Capítulo cuarenta y siete: La noche del Loco
(Recomiendo comenzar a escuchar la cancion en la escena del primer baile, ya que es como me la imagino. Quizas les sirva para entrar más en la situacion <3)
Hace muchos, muchos años.
Jake Williams
No lloré porque no sabia como hacerlo, pero de saberlo hubiera llorado como un niño. Quizás fue que estaba ya emocionado de todo lo que estaba ocurriendo y la película añadió otra cebolla para que me picaran los ojos. Si es que esa metáfora tiene sentido.
Las almas gemelas, el amor verdadero, temas que hacía unos años me pasaban por el costado. Pero desde que había conocido a Moon la pregunta del amor era más frecuente. La película hablaba sobre el amor en general. Tres historias de las mismas almas.
Dos amigos, una pareja y un padre y una hija. Todas tenían similitudes y siempre podías darte cuenta que alma era de quien, como si algo de su personalidad estuviera ahí, incluso con tantos años de diferencia y habiendo nacido en otro país.
La película terminó con la muerte del padre y a los pocos segundos el nacimiento de un bebé en una casa. Como una puerta abierta. La pregunta de cuál será la siguiente historia. Sin pensarlo giré para ver a Moon. Él lloraba. Pero despacio, con los ojos rojos y las lágrimas en las mejillas.
Se hizo un silencio en los créditos y la gente lentamente se fue levantando, para irse. Con Moon nos quedamos hasta el final, mirando los nombres que bajaban con rapidez.
—¿Qué piensas? —rompí el silencio.
Moon se limpió las lágrimas con la mano y recién entonces me di cuenta que habíamos estado toda la película dándonos la mano. Sonreí un poco por eso, pero escondí la mano en mi bolsillo.
—No sé —respondió, con una risa que sonó como un llanto.
—Que maricon —murmuré divertido y me golpeó el hombro.
—¿Tú qué piensas?
Me encantó y quisiera poder llorar como tu, porque jamás algo me había emocionado tanto como esa película y la tonta e infantil idea de que quizás mi alma, o lo que sea que esté dentro mio, se conecta con otro y el destino va a lograr, siempre, que nos encontremos. Y quise en ese momento que la otra mitad de mi alma fuese la tuya y si no lo era pues me cagaría en el destino y dejaría sola a mi verdadera alma gemela para irme contigo. Siempre contigo.
—Estuvo bien —respondí, tras el monólogo que llegó a mi mente.
—A mi igual —las luces del pequeño cine se encendieron— ¿Cuál fue de las tres tu historia favorita?
Suspiré. Era difícil. La de los amigos me emocionó mucho, porque me recordó a Toto y a Moon al mismo tiempo y me generó en el estómago una sensación extraña. La de los amantes me pareció bonita y la del padre y la hija me frustró.
—A mi la de los amantes —contestó su propia pregunta, sonriendo.
—A mi la de los amigos.
—Estaban enamorados —añadió, levantándose.
—Para mi eran amigos.
—Los amigos no actúan así...
Nos miramos con incomodidad, como sabiendo que ese comentario significaba muchas más cosas y yo comencé a caminar fuera de la sala. Moon me siguió.
—Para mí sí. La película lo dice, las almas gemelas no son siempre románticas —dije, pasando por la puerta de salida de la sala.
—¿Pero qué hace que la romántica sea la otra y no la de ellos dos?
No sabía bien qué contestar. Que confirmaba que en la segunda historia eran amantes y no amigos. Quizás es que se lo dijeron, que se besaban, que estaban juntos y se susurraban su amor. Que fueron novios y se casaron.
—Que en la segunda, en la romántica, terminan viviendo juntos. Son novios. Se casan. Están enamorados.
—Yo creo que los amigos se enamoraron también —caminamos, saliendo del cine, sin saludar a los empleados porque íbamos muy concentrados—, y es triste entonces.
Negué varias veces, mientras íbamos por la galería comercial. Ya era de nochecita, así que las luces de la ciudad se encendieron y las tiendas estaban cerradas.
—No. Su historia es la feliz. Terminan muriendo juntos, de viejos. En la segunda los amantes pelean siempre y en la última el padre muere. Los amigos son los más felices.
—Pero nunca se dicen te amo.
Moon se acomodó el bolso y suspiró.
—No viven juntos, se casan con chicas que no quieren tanto y son padres aunque de adolescentes hablaban sobre viajar por el mundo en barco —volvió a hablar, sin mirarme—, ¿Recuerdas esa escena en el bar? Donde el pelinegro le dice al otro que amaría volver a ser un niño, solo para ir a tocarle el timbre en la tarde y fantasear durante horas sobre todo lo que nunca terminaron siendo.
Recién ahí me miró, un instante y sonrió de lado.
—Son felices —contesté—, son felices con las vidas que tienen.
—Supongo que sí. Son felices.
—Y el pesimista soy yo —bromeé y Moon soltó una pequeña risa, corta.
—Tengo hambre —cambió el tema, con un aire más alegre.
—Yo quiero cerveza.
—Busquemos un bar.
Salimos de la galería hacia una de las calles principales.
Dimos vueltas para alejarnos de la avenida y perdernos entre callejones más oscuros, con bares y tiendas extrañas. Se hizo la noche mientras charlábamos sobre estupideces e intentábamos saltar para alcanzar los carteles de las calles. Había varios grupos de gente riendo y bebiendo en la vereda, besándose contra la pared y chicas en las esquinas, mirando hacia los costados. Era un mundo completamente distinto a la avenida principal.
—¿Quieres entrar allí? —preguntó Moon, levantando la vista hacia el bar en la esquina.
Nos detuvimos juntos frente al edificio, observando la estructura vieja y desgastada. Las paredes estaban cubiertas de graffiti y la pintura descascarada dejaba ver ladrillos oscuros debajo. Sonaban gritos felices dentro, risas. Una puerta de madera, con firuletes en las esquinas y dos rectángulos de vidrio
Empujamos la puerta que hizo un ruido chirriante y entramos en el interior del bar. Sentí una ola de calor mezclada con el aroma del humo de cigarrillos. La luz era cálida, apenas suficiente para iluminar las figuras que se movían entre las mesas y los taburetes desgastados. Desde solitarios borrachos en la barra hasta grupos de señores y señoras reunidos en las mesas de madera gastada.
El hombre que atendía, corpulento y de barba demasiado arreglada, servía tragos detrás de la barra con una expresión seria, mientras que una pareja de tercera edad discutía en voz baja en un rincón oscuro. Sucedían demasiadas cosas en un lugar tan pequeño.
Al lado del hombre una señora de unos cincuenta lo miraba, riendo. Llevaba un vestido rojo y el cabello grisáceo recogido en lo alto. Nos acercamos a la barra a pasos largos. Nos apoyamos ahí mirando la madera gastada de la barra, cuando la voz carrasposa del hombre nos hizo levantar la cabeza.
—¿Cuántos años tienen ustedes?
Nos miramos con Moon al mismo tiempo, y cuando íbamos a responder (probablemente una mentira) la señora junto al hombre que atendía la barra nos interrumpió.
—Miren, si viene algún guardia se esconden allá en el baño —y señaló con la cabeza al final del bar—. No hagan lío porque como empiecen alguno los sacó a los dos de la oreja, y más vale que tengan dinero para pagar, porque sino se quedan toda la noche limpiando platos.
—Bien —dijo Moon, sonriendo de lado.
—¿Qué van a querer entonces? —preguntó el hombre, una vez que la señora se rió, seguramente burlándose de nosotros.
—Cerveza —dije—. Dos vasos.
—Y algo para comer —añadió Moon, cual niño pequeño emocionado por comer caramelos—, carne con papas.
A los minutos nos entregaron las cervezas en dos vasos largos y helados sin antes recordarnos que esto era ilegal y que mejor que entráramos los dos en el baño del fondo.
—¿Estás feliz?
Su pregunta me sorprendió. Nunca me habían preguntado eso, así, tan literalmente. Feliz. Feliz. ¿Cómo no iba a estarlo? No tenía derecho. No podía no estar feliz como tampoco podía negar que era hipócrita por odiar a Dios y tener una cruz. No se puede negar lo obvio. No se puede vivir lo inevitable. No se puede no ser feliz cuando todo, absolutamente todo, está bien. No era un malagradecido.
No pude evitar sonreír un poco con extraña sensación de comodidad en el pecho. Supuse que así se siente alguien al entrar a un hogar y no una casa. Asentí despacio con la cabeza, sin pensarlo mucho y Moon solo hizo más grande y alegre su sonrisa.
—Yo estoy muy feliz —dijo, porque era más valiente que yo.
Comimos en la barra cuando la comida estuvo lista. Carne con papas fritas muy saladas que Moon disfruto como si fuese el fin del mundo o la última comida que iba a consumir. Terminamos de comer en minutos y comenzó a sonar una canción de salsa, algo lenta, con un piano y una guitarra. De repente una voz, que no llegué a distinguir si era de un hombre o una mujer, cantó, pero bajito, como en un susurro. Se escuchaban también los bombos y la trompeta acompañar la letra de la canción.
Noté que Moon me miraba. Lo noté aunque yo no lo estuviera viendo a él. Como si su mirada en mi perfil quemara y me obligué a no dejarme llevar por el impulso de girar y mirarlo.
Yo simplemente bebía de mi vaso de cerveza, observando a la gente, que empezaban a acercarse al centro de ese bar. Estaba medio sonrojado, quizás por el calor, el alcohol o la vergüenza.
Moví los hombros un poquito, guiado por esa canción, que hasta ese momento parecía bastante tranquila.
Incluso la señora del vestido rojo fue a acompañar a los clientes, moviendo la cadera de un lado a otro. Sonreí un poquito, cuando noté que Moon también había comenzado a mover la cabeza, casi sin darse cuenta. La música estaba tan alta que aturdida. Moon inclinó su cabeza a mi oído, y yo me encogí en el lugar.
—¿Conoces la canción?
—Ni la menor idea —respondí, bebiendo un sorbo con el cual se terminó toda la cerveza.
—Yo tampoco la conozco —gritó por sobre la música—. Pero me gusta.
—A mi también —confesé, bajito.
Observé el vaso, cuando su pregunta me dejó congelado.
—¿Bailamos, Jake?
—¿Eh? —y en ese momento giré la cabeza, viéndolo.
—¿Quieres bailar conmigo? —repitió, más avergonzado que antes, perdiendo la confianza.
—¿Qué mierda dices, Moon?
—¿Por qué?
—Hay gente, imbécil —lo dije como si fuera la cosa más obvia de todas.
—No conocemos a nadie y están medio borrachos todos.
Ambos observamos a la gente, que bailaba la parte lenta de la canción. Parejas de viejos y otras un poco más jóvenes. Pero nosotros éramos los únicos adolescentes de ahí. Todos parecían en su propio mundo, desconectados de todo. Bailando bien pegados, casi abrazados. Me pregunté cómo lograban eso. Cuánto alcohol había que tener para sentirte en la libertad de hacer eso.
—Si no hubiera nadie ¿Lo harías? —me preguntó muy bajito, quizás algo molesto.
Sí. Sí. Sí. Una y mil veces. Y era gracioso, porque yo, quien le decía una y otra vez que no se disculpara y que no le importara la gente, era el primero que por miedo a una mala mirada se quedaba quieto.
—Moon... —solté un suspiro, tirando hacia atrás la cabeza.
—Contéstame —le dije, acercándome más.
—Sí.
—Entonces hagamos de cuenta que no hay nadie.
Nos miramos y me sonrió en grande, enseñándome todos los dientes. Se le hicieron esos hoyuelos simpáticos y sus ojos casi desaparecieron. Intenté disimularlo, pero se me escapó el mismo gesto. Moon me agarró del brazo y comenzó a caminar hacia atrás, llevándome con él. Yo daba pasos cortos, observando a la gente, sintiéndome casi ahogado ahí.
De repente estábamos en medio de las parejas, quietos y sin saber qué hacer. Hubo un momento sin canto, solo con las trompetas y los bombos y cuando volvió la voz la música pareció animarse de golpe. Ya no tenía más ese tinte melancólico, ahora era una canción simplemente para bailar dando vueltas y nos dimos cuenta de eso al ver al resto de parejas, que comenzaron a bailar moviendo el cuerpo con alegría.
Moon tiró de mi brazo con fuerza, y di un paso hacia adelante. Estaba tan tan tan cerca de Moon. Me miró a los ojos y se inclinó a mi oreja, como había hecho antes.
—¿¡Te conté alguna vez que me gusta mucho bailar?! —gritó por encima de la música, riendo.
—Estas borrachísimo.
—No, no lo estoy —confesó y dio un paso hacia atrás, llevándome con él.
Su alegría se cortó cuando yo, en lugar de mirarlo, seguí observando al resto de gente. Nos miraban. Todos. Nos miraban. A nosotros. O eso sentía, porque en realidad cada quien estaba en su mundo. Era yo quien imaginaba eso. La sombra de alguien que me toca la nuca y dice te veo, te, veo. Una de las señoras, de cabello oscuro y un vestido con flores se acercó y tomó del brazo a Moon, sin preguntar. Se lo llevó a bailar y él contento aceptó eso.
Lo perdí de vista, intentando encontrarlo entre la gente, que movía la cadera de forma exagerada y reía, cantando el estribillo de esa canción pegadiza. Y por un instante me sentí otra vez ese niño en la fiesta, que entre siluetas encuentra lo único que quiere ver. Al chino.
Y ahí estaba riendo de forma ruidosa y bailando con una señora. La animaba cada vez que ella hacía una vuelta por el lugar, dando aplausos cortos. Sonreí. Me dolía la cara de sonreír. Di pasos cortos, tímidos, en dirección a ambos. Moví la cabeza de arriba a abajo, siguiendo el ritmo de la canción, intentando ignorar lo fuerte que iba mi corazón y lo mucho que sentía. Tanto, tanto, tanto. Otra vez, el cosquilleo en la mano. Respiré. No iba a hacer que eso me detuviera de hacer lo que quería hacer.
Aprovechando una vuelta que dio Moon estiré el brazo, tomando el suyo sin fuerza, como parte de ese baile. Él me miró y al notar que era yo se acercó más.
—No se bailar —le dije, y Moon se encogió de hombros.
Bajó ambas manos y me agarró de la cadera, acercándome a su cuerpo. Nos pegamos, como esas parejas. Abrí en grande los ojos por la sorpresa. Moon solo movió sus hombros de un costado a otro y con eso todo su cuerpo. De derecha a izquierda, de derecha a izquierda, como meciéndose. Le seguí el movimiento, con torpeza, mucho peor que él. Puse mis manos sobre sus hombros.
—¡Una vuelta! —gritó, y su mano rápidamente agarró la mía.
—¿Eh?
Subió mi mano y me hizo girar en el lugar. Entendí tarde su intención y nos enredamos, reímos e intentamos hacerlo de vuelta. Una vez, otra vez y otra vez hasta que le dije que me había mareado. Aprovechamos disimuladamente a entrelazar los dedos, con la excusa del baile. Un baile infantil, torpe y gracioso.
Moon movía la cadera, los brazos, y reía. Su cabello desatado le seguía todos los movimientos, tapándole el rostro de vez en cuando.
En algún momento, no recuerdo exactamente cual, comencé a sentir que no había nadie más. O que esas personas eran tan solo figuras secundarias, que solo servían para ocultarnos. Que solo éramos nosotros. Moon y Jake. Jake y Moon. Moon y yo. Él y yo. Nosotros. Nosotros.
Estuvimos así los minutos que duró la canción, antes de que cambiara. Respirábamos agitados, cansados de las vueltas que habíamos dado. Hubo unos minutos de silencio y observé nuestras manos juntas, agarradas con fuerza. Moon me acarició con el pulgar y despacio le devolví el gesto. Comenzó otra canción. Esa era lenta, de esas que si o si necesitan que se baile pegados. Pero pegados de verdad. Más que un abrazo. Una cercanía que hasta es incómoda de ver en otros.
Ambos miramos como las parejas se acercaban y apoyadas en el otro se movían, tan lento que ni parecía haber movimiento. Flotaban. Yo quería flotar. Pero había una diferencia entre bailar como antes y flotar. Aunque todo hubiera dicho que iba a hacer al revés, fui yo quien tomó la iniciativa esa vez. Con la mano libre, la que no agarraba la de Moon, le agarré la cadera como había hecho él antes. Sin fuerza. Solo apoyé la mano ahí. Moon me miró.
Moon hizo lo mismo con su mano libre y con eso nos pegamos. Nuestros torsos se tocaron y cuando levanté la cabeza vi en detalle sus ojos. Oscuros. Teníamos que soltar el agarre para poder bailar como los demás, pero nos daba tristeza. Nos daba pena soltarnos. Lo hicimos de todas formas, con lentitud, como haciendo un duelo. Mi mano estaba sudada y se sentía extraña, como si le faltara algo. La mano de Moon faltaba.
No dijimos nada y no nos miramos a los ojos. Observamos el suelo, de azulejos negros y blancos, sucio. Apoyé, con una valentía que no sé de donde saqué, mi cabeza contra el hombro de Moon, despacio. La frente, para solo ver su remera. Nada más. Quizás no fue valentía, fue vergüenza. Me escondí. Moon me abrazó por la cadera, apretando sus propias manos para cerrar el agarre y acercarse.
Sentí, y quizás fue producto de mi imaginación, el corazón de Moon, contra mi pecho. Tuve dos corazones, durante un rato al menos. El mío y el suyo.
Los primeros segundos no nos movimos. Luego, lo hicimos, casi como dos palos clavados en la tierra, que se mueven por la fuerza débil de un viento lejano. No escuché la letra de la canción ni la canción misma. Era un simple ruido de fondo. Cerré los ojos y subí mis manos hasta la espalda de Moon, apretándolo con fuerza.
No se si lo lastimé, porque le clavé las uñas, pero si lo hice él se aguantó, porque no dijo nada. Y había algo con eso, con esa frustración de no poder tenerlo más cerca que me hizo apretarlo más. Con los cuerpos. Con lo físico. Que es un límite. Que llega hasta ahí. Y me enojé. Tanto, tanto, tanto, tanto.
Y recordé cuando peleábamos en chiste, riendo a carcajadas y gritando sin sentido como dos cachorros de perro. Cuando me pateaba y yo le golpeaba el brazo. Él me mordía, se tiraba encima mío y yo le devolvía la patada. Lo agarraba con las piernas y rodábamos por la tierra, ensuciándonos. Esas peleas tal vez fueron un intento de lograr eso que estábamos haciendo ahí. De probar, de una forma distinta, hasta dónde podíamos llegar.
Me dio risa, imaginar la imagen de nosotros sucios de tierra, dándonos patadas y luego la imagen que estábamos haciendo ahí. Tan pacífica. Flotando.
—Jake... —me murmuró en la oreja, casi como un suspiro que suena como una palabra, y yo, a modo de respuesta, froté mi frente contra su hombro y fingí morderlo, como él hacía siempre.
—Kono yōna subete no yoru de areba ī noni.
Si había gente que se emocionaba con lo linda que sonaban algunas canciones, yo podría haberme emocionado con la voz de Moon hablando japonés. Y si hubiera tenido de esas grabadoras hubiera grabado eso para siempre. Para repetirlo aunque pudiera significar cualquier mierda. Y me enoja no recordarlo tanto como para repetirlo frente a alguien que me traduzca que significaba. Porque me voy a morir sin saber qué dijo. Sin saber qué dijo.
—No se que carajos dices... —le respondí, susurrando contra su remera.
—Que hueles a sudor —dudaba mucho que hubiera dicho eso.
—Mentiroso —comenté—, chino mentiroso.
—Loco bonito —respondió y le apreté con fuerza la remera, muerto de vergüenza y con ganas de llorar de felicidad.
—No digas eso, imbécil.
—¿Tú puedes ser directo y yo no?
Solté una risa que se ahogó contra su remera.
—Sí.
—Injusto.
—Aja.
—¿Me dejas darte un beso?
Suspiré frustrado porque lo quería, lo quería mucho pero no me animaba. Pero era cobarde. Porque George seguía ahí, en la esquina. Escondido. Y Williams me perseguía. Y era miedoso. Miedoso.
—Moon...
—Uno solo.
Negué despacio y él no volvió a insistir. Nadie nos vio besarnos. Nadie nunca nos vio besarnos.
Se largó una tormenta de un momento a otro. Por la calle corrían ríos de agua y se escuchaban las gotas golpear contra la vereda con una violencia que me hizo recordar a las balaceras que de vez en cuando, se escuchan lejos de mi casa. Moon y yo nos miramos, sabiendo que no teníamos otra opción que salir. No podíamos quedarnos más tiempo en ese bar porque el hombre de la barra ya estaba comenzando a insistir con que nos fuéramos.
Pagamos, recibimos el cambio y Moon amable les agradeció.
—¿Sabe de algún lugar para dormir? —le preguntó Moon a la mujer que ya lucía algo borracha.
—Aja, hay uno a unas cuadras a la derecha.
—¿Cuántas cuadras? —pregunté, alzando las cejas.
—Como unas diez.
—¿Diez? —repetí, soltando un suspiro.
—Les recomiendo correr, porque se llena a la noche.
—Mierda —dijimos, al mismo tiempo.
Fuimos hasta la puerta y observamos por el vidrio la lluvia. Gracias a los postes de luz se podían ver las gotas en el aire que por el viento se movían. Miré a Moon de reojo.
—¿Vamos?
—¿Tenemos otra opción?
—Creo que no.
—Vamos.
Sentado junto a la puerta había un cuarentón de camisa arrugada y rostro colorado por el alcohol soltó una risa y exclamó en un grito.
—¡Parece que Noé olvidó su arca esta vez! ¿Quizás deberíamos empezar a construir una?
Salimos y sin pensarlo comenzamos a correr. Las luces de la ciudad se difuminaban en medio de la cortina de agua que hacía fuerza contra nosotros. Cada paso que dábamos resonaba en el silencio de la noche, mezclándose con el sonido de los truenos y el del viento. Nuestras risas se perdían entre el chapoteo de nuestros pies sobre los charcos de agua. En medio de la oscuridad el mundo pareció desaparecer por un rato, como si solo existiéramos nosotros y la tormenta.
HOLA HOLA HOLAAAA! 🥳🌠
COMO ESTAN? AAAAAAAAAAAAAAA QUE EMOCION YA VAMOS A TERMINAR ESTE ACTO AUS0AOKSAPS8AOSAS 💓
VAMOS CON EL MARATOOON DE LOS ULTIMOS CAPITULOS DE ESTE ACTOO! faltan SOLO DOOOOS!!
ESCRIBÍ ESTOS CAP COMO EN OCTUBRE, CREO, CUANDO ANDABA DE VIAJE, ASI QUE TENIA UNA ANSIEDAD POR SUBIRLOOOOSSS 🌷🌠
¿MOMENTO, DIALOGO O COSA QUE LES GUSTARA? 🌷🎉
¿QUE PENSARON DEL BAILEEEE? <3 MIS LINDOSSSS
¿CUAL ES SU CANCION O GENERO MUSICAL FAVORITO PARA BAILAR?
¿Bailarían en publico? 🎉🌷
¿LES GUSTA ESTE JAKE MÁS TIERNOOO? 😭🌠🌼
¿PUDIERON HACERSE LA ESCENA EN LA MENTE? A9SIAISOAS'ASOS'0 basta es de mis caps favoritos AAAAAAAA
¿Suelen llorar con las películas o no?
¿QUE PELI LES HIZO LLORAR? 😭💝
¿QUE CREEN QUE DIJO MOON? No vale usar el traductor 😠😠💗🌼
¿QUIEREN QUE TERMINE ESTE ACTO O NO? ¿VAN A EXTRAÑARLO? Yo si, mucho, tanto q estoy queriendo NO TERMINARLO, pero tengo que terminarlo ASI SEGUIMOS CON ESTA HISTORIA AAAA 🦋😫
¿PREGUNTASSSS? 💗🌼
NADA, NOS VEMOSSSS O MÁS BIEN NOS LEEEEMOOOS!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro