Capítulo cuarenta y cinco: Todos los secretos de la Luna que no mueren callados
Hace muchos, muchos años.
Moon Hikari
Lo decidí una mañana helada, acostado en mi cama y mirando a mi hermano dormir, con la boca abierta y babeando la almohada. Iba a decirle a mi tío.
Desperté y una idea pasó por mi mente. ¿Qué pasa si muero y nadie lo sabe? Si moría con ese secreto guardado entonces significaba que había vivido solo, porque nadie jamás iba a conocer lo que verdaderamente era Moon. Lo que era yo.
Y me aterraba la soledad. Incluso luego de la muerte.
No sé en qué momento junté la valentía necesaria, o si fue más un acto sin pensar. Tal vez tuve una crisis y en vez de llorar la afronté como un adulto. Me tembló el cuerpo todo el día y no podía respirar. Hubo momentos en los que me tuve que esconder en el baño, sentarme en el suelo y pensar. Mi mente me decía una y otra vez que esto iba a terminar mal. Mal. Mal.
Odiaba no saber qué hacer. Sentir que no tengo la posibilidad de mirar al futuro. Como estar en un barco, navegando solo en un enorme mar donde no se puede ver qué hay adelante. Tal vez haya tierra firme, pero probablemente solo me encuentre con una tormenta enorme.
—¿Estás bien, Moon? —me preguntó Tami, poniendo su mano sobre mi hombro.
Abrí los ojos y quise llorar, porque no sabía si estaba bien, pero en cambio solo sonreí. La mueca parecía más triste que otra cosa. Como una mala actuación.
—¿Seguro? Te ves pálido.
—Estoy bien, —la interrumpí, y Tami frunció el ceño sin creerme—, bueno, quizás si estoy medio mal.
—¿Te duele algo?
—No, no. Mal de... como mal de triste.
Tami se alertó y volvió a poner su mano sobre mi hombro.
—¿Qué pasó?
Y no lo aguanté. Puse un puchero como el de los niños chiquitos y sollocé en voz baja. Intenté taparme el rostro.
—Mi vida... —murmuró Tami, mirándome.
—Perdón, perdón. No quería ponerme así.
Recordé la voz de Jake, que molesto me decía que no debía pedir disculpas por cualquier tontería y mucho menos por tonterías de las que yo no era responsable y respiré despacio.
—No pasa nada, de verdad —Tami me sonrió, con cariño—, ¿Quieres contarme?
Me encogí de hombros y Tami me extendió unos pañuelos descartables que había agarrado de la mesada de la cocina. Los tomé con cuidado y me soné los mocos.
—Me da miedo, Tami. Me da mucho miedo quedarme solo.
Solo. Solo. Solo.
—Ay, no te vas a quedar solo nunca, Moon. Tienes a tu tío, a tu hermano y me tienes a mi también —usó un tono dulce, supongo que uno maternal, aunque nunca había escuchado a una mamá consolar a nadie.
—¿Y si me dejan de querer? —pregunté, en un susurro que deseé, se perdiera en el aire.
Cerré los ojos y me volví a limpiar los mocos con el pañuelo de papel. Tami abrió en grande la boca, tal vez confundida, sin saber qué más decir.
—Moon, escúchame —la miré, con el labio inferior temblando—. Tu tío jamás va a dejar de quererte —sonrió un poco, de lado—, jamás. El amor es incondicional. No pienses esas cosas. No tienes por qué pensarlas.
Junté aire para dejar de llorar, apoyándome en la mesada. Tami tenía un maquillaje violeta ese día, de tonos brillantes. Me volvió a acariciar el hombro y yo le sonreí.
—¿Pasó algo? ¿Algo que te tiene triste?
—Es muy difícil.
No van a entenderlo. No van a entenderlo.
—Cuéntame.
¿Tenía que hacerlo? ¿Quería hacerlo? Observé a Tami y su sonrisa me dio confianza. Y no lo pensé demasiado, apreté la mano y el pañuelo se rompió.
—¿Recuerdas el primer día qué viniste? Me dijiste que ya iba a enamorarme, cuando creciera.
Amor, amor, amor. Amor, amor, amor, amor.
—Sí, lo recuerdo.
—Y que nunca le pida matrimonio a una mujer frente a su familia... —mi corazón latía, rápido, muy rápido, iba a vomitar.
Bajé la mirada y comencé a hablar, pero tan bajito qué tal vez Tami no lo escuchó, me mezclé entre letras y mi boca temblaba.
—Yo no dije mujer, Moon. Dije que cuando le pidas matrimonio a alguien, no lo hagas así.
Hizo énfasis en esa palabra, como si hubiera entendido todo en un segundo. Como si en ese instante hubiera comprendido lo que por dieciséis años intenté entender yo. Me detuve, me quedé y volví a llorar. Muy fuerte, ruidoso. Tami me abrazó, y la abracé también, con fuerza, y ella me acarició el cabello. Calmada, serena.
—Ya está, ya está —susurró con su voz suave, cantada.
Me calmé otra vez pero no me quise separar. Me daba miedo y vergüenza que me viera. Con la cara roja y llorosa. Igual sonreí, porque sentí un peso menos. La sensación de no tener más un dolor que ni siquiera sabías que tenias. Que solo notas cuando desaparece. Cuando ya no está. Cuando desapareció.
—¿Estás mejor ahora?
Asentí despacio. Me había preparado para tantas reacciones. Tantas y ninguna era esa.
—No se que decir —dije, sin soltarla.
—Quiero decirte algo yo entonces. Existen muchas personas malas. Siempre van a existir. A donde sea que vayas, aquí, Japón o un pueblito en medio de la nada. No se por que están, no se por que se crean, pero hasta en el mejor lugar del mundo hay gente mala —me limpié otra vez el rostro y sentí mis ojos arder, iba a volver a llorar—. Pero también existen personas buenas. Y te puedo asegurar que incluso hay más de esas que de las malas.
Apreté su brazo con fuerza, cuál bebé que para caminar necesita sostenerse.
—Lo importante es estar con gente que te quiere. O mejor dicho, con gente que te hace bien, porque si alguien dice que te quiere pero no te hace bien, entonces no vale la pena.
Volví a sonreír, y oculté mi boca con los pañuelos, porque estaba hecho un desastre. Tami soltó una risa dulce y me acarició el cabello. Shh, me susurró, ya está. Y yo de verdad sentí que ya estaba. Que ahí, ya estaba.
En el siguiente silencio miro la mesa.
—Takeo me contó que cuando eras niño, volvías golpeado de...
—Sí.
Mi respuesta pareció dolerle, como un golpe en el rostro. Lo disimulo, lo hizo muy bien, tan bien que casi me lo hubiera creído.
—Pero ahora estoy bien.
—¿Estás bien?
—Sí —respondí muy seguro.
Tami respiró más tranquila, sonriendo un poco de costado.
—Y cuéntame más entonces.
—¿Más?
—¿Ya estuviste con un chico? Si no quieres no me respondas, eh.
Me volví a sonrojar. Esa situación era rara, muy rara. Nunca hubiera pensado estar hablando sobre chicos junto a la novia de mi tío, en la cantina en donde trabajaba.
Y un solo rostro vino a mi cabeza. Jake. Jake Williams.
Y sus besos, y sus manos. Y su sonrisa cuando yo hacía algo que le gustaba, esa que intentaba ocultar pero que se veía de todas formas. Y cuando cerraba los ojos y me decía sí. Cuando mostraba esa parte vulnerable de la que creo, nunca le mostró a nadie más. Y yo me sentía bien, porque me veía capaz de cuidar eso, de hacer lo que él quería sabiendo que nunca iba a pasar el límite.
Porque con Jake eso era fácil. Nunca supe bien cuando iba a poder ofenderse o sentirse humillado, por eso todo era despacio. Porque a él le gustaba cuando lo tomaba de las manos con fuerza y lo dejaba sin poder moverse. Él sabía que podía moverse, que podía irse si quería. Y que yo iba a dejar que se fuera.
Pero no se iba, porque le gustaba eso. Y me lo dijo una vez, borracho y acostado en el suelo de su casa. Que se sentía bien dejar que yo hiciera con él lo que quisiera. Que era como no tener un peso en la espalda. Claro que luego nunca se acordó que dijo eso. Y yo nunca se lo recordé. Nunca nos recordamos las cosas que dijimos borrachos, aunque fueses las más reales.
—Sí —le respondí.
—Ah —una sonrisita se dibujó en su rostro— ¿Me quieres contar?
—Es uno solo.
—¿Es? ¿Quieres decir que aun...?
—Sí, y desde hace mucho tiempo. Mucho de verdad.
Años. Años. Desde mis trece, cuando nos vimos en el baldío hasta ese momento, mis dieciséis.
—¿Puedo saber su nombre? —preguntó, en un susurro divertido.
No sabía si decírselo o no. No creía que Tami quisiera descubrir realmente quién era. Pero me sentía un traicionero.
Traicionar la confianza de Jake. Aunque él nunca fuera a enterarse. Porque no había forma de que se enterara.
No le digas de esto a... nadie.
Pero al mismo tiempo quise decírselo, lo quise hacer. Y pensé a la mierda, voy a hacer lo que quiero, porque siempre hago lo que otros quieren. Siempre acepto tener la culpa y la responsabilidad.
Porque ellos tienen razón. Negué despacio con la cabeza.
—No lo sé.
Jake, Jake, Jake. Jake. Jake. Jake.
Mi sonrojo ya no se iba, pero no me importaba. Estaba feliz, tan feliz. Feliz. Feliz.
—¿Y cuantos años tiene?
—Tiene mi edad. Solo unos meses más.
Tami dejó escapar otro suspiro de calma. Me reí por eso. Por un momento me imaginé lo que pasaría si Jake fuera un señor de cincuenta años, casado y con hijos. No, no me gustaría.
—¿Y cómo es?
¿Cómo es?
No creo que existan palabras suficientes para describir a Jake. Podría intentar improvisar, pero me quedaría sin aire. Y no creo poder llegar a todas sus partes, porque incluso hay algunas que desconozco. Es como un pozo, tan profundo que da miedo mirar, pero al mismo tiempo la curiosidad te hace creer, tontamente, que algún día vas a lograr llegar al fondo.
Jake también es como el fuego, que algunas veces quema, pero que normalmente se siente cálido. Es eso, colores cálidos. El naranja y el amarillo, un atardecer caluroso, una tardecita de verano. Es de estatura promedio, tal vez un metro setenta y poco, no lo sé. Tiene el cabello castaño claro, que a la luz del sol se ve medio rubio, pero sus cejas son super oscuras. Tiene una cicatriz, justo ahí, en la ceja derecha. Un lunar bajo la barbilla y otro en su cuello. Luce como cualquier varón luce. Nada único, ni demasiado hermoso para ser modelo ni tan feo para que nadie lo mire. Sus ojos marrones parecen siempre juzgar, pero creo que en el fondo es porque le gusta observar y no se da cuenta que a veces, una mirada fija puede ser algo incómoda. A mi me gusta que me mire de todas formas.
Su voz es grave y rasposa porque fuma muchísimo y algunas veces se le quiebra al hablar y es divertido, pero a él no le causa gracia. Y su acento me gusta, cuando se come las ese y pronuncia mal las ere, como Izari diciendo pegro.
Sus dientes son chuecos, solo un poco, pero su sonrisa es hermosa. Es una sonrisa genuina, la más genuina que vi en mi vida, porque Jake no gasta su tiempo ni en pronunciar la ese ni en hacer sonrisas falsas. Sus ojos se hacen pequeñitos y todo su rostro se frunce cuando algo le da risa pero no quiere aceptarlo.
Y es grande, de brazos anchos que cuando veo me dan ganas de besar y besar y besar. Y es gracioso, en realidad es muy divertido y dice cosas que dan risa. Su risa. Su risa. Nasal, sin mucho ruido pero tan simpática que me hace querer rogarle para que ría más y sonría más. Pero al mismo tiempo no quiero, porque me gusta ser el único que tiene sus sonrisas y sus risas y ser dueño de eso, de esa llave a esa puerta que da a su risa y su sonrisa. Si él riera y sonriera más ya habría enamorado a todo el mundo y yo no quiero eso.
Huele siempre a sudor porque no usa perfume y solo a veces cuando tiene un aroma raro se puede notar que es desodorante. Sus manos son ásperas y nunca las toqué directamente con mis manos pero las vi, muchas veces y las sentí muchas veces contra mi piel.
Siempre las tiene sucias, como sus zapatos o su cara, con tierra. Su tez es más bronceada que la mía, más morena. Se quema rápido. Jake siempre tiene los hombros rojos y me dan ganas de estirar la mano y sacarle esa capa fina de piel muerta. Y quiero besarlo mucho, porque besa bien, aunque nunca besé a nadie más. Sus besos, con sabor a cerveza y con olor a humo tienen un encanto, algo lindo, algo que no quiero perder. Que me gusta. Como su nariz, que tiene una forma rara y que creo que se le dice nariz romana. Siempre se la rasca cuando no sabe qué decir y por eso está lastimada, roja, irritada. Y me hace acordar al verano, pero cuando llega el frío se pone mucha ropa porque odia helarse, lo detesta.
Por eso tiene camperas viejas y rotas que sigue usando por encima de sus remeras para abrigarse. Y yo le sopló en el rostro y él cierra sus ojos y veo sus pestañas, cortas y oscuras. Y luego me toma del cabello y susurrando me dice Moon, Moon, Moon. Tiene solo un tatuaje que le hice yo, mi inicial, oculta debajo del pantalón y tiene muchas cicatrices, por todos lados y algunas ni recuerda cómo se las hizo. Jake Williams, que odia ese Williams por eso solo le digo Jake. Jake. Jake. Jake. Jake.
—Es bueno —respondí finalmente.
—¿Y te hace bien?
—Sí —ni siquiera pensé la respuesta.
Tami suavizó su sonrisa, cariñosa.
—Es Jake ¿verdad?
Se me escapó una risa, acompañada de lágrimas contentas. Asentí varias veces, porque ya no tenía sentido mentir. Tami me limpió los mocos con la mano, riendo.
—¿Es t-tan obvio?
—No, solo para las que tenemos buen ojo —y se señaló a sí misma—. De todas formas él es bastante más obvio que tú.
—¿De verdad? —pregunté, sorprendido.
—Ay, sí, la próxima dile que no te mire tanto.
Eso me dio cosquillas en el estómago.
—Pero tú tampoco te quedas atrás —reí nervioso—, mi amigo esto, mi amigo aquello, ningún varón sonríe así por su amigo —y me agarró el mentón, riendo.
—Estoy muy muy muy feliz —le dije, volviendo a llorar cual niño que ya no sabe por qué lo hace, pero no puede detenerse.
Tami soltó una risa enternecida, apretándome más fuerte.
Pasaron días, no sé cuántos, perdí la cuenta porque cada día que pasaba se sentía eterno. Iba a dormirme y observaba el techo pensando mañana será. Y mañana no era. Me dolía el estómago y esa sensación de ansiedad me lastimaba. La de no saber, la de esperar. La de tener que ser yo quien decida cuando.
Mañana será. Y lo mismo repetía esa noche. Mañana será. Lo mismo repetía esa noche. Mañana será. Lo mismo, lo mismo, lo mismo, lo mismo.
Miraba a mi tío, en la esquina y daba un paso torpe intentando acercarme. Ahora es, pensaba. Y no era, porque daba otro paso atrás y volvía a la cocina. Las palabras estaban ahí, atoradas en mi garganta. Ardiendo, dándome ganas de vomitar.
No sabía si había un buen momento, un buen lugar o una buena forma de empezar. De tanto pensarlo comencé a encontrarle problemas ¿Qué pasaba si...? Una pregunta que me perseguía como un animal salvaje que quiere atraparme y devorarme.
¿Cómo lo digo? ¿Cuándo? ¿Con qué palabras? Tío, solo tengo que decir tío, llamarlo, que se voltee, decirle, decirle.
Tío. Tío. Tío.
—Tío —se me escapó, tal vez por la cantidad de veces que pensé esa palabra.
Mi tío estaba sentado en la mesita de la cocina, viendo la televisión. Una novela en japonés, de actuaciones exageradas y una historia larga. Tenía una pierna sobre la silla y la cabeza apoyada ahí. La luz de la cocina estaba encendida.
—Hola Moon.
Me senté frente a él, con mi taza de té. Él siguió viendo el programa bastante concentrado. Yo bebí un poco de té mirando la televisión. Era la escena de una pelea entre dos mujeres adultas, a gritos, enojadas. Podía seguir de largo, podía fingir que solo fue un saludo. Como un hola, nada más. Abrí la boca pero no salieron palabras. Quería llorar.
Mañana será, pensé, muy bajito. No, dije luego, como retándome a mi mismo.
—¿Podemos hablar?
—Sí ¿Qué pasa?
Bajó la mirada y me observó, sereno. Mi corazón empezó a latir, ansioso. Y me temblaban las manos, tanto que dolían. Tomé aire. Intenté recordar a Tami.
—Tío —repetí.
Dejé un silencio, donde él sonrió un poco, confundido.
—Sí, dime.
—¿Tú me quieres, verdad?
Frunció el ceño, encogiéndose de hombros. Bajó el volumen de la televisión, volviendo más seria aquella charla.
—Claro que lo hago.
—¿Y me vas a querer siempre?
El amor es incondicional, había dicho Tami.
—¿Como?
—Solo respóndeme.
Mi tío no respondió nada. Bajó la pierna y se sentó más recto en la silla, mirándome.
—Y sí, te voy a querer siempre. Pero eso no quiere decir que te defienda...
No escuché las palabras, no estaba prestando suficiente atención.
—¿Como?
—Eso, Moon. Que si matas a alguien te voy a seguir queriendo, pero no significaba que te defienda ¿Pero no mataste a nadie, verdad?
Tuvo cierta gracia el comentario, pero yo no me pude reír y él lo interpretó mal, poniendo una cara confundida. Se tensó el ambiente.
—No, no, no maté a nadie.
Soltó un suspiro, relajando sus hombros. Negó con la cabeza, volviendo a mirar el televisor. Yo miré mi té, oscuro. Ninguno dijo nada. Mis piernas querían levantarse e irse, pero al mismo tiempo estaba pegado a la silla.
—¿Qué pasa? ¿Qué hiciste?
—No, no es sobre algo que hice.
—¿Entonces?
—Es sobre algo que no hago. O sea, lo hago, sí, supongo que sí, pero distinto.
Otra vez, su rostro era de confusión. Yo tampoco estaba sabiendo explicarme. Me trabé al hablar e intenté juntar aire. Bajé la mirada. No podía llorar, no podía.
—Estás muy nervioso, Moon ¿Es algo malo?
—No.
—¿Es algo por lo que me podría enojar?
—Quizás.
—Dime, vamos.
Su tono fue más serio. Entendió que el asunto era importante. Revolví mi té con una cucharita, viendo el remolino que se generaba en el centro. Y de repente la conversación tuvo un cambio de idioma. Incómodo, porque algunas palabras las pronunciaba en japonés de forma trabada y otras no, pero mi tío logró entenderme.
—Las personas... se enamoran de personas ¿No? —mi tío estaba por abrir la boca, pero lo interrumpí— ¡No hay ninguna embarazada! No es sobre eso. No todo es sobre eso.
—No estoy entendiendo.
—Lo que quiero decir es que las personas... se enamoran de personas que son distintas a ellas, sí, eso. O sea que no son iguales a ellas. Que son contrarias a ellas.
—¿Estás enamorado?
Lo dijo en tono bajo, como si fuera un secreto. Una sonrisa escapó de sus labios, confundida. Enamorado. Enamorado.
—Sí, o sea, quiero decir no, no es eso... —suspiré, tirando la cabeza hacia atrás.
—Solo dilo y ya.
—Que las personas salen románticamente con personas contrarias a ellas, no que son iguales a ellas.
—¿Quiénes son las personas?
—¡La gente, la gente en general, tio! Las personas, tu, Tami, los vecinos, no sé, la gente.
Él soltó una risa incómoda, encogiéndose de hombros otra vez.
—Estoy muy perdido.
—Y yo no sé cómo decírtelo —susurré, quedando sin voz al final de la frase.
—¿Decirme qué, Moon?
—¡Que me gustan los hombres!
Lo grité. Lo grité tan alto que seguro hasta mi vecina lo escuchó y tras hacerlo me puse completamente rojo. Me temblaba la mano, mucho, tanto que estaba por tirar el té.
Mi tío quedó callado y tardó casi siete segundos en entender la frase y reaccionar, abriendo la boca sin decir nada.
—¿Qué? —preguntó.
¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? ¿Como que? Todo mi mundo se congeló en el instante en el que mi tío dijo ¿que?
—¿Como? —le pregunté a modo de respuesta.
—No entiendo.
—No es tan... —auch, auch, auch, auch, auch— difícil de entender.
—¿Es un chiste, Moon?
Lloré en el momento en que él dijo eso. No lucía enojado. Parecía decepcionado y eso fue lo que más me dolió. La decepción. Sus ojos tristes, cansados, su boca entreabierta. Su expresión de nada y de todo.
—No, no es un chiste —otro silencio, y lo miré directo a los ojos—. Di algo. Dime algo, por favor. Por favor.
—No se que decir, Moon. Yo no... o sea lo esperaba, pero no creí que...
—¿Cómo lo esperabas? —lo interrumpí.
—Eso. Eso, Moon, lo sabía ya.
Eso me hizo llorar más, tal vez fue porque me di cuenta que jamás supe ocultarlo bien y eso me enojó conmigo mismo o quizás me enojé con él, porque mi tío lo sabía y aun así me hizo creer que estaba solo. Pero lo que dijo luego me rompió.
—Solo no quería que fuese real.
—Perdón, perdón, perdón —murmuré, una y otra vez, como un disco rayado.
Perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón.
—No, no, bobo, deja de llorar. Deja de llorar —estiró su mano, con la intención de acariciarme y yo sólo tiré mi cabeza hacia atrás, en un gesto instintivo.
Nos miramos luego de eso. Sus ojos estaban rojos. Mi tío nunca fue de muchas palabras. Nunca fue de decir mucho. Pero con esa mirada me contó un montón de cosas.
—Te decepcioné, ¿verdad? ¿Es eso? ¿Estás enojado? ¿Te enojaste? —lo pregunté sin esperar respuesta, tapándome el rostro y sin dejar de llorar.
—No, Moon, no, no es eso.
Estaba hablando en japonés, otra vez. Siempre hacía eso cuando estaba nervioso. Soltó un suspiro y se levantó de la silla. Caminó hasta quedar a mi lado y se agachó, para quedar a mi altura. Lo miré, intentando dejar de llorar. Estiró su brazo y despacio acomodó un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, para verme directo al rostro.
—Lo sabía ya. Desde siempre. Tan tonto no soy, Moon.
—Pero no querías que fuera real. Porque te da asco ¿verdad?
—No —dijo, casi como un rezongo, pero con un tono dulce, paternal, que me afectó más en ese terremoto de sentimientos—, yo solo quiero que estes bien, Moon. Es lo único que yo quiero. Que seas feliz. Que estes bien.
—Puedo ser feliz...
Ambos sabíamos que eso era un poco una mentira, pero ninguno dijo nada.
—No llores —y con su mano me limpió las mejillas, como cuando era un niño pequeño— ¿te cuento algo?
Asentí con la cabeza, juntando aire por la nariz.
—Cuando naciste yo tenía doce apenas. Era pequeño y lo primero qué pasó por mi mente cuando tu padre me contó que tu mamá estaba embarazada fue enojarme —soltó una risa nasal— ¿sabes por qué? Me daban celos. Mi hermano, quien era todo en mi vida, ahora iba a tener otra persona más importante, su hijo. Un hermano no puede hacerle competencia a un hijo.
Me dio ternura y extrañeza a la vez imaginar a mi tío, ese adulto, que en realidad ni siquiera tenía treinta, siendo un niño. Un niño celoso porque iba a dejar de ser el favorito de su hermano. Le apreté la mano, en un gesto cariñoso y él aceptó, haciendo lo mismo.
—Pero cuando naciste y te vi por primera vez yo solo... —puso un puchero, ese gesto que uno hace para intentar no llorar— no te haces una idea lo mucho que te quiero, Moon.
—Y yo a ti.
Me tiré hacia él, de forma torpe. Él me abrazó, con fuerza, como si no quisiera soltarme nunca más. Y yo no quería que me soltara nunca más. Porque en todos lados las cosas podían estar mal pero ahí, ahí al menos estaba bien. Ahí iba a estar bien. Quise por un segundo, que todo el mundo fuese eso.
—Si hubiera sabido que ibas a decir eso te lo hubiera dicho mucho mucho antes, tío —murmuré, escondiendo mi rostro en su cuello.
—No se si antes hubiera dicho esto, Moon —confesó avergonzado y acarició mi cabello de forma suave.
—Bueno, no importa. No importa.
Lo repetí varias veces, apretando más el agarre.
—Perdón, Moon.
Perdón. Perdón. Mi tío siempre se disculpaba.
—¿Por qué? ¿Por qué te disculpas?
—Por no haber podido hacer nada cuando estabas mal.
—No es tu culpa, tío.
Él suspiró, calmando su respiración.
—Lo sé. Pero aun así no hice nada. No te pude cuidar.
No le dije nada, no sabia que contestar. A los minutos el abrazo se cortó, despacio. Mi tío me acarició el rostro, sonrió de lado y se limpió los ojos enrojecidos.
—¿Quieres un té?
—Sí, gracias.
Tomamos té en la sala. Yo apoyé mi cabeza en sus piernas y él acarició mi cabello de forma cariñosa. Pocas veces teníamos esa cercanía. Y a medida que yo crecía pasaba menos veces. Él hasta lucía un poco confundido, como si no supiera como se hacía eso.
Me contó por primera vez como había sido la primera vez que le gustó alguien. Una compañera bajita y pecosa. Con el rostro colorado incluso narró la anécdota de cuando trabajó todo un día para comprarle chocolates a una vecina con quien se dio un beso en una esquina, durante la noche. De cómo su padre no lo dejaba salir luego de las ocho y mi papá lo ayudaba a escapar para visitar a su novia. No le conté de Jake porque creí que no era el momento, solo lo escuché. Nunca había hablado tanto.
—Aunque siempre fui muy tímido —contó, sonriendo un poco—. Tu papá era más de hablar con las chicas y por eso siempre tenía novias. Me contaba sus historias cuando volvía a casa y siempre me daba vergüenza escucharlo.
Sonreí, sabiendo que se venía una historia sobre mi papá Bajó la cabeza para mirarme
—Tu papá era un desvergonzado y para nuestra familia era muy chocante eso. Siempre se peleaba con tu abuelo. Y con tu abuela ni hablar, se la pasaba tirándole de la oreja para que se callara —se mordió el labio, divertido—. Maldecía todo el tiempo, usaba palabras que en casa estaban prohibidas, se iba muy tarde, no volvía hasta pasados unos días, se escapaba dos por tres y tu abuelo tenía que salir a buscarlo. Corría en moto también.
—¿De verdad?
—Sí. Pero era un buen hermano. Y en el fondo un buen hijo. Era el favorito de tus abuelos, aunque se la pasaran diciendo que era desastroso.
—¿Cómo sabes eso?
—Siempre se notó —bajó el tono de voz, con algo de nostalgia—. Pero bueno, yo nunca destaqué tanto y siempre estuve detrás de Kai. Incluso de vez en cuando arreglando las cosas que hacía para que papá y mamá no se dieran cuenta.
El hecho de que llamara a papá por su nombre y no como tu papá, o que dijera mamá y papá en lugar de tus abuelos me hizo sentir algo raro.
—¿Tami es tu novia, cierto? —pregunté, y él solo sonrió más, poniéndose colorado.
—Aja.
Mi sonrisa se hizo más grande, más contenta. Solté hasta una risita. Murmuré un lo sabía.
—¿Y te gustaba desde que la conociste? ¿Desde que eran chicos?
—Estas muy curioso, eh.
Me despeinó y luego bebió un poco más de té. Yo me acomodé, apoyando mi mejilla en su pierna.
—Me agrada Tami —dije, cerrando los ojos—. Te ves feliz con ella.
Sonreí, sin abrir los ojos. Él me acarició otra vez la cabeza, despacio. Me dormí con las caricias a los pocos minutos. Me dormí con el pecho llenó de una emoción infantil. Me dormí sonriendo. Me dormí tan pero tan feliz. Me dormí sin un peso en la espalda. Y nunca más lo tuve en toda mi vida. Se fue ese día y no apareció más. Si tuve otros, muchos más, pero distintos. Pero ese, haya sido lo que haya sido, no volvió. Se fue en esa caricia.
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Ese macaco soy yo leyendo sus comentarios ASJKAJSKASAJS 😭💖
BUENO. BUENO. BUENOOOOOOOOOOOOOO
DATO CURIOSO, TENIA ESTA ESCENA ESCRITA DESDE HACE MESEEEEESSS y la corregi como 60 veces pq me daba miedo JKJASKJASKJASK
COMO MOON DESCRIBE A JAAAAAAKEEEEEEEE A9US09ASIOKIS0AS09AIS0 😫🦋💗 basta.
Son. Esposos. Son. Esposos. Estan. Casados.
MOMENTO PREGUNTAS:
¿QUE PIENSAAAANNNNN? 😭🌠
¿SE ESPERABAN ESTOOO? 💗🩹
¿ESTAN FELICESSSS? 🩹💕
¿MOMENTO, DIALOGO O PENSAMIENTO QUE LES GUSTARA? 💞🌼
Amamos mucho a Takeo y Tami 💗😭
¿QUE OPINAN DE LAS REACCIONES DE AMBOS?
Ahora OFICIALMENTE toda la familia de Moon lo conocen un poquito más 😔💞🌼
Y OFICIALEMENTE TAMI Y TAKE SON PAREJITAAAA 😫🌟🦋
ADEMAS CONOCIMOS UN POCO MÁS SOBRE EL PAPÁ DE MOON e incluso su nombre 💝🥺
¿Qué piensan del desarrollo del tio? 😭🌠
¿DE TAMI? ¿LES GUSTA LA PERSONAJE? Es bastante importante en la vida de Moon ahora.
ASI QUE NADA, les doy un poco de alegría.
AY estoy feliz felizzzz
LES QUIEROOOO CHAUUU 💕🩹
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