¡Vamos! ¡Fight!
Tomás fue muy enfático en lo que veía en nuestros artículos: no le gustaba nada, aunque yo misma le di el visto bueno, me informé —sí, me informé— e hice que mis chicas buscasen información y lo moldearan de tal manera en que salieran artículos innovadores y novedosos. Pero a él no le gustó, excepto un par: Sofía lo tenía agarrado de los cuernos y tendría que hablarnos un poco más de eso.
Cuando la mayoría se retira me deslizo hasta él pidiendo me indique qué espera ver en esta supuesta revista de tecnología. Lo veo alzar la mirada y un par de señas que me indica tome asiento; habla de un par de cosas de las que nada tengo que ver con Samuel y de un momento a otro veo a un sujeto de cabellera desaliñada, mangas remangadas de un tono azulado y unos ojos tan pequeños que me pregunto si realmente nos ve, aunque la montura sobre su nariz me indica que sí y que su miopía debe llegar casi al límite. Tiene un rostro perfilado y es alto y un tanto delgado.
—Samantha, él es Sebastián Lander, estará con nosotros. Corrijo, contigo en el departamento de edición —Giro a mirarlo porque es que no entiendo nada. Veo los labios de Samuel formar una línea que se desvía hacia abajo y a Tomás tomar de mi mano como si tratara de consolarme—. Creí que haría falta algo de ayuda; no lo malinterpretes, de verás admiro tu trabajo, pero este es todo un ámbito nuevo del que seguro no tengas mucho conocimiento, algo que Sebastián puedes aportarles muy bien. Samuel ya me ha dicho que es un tanto extraño tener dos editores en jefe, y considere ello, Sebastián será para ti como un editor adjunto y estará el tiempo que sea necesario.
Respira, Samy. Respira. Él es tu jefe, el sujeto nuevo es solo un adjunto ¡Un adjunto! No esta por encima de mí, ni nada parecido. Al contrario, tu puedes llevarlo. Bien.
—¿Samantha? —Veo a Tomás y asiento.
—Ya... —Me levanto como puedo y camino justo hasta dar con el nuevo. Quien cree le voy a saludar ¡ja!
—Mucho gusto, Samantha. —dice y me asombro de su confianza.
—Argento, editora Argento —señalo—. Bienvenido, newby —Salgo del lugar sin demostrar mi enojo porque no vale la pena.
¡Un adjunto! Sí sé lo que significa un adjunto, yo sigo manejándolo como desee, pero, pero es que nunca he precisado de uno, alguien que vea al igual que yo los movimientos de mi grupo ¿Qué rayos le pasa a Tomás? ¿Confía en mi o no?
Me quedo por un rato largo viendo el ventanal frente a mí con los grandes edificios colindando y segura de que allá abajo hay una turbulencia que no mira dónde aterrizar. Un adjunto. Lo sigo pensando y todavía no veo bien cuáles son sus funciones. Bueno sí las sé, solo que no quiero verlas, no puedo verlas. ¿Solo porque tiene más conocimiento que yo? ¿Es una broma?
Escucho llamar a la puerta y no advierto quien ha entrado hasta que escucho la voz de Sofía.
—Un adjunto, Sofía. Eso es lo que nos ha dado como respuesta: un adjunto —rememoro al sujeto de lentes y apariencia desaliñada.
—¡Pero eso no es tan malo! El jefe debió creerlo conveniente; habrá visto todo el esfuerzo que estamos haciendo y creyó que una ayuda no estaría de más —dice con un positivo que quisiera creer.
¿Me estaré hundiendo sin que sea realmente algo para morirse?
—¿Y si resulta ser mejor? ¿Y si sus ideas son mejores que las mías? ¿Y si nos saca del atolladero sin que yo pueda hacer algo? Dime, si eso ocurriera ¿Qué harías? ¿No estaría más capacitado alguien que tiene información? ¡Por dios! Hasta creo que tú lo harías mejor que yo.
—¡Jefa! Nadie podría hacerlo mejor que usted, absolutamente nadie ni siquiera el tipo nuevo. Créame, usted es una gran editora —Me dice con un rostro de convicción que me remueve.
—Samantha...
Veo a Samuel ingresar en la oficina al tiempo en que, como un resorte, Sofía sale disparada fuera del lugar. Samu resopla y se acomoda en el asiento frente a mí con una mirada de "lo sé todo" que me estalla como una explosión en la cara. Claro que lo sabe, él, que me conoce más que cualquier otra persona, debe saber qué rayos esta pasando por mi mente en estos instantes.
No dice nada hasta luego de un par de minutos cuando le veo con un estuche de un bolígrafo en mano, lo abre y lo muestra.
—¿Lo recuerdas?
Está apelando a mi lado nostálgico. Este hijo de la papaya...
—Sí, ¿Y? —pregunto. Me cruzo de brazos aguardando por él.
—¿Y? —pregunta con un tono de desconcierto—. Cuando él se fue, lo primero que me dijo es que te lo debía dar, que él no podía, pero quería que tú lo tuvieras. Sabes cuantas columnas escribió con este bolígrafo. Cuanto llegó a dar de sí mismo y qué tan lejos pudo ascender. Samy, ¿acaso crees que no pasó por lo mismo?
Reniego porque él no necesitó de nadie. O eso me preció siempre.
—Sí, si pasó y como tú lo odió, pero también lo supo usar. Supo manejar esa situación de la misma forma en que tú lo harás. Confío en ti —murmura esa última frase poniendo toda su confianza ahí.
—¿por qué me lo entregas ahora? —digo tomando del estuche.
—Porque quería dártelo en un momento en que realmente lo necesitases —Lo miro petrificada—. Esto no es nada, Sam, solo quería que supieras que nada puede reemplazarte.
—¿Entonces no es necesario echarme a morir? —pregunto. La vida se me va pensando en esto. Quizá exagero, pero es lo que siento.
—No, no tienes por qué —dice sonriente dándole una ligereza al asunto que me hace bajar las defensas—. Vamos, iremos a comer algo. Supongo que debes tener hambre.
—No en realidad, pero puede que me dé cuando vea comida —razono—. Hice una ridiculez ¿verdad?
Él lo meditó y ladeó la cabeza.
—Sí —dijo con una sonrisa—, pero esta bien.
Agradezco salir del edificio sin otra idea que comer algo que me gustase, cayera bien y no fuera tan pesado: ensalada. Ehg, no. Tampoco tan liviano... creo que irme por las tangentes tanto como provocar miradas indiscretas en Samuel y luego pedirme que me componga. Detrás de mi hay una chica que no para de coquetearle. ¡Vamos, yo estoy ahí! ¡Qué le pasa! Que mire a otro lado. Veo que la chica se va y al rato llega el camarero con un vaso de licor y una servilleta doblada, en un tono muy bajo para que no le escuche y que naturalmente no logra, le dice que es un regalo de la dama.
Samuel fue a pescar y yo me quede con la billetera. Tal cual. Al regresar poco podía hacer, el newby no tenía idea donde ubicarse y tan poco le dije dónde hacerlo. Al final, había tomado una oficina pequeña de vidrieras cristalinas. Me quedé anonadada porque aunque la oficina es pequeña es una clara muestra de lo que represente: no es un columnista más, no, es un editor adjunto. Eso.
¡Vamos, Samy! Ya sé lo que Samuel dijo: nada de reemplazos, es ayuda ¿nunca pediste ayuda, Samy? Claro que sí, pero para eso estaba Samuel.
Toco la puerta y entro sin que me de permiso alguno. Él alza la vista, tiene rostro de confusión que parece disolverse en pocos minutos.
—Editora Argento.
Y aprende rápido.
—Sebastián, ¿no? —Lo veo asentir. Me acomodo en la silla frente a él que es nada cómoda y me afinco de la mesa—. A grandes rasgos, Tomás me ha dicho cuál será tu función; entiende que mi trabajo poco ha estado relacionada con la tecnología y aunque puedo saber un poco de ella, en sistemas computacionales, bueno, no soy la mejor. Aun así tu presencia es un poco...
—Un insulto —responde. Sin halagos, sin tonos de superioridad ni nada relacionado. No, dice justo lo que pienso—. Entiendo; créame que lo hago. Para mí, luego de ser editor en otra revista, también se siente como insulto ser contratado como un adjunto con opción a salir en cualquier momento.
—Pero aceptaste.
—Hasta que tenga respuesta de un trabajo fuera del país. Además es un favor de un amigo que tiene un amigo. Ya sabe, esas cosas —dice luego de respirar hondo y acomodarse en el asiento.
—Bien. Creo que empezamos a entendernos ¿qué debo saber aparte de esto? —Él me mira negando y sonríe. Tiene una bonita sonrisa.
—Le ayudaré en lo que pueda, editora. Claro, usted también debe tener secretos como editora así que entenderá cuando le digo que algunas cosas me las reservaré, pero en lo demás: puede contar conmigo.
—Sí, secretos tenemos todos. —Me levanto con suficiencia. Noto que no debí preocuparme o que debo hacerlo demás—. Por ejemplo, ese traje no le traerá la mujer que le hace falta.
Doy media vuelta y me retiro. Hice bien o hice mal, no lo sé, pero alguien debía decírselo.
Considero pertinente echar una revisión de lo que tenemos y es así como mi grupo se remueve buscando y claro, pidiendo ayuda del newby. Los puedo ver desde mi oficina entrando y saliendo. Parece que se acopla bastante bien para ser su primera vez y no puedo hacer más que aceptar de una buena vez por todas. Además de pedir una disculpa a Tomás por mi comportamiento, pero eso ya será otro día. Bien puedo esperar a más tarde para escribirle o bien puedo esperar a mañana. Que no crea que esta decisión repentina me agrada.
Como si pudiera hacer algo.
Decido revisar los archivos que me han traído mi equipo y comparo con las observaciones de Sebastián. Tiene buenas ideas y un manejo del tema que no se le puede negar. Creo que está un poco a la par que Sofía por lo que no me sorprende que, al llamarle, no haga más que ovacionarle. Solo trato de ocultar mi sonrisa tras las hojas que recibo entre que busco las palabras correctas para bajar su emoción. O hype, según ella.
Bien decido dar por finalizada la jornada y, comiéndome las uñas porque todavía no sé si dejar todo para después, me veo presionando el botón del ascensor que me llevaría al piso de Tomás. Respiro hondo, recito mi mantra y no es el omn ma ni pam me jum de Alfonso León(1). En el ascenso ingresan otras personas. ¿Si saben que va para arriba? Decido quedarme al final y reposo mi espalda contra la pared sintiendo el barandal frío de metal. Insisto en que hay cambiar el sonido de lugar, porque me crispa los nervios al punto en que se torna peor cuando por fin me veo en el lugar.
Salgo después de que varios se quedaran ahí y se dispersaran. Aquí no hay cubículos. Solo puertas en los laterales y al final una amplia recepción con dos secretarias enmarcadas tras un escritorio de tono cobrizo y un gran mural que nunca antes había visto.
—Busco al director. Soy Samantha Argento —digo. Me siento en la dimensión desconocida.
La peste me ve de arriba abajo entre que la otra hace lo propio: trabajar.
—El señor Gonzalez le recibirá en su despacho —dice y me señala por donde debo caminar.
Sigo las puertas las cuales apenas y logro abrir una ¿estaré falta de fuerza? Sigo por un largo pasillo que parece alargarse cuanto más cerca estoy. Toco la puerta de cristal templado y abro e inmediatamente Tomás me señale que entre. Lo veo hablar por teléfono y con la vista fija en el ventanal en su lateral con un porte de hombre de negocios que me retuerce, decido tomar asiento a fin de que si sigo de pie me caeré con solo verlo.
Noto lo perfecto que le va el traje. Rayos, se ajusta en las zonas necesarias y deja a la imaginación otras. El tono negro de líneas finas en un tono más oscuro le luce muy bien.
¡Deja de morderte el labio, Samy! Su trasero se ve apetecible así que decido cambiar la vista, mirar otra cosa, algo menos comestible. Me encuentro fascinada viendo las fotografías a mi derecha aunque no puedo notar bien quienes aparecen en él. Tampoco me levanto para hacerlo, después de todo, me siento algo débil luego de aquel paisaje.
—Samantha... Samy... —Me llama dos veces. Está justo a mi lado, sentado sobre el escritorio, mirándome de la forma en que podría comerse al mundo. Abro la boca para responder, pero me quedo alucinada en sus ojos, sus labios provocativos y gruesos pero no tanto como para parecerme demasiado—. Lo siento, aun no me acostumbro a solo decirte Samy.
—Tomate el tiempo que creas, la invitación a usar el diminutivo sigue abierta —respondo. Me daré contra la pared al salir de aquí—. Tomás ¿si puedo llamarte Tomás? ¿O prefieres "jefe"?
Lo veo arquear una ceja y hacer una sonrisa de medio lado.
—Tomás está bien.
—Bien, Tomás. —Remarco—. Vine a disculparme por lo de esta mañana. Fui una completa tonta y sé que actué como una niña malcriada. No sabes lo mucho que lamento veas esa parte de mi después de tanto de conocernos, yo...
—Samantha. Basta, no es necesario disculparse. Fui un poco imprudente también; te dije que confío en ti y en tus capacidades y luego voy y traigo a alguien... —suspira hondo, se refriega los ojos y entorna la mirada hacia mí—. Si algo me ha dicho mi padre en innumerables ocasiones es que no tengo porqué disculparme con mis empleados. Aunque considero lo mereces. Siendo que vienes de otro ámbito, creí que necesitarías de ayuda. Úsalo como tal, Samy. Lander es solo una herramienta que contraté para que tú fueras mejor de lo que ya eres. Sé que no me decepcionarás.
—Gracias —suspiro agradecida de su amabilidad, sus ojos cafés brillantes y esa mirada que me está derritiendo. Respiro hondo y me quedo sin aire hasta que lo expulso—. Creo que ya no tengo más que decir y no quiero seguir importunando.
—Eres bienvenida a venir siempre que lo desees —murmura. ¡Ese es mi caballero! Es extraño, pero no lo había visto, no lo había notado hasta ahora. Lo veo materializado en esas palabras con voz ronca, profunda, con un toque sensual que electrifica mi piel—. ¿Velázquez te llevará?
—Ahm, no, creo que ya se ha marchado. No lo sé.
—¿Me permites?
Le permito descubra hasta mis lunares.
—No quiero importunar —digo con modestia. Vamos, tengo que fingir algo. No siempre se puede ser complaciente.
—No lo haces —responde.
Me veo caminando hacia la salida con él a mi lado, no puedo estar más que orgullosa de mi misma aunque llevara pantalones. Sí, las faldas tenían un solo objetivo. Salimos de su oficina y Tomás se despide de ambas secretarias. «El jefe ha salido y no regresará hasta mañana» Canturrea mi yo interno.
Me muevo en el asiento del copiloto sintiéndome a mis anchas. Espero que Tomás ingrese al auto y, como si se hubiera tomado el tiempo para hacerlo, aspiro el perfume que expide de él. Paseo la vista por los edificios y recorro con la mente el muy acostumbrado camino. Quisiera hablar con tanta naturalidad con Tomás, pero me abstengo solo por ese cartel que parece llevar en la frente.
—Tengo un poco de curiosidad, Samantha —Lo veo apenas habla—. Tienes mucho tiempo trabajando para Granier y según vi ganas lo suficientemente bien; siendo editora un auto es lo más factible. Aun así llegas en bus o porque Samuel te ha traído hasta aquí. ¿Eres ecologista?
¿Tengo pinta de ecologista? Me rio nerviosa. Yo también me hubiera preguntado por qué rayos no manejo, claro está, yo sé las razones muy bien.
—Pues el mundo esta lleno de mucha mier...contaminación como para agregar más.
Rezonga, se mueve en el asiento cuando se detiene en el semáforo y con una sonrisa burlesca me ve.
—Dilo con todas las palabras: esta hecho mierda. Lo sé.
Yo tratando de evitar las malas palabras y él que las dice sin contemplaciones.
—¡Exacto!
—¿En serio? —pregunta con ese tono de poco convencido.
—En realidad no —suspiro vencida. Lo sé, lo sé, me di muy rápido por vencida. Nada que hacer.
Recordar las razones por las que no manejo también me llevan a pensar las pocas veces que lo intenté e ir más lejos a momentos duros de una chica que creía su familia era excepcional. La realidad es que la mía, como la de muchos otros, estaba tan fragmentada que no deseaba verlo aun cuando estuviera en mis narices. Fijé la mirada en el horizonte y me relajé en el asiento.
—La verdad es que hay un auto esperando por mí en el estacionamiento de mi edificio. Si tiene aceite, si los cauchos aún están buenos o si anda, no lo sé. Le he dicho a Marco, el de seguridad que vele por él. —Me mira pasmado. Ya sé lo que piensa—. Lo sé. Un extraño cuidando de un auto, resulta que el extraño es primo de una vieja amiga. Le conseguí el trabajo en el edificio y lo único que le pedí a cambio es que estuviera pendiente del auto. Ocasionalmente le di permisos para que lo usará: tiene una esposa y dos niñas preciosas. También creí, una vez, oportuno vendérselo, pero él se negó alegando que no tenía formas de comprarlo y la verdad es que si él no lo compraba, iba a estar ahí por siempre. Y así es.
«Hay un auto, pero su dueña no sabe manejarlo —murmuro rememorando las veces que intenté aprender—. Mi papá intentó una vez enseñarme, pero él y yo no somos compatibles así que eso terminó mal. Nunca salimos del estacionamiento, ni llegué a prender el auto. Nunca más quise tomarlo. Luego lo intentó Samuel, pero luego de que me llevase un cono de señal y un poste, apenas prendiéndolo lo dejé así. La última ocasión fue por mí misma. Decidí comprar el auto y aprender, Marco me ayudó llevándome hasta un lugar en que no cometiera ninguna tontería y en esa oportunidad caí en cuenta de que era mala al volante.
Me reí de mis disparates y mis decisiones sin fin.
—Todo un caso ¿no? —pregunto al aire más que a él.
—Puedo enseñarte, mi hermana aprendió gracias a mí y no quiero parecer muy ególatra, pero pienso que soy muy bueno enseñando.
—Eso significa que tienes paciencia. Es bueno, conmigo la necesitarías —Y bastante.
—¿Es un sí? —Me quedo lela pensándolo. Asiento porque de otra forma mi auto ya pasará a ser una obra de arte en el estacionamiento—. El sábado en la mañana podemos ir a dar una vuelta, preferentemente en tu auto, así te adaptas a él y de paso vemos si nos sirve o hay que darlo en donación. —dice un tono sarcástico y petulante.
—¡Qué gracioso! —respondo—. Estoy seguro que Marco lo tiene como una máquina nueva.
—No lo sé, Samantha. Yo, directamente, desconfío de los extraños aunque le haya dado la mano, muchos creen que eres un idiota al que puede sacarle una gran tajada solo por ser humilde y querer ayudar —No lo discutiré.
—No puedo opinar en contra; aun así quiero creer que Marco sigue siendo el gran sujeto que conocí.
—Espero no te decepcione ¿Hace cuánto no bajas a chequear?
Me encojo de hombros y hago una mueca. Él se ríe.
—Bien, veremos qué tal ese día.
—Buenas noches, Tomás. Gracias por traerme —digo sacando el tema y puesto que vi ya estábamos frente a mi edificio...
—Ha sido un placer, siempre lo es.
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