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Capítulo sesenta y seis: El Loco y la ciudad

Hace un par de años.

Jake Williams 

Una vez le rompí la nariz a un tipo. Le salió sangre y todos notamos que estaba rota por el grito de dolor que soltó. Y nos quedamos quietos y miré mi mano, que había rotó una nariz y pensé: me duele, pero más le duele a él. Y si nos duele a ambos ¿Quien es más culpable? Yo, porque le rompí la nariz, hippie de mierda. Y mi mano doliendo no es más que el recordatorio. La culpa de haber roto una nariz. Pero sentir culpa no me hace menos mala persona, porque las narices rotas ya se rompieron. Extraño a mi mamá y pienso a veces si se siente culpable y si su culpa la hace mejor persona. Pienso si algún día, luego de que George muera, pueda volver a casa.

Me mudé al centro en el año dos mil, con veinte años. Chris abrió el taller y como había prometido, el cuarto al final del pasillo era mío. A veces quiero olvidarme de los años que estuve vagando, porque aceptar que fuiste rescatado es más difícil de lo que parece. Vagar es difícil. Ir de acá para allá, sin casa, sin nombre, sin nada. Por un momento pensé que me había vuelto definitivamente lo que mi profesor me alertaba que iba a ser. Un fracasado, un peso, un desastre. Un día Chris me sentó en una mesa, luego de agarrarme de la camiseta, me miró a los ojos y dijo:

—No se puede vivir así, Jake.

Quise gritarle e incluso golpearlo, pero simplemente lo miré en silencio y asentí, rendido, porque tenía razón y no tenía mucho sentido fingir que era tarado y no me daba cuenta. Me daba vergüenza.

Al final del pasillo estaba el cuarto, detrás de una puerta de madera azul. Chris me dijo que entrara y me acomodara. Me explicó también que el baño quedaba afuera, junto a su oficina. Era viejo, olía a humedad y tenía solo una pequeña ventana arriba del todo, por donde entraba la luz del sol. Me dediqué toda la tarde a limpiar el polvo, matar los bichos y ordenar mejor los muebles. La primera semana tuve que comprar cosas, como tazas o vasos y por puro capricho algunas estupideces para decorar. Ese mismo día, trepado sobre una silla para pintar una mancha en la pared, escuché un ronroneo. Era un gato, negro, tan oscuro que me costó distinguirlo hasta que encendí las luces. Era pequeño físicamente y supuse que había entrado por la ventana abierta.

—¿Tú qué haces acá? —dije, aún sobre la silla.

«Miau», respondió, casi como si me escuchase. Me miraba tan fijamente que hasta me dio impresión lo humano que se veía. Me bajé de un salto y el gato, en lugar de asustarse, solo se quedó quieto, sentado en el suelo. No tenía collar y estaba medio sucio. Intenté subirle la pata para mirar si era gato o gata, pero me arañó de forma violenta. La sangre manchó el suelo. Me agaché y volvió a maullar. Lo agarré del cuello sin mucha fuerza, pero en contra de su voluntad y aguantandome los arañazos lo llevé hacia el pequeño baño. Lo bañé en la pileta con jabón y mucha agua. Lo sequé con una toalla vieja, porque de todas formas tenía planeado comprar otra y corrí con el gato en brazos por el pasillo, que no tenía calefacción, hasta volver a mi cuarto. El gato apenas tocó el suelo se fue corriendo hasta la cama, para acostarse como si fuese propia. Me tiré a su lado. El gato me miró y casi como si hablara, me insultó. Yo también insulté a Chris la primera vez que me dijo que dejara de holgazanear, me bañara y fuera al taller.

Intenté acariciarlo pero me volvió a arañar. Quizás nadie nunca lo había acariciado, entonces no sabía bien qué significaba. Pienso en los animales que jamás son acariciados por humanos, como los leones. Un león que muere sin saber que es una caricia, porque ningún humano se atreve a acercarse. Tampoco es tan importante, porque nosotros no importamos mucho. Tal vez se acarician entre ellos y así están bien. O tal vez como nunca los acarician, no extrañan eso. No lo necesitan, porque no lo conocen. En lugar de intentar acariciarlo de nuevo, solo dejé la mano en la cama y el gato tras unos minutos rozó su cabeza contra mi palma. Y ahí se quedó, con los ojos muy abiertos y el cuerpo algo mojado, mirándome.

Un tiempo antes de acomodarme, o, al mismo tiempo, en realidad, por medio de Chris, Eloísa me invitó a juntarnos. Las primeras semanas ignoré la invitación e hice de cuenta que tenía planes, cuando la verdad solo dormía con el gato los fines de semana. Terminé aceptando, un poco obligado por Chris. Me llamó a su oficina y me sentó en la silla de escritorio.

—No actúes como un niño —me dijo, casi como un regaño—, Eloísa también está sola aquí. Y los que están solos tienen que estar juntos ¿Nadie te enseñó eso?

—¿Te refieres a mi madre? No, estaba ocupada evitando que mi padre le pegara a ella también.

Solté un suspiro ruidoso y Chris negó con la cabeza varias veces, dándome un golpecito en la espalda con cariño. Chris me dio la dirección y el sábado a la mañana me vestí con lo más decente que tenía y me fui, sin antes dejarle comida al gato, por si volvía en algún momento del día. Caminé casi quince cuadras hasta la plaza donde nos veríamos, sin preocupaciones por llegar tarde, porque en realidad me aterraba llegar. Llegué, entre vueltas que hice para tardar más tiempo y entré, sin pensarlo mucho.

Ambas estaban sentadas donde dijeron que iban a estar, junto a la fuente, sobre un mantel rojo. Eloísa se veía distinta, pero tenía la misma sonrisa contenta de siempre. Al lado, Iris, que en ese momento tenía cuatro. La piel y el cabello de Toto, pero la sonrisa de su mamá. Tenía un vestido floreado y una corona de plástico. Ambas giraron a verme cuando me acerqué. Eloísa movió su mano de arriba a abajo, llamándome. Pensé en irme, en huir, pero junté aire otra vez. Me senté frente a Eloísa, quien intentó darme un beso en la mejilla y logré esquivarlo con disimulo. Iris se acercó y me tiró de la camiseta para que la mirara.

—Hola —murmuré, aguantándome la sonrisa tonta—, qué grande que estas, eh.

—Hola, tío.

Ella soltó una risa y se movió, enseñando su vestido. No aguanté más, sonreí y la agarré en brazos. Ella me sonrió de vuelta. Le acomodé la corona y la dejé otra vez en el suelo. Iris se hizo amiga de otra niña pequeña y se fueron ambas a jugar al pequeño parque de hamacas. Suspiré, porque con Iris iba a ser más fácil poder huir de las conversaciones incómodas. Sin ella, me veía obligado a hablar.

—Cuanto tiempo —dijo Eloísa, sonriendo.

—Sí.

La primera mitad de la charla fue sobre temas tontos. El jardín de Iris, mi trabajo, su trabajo. Ella vivía cerca de ahí junto a Iris. Milo se había quedado en la casa de sus abuelos, pero venía a visitarlas seguido. Ella me contó que cuando Milo se enteró que nos íbamos a ver, le dijo que me dijera que nos teníamos que juntar algún día. No pude evitar sonreír y le dije que sí.

—Me estuviste ignorando —comentó, sonriendo de lado—, le dije a Chris el día que llegamos aquí, casi a inicios del año.

—Me estaba acomodando —mentí, partiendo una galleta por la mitad.

—Te extrañé mucho, Jackie —miró sus propias manos—, Iris también, le cuento de ti siempre, te tiene arriba de un pedestal. Te adora.

—¿Qué mentiras le contaste? —bromeé, comiendo la galleta.

—Ninguna. Tú no te das cuenta, Jackie, pero hay gente que te quiere —bajé la cabeza—, yo te quiero, de verdad. Te quiero como mi amigo y como el tío de Iris.

Junté las migajas de la galleta que habían caído al mantel, sin verla.

—Y lo siento, por las cosas que dije, porque no... porque estuviste para mi y yo no supe cómo estar para ti.

—No hacía falta que estuvieras.

No eres Superman, pensé.

—¿Cómo te vienes adaptando?

—Bien, normal, creo.

—Puedes venir a cenar algún día a casa, si quieres.

—Bueno.

—Tienes todo el derecho de estar enojado, Jake —bajó el tono de voz, mirando de reojo a Iris—, pero de verdad, lo siento.

—Ya lo dijiste —comenté, encogiéndome de hombros—, hace cinco minutos.

—Pero no me disculpaste.

—No.

Se hizo un silencio incómodo. Incómodo como toda la situación. Eloísa tenía los ojos rojos, aguantando el llanto, quizás.

—¿Y no vas a hacerlo?

—Que se yo.

—Está bien. Lo entiendo.

Hay algo extraño en saber que estás comportandote como un estupido pero no querer o poder hacer nada para evitarlo. Es como ahogarte. Saber que te ahogas y aun así, no poder hacer nada. Aunque uno es capricho y el otro es físico. En realidad, si se puede no ser un estupido. Quizás si quería serlo. O lo soy. O lo fui. Extraño mucho a mi mamá y no entiendo por qué. Quisiera que me diga que en realidad no soy estupido, que soy como ella, tonto. Que me abrace muy fuerte y me bese la cara con cariño materno. Que imbécil. No puedo excusarme de haber sido una mala persona. Tampoco a ella. Pero a ella la extraño. Espero que ella a mi igual. Me fui de esa plaza con más asuntos abiertos que cerrados. Iris me pidió que me quedara a jugar pero le dije que tenía que darle comida a mi gato.

—¿Tienes un gato? Que lindo, un día quiero conocerlo.

Regresé a casa con un dolor horrible en el estomago y ganas de vomitar. Y el gato no estaba, así que dormí solo, mirando el techo y con la pierna por fuera de la manta roja.

Mi rutina se había vuelto una cosa contradictoria que ni yo entendía. A veces me pasaba semanas sin ducharme y luego estaba tres días seguidos horas y horas debajo del agua observando el suelo de azulejo. Dibujando formas con el jabón viejo. Viéndome al espejo y pensando si había algo en mi que me gustara. Y no encontraba nada y entonces recordaba a mis compañeras de clase, cuando tenían doce o trece, que hablaba mucho sobre cómo se veían, sobre su pelo y su boca y sus brazos y yo no las entendía. y las entendí recién con veinte, queriendo arrancarme la piel porque se me notaban las costillas. Dormía hasta tarde o directamente no lograba dormir en toda la noche. Comía poco, y me excusaba por la falta de dinero, cuando en realidad, simplemente comer me daba ganas de vomitar.

En el taller yo lavaba los autos. Tenía más compañeros, con los que no hablaba. Almorzaba lejos, sentado sobre un balde viejo de pintura y mirando la pared vieja. De fondo, desde la radio, se escuchaban temas viejos, románticos y lentos. Del mismo cantante comunista de quien Milo era fanático. Sonreía siempre recordando como él nos contaba su historia, de cómo tuvo que escapar de su país con una guitarra y convicciones. Pienso yo que jamás seré eso. No me entra en la cabeza la idea de los valientes. Los que se atreven a ser. Pensar que existen, que no son un invento. Los que se paran frente a muchos a decir lo que piensan. Los que crean revoluciones, esos que no tienen miedo a nada. O tienen, y no les importa. Que saben contar lo que sienten entonces hacen canciones sobre ser libres y estar juntos y amarse y esas cosas revolucionarias que yo no entiendo. Una vez le pregunté a Milo por qué hacía lo que hacía. Qué ganaba él arriesgando su vida por cosas que ya tenía. Recuerdo que yo me creía muy inteligente, entonces me reí de él y le dije que era estúpido. Milo sonrió y me dijo:

—Nunca lo entenderías.

—Eso es porque es una estupidez.

—No, tu no lo entiendes aun.

—Ah ¿Estás diciendo que hay que ser muy inteligente para entenderlo?

Milo se acercó y me dio un toque en el costado del pecho.

—Sí. Pero acá.

No le contesté nada porque me había ganado. Uno a cero. El revolucionario, otra vez, le ganó al cobarde. El valiente enterró al miedoso. El mejor gol del partido que nadie gritó porque nadie se lo esperaba. Que llegó muy rápido. En ese momento no lo entendí y creí que era una tontería. Porque todo lo que yo no entendía lo era. Así era más fácil aceptar que no sabía nada. Miré la radio, sobre otro balde de pintura vacío y le recé al Dios al que le rezaba cuando no tenía nada más. Recé para que Milo siguiera siendo el que era y que no se volviera un viejo desesperanzado.

Durante ese tiempo paseaba mucho, especialmente por la noche. Fui a cada bar del barrio y conocí a cada borracho con vida trágica que hubiera. Hice amigos que no volví a ver más y los escuché hablar sobre sus problemas. Esposas muertas, engaños, hijos con los cuales no tenían relación. Todos me llevaban muchos años.

—Pues el problema eres tú —le dije una vez a un padre, barbudo y colorado por el alcohol—, fuiste un padre de mierda, no puedes simplemente volver un día y ya.

—Pero intento ser mejor —estiró las vocales, bebiendo un sorbo de cerveza, entre sollozos.

—Pero fuiste una mierda.

—Lo único que quiero en está vida, es a mi hija. Es lo único que tengo.

—Bueno, se ve que tu hija no te quiere mucho —murmuré, alzando las cejas.

—Soy su padre.

—¿Y? A los padres no siempre se les quiere. Uno tiene que hacerse querer.

Entonces, sin darme cuenta, empecé a aconsejar a padres borrachos en la esquina de un bar. Y me peleé con algunos y rompí un par de narices. Y cuando lloraba, en el baño de un bar solo pensaba en toda la gente que perdí, en algún momento de mi vida. Y como mi vida son pérdidas. Y como también me había perdido a mi. Y que jamás había tenido tanto tiempo para pensar en todo lo que me faltaba. Que eso era bueno, porque en un punto me decía que al menos, tenía tiempo para pensar, y no estaba huyendo de algo.

Volví a ver a Eloísa meses después de la plaza. Esta vez, en mi casa y solo con Eloísa. En realidad, llegó a visitar a Chris y obligado tuve que abrirle la puerta. Chris se fue a resolver cosas al taller e Iris estaba con una amiga, así que íbamos a ser solo ella y yo. Ella y yo. Otra vez.

—Está muy bonita, Jake —dijo, dejando su cartera sobre el suelo y sonriendo.

—Supongo —suspiré—, gracias.

Me quedé junto a la puerta, cruzado de brazos, solo con el pantalón de pijama y un sueño que me hacía ver todo en cámara lenta. Eloísa, con su vestido turquesa, dio vueltas en el cuarto mirando todo. Queriendo analizar, quizás, como era la casa de Jake Williams.

—¿Me puedo quedar un rato?

—Bueno.

Ella se sentó sobre un almohadón y yo busqué alguna camiseta para ponerme entre la ropa limpia, que no era mucha.

—Estás más flaco —comentó, mientras yo me ponía la camiseta.

—Aja.

Di un par de pasos y me dejé caer frente a ella, sin ganas de conversar. Eloísa se acomodó el pelo, incomoda.

—Mi cumpleaños es en unas semanas. Van a venir Milo y unas amigas del barrio. Lo festejo en mi casa. Por si quieres venir.

—No tengo dinero para regalarte nada.

—Está bien, Jake, no hace falta.

—Eloísa ¿Haces esto por pena? —abrió en grande los ojos— ¿Porque te sientes culpable de algo?

—No, Jackie.

—No me llames así.

—Pensé que te gustaba.

Me gusta, claro que me gusta, pensé.

—Qué sé yo.

—Voy a irme —comentó con la voz frágil y se comenzó a levantar—, no quería molestarte, Jake.

Suspiré y, aun sentado, subí la cabeza para mirarla y moví la mano de arriba a abajo.

—No, no, no te vayas, quédate. Solo estoy siendo estupido. ¿Tienes hambre?

Almorzamos con Eloísa sin hablar mucho, sentados en el suelo. No tenía tanta hambre, pero me daba vergüenza dejar todo el plato estando frente a ella.

—Si no quieres que vuelva —empezó a hablar, juntando fideos con su tenedor—, está bien, lo voy a respetar, Jake.

—Yo solo —dejé el tenedor sobre el plato, mirando la pared—... fueron años muy de mierda. Supongo que es eso, quiero creer que es eso y no que me rompí del todo, que se yo. Es como si quisiera llorar todos los días, pero no puedo, entonces solo tengo un nudo en la garganta. Y no tengo ganas de hacer nada más que tirarme a la cama a dormir, pero tampoco puedo dormir entonces luego estoy de mal humor y en las últimas dos semanas me peleé más veces que en toda mi vida. Y pienso en mis padres y jamás pensé en ellos. Dios, incluso siento que los extraño ¿cómo puedo extrañarlos? Y pienso en todas las cosas que salieron mal. Y en lo mucho que extraño otras, y en las veces que la cagué y en Toto, que está muerto, y lo extraño —me pasé las manos por el rostro, sintiendo que la voz se me cortaba—, yo si te necesitaba, Eloísa. Mucho. Contigo no tenía que ser nada más que yo, no tenía que demostrar nada y... odio ser de la forma que soy. Odio no poder ser las cosas que quiero por miedo —y sin darme cuenta, había empezado a llorar.

—Yo no... no tenía idea de que te sentías así, Jackie.

Eloísa apartó los platos a un costado y se acercó, arrodillándose frente a mí.

—¿Y cómo lo hubieras sabido? —reí, sin gracia—, ni yo lo sabía.

—¿Me dejas abrazarte?

Asentí varias veces y Eloísa me apretó en un fuerte abrazo y habló, susurrándome al oído con cariño. La abracé con fuerza, escondiendo mi cara en su cuello.

—Cuando Toto murió tu me dijiste que podía romper todo, pero no tenía que romperme a mi misma ¿te acuerdas?

—No me estoy rompiendo.

Eloísa no dijo nada, y solo me acarició la espalda en círculos.

—Te extrañé mucho —murmuró.

No entendía por qué alguien podía extrañarme. Que tenía yo que fuese entrañable. Lo sigo sin entender, pero me da vergüenza preguntar, porque suena extraño. Quisiera saberlo. Quisiera saber que hago que hace que la gente me extrañe.

—Y yo.

Me dio un beso sobre los labios. Un pico rápido. Que se sintió como los besos que se daban las amigas en los patios de la escuela. Se sintió como todo el cariño en un gesto. El mayor gesto de cariño del mundo. Se sintió como si yo fuera su amiga, se sintió como si pudiera llorar en sus brazos para siempre, como hacían las amigas. Y eso hice, la abracé con fuerza y ese beso pareció sellarlo todo. Pareció sellar cada vez que la ayudamos a escapar de su casa durante la noche, o a comprar un vestido en la feria para que estrenara a escondidas de su madre. Me dijo te quiero en voz baja y yo solo le pude contestar:

—Gracias.

El sonido del teléfono me despertó de una siesta de sábado que tenía todo para ser la mejor de la semana. De forma perezosa, mientras estiraba mis piernas me levanté, gateando hasta el mueble bajo, donde estaba el teléfono de cable. El gato se limpiaba, sin vergüenza, del otro lado. Tomé una media que había en el suelo y la lancé a su lado para que dejara de hacerlo, a la vez que murmuraba «asqueroso». Levanté el teléfono y saludé.

—Jackie... —comenzó Eloísa a hablar, alargando las letras.

Suspiré, sentándome en el suelo mientras me acomodaba mi pantalón de pijama.

—¿Qué quieres?

—¿Tienes algún plan hoy? —murmuré un no en voz baja, bostezando—. Surgió algo y voy a volver tarde a casa. Necesito que te quedes a dormir con Iris.

Me refregué el rostro con las manos mientras el gato se acercaba, para acurrucarse de forma perezosa contra mi pierna.

—Bueno, está bien —escuché una risa contenta de su parte— ¿A donde vas?

—Ah... una tontería. Tengo que comprar cosas y por la noche salgo con alguien. Es una cita, creo.

—¿De verdad? —no pude evitar sonreír, acariciándole la cabeza al gato—, sí, dime a qué hora voy allá.

En la tarde, luego de dormir más horas, dejé comida al gato y me abrigué. Tomé el metro y llegué hasta la parada más cercana a la casa de Eloísa. Ella e Iris alquilan un departamento en una casona enorme con un patio interior. Afuera, solo viendo la fachada, parece una casa vieja y olvidada, pero dentro hay muchos pasillos que se iluminan con la luz del sol que entran por unos vidrios en el techo. En el centro hay un patio interior y alrededor hay varios departamentos, cada uno con su propia puerta y ventana. El suelo del patio es de azulejos celestes y ese día había varios niños jugando. Al final del patio, está la casa de Eloísa. Es un monoambiente pequeño, donde solo se divide el baño y con una ventana al patio. Siempre que entró a la casa de Eloísa una sensación de calidez me recorre. Quizás porque todo está decorado con cariño o porque hay olor a pan. Los juguetes de Iris están ordenados en una esquina y siempre (siempre) hay limonada en la nevera.

Apenas entré Iris se levantó de golpe, corriendo para agarrarme de la pierna. Había cumplido siete hacía poco. Tenía una de las blusas que usaba Eloísa de niña. Una de mariposas.

—¡Tío!

—¿Cómo está mi negra? —me sonrió en grande.

Iris me hizo una mueca y corrió a jugar.

—Muchas gracias, Jackie —me agradeció Eloísa, tomando mis manos con fuerza—, vuelvo en la noche, portate bien, Iris.

—Suerte —le dije, y me dio un beso cariñoso en la mejilla.

Eloísa se fue al poco tiempo, corriendo por temor a llegar tarde. Luego de un rato le propuse a Iris salir a pasear. Ella, que pocas veces se niega a los planes, asintió con emoción. La abrigué con miedo a que se resfriara. Las medias, las calzas y el pantalón de tela. Hasta le puse su gorrito de conejo. Me agaché frente a ella, cerrando el cierre de su chaqueta, que estaba oxidado.

—Ya está, tío —dijo, tirando hacia atrás la cabeza.

Le tiré una de las orejas del gorro, y ella soltó una risa.

—¿No tienes bufanda?

—No hace tanto frío.

—Si te enfermas luego Eloísa se enoja conmigo.

—Te prometo que no me enfermo.

Estiró la mano, pero yo no cerré la promesa.

—No se puede prometer eso.

—¿Por qué?

—Porque uno no elige enfermarse, mamita —rodó los ojos—, nadie se enfermaría si se pudiera elegir.

—A mi me gusta enfermarme solo porque mi mamá duerme conmigo. Y además el remedio sabe rico.

—Suertuda.

Sonrió, estirando sus manos para agarrarme de la cara, como estaba a su altura.

—Cuando te enfermes te puedo llevar el remedio que tengo.

—Es para niños, los adultos no toman ese remedio.

—Ah, bueno —parecía decepcionada de que no pudiera probar un medicamento genérico para el dolor de cabeza—, ¿tú cuántos años tienes?

—Veintitrés.

Abrió la boca, sorprendida y yo me levanté.

—Tienes la edad del hermano de mi amiga.

—Que genial —fingí sorpresa, con un gesto serio.

Me sacó la lengua, burlándose y le tiré una de las orejas del gorro. Ella se carcajeó, ocultándose con sus manos. Salimos a pasear hasta llegar a un enorme parque. Iris me habló todo el camino, señalándome cada tienda y cada esquina. Aprovechaba que era su barrio para contarme los chismes que seguro escuchaba contar a su mamá con ese mismo tono agudo y exagerado. Entramos al parque, y los primeros minutos, ella se dedicó a jugar con los perros de los vecinos. Había un señor con un carrito de helados, que gritaba sus sabores mientras caminaba. Me llamó la atención que a esa hora de la tarde estuviera vendiendo. Por eso me detuve, tomando con fuerza la mano de Iris, quien subió la cabeza para mirarme.

—¿Tu mamá te deja comer helado antes de cenar?

Obviamente abrió en grande los ojos, asintiendo varias veces. Suspiré, guardando ambas manos en mi chaqueta.

—Te compro uno, pero no le dices a tu mamá y luego terminas la cena.

—¡Sí, sí! —dijo, dando saltos—, es la mejor salida de toda mi vida.

Solté una risa nasal y le compré un helado rojo brillante, peleándome con el señor porque me vio cara de gringo y subió el precio. Iris le agradeció de todas formas y contenta abrió el envoltorio. Nos fuimos a sentar a un banco, observando al resto de gente pasear, aprovechando que era fin de semana.

—Yo tengo un novio —dijo ella, sonriendo.

—¿Ah, sí? ¿Y no eres muy chica para tener novio?

Iris negó con la cabeza, mordiendo su helado y haciendo un gesto de frío. Le bajé el gorro para que le tapara más la frente. Ella frunció el ceño y negó muchas veces.

—Yo creo que no. Además no nos damos besos, eso es de grandes.

—Bueno, qué sé yo, está bien entonces...

—Además él me regaló una flor un día —dijo, orgullosa.

—¿De verdad?

—¡Sí! Era rosa y chiquita. Se me perdió y me puse muy triste, pero él me regaló otra —Iris bajó el tono de voz—. No le digas a nadie, pero las roba del patio de la escuela, aunque la profesora diga que no hay que hacer eso —Luego puso su dedo sobre sus labios e hizo el gesto de silencio.

—No le digo a nadie.

—¿Te puedo preguntar algo, tío?

Mordió otra vez el helado y su boca quedó pintada de rojo.

—Si quieres.

—¿Tienes novia?

Me quedé en silencio, sin saber qué responder. Iris ladeó la cabeza, supongo que esperando una respuesta. Sus ojos marrones brillaban con curiosidad. Le volví a mover el gorro.

—Termina tu helado, va a derretirse.

Iris frunció el ceño enojada y la imagen me dio ternura, porque las orejas de su gorro de lana se movieron. Como un conejo enojado.

—¿Tienes novia?

Negué con la cabeza varias veces y puse mis manos sobre mis rodillas. Suspiré. Iris parecía decepcionada por eso.

—¿Y por qué no?

—Pues porque no ¿qué te importa, pesada?

Iris soltó una larga risa, ruidosa y aguda. Me recordó, de forma muy muy lejana a la risa de Toto. Aunque era incapaz de recordar su voz riendo, podía sentir su risa. La misma que tenía Iris.

—Esa no es una respuesta, tío.

Sonreí un poco. Iris mordió su helado, cuyo jugo que ya estaba manchando sus manos de rojo. Eloísa iba a matarme si la chaqueta blanca de Iris se ensuciaba.

—¿Vas a tener hijos?

—¿Y para que todas estas preguntas?

—No sé ¿Tienes papá y mamá?

—Creo que sí.

—¿Cómo creo? —Iris frunció el ceño.

—Bueno sí, tengo.

—¿Y por qué yo nunca los vi?

—Eso es porque viven lejos.

—¿No los extrañas? Yo no podría vivir sin mami.

Sonreí un poco solamente, más por tristeza que por otra cosa.

—No, no los extraño —Iris me miró, extrañada. Me vi en la necesidad de explicarle—. Ellos no eran buena gente. No como tu mamá.

—¿De verdad? —preguntó, bajito y sin terminar de entender— ¿Eran malos?

—Aja, sí.

—¿Te pegaban? —sus ojos se abrieron en grande y susurró la pregunta, asustada.

Asentí con la cabeza a los pocos segundos e Iris solo abrió su boca. Ahora parecía un conejito triste. Bajó la cabeza.

—Eso es feo.

Me encogí de hombros y observé el parque. Gris. Los árboles estaban medio muertos y la neblina no dejaba ver muy lejos. Cuando volví a ver a Iris, ella hizo un puchero y sus ojos se enrojecieron.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Es que me pone triste...

—¿Estás llorando? —se me escapó, sin entender.

Iris volvió a sollozar, y yo solo pude apresurarme a quitarle el helado de su mano, para que no siguiera ensuciándose. Con ambas manos libres ella se escondió. Solté una pequeña risa, confundido.

—No llores, negrita —intenté usar mi tono más cariñoso—, o sea, si quieres llorar no pasa nada, pero yo estoy bien.

—¿Sí? —asenti—. Es que yo quiero que tengas hijos así tengo primos —volvió a hablar, sobre lo que había preguntado antes—. Todos mis amigos tienen muchos primos y abuelos y eso... y mi familia es muy chiquita. Solo mamá, el tío Milo y tú. Y el tío Milo me dijo que no quiere hijos.

Sonreí solo un poquito al sentir que formará parte de la familia de Iris. Le acaricié otra vez el gorro, ella se limpió la nariz.

—Las familias grandes nunca funcionan —susurré como un secreto.

—¿Por qué no?

—Porque cuando una familia es muy grande hay que ponerse de acuerdo con muchas cosas. Y como son muchas opiniones, entonces hay muchas peleas.

—Mi amiga dice que sus tíos están peleados y no se hablan.

—¿Viste? Es mejor tener una familia chiquita.

—Puede ser —murmuró, limpiándose los ojos—, ¿me das un abrazo?

Quedé en silencio un segundo, hasta que, sin pensarlo, asentí y ella dio un saltito para agarrarse de mi cuello.

—Llorona —le susurré y sonrió, divertida.

—Tu también eres llorón.

—¿Como?

—Sí, el otro día que viniste a cenar te vi llorando mientras hablabas con mamá.

Movió la cabeza, burlona.

—¿Y tu que espías lo que hablo con tu mamá? —bajé la voz, como un regaño— ¿te haces la dormida para eso?

—No le digas a mamá.

—No le digo —se sentó sobre mis rodillas, contenta— ¿Pero qué pasa si te enteras de un secreto por espiarnos, eh?

—¿Cómo que?

—¿No te contó ella que te encontramos en la basura?

Negó muchas veces con la cabeza, de forma exagerada.

—¡Es mentira! —gritó, con su voz aguda

Me burlé de su tono en voz baja, mientras hacía un puchero y me pegaba en el brazo. Fingí que me había dolido y no la llevé en brazos solo por eso, obligándola a caminar hasta su casa. A las pocas cuadras me lo pidió de nuevo y me rendí. La llevé abrazada mientras me contaba sobre sus compañeros.

Volvimos a su casa y cociné sopa instantánea. Iris mientras jugaba, con las muñecas tiradas en el suelo y los papeles coloridos sobre la mesa. De la radio sonaba una canción de rock. Le subí el volumen. Me acordaba cuando tenía trece años, porque era la misma banda que escuchaba con mi grupo en la calle.

—Mira, tío, tienes que poner tu nombre aquí —se paró al lado y me extendió una hoja rayada y un lápiz—, estoy haciendo un papel con toda la familia, le tengo que pedir a mamá y al tío Milo.

Apagué el fuego y la miré, alzando una ceja.

—¿Mi nombre?

—Aja, con el apellido y todo.

Apellido. Esa palabra resonó en mi cabeza y sentí que otra vez era un niño en la escuela escuchando «Williams» y teniendo que decir «Presente», aunque odiara ese nombre. Agarré la cuchara para servir la sopa en dos platos, hasta que volvió a tirarme de la camiseta. Williams.

—Tengo una pésima letra —murmuré.

—Vamos, tío, jugar contigo es super aburrido.

—Lleva los platos a la mesa y dame la hoja —Iris sonrió y agarré la hoja.

Iris agarró ambos platos y corrió a la mesa y yo me quedé solo con la hoja sobre la mesada. Arriba del todo, el nombre de Eloísa, escrito con letra de niña y un corazón al lado. Agarré el lápiz y me incliné hacia adelante. Escribí, lo mejor que pude, en mayúscula, mi nombre. Luego recordé que tenía que poner un apellido y suspiré. Podría parecer una tontería, pero era mi nombre en la familia de Eloísa. Pensé en inventar uno, pero la mentira iba a durar poco. Escribí el inicio de la W, pero se sintió mal. Triste escribir ese nombre tan muerto. Tan feo. Finalmente suspiré.

Al lado de mi nombre, de la misma forma, mi apellido. Tardé más de lo que supuse, porque hacía mucho no escribía mi nombre y se sentía lejano. Dejé la olla en la pileta y caminé hasta la mesa. Iris estaba soplando su sopa.

—Toma —dejé la hoja a su lado y me senté.

Tomé una cucharada de sopa y no la miré. Mientras, ella intentaba leer el papel.

—Jake —leyó, algo trabado—, Jami.

Me latía rápido el corazón. Era la primera vez que alguien me llamaba así. Se sentía mejor, creo. Se siente mejor.

—Tus dos nombres empiezan con jota, suenan parecido —contó, emocionada.

—Aja.

—¿Puedes escribir el nombre de papá?

—Sí.

Antes de comer Iris juntó sus manos. Yo no rezo, pero en la casa de Eloísa lo hacen, así que cuando voy a cenar usualmente finjo que sé el ritual, como hacía en la casa de Toto. Iris cerró los ojos y yo la miré

—Gracias por la comida y por el helado de hoy... aunque eso se lo tengo que agradecer al tío porque me lo compró con el dinero que hace trabajando mucho. Gracias por todo eso y amén.

—Amén, negrita.

Los perros ladraban esa noche y un vecino escuchaba muy fuerte la televisión. Terminé de acomodar los peluches junto a Iris y cuando estaba por irme del cuartito ella habló.

—Tío, duerme conmigo —me pidió, fingiendo un sollozo.

Me agarró del brazo, tirándome hacia ella mientras ponía un puchero infantil. Solté un suspiro ruidoso, rodando los ojos.

—Mi negra ya estas grande tu, duerme sola

—Quiero que duermas conmigo. Sino tengo pesadillas —contó, tapándose más con la manta—, mami siempre duerme conmigo cuando le pido.

—Bueno —sonrió en grande, perdiendo toda la tristeza anterior—, me quedo hasta que te duermas.

Me senté sobre la cama, y ella se enojó, diciéndome que me tenía que acostar. Me tapó con la manta y se acercó, pidiéndome un abrazo. Le acaricié el cabello, mirando el techo.

—Duérmete —le murmuré, luego de verla con los ojos abiertos.

—No puedo.

—Cierra los ojos primero —le tapé la cara con la mano y ella soltó una risa.

—Pero si cierro los ojos pienso en cosas feas.

Quise decirle «no lo hagas», y luego recordé la voz de Irina y me dolió el estómago de tan solo pensarlo. «Estoy triste; no lo estés. Quiero llorar; no lo hagas».

—¿En qué cosas feas piensas?

Iris se encogió de hombros, abrazando su peluche de oso.

—No sé. Pienso en papá o en que mamá no está. Quiero que mamá venga.

—Tu mamá está bien, Iris, debe estar pasándola bien.

—Pero no me gusta que no esté.

—Tu mamá tiene su vida —le acaricié la frente—. Cómo tú vas con tus amigas o juegas en la plaza, ella también tiene ganas de hacer cosas sola. Además estás conmigo ¿No te gusta?

—Sí, pero si viene un ladrón ¿le pegarías?

—¿Y por qué mierda piensas en eso? No va a entrar nadie.

—No digas mierda. A mamá no le gusta.

—Puff, pero no está.

Soltó una carcajada y subió sus piernas sobre mi, para abrazarme. La abracé de vuelta y cerré los ojos. Me dormí en algún momento, incluso con el sonido de la novela del vecino. Me desperté para ir al baño y al salir del cuarto, escuché la puerta abriéndose. Eloísa entró, media borracha, tambaleándose como cuando era adolescente. Me miró y soltó una risa en voz baja.

—¿Cómo te fue? —pregunte, acercándome.

—Bien, bien —contestó, quitándose el sacó de lana y estirando los brazos—, no tiene material para novio, pero fue divertido por hoy.

—Me alegro —la agarré de las manos, y ella volvió a reír—, pero baja la voz, porque tu hija está dormida y como se despierte...

—¿Me estás regañando? —comentó, ofendida.

Dio varios pasos, quitándose los zapatos en el camino. Eloísa se besó los dedos y luego los apoyó sobre el cuadro de Toto que tenía colgado junto a la nevera. Me acerqué a ella por atrás y Eloísa llevó los brazos hacia arriba, para abrazarme el cuello.

—Tarado. Te quiero.

Apoyé mi cabeza en su hombro. Mantuve el silencio un rato, disfrutando de la caricia de sus dedos en mis brazos y junté aire. Un pensamiento raro cruzó por mi cabeza. Raro bien o raro mal, yo que sé. Pensé en el amor, porque es un tema recurrente en mi cabeza, aunque nadie lo piense. Pensé en el amor que sentía por Moon, pensé en el amor por Eloísa. Pensé que quizás si pudiera amarla a ella como lo amé a él todo sería más fácil pero qué sentido tiene, enroscarse con cosas imposibles. Por eso solo acaricié su brazo también y ese amor fue suficiente. Y por primera vez me dejé amar también, porque ya sabía yo en qué terminan los amores nunca dichos. Románticos o no. El amor de hermanos. El amor de Toto, que se sentía inconcluso. No quería ni quiero que Eloísa sea ese amor. Por eso sonreí y le dije, al oído, como se dicen los hermanos avergonzados que se crían peleándose:

—Yo igual. Te quiero.

HOLAAAA

DIOS CUANTO TIEMPO GENTEEEEEE, no lo puedo creer. 

NOTICIAS ANTES QUE NADA: estoy reescribiendo esta novela con unos enormes cambios, también por eso tardé en actualizar. De todas formas estos últimos capítulos pertenecen a la version 1. Probablemente el año que viene suba la version corregida con los cambios nuevos de una sola tanda, por si quieren leer la novela de nuevo pero que no sea un borrador ❤️‍🩹 por ahora disfruten esto que se acerca el finaaaaal!!
Estás semanas fueron una LOCURA


Se estrenó CROMAÑON en amazon prime, una serie argentina basada en el hecho real, de la cual yo fui parte en el elenco principal y q se filmó hace dos años. Subí más de 500 seguidores en esta primera semana desde el estreno, recibí muchos mensajes y la verdad me sobrepasó todo, por eso me ausenté un poco. Me angustió por temas personales y me dio ansiedad pero ya estoy mucho mejor y feliz por suerte. Vayan a mirarla, que se hizo con mucho respeto y compromiso <3

Además, en estos días ya oficialmente cambié mi nombre completo de forma social (lo legal ya llegara). Así que denle la bienvenida a Oliverio!! Con mis amigos tenemos pensado hacer una especie de baby shower con el nuevo nombre? Jaksja q opinan?

Y estoy muy feliz de contarles una enorme noticiaaaaaaa

Mi novela corta, Todas las cosas que me hacen feliz (disponible completa en mi perfil) será adaptada al formato audiovisual por mi y también se publicará en formato físico.
Después de trabajar en el guion por un tiempo, ya estamos en la etapa de preproducción, y seré el director del proyecto, lo que lo hace aún más especial. El rodaje comenzará en abril y mayo del próximo año, y esta semana comenzaremos los castings. Por eso he estado un poco ausente.

Este proyecto es un sueño hecho realidad, y no sería posible sin su apoyo y cariño. Estoy deseando que puedan disfrutar de Todas las cosas que me hacen feliz tanto en la pantalla como en sus manos. Será una película de bajo presupuesto, pero hecha con amor, garra y un equipo increíble con muchas ganas de filmar.

En cuanto a la versión en línea, aún no sé si seguirá disponible, ya que eso depende de los acuerdos al publicarla en físico, pero les mantendré al tanto cuando tenga más información. Ojalá esta novela también pueda ser publicada en el futuro. Jake y Moon en sus manos, ya llegara en algun momento, se los prometo.

No olviden seguirme en Instagram para estar al tanto de todas las novedades sobre la producción de la pelicula, la serie de prime, fotitos mías y la publicación de la novela. Ademas ahi subo dibujos y cosas extras de esta novela!!!! Les adoro mundial.

AHORA SI, SOBRE ESTE CAPITULOOOO (les dejo a los turrolovers en un café en Buenos Aires al q fui con cata cuando viajé allá hace poco)

¿QUÉ SIENTEN? Ayayayayayayay 

¿DIALOGO, MOMENTO O PENSAMIENTO QUE LES GUSTARA?

¿QUE PIENSAN DE LA RELACIÓN DE JAKE Y ELOÍSA? ¿Son re lindos, no? Los amo mucho.

¿ALGÚN SHIP CULPOSO QUE TENGAN DE LA NOVELA?

¿LES GUSTA VER EL DESARROLLO DE JAKE? Estamos d acuerdo q maduro un montón?? 

¿Que piensan de Chris, del trabajo de Jake?

¿Y SOBRE LO DE LAS CARICIAS? ¿QUE CREEN? ¿Un león al saber que es una caricia, la extrañaría? ¿Creen q los animales entienden lo q es eso?

¿Que es el amor? ARHE POÉTICO, pero bueno intenten responder

¿El amor de amistad es menor o mayor al romántico o solo distinto?

¿QUE PIENSAN SOBRE IRIS? Es mi nena chiquita. Van a haber varios extras sobre ella 🤭

JAKE CAMBIÓ SU APELLIDO AL DE IRINA, LLOREMOS. ¿Qué opinan de su relación?

¿PREGUNTAS QUÉ TENGAN? 📝❤️‍🩹

ESO ES TODO POR HOY, OTRA VEZ ENTIENDAN Y DISCULPEN LA DEMORA,E STOY CON DEMASIADAS COSAS Y MUCHA ANSIEDAD, PERO LES JURO Q FALTA MENOS PARA EL FINAL DE ESTO!

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