Capitulo diecisiete: La casa del Loco.
Hace muchos, muchos años.
Moon Hikari.
Jake me invitó a su casa por primera vez un día helado.
Hacía un frío que no habíamos experimentado en semanas y que se fue tan rápido como llegó, dando paso nuevamente al calor infernal. Como si al saber que yo iba a pisar por primera vez el hogar de Jake, el clima hubiera dicho "hay que hacer algo distinto"
Mi tío, tras el incidente de los zapatos estaba inseguro con algunas cosas, por ejemplo dejarme ir a casas ajenas. No sé si él pensaba que yo tenía amigos, o si sabía la verdad.
—Es un compañero de clase.
Yo estaba sentado en el patio, observando hacia mi tío que cortaba unas maderas, suspirando por el dolor muscular que seguro experimentaba. Me había puesto un buzo de lana, que alguna vez había sido suyo y que ahora me pertenecía.
—Aja...
Él me miró de reojo, desconfiando por completo de lo que yo decía. Estuve a punto de decirle que en realidad era una chica, para que pensara que estábamos noviando, pero luego recapacite y me di cuenta que sería peor. Mi tío jamás me dejaría dormir en lo de una novia. No podía hacerse cargo de cambiar otros pañales.
—Su casa no queda lejos.
Nunca le pedía permiso a mi tío, casi siempre hacía lo que quería, incluso si significaba cagarla. Para alguien como yo, que es independiente desde sus seis años, pedir permiso era extraño. Pero sentía que se lo debía, quería que se quedara tranquilo.
—¿Es ese Benjamín?
Benjamín.
Benjamín se había mudado. Me enteré casi de casualidad, porque su mudanza fue en extremo secreta. Escuché por ahí en un pasillo que su padre había tenido una muy buena oportunidad de trabajo y que se habían ido hacia el centro. Me acuerdo que tras enterarme la noticia decidí caminar hasta su casa. Fue un largo camino, porque casi había olvidado cómo se iba
Me pare enfrente y comprobé que ya no había nadie viviendo ahí. Se sintió como quitarse un peso de los hombros y al mismo tiempo recibir una cuchillada al corazón.
Volví a casa corriendo solamente para lanzarme a mi cama y reflexionar en silencio el porque me sentía tan triste. Recordaba las historias que él me contaba de los cómics que leía y no pude evitar sonreír un poquito.
Las personas no duran para siempre, me había dicho un día mi tío, tras enterarnos de la muerte prematura de un vecino. Su auto había chocado contra un árbol. Supe descifrar en esa misma frase que hablaba de muchas otras cosas.
Como de papá y mamá, que quizás no están muertos, pero por lo menos en mi vida no duraron demasiado.
Benjamín fue eso, no duró mucho y terminó peor de lo que yo hubiera querido, pero me alegraba pensar que quizás tendría una vida mejor, en una casa más grande y con una cama más cómoda.
—Ya no vive más aquí. Y tampoco éramos amigos.
—¿No?
Negué con la cabeza. No quería seguir con ese tema. Sabía que mi tío era consciente que yo había tenido pijamadas en su casa, y que alguna vez fuimos bastante cercanos, así que contarle que ahora me golpeaba junto a sus amigos hubiera sido muy vergonzoso.
—¿Y este compañero es del grupo de Benjamín?
—Ya no hablo más con ellos.
Mentira, nunca lo hice en un principio.
—Está bien. Puedes ir, pero cuídate.
Me acerque a él, y aun sabiendo que mi tío era ajeno al contacto físico lo abrace. Su perfume se mezclaba con el sudor y era un olor que aunque pueda parecer asqueroso a mi me recordaba a casa. El me despeinó el pelo y sonrió.
—No tomen tanto.
—Bueno...
Volví al interior de la casa, que extrañamente estaba más frío que afuera. Teníamos una pequeña estufa negra en la esquina, que no calentaba lo suficiente. En la mesa estaba Izari, con un gorrito y abrigado con casi toda la ropa de la casa.
Iza era enfermizo, se resfriaba por todo y levantaba demasiada fiebre, así que mi tío cansado de tener que mojar trapos y dejarlos en su frente, decidió ser precavido.
—Hola, Moon.
Me acerqué a él y le di un beso en la cabeza, ruidoso.
—¿Qué haces?
—Pinto.
Sobre la mesa había varias hojas, todas ya dibujadas. Izari pintaba con crayones pequeñitos formas como casas o árboles, haciendo dibujos infantiles.
—¿Te gusta? —y levantó una de las hojas.
—¿Soy yo?
Izari asintió, orgulloso del retrato que se suponía era mío. Mi piel era amarilla, porque no había otro color, mi pelo rayas desordenadas y mis ojos dos líneas negras horizontales. Creo que de no haber sido dibujado por él, se podría haber considerado xenofóbico.
—Ah, estoy igualito.
Izari siguió dibujando, manchándose los dedos y rayando más hojas, parado sobre la silla para llegar hacia la mesa. Camine hasta tomar mi mochila.
—¿A dónde vas? —pregunto Iza, limpiándose los mocos que ensuciaban su nariz.
—Con un amigo.
—¿Puedo ir?
Me acerqué y con una sonrisita le dije que no. El suspiro, molesto y ni me miró cuando volvió a dibujar.
¿Jake querrá conocer a Izari? eso mismo pensé al salir de casa, con mi mochila y mi gorro rojo. Hacía frío, mucho frío y tuve que juntar valentía para poder caminar.
Decidí tomar un camino más largo, pero alejado de la gente. Jake me había dicho dónde estaba su casa, pero al ser la primera vez en ir no quería perderme, ya que era una zona a la que no iba frecuentemente.
Camine por lo menos veinte minutos hasta por fin llegar a la zona de su casa. Eran varias construcciones juntas, y al principio no supe distinguir cual era la de Jake. Intentando guiarme por las indicaciones, camine hasta las puertas.
Todas las casas eran de ladrillo y del otro lado de una reja había unos perros grandes, negros, que comenzaron a ladrar agresivamente al verme. Casi me tropiezo e intenté dar unos pasos atrás, mientras los perros subían sus patas delanteras a la reja.
—Oye...
Me volteé al escuchar un susurro, y distinguí en una casa al costado la voz de Jake, quien asomaba solamente su cabeza hacia afuera. Su cabello estaba despeinado, y sus ojos cansados.
Me acerqué a pasos largos, huyendo de las bestias peludas.
Jake me abrió la puerta, de golpe. Lo mire, ahí, parado con su pantalón deportivo agujereado en las rodillas por las caídas que tenía jugando al fútbol, las medias grises y su buzo negro, cuya capucha escondía gran parte de su rostro.
—Entra.
Obedecí, porque sabía que no podían vernos, y decidí entrar apresuradamente. Jake cerró la puerta cuando yo estuve adentro. La sala de Jake carecía de esa calidez y esa sensación de pertenencia. La ausencia de elementos personales parecía reflejar algo en su vida que aún no entendía del todo.
Mientras exploraba su sala, me pregunté sobre las razones detrás de estas diferencias y sobre quién era realmente Jake más allá de las apariencias.
Podría haber creído que era la cara de un veinteañero sin trabajo, pero no la de una familia. No había fotos, y las puertas de madera estaban abandonadas a causa del tiempo.
Y había marcas de lo que pensé eran objetos lanzados, porque no había otra forma de justificar las paredes con abolladuras.
—Tardaste muchisimo.
—Perdona.
Jake rodó los ojos con un gesto de desdén, como si mi mera presencia le resultara irritante, y se alejó de mí, caminando con paso decidido hasta la pequeña cocina que estaba conectada con la sala. Me senté en el sillón, sintiendo el crujir de los resortes bajo mi peso.
—Toma —Jake me extendió una lata verde, de alguna mala marca de cerveza barata.
Yo la acepte, y él se sentó junto a mi, ocupando el mayor lugar. Bebió la cerveza en silencio, observando la pared. Lo imite, pero mirando hacia el piso. La atmósfera era incómoda, fría, lejana.
—¿Sabías que Benjamín se mudó? —le mencioné a Jake, tratando de romper el silencio que había estado pesando en la habitación.
Jake volteó con rapidez hacia mí, sus cejas gruesas se fruncieron hacia adentro en un gesto de confusión. Su reacción inmediata dejaba claro que la noticia lo había tomado por sorpresa.
—¿Y a mí qué me importa? —respondió Jake bruscamente, su voz ligeramente cargada de irritación.
Me encogí de hombros, sintiendo el frío en mis dedos mientras intentaba abrir la lata de cerveza. Jake seguía consternado por la mención de Benjamín, y yo me sentí incómodo por su reacción.
—No sé por qué te interesa tanto ese idiota... —murmuró Jake con amargura, antes de tomar otro sorbo de su cerveza.
Hubo otro incómodo silencio, en el que no supe qué decirle. Jake no parecía estar completamente enojado. O quizás, después de tanto tiempo, me había acostumbrado a ese enojo latente que siempre lo acompañaba, y ya no me asustaba estar junto a él.
—¿Te molesta que hable de él? —pregunté tímidamente.
—Ya, basta del tema —respondió Jake con un tono más suave, pero aún con un rastro de frustración.
—Solo fue una pregunta... —Intenté defenderme, pero Jake cortó mis palabras abruptamente.
—¡Y yo no tengo ganas de hablar sobre eso! ¿No te entra en la cabeza? —levantó la voz, dejándose caer más hacia el sillón, como si quisiera poner fin a la conversación de una vez por todas.
No tenía ganas de tomar cerveza, especialmente porque el sabor en general no me gustaba tanto. Solo la tomaba a veces con mi tío cuando él me compartía. Jake, en cambio, ya estaba por terminarse la lata.
Así que simplemente me acerqué hacia él, y sin preguntar lo bese. Sus labios sabían a cerveza, un sabor amargo que al principio me desconcertó y, de alguna manera, me disgustó. Pero, a medida que el tiempo avanzaba y nuestros labios seguían unidos, mi boca pareció acostumbrarse a ese amargor peculiar. Jake puso su mano en mi nuca y en un rápido movimiento profundizó lo que sea que estábamos haciendo.
En el movimiento, Jake cayó de espaldas al sillón y yo por impulso sobre él. Nos separamos, un instante en el que solamente nos vimos. Sus ojos eran marrones, la piel de su frente estaba quemada por el sol y su boca entreabierta.
Y me gustó verlo.
Cerré los ojos y volví a bajar mi cabeza, hasta unirnos en un beso. Un beso con sabor a cerveza y a frío. Jake se quedó acostado, y sentí que se encogía debajo de mi. E Incluso en un momento de distracción me dejó tomar sus manos, para colocarlas las dos al lado de su cuerpo, apretando con fuerza.
Estuvimos así fácil minutos, hasta que, al separarnos de la boca de Jake se escapó un suspiro que lo dejó avergonzado. Su rostro se puso rojo, pero no por el sol. Nos miramos y sus ojos se desviaron hacia otro lado. Yo sonreí, pero en mi mente.
—Levántate...—susurró, entre dientes.
Yo le hice caso, y me levanté, sentándome junto a él. Bebí la cerveza de mi lata en varios sorbos largos, viendo como Jake se levantaba sin decir nada.
—Me voy al baño.
—Bueno.
Jake paso en frente mío y camino de manera apresurada hasta una puerta del otro lado de la casa. Mire mis propias manos y me soné los dedos, que hicieron un gran ruido, luego estire la mano que tenía congelada.
Escuché la cisterna y unos segundos después la puerta del baño abrirse. Jake llegó y se sentó a mi lado, tomando más distancia que antes.
—¿Tus padres dónde están? —se me ocurrió preguntar, sin pensarlo.
—Que se yo ¿Y los tuyos?
Su sonrisa apareció, porque era bien consciente de lo que decía. Porque además de gay, en mi paquete de presentación se sumaba huérfano, aunque técnicamente no lo era.
No me dio risa, pero no tenía el carácter suficiente para decirlo, así que simplemente decidí encogerme de hombros y fingir una sonrisa.
—No lo sé.
—¿Se murieron?
¿Cómo alguien podía hablar de la muerte con esa liviandad?
Solo Jake Williams.
—Solo se fueron —explique, mirando la lata.
Jake estiró las piernas, apoyando su cabeza en el almohadón del sillón y observándome de reojo.
—¿Así? ¿Nada más? —yo asentí a forma de respuesta— Mejor, te ahorraste mucha mierda.
—Ellos no eran mierda...
—Todos lo son.
No podía decirle que no, porque en realidad nunca había tenido padres y la mayoría de los que conocía lo eran.
Benjamín me contó una vez que, aunque sus padres se comportaban bien frente a él, en realidad tenían peleas que a veces rozaban lo físico. Me estremecí al escuchar eso, dándome cuenta de que las familias pueden ocultar secretos y conflictos detrás de puertas cerradas, incluso cuando parecen perfectas desde fuera.
Supongo que no existe una familia perfecta.
—¿Tienes hambre? —preguntó Jake, cambiando por completo el rumbo de la conversación.
Ya se estaba acercando el fin del día, y pronto la noche se iba a hacer presente. No pensé que fuéramos a cenar o algo así, pero la verdad si tenía hambre.
—No sé si tenemos mucha comida.
Jake se volvió a levantar y se acercó a la cocina. Abrió la heladera y se agacho verificando que había más latas de cerveza que comida.
—Puedo cocinar algo si quieres.
—¿Sabes cocinar? —Jake se volteó, con seriedad.
—Mi tío tiene una cantina, él me enseñó.
—Ah...
Jake se rasco la cabeza, quitándose la capucha y bostezando en grande. Caminé hasta él y me agaché al lado. Me di cuenta por la forma que tenía de mirarme que seguro algún chiste se había cruzado por su mente. Pero decidió callarse.
Cocinar es de mis cosas favoritas. Mi tío me enseñó desde pequeño que la comida era tan sagrada como el oro de un rey. Mi abuela y mi abuelo eran muy buenos cocineros, y a su vez le enseñaron a él todas las recetas que conocían. A papá en cambio nunca le interesó, por lo cual mi tío se hizo cargo del negocio familiar. Una pequeña cantina donde iban borrachos sin destino.
Se recetas a base de lo que sea, porque otra cosa que mi tío me enseñó es que siempre se puede hacer algo bueno usando lo mínimo. Él decía con frecuencia que hay una diferencia entre comer fideos solos o comerlos con queso. Yo nunca lo entendí, hasta que crecí.
Supongo que lo que mi tío quería decir con eso es que a veces no hace falta hacer demasiado para tener una mejor sensación. Por eso mi casa siempre estuvo ordenada y dentro de todo decorada con cosas significativas. Y por eso, hasta en el peor momento, le pusimos queso a los fideos.
Por lo cual saque un tupper lleno de arroz y lo deje sobre la mesada. Jake agarró una radio, vieja y gris, la prendió y se escuchó un ruido estático, hasta encontrar señal. Una canción ruidosa, que parecían más gritos que voces. Luego, Jake sacó de debajo de un almohadón una cajetilla de cigarrillos y se acostó en el sillón.
Comencé calentando un poco de aceite en una sartén grande. El suave crepitar del aceite me hizo sonreír. Mientras el aceite se calentaba, pique finamente una cebolla que encontré en un cajón de madera debajo de la cocina. El aroma que llenó la cocina cuando añadí estos ingredientes a la sartén me hizo sentir aún más en casa.
La cebolla y el ajo se doraron lentamente, liberando sus sabores y mezclándose con el aceite. Luego, vacíe una lata de tomates en cubos, que esparcí sobre la cebolla y el ajo. Lo mezcle todo con la cuchara, bajo la mirada de Jake.
Mientras el tomate se cocía a fuego lento, saque una lata abierta, esta vez de atún enlatado. Saqué el líquido y añadí el atún a la mezcla de tomate.
Jake, disimuladamente tarareaba la canción que sonaba en la radio, mientras sacaba humo, con el cigarrillo entre los dedos.
Con cuidado, añadí el arroz cocido a la sartén. La textura esponjosa del arroz se mezcló con la mezcla de tomate y atún. Tras un rato puse la comida en dos platos de vidrio. Jake no me ayudó a llevarlos, así que simplemente los tomé y los dejé sobre la mesa, sobre el mantel de plástico.
Junto a su lata de cerveza recién abierta Jake y yo nos sentamos a comer. Él apagó el cigarrillo en un cenicero y bebió un sorbo. Yo en cambio solo tome agua del grifo, porque una lata ya había sido suficiente alcohol.
La canción de la radio había cambiado. Ahora era una algo lenta, donde se escuchaba una combinación de instrumentos, acompañados de una voz femenina. Melancólica.
Jake siguió comiendo, yo sonreí un poco, porque parecía estar disfrutándolo. Yo comí más lento, porque me distraje observándolo a el.
—¿Te gusta?
Él asintió en silencio, tomando otro sorbo de la cerveza. Con una expresión pensativa, pasó la lengua por las encías, sin dejar de mirar su plato, como si estuviera perdido en su propia mente.
—Cocinas bien —murmuró, llevándose un bocado a la boca.
—Muchas gracias.
Dejamos los platos en la pileta, porque ninguno tenía ganas de lavarlos. El sol ya se había escondido detrás de las casas de ladrillo, sumiendo la noche en un frío aún peor. Al encender las luces de la casa, llenamos la sala con una iluminación cálida que reveló los pocos colores que adornaban el lugar. Verdes y rojos.
Y pasamos gran parte de la tarde así, simplemente escuchando la música de la radio y besándonos. Mucho, hasta que mis labios comenzaron a doler, porque Jake me mordió sin darse cuenta. Él estuvo silencioso, pero extrañamente cómodo ante esto. Se recostó, dejándome ir arriba a mi, sus dedos se enredaron en mi cabello, sacándome el gorro que cubría mi cabeza.
Jake también fumó, soltando el humo directo a mis labios. Yo tosí y él se rió sin abrir la boca, con esa seriedad que lo caracterizaba. Lo que en realidad fueron horas pasaron como minutos. Dicen que al estar bien el tiempo vuela. Y sin duda hay verdad en eso, porque cuando se está plenamente bien todo sucede en un pestañeo.
Cuando el sueño nos comenzó a debilitar y la leve tontera de Jake producto del alcohol le hizo susurrar cosas sin sentido supimos que era momento de dormir. Había un solo problema en eso. El cuarto de Jake era pequeño, más pequeño que el mío, y solamente tenía una cama pequeña junto a la pared, nada más.
—Puedo dormir en el sillón... —dije, apoyado en el marco de la puerta.
Jake, quien veía al interior de su propio cuarto negó. Me dio un empujón para que entrara y señaló su cama.
—No jodas.
Y así se fue, supongo que hacia el baño. La situación en sí me dejó bastante confundido. Intuí que Jake dormiría en el sillón y yo en el cuarto, así que caminé hasta la cama. Habíamos apagado la luz de la sala, por lo cual todo estaba oscuro. Sentado sobre la gruesa manta de algodón mire por arriba el cuartito.
No había nada significativo. Nada que me pudiera dar a entender que ahí dormía Jake. Solo un mueble con la puerta rota, tan grande que ocupaba toda la pared, donde dentro la ropa estaba desordenada. La cama de metal que me hacía recordar a un hospital y al lado una mesita de luz con dos cajones. La ventana tenía rejas y una cortina roja.
Los colores eran cálidos, pero no se sentían así. Pase mi dedo por la manta, hasta llegar a la almohada de plumas, que se hundía ante la fuerza.
No tenía ropa para cambiarme, así que solo me quité los zapatos y el gorro, dejándolo sobre la mesita de luz. Saque la manta y luego la sábana, mirando de reojo la puerta, semi abierta que dejaba ver la luz que salía del baño. Me acosté, con el pantalón y el buzo puesto, tapándome hasta la nariz.
Escuché el chirrido de la puerta abriéndose y me volteé, dándole la espalda, mirando hacia la pared despintada. Unos pasos, y luego un susurro.
—Muévete.
Me giré y distinguí entre la oscuridad la silueta de Jake, ahora sin el buzo puesto. Ya no había luz en el baño y la puerta estaba cerrada. Me moví un poco para dejarle espacio, pero no creía poder entrar ambos. Aun así Jake entró y yo llevé mis piernas hacia arriba, haciéndome un ovillo.
Jake me dio la espalda y no dijo nada. Yo tampoco. Ninguno dijo nada. Lo único que se escuchaba era el ruidoso latir de dos corazones nerviosos ante esto. Su espalda estaba contra la mía, ambos mirando lados contrarios.
—Jake... —susurre.
—Cállate —me interrumpió él, copiando el tono bajo de mi voz.
Y eso hice, no dije nada más. Se escucharon muchos sonidos a lo largo de esos minutos. Gente hablando a lo lejos, ladridos de perros y autos destartalados pasando por la calle. No pude cerrar los ojos, porque cuando estaba a punto de hacerlo recordaba que junto a mi estaba Jake.
Jake Williams.
—¿Estás dormido?
Escuché un suspiro de su parte y en un movimiento rápido él se giró, mirándome directamente a los ojos. Su rostro estuvo a centímetros del mío y su expresión, indescifrable como siempre solo me altero más.
—¿Qué mierda quieres ahora?
—Nada... no puedo dormir.
—¿Y qué hago yo? ¿Te cuento un cuentito?
El comentario venía con claras intenciones de burlarse, pero yo sonreí, de solo pensar en la imagen de Jake, sentado en una silla contando un cuento sobre ovejas a algún niño pequeño.
—¿De que te ries? ¿Eh? —ahora era él quien tenía una sonrisa, muy escondida.
Antes que me diera me dio un golpe en el pecho, que sentí más como una cosquilla. Quizás él quiso hacer eso, dar una caricia, pero gracias a la torpeza de su actuar terminó pareciéndose más a un golpe.
—¿Quieres eso? ¿Qué te cuente un cuento? —volvió a usar su tonada burlona, como las primeras veces que hablamos.
—No...
—¿Ah, no? —e inclino su cabeza hacia mí, con lentitud.
Fui yo quien se encogió ahora, pegando su propia espalda a la pared detrás mío. Jake me besó, y como era costumbre su mano se enredó en mi pelo. Tiro, sin la suficiente fuerza como para lastimarme, pero sacándome una sonrisita.
Todo era tan raro. Raro era estar asi, juntos. Raro era que me hubiera invitado a su casa y aún más raro que comiera la comida que le hice.
Quizás, entonces, el futuro que había soñado no era tan improbable. O por lo menos esa noche, entre los besos amargo de cerveza pude visualizarlo.
Los chicos que se ven a veces no duermen juntos ¿verdad?
Aún no sabía que éramos, pero que compartimos cama lo hacíamos. Pero toda está ensoñación se cortó de golpe cuando Jake tomó mi mano y muy despacio la acercó hasta su pecho, donde el corazón latía rápidamente. La bajo, y yo solo dejé que lo hiciera.
Y la bajó más y más y entonces me di cuenta.
Abrí los ojos y el calor subió a mi rostro, junto al impulso de separar mi mano. Jake se dio cuenta en ese momento lo que estaba pasando y se levantó de golpe, sentándose en la cama como si nada hubiera pasado. Una incomodidad que pocas veces sentí se instaló en ese cuarto de una sola cama.
—Perdona.
Jake tenía la mirada clavada en la pared, sin decir nada. Escondí mi mano en el bolsillo de mi pantalón.
—Deja de pedir disculpas por todo, es insoportable.
Tras hablar se levantó, saliendo de la cama con un saltito. Me levanté y actuando sin pensar tomé su brazo. Él giró y abrió sus ojos en grande.
—Durmamos juntos.
Su expresión fue aún más extraña y considerando lo que acababa de pasar tenía sentido. Abrí la boca para decir algo pero no tenía forma de arreglar lo que dije. Lo mejor era que Jake me echara y tener que volver a casa caminando en la oscuridad.
Pero, por suerte Jake no hizo eso. Simplemente dio un tirón para soltarse y se acostó. No nos besamos, solamente permanecimos mirando el techo en silencio.
A la mañana siguiente, con la luz del sol desperté y me di cuenta que las piernas de Jake estaban enrolladas a las mías. Pero él no se dio cuenta, porque seguía dormido. Yo sonreí y lo miré. Parecía más tranquilo cuando dormía, pero en sus cejas, levemente fruncidas pude ver que hasta dormido, Jake tenía esa expresión.
Esa expresión que, ni con el paso del tiempo pude nombrar.
La que tiene alguien que sabe, inconsciente en algún lugar de su mente, está destinado a convertirse en eso. La expresión de quien no sabe llorar, pero le tiene a la oscuridad. La expresión vacía de unos ojos que tienen mucho por decir.
La expresión de los locos.
Bueno hola. Creo que este entra en el top de capitulos más largos¿?
AAAYY es q no se que decir, hablen ustedes mejor 😭🌟
Quiero decirles que no me aguante, y arranque a corregir los primeros capitulos JSKAJSKAJ, pq habia cosas que no me gustaban¿? asi que quizas algun día tenemos una reedición, pero primero quiero terminar de publicarla.
Hagamos de cuenta q mañana este libro se publica, ustedes lo tendrían en fisico? imaginemos q no les cobran nada JKJSK simplemente se lo regalan 💪🏻
Algun día 🛐🛐🛐
Preguntas de hoy:
¿Opinión del capitulo?
¿RELACION CON JAKE? Esto me parece interesante, quiero saber que opinan de Williams...
¿Algo que les llamara la atención?
Es la primera vez q se nombra el concepto del Loco, igual más adelanta van a entender más 🤫
Y ya que estamos vengo a hacer publicidad, sepan que estoy publicando más historias de este multiverso. Aunque tengo que subir el cap de NHSCM, gente q lo lee, no me mate xfa prometo subirlo 😭😭
LES QUIEROOO
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