Capítulo cuarenta y uno: Los planes de la Luna y los miedo del Loco
Hace muchos, muchos años.
Jake Williams
Los perros aprenden a golpes, eso me había dicho George, cuando yo tenía ocho.
Nunca tuvimos perro, así que seguro él estaba lastimando a algún perro desconocido, uno callejero, sin casa. Solo recuerdo que le daba patadas y que el pobre animal se quejaba, pero no se defendía. Y yo estaba parado ahí, mirando todo, a los pocos metros, con mi gorra roja, hacia atrás, para ver mejor. En lo único que podía pensar era que, ese animal, con los dientes que tenía, podía perfectamente levantarse y arrancarle la piel de la pierna a George. Pero solo se quejaba, en voz baja. Los perros aprenden a golpes. Perro imbécil. Hombre imbécil. Padre imbécil.
Me dolía todo. Cada parte de mi cuerpo. Adentro y afuera. No quería salir de mi cama, pero tenía que trabajar. En contra de mi voluntad me duché y vi como por el desagüe se iba el agua pintada de rojo. De sangre. No me daba asco la sangre. No parecía real. No parecía mía. No la sentía mía. No lloré.
Irina estaba sentada en la sala, leyendo el periódico. Ella sabía todo, siempre, pero nunca hacía nada. Mujer imbécil. Madre imbécil. La miré a los ojos y ella me miró de vuelta, bajando la mano con el cigarrillo y con esa expresión seria, de alguien a quien no le interesa nunca nada y soltando humo por la boca dijo:
—Te dejé un analgésico en tu cuarto.
¿Qué? ¿Qué?
Y aunque tal vez no lo era, se escuchó como una maldita burla. Me enojé tanto que caminé a la puerta, giré el cuerpo y le grité, sabiendo que podía escapar.
—¡Puta de mierda!
Me fui tras gritarle y que ella se levantara de la silla, para gritarme de vuelta una barbaridad de insultos. Irina nunca tiraba objetos, pero gritaba. George no hablaba, pero lanzaba cosas. Ambos tenían la mierda que le faltaba al otro.
La caminata de la casa al taller se sintió eterna y yo solo quería pedirle permiso a los perros y robarme su cucha para dormir un rato.
—Jake ¿Te sientes bien? —preguntó Chris, apoyando su mano en mi hombro.
Jake. Jake. Jake ¿te sientes bien?
Quizás notó que caminaba más lento de lo usual, o que no había podido cargar una de las cajas o que no había dicho ni una palabra. Pero necesitaba ese trabajo, así que hice lo que mejor sabía hacer. Mentir. Mentir.
—Sí.
—Bueno —dijo, sin creerme del todo—. Pero cualquier cosa me dices ¿bien?
—Aja.
Chris se fue y Edu me pidió ayuda. Mientras él hablaba con el dueño de uno de los autos yo le ordené algunas cosas. El cliente era un hombre, pelado y de lentes redondos, que parecía fuera de su zona, porque incluso yo sabía la respuesta de las preguntas estúpidas que estaba haciendo.
Estaba junto a quien supuse que era su hija. Parecía bastante más chica que yo, o quizás era muy muy baja. Tenía un cabello con rulos y vestía una falda de jean que me hizo acordar a la ropa de Eloísa. Solo la miré por eso, pero ella me sonrió, contenta cuando nuestros ojos se encontraron de pura casualidad. Fruncí el ceño, volviendo a acomodar las cosas que Edu me había pedido con la mayor rapidez posible. No ahora.
—Hola —escuché una voz aguda e infantil y acto seguido solté un suspiro.
Me volteé y la vi ahí, parada detrás mío. Con su falda de moda, su remera color celeste con enormes mariposas brillantes y su joyería de plástico que seguro encontró en alguna caja de juguetes. Bajé la cabeza para verla mejor y ella despacio ladeó un poco el cuerpo, dejando que su remera cayera por el hombro. Una niña.
—¿Qué necesitas? —le respondí, sin saludarla.
—Ah, nada, no, mi padre está viendo lo del auto. Es que hace un ruido raro cuando lo enciende y bueno, quiere asegurarse que no sea nada —contó, moviendo las manos con una sonrisa—, es algo paranoico con esas cosas.
—Bueno.
Y le di la espalda otra vez.
—¿Trabajas aquí, verdad?
Me giré otra vez, asintiendo con la cabeza.
—Aja.
—Me gusta mucho tu cabello —bajó el tono de voz, viendo a los costados que su padre no estuviese cerca.
No pude disimular y fruncí la nariz, confundido.
—Bueno —estiré las vocales, mirándola a los ojos.
—Y también me gustan mucho tus brazos... —añadió, en un tono más pícaro, sonriendo.
El silencio cuando terminó de hablar me pareció doloroso. Fueron los cinco segundos más incómodos de mi vida. No sabía cómo huir, sin ser un maldito maleducado (aunque un poco ya lo estaba siendo)
—¿Cuántos años tienes tú, niña? —pregunté de la nada, porque no pasaba los catorce ni con suerte.
La pregunta le hizo abrir los ojos, soltando una risa incómoda y bajando la cabeza.
—Ah, yo cumplo trece el año que viene, pero...
—Yo tengo dieciocho —mentí con mucha seriedad.
Se puso colorada hasta las orejas.
—¿Dieciocho? Pensé que eras...
—Dieciocho —repetí, interrumpiendo lo que iba a decir.
—Bueno, igual...
Ya no sabía que otra carta usar, así que me encogí de hombros, moviendo la cabeza con exageración.
—Tengo novia —dije lo primero que se me ocurrió.
La expresión de decepción que hizo incluso me dio un poco de pena, pero me mantuve serio.
—En ese caso, debe ser una chica muy afortunada.
Y se me terminó la paciencia por completo.
—No. En realidad soy un pésimo novio —hice lo mismo que ella, hablando en un susurro con la intención de que nadie más escuchara—. Vete con tu padre o le cuento que andas de atrevida —Cerré el baúl de herramientas de golpe y me fui, dejándola con la boca entreabierta.
Era una mentira, otra vez, no era tan mala gente para ir con el padre a delatarla, pero fue suficiente para que se terminara yendo. Ella no me volvió a mirar y si de casualidad pasaba cerca de su auto, se ponía roja y me daba la espalda.
Me fui hasta la sala para servirme un vaso con agua. Desgraciadamente Gabo, quien era un pesado, infantil e insoportable, había escuchado aquella conversación y no dudó en hacérmelo saber al segundo en el que entró.
—Así que con novia... —dijo, estirando las letras— y mayoría de edad, eh. Ya sabemos que la segunda es mentira ¿pero la primera?
—Imagínate tú —le respondí y él soltó una risa.
Su expresión me hizo entender que había imaginado no como respuesta. No sabía si sentirme ofendido o no. Un poco, quizás.
—Igual pobrecita, no entiendo por que la sacaste así.
—Tiene doce.
Si bien el real motivo era mi poco (nulo) interés por mantener relaciones con chicas, eso no dejaba de ser una razón válida y realista ¿no?
—Pues yo creo que se ve bastante linda —murmuró, para mi sorpresa.
Mi rostro se frunció en el mismo gesto que uno hace antes de vomitar. Me hacía recordar a Abel, el primo de Eloísa. Ambos me daban asco, pero me contuve.
—Imbécil —murmuré para mí mismo, luego de beber el agua.
—Las chicas maduran más rápido —explicó con simpleza.
Solté un suspiro, dejando el vaso plástico sobre la mesa.
—Deja de hablar. La estás embarrando más.
—Además a veces algunas necesitan un hombre ¿me entiendes? Que las guíen.
—A los doce años lo único que necesitas es decidir si te gusta la leche con azúcar o sin azúcar, Gabo.
—Es mentira. Las niñas de doce ya hasta se comportan como adultas. Es obvio que entonces van a atraer a hombres más grandes. Si al final siempre termina siendo mejor. Yo que tú, le hubiera dicho que sí a esa chica.
—Entonces tú lo que estás —y lo señalé, sin miedo, con toda la frustración interna que venía cargando desde la mañana—, es enfermito.
Me fui, dejándolo solo. Él no parecía haberse ofendido. Para mi que estaba fumado el noventa por ciento del tiempo, esa es la única justificación a su total desconexión de todo.
Moon me limpió una de las heridas, despacio. Tocaba suavecito con el algodón, sin rasparme. Me hizo acordar a Toto, solo que Moon era un poco más delicado. Toto. No me gustaba pensar en él en aquel momento.
—¿Te duele? —preguntó.
—Es la quinta vez que preguntas eso, chino insoportable.
—Bueno, bueno. Si te duele entonces me dices, loquito —murmuró y siguió limpiando mi espalda.
Estaba sentado en mi cama, abrazado a mis piernas y con Moon sentado detrás mío. Teníamos la ventana abierta para que entrara algo de aire. Moon estiró la mano y subió el volumen de la radio, en el momento justo en el que el locutor gritaba ¡goooool! Tan fuerte que su voz se terminó quebrando.
—¿Escuchaste?! ¡Gol! —dijo, con emoción.
—¿De quién?
Moon dejó la radio donde estaba, mientras el locutor hablaba sobre la emoción de aquella hazaña sin igual.
—Ni idea quienes juegan.
—¿Qué? —giré la cabeza, confundido— ¿Entonces por qué me dijiste?
—Se me hace extraño —dijo, volviendo a dedicarse a la tarea de mi espalda—, que justo, de casualidad, hayamos escuchado el momento del gol. Quizás para alguien ese gol es su vida entera ¿me entiendes? Otra persona puede estar llorando por eso, otra viviendo el momento junto con su abuelo que soñaba ver eso, puede que una persona se haya peleado con otra y no se vuelvan a hablar y nosotros aquí, que lo escuchamos justo de casualidad... —se comenzó a enredar hablando casi como narrando un sueño.
—Quieres decir que las cosas son estúpidas hasta que las haces importantes.
Por eso los olores más cotidianos se vuelven recuerdos, los olores dejan de ser colores y un idioma pasa a ser una persona.
—Exactamente —sonrió, dándome la razón—. Creo que ya está —dejó las cosas a un lado—, casi todas las heridas parecen superficiales. Se van a curar rápido si descansas un poco al menos.
Me dejé caer hacia adelante, acostándome boca abajo con cansancio. Todos los músculos me dolieron. Incluso cuando me había tomado el analgésico ese que me había dado Irina. Moon se quedó sentado, de piernas cruzadas.
—Bésame —dije, no pregunté.
Me hizo caso, y acostado en la cama me dio un beso, sin hacerme mover mucho. Cerré los ojos, concentrándome en eso y no en el ardor de mi espalda o el dolor del cuerpo.
—Lo que hicimos el otro día... —empecé a hablar, cortando el beso.
—¿Quieres que lo haga de vuelta? —preguntó, con picardía, mirándome a los ojos.
—No, no. Yo... nada, iba a decir una estupidez.
—Puedo darle importancia si quieres —bromeó, en relación a lo que había dicho antes.
—¿Qué fue? —Moon apoyó el codo en la cama y su cabeza en su palma, pensativo—. Lo que hicimos ¿Qué fue?
—Pues no sé bien. No tiene nombre.
Yo necesitaba ponerle un nombre, para entenderlo. Quería hacerlo simple. Quería volverlo algo conocido para que se dejara de sentir como mucho.
—Ah.
—Tú puedes hacer lo mismo —murmuró, y tras ponerse rojo volvió a hablar—, si quieres, claro.
Hacer lo mismo. Hacer eso sin nombre.
—¿Ahora?
—No estoy diciendo que lo hagas, solo quise decir que a mi...
—No tienes un tatuaje ahí —comenté, volviendo a acomodar mi cabeza sobre la cama.
—Tienes razón —dijo, en un exagerado tono dramático, poniendo los ojos hacia arriba—. Pero tengo uno en la espalda.
—No es lo mismo.
—¿Ah no? —preguntó, de forma irónica.
Cerré los ojos.
—Nah.
—¿Y hace falta que tenga un tatuaje ahí para que lo hagas?
O me daba un poco de miedo. No dije eso, y volví a mentir.
—Quizás.
—Puedo hacerme uno con marcador si tanto lo necesitas.
Abrí los ojos y vi que Moon sonreía en grande. Estiré la mano y le tiré para abajo un mechón del cabello. Él se quejó en voz baja.
—Imbécil —murmuré.
—Yo puedo hacerlo otra vez. No me molesta.
Se que el no me molesta quiso decir porque a mi si me dan los huevos, no como a ti. De todas formas, el imaginar aquella situación me dio cosquillas. ¿Qué era mejor? O más bien ¿Qué era peor? La humillación de pedirle que lo hiciera o la frustración de quedarme con las ganas.
—Haz lo que quieras.
Haz lo que quieras fue como decir hazlo, hazlo, hazlo sin decirlo. Y Moon entendió, porque lo hizo. No exactamente lo del tatuaje, porque para eso tenía que voltearme, y me dolía demasiado la espalda.
—¿Te puedes sentar?
Odiaba que él preguntara todo, porque me hacía sonreír como un bobo. Hubiera preferido que me dijera siéntate. Siéntate.
¿Te puedo besar? ¿Te puedo tocar? ¿Puedo? ¿Puedo? Hazlo. No preguntes, no hace falta. Si ya sabes que es un sí ¿Para qué preguntas entonces? ¿Para que sonría? ¿Para que esa sensación de miedo en el pecho desaparezca? ¿Para qué?
Si me cuentas entonces puedo hacer todo más lento y así te va a dar tiempo de darte cuenta de todo. Entonces puedes estar aquí, dijo una vez. Estar aquí. Aquí. Aquí.
Me senté de piernas cruzadas y Moon hizo lo mismo. Nos miramos y yo bajé la cabeza, cerrando los ojos. Moon puso su mano en mi pecho, donde estaba el corazón y la fue bajando despacio.
—¿Puedo?
Sí. Sí. Sí. Sí.
Había encontrado la posición perfecta para dormir, boca abajo, con las piernas sobre Moon y la frente hundida en la almohada, cuando la voz de Moon interrumpió mi intento de siesta, otra vez. No habíamos hablado desde hacía al menos, media hora.
—Jake.
—Aja.
—Tuve una idea y quiero hacerlo contigo —dijo de la nada y abrí de golpe los ojos—, la idea. La idea quiero hacer contigo. O sea, juntos. Quiero decir...
Yo, que estaba más cansado de lo común, con la mente lenta y el cuerpo pesado, fruncí el ceño, confundido ante el comentario de Moon.
—¿Eh?
—Que te quiero proponer un plan —aclaró, calmándose, hablando de forma exageradamente modulada, como si yo tuviera problemas para escuchar.
—No soy sordo, imbécil. Tú te explicas para la mierda.
Soltó una risa nerviosa y por un momento vi al Moon de trece, que miraba al suelo cuando hablaba y se trababa con las letras. Me hizo sonreír con nostalgia. Nostalgia.
—Pues... tengo dinero ahorrado —movió las manos, de arriba a abajo— así que no tienes que pagar nada, si eso te preocupa —suspiró, tomando aire, supongo que para organizar su mente—. Se me ocurrió que podíamos ir al centro. Como un viaje ¿sabes? Un fin de semana solamente. Ir el sábado de mañana, pasar el día ahí, dormir y volver el domingo de tarde, que ninguno trabaja. Yo pago todo. Iríamos solo nosotros —poco a poco su voz fue bajando, a medida que terminaba de hablar, con vergüenza.
Nosotros. Viaje. Centro. Esas fueron las palabras que rescaté
¿Qué significaba eso? ¿Que significaba que Moon me lo estuviera diciendo? ¿Qué significaba todo lo que pasaba? Iríamos solo nosotros ¿qué quería decir eso? ¿Quién era nosotros? Nosotros ¿Para qué íbamos a ir? ¿Un viaje? ¿Como unas vacaciones? ¿Qué tipo de viaje? ¿Por qué me estaba invitando a mi? Éramos amigos ¿Éramos amigos? Éramos amigos ¿amigos? Amigos. Amigos. ¿Los amigos hacían eso? ¿Siquiera podíamos considerarnos amigos? Amigos. Amigos. ¿Alguien más sabía? ¿Iban a enterarse? Lo miré, callado.
—¿Y? —preguntó.
¿Y qué? ¿Sí, no? ¿Y qué piensas? ¿Qué pensaba? Ni puta idea. Tantas cosas y a la vez ninguna. Porque en ese momento aún no tenía dudas. Fueron más adelante. En ese momento no pensé que podría ni siquiera existir la posibilidad de que Moon pensara que éramos algo más que amigos, así que no me preocupaba eso. Una no se preocupa por las cosas que no conoce. Cuando uno las conoce es cuando empiezan a pesar. Novios. Novios.
—No entiendo.
—Te estoy invitando.
—¿Por qué? —salió con un tono más enojado, más agresivo de lo que hubiera querido.
Él se encogió de hombros.
—No lo sé —confesó, apretando la tela de su remera.
—No te va a dar el dinero —murmuré, como queriendo darle un baldazo de realidad.
—Sí. Tengo más, de hecho. Tami habló con una amiga que vive ahí y los hoteles no son caros. Lo contamos entre los dos.
Me levanté, aguantando el dolor de mis brazos al hacerlo.
—¿Tami lo sabe? —pregunté.
—Sí.
—¿Le contaste sobre mi?
Sobre nosotros, más bien. Eso era lo que me preocupaba. Que supiera sobre nosotros.
—¡No, no! No, Jake —decidí creerle, soltando otro suspiro.
Cerré los ojos, apoyando en la almohada mi cabeza.
—Estoy muy muy cansado, Moon.
—Lo entiendo —dijo, y yo volví a recostarme—, pero piénsalo. Por favor.
Por favor. Por favor. Por favor.
Iba a pensarlo. No podía prometerle una respuesta positiva, pero podía prometer pensarlo. Y lo iba a hacer. Mierda, lo iba a hacer. Durante semanas enteras en lo único que pude pensar fue en eso. Los sueños eran eso, las duchas eran eso, todo era eso. Y siempre la misma maldita respuesta inconsciente era la misma. La misma.
—Aja.
—¿Quieres que haga algo de comer?
—Bueno. Yo me voy a dormir —avisé, acomodando mis manos como almohada.
—Descansa, Jake. Yo te despierto cuando termine.
Novios. Novios. Novios. Aguanté la sonrisa que me dio ese gesto, porque no me podía acostumbrar a algo imposible. A que fuese así siempre. Moon inclinó su cabeza hacia mí. Me beso la nuca y tuve un escalofrío. Le quise pedir que lo hiciera de vuelta, pero él se fue del cuarto. Me dormí con el sonido del partido de fútbol, con Moon tarareando en la cocina y la intensa ansiedad de ansiedad en mi pecho.
Le di mi respuesta en su cantina, un tiempo después de eso.
HOLAAAA, CUANTO TIEMPO, AÑOS, UNA ETERNIDAD!! 😭💗
Empezamos la recta final del segundo acto AAAAAA!! este cap aun no forma parte del maratón, peeeerooo, cada vez falta menos 🥳🌠
¿QUE SIENTEN QUE TERMINE EL SEGUNDO ACTO? ¿Lo van a extrañar?
Igual tranqui pq son cuatro actos en total asi q queda aun(? No se que voy a hacer cuando termine esta historia 💀
PERO AHORA NO PENSEMOS EN ESO, PENSEMOS EN COSAS BONITAS
Y bonitos son Moon y Jake, los quiero muchooooo 😔🌟 Me va a doler escribir su pelea (nah, mentira, me divierte hacerlos sufrir)
Momento para decir: LO MAL que nos caen Irina y George 🤬🤬🤬
AHORA LAS PREGUNTASSSSS 🌠💗
¿ALGO Q ME QUIERAN PREGUNTAR USTEDES? ✍🏻
¿QUE LES PARECIOOOO? 💗🩹
¿Momento, dialogo o cosa que les gustara? 🦋🌼
¿Qué opinan de los compañeros de trabajo de Jake? (guacala 🤮)
¿¿¿¿QUE RESPUESTA CREEN QUE DIGA JAKE???? IJPSA0SLAOS'UA0S9
¿LES DIVIERTE LEER A ESTOS DOS JUNTOS O YA ES MEDIO ABURRIDO?
¿Personaje o cosa que extrañen y quieran volver a leer? 😔💗🩹
ESO ES TODO POR HOY, ME VOY A SEGUIR ESCRIBIENDOOO Y HACERME UN LATTE FRIO!!! ☕💗
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