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Entre alegrías y tristezas


Si el día empezó hace dos horas, yo perfectamente deseo que termine en media hora. No tengo ni los ánimos ni el deseo de mover un centímetro de mi mundo y en cambio prefiero envolverme en la silla. Mirar al horizonte y observar a mi grupo debatir sobre lo ocasional: moda. Si bien la revista ya no ahonda en esos mundos, no podemos dejarlo pasar aun cuando queramos. Y, por supuesto, el tema central está a un lado esperando porque nos dignemos a tomarlo en cuenta.

En una hora cada quien tomará lugar. Así es mi grupo. Debo admitir que en algunas ocasiones nos es un poco difícil irnos por los temas y solemos desviarnos. Majo se mueve hasta mí y pregunta ciertos aspectos de los cuales no tengo ni idea.

La tristeza me lleva ¡Rayos!

—¿Estas bien? diría que no —Se contesta.

—Yo diría lo mismo.

Toma asiento frente a mí, entre que el grupo sigue en lo mismo.

—Si hay algo que pueda hacer... tu, solo dime

¿No es adorable?

Niego compulsivamente, hago de trizas corazón y me muevo hasta las pizarras donde tenemos colocado el material que abordaremos durante el mes en la revista. Tecnología variada, avances en distintos campos, entrevistas con personas de las que nunca había escuchado hablar. Bien, debo ponerme manos a la obra.

Termino de desglosar algunos parámetros que tendremos en cuenta para el número y me relajo en la silla. Luego de ver la hora, me dispongo a ir por algo de comer. Tengo alrededor de una hora. Lo suficiente para llevar mi mullido y triste cuerpo hasta las inmediaciones de la oficina de Samuel.

Teniendo aquello en cuenta me dispuse a subir un piso y, al llegar a su oficina, tan solo toque dos veces para luego entrar, ver una escena que no me esperaba y cerrar tan rápido, volar a mi oficina y ocultarme tras la silla. ¿Ese era mi amigo? ¿Mi Samuel? ¡¿Samuel el tierno?! Estoy delirando, no hay más que decir.

¿Pero qué rayos le pasa a la gente? No pueden hacer esas cosas en otro lugar ¿cómo se les ocurre intentarlo en una oficina? ¡Y sin seguro! De solo pensarlo creo fervientemente de que la idea de piernas Oriana no fue muy buena y a ambos se les fue de las manos. Escucho el crujir de la puerta y me sumerjo en la pantalla del computador con tal de no verle la cara, mucho menos algún borrón de pintura labial en su cuello.

—¿Señorita Argento?

Fijo la mirada en la persona que me ha llamado. El bonito del chico de publicidad está en mi piso... ¿Qué hace en mi piso? ¿y por qué no toca? O sea, me cae muy bien, pero trabajo es trabajo y cada quien en lo suyo.

—Lo siento, toque varias veces pero no respondías y juré haberte visto entrar y yo...

—Ya, para. No te ahogues, yo también ando mucho en mi mundo —¿Qué hago disculpándome?—. ¿Qué haces aquí? ¿Buscas a Majo?

—No, en realidad, venía a buscarte.

Mis antenas se levantan y pongo toda mi atención en él.

—¿Motivo, razón, circunstancia?

—Yo, bueno, yo... —balbucea.

Eso a Majo de seguro le parece lindo, a mí me empieza desesperar.

—Ok, señor balbuceo, ven acá —digo levantándome del asiento y llamándolo al mueble. Se mueve lento hasta sentarse y postrar sus ojos negros en la mesa de madera—. Ahora, dime, ¿qué necesitas?

—Ayuda. —Alargó un suspiro y se acomodó en el asiento—. Hace mucho que no salgo con una chica como Majo... Ella es, ella es increíble y no quiero meter la pata ¿entiendes? Quiero hacer las cosas bien y bueno, algo de ayuda me viene bien.

—¿Estas jodiendo? —Lamento la grosería, pero me he quedado de piedra. Con la boca abierta y todo—. Tú no pareces alguien que necesite ayuda y la verdad es que la otra vez la vi muy entusiasmada contigo. Creo que lo único que podría aconsejarte es ser tú.

—Sé que no lo parezco, pero por alguna razón mis relaciones no terminan muy bien. Y cuando soy yo, muchas veces... bueno, no se me dan salir con chicas.

—Ay, por favor. Óyeme, Majo solo quiere alguien que la escuche, que si va a regalarle algún detalle no importa cuán grande sea mientras lo hagas pensando en ella y que siempre estés ahí.

Él me mira como si fuese un alien y le hubiese dado el secreto tras la inmortalidad. Lo veo respirar y removerse, también sonríe de medio lado y se levanta casi nervioso ¿Acaso mi consejo fue estúpido?

—¿Hay algo más? Porque si solo es eso, creo que ya estamos.

—No, bueno, eso creo.

Demasiada ternura junta. Ugh.

—Siendo así. Buena suerte —digo maravillada, puede que demasiado—. Oye, iremos pronto de rumba y seguro que a ella le encantaría salir, aprovecha el momento —comento con total normalidad.

Lo veo dudar por breves segundos en los que me quedo esperando que dijera algo más. Niega efusivamente y luego de sonreír con timidez, abre la puerta y se va.

Mi buena acción del día terminó mejor de lo que esperaba, así que dejo que mi buen —o mal, quien sabe— consejo haga de las suyas. Una vez terminada la jornada laboral, falta demasiado para la salida de la nueva edición sin embargo tiempo tenemos, o eso creo.

Considero irme una vez que el reloj marca las cinco y parte del personal ya ha salido. Mis chicas ya empacan sus cosas para salir y una a una se ha despedido, yo por el contrario me quedo de pie ante la cartelera de la cual hemos dispuesto. Tengo una buena idea para la edición, pero es hora de descansar, así que la anoto en un post it y lo dejo en una esquina. Me remuevo por la oficina apagando el computador y las luces. No puedo evitar ver a Tomás listo para salir sin que se me encoja el corazón ni a La peste cerca de él cual víbora apresando su nueva presa.

Es insoportable verla y más: verla cerca de él.

Tomás se detiene un instante y me saluda. Me haces señas hacia el ascensor. ¡Qué considerado hacer que bajemos todos juntos! ¿Qué Samuel no le dijo de mi rencilla con la arpía que lleva al lado? Resoplo luego de tomar mi cartera y terminar de cerrar la puerta. En el pasillo, ambos hablan animadamente. Es como si ellos se llevaran tan bien que provoca suicidarse. Me imagino una telenovelucha de secretaria y jefe teniendo una relación y la cosa se torna peor.

—¿Siempre es la última en salir, Samantha? —pregunta ya en el ascensor. Estoy justo a su lado, mientras que La peste destila veneno desde el otro lado.

—Casi siempre. —Sin más detalles que agregar. Simple y conciso.

Tan conciso que la tensión nos abordó. Si no fuera por Cristina lo interrogaría, le preguntaría por qué ha cambiado tanto, por qué ya no es el mismo que conocí hace dos años; pero ella está ahí y yo debo morderme la lengua para no hablar o explotar.

—¿Tiene como irse? —Siempre espero el bus, ¿lo habrá olvidado?—. Llevaré a Cristina cerca de aquí, puedo llevarte luego...

Justo el ascensor se detiene en el vestíbulo y Samuel está rondando por ahí.

—¿Lista? —me pregunta y yo asiento.

—Gracias por ofrecerse, creo que esta vez no será.

—Ya, bueno. No queda en mejor compañía que la de Samuel. —dice y lo veo hacerle una seña a Samuel—. Que tenga buenas noches, Samantha.

—Gracias.

No puedo evitar ver la cara de víbora en el rostro de La peste como dando por sentado de que en esta ocasión me venció y justo cuando deseo responderle por insulsa, el ascensor decide cerrar las puertas. ¡Qué conveniente!

—Samy

Miro a Samuel y niego.

—No pasa nada.

—¿En serio? —dice con sarcasmo. Ese tonito lo conozco de sobra.

—En serio.

Veo que Samuel me mira cada cierto tiempo y aunque no lo soporto tampoco deseo empezar una conversación. Este día ha sido del asco, total, rotundo; un día que me gustaría olvidar en este simple momento, pero como no se puede me las tengo que aguantar con mi humor.

—¿Podemos ir a tomar algo? —Le pregunto justo cuando frena frente a mi edificio.

—¿Un lunes? —pregunta asombrado.

—¿Qué tiene? Antes lo hacíamos mucho, digo yo que demasiado.

—Que mañana debemos trabajar y antes no teníamos qué.

Suspiro porque la voz de la razón, otra vez, tiene razón.

—Está bien, entra. Iré a comprar algo y regreso.

Lo miro con toda la felicidad que puedo expresar.

—Pero solo un par, luego a dormir.

—Por favor que sea tequila —ruego. Lo veo negar y mirarme mal—. Si solo será un par, pido que sea de algo fuerte para noquearme de una vez y no pedir más —digo convencida—. Ah, y llamaré a Miranda.

—No —responde al momento—. Solo un par de tequila, solo un par —repite— y Miranda se queda en su casa. También recuerdo cómo se ponía todo cuando los tres andábamos.

—Ok, ok, no te puedo pedir más ¿verdad? —rio.

Al cabo de unos minutos estoy en mi apartamento sacando vasos y acomodando todo mientras que en la cocina se caliente un par de sándwich. Tomo mi teléfono y veo el Skype, justo hoy él no está y lo agradezco porque aunque en el ascensor me moría por confrontarlo, no sé si desee hacerlo ahora. En cambio, me quito los zapatos y aguardo a que Samuel llame. Veo un par de mensajes y uno de Miranda pidiendo auxilio a saber por qué.

Que mala he sido, lo envió en la mañana.

Decido llamarla y coloco el teléfono en altavoz, así termino de preparar la cena y espero a que conteste.

—¡Por dios santo! ¡Hasta que sé de ti! ¿Dónde estabas metida? —grita afanada. Me rio.

—En la oficina, dónde si no —respondo y chillo por quemarme el dedo con la máquina.

—Pues si tienes un teléfono, úsalo y dile a tu mejor amiga que sigues viva —rio con fuerza.

—Estoy viva, ami, no sé qué tanto, pero sigo viva.

—¿Qué tienes? Te escuchas como un zombi. —Linda la comparación.

—Tuve una pequeña... no sé, ¿discusión? Con Tomás y bueno, no ha sido el mejor día de la vida.

—Ay, mi pequeña. Si no estuviera ocupada me llegara a tu casa.

—Descuida, ya enviaste a Samuel. En un rato debe estar por aquí —respondo. Me siento y saco el altavoz—. Pero si me gustaría sentarme a comer helado contigo.

—En estos días te llamaré para salir. Deja que tenga un tiempo libre ¿Tan mal va la cosa?

—Es horrible. No es muy buena idea conocer a alguien por internet y que sea tu jefe. Menos mal ya tú tienes a Ernesto.

—Bueno sí, y tampoco pretendo conocer a nadie más. Ami, ¿no sería mejor que dejaras eso así y te enfocaras en otra cosa? Sé que a la primera no hay que rendirse, pero no me gusta lo que escucho.

—Hablamos de eso luego ¿Sí? Lo pensaré igual.

—Oki doki —responde—. Dale mis saludos a Samu.

Escucho el timbre y salgo disparada a abrirle la puerta a Samuel. Lleva en su mano una botella de tequila, limones y un par de chutes. Menos mal los trajo porque aquí solo hay vasos grandes y son los que había sacado. Me devuelvo a la isla y le dejo en frente un plato con el sándwich que preparé.

—Hablé con Miranda.

Me ve con mala gana.

—Tranquilo, no le dije que viniera.

—¿Qué está haciendo? —pregunto y me doy cuenta que no pregunté nada de eso.

—No lo sé —me encojo—. Me dijo para salir en estos días.

—¿Solo ustedes?

Sirve el primer chute.

—Sí. No te pongas celoso, hoy te lo estoy dedicando a ti.

Sirve el segundo. Busco la sal y corto el limón.

—Soy yo quien te lo está dedicando.

—Por los malos momentos —digo efusiva—. A la cuenta de dos.

Uno, dos... ambos tomamos el trago y saboreamos la sal y el limón.

—¿Ahora si me dirás qué te pasa?

Se acomoda en el taburete luego de remangarse las mangas. Yo asiento y respiro hondo.

—¡Hasta aquí llego yo!

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