Capítulo cuarenta y seis: Cuando el Loco y la Luna se fueron
Hace muchos, muchos años.
Moon Hikari
Era sábado.
Al mediodía cerré mi mochila y corrí hacia la sala fingiendo haberme levantado, pero en realidad llevaba despierto desde las cinco y media de la mañana. No fue fácil manejar la ansiedad. Me duché, pensando que el agua caliente podría de alguna forma relajarme, pero ni eso logró hacerlo. Los latidos de mi corazón iban tan rápido que hasta quise poder mirarlo y decirle relájate, nos vas a matar.
Había planeado todo con mucho detalle. Había mirado a Jake a los ojos y le había repetido el plan hasta el cansancio. Hasta que él me dijo cállate un rato.
Nos veríamos a las doce en la estación de tren. Nos bajaríamos en la tercera parada y de ahí tomaríamos un metro hacia el norte de la ciudad. Línea amarilla, parada final Parque Rocco.
Incluso, aunque suene exagerado, había anotado todo esto en un papel. Un cuadrado arrancado de un cuaderno de mi época escolar. Escrito de forma torpe y desprolija, escondido en el fondo de mi mochila.
—¿Tienes todo? —preguntó mi tío, preocupado.
En la sala Tami y mi tío almorzaban. Se tomaron aquel día de descanso y prepararon algo para comer juntos. Ahora que yo sabía su secreto y ellos sabían el mío, en cierto punto, el ambiente estaba más relajado. Incluso aunque no habláramos sobre su relación o sobre mi relación. Tami se había vuelto a teñir de rubio y tenía el cabello trenzado con prolijidad.
Iza estaba en lo de Kiki, seguro jugando a la pelota y ensuciándose la ropa nueva que Tami le había regalado, porque Iza al contrario de mi, nunca cuidó mucho las cosas nuevas.
—Sí. Tengo todo.
—Bueno —dijo él, bebiendo de la cerveza—, te cuidas ¿sí?
Él y su novia me miraron, o más bien, me analizaron. Quizás memorizaron la ropa que tenía puesta, por si acaso tenían que avisarle a la policía que había desaparecido.
Joven con apariencia asiática, delgado, cabello hasta los hombros color negro, metro setenta. Vestía una remera manga larga a rayas azules y blancas y una bermuda de tela gris.
Fruncí el ceño. Mi mente ya comenzaba a distraerse imaginando escenarios dramáticos y exagerados.
—Se los prometo.
Tami sonrió.
—Y pásala bien.
Sonreí al igual que ella, con esa alegría que, al menos en ese momento, sentí que no iba a desaparecer por nada en el universo.
—También se los prometo.
—Saluda a Jake —dijo Tami.
La mención de Jake incomodó solo un poco la charla. Era un tema del que nadie se acostumbraba aún. Ni yo de escucharlo, ni mi tío ni Tami (aunque era la que más lo disimulaba) de hablarlo. Me recordó a mis padres. Yo nunca los mencionaba, quizás porque sabía que era de esos temas incómodos, pero las pocas veces que lo hacía se notaba, a veces por el tono de la respuesta, el pequeño silencio o la risa nerviosa, que nadie quería en el fondo hablar sobre eso. No porque fuese malo. Solo era raro. Raro. Jake y los chicos eran aún muy recientes. Y por eso era raro. Un nuevo integrante en la familia que todos miraban por desconocido pero nadie quería realmente nombrar. El primer novio que la hija presenta. Yo era la hija y el novio era directamente la homosexualidad.
Aunque a toda está conclusión llegué siendo adulto en ese momento solo sonreí, encogiéndome de hombros y poniéndome colorado. Acomodé mi cabello detrás de las orejas.
—Lo voy a saludar.
Tami sonrió y me lanzó un beso volador. Mi tío me entregó un paquete envuelto en tela verde y lo guardé en mi mochila. Olía rico.
Estaba parado afuera de la estación, relojeando de vez en cuando porque el tren estaba por irse. Con mi bolso en el hombro y el pie golpeando la tierra mientras contaba en voz baja cuantos minutos pasaba como forma de recordar la hora sin tener ningún reloj cerca. Jake no estaba llegando. No tenía que entrar en pánico pero era difícil cuando el bicho del miedo seguía en mi mente, como una cucaracha fea detrás de la oreja que susurra frases que no quería escuchar. Quizás le había pasado algo, ideas que me preocupaba, o se había arrepentido, idea que me entristecía.
Mientras pensaba planes, si irme solo o ir llorando a mi casa, me distraje, observando la estación de tren y desenfocando la vista, unas manos se apoyaron en mis hombros. Me sobresalté y giré de golpe, asustado. Y ahí estaba. Jake. Jake. Jake.
Tenía la musculosa roja de siempre, la bermuda de jean de siempre, el cabello cortado como siempre y la cara de siempre e igual mi corazón latió emocionado, como si no lo conociera.
Me sonrió solo un poco de costado
—Te asustaste —dijo, y me causó gracia.
—Ah, sí —me acomodé el cabello detrás de la oreja—, es que no sabia que eras tú.
—Y no, si no no te hubieras asustado.
No sé por qué, pero sonreí un poco por eso, sintiendo cosquillas en las manos y un escalofrío en la nuca.
—Y no...
Ninguno dijo nada. No nos saludamos ni con la mano, ni con un abrazo y menos con un beso. Había gente, así que mantuvimos el metro de distancia. Aunque no sé si hubiéramos hecho algo distinto estando solos. Nunca nos saludábamos, solo comenzábamos a hablar.
—¿Perdimos el tren?
—No, no, pasa ahora en un ratito.
—Bueno.
—Bien.
Otro silencio. Ambos reímos, una risa baja y nerviosa, más de niños que de adultos, sin saber qué decir.
—¿Vamos?
Por insistencia de Jake, nos colamos sin pagar el boleto, con la adrenalina de encontrar el momento justo para correr. Nos mezclamos entre la gente y logramos saltar el molinete que dividía la estación de la calle con agilidad. Corrimos rápido hasta el andén, aguantándonos la risa. El policía no logró darse cuenta y nos sentamos en un banco de madera.
—Deberíamos haber pagado —dije, una vez nos sentamos.
—Nah ¿Para que?
—Teníamos el dinero.
—Pero ahora podemos gastarlo en cerveza.
Reí, porque me causaba gracia y honestamente no me arrepentía de haberme colado. Igual quería molestar a Jake.
—Sigue siendo ilegal.
Jake alzó las cejas, en un gesto gracioso. Estaba contento. Me alegraba verlo contento.
—Pero no... inmoral.
Volví a reír, fingiendo confusión.
—¿Robar no es inmoral?
—Robarle a una empresa grande no —Jake se encogió de hombros, con obviedad como quien habla del clima.
—El tren es del estado —le recordé, divertido.
—Es lo mismo.
Aproveché que habíamos nombrado el tema para tirar la cabeza hacia atrás y decir, de forma casual:
—Me da miedo votar.
Jake me miró, confundido.
—¿Votas en estas elecciones?
—No, tarado, las siguiente son el año que viene y yo cumplo diecisiete.
—¿Y para qué te preocupas?
—Porque en algún momento voy a tener que votar —Jake se rió, burlándose de mi ansiedad por cosas del futuro— ¿No te da miedo votar a ti?
—No. Me da miedo que gane el candidato que no quiero.
Asentí, porque a mi también me daba miedo eso, pero luego frunció un poco el ceño, pensativo.
—¿Y cómo sabes a quién quieres?
—Pues elijo al que recuerde que existo.
—¿Qué existes?
Jake giró para verme y no tenía una expresión de burla. Solo tenía la cara de quien explica algo con naturalidad.
—Aja. Los pobres.
—No somos pobres —respondí, de forma automática, casi como una autodefensa tonta y sin pensar.
Nos miramos en silencio, Jake me miró y frunció el ceño.
—Sí, somos, chino.
Me sentí en la necesidad de justificar lo que acababa de decir. Moví las manos con nerviosismo, porque Jake parecía muy seguro sobre lo que decía.
—No, los pobres no tienen casa.
Jake reprimió una risa, ahora sí, burlona. Me ofendió un poco, entonces no lo miré.
—¿Entonces somos ricos?
—No.
—¿Y?
Me encogí de hombros, aceptando mi derrota y él solo sonrió con orgullo.
—Que se yo...
—Somos pobres, votamos como pobres y ya.
Suspiré, dándole un golpe en su pierna con mi propio pie.
—No digas las cosas así.
—¿Así como?
—No se, como tan... tranquilo.
Tan directo, esa era la palabra que en ese momento no logré encontrar. Jake hablaba directo sobre muchos temas pero luego de muchas cosas no decía nada. Hablaba directo sobre la muerte y se reía de eso, pero luego no sabía cómo expresar lo que sentía.
—¿Y cómo debería decirlo?
—Clase baja —dije, con seriedad.
Jake rió de forma más ruidosa y yo me sentí más ridículo. Hasta me puse rojo porque la gente giró a vernos.
—Es la misma mierda, chino.
—No, no lo es, una suena mal y la otra no.
—Suena mal porque hacemos que suene mal.
Esa frase me quedó grabada en la cabeza y fue el cierre de la conversación. Jake ganó, con su forma directa y cruda de decir las cosas.
El tren llegó y corrimos para poder entrar primero. Huimos de los pocos policías, como criminales buscados por los servicios especiales y no dos adolescentes que no habían pagado unos pocos billetes para usar el tren. Dimos un salto a un compartimento general que tenía dos puertas, una para el vagón de la derecha y otra para la izquierda.
Entramos por la puerta de madera corrediza de la derecha, que estaba algo atorada. Jake tuvo que patearla sin mucha fuerza para que cediera. El interior del vagón de tren estaba iluminado por una luz fluorescente que venía de los paneles en el techo. Había cortinas amarillas y gastadas abiertas.
Los asientos, que iban de a dos, estaban en filas enfrentadas con una pequeña mesita que los dividía, creando un pasillo en el centro que separaba el espacio en dos.
Sobre los asientos había compartimentos superiores para guardar equipaje de mano. Los pasillos estaban algo estrechos, pero permitían el paso de los pasajeros. Carteles con información al lado de las puertas y debajo de los compartimientos.
Jake corrió hacia los asientos y yo lo seguí despacio, pidiendo permiso a algunos pasajeros que parados ordenaban sus equipajes en el compartimento superior. Jake se sentó en la ventana y dejó su bolso en el asiento de al lado para guardarlo. Yo me senté en frente e hice lo mismo con el asiento a mi lado. No era muy correcto que dos personas ocuparan cuatro asientos, pero no queríamos sentarnos con nadie. Jake apoyó la frente en la ventana, mirando los árboles. Nos habíamos sentado del lado contrario a la estación. Los pasajeros conversaban entre ellos, gritando.
Abrí mi bolso para ordenarlo un poco mejor. Saqué mi billetera y me aseguré de tener mi identificación y el dinero suficiente. Jake estiró el cuello, curioso.
—Déjame ver.
Me sacó mi identificación de la mano sin preguntar, observando la foto. Me veía horrible, como si fuera la foto de un criminal. Esa iluminación de mierda no me hacía justicia. Pero me dio risa, porque era mucho más pequeño.
—¿Eh? —Jake entrecerró los ojos—. No dice Moon acá.
Sonreí un poco. Ese nombre, que hacía años no escuchaba, que no reconocía como propio estaba escrito ahí. Ese que según mi tío había elegido mi abuela y mi padre por pena había aceptado. Solo existía en aquel pedazo de plástico. Desde que tengo memoria soy Moon y de hecho, el único recuerdo de la voz de mis padres es llamándome así. Moon, Moon.
—No, bobo ¿De verdad pensaste que me llamaba así?
—Y pues sí, tarado, todos te dicen así.
Rodé los ojos, asintiendo con la cabeza.
—Sí, ya sé, pero no es mi nombre real-real.
—¿No?
—Claro que no, tengo otro —le saqué la identificación, sonriendo—. Pero si me llamas así te corto el pene.
—Bien, bien —levantó las manos fingiendo inocencia mientras yo guardaba mi billetera—. Pero no entiendo. Tu hermano se llama Izari ¿también tiene otro nombre?
—No. Izari si es su nombre real-real.
—¿Y por qué no Moon?
—Pues pregúntale a los del registro. Quizás hay nombres que sí se pueden inventar y otros no. O más bien, nombres que se inventan y se pueden poner y otros que son apodos.
—Debe haber alguna regla.
—Y sí, claro —dije, con obviedad, pero sin perder aquella alegría infantil—. No creo que puedas ponerle... Escroto a tu hijo.
—Se ve que Moon tampoco.
—¿Estás comparando Moon con Escroto?
Jake se encogió de hombros, mirando hacia la ventana y jugando a dibujar formas en el vidrio con su dedo índice.
—Igual tienes cara de Moon, no de tu otro nombre.
Sonreí por eso y saqué el paquete. Lo abrí, dejando la tela verde sobre la mesa y los onigiri arriba. Triángulos de arroz rellenos de pescado, con un alga para poder agarrarlo. Jake, sin siquiera preguntar, tomó uno y le dio una mordida. Volví a sonreír.
—Muéstrame la tuya —dije y luego añadí—, la identificación.
Jake siguió comiendo, sin mirarme.
—Nah —negó con la cabeza.
—¿También tienes un secreto? ¿Un nombre que no conozco? —bromeé.
Una sonrisa apareció en su rostro, contenta, divertida.
—No. El mentiroso eres tú.
Seguí comiendo.
—¿Mentiroso?
—Aja, chino mentiroso —murmuró, sin mirarme.
El tren comenzó a andar. Observamos por la ventana el paisaje. Casas, algunos niños haciendo gestos que Jake respondió, otros corriendo o jugando al fútbol. Salimos del barrio tras unos minutos. No había nada que ver, por eso volteé mi cabeza hacia él.
—Tienes que tener algún secreto —dije, de la nada.
—Supongo.
Jake se encogió de hombros, dejando el alga sobre la tela de la mesa. Apoyé mis codos y me incliné hacia él.
—Cuéntame uno.
Frunció el ceño, confundido, como si yo acabara de decir alguna estupidez.
—No, son secretos —casi que dice un dah burlón con los ojos.
—Tu sabes muchos míos.
—Bueno.
Se encogió de hombros, divertido. Estiré el pie para patear su pierna con fuerza. Él hizo una mueca de dolor y me devolvió el golpe. Unas señoras giraron a veros.
—No es justo.
—La vida no es justa, chino, hazte la idea.
—Qué pesimista —le respondí y cuando lo vi abrir la boca, seguí hablando—, yo pago el viaje, no te conviene hacerme enojar.
—¿Ahora me vas a manipular? —bajó el tono de voz, inclinándose hacia adelante como yo.
Las señoras nos miraban, con los ojos abiertos. Yo cambié el tono de falsa pelea a falso coqueteo, poniendo un tono de voz agudo, actuando.
—No se —bajé la voz al igual que él— ¿Te gusta?
Jake se fue para atrás de golpe, ofendido, giró la cabeza y suspiró. Yo miré a las señoras y ellas fingieron hablar.
—Imbécil.
—Pesimista y dramático —le dije, si mirarlo—, esos no son misterios, lo sabe todo el mundo.
—Me voy a bajar en la siguiente parada.
Apoyó su frente en la ventana.
—Hazlo —lo miré, desafiante.
Cuando el tren frenó en la parada Jake se puso rojo y miró por la ventana. Volví a pegarle en el pie.
—Me acordé de una cosa, sobre lo que hablamos antes —dije, volviendo a retomar la charla—. En un libro que leí, bueno, el único que leí, a los pobres les decían carenciados.
Jake me miró, curioso.
—Y en el libro explican que decirles carenciados viene de la palabra carencia, que significa como... como cuando no tienes algo.
—Que manía la gente con inventar palabras para cosas que ya existen—se burló Jake—, lo dijiste recién, es lo mismo que decir no tener o no tiene o no tengo
—No. Carencia es cuando son cosas importantes. Carezco de dinero o de educación. Cosas básicas —sonreí—, además suena como de alguien inteligente —puse un tono actuado, como de filosofo barato—. Carezco de información para responder esa pregunta.
—Suenas como un imbécil.
—Es lo mismo —repetí su chiste.
—Y carenciados es una palabra que usa la iglesia, así que la detesto también.
Me reí de forma nasal, divertido.
—Pobre iglesia.
—Odio a Dios —y se agarró la cruz, como para reforzar lo irónico de esa afirmación.
—Baja la voz, que si te escuchan las señoras te bajan del tren —y señalé de forma disimulada las mujeres que nos espiaban, que tenían pinta de creyentes, Jake giró la cabeza sin disimulo.
—¿Qué sabes tú que son religiosas? Quizás le rezan al diablo.
—Al diablo no se le reza —dije— ¿o se puede?
—No se, pregúntale a las señoras.
Nos reímos.
Nos bajamos en la tercera parada, que daba a una estación enorme y techada. Muchos andenes, gente y ruidos. Vendedores que anunciaban sus productos y algunos guardias custodiando la zona. Jake se acercó a mí, con miedo a perderse, supongo. Miré alrededor, intentando entender en principio, donde mierda estábamos.
—Hay que bajar a un metro —dije, comenzando a caminar, Jake me siguió, aunque confundido.
—¿Y dónde está?
—Ni idea
Me detuve de golpe, dándome cuenta que estaba perdido. Que estábamos en el centro, al que nunca habíamos venido, solos, con muchísima gente que sabía donde estaba, sin entender bien ni como se usaba el metro.
—Vamos a preguntarle a alguien —propuse.
Intentamos detener a tres personas. El primer hombre, viejo y de traje nos gritó una barbaridad, quizás pensando que le queríamos robar y Jake le contestó otra peor. La segunda mujer iba muy apurada, casi corriendo y se disculpó varias veces. El tercero dijo no gracias, así que supuse que entendió que le íbamos a vender algo. Los adolescentes estaban más perdidos que nosotros y no le queríamos preguntar a los guardias porque tenían cara de que te arrestaban por pedir la hora.
—¿Qué hacemos, chino?
—Que se yo, loquito —suspiré de forma ruidosa—, caminemos. Tami me dijo que se puede bajar desde adentro de la estación.
Recorrimos toda la planta baja de la estación, admirando lo enorme de la construcción con estética antigua. Jake parecía asombrado, mirando hacia arriba y casi chocando con varias personas. Al final, entre tantas vueltas llegamos a unas escaleras que bajaban y un cartel con el nombre de la parada. Supuse que, si el metro estaba bajo la tierra y eso bajaba tenía que estar ahí.
—Ahí —dije.
—¿Seguro?
—No.
Igual Jake fue tras mío, porque no teníamos otras opciones más que confiar en la suerte del destino. Bajamos y nos adentramos a los túneles subterráneos, que tenían baldosas antiguas en las paredes y carteles en español y otros idiomas. Los pasillos nos llevaron hasta un lugar más amplio donde había, otra vez, molinetes como los de la estación de tren. Miré a Jake y Jake me miró. Había un solo guardia, en el medio, por lo cual Jake corrió por la derecha y yo por la izquierda. Escuché un ¡muchachos! pero tras saltar el molinete solo seguí corriendo. A los metros, ya cuando sabía que me había perdido entre la multitud, me detuve. Giré a todos lados, pero no lo vi a él. Lo que me faltaba era perderlo debajo de la tierra en un lugar en el que no podíamos comunicarnos.
Al final, como en la estación de tren, Jake apoyó sus manos en mis hombros con fuerza y yo solo volteé con tranquilidad. Nos miramos en silencio durante pocos segundos.
—No te asustaste —dijo, quizás decepcionado.
—No. Porque sabía que eras tu.
Seguimos caminando, sin saber bien a dónde íbamos.
Nos paramos frente al enorme cartel en la pared que tenía el mapa de las paradas. Muchas líneas de colores, nombres, direcciones, la ciudad era enorme y se dividía en zonas. Miré a Jake y él no lucía ni concentrado, como si se hubiera rendido.
—No entiendo nada.
—Yo menos, chino —Jake se rascó la nariz, suspirando.
—Tengo anotado a donde hay que ir —le dije—, pero no entiendo el mapa.
Jake pasó la mano por el cartel, dibujando una forma que al principio pensé que iba a significar algo, por eso la vi concentrado. Terminó haciendo, de forma invisible, un pene. Le golpeé el hombro, por el chiste infantil.
—¿Qué son los colores? —preguntó.
—Las líneas, creo. Nosotros vamos en la amarilla.
—¿Y dónde está?
Miramos hacia los costados. Lucia enorme, casi que podía vivir todo nuestro barrio en ese lugar. Puertas, gente corriendo, muchos carteles con direcciones. Volvimos a mirar el cartel, pensando que en algún momento la información iba a aparecer mágicamente en nuestro cerebro.
—¿Necesitan ayuda? —ambos volteamos cuando escuchamos una voz detrás nuestro.
Una veinteañera bajita, de rulos castaños, un buzo de lana colorido, una falda larga y una sonrisa amable. Llevaba varios bolsos y un niño pequeño muy parecido a ella en sus brazos. Nos miraba, desconfiado, con sus ojos verdes abiertos en grande.
—Sí, muchas gracias —dije, sonriéndole un poco—, no somos de aquí.
—Ya veo —soltó una risa divertida, acercándose más hacia nosotros.
El niño miraba a Jake, como si fuese la atracción más divertida del parque de diversiones. Cuando Jake giró a mirarlo, el niño se ocultó en el hombro de su mamá, agarrando con fuerza su ropa.
—¿Saben a dónde van?
—Al norte —respondí—. Línea amarilla, parada final Parque Rocco —repetí rápido, de memoria.
—Ah, sí —señaló la línea más grande del mapa con su dedo—. La línea amarilla es está, la principal. Cada línea tiene dos paradas finales, una va para un lado y la otra para el contrario. Eso es importante, tienen que ir a la de Parque Rocco, sino van a terminar en la otra punta de la ciudad.
Volteó su cabeza para vernos y su hijito hizo lo mismo, abriendo en grande los ojos. Tenía brillos en la cara, como los que se compran en el kiosco para maquillarse de mentira.
—Yo voy para ahí, los puedo acompañar.
Con Jake nos miramos y sin pensarlo asentimos con la cabeza. No pudimos haber tenido más suerte, porque estoy seguro que de no ser por aquella desconocida, nos hubiéramos perdido en la ciudad. Terminamos caminando rápido detrás de ella, para no perder el metro.
Había algunas tiendas y mucha gente corriendo, quizás porque llegaban tarde a algún lado. Personas durmiendo en el suelo, vendedores ambulantes, me distraje viendo todo y Jake tuvo que agarrarme del brazo para que no me perdiera. No me soltó y yo no dije nada. Era como otro mundo y pensar que además, estábamos literalmente debajo de la tierra, era aún más alucinante.
—¿No viven aquí entonces? —preguntó ella, cuando llegamos al riel.
Nos frenamos varios metros atrás de donde paraba el metro. Había mucha gente, pero todos en sus propios mundos. Un niño gritaba y quien parecía su madre lo zarandeaba, un hombre parecía preocupado al no encontrar algo en sus bolsillos y una pareja adolescente se besaba en otro lado. No sé Jake, pero al menos yo me sentía muy fuera de lugar.
—No, vivimos en los barrios de afuera —contesté, sonriendo.
La mujer bajó a su hijo al suelo y este solo apretó con fuerza su falda, sin querer alejarse. Ocultó su rostro ahí, sin mirarnos. Jake se mantuvo en silencio, apoyándose en la pared detrás nuestro y mirando como el metro del otro andén llegaba.
—Estamos de viaje —añadí, y ella me sonrió de respuesta.
—Espero que disfruten mucho —comentó, mientras acomodaba sus rulos en un moño.
Bajé la mirada al niño, que me espiaba con uno de sus ojos. Al notar que yo lo miraba volvió a esconderse. Intentó treparse a su madre. Ella se agachó y susurrando comenzaron a hablar. El niño dijo que quería cenar sopa. Aproveché que comenzaron a charlar para caminar hasta la pared. Me acerqué a Jake, apoyándome a su lado.
—Dame dinero —fue lo primero que dijo.
—¿Para?
—Dame dinero —repitió, señalando un kiosquito que había en una de las paredes, colorido y que me recordó al que había cerca de casa, sonreí por eso.
Le di unos billetes, que él guardó en su bolsillo. Estaba colorado, pero no hacía calor ahí abajo. Fue caminando hasta el kiosco y habló en voz baja, inclinándose hacia adelante. Me apoyé en la pared, sin verlo. Terminó de comprar justo cuando el tren llegó. Vino corriendo y se paró al lado mío.
—¿Qué compraste?
—Nada.
—¿Eh?
—No tenía lo que quería.
—¿El dinero?
Jake me miró, no dijo nada y caminó para adentrarse entre la masa de gente y ganar un mejor asiento. Las paredes naranjas y las ventanas estaban grafiteadas. Los asientos lucían transpirados y hacía calor. Ahí si hacía calor. Nos sentamos detrás de donde estaba la mujer con su hijo. Jake en el asiento de la ventana, que me robó por su rapidez.
La mujer giró la cabeza y señaló los carteles sobre la puerta, con el mapa simplificado. Cada parada tenía un icono.
—Bájense dentro de cinco paradas, esa les va a servir —dijo, amable—, yo me bajo antes. Suerte.
—Muchas gracias.
—No es nada —el niño nos miró—, saluda, Josh.
Se ocultó otra vez en el cuello de su madre, y me reí, enternecido. Jake solo miró por la ventana. La mujer se despidió al bajarse y nos volvió a desear suerte en el viaje.
El centro era una locura y eso que fuimos a la zona menos transitada y más barata, donde ni siquiera había turistas. No sabia a donde mirar porque en todos lados había algo. Edificios enormes con arquitecturas extrañas e incluso se veían lejos algunos rascacielos comerciales, carteles publicitarios en esos edificios, avenidas donde uno no sabía cómo cruzar, gente, mucha gente, mucha gente distinta, haciendo cosas diferentes. Técnicamente yo era de esa ciudad, solo que de la zona suburbana, pero aun así me sentía fuera de lugar, como en otro país.
—Puta mierda —dijo Jake, sorprendido, apenas subimos las escaleras del metro.
Solté una carcajada ruidosa, observando el paisaje. Era un caos, un caso que parecía ordenarse de alguna forma que no llegaba a entender. Estábamos justo en una esquina, así que levanté la cabeza para mirar el cartel pequeño que decía el nombre de la calle.
Los bocinazos se escuchaban por todos lados y cada esquina parecía de las fotos de mi revista. Además me gustaba porque entre tanta gente uno pasaba desapercibido. Seguro era mucho más fácil ser yo (eso que aún no tenía un nombre que no sonara feo, aunque Jake dijera que éramos nosotros quienes lo volvían feo) en un lugar así. Tan grande. Había más callejones para ocultarse durante los besos, más ruidos para que las confesiones de amor no se escucharan. Y creo que Jake pensó lo mismo, porque un tinte de tristeza se vio en su rostro. Por eso hablé.
—¿Qué hacemos? —pregunté, emocionado.
—Quiero ir al cine.
—¿No era broma? —me reí, divertido.
—Claro que no era broma, chino —dijo, dando un paso—, luego me quiero emborrachar y pasear de noche. De noche debe verse genial, con las luces.
Subió la mano e hizo aquel gesto que solía hacer, de fingir atrapar un objeto enorme. En este caso los carteles de un edificio. Lo rompió por la mitad, apretando los dedos.
—Suena como un buen plan. Tendría que encontrar un telefono público antes.
—¿Para?
—No sé, avisarle a mi tío que estamos bien.
—Olvídate de eso un rato —giró a verme, de golpe, con una emoción impropia en Jake— ¿Por qué no somos dos extraños por este fin de semana?
—¿Qué?
—Tu no eres Moon, yo no soy Jake. No somos de ningún lado, no tienes familia, yo tampoco y lo que sea que pase hoy y mañana es solamente un...—tragó saliva, buscando la palabra.
—Paréntesis —completé, sonriendo—, un paréntesis en la vida de Moon y Jake.
—Aja, eso.
Y con eso en mente, esa promesa ridícula y pseudo rebelde comenzamos a caminar sin rumbo. Con una electricidad rara en la columna vertebral. Una emoción por saber que se supone que hacen dos personas cuando no son ellas. Que haría Jake cuando no fuese Jake. Qué haría yo cuando no fuese yo.
En las vueltas por la ciudad terminamos frente a una galería comercial. Se llamaba Dos de Oro y era bastante grande, pero angosta, como hecha con muchos pasillos que se conectaban. Un cartel afuera que promocionaba un cine nos hizo entrar. Había muchas vidrieras de negocios como vestidos de novia, antigüedades, libros y algunas tiendas con carteles de neón. Ahí, a diferencia de afuera, había poquita gente.
En el final de uno de los pasillos había una entrada a un cine pequeño. Una puerta grande y carteles con los estrenos. Entramos y nos encontramos con la sala donde se compraban las entradas y nos dio vergüenza colarnos, por lo evidente que iba a ser. Por eso decidimos comprar, a costo de tener que beber menos, dos entradas.
Había puertas numeradas al fondo, que eran las salas, una barra donde se compraba la comida y algunos empleados y poquitos clientes. Jake se acercó y observamos el cartel en la pared, de funciones. Me latía emocionado el corazón. Nunca había ido al cine.
—¿Qué película quieres ver? —le pregunté.
—¿Qué opción hay?
—A está hora hay una que se llama... Cómo conquistarte en treinta días —reprimí una risa—, es de romance.
Jake fingió una mueca de asco y yo me reí.
—Y tenemos Volver a vernos.
—¿De qué trata esa?
Leí en voz alta en el cartel un pequeño texto debajo del poster de la película.
—Dicen que a lo largo del infinito tenemos varias vidas —le dije, intentando sonar profundo, Jake giró para mirarme—. Del nacimiento a la muerte interpretas a un personaje. Tras la muerte vuelves a nacer, sin recuerdos de tu vida pasada. Existe la idea errónea de que las almas gemelas tienen todo que ver con el amor. Esto no es cierto. Las almas gemelas no siempre tienen que ver con una conexión romántica. Puede ser tu padre, tu madre, tu hermano, una amiga. Volver a vernos cuenta tres historias entrelazadas. Son las mismas almas gemelas, viviendo tres vidas distintas. Una hermosa reflexión sobre lo que es el destino, el amor y la vida. Trágica pero conmovedora...
Nos miramos, pensativos. Jake observó el poster. Varios ojos, en una sola imagen, debajo del título escrito a mano.
—¿Cuál?
—No sé.
—Tenemos comedia romántica que da vergüenza —señalé el poster malo de una de las salas— o película que quizás nos haga llorar —luego le mostré el texto.
—No lloro yo.
—Claro que no —me pegó en el hombro, molesto.
—La segunda.
—¿La segunda?
—Aja.
Como si fuera un reto asentimos, sin dejar de vernos. Compramos las dos entradas y nos llevaron hasta la tercera sala. Entramos de forma sigilosa, y el hombre nos llevó hasta la fila de más arriba. Solo había un par de personas más, comiendo de forma ruidosa. La sala de cine era pequeña y oscura, con solo unas cuantas filas de asientos y una pantalla en la pared. Olía a palomitas viejas y el único ruido era el del proyector. Nos sentamos, dejando los bolsos en el suelo, en nuestros pies.
Jake sonreía al igual que yo, emocionado por esa nueva experiencia. La película comenzó con una escena de una ciudad y una voz que hablaba sobre las almas gemelas. Me acomodé contra el asiento y miré de reojo a Jake. La luz se proyectaba en su rostro y parecía concentrado. Estiré mi mano de forma torpe y tímida hasta la suya. Él apretó los labios, pero no movió su mano. Agarré su dedo y volví a mirar la pantalla. Sonreí en grande.
HOLAAAA!!!
Les traigo un capitulo BIEN LARGO, donde ocurren muchas cosas pq ya no queria seguir cortando capitulos quiero terminar este actoooo AAAAAAA 💗🌼
COMO ESTAN? Espero que bien Y SI NO ESTAN BIEN LES MANDO UN ABRAZOOO.
EN NOTICIAS DE LA SEMANAAAAAAAAA 🥺
CONOCI A CATAAAAAAAAAAAAAAA EL FIN DE SEMANAAA PASADO 😭💗🩹😭🌠🩹😭💗🦋
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Q EMOCIONNNNNNNNNNNNNNN 😭😭💗🩹🩹
Fue muy hermoso la verdad, hicimos de todo, fuimos a un cafe, leímos libros, conoci a su familia ella a la mía FUE MUY HERMOSO ESTOY MUY FELIZ AAAAAAAA
Si me siguen en ig seguro vieron las fotitos q subi pero nada Cata te amo mucho espero q seas mi amiga para siempre (pero no el siempre de Cerati, el siempre de la eternidad).
Y OTRAS NOTICIASSSSS... 🥳🎉
FALTA AUUUN
MUUUUCHOOOOO
MUUUCHOOOO
Pero ya tengo pensando el siguiente proyecto AAAAAAA
Y SE CONECTA CON ESTE !!!!!
Quizaaaas más adelante hable más pero por ahora shhh
Pienso comenzarlo cuando termine este asi que paciencia, paciencia (?
¿LES GUSTÓ? 💗🎉
¿MOMENTO, DIALOGO, REFLEXION QUE LES GUSTARA? 🌠🦋
¿SE IMAGINABAN QUE MOON NO SE LLAMABA MOON? 💗🌠 a ver como creen que se llama legalmente...
¿LES DA MIEDO VOTAR?...
¿Fueron en metro/subte alguna vez? ¿Saben como funciona?
¿Su ciudad es grande o pequeña? ¿Viven en el centro o afuera? 🥳🌷
¿QUE COMPRÓ JAKE EN EL KIOSCO? JSKAJSASJASNAKSA
AAAAAAAA que opinamos sobre lo que dijo Jake del (paréntesis) en sus vidas?? el ultimo romántico (??
¿Son como Jake que dice las cosas de forma directa o como Moon que prefiere suavizarlas?
¿QUE PELI HUBIERAN VISTO USTEDES? JSKSJASKJA Moon queria ver la otra nomas pq el hombre del poster era lindo 😔🌟
¿QUIEREN ESCUCHARLOS CHARLAR SOBRE LO QUE OPINARON DE LA PELICULA EN EL SIGUIENTE CAPITULO? 🌼💝
¿LES DIVIERTE, LES GUSTA?<3
¿QUE PIENSAN QUE VAYA A PASAR EN EL VIAAAAJEEEE?
Gracias mujer con hijo por salvar a nuestros boludos 🛐💗
Y como dice Jake, puede ser ilegal, pero no es inmoral robarle a empresas millonarias, besos 😝🦋🌠
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