Segundos
Miro la lápida de mi mamá. Hace tanto tiempo que no vengo hasta acá que me parece natural verla llena de tierra con plantas creciendo alrededor. ¿Si mamá estuviera aquí qué me diría? Me rio imaginando alguna de sus respuestas ocurrentes y no obtengo una respuesta concreta ¿Debería tenerla?
Él actuó a mis espaldas y no fue sincero, logró que armara todo un sueño con un hombre muy amable que a pesar de todo, ha sido la persona más paciente que he conocido.
Camino hacia Pedro quien se ha quedado dormido en el auto. Lo despierto cuando cierro la puerta, él se acomoda y apenas entiendo lo que me pregunta.
—Podemos volver —digo.
Fijo la vista en el ascensor luego de haber llegado a casa. He acordado hablar con el condominio por la ausencia de Pedro y también acordamos quedarme el resto del día en cama.
—Señorita —Pedro me entrega las llaves del auto y me sonríe.
—A veces se da, a veces no. Si debe pasar algo o nunca debió ocurrir somos nosotros quienes debemos decidirlo ¿No cree?
—¿Y si no tomo la decisión correcta? —pregunto. Él me mira y respira profundo.
—Yo no sé —dice encogido de hombros—. Tengo muchos años y pasé por muchas cosas, pero nunca me detuve a pensar si fue la decisión correcta. Naturalmente al final del día, sabía que no, pero ya la tomé y no soy de echar para atrás. Chivo que se desvuelve se desnuca. ¿No?
Me rio.
—Sí.
—No se desnuque —comenta divertido. Asiento.
Termino en casa, de nuevo. Me molesta tanto silencio, me molesta el contexto y cómo todo terminó planteándose. Miro el reloj y veo que apenas son las 3:30. Bien, pues es hora de volver a salir.
Recuerdo bien todas las veces que hice esto. Llegar a casa, para volver a salir, perderme por un rato largo y al llegar temía de mi mamá que, como toda una diva, me esperaba en la sala de estar con cigarro en mano y una cara de amargura que podía azotarme con solo verme. A mamá no se le daba los castigos, ella hablaba. Hablar es la mejor forma de comunicarnos, si no hablamos, no saben qué sentimos. "Así que habla y di lo que piensas y sientes porque eso aún no es un pecado capital". Sí, ya recordé un viejo consejo de ella. Justo a tiempo.
Toco el timbre y espero a que esté en casa. No tendría razón de no estar ¿Verdad? ¿Verdad? Quizá, con todo lo sucedido, haya querido despejarse un poco como yo lo hice.
Nah.
Escucho el motor de un auto, el ruido me hace girar y noto que se trata de él. Estoy nerviosa, muy nerviosa. Me sostengo de la puerta como si eso fuera lo único que evitara que cayera sentada en el suelo.
—Samy —dice.
—¿Dónde estabas? —pregunto.
—Comprando algunas cosas —dice mostrándome la bolsa en mano—. ¿Vas a entrar?
Asiento.
—Porque otra razón estaría aquí.
Le veo una mueca en sus labios.
Sí, he ido a casa de mis ex's a decirle cuanta cosa me salía de la boca, pero era una tonta y aunque no es válido que justifique mi forma de actuar, yo no tenía idea de lo que hacía, creo que ahora puedo ser un poco más civilizada que antes.
Ingreso en el departamento y esperamos el ascensor en silencio. Yo termino enfocando mis ojos en la bolsa que lleva en mano: frituras, alcohol, cigarros. Samuel tiene años que no fuma ¿Habrá regresado al vicio?
—No son para mí —Le escucho decir.
—¿Estas acompañado?
—Sí.
Se siente extraño, ni sé qué decir.
—Debí haber llamado entonces, no quiero molestar...
—Son unos amigos, Sam, no imagines cosas que no son —dice y me duele.
—¿Crees que estoy imaginando cosas? Solo digo que no quiero molestar un momento con tus amigotes sean quienes sean —digo en defensa
—Tú puedes hacerlo tanto como desees, nunca antes te había preocupado eso. Por qué empezar ahora y si lo que deseas es hablar a solas también podemos hacerlo —gruñe. Su voz resuena en mi cabeza y siento ese tono desesperado que me inquieta.
—No me dejaras ir...
—Es la primera vez que me hablas desde que volviste ¿Crees que te dejaré ir cuando decidiste venir por tus propios medios? —inquiere.
El ascensor se abre pero ambos seguimos dentro. Él me toma de la mano y nos dirigimos a las escaleras. No hago el amago de soltarme, tampoco me jala para caminar de prisa; subimos lentamente, tanto que asusta y mis piernas tiemblan. Abre la puerta y me encuentro con ese paisaje extraño. Cuánto tiempo ha pasado. Seguro muy poco, vivimos en este lugar.
Él me suelta, busca unos banquitos que tenemos ocultos tras una serie de escombros que han quedado de quién sabe qué. Dispone uno para mí y otro para él. Deja la bolsa en medio de los dos y yo decido tomar las frituras ante los nervios que llevo conmigo. Cosa ilógica, no suelo serlo, no tanto.
—Nunca te han gustado los doritos —dice. Está contemplando el paisaje, yo contemplo la bolsa y mis propios nervios.
—Hay que empezar con algo —digo.
Hay una barba creciendo en el rostro de mi amigo. Amigo... frunzo el ceño por mi imprudencia ¿Lo sigo considerando mi amigo?
—Dijiste que lo sabías desde antes.
Él suspira.
—Que viste mi laptop abierta con la conversación. —Continuo.
—Sí, lo vi.
—¿Qué pensaste en ese momento? —pregunto. Empiezo a jugar con los doritos. Él tiene razón, nunca me han gustado.
—Que debía ser una broma; te escuchaba hablar de este sujeto que te traía de cabeza y pensaba que me pasaba algo similar...
—Nunca me mencionaste.
—No estaba seguro de qué clase de relación quería con ella.
Abro los párpados.
—O sea, conmigo —digo indignada.
—Sí, contigo —dice luego de tomar aire.
—¿Creíste poder tener una relación duradera?
—Lo llegué considerar cuando había pasado tanto tiempo para conocerte... justo después lo descubrí.
—Y fuiste incapaz de decirme.
—Tú estabas en una nube, Sam. A mí me costó, a ti te pasaría igual, decidí que era mejor...
—¿Pedir mi Skype?
—No he sido yo.
—¿Ah no, quién entonces?
Él mira para los lados, se refriega los ojos y luego me ve.
—Un amigo, está aquí ahora.
—¡Genial, iré a asesinarlo luego de esto —digo molesta— y de hacerte lo mismo! ¿Enseñabas nuestras conversaciones a tus amigos?
—No, Sam...
—Y dices que no. ¡Di la verdad, cómo podría haberme escrito si no!
—Porque agarró mi pc, vio la conversación y te escribió. ¡Por eso! —exclama
—¡Cómo sé que eso es verdad! —exclamo
—¡¿Qué quieres, un equipo de investigación?!
—¡La verdad! —grito furiosa
—¡La verdad es que cuando lo supe me gustabas tanto como para no seguir! ¡Sí, hice de imbécil y metí en problemas a nuestro jefe porque no quería desilusionarte!
—¡¡Mi desilusión fue saber que la persona que me enseñaste no eras tú si no una mentira!! —Siento mi nariz oprimirse y mis ojos están presionados: quiero llorar, pero no delante de él. No deseo mostrar ningún tipo de debilidad delante de Samuel—. ¡Me interesabas tanto como para incluso romper mis reglas, pero luego veo que las rompí por la persona incorrecta!
—¡No quieras meterme en ese paquete, Sam! Lo hiciste por dolor, porque no soportabas la idea de ver a Cristina alrededor de él, porque te seguía doliendo lo que hizo Oscar y no sé si también le extrañarías —sisea.
Quiero golpearlo por eso.
—¡Sí, sí es verdad; eres un completo imbécil! Cómo no me di cuenta de que sí podías ser un perfecto patán —exclamo sarcástica—. No debí venir. Es obvio que no había mucho que hablar.
—Hay demasiado que decir.
—Tú no. Tú no tienes nada que decir, porque mientras esto duró te escudaste. Lo hiciste detrás de la imagen de Tomás, lo estás haciendo ahora con lo de Oscar, y quién sabe detrás de quién más lo hiciste —Me duele siquiera pensarlo.
—¿Eso crees? —pregunta y yo asiento.
—No sé cómo pudiste meter a Tomás, por cierto. —Me rio—. El pobre realmente cree que se trató de algún acosador...
—Encontré su foto. El señor Granier me había pedido investigarlo. No creí que sería el nuevo director.
—Qué bien, no te salió como esperabas...
Lo miro, me levanto y camino hacia la puerta cuando escucho las botellas rodar por el suelo y él me detiene. Siento sus brazos rodearme tan fuerte que solo logra que duela más. Y es extraño porque los abrazos de Samuel son de aquellos que sientes tan cálidos, que te acobijan y te hacen sentir en casa.
—Lo siento, lo siento tanto —murmura a mi oído. Yo no digo nada, me he convertido en una pieza inamovible.
—No sé si pueda hacer eso —susurro. Miro sus brazos rodearme.
Ando en una nube, como si pudiera vivir en ella. ¡Cuánto me encantaría hacerlo! Solo veo la pantalla para disimular lo distraída que estoy. Quiero volver a aterrizar para terminar con todo, justo toca Daniela y la veo con una cara que me mata. Está entre emocionada y triste.
—Tiene que venir —dice.
—¿A dónde? —pregunto curiosa
—A la despedida ¿No se va a quedar ahí trabajando mientras el resto estamos abajo? —dice, corre hacia a mí y me saca del escritorio.
¿Despedida?
Bajamos al noveno piso, donde tiene lugar algunas reuniones. Veo a gran parte del personal y en medio a Samuel. A Tomás se le ve una sonrisa preciosa, pero noto cierta preocupación. Dice haberse sentido seguro con tener a Samuel en su equipo; las palabras se pierden y los murmullos: Samuel se va de la compañía.
La pequeña despedida se disuelve de un momento a otro cuando estaba navegando entre mi mente y el rostro apacible de Samuel. Aunque no sé si apacible sea la palabra adecuada. Tampoco sabría cómo decir a ese brillo antinatural en sus ojos.
—Sam...
Tomás sujeta fuerte mi hombro, y asiente.
—Luego veremos ese libro. Tengo unos minutos antes de las tres de la tarde.
—Sí, señor —contesto. Él se sonríe.
—Tomás, ya sabes, Tomás —dice y se retira.
Samuel no deja de verme y me empieza a incomodar, pero si esto se trata de un juego de mirada soy tan testaruda como para no desistir y verlo por igual.
—¿A dónde? —pregunto.
—No lo he definido —responde.
—No te vas de tu trabajo sin tener un lugar al cual irte —respondo—, pero si lo que no quieres es responderme, no te preocupes no te seguiré —digo.
¿Estará bien? porque una parte de mi quiere ser implacable y la otra me dice que deje de ser tan orgullosa.
—No me preocupa eso, en cambio que te importe saber sí que me interesa
Giro a ver a otro lado, como si nada. Porque eso no significa nada.
—No quiere decir nada
—Últimamente es así: todo lo que haces no significa nada, aunque parezca lo contrario —responde.
—¡Ja! Ahora eres interpretador —Me mofo.
Lo veo negar y sonreír. No lo había visto sonreír así.
—¿Qué? —pregunto—. Espero que, por lo menos, te comuniques con Miri y no seas tan idiota con ella.
—Miranda tiene todo mi apoyo, incluso tú, Sam —dice.
Niego divertida de lo que oigo. Lo veo acercarse sin perder el contacto y me molesta que esté tan confiado como si no hubiera pasado, como si no hubiera pisoteado lo que yo llegué a sentir.
—Realmente eres un patán.
—Después de esto, lo seré aún más —dice al tiempo en que asiente—. Sí, eso es seguro —Es como si se respondiera a sí mismo.
—¡Y hasta lunático! —exclamo sin verlo venir.
No.
Lo vi venir y lo deje seguir ¿Acaso cedí?
Aunque mantengo los ojos abiertos sin perder de vista su mirada tal como él lo hace, no puedo negar que en sus labios —algo secos— me pierdo y mi guardia cae. Tampoco puedo soltarme de su agarre, de sus dedos acariciando mi mejilla y viajando por mi columna ni sus ojos que se cierran mientras yo busco la manera de levantar el muro que he dado por perdido.
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