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Capítulo sesenta y dos: La mamá del Loco

Hace muchos años.

Jake Williams

Mi cuarto siempre fue feo. Feo porque jamás lo quise. Siempre pensé, desde niño, que algún día iba a irme de esa casa que no era mi hogar y tal vez por eso no le di cariño. Estaba todo siempre desordenado. Las camisetas viejas, tiradas una sobre otra en el mueble y el polvo que se acumulaba en las superficies, formando una capa gris que nunca me molesté en limpiar. Pero que odiaba. Y mi casa, que no era mi casa, era muy rutinaria. Extrañamente, aunque una crea que nunca funcionaba igual, siempre sucedía lo mismo.

Cuando Irina llegaba yo asomaba la cabeza y la veía. Sabía que se había peleado con algún novio cuando apretaba las manos y suspiraba muchas veces. Yo le gritaba «como duele el amor» y al segundo Irina se acercaba enojada. Antes de poder atraparme yo cerraba con fuerza la puerta y me quedaba ahí, hasta que se aburría. Si estaba triste, no le decía nada. Yo respetaba más la tristeza que el enojo, porque no la entendía. Porque era más frágil y peligrosa. Pero esa tarde, llegó tan rápido que no pude ver que le pasaba. Se tapó el rostro y corrió a la cocina. Se tomó un trago largo de un vodka barato que escondíamos detrás de las ollas y se quedó ahí.

—¿No vas a decir hola? —dije, para molestarla.

Molestarla, buscar atención, no sé qué era. No sé porque en el fondo quería hablar con ella. Irina volteó, rápido y en ese seguro pude verle el rostro y fruncí el ceño.

—¿Qué te pasó? —no dijo nada y caminé a la cocina—. Déjame verte.

Irina logró esquivarme, mostrando su espalda y fue directo al pequeño pasillo de los cuartos.

—Irina, te estoy hablando.

Me ignoró y entró a su cuarto. Antes que pudiera cerrar la puerta agarré su brazo, con fuerza, tirándola hacia mí. Ella siguió mirando la pared, mostrándome la nuca.

—Vete, Williams.

—Déjame verte —repetí.

Irina soltó un suspiro ruidoso y giró la cabeza hacia mí. Clavó sus ojos en los míos y frunció el ceño con enojo. Tenía el labio partido. Tuve una sensación extraña al verla, como el dolor que uno tiene luego de beber mucho. En todos lados, al mismo tiempo, pero quien duró un segundo.

—¿Te pegó? —pregunté, confundido.

—¿Por qué no te vas?

—No —Irina soltó un suspiro, dándome un golpe en la mano y obligándome a soltarla—, estas actuando como una tonta caprichosa, Irina.

Regañar a tu madre es extraño. No verla como una adulta, es extraño. Tenerle pena y odiarla, y quererla, odiarla y volver a quererla y sentir que tienen todo para ser amigos, pero no poder serlo, es extraño. Mi familia era extraña. Dónde sea que estén, ojalá hayan encontrado una forma de vivir sin mí, como yo logré encontrar una forma de vivir sin ellos, aunque difícil, porque ellos me criaron como se cría a los pájaros de casa. Les cortan las alas, los encierran en un lugar pequeño y los miran a veces. Los únicos pájaros que vi, fueron los que volaban solos en el barrio. Las palomas, sucias, feas y los sin nombre, más coloridos, que cantaban durante la mañana. Los veía como enamorado, por mi mente tonta de niño pequeño que tendría que haber sido poeta o alguna de esas mierdas, pero le cortaron las alas muy rápido.

Fui a mi cuarto, busqué el agua oxigenada y el algodón que guardaba debajo de mi cama y luego entré al cuarto de Irina y George. Ella estaba sentada sobre su cama, observando la pared, en silencio y con una expresión seria. Se acomodó el cabello en un moño apretado y suspiró. Me agaché en frente y mojé el algodón en el agua oxigenada.

—Mírame —pedí y bajó un poco la cabeza.

Le limpié la herida, observando con atención su rostro. No nos parecíamos en casi nada. Tenía las cejas finas del mismo color que su cabello, la más rubia del barrio, y los ojos pequeños y más oscuros que los míos. Las pestañas grandes y los labios pequeños y lunares en la frente.

—Tu nunca hiciste esto por mí —murmuré, apoyando el algodón en su labio con delicadeza.

—Si estás aquí para reprocharme cosas...

—Basta, Irina —dije, bajando la mano al terminar de desinfectarle la herida del labio— ¿Te duele algún otro lado?

—No —se apresuró a decir.

Mentirosa, pensé, notando cómo movía los ojos de arriba a abajo, para esquivar observar los míos.

—Te lo voy a preguntar otra vez —hablé lento, casi burlándome, pero con seriedad— ¿Te duele algún otro lado?

—No son importantes.

—¿Y yo te pregunté eso, imbécil? Te pregunté si te duele.

Irina frunció el ceño, confundida y yo hice lo mismo, confundido de lo que acababa de decir. No parecía propio de mí. No parecía propio de Jake Williams e Irina Jami hablando. Se levantó un poco la camiseta blanca, mostrando un moretón en el costado del torso. Estiré la mano para tocarlo e Irina me pegó en la cabeza, bajando la camiseta.

—¿Ese también fue George?

Me levanté con rapidez, agarrando la botella de agua oxigenada y la bolsa de algodón.

—No.

—¿Quién fue entonces?

—No te importa.

—Voy a buscar hielo.

Fui hacia la cocina y rompí un pedazo del hielo del congelador contra el suelo. Lo envolví en un trapo de tela gruesa y volví al cuarto.

—Toma —le extendí el trapo y me lo quitó de la mano—, deberías acostarte boca arriba un rato.

Irina amagó con quitarse la camiseta, cuando yo di unos pasos hacia la puerta, quizás porque pensó que iba a irme. Solo la cerré y volví a girarme. Subió ambas rodillas, tapándose.

—¿Te vas a quedar aquí?

—Sí —le dije y ella abrió la boca para hablar—, miro a otro lado, si tanto te jode.

Me dejé caer al suelo, al lado de su cama y miré a la izquierda, a la cama de George. Irina dejó la camiseta en la punta de su cama, y apoyó el trapo sobre su torso. La escuché suspirar.

—¿Qué pasó? —pregunté, estirando las piernas.

—Qué sé yo ¿Desde cuando George actúa con sentido?

En eso tenía razón, así que solo asentí, despacio con la cabeza. Pasaron varios minutos en silencio. Me mordí las uñas.

—Vino un... —juntó aire, nerviosa— un adolescente.

—¿Así que ahora sales con adolescentes? —murmuré, sin mirarla.

—No, imbécil. Un amigo tuyo.

Se me congeló el cuerpo, porque solo había una respuesta. Un solo amigo. Un solo amigo que conocía mi casa. Y mierda que la conocía.

—¿Qué?

Me levanté, girando mi cuerpo para mirarla. Irina solo observaba la pared.

—¿Estás sordo?

La ignoré por completo y me incliné hacia adelante.

—¿Quien? ¿Quién vino? —le toqué el hombro, con fuerza— ¿Cuándo? ¡Di algo!

—Un chino de pelo largo —dijo, dejando el trapo a un lado y girando la cabeza—. Ayer. No estabas.

Cuando fui a la laguna y no lo encontré.

—¿¡Y qué te dijo?!

—Nada —se encogió de hombros, con un gesto actuado—. Te estaba buscando a ti. Cuando no te vio se fue.

—Estás mintiendo —Irina no me miró—. Mentirosa de mierda ¡¿Qué te dijo?!

Ambos gritábamos, como era costumbre. Yo parado y ella sentada en la cama, con los brazos cruzados, las cejas en alto y las muecas exageradas y actuadas de una mujer que debería de haber sido actriz pero le cortaron las alas muy rápido.

—¡No me dijo nada, Williams!

—Mientes. Estás mintiendo.

Se paró, de golpe, acercándose a mi.

—¿¡Yo estoy mintiendo?! —se señaló, clavando sus propias uñas en su pecho— ¡¿Sabes que va a hacer George cuando se entere que eres un...

Sin pensarlo la tomé de las muñecas, obligándola a quedarse en el lugar. Ella se movió para soltarse, pero ahora era yo quien tenía la fuerza para agarrarla.

—¿Un qué, eh? ¿Un que? ¿Qué mierda te hace pensar eso?

—Tu piensas que soy tonta —escupió—. ¿Piensas que soy imbécil, no? ¿Es eso? ¿Es que te parezco burra? ¿Crees que no lo conozco?

El mundo era tan pequeño, o al menos, nuestro mundo. Tan pequeño que Irina, en algún momento, había escuchado, en alguna charla de vecinas en el bar de la esquina, que resulta que el único chino del barrio era además, el único maricon. Y no puedo o imaginar la sorpresa que tuvo cuando se había enterado, o mejor dicho, había atado los nudos para darse cuenta, que ahora habían dos. Y el segundo vivía en su casa y se hacía llamar su hijo, o más bien, el hijo de George.

—¿Qué haces siendo amigo de él? ¿Eh? ¿Ahora no contestas?

—¿¡Por qué te metes en mi vida?! —grité, agarrándola más fuerte— ¿¡Por que te importa?! ¿¡Que mierda te importa que hago?!

—¡No quiero tus mierdas en mi casa! ¡Suéltame!

—¡Esta no es tu casa, hija de puta! ¡Una puta mierda te suelto! —apreté más, sin controlar la fuerza.

—¡Voy a llamar a la policía si no me sueltas, Williams!

Williams. Por un instante me volví George, porque ese grito jamás hubiera sido dirigido a mi. Aún así, con toda la culpa, no la solté.

—Irina —murmuré, tirándola de las manos para que se acercara—, si le dices a George, te juro que te mato.

Sus ojos se abrieron en grande y se puso pálida. Solté un poco el agarre, sin darme cuenta que había dicho eso en voz alta. Sin darme cuenta que ella, por un instante, había creído que era real. Sin darme cuenta que acababa de amenazar a muerte no solo a alguien, sino a mi madre.

—¡Maricon de mierda! —fue lo único que respondió y fue todo lo que tenía que saber.

La solté de golpe y ella dio varios pasos hacia atrás, huyendo. Se me llenaron los ojos de lágrimas, porque con la adrenalina del enojo fuera de mi cuerpo, la tristeza se hizo lugar. La tristeza de mi mamá gritándome eso.

—¡Eres un asco! —le grité a modo de respuesta, e Irina apretó los labios, aguantando las ganas de llorar—, una persona de mierda.

—¡Y tú eres igual a tu padre! —me señaló con su mano, que temblaba— ¡Vete de mi casa o llamo a la policía! ¡Ahora!

Me fui, finalmente.

Dos horas, o tres, o quizás más o menos, uno pierde la noción del tiempo en un lugar donde no hay relojes y donde todo el día es igual. Los perros ladran al mismo volumen, no importa si es de día o de noche y los niños juegan a la pelota en la calle incluso cuando el sol está escondido. Pasé esa cantidad de tiempo inmedible hasta que decidí volver a mi casa.

Y entré, prendí la luz de la sala y fui hasta su cuarto. Me paré frente a la puerta y con vergüenza toqué. Una vez, dos veces, tres veces. Despacio, sin mucha fuerza. Un poco, quizás, queriendo que no me escuchara.

—Irina —murmuré con seriedad—, Irina, ábreme.

Ninguna respuesta.

—Irina, ábreme —tragué saliva y volví a tocar la puerta—, quiero hablar contigo.

Empezó a sonar la radio desde adentro del cuarto, a un volumen alto, ruidoso. Escuché cosas moverse y mis ojos ardieron. Sentía el cuerpo pesado, la garganta seca y ganas de gritar y llorar y dormir y desaparecer.

—Irina. Solo quiero hablar contigo —apoyé mi frente en la puerta cuando la canción subió de volumen—, ábreme, por favor —mi voz se quebró al final, y solté un gemido triste—, lo siento. Lo siento. Sabes que no te haría nada —un mamá se me ahogó en la garganta y tuve que juntar aire para seguir hablando—... no me dejes afuera, Irina. Ábreme.

Me limpié los ojos cuando nadie abrió la puerta. Tan patético. Tan tarado, ahí, rogando porque me abrieran. Rogando por un perdón en el cual nunca creí. Llorando estúpidamente sentado contra la puerta. Mierda, entendí por primera vez a Moon esa tarde. Entendí porque pedía disculpas. El peso, la culpa, el miedo de no ser perdonado. Tan patético, siendo mi padre. ¿Un perdón de él hubiese sido suficiente? No podría culpar a Irina por no abrir. Yo no le hubiera abierto a George. Así que entonces era él. Me volví él. Irina me tenía miedo, o asco, u odio. Le había mentido a Moon. En el fondo, prefería la pena al odio. Todos lo hacemos, creo.

—Sabes que no soy él —dije, más para mí mismo, sentado con la espalda en la puerta—, sabes que no hablaba en serio —incliné mi cabeza hacia mis piernas, mordiéndome el labio.

Si fuera por George, mataría a toda la gente del mundo. Jamás lo hizo, pero lo dijo mil veces. Y si fuera por mi, lo mataría a él. Jamás lo hice, pero lo dije mil veces. ¿Se es asesino si nunca se mata? ¿Y si tuviera frente a mí un arma cargada? Ahí, justo sobre la mesa, y detrás a George ¿Lo mataría?

—Desearía, Jake, que solo existan las buenas personas —me murmuró Moon, alguna vez y yo le contesté:

—Entonces no me hubieras conocido nunca.

Y nos besamos, y él se puso triste, como se ponía triste todo el tiempo, y me pidió que no creyera que yo era mala persona. Que si lo hacía entonces los malos ganaban.

—Y no soy un maricon tampoco... —suspiré, con fuerza, conteniendo las ganas de llorar—, soy un hombre —me limpié la cara. Ya no sabía si era mentira para ella o para mi—, normal.

No me abrió la puerta y no me sentí en el derecho de enojarme, así que me fui de la casa otra vez. 

Holaaaa ¿Cómo estan? espero que bien! tengo una noticia...

Hoy, cinco del siete, se cumple un año desde que empecé esta novela!!!!! UN AÑO JUSTOOOO!!

Feliz cumple a Jake, Moon, Elo, Toto, Tami, el tío y el resto de personajes de esta historia. A la laguna, el barrio inventado, las vecinas, vecinos y personas que van en bicicleta. Gracias a ustedes también por seguir este viaje loco y apoyar esta historia 🌼🤝🏻

✨ Cosas que quieran decir hasta ahora, preguntas, comentarios bla bla:

💗 Ideas para algun especial por el primer año de la novela, ya sea capitulo, preguntas y respuestas etc:

Si quieren hacer un preguntas y respuestas de la historia en general (por ejemplo, como nació la idea, influencias y todo eso) diganme, amaria hacerlo!

Ahora si, las preguntas sobre el capitulo de hooooy:

¿Qué piensan de la relacion de Irina y Jake? 🍃✨

¿Hay diferencias entre Jake y George? ¿Creen que se parecen?

Este es un capitulo corto, pero me parecía importante porque nos acercamos al final del tercer acto y queria contar más sobre la relacion madre-hijo de estos dos personajes 💗🗣

¿Les molesta los capitulos cortos? Me da miedo que sea molesto leer caps de media hora y otros de diez minutos JAJAJA 


¿Creen que fue mala idea de Moon ir a la casa de Jake? 😭🌼

¿Creen que Jake es una buena persona? 😭💗

¿Justifican su reacción a Irina? ¿La entienden? 

Tengo muchas imagenes (frames de pelis, fotografías etc) que me dan vibras a como seria una adaptación de cine de esta novela ¿Les gustaria verlas? Podria sumarlas en los capitulos siguientes!💗🌸

Adiooooos!





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