Capítulo sesenta y cuatro: Adiós, Luna
Hace muchos años.
Jake Williams
Fue todo por un sueño estúpido. Pero de los que aparecen dormidos. Los sueños reales. Porque a veces la gente dice «lo soñé» y en realidad estaban despiertos. Son distintos los sueños que uno sueña y los que piensa despierto. Esto fue un sueño dormido. Durante una noche bastante fría, con la casa vacía porque George trabajaba e Irina el diablo sabrá dónde estaba. En el sueño sucedieron muchas cosas. Fue como un tren que pasaba a mi lado y me enseñaba un poco de cada vagón. En el sueño estaba yo, viejo, jorobado y cuando me miraba al espejo notaba que tenía el rostro de mi padre. Me aterraba, gritaba e iba hacia atrás. Cuando me levantaba volvía a ser niño y a mi lado Toto se reía. Hacía meses no soñaba con él. Pero tan rápido apareció, se fue. Volví a estar en un cuarto gris, con la cara de George y los pies pesados. No me podía levantar, gritar ni mover las manos. Y cuando sentí que me iba a despertar, un olor raro me confundió. De repente me encontraba en una sala muy pequeña, de una casa media vieja y con alguien haciendo té cerca mío. Y ese alguien era Moon. Nada del sentimiento anterior seguía en esa casa. No me pesaban los pies ni estaba aterrado. Como en cámara rápida pasaron más momentos cotidianos en esa casa con olor a té.
Me desperté de la nada y observé el techo de mi cuarto. Intenté volver a dormir pero ese sueño no aparecía más. Me frustré y me tapé la cara con la almohada. Entonces lo decidí. Iba a ir a la cantina y le iba a decir que sí. Que nos podíamos ir. Que iba a guardar todas mis cosas y me iba a subir al tren junto a él. Que iba a saludar a su tío con un «hola» amable como los estúpidos de mis amigos que intentaban impresionar a los padres de sus novias, cuidando el vocabulario y fingiendo ser mejores personas de lo que en realidad eran.
Y me vestí con la ropa que creí que era más adecuada. La camiseta más limpia, los pantalones más nuevos. Algo que dijera, de alguna forma, que era una buena persona y que podríamos irnos juntos. Pensé que si le decía ese día y teníamos suerte, en unas semanas podríamos irnos. Íbamos a tener una casa muy pequeña en algún callejón de la ciudad, con un solo colchón y una manta gruesa. No sabía que iba a significar eso y seguía creyendo que no tenía sentido. Pero intenté convencerme de que el sentido no importaba. Si éramos dos amigos que vivían juntos, íbamos a ser eso, si éramos otra cosa, pues lo seríamos, no me importaba. No me importaba. Pero en la cantina no estaba Moon.
Entré, avergonzado y me senté junto a un señor que comía sopa de forma ruidosa.
—Oh, hola —me saludó la tía de Moon, con una sonrisa.
—Hola —dije, sin mirarla.
Levanté la cabeza y noté que estaba algo incómoda.
—¿Cómo estás?
—Dile a Moon que venga —apreté las manos, ya estaba haciendo todo mal.
Necesitaba actuar como mis amigos, eso tenía que hacer. Tenía que dar una buena impresión, no la de un imbécil. Ella solo sonrió, sin ofenderse. Se levantó de la silla y se acercó a mí, hasta inclinarse para mirarme a los ojos.
—Moon no vino hoy.
Estiró sus manos y las miré, sin entender. Luego comprendí y estiré las mías, apoyándolas encima. Las agarró con cariño. Me puse rojo, otra vez, como un imbécil.
—Se que debe ser difícil —bajó el tono de voz—, pero vendrá a visitarnos seguido...
—¿Qué?
Sus ojos se abrieron de golpe y apretó mis manos con fuerza. Quise levantarme, pero mis piernas se congelaron.
—Moon ya está preparando todo para irse, Jake.
—¿Qué?
—Ah —la mujer me miró— ¿No sabes?
—¿Saber que mierda?
—Moon va a mudarse, mañana. Al centro. Tiene un trabajo ahí.
Me levanté de golpe. La tía me agarró las manos, para que no me fuera y yo solo fruncí el ceño. Recién entonces vi a su tío asomarse, confundido.
—Hablemos, seguro podemos aclarar las cosas.
Me solté y di un paso atrás. El tío se acercó, pero no dijo nada.
—Aclarar una mierda. Son una mierda. Todos ustedes. Una mierda.
No recuerdo si lo grité o lo murmuré, pero me fui, tras tirar el banquito de una ruidosa patada. No sabía a dónde ir. ¿Que se supone que se hace cuando pasa eso? Cuando te traicionan, si es que fue una traición. O si fue mi culpa, por haberme decidido muy tarde. Me puse a llorar, escondido detrás de un tapial, porque me dolía pensar que Moon se imaginara una vida sin mi. Una casa con un solo plato. Un colchón que se hunde solamente del lado derecho, porque de ese lado duerme Moon. Me dolió pensar que, de no haber ido a la cantina, quizás jamás nos hubiéramos despedido. Me dolió pensar que nos teníamos que despedir. No quería despedirme. No me gustaban las despedidas. Y no sabia que éramos, y me aterraba, pero me dolía más pensar en no tenerlo. Por eso lloré, triste, con las manos en la cara para ocultarme. No tenía ningún otro lugar. No tenía una casa a la que ir, una segunda opción, nunca pensé que pasaría si él se iba y yo no. Qué pasaba sin él. Y gente pasó y me miró llorar y habrán pensado tantas cosas. habrán pensado que era por George, si todo el mundo lo conocía. Habrán pensado que recordé a Toto o que me habían roto el corazón, como lo habían hecho. Recién ese día entendí el por que del drama que tenían mis compañeras cuando les rompían el corazón y lagrimeaban en el patio y las demás las abrazaban y le decían: ya, ya está. Ya no estaba nada, pensé. Ya nada, nunca, va a estar.
Y cuando fui a la laguna y lo encontré, ahí, sentado, mirando al agua y sabiendo que iba a irse, y sabiendo que me estaba ocultando algo y sabiendo que era culpa de los dos este final de mierda, quise pegarle y pegarme y pegarnos y pegarle a todo el mundo. Y abrazarlo y pedirle por favor que me llevara con él. Pero en cambio solo me acerqué y pateé la tierra cerca suyo.
—No tenías pensado decirme —le grité, en la cara, mirándolo a los ojos.
Y no me dijo nada y quise llorar, pero no podía. No podía llorar. Me latía rápido el corazón y me pesaba el cuerpo y se me cortaba la respiración.
—No tenías pensado decirme.
—Jake, yo...
Su mueca, mentirosa, de alguna forma. Su culpa fingida, que era la culpa quien tenía siempre. Sus manos que me querían atrapar, su voz que quería calmarme. Me dolieron. Me dolieron mucho.
—¿No tenías pensado decirme? —dije y sentí que mi voz iba a desaparecer.
—Ven, vayamos a...
—No me quiero ir a ningún lado, imbécil. Quiero que me digas qué mierda pensabas.
¿Te ibas a ir sin decirme? ¿Ibas a dejarme? ¿Es que tarde mucho? ¿Es que no me anime a decirte que sí desde un inicio? ¿Es que fui cobarde y te traté como un tonto? ¿Qué pensabas, Moon? ¿Que yéndote ganabas algo o perdías menos? ¿Fue eso? ¿Fue cosa de ganar o perder?
—Perdón, Jake yo...
—¡Basta de pedir disculpas! ¡No te disculpes y hazte cargo de la mierda!
—¡Ya, ya! No grites —junté aire, sin dejar de verlo—. Te puedo explicar.
No quería explicaciones, quería que me dijera: quiero que vengas conmigo. Pero me aterraba decirle: me quiero ir contigo. Por eso gritaba. Porque me dolía.
—Explicar una mierda, Moon. ¿Te vas a ir?
—Yo no... —lo interrumpí.
—¿¡Entonces tu tío mintió?! ¿Eso dices? ¿Qué es un mentiroso? ¿O el mentiroso eres tú? ¡Imbécil de mierda! ¡Eso eres, un imbécil de mierda!
—¿¡Vas a dejar que hable?!
—Habla —y miró hacia un costado, rojo de la vergüenza—, habla, vamos, habla, ¿Qué? Si tienes algo que decir, dilo. Di la mierda, Moon.
Y cuando se quedó callado y frunció el ceño me di cuenta, que tal vez, tenía razón. que tal vez yo pertenecía a ese lugar.
—No tengo nada que decir —sentenció.
Sentí como si al Jake de siete años le hubieran pegado un puñetazo en la cara, y al de ocho y nueve y diez y catorce y al de diecisiete que estaba ahí escuchando todo
—Ya, lo suponía. Porque vas a irte, tu tío me dijo la verdad, te vas y no me dijiste.
—Sí, voy a irme, Jake.
—Tú me dijiste que no ibas a hacerlo, me lo dijiste...
—Yo te dije que no iba a escaparme.
Entonces empecé a decir estupideces, empecé a tirar lo primero que cruzara mi cabeza, porque no quería que viera lo mucho que me dolía. No quería llorar como un tonto.
—Claro, cuando tienes la ayuda de tu tío está bien ¿No? De tu tío que no sabe una mierda de tu vida y no te ayudo un carajo en nada ¿Verdad? ¿Ese tío? ¿El tío que jamás te preguntó que carajos te pasó cuando casi te rompen la nariz?
—¿Y por qué te importa tanto, de todas formas? ¿Qué? ¿Resulta que ahora soy tu novio o una cosa así?
Apreté con fuerza las manos, hasta lastimarme. quería llorar. Iba a llorar. Tenía las lágrimas ahí, pidiendo salir de algún modo.
—Cállate
—Ah, te jode eso. Te jode todo, Jake —su cara con mi cara, frente a frente—. Te jode que te quieran y te jode que te odien, te jode quedarte y no puedes irte sin escaparte como un puto cobarde. Te jode que no sea tu novio, y te jode si digo que lo soy. ¿Qué quieres, Jake? ¿Por qué vienes aquí?
No lo pensé, y agarré el cuello de su camiseta. ¿Qué quiero? a ti, Moon, aunque sea tan difícil de creer. Y sí. me jode todo. Me jode que lo sepas todo. Me jode que me conozcas tanto.
—No digas estupideces.
—¿Vas a golpearme? —preguntó, y su voz se quebró—, golpéame —subió el tono de voz y yo solo apreté con fuerza su camiseta— ¡Hazlo, golpéame!
Sin pensarlo, porque ese día no podía pensar, levanté la mano. Pero la levanté con la tonta y estúpida intención de acariciarlo. Pensé que quizás si hacía eso iba a poder arreglar las cosas. Que una caricia iba a lograr decir lo que no sabía cómo expresar. Pero lo hice demasiado lento, o demasiado rápido. No se dio cuenta que mi mano iba media cerrada a su mejilla, iban los nudillos porque esa era la forma de dar caricias ¿no? No de golpear. Moon se encogió en su lugar y cerró los ojos y yo detuve mi movimiento. Ninguno hizo nada. Mi mano quedó a medio camino y él abrió los ojos, asustado. Respiraba de forma ruidosa. No iba a golpearte, estúpido ¿Cómo piensas que podría hacerlo? No me sentía en el derecho de enojarme, pero me enojé. ¿Cómo podría él creer eso?
—¿¡Qué está mal contigo, Jake?! —gritó, sin voz—, no tienes derecho, no, no tienes derecho de actuar así cuando soy la única cosa buena que te pasó en tu vida de mierda.
Lo empujé con fuerza y él comenzó a llorar. No sé si lo recuerdas, pero lloraste mientras gritabas. Por primera vez te vi llorar con tanta tristeza que creí que te morías. Que me moría yo. Que nos moririamos los dos.
—No. No. No. ¡Tú eres la peor cosa que me pasó! —grité, igual de fuerte y me dolió la garganta, no por el tono sino porque era una mentira y lo sabía— ¡El peor error de mi vida, chino de mierda!
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡No te haces idea lo mucho que te detesto, hijo de puta!
Rodamos por el suelo y dejé que me golpeara, o más bien, que me agarrara el rostro con las manos, porque él tampoco se atrevió a pegarme. Dejé que me arañara porque pensé que así al menos iba a tener una marca de que él existió. Si así eran las cosas. Si con marcas se acuerda uno de lo que vivió. Si los perros aprenden a golpes. Miré su rostro, que tenía una mueca que jamás había visto en él. Conocía casi todas. Conocía su felicidad, su tristeza, su placer y sus carcajadas pero no su enojo. No la forma en la que fruncía el ceño y apretaba la nariz y se ponía rojo y los ojos parecían arder. Rodamos otra vez y nos llenamos de tierra y mi camiseta, que era la más limpia, se volvió la más rota. Y mi sonrisa ensayada de tipo bueno se convirtió en una simple línea recta.
Ojalá te hubieras muerto, le dije, estás loco, me dijo, loco y roto y le contesté que nadie lo quería y me dijo que a mí tampoco. Yo no hablaba de verdad. Me pregunto si él sí. Era una competencia, a ver quien podía, en menos tiempo, decir más estupideces que dolieran, por eso le grité que seguro su madre estaba feliz sin él. Y él lloró pero no se quedó atrás y me respondió que se alegraba por el policía que mató a Toto. Y todo se volvió oscuro en un segundo, todo se volvió demasiado. Una locura. Un griterío sin sentido, ya, sin uso de la razón, solo palabras, solo gruñidos, como animales, como perros. Me ardía la piel de los arañazos y ya no sentía el corazón porque parecía haberse esfumado.
—¡Tú comenzaste esto! ¡Es tu culpa! ¡Tuya! —me gritó.
Lo agarré con fuerza y lo hice quedarse en el suelo, con la cabeza contra la tierra. No me gustó agarrarlo, no me gustó ver como no se movía, no me gustó sentir que era yo quien lo obligaba a quedarse ahí. Pero lo hice, igual.
—¿¡Yo!? ¿¡Y qué hay de Benjamín, eh?! Eso empezó todo.
Me pateó y lo solté y cuando nos levantamos retrocedí, con miedo. Aterrado de romperme finalmente decidí levantar los brazos y seguir gritando, en lugar de llorar. tenía el cuello de la camiseta rotó y las manos temblando. y él estaba peor, con el pelo hecho un desastre y la cara roja.
—No quiero volver a verte nunca —por favor, por favor, me quiero ir contigo—. No quiero que me vean contigo, eres una mierda, una histérica de mierda eres —¿por que no te dije que si desde un principio?—. Te haces el de la vida difícil, el triste y no sabes nada —me duele mucho, Moon, me duele—. ¿Porque te pegaron una vez te quieres morir? ¿Eh? ¡Ojala te vaya bien para la mierda en la ciudad, ojala vuelvas con la cola entre las patas pidiéndole ayuda al maricon de tu tío! —ojalá vuelvas así estamos juntos de nuevo, así te digo, está bien, quédate en mi casa que no es mi casa, te prometo que está vez voy a intentar cuidarte o algo así. O una cosa de esas que hacen los enamorados.
—¡Jamás voy a volver! ¡Te vas a pudrir aquí, triste y solo, Jake! ¡Triste y solo!
Y se fue. Así, se fue. La última vez que lo vi. Le grité pero ya estaba muy lejos. Ya era muy tarde. Ya había sido muy cobarde. Ya estaba. Ahora sí, me dije, fingiendo una voz que no era mía, como si alguien me estuviera consolando, ya está, Jake. Y me fui, también. Porque para qué seguir en ese lugar si no estaba Mono.
No tenía la llave, se había caído en algún momento de mi bolsillo, no tenía forma de entrar y la puerta de chapa era imposible de derribar, por eso fui hasta atrás de la casa y rompí la pequeña ventana superior del baño con una piedra. Di un salto, trepándome de la pared para poder entrar. Me corté, pero no me importó.
Corrí hasta mi cuarto y abrí la puerta de golpe, con la ansiedad de poder ser atrapado en cualquier momento. Guardé todo en ambos bolsos, sin orden, simplemente lanzando las cosas en el interior. Toda mi ropa, incluso la que me quedaba chica, no pensé, solo quise conservar todo. Dejé el cuarto completamente vacío y cuando tenía pensado robar algo del cuarto de Irina y George, escuché la puerta de la casa y mi cuerpo se tensó de golpe.
Luego de distinguir las pisadas me di cuenta que era Irina, porque mi habilidad para reconocer quien era por su forma de caminar estaba muy entrenada. Salí del cuarto con los dos bolsos, uno de cada hombro. Y la vi, sentada en la mesa. Con su cabello rubio despeinado y observando la lata de cerveza. Pensé que debió de haber sido una mujer muy hermosa, en algún momento. Ahora estaba ahí. Sin enojo. Solo con una mirada perdida en la madera. Me recorrió un escalofrío, así que tuve que detenerme. Quedarme quieto y mirarla. A mi madre. A mi mamá.
—Te vas —dijo, como avisando algo que ya sabíamos.
—Sí. Me hubiera ido antes.
Me hubiera escapado, porque como dijo Moon, yo sé escapar, no irme.
Irina suspiró, bebiendo un sorbo de cerveza. Luego levantó la mirada y me miró con una mezcla de pena y frustración. Frunció el ceño. Estaba vieja. La había visto envejecer y no lo había notado. Habíamos estado diecisiete años juntos. Había estado toda mi vida con ella. Era mi mamá. Mi mamá. Me había parido. Había estado dentro de ella. Había salido de ella. Había sido ella. Y estábamos así. Como dos extraños. Fuimos dos niños que crecieron juntos, dos adultos que se odiaban. Dos personas que no se conocieron.
—¿Y por qué no lo hiciste?
—¿Por qué me tuviste tú en un principio, eh? ¿Para qué?
—Hay muchas cosas que no sabes.
—¿Y qué? ¿Sabes cuánto me importa eso? —di un paso, acercándome hasta la mesa e inclinando el cuerpo, para verla mejor— ¡Una puta mierda! No puedo excusar todo lo que hicieron por cosas que no sé. No sé nada. No me dijeron nada. Lo único que sé es que me odian ¿me odian? Irina ¿me odias? ¿Me odias?
No respondió. No dijo que no y no dijo que si. Otra vez, algo que no sé. Algo que jamás voy a saber.
—Jake —susurró.
Me dijo Jake. No Williams. Fue lo más cerca a un «hijo» que escuché de Irina.
—Yo si te odio —dije e Irina cerró con fuerza los ojos—, muchísimo. Te odio. Te detesto. Te odio, te odio, te odio, te odio.
—¡Basta! —gritó y su voz se rompió al final.
Nos quedamos callados, viéndonos a los ojos.
—No lo entiendes. ¿tú crees que yo quería está vida? ¿Lo crees?
—¿¡Y yo qué culpa tengo, mamá?!
Lo grité y lloré. Lloré y ella lloró. Lloramos. Y levanté la mano, señalándole el pecho de forma acusativa. Nunca había visto a Irina llorar. Lloraba mal, al igual que yo. Pensé entonces que a ella tampoco le habían enseñado a llorar.
—Podríamos haber sido amigos. Podríamos haber estado del mismo lado. Podríamos haber sido como esos hijos y esas mamás que están juntos, que se cuidan, que hablan mal de otros a sus espaldas y se ríen juntos, que cocinan, que tienen secretos... pero no somos eso. ¡Porque siempre estuviste del lado de él! ¡Porque me odias! ¡Y yo no se que hice para que me odies! ¡¿Qué hace un bebé para que lo odies?! ¿¡Qué hace un niño para que lo odies?!
No contestó. Eso me hizo enojar.
—¿Entonces qué es? ¿Es venganza? ¿Es eso?
Irina tampoco respondió, pero pude notar, en la forma en la que miraba la pared que tenía razón. Yo cargué durante toda mi vida el peso de las cosas no resueltas. Irina se limpió el rostro y luego se escondió con sus manos, como queriendo a su vez olvidar toda esa historia de cosas no resueltas. Luego levantó la cabeza y me miró. La mirada más triste que alguna vez había visto. Hasta me dio ganas de abrazarla. Hasta sentí pena.
—¿Esa es otra de las cosas que no se?
—¿Y para qué quieres saberlas, Jake?
—Porque quizás así pueda odiarlos un poco menos.
Irina suspiró y yo me puse rígido, con la espalda recta. Se limpió la cara con ambas manos.
—Dime. Dime qué es eso que no sé.
—Jake...
—¡No me llames Jake! ¡Basta! ¡Soy Williams! ¿No? ¿No soy eso? ¡Porque no pudiste darme otro apellido, Irina! ¡Porque me llamo Jake Williams y fuiste tú la que me lo recordó durante toda mi puta vida! Así que no me llames Jake. Solo dime. Explícate, excúsate. Te estoy dando la oportunidad de odiarte menos.
Otro silencio y grité, un grito sin sentido, un grito sin propósito, agarrandome la cabeza y luego ocultando mi rostro. Lloré, lloré tanto que me empezó a doler la cabeza y sollocé. No me dio ni siquiera eso, no me dio ni la posibilidad de odiarla menos. No me dio un motivo. No me dio una historia. No me dio nada más que el mismo silencio de todos esos años.
—¡No se que querías que fuera, mamá! ¡No sé! —le grité, tan fuerte que mi voz se hizo aguda al final, como la de un niño— ¿¡Y sabes que?! ¡Si pudiera, si hubiera sido elección mía yo tampoco habría nacido! Y te lo voy a jurar por el odio que te tengo, que si pudiera no estar acá ahora no estaría. Que si pudiera ir al pasado y matarme seríamos mucho más felices. Ambos —tomé una gran bocanada de aire, llevándome con eso también los mocos y la salida— ¡Al menos responde algo, hija de puta!
Se levantó, en un rápido movimiento y me golpeó la mejilla. Y me dolió porque era justo la respuesta que esperaba. Porque otra vez fui yo quien se decepcionó de su propia ilusión. Porque yo quería odiarla menos. Y me quedé callado, mirando al suelo.
—¿Por qué me tratas así? —murmuré.
—Perdón.
Y me tomó del rostro, acercándome a su hombro. Con ambos ojos abiertos en grande apoyé mi frente en su cuerpo. Me abrazó, o eso intentó, porque tampoco le habían enseñado a hacerlo.
—¿Por qué dices eso? —susurré, y ella me apretó más— ¿por qué tienes que decir eso ahora?
Diecisiete años. Tuvo diecisiete años para pedirme disculpas. Tuvo una vida entera. Mi vida entera. Y lo hizo ese día. Sabiendo que iba a irme, sabiendo que no podría perdonarla. Que egoísta de mierda. Lo dijo como quien dice cualquier cosa pero ella sabía. Ella sabía lo que estaba haciendo diciendo perdón. La agarré con fuerza, en ese abrazo incómodo. La abracé y fingí que era otra persona. Que era mi mamá de otro mundo, la que sí fue buena, la que sí me quiso, a la que sí quise. Y la abracé por egoísmo, devolviéndole su perdón.
Le ensucie la ropa de mocos y ella ensució la mía con su perfume. Dulce. Feo. Luego se alejó, como si no hubiéramos acabado de tener nuestro primer abrazo. Nuestro único abrazo. Se fue caminando a su habitación y yo me quedé en la sala, intentando procesar. Era tanto, tanto, tanto. Demasiado, era demasiado, era más que tanto. Era raro. Raro mal y raro bien. Y raro. Solo raro. Volvió y se acercó a la mesa. Con pasos cortos y temerosos dejó un sobre frente a mi. Era amarillo, vertical.
—¿Qué es esto?
—Tómalo.
Apoyó su mano libre en su cadera, dejando caer todo su peso de un solo lado. Abrí el sobre, sin saber con que podría encontrarme. Cuando rompí la pequeña cinta y el sobre se abrió no pude evitar fruncir el ceño.
—¿Qué? —susurré.
Dinero. Billetes del máximo valor que circulaban en ese momento. Irina se limpió otra vez la cara, sin mirarme a los ojos. Cobarde, pensé.
—Llévatelo.
—No lo quiero. No quiero tu dinero de mierda.
—Llévatelo —tomó aire con la boca—. Llévate eso y no vuelvas. No se te ocurra volver. Como vuelvas George va a matarte. Ya no eres un Williams.
—¿Y un Jami? ¿Sigo siendo uno? —solté una risa amarga— ¿fui uno alguna vez?
Irina Jami, la mamá de Jake Jami. Sonaba más lindo. Sonaba mejor.
—Vete.
—Yo nunca fui un Williams. Los Williams están locos. Tu misma lo dijiste ¿no recuerdas? Tenía siete años y me contaste que mi abuela se volvió loca y que mi abuelo mató a su hermano. Me dijiste que eso era ser un Williams. Que estaban todos locos. ¿Estoy loco? Dime, responde ¿estoy loco? ¿Pensaste en eso cuando tuviste un hijo con George? ¿Pensaste a la mierda a la que lo estabas atando? ¿A la que te estabas atando, mamá
La locura siempre fue mi cruz. Una maldición. El miedo a volverme loco como George. Loco era algo malo. Nadie quiere a los locos. Los locos están solos, porque así quieren ellos, porque asustan a la gente, porque odian, porque gritan, porque golpean. Los locos están rotos. O los rompen. O nacen rotos, porque así se crearon, a piezas que no encajaban. Porque los locos no saben querer. A los locos nadie los quiere. Los locos no saben amar. Pero yo amaba. Amaba mucho y eso era entonces mi condena, porque era un loco, y por más que los locos amen no saben mostrarlo. Un loco no sabe decir te amo. Te amo es para un loco, igual que arrancarse el corazón y entregarlo en una caja. Pero los locos sienten mucho, o al menos yo soy de esa clase de locos.
—Vete —repitió, más dulce, casi con un tono maternal que no creí que ella tuviera.
Entonces le hice caso, guardé el sobre y caminé hasta la salida. Salí de la casa y me detuve en la calle. Ella se apoyó en la puerta, cruzándose los brazos.
—¿Por qué no vienes? —pregunté, volteando.
—¿Qué mierda dices?
—Ven. Ven conmigo. Luego si quieres haces tu vida y no sabes más de mí. Pero vete de aquí —Irina sonrió con burla—. Me das vergüenza. Atada aquí, a está casa, a está vida, como si tuvieras algo.
—No me puedo ir.
—No quieres irte.
—No puedo, Jake.
Y tuve el fuerte deseo, irracional y triste de poder ir al pasado y amar a mi padre y a mi madre. Quizás si alguien los amaba, ellos podrían haberme amado a mi.
—Dime si algún día George se muere. Dime si juntas valor y lo matas, quizás vuelva entonces.
—¿Y cómo voy a encontrarte?
—Vas a saber cómo. Las madres encuentran a sus hijos.
Ella entonces sonrió un poco y luego apretó los labios, volviendo a llorar.
—No te estoy perdonando. Jamás lo haría. Jamás podría hacerlo, Irina. Adiós.
—Adiós.
Me fui caminando. Sin saber a dónde. Por la calle en la que me crié, en la que conocí a Toto, en la que jugaba a la pelota. Dejé esa casa, en donde tantas cosas pasaron y no miré atrás. Fue la última vez que vi a mi mamá. La última vez que vi esa casa, ese barrio, esas baldosas viejas y esos perros piojosos. La última vez que vi a Moon.
Y ahí se quedó Williams, y me parece que lo escuché llorar por primera vez, mientras gritaba, porque le daba miedo quedarse solo. Pero no me dio pena. Jamás podrá darme pena una parte tan muerta de mi mismo.
Bueno, finalmente terminamos el tercer actoooooo 😭
Ultima escena y capítulo de la adolescencia de Moon y Jake, cada vez más cerca del final!!
No puedo creerlo honestamente. Cuando comencé esta novela no pensé que iba a tener el apoyo que esta teniendo!! Me alegra mucho, haber conocido a gente hermosa por esta historia, recibir dibujitos, y mensajes lindos, me pone muy feliz!!
Sepan que si quieren decirme o mandarme lo que quieran, mi ig siempre esta abiertooo 🥰💫
¿Cómo se sienten? ¿Que piensan?
Quiero contarles que para celebrar el primer año de la novela publiqué una historia corta llamada Bien bienvenidas sean las santas al infierno, de un solo capítulo, de un universo alternativo de esta historia !! ❤️🩹 Así que si quieren, pueden ir a leerla para esperar el cuarto acto, la encuentran en mi perfil <3
Cuéntenme, de todas formas, que extras les gustaría ver en un futuro, por ejemplo, la historia de Irina, de los padres de Moon etc etc !!!!
Quisiera (si quieren) que me cuenten un poco que les pareció este tercer acto, lo que sintieron, partes que les gustaron etc !!!
🍃 Ahora, volviendo al capítulo !!
¿Que les pareció?
¿Momento, pensamiento o cosa que les gustara?
¿Que piensan de Irina? ¿La odian, sienten pena, tristeza, la justifican, la entienden?
¿De su dialogo con Jake, su ultima charla?
¿Jake hizo bien yéndose?
¿Qué esperan del cuarto acto? 🕺
¿Alguna critica constructiva o comentario que quieran hacer?
¿Creen que el hecho de que no se despidiera de George significa algo?
Ahora en preguntas más generales pero que me dan curiosidad 🥺
¿De que país se imaginan a estos dos? Canónicamente pertenecen a Latinoamérica, pero no tienen un país, así que ustedes pueden imaginar el que quieran! 💖
Buenooo, eso es todo por hoy !! Nos vemos en el cuarto actoooo
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