Líos de habitación
Resulta que eso de "ten a tus amigos cerca, pero a tus enemigos más cerca", a mí no me resulta. Yo prefiero tenerlos lejos. Si se extinguen en el más allá o mueren congelados no me alegraré pero esbozaré un "¡Te lo merecías!". Esta no es la ocasión por alguna extraña situación, que prefiero dejarla así y no como Samuel había dicho, tendré como compañera a "la peste". Y no, no quiero tener el enemigo cerca, quizá pueda ver cuál será su arsenal y prepararme, pero me agradan las batallas justas. Además, no quiero que se me contagie algo de lo que pudiera tener esa mujer.
Me lanzo a la cama que está más cerca de la salida declarándola mía. La perfumo para que ella no se atreva a acercarse. "La peste" me ve con una mueca de asco y yo rezongo girándome para no tener que ver su cara. A estas alturas no tendría que ver ni una pizca de su presencia, pero me gusta mi trabajo, me agradaba el señor Granier y me temo que solo por él soporté todo lo que tuve que soportar. En estos instantes no quisiera tener que volver a hacerlo.
—Espero que no tengas que echarte esa cosa todas las mañanas —La oigo reclamar.
Mis manos se vuelven puños, pero me relajo al instante.
—Hay personas que no saben de aromas exquisitos —comento.
—Mi perro huele mejor que eso.
La escucho resoplar con aires de suficiencia. Giro a ver a "la peste".
—"Los perros" lo hacen para atrapar bichos —digo sarcástica.
La veo apretar la mandíbula y lanzar algo a la cama. Se mueve hacia el baño y cierra la puerta con fuerza.
Samy uno, "la peste" cero.
El día está reluciente como para tener que hacer algo. Tomás decide que iniciaremos actividades mañana, lo que nos da tiempo de disfrutar del ambiente, la gente y la comida. Estoy en el restaurante con Samuel, quien parece haberse hecho buen amigo de Tomás. Ambos tienen tantas cosas en común que me pierdo observándolos. Hablan de lo hermoso que sería la producción nacional en base a la tecnología, sueños de gigantes. Los avances logrados en todos los campos y el que más le interesa a Tomás: el área de la medicina.
Los sigo escuchando hasta que veo a "la peste" moverse alrededor de él como una bruja. Creo que mi buen humor se fue por el escusado.
—¿Te pasa algo? —me susurra Samuel.
—¿Qué crees? —resoplo sin dejar de ver al par.
A Tomás parece encantarle la presencia de la arpía y yo solo quisiera degollarla.
—Nosotros hemos disfrutados de estos viajes de convivencia en muchas ocasiones, la última vez no viajamos, pero fue excelente —exclamo interponiéndome en el tema.
—Eso mismo me ha contado, la señorita Alarcon —comenta mientras ella se pavonea al lado de él ¡Cómo no ardes bruja del mal!—. Espero que también disfruten de este viaje. Hasta ahora he visto que el nuevo personal se ha integrado perfectamente, pero aún es muy pronto, creo que para cuando termine el viaje se sentirán parte de la familia. —Me sonrio con solo escucharlo. Hay mucha amabilidad en sus palabras.
—Estoy segura que sí. El equipo de Esplendor es muy unido.
—Maximo studios, ahora, señorita Argento, pero estoy completamente de acuerdo —me sonrío al igual que él ¿Qué tendrá que le brillan los ojos cada vez que lo hace?
La velada en el restaurante pasa sin contratiempo y sin algún desafortunado acto. Creo que empezaré a moverme esta noche, es necesario desechar la basura cuanto antes o eso pienso yo. Me retiro del restaurante y Samuel me sigue los pasos de cerca, giro a verlo notando su mirada clavada en mí. Yo frunzo el ceño mientras él me señala, se acerca lo suficiente como para pasar su brazo por sobre mis hombros y hablarme en tono confidencial.
—No hagas nada —murmura haciéndome resoplar.
—¡Otra vez! —Chillo por debajo.
—¡Sí! —contesta— Si no te conociera, Samantha Argento, me podría quedar tranquilo pensando en tu buena voluntad, pero te conozco y porque lo hago te advierto. No quieras pescar una mala imagen frente a Tomás.
—No "pescaré" una mala imagen —lanzo zafándome de su abrazo—. Además si he planeado algo, saldrá tan bien que no podrás decir ni mu.
Él me señala y estoy segura de lo que va a decirme, pero me escapo antes de escucharlo decir algo. Si, huyo como toda una cobarde, además de que lo dejé con las palabras en la boca, sin embargo no tengo el humor para escucharlo. Solo hacerlo me daría remordimiento, así que más vale no hacer caso de la razón.
Durante la noche me cambio para irme a dormir luego de pasear por el lugar, caminar con mi equipo y ver una que otra vez la mirada desaprobatoria de Samuel ¡Vaya que era insoportable! Bien, él me cuida, pero esta vez no había necesidad. Si haría algo, sería tan sutil que no pensaría en que yo estaba detrás. Aunque eso dependería de cómo se dieran los hechos.
Me lanzo en la cama y veo a la peste moverse por la habitación. Tomo las cobijas y me abrigo escuchando cuanto sonido podía hacer. Parecía una abeja, una abeja molestosa. No, las abejas eran pequeñas, esta era una gran molestia, el zancudo que se pone a rodear y pasar por tu oído para que sepas que está allí. Vigilante. ¡No podía terminar de echarse!
—¡Puedes dejar de hacer ruido! —grito saliendo de las cobijas. Ella me miró con aires despectivos y resoplo.
—No, no quiero —dijo la muy señora.
—Será mejor que dejes de molestarme o me conocerás "Cristi, la peste".
Bien, no he debido decir su seudónimo en su cara, no fue lo mejor a decir verdad, pero no me importaba. No me interesaba ver su cara de furia e ira, mucho menos ver como estallaba, ella se lo había ganado con sudor y piernas.
—¡¿Cómo me dijiste?! —grita.
—Cris-ti, la pes-te —respondo. Y la víbora se abalanza hacia mí.
Sostuve sus manos con todas mis fuerzas cayendo sobre la cama detrás de mí. La lunática se sentó a horcajadas intentando lastimarme, pero no se podía zafar de mi agarre. Quise lanzarla lejos así que cae sobre el suelo. Corro hacia la puerta con todas mis fuerzas, sin embargo me alcanza. Me hala del cabello y estampa contra el suelo. Grito de dolor al chocar mi cabeza contra la cerámica. Siento que me va a caer un barril encima aunque me muevo, la rodeo lanzándola al otro lado, sin embargo ella volvió a halarme el cabello ¡Qué tiene contra mi cabello! La agarro igual con todo el deseo de quitarle cada hebra rubia de su cabeza. Gritamos tan fuerte que no dudo que en cualquier momento alguien entre por la puerta.
Y así es.
Minutos más tarde me acaricio la cabeza por el dolor tan grande que me había ocasionado la víbora. La peste, se limpia un golpe en la cabeza a causa de una herida y yo me pregunto si no se lo habrá dado ella misma para hacerse la interesante frente a Tomás, pues es él quien la está atendiendo ¡existe gente para eso! Por otro lado Samuel esta frente a mí de brazos cruzado dándome una mirada de terror. Me encojo de hombros con sus ojos viéndome.
—¿Qué fue lo que sucedió? —pregunta Tomás una vez que la víbora lo deja libre.
Ella me observa y sonrie de medio lado. Frunzo el ceño sin entenderla.
—Ella me atacó.
—¡¿Pero qué rayos dices?!
—Señorita Argento —lanza Tomás viéndome enojado. Callo mordiéndome la lengua. Él resopla—. Ya es muy tarde para esto, hablaré para que te den una habitación, Alarcon —dijo con tono serio. Me siento pequeña. Una niña siendo regañada por su padre—. Samantha, se supone que eres la directora creativa de la empresa, espero más que esto de ti...
Lo veo negar y marcharse con la decepción en su mirada y a Cristina siguiéndolo.
Él está decepcionado de mí y eso duele. Samuel seguía allí parado con los brazos cruzados observándome como si se tratase de una especie en extinción. Un animalito penando entre sus malas decisiones.
—Te lo dije —susurro.
—Bien, échamelo en cara —murmuro. El niega moviéndose de un lado a otro y sale.
Quería una batalla y perdí. Sí, Samy uno, "la peste" uno.
Me remuevo en la cama por cada segundo. No podía quedarme quieta, no quería. Seguía pensando en lo sucedido. En cómo me había visto Tomás y en que, desde que estamos aquí, no habíamos vuelto a charlar por Skype. Tampoco lo haríamos ahora, eso es seguro. Me levanto de la cama una vez comprendido de que no dormiría. Me cambio de ropa por algo que me calentara y tomo un chandal para abrigarme aún más.
Salgo a las afueras del edificio. La luna en el cielo, las estrellas y el frio que me esta calando en los huesos ¡qué frio hace!
—Muy mala idea —Escucho detrás de mí.
Pego un brinco porque no me lo esperaba y me giro encontrándome con Samuel.
—Eres un fantasma, debiera llamarte "Samuel, el fantasma" —resoplo volviendo a ver al frente. Fijo la vista en ningún lugar, porque la verdad no veía nada. Estoy ensimismada en mis pensamientos, en lo sucedido. Soy idiota, no necesito un comprobante, pero cómo hacer que Tomás se quite la imagen que se habrá hecho de mí—. Pesqué una mala imagen.
—Te lo dije —dijo con tono burlón.
—Y tu primero me sermoneas y ahora te burlas —refunfuño afligida.
—Samy, recuerda que hice lo posible por advertirte —dijo codeándome. Quería enfardarme con el mundo, pero la verdad era que no había razón para hacerlo, porque en parte yo había causado los daños—. No te molestes. —Me pide—. Hazlo mejor.
—¿Cómo?
—Bueno, quedan aún cuatro días. Disfrútalo, olvídate de Tomás, de querer sorprenderlo, sé tú. Samantha Argento, la inigualable —suelta. Me rio. Quedaban cuatro días, podía hacer lo que dijo.
—¿Por qué no me defendiste?
—Porque te lo merecías.
Eso dolió. Pasa su mano por mi hombro y me abraza a él.
—Vamos, solo ha sido por esta vez, si no te pones con tonterías será la última.
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