Fragmentos
Me quedo atrapada entre las sábanas. Últimamente mi deseo de estar en casa puede más en mí que cualquier otra cosa. Me remuevo sin deseos de levantarme para nada. Ojalá pudiera pasar el resto del día con...
CaballeroNegro
—Buenos días, pequeña.
Grito, grito, otro gritito. ¡Deja de empalagarme, rayos! Debería hablar con Miranda. Sí. Últimamente poco me importan mis gustos en hombres, solo lo que me diga él. ¿Qué te pasa Samantha Argento?
MysaLt
—Buenos días, Caballero.
¡Genial! ¿Qué hago respondiéndole?
—¿Tienes planes para hoy?
CaballeroNegro
—Ninguno que podría involucrarte.
Eso fue atrevido...
MysaLt
—Habrá que planear algo.
CaballeroNegro
—¿Te suena el Ávila?
MysaLt
—Me gusta.
CaballeroNegro
—Pasaré por ti.
Grito, otro grito. Otro grito en la almohada.
Salgo corriendo al baño y descubro que falta jabón en la jabonera, me regreso al cuarto a buscar en mi cajón y regreso de nuevo. No está la toalla. ¿Dónde está mi toalla? Corro al lavadero y busco en la pequeña habitación donde escondo la ropa –o algo así— y encuentro una toalla limpia. Vuelvo a la habitación sin saber por qué y noto la lucecita azul que me dice que tengo un mensaje nuevo.
Samuel estaba aquí. ¡Joder, Samu!
Bajo corriendo y le abro la puerta.
—Sam...
—Me tengo que ir, me tengo que ir
Grito entrando en el apartamento directo al baño.
Cuando salgo veo a Samu en el taburete con un vaso de jugo en la mano. Corro a la habitación a alistarme.
—¿A dónde vas? —Lo oigo gritar.
—Al Ávila ¡Con Tomás!
Creo que se escucha muy bien mi grito de emoción. No sé si lo escuché a él rebuznar
—Dijo que vendría por mí —Vuelvo a gritar—. Dijo que vendría por mí —digo estando afuera de la habitación.
—¿Qué tal?
Él me ve de pies a cabeza y hace un gesto que me deja paralizada
—¿Y?
—Vas al Ávila, Samy.
¿Y?
—Con Tomás... —Sonreí—. Y pasará por mí.
Lo veo rascarse la cabeza.
—Yo te puedo llevar.
Si me fijo bien noto que esta vestido de igual forma para subir al Ávila y la emoción se me va al suelo.
—¿Te envió a buscarme?
Lo veo cabecear.
—Puede ser.
—¡Samu!
—¿Qué? —Me pregunta indiferente. Cómo puede preguntarme eso.
—Esto es importante —comento. Él se encoge de hombros.
—Bien, sí, lo hizo. ¿Ya nos podemos ir? —pregunta.
¿Qué le pasa?
Me monto el auto luego de cerrar todo. Lo veo ajustarse el cinturón y encender el auto; su cara de mal genio no me agrada. A mi amigo le pasa algo que no sé y tampoco quiere decir. Me exaspera. Con lo mucho que me encanta que diga las cosas de frente o que por lo menos se exprese, él solo conduce sin decir ni "mu".
—A ver, dilo.
Lo veo dirigirme una mirada para volver al volante. Justo nos detenemos en un semáforo.
—¿Samuel? —canturreo—. Estoy esperando.
—¿Qué quieres saber, Sam?
—No sé, lo que sea que tengas atravesado tanto como para no parar de suspirar.
—Te lo dije.
Ah, claro.
—¿Qué? —miro al frente. Sí, sé a qué se refiere.
—Samantha.
Oh, oh.
—Bien, estas muy grande para que vaya ahí por diciéndote que hacer.
—Gracias.
—Pero no vengas llorando cuando te estrelles.
Lo miro pasmada.
—No me voy a estrellar. Samu, sé que estas muy preocupado, en serio, esto va más allá de lo que yo quisiera pero el acercamiento de ayer fue exacto lo necesario para seguir, y lo de hoy... hoy realmente no lo esperaba.
Lo veo negar. Lo quiero tanto por cuidarme como si fuera mi hermano mayor aunque prácticamente seamos contemporáneos, y sé que sus consejos son los mejores. Solo no quiero darme por vencida —otra vez— a pesar de lo extraño que ha resultado ser estos días. Desearía que él lo entendiera, pero sigue negando.
—Samuel.
—Llegamos.
Giro y miro el lugar. Sí, hemos llegado, cuando volteo a verlo ya ha salido del auto y, al otro lado, veo a Tomás a quien saluda con entusiasmo. ¿Entusiasmo? Salgo del auto y me posiciono justo al lado de Samuel; creo ver los ojos de Tomás brillar cuando me ve ahí. Casi puedo saborear un acercamiento.
—Samantha —murmura. Me da un beso en la mejilla. Bien, vamos poco a poco, ya no está tan nervioso—. Me alegra verte, verlos en realidad.
—Me sacó una sonrisa la invitación, a decir verdad. Hacía tiempo que no subía.
—Me alegra verte animada. Podemos empezar entonces.
—Por supuesto.
Él toma la ventaja, misma que yo tomo. Miro hacia atrás notando a Samuel hablar con otros dos sujetos, más atrás hay otro grupo.
—Son asociados —dice él acercándose.
—¿Asociados? No lo esperaba —respondí viéndolo.
—Sí. Samantha lamento arrastrarte en esto, pero estoy seguro que entre más seamos más podemos mover alguna influencia.
Habla de trabajo ¿Habla de trabajo?
—Trabajo. —murmuro.
—¿Está bien? Sé que estoy abusando de tu confianza, mucho ya he arrastrado a Samuel...
—Está bien, yo feliz de ayudar en lo que pueda. —Me encojo de hombros.
Vamos, algo tiene que salir de esto. Aunque sea una salida al cine ¿Qué? Podemos soñar un poco.
Dos horas. Lo siento como las horas más eternas del mundo. Luego de sonreír y hablar con quienes ahí estaban, preferí alejarme un poco. Ver el mundo desde las alturas y tomar algo para refrescarme. Ahora mismo una laguna me serviría de ayuda. ¿En qué momento me descompuse tanto? Necesito volver a estar en forma. De lo contrario, creo que bajaré dando vueltas. Llegaría más rápido, de eso estoy segura.
Ver al horizonte me da cierta tranquilidad, misma que no me da ver a Tomás haciendo campaña en ese grupo. Realmente esperé más de lo que era. Ahora entiendo la mirada de pocos amigos de Samuel, aunque incluso él, con todo y lo que pudo decir, se ve muy bien ahí. Parece uno más. Mi amigo un hombre de riquezas. Sí, Samuel tenía esa clase de elegancia. Miro nuevamente al horizonte cuando me encuentro con la mirada de Samu.
Quiero bajar, asearme, quedarme un buen rato en la ducha, comer torta de chocolate con fresa y relleno de vainilla. Vamos, quiero volver a ser la indigente que era esta mañana sin deseos de levantarme.
—Hey... —Me saluda.
—Hey. Todo un espectáculo —comento. Lo veo asentir.
—Eso igual —dice señalando mi panorámica—. Te lo dije.
¡Joder!
—No es necesario.
Él niega.
—Me parece muy necesario.
—Está bien, ganaste. Pudiste haberme dicho.
Me ve por un rato y retira un mechón de mi cara.
—Te veías demasiado entusiasmada, pero sí, debí decirte antes. Lo lamento. Debo decirte muchas cosas.
—No importa. Algo sacaremos de esto.
—Realmente piensas seguir. —Afirma.
Así es, Samantha Argento no se rinde, menos con obstáculos tan tontos.
—Samy —Lo veo y espero a que siga con alguna retahíla de las que ya conozco. En cambio veo a Tomás acercarse con una sonrisa demasiado exuberante para mí.
—Gracias, chicos —dice—. El señor Granier tenía razón al decir que podía contar con ustedes. Son un dúo increíble.
—Gracias, señor —responde Samu tan secamente—. Deberiamos bajar ya ¿no cree? Me parece que los hemos llevado al límite.
—¿Tú crees?
—Nunca he visto a alguien que lleve a sus asociados a caminar, menos subir el Ávila. Esto es nuevo en este país. —dice. Tomás se ríe.
—Lo sé, soy poco convencional. Por eso están temerosos.
—Yo lo estaría igual.
Quisiera que Samuel pudiera escucharme telepáticamente para decirle que está siendo demasiado grosero.
—Esa es una de las cosas que más me gustan de ti, Samuel. Eres sincero —dice. Ambos se ven ¿me perdí de algo?
No, debo estar imaginando cosas. Me levanto del suelo y, viendo a Samuel, él decide bajar. Yo me quedo un rato cuando la mano de Tomás atrapó la mía.
—¿Sí?
—De verás, gracias por esto, Samantha. Lo recompensaré, te lo prometo —Su voz me llega haciéndome temblar.
Tambien quisiera que él me leyera la mente. Sabría qué hacer después de esto.
—No hay nada que agradecer, Tomás. Eso sí, espero esa recompensa pronto —digo.
¡Vamos, que se note! Lo veo sonreír. Me derrito, me derrito, ¡Ok, calmémonos!
—Claro —dice entre risas.
Cuando llego al apartamento me doy cuenta que no saqué nada de esto. Suspiro, miro a Tomás y me despido.
—Gracias por todo —dice luego de que saliera del auto.
—No hay de qué.
Cierro y voy rumbo al edificio, antes de que pudiera cerrar la puerta lo veo irse. Siento cierto vacío dentro de mí... vaya decepción.
—¿Te quedarás por siempre ahí?
—¡Rayos, Samuel! —grito—. No te vi. ¿Qué haces aquí?
—Me parece que no quieres entrar. Vamos.
—Me puedo bañar ¿si quiera? —pregunto.
—No. Puedes hacerlo cuando lleguemos a casa.
Lo medito un rato. En casa de Samuel tengo un conjunto que dejé hace un tiempo, si no la regaló a alguna de sus amigas, debe seguir ahí.
Bajo la ventana y saco la mano sintiendo el aire dar contra la palma. A veces olvido lo mucho que me gustaba hacer eso cuando solo era una adolescente. Miro a mi amigo con los lentes puestos y la brisa removiendo su cabello. Me da cierto dolor verlo y recordar lo sucedido esta mañana, aún más recordar que hasta hace poco estaba en el auto de Tomás y no dijo nada más que un "gracias, te lo recompensaré, Samantha eres genial". ¡Buah! Qué hay de lo de ayer, lo cerca que estuvimos de... de... ¡De algo!
—Llamaré a Miranda. —digo convencida. Tomo el teléfono y busco su número no sin antes ver a Samuel. No dice nada, aunque me ve mostrando una amplia sonrisa.
—Hazlo.
Ese es mi Samu repotenciado.
Espero a que repique tantas veces hasta que escucho la voz de Miranda.
—En casa de Samu, ahora —digo.
—¿Ahora? —pregunta, yo asiento.
—Sí, recoge las pantys, querida —exclamo. La escucho reírse.
—¡Tonta! Salgo enseguida.
—Te veo allá. Chao Miri.
—Chao.
Cuelgo. Samuel tiene una sonrisa que no parece se quitará en algún tiempo. No sé porque me gustan tanto estas cosas tan improvisadas. Recordar cuentas veces las hicimos y las tonterías que resultaban de ahí era divertido, supongo que aunque él no diga nada, también le parecen así. Eso quiero creer.
—Haremos una triparty
Lo escucho reírse.
—¿Una qué?
—Lo escuchaste. Ya hace varios días que no nos reunimos así.
—Solo un par de semanas —comenta.
—¡eso es demasiado! —exclamo—. Además de que debes enterarte de la buena nueva.
—Que Miranda se casa —dice tan simple que me provoca asesinarlo.
—¡Cuando te lo dijo? —pregunto.
—Hace días, creo.
—¿Días? ¿Lo supiste antes que yo?
—Fue el día en que estabas muriendo ¿recuerdas? No había podido hablar contigo, tenía que decírselo a alguien o eso creo recordar.
Se detiene cuando estamos en el estacionamiento. Me siento traicionada por Miranda, por supuesto estaba más que muerta ese día, pero bien podía quedarse callada unos días.
—Deja de hacer pucheros, chiquilla —Me aprieta la mejilla con tanta fuerza que creo me dejara marcas.
Golpeo su brazo, corre fuera del auto de inmediato. El asunto se torna tan infantil que no puedo evitar reírme de lo tonto que lucimos si nos ven por ahí haciendo esa clase de idioteces.
Lo sigo hasta el ascensor. Samu vive en el piso dieciséis. El último. Recuerdo que una vez paramos en el techo e hicimos una linda velada ahí. Para ese tiempo Oscar era mi pareja, y Karina era la de él. Recuerdo verlo tan feliz y haberlo sido yo por igual que me gustaría volver a esos días. Solo a los días, porque volver a esas personas no vale la pena.
—¿Vodka o coctel? —pregunta.
—¿Coctel? Vodka —digo. Él asiente.
El apartamento de Samuel es, por mucho, más grande que el mío. Tiene una bonita vista que incluye todos los ventanales dando hacia la ciudad. La decoración es minimilista como la cocina y la sala de estar e incluso su cuarto, que apenas y se separa por una pared. A Samuel le gusta los tonos grises, y la verdad es que no se le ve nada mal. Me siento en el taburete de forro negro frente a la isla donde él se posicionó para servirme un trago. Cuando está listo lo coloca delante de mí y, con su trago en mano, brindamos.
—¿Qué deberíamos brindar?
—Por los enamorados —digo sin pensar.
Sé que me mira extraño, no hace falta verlo.
—Para eso deberíamos esperar a Miranda —Lo escucho.
—No hace falta para desearles felicidad —digo tan convenientemente.
—Por ti, Samy.
Sé que quiere decir, sé muy bien qué significa eso.
—Samu... Por ti.
La última botella recorrió el suelo y ya los tres no estábamos en nuestros cabales. Nunca vi la ciudad más hermosa que ese día, nunca vi llorar y reír a Miranda por igual, nunca recibí un abrazo tan sincero como el de aquellos dos esa noche.
Vaya que hacemos tonterías cuando estamos los tres.
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