, bajito.

Abrió los ojos con sorpresa y yo me reí un poco ante su mueca divertida.

—¿Tú cuánto tienes?

—Veinticinco —dejó un segundo los palitos, mirándome— ¿Y cómo te sientes?

No sabía que era, pero me sentía tontamente nervioso. Por eso intentaba escapar de sus ojos oscuros, mirando el suelo o la comida.

—¿Eh?

—Digo, venir aquí, vivir solo, debe ser difícil ¿No?

—Algo, sí —me encogí de hombros—, no sé, pasaron muchas cosas difíciles últimamente.

Me entristecí un poco, y ella sonrió con ternura.

—Perdón, no quería ponerte mal —estiró su mano y con cariño me dio un golpecito en la rodilla—, el sábado que viene tengo una muestra en una galería ¿Tienes algo que hacer ese día?

—No.

Me puse más colorado.

—Ven, te invito.

—Muchísimas gracias.

Seguimos comiendo, entre comentarios superficiales. Le conté algunas cosas sobre mí, como que canciones me gustaban o sobre mi hermano. Ella, contenta me habló sobre su vida en japón y las diferencias entre ambas culturas. Cuando le pregunté qué lugar le gustaba más se rió y me dijo que esa pregunta no tenía respuesta.

—Tengo una duda —le pregunté, cuando había un poco más de confianza—, ¿Por qué este restaurante está en el barrio chino?

—Porque no hay barrio japonés.

Yūko ordenó los platos vacíos, sin dejar de sonreír.

—No, sí, pero el letrero está en japonés.

—Nadie se da cuenta de la diferencia —se encogió de hombros—, puro turista viene a comer aquí.

Solté una risa más ruidosa.

—Bueno, amaría seguir charlando, pero creo que ya tienes que volver a trabajar y yo tengo que terminar las cosas para el sábado —se levantó, limpiando su pantalón— ¿vas a venir, no?

—Sí, claro.

—Luego te digo la ubicación y la hora.

—Muchas gracias.

Yūko se volvió una de mis mejores amigas y compañeras en todos esos meses donde me tuve que adaptar. Me invitaba a cada evento de arte que tenía y me presentaba a sus amigos, la mayoría japoneses artistas. Conocí mucha gente nueva gracias a ella. Una vez, en una fiesta que hizo en su casa llegaron dos chicos de la mano, ambos japoneses. Como un tarado me quedé mirándolos, intentando descifrar qué sucedía. Como, en ese mundo, nadie los miraba como yo los miraba. Que clase de magia negra había inundado esa habitación para que a nadie le llamara la atención.

—¿Ellos quiénes son? —le pregunté a Yūko, en voz baja.

—Ah, él bajito es Seiji, es performance, y el otro es su novio, aun no lo conozco mucho.

Mi cabeza giró hacia ella como si hubiese dicho que tenía un pasaje para volar hacia la luna. Yūko frunció el ceño.

—¿Novio?

—Sí, el novio.

Pensé que podía estar equivocándose de palabra por su mal español, entonces repeti, más lento, cual tonto.

—¿Dices que son novios, los dos? —Yūko soltó una risa, confundida.

—Sí, Moon, novios —lo dijo con una tranquilidad que me hizo sentir culpable.

Esa fue la primera vez. Ya para la segunda o la tercera me había acostumbrado un poco. Todos los amigos de Yūko tenían novios y las amigas, novias. Cada fiesta era más extraña que la anterior. La ropa, la forma de hablar y lo colorido. Le empecé a creer a Tami, sobre los chicos maquillados y la ciudad. Tenía demasiadas dudas, pero todos parecían tan tranquilos al respecto que me daba miedo preguntar. Por primera vez sentí que todo se había dado vuelta. Que quien no comprendía a los otros era yo. No sabía exactamente qué significaba la palabra homofobia hasta que cumplí veinte años. Cuando me la explicaron y miré hacia el pasado lo que antes solo eran hechos sin conexión empezaron a tener un sentido distinto, un nuevo significado. Recuerdo que me dieron ganas de llorar. O que lloré. Lloré, en realidad.

Jake me contó que una vez vio un cadáver de muy cerca. Me lo confesó avergonzado, en su cama, como un secreto jamás dicho en voz alta. Me dijo que cuando tenía ocho se enteró por un amigo que había un muerto tirado en la zanja junto a la casa del Beto, a unos kilómetros del barrio. Que habían matado a una loquita, así le decían. Un hombre que iba de peluca rubia y zapatos altos y ropa roja ajustada. Que siempre reía ruidoso como si quisiera que la escucharan. Pero que nunca te miraba a los ojos por miedo a que le respondieras. Me dijo que se armó de valor para ver a esa extraña entidad que tenía más de leyenda que de real. Que caminó un rato largo hasta que le dolieron las rodillas y que se metió entre matorrales y que se detuvo de golpe a unos metros, porque un pánico le congeló el corazón. Se agachó y logró verla. Esperaba encontrarse con una cosa rara, con un ser no humano, como un alienígena y solo vio a alguien que no aparentaba más de veinte y el estómago se le hizo un lío como una pelea de perros y le sudaron las manos y tuvo ganas de largarse a llorar. Me dijo que solo pudo quedarse callado, durante unos minutos, mirando. Y que si bien él nunca creyó en Dios, rezó para que encontrara lugar a donde Toto decía que iban las personas buenas.

—Le robé la pulsera —eso fue lo que más lo avergonzó—. La tengo ahí, guardada en el cajón. Era dorada y tenía escrito unas iniciales, eme y ene. No me la robé para venderla ni nada de eso, no pienses mal. La robé porque me daba un poco de pena que se quedara allí, con lo linda que era.

Los cuadros de Yūko son extraños, pero me gustan mucho. De hecho, me regaló un par. Dibuja de forma realista, pero todos tienen algún toque especial, ya sea colores que no son naturales o sombras y luces exageradas, como esas que solo ves en los sueños o cuando fumas mucha marihuana. Usualmente son mujeres desnudas o planos cerrados de cuerpos, cuerpos que no existen, o tal vez sí, nunca se lo pregunté. Una vez, en su casa, un día que me quedé a cenar yo solo, Yūko me leyó una crítica a una de sus últimas obras.

—Un trabajo magnífico que ofrece una representación fuerte y directa del erotismo femenino, desafiando las convenciones sociales y promoviendo una reflexión crítica sobre género y poder en el arte contemporáneo. Su habilidad técnica y profundidad conceptual lo hacen provocativo y significativo, generando un diálogo abierto sobre temas tabú en la sociedad actual, el placer femenino, la cultura oriental y la inmigracion —terminó de leer, tras trabarse un par de veces con la pronunciación, y me miró, sonriente— ¿Tu que opinas, Moon?

El ventilador daba vueltas y era ruidoso, lo que le sacaba seriedad a esa situación. La casa de Yūko es pequeña y está desordenada. Llena de cuadros, de telas y de pinturas. Las paredes manchadas y pocos muebles.

—A mí me gustan mucho tus cuadros.

—Gracias —sonrió—, tu halago es menos pretencioso.

Yūko bebió un poco de té. Observé por arriba los cuadros en las paredes. Erotismo femenino, pensé.

—¿Por qué dibujas solo mujeres?

Ella sonrió, como sonríe un adulto ante una pregunta infantil. Me senti medio tonto.

—Porque las mujeres son más hermosas —murmuró, volviendo a bajar la cabeza hacia la carta.

—Lo son —dije, con simpleza, porque era verdad.

Soltó una carcajada corta y me miró a los ojos.

—Nunca hablamos de eso.

—¿De que?

—No sé ¿Qué es de la vida amorosa de Moon, eh? ¿Te gusta alguien?

Su tono era como el de una hermana mayor curiosa, por eso tardé unos segundos en responder. No me acostumbraba a eso. Me quedé algo incómodo, mirando el té y junté aire para murmurar:

—Me gustan los hombres.

—Y a mí las mujeres —comentó, como si nada.

Lo había intuido, pero aun así me dejó sorprendido. Una sorpresa tonta que a ella pareció divertirle más que ofenderle.

—Guau. Nunca había conocido a una... —fruncí el ceño, porque el comentario solo escapó de mi boca—, perdón, fue una estupidez decir eso. Ni sé como se diría.

—Lesbiana —soltó una risa—. Yo nunca había conocido a un chico que se llamara Luna.

Sonreí en grande, con la cara roja. Ordenó unas hojas y volvió a hablar.

—¿Y? ¿Te gusta alguien?

—No. Antes sí, creo.

—¿Antes?

—Estuve con alguien, mucho tiempo. Pero ya está. No fuimos novios ni eso. No existía poder ser novios. No se que fuimos. Amigos, puede ser. Muy amigos, creo. O quizás no éramos amigos. Porque en realidad desde que nos conocimos que... hicimos cosas que los amigos no hacen entonces realmente no sé que éramos.

—Amantes.

—No sé si se trataba sobre amor.

—¿No te enamoraste?

—No sé si él se enamoró.

Amor, amor, amor, amor, amor, amor, amor, amor, amor, amor. Si dices muchas veces «te amo» suena como «amote». Yo ensayé mucho esa frase. Se la dije a pocas personas. A mi tío, una vez. A mi hermano varias. Pero no mucho. Es muy fuerte, es muy grande. Es mucha responsabilidad. Amor. Mi amor. Nuestro amor. Prefiero esa, creo. Aunque a veces me sale el apodo de «mi amor». Pero no es tan fuerte como te amo. Es distinto, muy distinto. No sé qué me pasa, estoy disperso. Que se me dio vuelta la cabeza. Hablo mucha tontería. Estoy diciendo muchas cosas tontas juntas que ya creo que me volví tonto. Pienso mucho en el pasado, no puedo negarlo. Pero estoy mucho más en el presente que nunca. Hábito mucho más hoy, sin peso, sin culpas. Extraño, extraño incluso lo que nunca conocí o nunca viví. No me siento solo. No me aterra más la idea de estar solo. Mi hermano se mudó conmigo hace unos años y todo estuvo un poco mejor. Quise apoyarme en él, por un tiempo, pero seguí teniendo que ser fuerte. Cuando ya vivíamos juntos, él era el triste. Él sentía que había perdido todo. A Kiki, que ya no quería hablarle por enojo, a sus amigos de la escuela, a su forma de hablar, de ser, de vestir. A todo eso que conocía, que no era perfecto, pero era familiar. Peleamos mucho, más de lo que en toda nuestra vida habíamos peleado. Pero siempre a la noche, cuando había que dormir, él venía, lento y se acostaba a mi lado. Yo lo abrazaba y por esa noche todo volvía a estar bien. Lo escuchaba contarme sus amoríos pero yo jamás le contaba los míos, incluso cuando él, a veces preguntaba. Me avergonzaba un poco. Mi tío nunca terminó de acostumbrarse a la idea de que me gustaran los hombres. Lo naturalizó y nunca hizo de eso algo extraño, pero prefería no hablarlo. Con Izari en cambio, era distinto. Era un tema del que se podía hablar y cuando conoció a Yūko no tuvo que preguntar dos veces si sus amigos eran novios. Lo adoptaron, cosa que como con las señoras viejas, es muy común entre las personas que visten colorido, tienen novios o novias y usan palabras raras. Izari se dejaba pintar la cara, se dejaba vestir con ropa brillante y montaba espectáculos junto a algunas de las chicas, en los bares a los que íbamos. Inventó un personaje, que hablaba más gracioso y que era medio una burla de lo que él decía, eran los burgueses. Otra palabra que me tuvo que explicar. Usaba peluca y los labios muy rojos, y fingía cantar en el escenario del pequeño teatro de un amigo de Yūko. Aplaudíamos y él fingía llorar y tiraba besos. Pero luego, en el día, iba a la universidad, usaba chaquetas de cuero viejas, camisas y militaba en una organización política, donde siempre era serio y directo. Porque lo suyo era un juego, un personaje. Lo envidié un tiempo. Quise poder ser como él, vivir todo más normal, sin culpa, sin peso. Poder un rato jugar a ser una cosa y poder ser otra a la misma vez.

Un día, cuando Izari ya tenía dieciocho, Yūko nos invitó a una muestra en una galería. Izari estaba triste porque le habían roto el corazón y yo que de mal de amores se mucho, aun asi no lo pude ayudar. Por eso fuimos ambos, con la esperanza de encontrar alguna cosa que le levantara el ánimo. Yūko, que sabía de la situación amorosa de Izari, lo saludó con un cariñoso abrazo. Vimos varios cuadros aburridos, que Izari no entendía bien qué tenían que representar. Le dije, como me decía Yūko a mi cuando era más chico, que algunas cosas son más complejas y hay que verlas desde varias perspectivas para entenderlas. Izari entonces volteaba la cabeza hacia abajo y se reía:

—Se sigue viendo como nada.

Finalmente Izari se quedó hablando con uno de los chicos que estaba exhibiendo y yo me acerqué hacia una vasija azul, notando las grietas que la atravesaban. Las partes rotas habían sido unidas con una especie de pegamento dorado, que brillaba bajo las luces de la galería. Yūko vino a mi lado.

—¿Qué es eso?

—Es la obra de una amiga —comentó, orgullosa—, se llama kintsugi.

—¿Ella?

—No, no, el arte se llama así.

—Ah ¿Y qué significa?

—Es el arte japonés de reparar objetos rotos con oro —explicó ella, señalando la vasija—. Bueno, esto no es oro, pero se entiende la intención. La idea es que las cicatrices y las reparaciones forman parte de la historia del objeto, lo embellecen en lugar de ocultarlo.

—Es muy lindo —luego fruncí el ceño—, ¿Crees que las personas somos así?

—Puede ser.

Nos quedamos viendo la vasija un rato largo, hasta que Izari llegó, medio tambaleándose y se apoyó en mi hombro con diversión.

—Los tragos burgueses si valen la pena —dijo, riendo.

—Izari —lo regañé, en voz baja.

—Creo que el chico de allá se enamoró de mi. Es lindo, eh. Podría probar, si con las chicas me va tan mal... —Y su expresión graciosa se volvió una triste.

—Cállate, bobo.

Yūko soltó una risa y nos pellizcó las mejillas.

—Los quiero tanto.

Esa noche salimos a tomar y comer e Izari volvió a casa completamente borracho. Solo lo tiré a su cama, le saqué la ropa y así durmió, despatarrado y con la cara roja. Yo me acosté en mi cama luego de tomarme un té y miré el techo. Si fuera una vasija, sería bastante bonita. No es que diga que soy bonito, no sé si lo soy, tendría que preguntarle a alguien y confiar en su criterio. Pero no sé que me hizo pensar que podría ser de esas vasijas que aunque son baratas, se ven bien. Con flores o pájaros pintados. Me imaginé siendo una vasija en la cocina de una señora vieja, en medio de un campo. Un día a la señora se le cae al suelo ¡crash! Me parto en mil pedazos contra el suelo viejo. La señora pasa toda la noche pegando pedacito a pedacito usando una mezcla mágica que cocinó en su caldera. Y finalmente me apoya sobre su mesa nuevamente. Y el día que ella muere no puedo pegarla, pero la acuesto en su cama y la tapo con una manta de flores. Y la miro ahí. Miré a mi hermano también, que dormía muy profundamente, sin moverse. El pecho le bajaba y le subía casi nada. La diferencia entre un dormido y un muerto es el otro, entonces. Es quien lo mira. Es que quien lo mire sepa que está muerto. Entonces la muerte solo es ser consciente. Pienso en el primer humano que vio otro humano muerto y no entendió porque dormía tanto. Pienso si habrá visto a su madre o a su hermano, hermana o su padre. Me acerqué a mi hermano y le toqué el hombro para que se moviera y me acosté a su lado. Apoyé mi mano en su pecho y sentí su corazón y no sé bien porqué pero me tranquilicé. El mismo corazón que sentí contra mi pecho por primera vez cuando tenía ocho y me lo dieron en una manta vieja para que lo sostuviera. 

HOLAAAAAA GURISADA

CUANTO TIEMPO

COMO ESTAN? Espero q muy bien y sino bueno léanse a Moon siendo un poeta perdido pa subir el animo 

Antes que nada... Leyeron el anuncio? Es importante que lo lean porfis 😭

Quiero aprovechar tmb para que pregunten acá lo q quieran sobre la segunda versión !!

Pasó de todo en mi vida pero me quiero centrar en el capítuloooooo porque honestamente es de mis favoritos 🫡

¿QUE LES PARECIÓ?

¿MOMENTO, DIALOGO QUE LES GUSTARA?

¿Que piensan de Izari? ¿Les gusta el desarrollo de su vinculo de hermanos?

¿Tienen herman@s? ¿Son más grandes o menores? 

¿Les agrada esta forma de narrar? ¿Más desordenada o con más reflexiones? La nueva version es mucho más así 🫣

 

Amamos a Moon, no es pregunta ok

¿Que piensan sobre Yūko? Es mi mamá la verdad, la quiero tanto 

Y... ¿Debería subir una historia a parte que sea un recopilatorio de todas las cosas que tiene escritas Moon? Es canon q el tipo escribe pero jamás le compartió a nadie nada. 

¿Sabían lo de decir te amo muchas veces? JSKAJS es algo re de viejo mi abuelo jode siempre con eso

¿CONOCÍAN ESA TÉCNICA JAPONESA? Es hermosa bo, miren 

Bueno no se bien q más preguntar y ademas tengo q ponerme a escribir como loco para terminar la novela a tiempo y todo!!!!

LES QUIERO BESOS 

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