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Al final de la carretera

Luego de miles de horas en un bus horrendo y escuchando a los demás; estaba deseosa de regresar a casa, de darme una ducha ¡De tocar el asfalto! Me agradan muchos de mis compañeros, pero no sirvo para viajar en grupo. En algún momento del día me fastidio. Eso bien lo saben Miranda y Samuel. Y aunque finalmente habíamos llegado a nuestro destino, el bus se quedó en la empresa. Sí, ese es su destino final. Desde ahí todos debemos buscar como rayos irnos a nuestras casitas y Samuel seguro está metido entre las piernas de Oriana... Arcadas. Tomo mi maleta y decido ir hasta la parada y esperar por un taxi. Me daré el lujo de tomar uno, porque con esta cosa ni loca me atrevo a tomar otro bus, mucho menos luego de haber pasado más de dos horas en uno.

Miro a mi lado y cada una de mis chicas se despide. Un par vive por la misma zona, así que pueden tomar un taxi y pagarlo entre ellas. veo a Tomás esperar a que cada uno de sus empleados se vayan. Un jefe que espera porque sus empleados consigan un medio de transporte. Eso es... distinto. Me quedo embobada viéndolo, tanto, que Majo me grita al oído literalmente. La veo sonreírme, y no dudo que sea porque tengo una cara de idiota que no se lavará fácil.

—Debería ser un poco más discreta, "jefa" —dice en tono burlón y la callo.

—Lo soy, solo que me tomaste desprevenida —digo con toda seguridad. Veo al chico lindo detrás de ella, esperando al lado de un auto—. ¿Él te llevará?

—Sí. —Su voz es muy fina de la emoción—. El auto es de su hermano, le pidió que lo dejara aquí para poderme llevar a casa.

—Bueno, no tiene auto pero es galante. Eso no se le quita. —Deduzco. Ella asiente—. Anda, ve, esta que se derrite de solo esperarte.

—Sí, pero ¿tienes cómo irte? Las chicas y yo vimos que Velazquez...

—Ya encontraré como irme. —La corto antes de que me salte la vena—. Tranquila, ve.

Luego de verla marchar retorno la vista al camino donde pasan cientos de buses y todos me dan nauseas. Siento a alguien cerca, bajo el mismo techito de la parada y me tenso. Cuando giro observo a Tomás cerca de mí y con la vista en la misma dirección que yo tenía.

—¿Esperando el bus? —pregunto.

—Sí, aun no llega el mío.

Esto es un poco dulce.

—Creo que usted tiene auto propio —digo haciendo memoria.

—Creo que está en el estacionamiento.

Si me va invitar a llevarme que lo diga pronto, digo, no me quejaría. Ya no soporto estar de pie.

—Acepto —Me lanzo antes de que pudiera formular pregunta alguna y camino hacia el estacionamiento. Lo veo dos pasos atrás sonreído.

Me siento en el puesto de copiloto tras dejarle mi maleta. Tomás termina de cerrar el baúl y camina hasta entrar en el auto. Lo enciende sin dejar de tener una sonrisa en sus labios que me muero por... no parar de verlo. Ajam, si eso mismo. Respira profundo, Samy, eso no es una revelación ni nada que se le parezca. Respira, respira ¡Joder, tranquilízate!

—Dime algo, Samy... ¿siempre eres tan extrovertida? —pregunta y considero pensarlo por varios segundos.

—Solo cuando lo amerita —respondo.

—¿En serio? —dice con gracia.

El camino se torna ameno. Tan ameno que no me importa que se coma las calles, que pase por la cuadra equivocada o que no recuerde que en realidad vivo por la castellana y él me lleva hacia el otro lado. Quizá quería que conociera su casa. Me divierto de solo pensarlo y de verlo disculparse por su mala memoria de la cual, siendo sincera, dudo en lo absoluto ¿Qué hombre se olvida de la dirección de una mujer? A menos que no le interese en lo mínimo... ¿No le interesaré como imagino? No tendría sentido después de tantos años, y si en realidad luego de verme dejé de gustarle ¿Será eso posible? ¿No seré su tipo?

—Samantha. —Me llama. Reacciono y me mira preocupado—. ¿Estás bien? ¿quieres que compre algo para ti o...?

—¡Oh, no, no, no! Estoy más que bien, solo una ausencia, un momento, solo fue eso.

—Eso no parece normal —contesta.

—No, pero te aseguro que no me pasa nada malo —Rio para esconder mi falta, ¡¿Cómo rayos se me ocurre quedarme en blanco?!

—Lo siento —¿Ahora qué ha hecho para disculparse?—. Te entretuve demás con mi supuesto despiste y es obvio que estás cansada. Yo...

—¿Supuesto despiste? —pregunto extrañada. Él niega y rio, baja la cabeza y se acomoda en el asiento para luego verme.

—No creerías que realmente no sabía dónde vivías, Samantha. Digamos que quería conversar con alguien y tú me has dado una buena impresión. Me siento tranquilo cuando estoy contigo.

¡Oh. My. Gosh!

—No esperé que fuera tan sincero —respondo y quizá metí la pata con esa frase.

—En toda ocasión, Samantha. De mí siempre tendrás la verdad. —Su tono fue más serio. Sí, por eso creo haber sido una tonta. Me mordía la lengua por preguntar de nuestra situación. En qué punto habíamos quedado y cómo seguiríamos, pero ese instante fue tanto que no quería estropearlo.

Quizá mañana estropee todo lo que tenga que estropear.

—Bien, de vuelta a casa.

Suspiro, sí, de vuelta a casa ¿Me podría quedar un poco más? Aunque sea en su auto. Me compongo y lo veo, sus ojos tienen un brillo peculiar que me dejan prendada en ellos. Aquí voy de nuevo, a derretirme.

—Ha sido un buen fin de semana.

Si... no como quisiera, pero lo fue. Dejé mis armas empacadas y decidí disfrutar del viaje en vez de atraerle. Gracias Samuel por hacer de conciencia cuando no debe.

—Podemos hablar más tarde.

Lo veo sorprenderse al punto en que siento no haber sido sincera conmigo misma.

—Descansa, Samantha. Te ayudaré con las maletas.

Baja del auto y va hacia el maletero. Me muerdo el labio y acto seguido espero a que me de mis maletas.

—¿Hasta mañana?

—Hasta el lunes, Samantha.

Me sonrojo por mi error y seguro a él le parece divertido.

—Samy, por favor.

—Será difícil acostumbrarme a decir solo Samy.

—Espero no tome tanto tiempo —contesto. ¿He notado algo de rubor en sus mejillas? Quizá sea mi imaginación, pero en este punto, siento que ambos estamos bajo tensión.

Me despido por última vez y lo veo partir: ideas mías, seguro. todo ha sido ideas mías.

Luego de unas horas rejuvenecedoras, me levanto y me preparo algo de jugo. Veo la cafetera a unos metros, pero recuerdo que me estoy desintoxicando de la cafeína desde hace un par de meses atrás cuando las altas dosis me provocaron una crisis de gastritis. Termino con el jugo y me voy directo a la sala. Enciendo el televisor, bajo el volumen y busco mi teléfono. Skype. Mi caballero. Conectado.

¿Alguna vez estará desconectado?

CaballeroNegro

—Buenos días, Samy.

MysaLT

—Buenos días... No sé cómo debo llamarte ahora ¿sabes? Es un poco confuso todo.

CaballeroNegro

—Te entiendo. En estos días lo estuve pensando, mucho, pero no sé cómo sobrellevar todo esto.

¿Sobrellevar?

MysaLT

—Bueno, mientras piensa en ello, yo solo quiero agradecerte por lo de ayer. Fue una buena charla, una donde olvidé que nos conocemos, que tenemos algo importante de qué hablar y me sentí como si te estuviera conociendo de nuevo. Como si fueras alguien más aunque éramos los mismos. Gracias... pero eso no quita el hecho de que esa conversación está pendiente ¿Cuánto tiempo seguiremos como si nada? ¿despues de tantos años?

CaballeroNegro

—Yo... creo que por ahora solo podemos seguir así. Conociéndonos de nuevo, como dices. Quizá, debamos darle una vuelta a todo esto. No lo sé.

MysaLt

—Tomás, esa inseguridad no me tranquiliza. Tu, la persona que conoci por tanto tiempo no lo mostraba, para nada.

¿Habré dicho de más? Si es así, pues mal por él porque ya lo hice y no hay vuelta atrás. Eso es lo que pienso. Y sí, me encantó el día que pasé ayer con él y que se hiciera el tonto para pasear por todos lados, pero hay cosas importantes y ya sueno como mi madre ¡Rayos!

No contesta. Lo veo intentando escribir pero desiste y vuelve a empezar y me enerva. Porqué me enoja tanto, no lo sé.

MysaLt

—Me adelanté, está visto. Hablemos de ello, algún otro día. Cuando un meteorito caiga o creas que Cristina deba irse, lo que pase primero. Que tengas bonito domingo.

CaballeroNegro

—No lo tomes de esa manera, Samantha.

MysaLt

—Lo tomo como parece. Dos años, Tomás. Es suficiente tiempo, mucho...

Desconecto y dejo el teléfono sobre la mesa. Me quiebro la cabeza pensando en qué estoy haciendo y si debo presionarlo de esa manera tan injusta. Al final no hago más que gritar sobre el cojín. Respiro profundo y me devuelvo a la cama. Solo necesito dormir y pensar en otra cosa. Solo eso. Luego será lunes y deberemos volver al ruedo.

Seremos dos extraños. Tal como lo desea, dos perfectos extraños que no han hablado más que dos años por chat, pero vamos esas trivialidades no cuentan.

Me levanto tan rápido que las sandalias vuelan por el aire y voy directo a la ducha. La alarma no sonó y la luz que entra desde la ventana no me da seguridad. Es tardísimo, estoy segura. Mi corazón late tan rápido como puede y me cambio a la velocidad de la luz cuando escucho alguien llamar a la puerta. Abro luego de ver por el ojito y encontrar a Samuel del otro lado.

—¿Qué hora es? —pregunto apenas abro.

—Muy temprano, dormilona —dijo luego de pasar y cerrar la puerta.

Respiro hondo. ¡Ay, carajos! Fui directo a la nevera por algo del jugo que había hecho ayer, le ofrezco un poco a Samuel que muy amablemente rechaza por el envase de café que llevaba en la mano.

—Eso te matará —Le recrimino a sabiendas de mi reciente desintoxicación.

—Moriré entonces, con el sabor de un buen café —agrega—. Además debo aprovechar el hecho de que encontré un poco.

Ruedo los ojos. Sí, las cosas no iban muy bien y esa era una de las cosas que me alegraba habían desaparecido. Menos cafeína para el mundo, o para mí por favor.

—¿Qué pasa contigo? —Lo veo extrañada. Yo soy quien debiera preguntar qué pasa con él. Es inusual que venga hasta acá sin que lo llame o avise antes. Se ha aparecido sin más. Me pregunto si tiene algún sentimiento de culpa por lo del viaje o será por otra cosa. Quizá por Oriana... ¡Oh my god!—. ¿Ahora qué rayos te estás imaginando?

—Vienes a disculparte ¿verdad? —Lo veo ahogarse con el café y aunque me da risa —sí, me da risa—, pienso en, en... en eso—. Claro, tiene que ser eso. No veo razón para que estés aquí tan temprano, como si nada. No te llamé anoche, me consta, no tomé nada, ni una gota de alcohol. Fuimos la soledad y yo. Y... y tu vienes... luego de desaparecer un día entero y... por favor, por favor no me digas que en realidad andabas con Oriana desde antes y la has dejado preñada porque ¡Te asesino Samuel Velazquez! ¡Tú no eres esa clase de hombre! Sí, eres dulce, pareces un caramelo y me das arcadas con tus monerías cuando andas con tus novias, y porque sé eso sé que no eres capaz de... de...

—¡Ya para de imaginar mariqueras! —grita y me callo.

Es normal, o sea, lo típico cuando alguien como él grita y te mira como si estuvieras loca y él parece el loco, cabe destacar. Su mirada me empequeñece tanto que me encojo y devuelvo al taburete. Lo veo negar y resoplar al punto en que hace muecas. Las muecas que te dicen que no puede creer lo que acabo de decir. anotaré este momento y adjudicaré a mi extraña situación con Tomás. No hay otra explicación, ese hombre me lleva de los pelos.

—No te imagines cosas como esas. Sé que tu extraña cabecita le gusta inventarse historias pero si eso fuera cierto serías la primera en saberlo —reconoce. Mira el envase en sus manos y luego posa su mirada en mí—. ¿Estás bien?

—¿Tendría que estar mal? —inquiero.

—Miranda te hizo varias llamadas ayer. Me dijo que no respondiste, ni siquiera al fijo y que aunque te escribió no recibió respuestas. Estaba preocupada. —comenta—. Por eso decidí venir hasta acá.

—¿Hoy? Si me hubiera muerto ya estaría en descomposición —bufé.

—No bromees con eso, Samy. Es curioso pero tenía la idea de que nada malo te pasaba. Te veo ahora y sé que algo anda mal, pero no de muerte.

Me hice más pequeña. Salto del taburete y voy corriendo a abrazarlo. Se me va a correr el maquillaje por culpa de él y por preguntar en la herida tonta que me hice por imaginar de más.

—Samy...

—No preguntes. Por favor, ahora no. —digo y se me tranca la voz.

—Bien —susurra a mi oído. Siento sus caricias en mi cabeza. Me ahogo tratando de no llorar—. Cuéntame después, cuando estés dispuesta a hablar.

Curiosamente, no estoy dispuesta y no lo estaré o quizás sí, cuando vea a Miranda por ahí con un envase de helado, un pañito y un estuche de cosméticos.

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