Capítulo cincuenta y siete: Si Dios perdona la ira de la Luna
Hace muchos años.
Moon Hikari
Agarré un pedazo de cinta de papel y la corté con los dientes. La enrollé en la punta de los dedos de mi mano izquierda. Tenía cortaduras, quizás por haber intentando picar demasiado rápido alguna verdura. La cinta se manchó con sangre y suspiré. Saqué la cinta y la tiré a la basura. Vi la herida, muy pequeña y superficial. No me dolía, es más, sólo ardía un poco como una cortadura con papel.
Mi mano se había curado por completo, pero cada vez que la veía recordaba, por un instante, la imagen del espejo. Y el dolor extraño porque viene más con culpa que con otra cosa. El dolor y la vergüenza de haber hecho algo así.
Sin pensarlo y sin motivo, quizás porque tenía la mente distraída, pasé la uña por la herida y me lastimé más. Moví la mano y suspiré, enojado. Abrí el grifo y aguantándome el ardor dejé que el agua se llevara toda la sangre.
—¿Estás bien? —preguntó Tami, poniendo su mano en mi hombro.
—Sí —sonreí, fingido—, solo me corté.
Me miró y noté que no me había creído nada.
—¿Estás bien? —repitió la pregunta.
—Estoy aquí —respondí, esquivando la pregunta otra vez.
Pasó un rato, en el que nadie me preguntó nada y yo solo ordené la cocina, tarareando una canción en voz baja, hasta que escuché ruidos de la vereda de enfrente. Dejé una de las cajas en el suelo y me acerqué a la barra.
—¿Qué está pasando?
—Nada, Moon, ven... —respondió Tami, tomando mi brazo.
Yo, sin hacerle caso, seguí caminando. Allí, en la vereda mi tío discutía con un hombre. Treintañero, delgado y de rulos oscuros. Le conocía el rostro de memoria. Nos había debido dinero durante años y años y mi tío aun así lo había ayudado en cuanto pudo. Y en medio de esa crisis ese hombre estaba pidiendo una supuesta cantidad de dinero sin sentido que le había prestado una vez cuando mi tío era adolescente.
Al principio me quedé separado, dejando que mi tío se encargará, aunque no parecía saber cómo hacerlo. Solo se disculpaba una y otra vez. Se disculpaba y se disculpaba.
Perdón. Perdón. Perdón. Perdón.
Pero el hombre cada vez se acercaba más a él, contrario a la actitud de mi tío, él actuaba con esa prepotencia que me hizo apretar las manos con fuerza. En un momento estiró los brazos y lo empujó un poco. Tami me intentó parar, pero yo, sin pensarlo mucho, me acerqué. Me puse en medio de ambos.
—¿¡Que mierda te pasa?! —le grité.
Mi tío murmuró algo, pero lo ignoré. El hombre dio un paso, pero yo no retrocedí. Era un poco más alto que yo, así que subí la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Vete —dije.
Él comenzó a hablar acerca de ese dinero, acercándose cada vez más y yo llevé ambas manos a sus hombros, dándole un empujón para que se fuera hacia atrás, tirándolo hacia la calle.
—Cuando sobre la barra de la cantina este lo que nos debes, te damos lo que te debemos. Mientras tanto, vete —hablé lo más claro que pude, aunque me temblaban las manos.
—¡Son unos ladrones, unos imbéciles!
La sensación física de mis trece, con aquellos chicos golpeándome volvió a mi cuerpo. La impotencia supongo que fue. Por un segundo pensé en irme hacia atrás. En darle lo que quería para que se fuese. En bajar la cabeza como mi tío y pedir disculpas. Pero no lo hice. Inflé mi pecho con orgullo y le grité, al igual que él, no bajando el tono, subiéndolo.
—¡El único ladrón eres tú! —lo volví a empujar— ¡Te vas!
Su rostro estaba rojo, sus cejas fruncidas y gritaba tanto que yo quería llorar. No estaba yéndose y eso me enojó más. Lo empujé con tanta fuerza que casi fue un golpe y él en respuesta me empujó a mi.
"¿No vas a hacer nada? ¡Al menos intenta algo! ¡Haz algo!"
"Yo no quiero golpear a nadie. Solo quiero que me dejen en paz. Eso no va a pasar, así que ve haciéndote la idea. Eso no va a pasar. Eso no va a pasar. Eso no va a pasar."
Lo golpeé. En el rostro con una fuerza que no creí que tenía. Dicen que con la adrenalina uno hace cosas imposibles. Escuché a mi tío gritar, a Tami gritar, a todo el mundo gritar. Él me devolvió el golpe y me tomó del pelo. No sabía pelear. Ni idea como no lloré o no me congelé de dolor porque el tipo golpeaba fuerte. Fue torpe. Fue desordenada. Una pelea sin sentido porque él tampoco parecía alguien que supiera. Y como las peleas sin sentido, fue él quien se terminó yendo, molesto, gritando y mareado como un borracho de la noche. Tami se acercó hacia mí y me agarró el brazo, obligándome a entrar otra vez a la cantina. Me senté sobre uno de los bancos y con una expresión seria me observó el rostro. No me dolía, estaba demasiado asustado para que me doliera.
—Moon —escuché a mi tío.
Giré a mirarlo, pero Tami volvió a tomarme el rostro, con fuerza para que la mirara. Me dolía.
—¡Esa no es la forma! —siguió hablando.
—¿¡Entonces cuál es, tío?! ¡Quedarte callado! ¿Qué te golpeen?! ¡Es un imbécil!
Y me di cuenta en ese momento, o al menos fue el comienzo de empezar a darme cuenta, que esa era la forma de mi tío. Quedarse callado y que lo golpeen. Y que por eso, quizás, esa había sido un poco mi forma durante muchos años.
"Pídele disculpas, por favor, tenía ocho", él veinte, me había gritado un señor solo por jugar a la pelota frente a su casa.
"Discúlpate con la vecina, ve adentro y busca dinero de mi cuarto para dárselo", tenía diez, él veintidós, la señora supuestamente me había visto robarle algo. Era mentira.
"Tu papá no va a venir hoy, Moon, pero es que está haciendo algo, no te enojes con él ¿sí? cuando vuelva le cocinamos algo así mañana se queda", tenía seis, él dieciocho. Yo lloraba porque papá se había ido de casa. Dos días estuvo afuera.
"Tu hermano es pequeño, por eso te mordió, pero no lo hizo queriendo", tenía once, él veintitrés, había cuidado a Iza toda la tarde y me había mordido por un capricho.
"Si te pegan no pegues de vuelta, Moon, es peligroso."
"Si te gritan algo no contestes."
Apreté mis manos con fuerza, no enojado con él. No podría enojarme con mi tío nunca. Enojado con el mundo. Con lo malo del mundo.
"Te dijeron cosas feas, tío ¿por que no les dices nada?", Era pequeño, quizás siete años, así que era uno de esos recuerdos que pensé que había olvidado, pero recordé en ese momento justo, en la cantina, con mi tío en frente. Nos habían dicho cosas horribles en la calle y él no había hecho nada.
"Porque ellos tienen razón, Moon", mi tío comenzó a ordenar las cosas, sin mirarme a los ojos.
"¿Qué?"
"Que tienen razón, Moon. No puedo decirles nada."
"Ellos tienen razón. Ellos tienen razón. Ellos tienen razón."
—¡A la mierda con eso! ¡Que tu tengas una forma sumisa de actuar no quiere decir que yo la tenga también! —grité, perdiendo el temple— ¡Nunca dices nada, nunca haces nada!
Me enojaba saber que él estaba mal por culpa de eso. Pero me molestaba también saber que yo había estado mal tanto tiempo por soportar. Siempre era soportar. Era callar. Era no hacer. Era bajar la cabeza. Por eso no había hecho nada con los chicos que me molestaban. Por eso, aunque me doliera aceptarlo, no había mandando a la mierda a Jake el primer día. Quizás Jake terminó bien, quizás no mándalo a la mierda fue la forma de conocerlo mejor. Pero como Jake fue algo bueno, otras cosas no lo fueron.
—Deja de gritar —dijo, con seriedad.
—¿Y qué vas a hacer si vuelve, eh? ¿Vas a darle el dinero?
—Moon, nosotros nos vamos a encargar de eso —intervino Tami, intentando terminar la pelea.
—Parece que no están sabiendo cómo hacerlo.
—¡Moon! No respondas así.
—¡No eres mi padre, Takeo, no me puedes decir qué hacer!
Vi pasar frente a mis ojos todos los años de mi vida y en casi cada recuerdo estaba él. Y me sentí culpable. Y odié sentirme culpable. Y odié hacerlo sentir mal. Y tenía tanto enojo que no sabia que hacer. Enojo. Enojo. Enojo. Tami quedó callada y mi tío solo me observó, con seriedad.
—Vete —dijo.
—¿Qué?
Mi pecho subía y bajaba, con molestia.
—Que te vayas. Cálmate y vuelve cuando estés mejor —se cruzó de brazos—, no se que mierda te pasa, Moon, pero tu no eres así. Primero la locura del baño, luego te pasas días sin hablar, te vas, contestas mal...
—¿Qué mierda me pasa? —me levanté, y Tami dio un paso atrás—. Te digo, si quieres. Me pasa que me tengo que ir, eso me pasa.
—Ya hablamos de esto...
—Sí, sí, que es lo que hay que hacer, que es para que estemos mejor, ya entendí todo eso, Takeo. Tu eres el que no entiende. Ese es el problema. Que en realidad, no entiendes. No entendiste antes, no entiendes ahora y haces de cuenta.
Mi tío pasó ambas manos por su rostro y Tami se mantuvo al margen, mirando afuera de la cantina y fingiendo no escuchar.
—¿Entender que? —dijo él y luego murmuró cosas que no entendí en japonés, como un regaño— ¡Estás siendo dramático! ¡No vas a mudarte de país, Moon!
—¡Pero voy a perderlo! —grité, sin pensar.
—¿¡Perder que?! —pocas veces había escuchado a mi tío gritar.
Me congelé ante el grito y ante la pregunta. Mi tío volvió a tomar aire para tranquilizarse. No dije nada. No tenía ganas de decir nada. Estaba enojado.
—Vete, vete y cálmate.
Jake no se disculpó pero yo tampoco lo hice y como ninguno lo hizo, nos vimos e hicimos de cuenta que nada había pasado. Solo caminamos hasta la laguna sin mirarnos. Sin hablar. Fue Jake quien rompió el silencio, murmurando.
—Así que ahora te metes en peleas.
—No.
—¿Entonces? Dudo que tu tío te pegara así.
—Mi tío no me pega.
Quizás fue un reproche, quizás quise hacerlo sentir mal porque a él si le pegaban, quizás me ofendió (aunque estuviera enojado con mi tío) que Jake pensara que él era capaz de eso. Guardé las manos en mis bolsillos. Me dolían, incluso luego de que Tami me ayudara a curarlas. Sentados en la sala de mi casa, me miró y dijo "entiéndelo, él también está nervioso", le contesté "pasé toda mi vida entendiéndolo" y se quedó callada.
—Solo me peleé con un tipo por una estupidez. Solo eso.
No me gustaba pelear. Lo odiaba, en realidad. Ni de niño ni de grande me gustó. Solo quería que me dejaran en paz, dibujando en la tierra o jugando al fútbol. Por eso fruncí el ceño. Quería, infantilmente, que Jake me abrazara y me dijera que no era mi culpa, porque me sentía culpable. Que me preguntara, como yo le preguntaba a él, si algo le dolía, que me curara y me susurrara, en el oído "ya está." Quería que hiciera lo mismo que yo hacía con él, pero lo único que recibí fue una expresión seria y un:
—¿Y? ¿Le ganaste?
—Que se yo.
—Vaya humor —susurró, irónico.
—¿Y por qué tendría que estar de buen humor? —caminábamos por una calle pequeña por donde nunca pasaba nadie—. Yo no te digo nada cuando estas con un humor de perros. Y pasa muy seguido, eh.
—Bueno —suspiró de forma ruidosa y yo junté aire—, pero no se que carajos hacer para que estes bien.
—Solo quédate, pero no digas tonterías —fue más una broma que otra cosa, porque no quería volver a pelearnos.
Él sonrió de lado, con un deje de tristeza que no puede entender y le devolví la misma sonrisa. Caminamos unos pasos hasta encontrar unas chapas apoyadas contra una casa que funcionaban a modo de pared. Nos escondimos detrás y esperamos hasta no escuchar nada. Jake apoyó su espalda contra la pared y lo besé.
—¿Estás bien? —me preguntó contra mis labios.
—No.
—¿Por qué?
Porque te estoy mintiendo.
—No sé, loquito.
—¿Y qué quieres?
Di un paso atrás y me apoyé a su lado. Ambos mirábamos al frente, en silencio.
—¿Piensas en... —se rascó la nariz— en lo de morirte y eso otra vez?
—No, no —me apresuré a decir y escuché como suspiraba—. Eso no, Jake ¿te asusta?
—Ni idea. Solo estas raro. Hablas menos, como al principio, como cuando te conocí. Miras siempre a la nada, no sé. No me gusta que estés así.
—Perdón.
—No te estoy diciendo esto para que te perdones, chino. Ni siquiera lo sientes —sonó como un regaño—. ¿Estás... triste? ¿Es eso?
—¿Triste? No. Creo que no.
La tristeza se sentía distinta. Me daban ganas de llorar y de rezar y en ese momento tenía ganas de gritar y golpear. La tristeza, que conocía muy bien, era diferente. Fue ese noventa y tres antes de conocer a Jake, o el recuerdo de mis padres. No estaba triste. Ni siquiera había pensado en Dios y la tristeza me hacía pensar en él. Era otra cosa, más rara, más incómoda. era enojo. Enojo conmigo, con mi tío y con el mundo.
—¿Entonces?
Sin pensarlo mucho apoyé mi cabeza en su hombro. Él no hizo nada. Quería que me abrazara. Lo quería tanto que apreté con fuerza las manos lastimadas.
—Ya se me va a pasar —le prometí, otra mentira.
Volvimos a caminar y llegamos hasta la reja de la laguna. Él me ayudó a saltar y caímos ambos del otro lado. Me reí bajo cuando le saqué del pelo una hoja. Él sonrió un poco.
—Mira —dijo Jake, señalando detrás de los arbustos.
Mucha gente en la orilla, una fiesta ruidosa, botellas en el agua y personas bailando animadamente. Habían encontrado aquel lugar tan nuestro. Había dejado, oficialmente, de ser nuestro. Ya nadie conocía la historia del asesinato, ya nadie le tenía miedo. A Jake se le pusieron los ojos medio rojos, pero podría haberse excusado por el humo que había. Yo en cambio tuve ganas de gritarle a todos que se vayan, que no pertenecían ahí. Tirarles las botellas que ensuciaban la tierra en la que tantas veces nos habíamos besado con Jake. Obligarlos a apagar la música porque con esa música no se escuchaban todos los suspiros frágiles de Jake que habían quedado en el aire. Ese era nuestro mundo y de nadie más. ¿Qué nos quedaba? Hijos de nadie y personas sin mundo. Sin tierra. ¿A donde pertenecía si no era ahí? Si no era de Japón pero tampoco de ese barrio. No era de ningún lugar. Demasiado algo para ser de ahí, poco eso para ser de allá. Si tampoco era de mi casa. Si ni ahí me sentía del todo ciudadano.
—Vámonos —dijo, agarrando mi brazo—, vámonos.
Me tiró con fuerza pero yo me quedé ahí, mirando la fiesta.
—¿Recuerdas el primer beso que tuvimos aquí? —murmuré, en voz baja.
—Vámonos, chino.
—Ellos tendrían que irse.
—¿Qué dices? —me volvió a tirar y yo cedí, un poco.
Me dejó de apretar y en cambio hizo una caricia torpe. Me quería convencer de irnos, de alguna forma. Probablemente porque había visto que en la fiesta había algunos compañeros de la escuela. Porque le daba miedo que lo vieran con el maricon, o porque tenía miedo que me dijeran algo a mi. No lo sé.
—Vámonos —bajó el tono de voz, con una dulzura que era rara de escuchar en él.
—Es injusto. Ellos tienen todo. Tienen todos los lugares, Jake, tienen todo, no pueden estar aquí. Aquí es nuestro.
Me agarró y me tiró tan fuerte que no pude detenerme. Arrancó a caminar obligándome a seguirlo.
—No es —murmuró—. Ningún lugar es nuestro.
Jake se fue a su casa, diciéndome que me cuidara. Sentía que tenía miedo. No se bien de qué, pero todo el camino me llevó agarrado del brazo hasta soltarme finalmente y decirme:
—Me tengo que ir. Ve a tu casa —por favor, añadió con los ojos.
No le hice caso y fui a la capilla porque era el único lugar que se me ocurrió y el más cercano. El sol ya estaba escondido, así que ese pequeño lugar solo se iluminaba por las velas. Una señora muy vieja, que para mí tenía cien años, muy arrugada y de cabello blanco rezaba sentada en una esquina y la observé en silencio. Quise rezar. Tal vez si estaba un poco triste, o puede haber sido el sonido bajo de la voz rasposa de la señora lo que me hizo pensar, por un segundo, en Dios. Observé el suelo, subiendo ambas piernas al asiento y las abracé.
Llegó, tras unos minutos, un señor que no debía de ser tan viejo. El Padre Francisco, que pocas veces estaba ahí, pero tenía mala fama. De borracho y fiestero. Un hombre de cabello marrón, ojos oscuros y un aura que a mi me incomodaba. Siempre que se cruzaba conmigo cuando yo volvía de la escuela, me bendecía y me decía que iba a ser un gran hombre. Yo me ponía colorado de la vergüenza y corría, divertido. Dejó de hacerlo luego de que sucediera lo de Benjamín. Lo miré de reojo y fingí bajar la cabeza, para que mi pelo me ocultara, pero él se sentó al lado, en silencio. Bajé las piernas y lo escuché murmurar algo.
—Nunca lo había visto por aquí —dijo— el hijo de Hikari ¿No?
—Sí.
—Su padre era amigo mío, hace muchos años —guardó silencio— ¿Hay algo particular que lo trae ahora?
—Quizás —limpié la suciedad de la cinta—. Igual no sé si creo en... en todo esto.
—Bueno, un poco lo haces porque por algo estas ¿No?
Sonreí de lado, divertido.
—Puede decirme lo que quiera.
—¿Lo que quiera? —murmuré—. Eso es mucho. Son muchas cosas las que quiero decir, Padre. Tantas que no sabría por dónde empezar. Y no sé si usted quiere escucharlas todas. Si puede.
—¿Hay algo que le pese en la conciencia?
—¿Todo, en realidad, creo —jamás me había confesado, pero no sabía si eso era una confesión—. Me pesa un poco todo. Lo mío y lo de otros, desde siempre. Desde que soy niño me pesa todo. La culpa, tal vez. Como si hubiera hecho mal algo. Como si todo el tiempo estuviera haciendo las cosas mal. Pero si habla de pecados también tengo varios de esos. Podríamos estar mucho rato aquí, si le cuento la cantidad, si le hablo sobre lo que pienso muy seguramente me diga que voy a irme al infierno. Pero ahora estoy mal porque le estoy mintiendo a alguien. Alguien que me importa mucho. Mucho, de verdad.
—¿Y por qué?
—Porque no sé qué otra cosa hacer.
Frunció el ceño
—¿Quién es ese alguien? ¿Familia? —negué con la cabeza.
—Creo que... creo que es alguien a quien amo. Y por eso me duele mentirle —me caían lágrimas, pero no hice mueca de tristeza, solo estiré las palabras, como un gemido triste—. Padre, si usted entendiera. Desearía que alguien más, no importa quien, esté como estoy ahora. Un rato, al menos ¿Se siente siempre así? ¿Se va a sentir siempre así? No se si vaya a poder estar así siempre.
—Las cosas pasan, hijo, nada dura para siempre. La tristeza no es eterna —la mujer se levantó y lentamente, se fue—. Debes de encontrarte, y conectar con Dios puede ser la forma.
—Siento que me odia.
—Oh, no, hijo, Dios no odia —y soltó una pequeña risa nasal, divertida—. Quizás solo le debes un perdón.
—¿Y eso arreglaría todo?
Me miró de reojo, con pena, probablemente, ante esa pregunta tan patética. Ante ese pedido tan humillante.
—Óyeme —bajó el tono de voz, como si me quisiera hacer saber que eso que estaba a punto de decir rompía el personaje que había construido—, no vas a ser así por siempre. Vas a crecer.
—¿Habla sobre la tristeza o sobre el amor, Padre?
Ladeé la cabeza para mirarlo, aunque por las lágrimas la imagen era borrosa, distorsionada.
—Yo no lo llamaría amor.
Sonreí de lado ante ese murmullo molesto y volví a mirar a Jesús. Su rostro apretado en una expresión dolorosa y sus manos clavadas en la cruz. Volví a hablar tras unos segundos.
—Pero es lo que es.
—¿Sabe cómo termina la gente así? La gente como usted.
Asentí con la cabeza, pero dejé de prestarle atención.
—Aja.
—Nunca es tarde para arrepentirse...
—¿Cree que Jesus tenía miedo a morir? —lo interrumpí, estirando las letras como si dijera estupideces, como si no estuviera en el presente, para molestarlo, para hacerle creer que me había vuelto loco y deliraba—. Es tan triste, Padre. Es tan triste que tengamos que morir. Es tan triste porque cuando uno muere deja de amar. Quisiera pasar mi vida amando. Quisiera que fuese solo eso y nada más ¿Tan difícil es? Pobre María... pobre de los que mueren antes que sus padres. Pobre de los que ven a sus hijos morir o de los que ven a sus padres morir. Yo jamás voy a ver a los míos morir. Pobre de todos, me da tanta pena, Padre. Tanta tristeza antes y tanto enojo ahora —las lágrimas me mojaron la boca con un sabor salado y bajé la voz, susurrando—. Es que usted no puede entenderlo. No puede entender algo a lo que renunció. No puede entender que yo lo amo mucho. Lo amo tanto y... usted no puede entender eso. Y Dios tampoco. Y nadie. Nadie excepto yo.
Él no me contestó nada.
—¿Y por qué tengo que ser de la forma que soy, Padre? ¿Por qué está vida y no otra? Quizás soy un exagerado, pero tengo tanto miedo. Miedo porque cada vez siento que falta menos para que todo termine y... y se que esto no puede durar para siempre. Usted lo dijo recién. Como terminamos nosotros. Como voy a terminar. Y no quiero. Y no es irme el problema, es dejarlo. Y si no lo dejo hoy lo voy a dejar mañana o él me va a dejar a mi —mi voz se cortó y junté aire de vuelta—. Se va a casar, seguro antes que yo. Falta mucho para que yo me case, Padre, primero la gente se tiene que olvidar quien soy. Él va a tener dos hijos y seguro va a ser un padre de mierda. Resentido porque él tampoco quería terminar así, supongo. Y con treinta años, en el patio de su casa mientras mira a sus hijos jugar va a recordarme, y con cuarenta va a soñarme y cuando tenga setenta ya no va a saber quien soy. Y cuando se muera, ahí con sus nietos, va a cerrar los ojos y espero, por favor, espero, ser lo último en lo que piense. Y yo me voy a morir muchísimo antes, solo para recordarlo de vuelta. Y así va a ser. Eso es lo que usted no entiende. Que hacer todo esto sabiendo que va a terminar es... nuestra cruz, supongo.
HOLAAAA ZANGUANGOS Y ZANGUANGAAAS 💗🩹
ME EXTRAÑAROOOON?
COMO LES TRATA LA VIDA???
EL DOCE DE MAYO FUE MI CUUUUMPLEEEAÑOOOOS!!!! DIGANME FELIZ CUMPLEEEE 🦋💗
FUE HERMOSOOO, la pasamos genial y la verdad me puso muy feliz pq ademas venia en unos días medios tristes 😔💗 ASI QUE NADA, ESTOY FELIZ CON MIS QUINCE AÑOSSSS
Y MOMENTO RECOMENDACION, PARA MI CUMPLE UNO DE LOS REGALOS FUE UN LIBRO, ASI QUE VENGO A RECOMENDARLO PORQUE ES INCREIBLE LECTURAAAA (yo ya habia leído este libro hacia unos años en la casa de una amiga pero no lo tenia en fisico) 💗✨
LAS MALAS - Camila Sosa Villada
Y creo ademas q su estilo influencio mucho en mi estilo de escritura 🌷🌼
IGUAL ¿Como definirían ustedes mi estilo?
MOMENTO PREGUNTAS 🗣💗
¿PREGUNTA QUE QUIERAN HACERME?
¿QUE LES PARECIÓ?
¿MOMENTO DIALOGO PENSAMIENTO COSA QUE LES GUSTARA/LES DEJARA PENSANDO?
¿REFLEXIONES O COSAS QUE QUIERAN DECIR?
¿QUE OPINAN DE LA DINAMICA DE MOON Y JAKE AHORA?
¿COMPRENDEN A MOON? 😔😔
¿Qué opinan de la relacion de Moon con Dios/la iglesia?
¿Qué creen que haya pasado con Moon en los diez años...?
¿Recuerdan a Dan...? *risa malvada*
RIP LAGUNA ¿van a extrañar ese lugar? 😭😭😭😭💔
¿Hay algun lugar en el que ustedes se sientan en "casa"?
Quedan aprox diez capitulos para terminar el acto tres 😭✨ QUIERO ACLARAR Q ALGUNA GENTE CREYÓ Q LA PELEA ERA LA DEL CAP ANTERIOR AJSKJAS nono aun falta para esa ( y va a ser mucho peor...)
ASI QUE CON ESO TERMINAMOS, LES QUIERO!!!
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