Pequeña
Salgo como alma que lleva el diablo del salón, como si allí se encontrara un monstruo del que apenas pude escapar y aunque aún considero que Samuel no llega a ese nivel, llevo el corazón tan revuelto que no dudo se escapará en cualquier momento. Me detengo por un segundo a esperar por el ascensor que se abre ocasionándome un susto de infarto. Majo me observa con sus grandes ojos ocultos en capas de rímel.
—Samantha ¿Estas bien? —pregunta.
Yo asiento y es más como si quisiera desprenderme la cabeza.
—Ay, no me hagas caso, ando algo susceptible —digo. Siento que las lágrimas quieren salir ¿Y yo por qué carajos tendría ganas de llorar?
—Sí, veo que sí —exclama. Detiene el ascensor y se posa frente a mi.
—Por favor no hagas eso, —exclamo—. Si no me volveré el mar muerto en este instante y hay trabajo por hacer —digo no muy convencida
—Pero es que tampoco tienes cara de querer seguir trabajando. Mírate, es preferible que vayas a casa o de plano nos escapamos.
Majo está aprendiendo demasiado de mí. Me rio.
—Si te escucharás —comento.
Ella se ríe.
—Lo acabo de hacer. ¿Qué sucede? Estuviste una semana fuera por un "resfriado", volviste y se siente un gran peso en la oficina. Ni siquiera veo al Sr. González pasear por el lugar como antes —dice y como si se le hubiera prendido un foco, se acerca—. ¿Pelearon?
—Si te contara, Majo. Es más difícil de describir, pero agradezco que te preocupes. Ahora, vuelve a iniciar el ascensor o vendrán a buscarnos porque dejó de moverse —digo. Ella me hace caso aunque poco convencida. Su rostro hace una mueca que conozco como la palma de mi mano.
Termino en mi escritorio un poco harta de todo; bajé mi guardia como tonta, pero tampoco estoy clara si alguna vez estuvo muy arriba. Me remuevo en el asiento observando el libro frente a mí. Seguro alguna de las chicas lo había dejado ahí, listo, la segunda edición de la revista: debería estar emocionada por ello. no siento nada en cambio.
Al sonar el teléfono espero que sea Miranda pidiéndome salir porque necesito una razón para irme.
—El sr. Gonzalez la solicita.
Ni escuchar la voz de Cristina hace que sienta algo.
Salgo de la oficina con la revista en mano, veo a mi lindo grupo de pequeñas reunidas viendo lo que llevaba conmigo. Cruce los dedos de forma visible y noté sus rostros llenos de esperanza. Creo que todas estamos convencidas de que esta segunda edición dará un golpe a lo alto y será lo que la primera edición no fue, o por lo menos eso es lo que esperamos.
Salgo del elevador, recibo la "cordial" mirada de Cristina quien solo susurra que me está esperando e ingreso de una vez por todas al lugar. Tomás está detrás del escritorio muy concentrado en el computador, apenas me ve sonriente y vuelve la mirada a la pantalla.
—Permíteme un momento y estaré contigo —dice y yo asiento.
De ser otra la ocasión seguro hubiera hecho de ese comentario algo impropio. ¿Samuel me ha bajado hasta la libido? De solo pensarlo suspiro ¡Vaya que sabe joder a una!
Mi jefe, al contrario, se ha dejado una creciente barba que parece podar de vez en cuando. No le va mal, la verdad es que lo luce muy bien. Parece incluso más desinhibido sin la corbata en su cuello.
—Bien, ¿Dónde está nuestro amigo?
Le muestro la revista, no hago comentario alguno. Pasa página por página, en algunos casos le veo levantar las cejas y hasta creo haber visto una media sonrisa. Continua con cada artículo con una atención que no había visto antes, pero es normal porque no estuve con él cuando observó el primer libro.
—Me gusta lo que leo, Samantha —comenta aun viendo las páginas.
—Eso es bueno —contesto.
Él levanta la mirada, me ve y cierra la revista.
—Lo que no me agrada es tu rostro. Me encantaría darte más tiempo, Samantha, pero no puedo hacer eso. Menos aun si no contamos con Sebastián.
—Estoy bien. en serio, esto no es nada. Ya se pasará.
—"Eso" no es una enfermedad que curas con antibióticos. Sinceramente que me hayas pedido desistir de la demanda me sorprendió ¿Has recibido algún mensaje?
Niego efusivamente con la cabeza.
—Cambié todos mis números y eliminé mis aplicaciones. No debiera ser capaz de contactarme —Pero sabe dónde vivo y eso no es algo que pueda cambiar como si nada.
—Sam... —Suspira—. ¿Sabes quién es? ¿Es por eso que me lo pediste?
—No, aun no lo sé
—Y seguro no lo sabrás. Si era cercano a ti, seguro se ha enterado y decidió ocultar todo —respondió con tanta rabia en su voz.
Estaba molesto, tanto como yo estaría si no es porque lo conozco.
—Y fui bastante idiota. Usé esa confianza para acercarme.
—¡No! Tomás tú estás exento de todo eso. Quien debiera de sentir pena por todo lo ocurrido soy yo.
—Samy... yo no siento pena de haberte dicho lo que sentía —Lo veo por largo tiempo así como él lo hace—. Pero tú me aceptaste por él, si alguna vez sentiste algo por mí es porque creías que yo era él.
Quiero abrir la boca y responder pero no puedo. Me callo y lo dejo así.
—La revista me gusta, has que lo lleven a imprenta. —Termina cambiando el tema por completo—. Y perdóname por haberme aprovechado de la situación.
—No lo haré, porque no hay nada que perdonar. En todo esto, tú te has comportado de la mejor forma posible y no puedo más que agradecerte —digo.
No espero que responda, tomo la revista de sus manos y busco salir del lugar lo antes posibles.
—Sabes, Sam... —Lo escucho y me detengo al instante—. Te vi tres veces antes de conocerte mejor —Lo recuerdo perfectamente—: la primera vez fue en una disco, estaba buscando a mi hermana y te hallé, la segunda vez me di cuenta que trabajarías para mí y me viste como si fuera un extraño en su ventana —Se sonríe. No puedo negar que esa sonrisa me sigue pareciendo encantadora—; cuando me di cuenta de que serías una persona a la que no dejaría de ver de la forma en que te veo ahora, fue cuando entraste al salón de reuniones descalza, pero a la altura durante la situación. No es casualidad que me haya atrevido a decirte algo o porque tu hayas hecho algo, ya te estaba observando atento incluso antes de todo esto. Si alguna vez llego a tener alguna posibilidad no dejaría de verte en la forma que lo hago ahora.
«Y no tienes por qué responderme —dice cuando quiero intentarlo—, sé que no es el momento. Quizá pase un tiempo antes de hacerlo».
Asiento.
—Gracias.
—Todo esto... de Samuel, aun no lo creo —Le digo a Miranda.
Quería centrar toda mi atención en el hermoso vestido blanco que la modista le hacía probar. Hecho a medida con un vuelo natural por el chiffon en la falta, muy seductor en el torso y con unas mangas transparentes que caían en lateral. Mi amiga lucía bien aun cuando le faltara al vestido. Miranda debía estar en una nube, no lo estaba. Más bien trataba de resolver el problema entre Samuel y yo; algo que no tiene solución.
—A mí no me parece extraño.
La miro asombrada
—Oye, no me sorprende que le gustes, pero no apoyo lo que hizo. —Le pide un momento a la modista y se acerca a mí—. Cuando era pequeña imaginé que en algún momento ustedes dos andarían.
—¡Miranda! —gruño.
—¡¿Qué?! Solo lo imaginaba y no soy bruja para hacer las cosas sean reales —exclama.
Ella vuelve a que le sigan tomando medidas para ajustar. Yo solo reniego de la cara de felicidad que carga, se sacó un peso de encima diciéndolo, no me cabe duda.
—¿Sabes si irá a la boda? —pregunto.
Quiero perder la mirada en los accesorios que irán en el torso, pero cuando giro a verla me encuentro con la mirada interrogante y picarona de Miri.
—Ami, solo pregunto porque será el padrino de Ernesto, no puede dejarlo colgado —digo.
Sonríe abiertamente.
—Si irá. Se va en estos días fuera del país, pero regresará para mi boda. Dijo que no se la perdería y también lo amenacé, le dije lo que le pasaría de no venir —exclamo convencida—. Tú también necesitas un vestido ¿Verdad? —dice y solo puedo observarla sorprendida.
Miranda está haciendo lo posible por hacer que mi humor mejore un poco. Agradezco que su boda sea en un mes porque de ser en esta semana tan solo vería mi mal humor aflorar como si fuera primavera.
—¿Tienes algo en mente? —pregunto aunque su rostro iluminado me dice que sí.
—Deja que me cambie y vamos, le dije a la dueña que me lo reservara por unos días —exclama, regresa detrás de las puertas con la señora a su lado.
Respiro hondo.
Salgo con Miranda detrás de mí aun despidiéndose. Debo decir que el vestido es lindo y ella luce muy bien. Quisiera poder decirlo más animada. ¡Vamos, Sam! Se trata de tu mejor amiga... Lo que te queda ahora.
—¡Hey! ¿Dónde andas? —Me pregunta.
Niego con intensidad. Tal vez solo quiero arrancarme la cabeza.
—Lo siento ¿Qué decías? —digo. Ella me toma de la mano.
—Estoy aquí, ami, yo sigo aquí —murmura—. ¿Sí?
Corroboro cada parte del libro. Estaba tan indecisa de llevarlo a imprenta, pero no puedo seguir alargando más la espera. Lo dejo en manos del personal porque ansiaba ir yo misma a llevarlo y no estar en las cuatros paredes de la oficina. De hecho se siente tan extraño entrar ahí. Aunque sea hora de volver.
Miro el edificio desde afuera, cuántas veces no habré visto la misma fachada. Saludo a la recepcionista. He olvidado su nombre. Apreto el botón de mi piso, espero que las puertas se cierren justo cuando ingresa un hombre apresurado al ascensor. Intento detener las puertas, me alegro que se abrieran porque solo me faltaba ver a alguien desmembrado para completar el mes.
—Gracias —dice. Suena exhausto.
—No hay de qué ¿Qué piso? —pregunto. Creo que sigue recobrando el aire porque no responde, solo gimotea.
—Ah, lo siento. El dos por favor.
—dos.
No recuerdo qué hay en el dos. De hecho no recuerdo alguna vez haber ido a ese piso. Trato de rememorar, pero no consigo nada más que hacer que él se sonría.
—¿Disculpa?
Él niega y sonríe.
—Tenías una expresión muy cómica, no fue mi intención, pero no debieras hacer esa clase de muecas frente a alguien —exclama tan liberal que me patea.
—Bueno, pues que bien que te haya hecho gracia
¿Desde cuándo soy tan defensiva? Su rostro cambia, ahí sé que he pasado el límite.
—Perdón, yo...
—No te preocupes —responde—. Yo, no debí reírme. No volverá a suceder. ¿Puedo pedirte algo? —Se acerca aunque no lo suficiente como para que ocupe mi espacio personal.
—¿Qué?
—Sé un poco más amable, no le cae mal a nadie —Abro los ojos.
—¿Amable?
Él asiente. Las puertas se abren y él señala.
—Este es mi piso, por suerte.
—Sí, me alegro. Inepto —lanzo. Creo que va a responder pero las puertas del ascensor se cierran.
Ya sé qué hay en el dos: La cafetería.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro