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A puertas cerradas



Me desperté a media noche viendo la cortina moverse por el aire gélido. Me levanto y voy a cerrarla. Antes de, si quiera intentarlo, ya notaba el cuerpo de Samuel en una especie de cama que se había preparado. Claro, el mueble no era una opción y verlo dormido en el piso me causaba pena. Debería tener una cama para invitados, porque la habitación la tenía, pero nunca me había preocupado en buscar arreglarla.

Como sea, me muevo hasta la ventana y la cierro. Giro sobre mis pasos y veo una puta sombra y alguien llamarme:

—Samy.

—¡Coño, Samuel! ¡Vas a hacer que me dé un infarto! —grito del susto.

—Tampoco es para tanto —dice carcajeando.

—¡Claro, búrlate! Cuando te halen de los pies te quiero ver reírte así.

—No seas tan amargada —Lo veo sentarse en la cama. Aunque todo esté oscuro algo de las luces de afuera alumbra el interior y aunque al principio no lo vi bien, después pude notar su rostro—. ¿Cómo te sientes?

Me siento a su lado y poso mi cabeza sobre su brazo.

—Como si me hubieran pateado.

—Es lo malo del tequila a grandes cantidades. —Me dice y le doy la razón, pero es que yo lo quería no puedo quejarme igual.

—No me siento muy cuerda, igual.

—Dime una vez que lo hayas estado —Se rio en mi cara. Le hice un gesto de burla—. ¿No me dirás por qué andas así? —negué.

—Samuel ¿Qué opinas de Tomás? —Siento su mirada sobre mí.

—¿Qué quieres que opine? Es un buen tipo.

—Ustedes se llevan muy bien —murmuro.

—Tanto como se llevan bien un jefe y su empleado —responde.

—Claro que no, digo. Se llevan mejor de lo que un jefe y su empleado pueden llevarse bien. Incluso La peste se lleva bien con él. Parece alguien que atrae a la gente con facilidad.

—¿Qué hay con eso? —pregunta y yo resoplo.

—Cómo es que no lo ves. Samu, él es Mi caballero, pero resulta que mi caballero se lleva muy bien con todo el mundo y a mí me pide espacio ¿Estás viendo lo irónico de la situación? Llevamos dos años conociéndonos, lo menos que me puede pedir es espacio. Además, él fue quien pidió la foto...

—Sam... no vale la pena meterte con alguien que te pide espacio.

Creo escuchar a Miranda.

—¿Por qué todos dicen eso?

—Porque es la verdad ¿Por qué insistes? Estas mejor sin tener que estar detrás de alguien a quien quizás no le intereses.

—¡Pero ese es el problema! Sí le intereso si no, no se hubiera hecho el loco e inventando una para perderse y no saber dónde vivo.

—¿Sabe dónde vives? —inquiere y su tono es de asombro. Asiento efusivamente sin que me pueda ver pero aun así lo hago.

—Él mismo se ha ofrecido a traerme y me ha dicho que se siente bien conmigo ¿cómo quieres que interprete eso?

—¿Cómo si se sintiera bien en compañía de una amiga o de alguien a quien se puede tirar?

¿Qué?

—Hablo en serio.

—¡Yo también! Déjalo ya, Samantha.

—¡No! —grito.

—¡¿Por qué?!

—¡Porque me gusta! —digo convencida como nunca antes. Incluso como nunca antes lo estuve con Oscar—. Me gusta mi caballero, y... debo estar loca... sé que piensas eso, lo sé... ¿Cómo es que me gusta alguien que actúa de una forma por internet y de otra manera cuando esta frente a mí?

—Prefiero que andes con alguien de carne y hueso... Sam —resopla—. Si ves que no puedes con esto solo déjalo. —Lo abrazo porque en su voz presiento su preocupación. Siento su abrazo y me relajo.

—Eres un gran amigo —murmuro—. Gracias.

—Ah, sí. Eso le dicen las mujeres a los amigos para que no hagan nada.

Me rio porque de esas situaciones he tenido muchas.

—No te hagas, tú también has tenido de eso. —Enfrento.

—Mira, yo directamente no les digo amigas.

—¿Entonces que es Oriana?

—¿Qué con ella?

—¿No me dirás? ¡Te acabo de hablar de lo que me pasa con Tomás y tú no piensas hablar! —Casi que grito porque no me creo que haga eso.

—Eres tú, es lo que haces —responde y se devuelve al intento de cama que se hizo—. Ya vete a dormir, te toca levantarte temprano.

—¿Me piensas dejar con la boca abierta, Samuel Velásquez?! —Se levanta y me cruzo de brazos esperando. Él solo me cierra la mandíbula y se regresa.

—Ya duérmete.

Me desperezo cuando veo la luz entrar por la ventana. Miro al suelo y noto que Samuel ya ha recogido y afuera se escucha el fregadero. Salgo apenas me levanto y lo saludo antes de entrar al baño. Me responde con un "ya báñate" que no hago más que dar media vuelta e internarme en el agua.

Al salir, Samu está sirviendo el desayuno así que me muevo lo más rápido que puedo para alistarme. Ya, muy rápido. Termino frente al closet pensando qué ponerme. Llevo quince minutos y dos outfits que no me convencen para nada. Estoy hasta las narices de las faldas y ya hace falta algo de limpieza en las piernas así que me decanto por un pantalón de mezclilla. Sigo lidiando con la ropa cuando Samuel llama a la puerta.

—¡Dame cinco minutos! —grito.

—Uno solo y sales —gruñe.

¿Se levantaría con mal genio? Termino de alistarme y salgo. Samuel tiene un desayuno preparado digno de dioses, con excepción de que ya no tengo frutas, apenas y pudo servirse algo del jugo que quedaba y no me gusta el pan tan tostado. ¿Lo habrá olvidado?

—Se me ha tostado demás, y eso que estaba frio cuando lo coloqué.

Ah, eso pasó.

Lo miro luego de dos interminables segundos. Está tan enfocado en quien sabe qué planeta. Samuel tiene un perfil bastante lindo, no me había fijado en ese detalle. Bueno sí, me había fijado antes, pero no había visto cuanto ha cambiado desde nuestro tiempo en bachillerato, cuando su perfil no se perfilaba de esa manera y por algunos azares de la vida sus mejillas eran esponjadas. Era hasta un poco más relleno. Visto desde ese ángulo ha cambiado bastante.

—¿Qué te pasa? —pregunta mirándome con una ceja arqueada.

—Recordaba viejos tiempos —digo nostálgica.

—¿Tienes el periodo?

Y es así como algunas veces mata el momento. Sí, Samuel puede ser muy lindo e incluso tierno con sus chicas, pero conmigo a veces puede llegar a ser un completo tarado. Ruedo los ojos, suspiro y me levanto a lavar los platos.

Luego de pensarlo, puede que sí me venga. Lo miro por encima de mi hombro ¿También sabrá del periodo de Miranda? Qué raro. Mi amigo incluso es raro.

—Si no te conté lo de Ariana es porque no valía la pena. —Lo escucho decir entre que el plato se me resbala de las manos y cae en el fregadero.

—¿Eso? ¿Por qué? ¿No lo hace bien? —pregunto sin disimulo alguno. Me encojo de hombros esperando algún regaño por imprudente, pero en cambio se acerca y deja los platos dentro del fregadero, me mira con ironía.

—Ya no diré más —responde.

—¡Ay, vamos! ¡Tú empezaste y me vas a dejar sin el chisme! ¿Quieres que te recuerde que los vi?

—Hablando de eso... —No sé por qué le di bola ni por qué se lo recordé, pero la cara que pone me asusta—. Nada de decirle eso a nadie, mucho menos a Miranda. Ariana y yo no andamos más. Es todo lo que debes saber.

—¿Para qué soy tu amiga si no me vas a decir por qué? —Lo veo suspirar y hacer gesto de desaprobación

—Esas vainas te las contaré algún día. No ahora.

—Eso suena a nunca.

—Que inteligente eres —me acaricia la cabeza cual cachorro y no puedo evitar reírme de lo irónico que está siendo. ¿Qué hizo esa con mi amigo y dónde está ahora?


Tiro del asiento cuando ya estoy en mi oficina. Hemos llegado antes. Creo que el servicio no ha pasado por los pisos aún; Samuel es el hombre de la puntualidad, lo sé bien y salir en la mañana con él es esperar que todo el lugar este completamente vacío. Aunque, si mis ojos no me fallan he visto a Tomás pasar. Ese hombre tiene todo un piso para él y aun así siempre esta en los otros. Quizás viendo que hayan llegado.

Claro, a las cinco y cincuenta de la mañana... ajá. Es hiper temprano.

—¿Samantha?

La voz de Tomás me saca de la búsqueda de mi teléfono. Giro y tropiezo hasta casi de caer de nalgas. El corre hacia a mí y doy gracias porque no me caí y por ser tan torpe como para que él lo note y venga a mi rescate.

Toma de mi mano y siento la otra en mi cintura. Sensación que me hace ruborizar y aspiro el aroma de su perfume. Sí, huele demasiado bien, ¡rayos!

—¿Estas bien? ¿No te hiciste daño?

—No, Tomás, disculpa mi torpeza. Solo trastrabillé.

—Bien, no quiero que nada le suceda a mi editora estrella. —Suelta con una voz tan sensual que me hace preguntar si ya anocheció y estamos de cacería. Naturalmente, el sol entrando por la ventana me dice que no.

—Gracias —sonrió con nerviosismo, solo para hacerle creer.

—Bien, el chico de los mensajes bajó a buscar café ¿deseas uno? —pregunta.

—Ahmm... —Hago una mueca.

—Ya, no te gusta el café —Se responde.

—No, no mucho. —Me encojo de hombros.

—¿Quieres algo que... tengamos aquí? —pregunta intentando nuevamente. Recuerdo que el señor Granier siempre tenía sobresitos de maní porque me encantaba, pero es temprano y ya desayuné. No recuerdo si hacen jugos en la mini-cafetería del edificio. No recuerdo haber tomado uno en la vida. Me quedo pensando y luego caigo en cuenta de que Tomás sigue ahí esperando a que le dé una respuesta.

—Lo siento. No, gracias de nuevo. Tengo una regla estricta de no tomar cafeína. —digo orgullosa. Y debo estarlo. Desde el año pasado no ingiero nada que la contenga.

—¿En serio? —Asiento—. La salud es importante. —Ni que lo diga.

Ahora siento que nos quedamos sin tema ¿Por qué será? Ah, claro, el café. El café trae demasiados temas. Como por ejemplo: con leche, con azúcar, cuanto de azúcar, negro fuerte o guayoyo, con chocolate o sin él. Sí, muchos temas. He debido decirle que sí.

—Pero tampoco debe limitarse, Samantha. Hay sabores que acompañados de la cafeína saben muy bien —dice y se cruza de brazos. Tiene buenos brazos. Ya imagino que... ¡Sam, regresa!

—¿Ah, sí? —Me intereso en el tema y en esa sonrisa socarrona que ahora se mueve en sus labios.

—Sí, algún día, si gusta, puedo llevarte a un lugar donde sé encontraré algo que complazca sus papilas y me deje probarla de nuevo —¿"Me deje"? Quedo boquiabierta y aunque tomo ese pedazo de frase no quise hacer mella en él. No, si me hubiera probado, yo encantada le dejo lo intente "de nuevo". Él tampoco dice nada, al contrario, tose como quien intenta ocultar su falta y me mira de vuelta con una espléndida sonrisa.

—Tomaré su palabra —respondo. La palabra y las indirectas ¡Ja!

—Que tenga buen día, Samantha y no olvide que a las diez hay una reunión —Ni loca lo olvido.

—Gracias, jefe —lanzo divertida. Lo veo negar e irse.

Creo que se me fueron las piernas. Menos mal estoy sentada.

Cuando veo que finalmente tenemos el libro armado aplaudo a mis chicas porque son las mejores. Por supuesto, Dani hizo un trabajo increíble y vaya que nos ayudó. A mi incluida. Veo a La peste mofarse por mi piso y dejar sus bacterias pegadas del picaporte. Apenas asoma parte de su cuerpo y exhala el aire venoso.

—Reunión en diez —dice tajante. Me mira de arriba abajo y se da media vuelta.

Como me encantaría estampillar su cara. Respiro profundo, llamo a los chakras, los espíritus, los demonios para que vayan por ella y se la terminen de llevar y me levanto del mueble.

—Lo escucharon chicas, esperemos nos vaya bien en esta primera reunión. Por mi parte estoy muy contenta con lo que hemos logrado. Luego les diré si nos podemos ir a celebrar.

Las veo alegrarse de la idea y antes de que volviera La peste, me dirijo a la sala de reuniones.

Este será la primera revista sobre tecnología que haga y estoy nerviosa. Solo espero salga bien, Tomás ha resultado ser un buen sujeto. Claro, eso lo sé de sobra. Abro la puerta y espero encontrarme con una junta animada.

Debo decir que esto parecía Las guerras de las Galaxias y Yoda no estaba para consolar. 

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