Capítulo 31; Un Lugar Tranquilo y Vacío y un Espejo
Aquel día de principios de Junio hacía un calor insoportable. Aunque tenían las ventanas abiertas para no convertir la clase en un horno, el sol matinal seguía calentando el aire que entraba a raudales por ellas. El único alivio que los adolescentes tenían era el hecho de no tener que estar escuchando aburridas lecciones hasta que les dejasen salir a la hora de comer. Aquel era su último día de clase y la última vez que se iban a sentar en su pupitre. Por ello se respiraba un aire de emoción en el ambiente.
Rosa, la tutora, estaba hablando con Sara sobre su futuro laboral y sobre presentarse a la selectividad, algo que la chica ya había dicho que no le era posible. Todavía no se había hecho la entrega de los boletines, pero por lo que Sofía pudo oír gracias a su afinado oído, a Sara le había ido lo bastante bien como para que Rosa le sugiriese con cierta insistencia que se lo pensase. No era que Sara no quisiese, era que no podía. Su familia dependía de ella para traer dinero a casa y no podían mantenerla durante los cinco años que duraba una carrera. Su situación era complicada.
Sofía, con la mejilla apoyada sobre la mano en un gesto de aburrimiento, miró a su amigo. De nuevo estaba inquieto y se movía en la silla como si no estuviese cómodo en ninguna de las posturas. De vez en cuando se frotaba la base de la espalda como si tuviese algún tipo de molestia. Estaba nervioso, y teniendo en cuenta lo que se jugaba no podía culparle, pero no era sólo eso. Tres días atrás fue luna llena, y aquella mañana todavía estaba visible en el cielo. Sofía sabía que estaba lidiando con lo que él llamaba cambios parciales, que significaba que sus colmillos estaban más grandes y su cola estaba escondida dentro de los pantalones. Dave le había dicho que era bastante incómodo.
El calor tampoco estaba ayudando. De ver en cuando tiraba del cuello de la camiseta, como si quisiese dejar que algo de aire entrase para refrigerar su cuerpo. No sudaba. Los otros chicos sí lo hacían y eso les permitía regular un poco su temperatura corporal, pero él no, al igual que le pasaba a Sofía. La chica conseguía refrigerarse intentando mantener su rostro lo más lejos posible de miradas ajenas para permitirse unos segundos de discreto jadeo. Era imperfecto pero no podía hacer otra cosa sin llamar la atención. Su amigo llevaba todo aquel tiempo aguantando el calor sin tan siquiera abrir los labios y empezaba a estar sofocado.
—Jadea —susurró en voz tan queda que sabía que sólo él podría oírla.
Dave la miró, y luego paseó su mirada por el resto de la clase. Sus compañeros estaban desperdigados por todas partes, charlando con sus amigos mientras esperaban a que Rosa repartiese los boletines. Aquello era más fácil cuando todos estaban mirando hacia delante, ella lo sabía bien.
—Tienes que jadear —insistió Sofía.
—Ya lo sé... —dijo él, y en su susurro se coló un gemido de cánido que le hizo saber que estaba tensando demasiado la cuerda.
Temblando un poco a causa del esfuerzo que estaba haciendo para mantener el control, Dave se llevó las manos al pelo y agachó la cabeza para intentar ocultar su rostro entre sus brazos. Entonces abrió los labios y Sofía vio que sus costados se empezaban a mover más rápido. Por mucho que un cinántropo intentase reprimir sus instintos naturales, el cuerpo era sabio y les forzaba a usarlos. No jadear implicaba un riesgo real de sufrir un golpe de calor, y antes de llegar a eso los instintos iban a tomar el control. Sofía lo sabía, lo había sufrido toda su vida y siempre terminaba jadeando cuando tenía calor, lo intentase evitar o no.
—Bueno, niños, voy un momento a ver si ya tienen los boletines y ahora vuelvo. No hagáis jaleo y molestéis a vuestros compañeros de cursos inferiores —dijo Rosa, que tras terminar de hablar con Sara se había levantado de la silla.
Como pasaba siempre que un profesor se marchaba, los alumnos comenzaron a hablar cada vez más alto, y un grupo de ellos se pusieron a jugar al ahorcado usando la pizarra. El juego llamó la atención de otros compañeros que quisieron sumarse, y en cuestión de minutos las letras estaban volando por la clase entre risas y gritos de entusiasmo. El único que no estaba participando era Dave, que seguía jadeando, con su mirada fija en el pupitre, y estaba visiblemente nervioso. Sofía se mordió el labio y se acercó a él para llamar su atención con una suave caricia sobre el vello rubio de su brazo.
—Ey, tranquilo. Aprobaste todos los exámenes, hasta los del Estirado. Está todo bien —dijo ella con una sonrisa con la que intentó infundirle ánimos.
Dave respiró hondo y obligó a su respiración a regresar a un ritmo normal.
—Lo sé, es sólo que esto marca la recta final. Pronto vamos a examinarnos en las pruebas de acceso y en unos meses podríamos estar en Baeza... Dios, empieza a ser tan real que me da algo de vértigo. —Bajó la mirada hacia sus manos, que habían comenzado a temblar.
—Has podido con el Estirado. Vas a poder con esto, ya lo verás, —Sofía cogió su mano para darle un suave apretón.
—Gracias. ¿Cómo consigues tú estar tan tranquila? —preguntó él mientras cerraba sus dedos alrededor de su mano en un gesto de cariño.
—Dejémoslo en que he aprendido a mantener la cabeza fría en situación de tensión. Ponerme nerviosa no me va a ayudar a aprobar los exámenes. —Sofía se encogió de hombros—. No haber cambiado nunca imagino que también ayuda. Siento la luna, pero no me afecta de la misma manera que a ti —le dijo con una pequeña sonrisa de disculpa. No sabía si debía sentirse aliviada o molesta por ese hecho.
Dave suspiró y dejó que sus ojos fuesen hacia la ventana. En el cielo, como un fantasma translúcido, se podía ver la luna menguante. Con gesto distraído, estiró un poco la pierna. En la tela del pantalón se podía apreciar sutilmente la silueta de su cola.
—Estos son los peores días. No sabes lo mucho que estoy luchando por evitar cambiar. Es... incómodo, y la tentación es muy fuerte —confesó, avergonzado.
—Podemos ir a correr luego, así te desahogas un poco. No necesariamente lo tienes que hacer como humano —propuso la chica, que no pudo evitar ruborizarse.
—Eso me gustaría, pero tampoco quiero abusar de tu amistad. Imagino que salir a correr con un perro no es tan divertido como dar un paseo y charlar con un chico normal. —Dave se relamió los labios y apartó la mirada—. Soy... consciente de que soy demasiado salvaje. Me gusta el bosque, me siento relajado y libre. No quiero que te sientas obligada a venir conmigo porque yo no sea capaz de funcionar como un ser humano.
—¡Ey! Eres mi mejor amigo y me gusta pasar tiempo contigo. Deja de pensar que tu naturaleza es un problema, ¿vale? —Sofía le dio un apretón en la mano y, cuando él levantó la mirada, se encontró con su sonrisa de aliento—. Además, lo pasé bien contigo la otra noche. Me estás enseñando muchas cosas sobre mi naturaleza que desconocía —añadió, y su sonrisa se suavizó hasta volverse más tímida.
—Gracias. Yo... Dios, no sabes lo mucho que agradezco tu compañía durante las noches de luna llena. Me... me gusta lo que soy, pero me sentía muy solo.
—Somos animales de manada —dijo ella.
—Sí, sí lo somos.
Sonrió, y al hacerlo demostró lo mucho que se relajaba cuando estaba con ella porque la punta de sus colmillos quedaron a la vista. No estaban tan grandes que sus compañeros al otro lado de la clase se fuesen a dar cuenta, pero se notaba que no eran humanos. Con las mejillas enrojecidas tuvo que admitir que aquel era otro rasgo que encontraba extrañamente atractivo. Encajaba con su cara de niño guapo, le hacía parecer más salvaje y peligroso, como el depredador que era.
—¡Eh, Rodri! ¿Qué vas a hacer este finde? ¿Te apetece venir a ver si pillamos unas torcaces y las asamos? —dijo Luis.
Tanto Sofía como Dave torcieron el gesto. Aquellos dos se saltaban las vedas como les venía en gana. Podrían haber denunciado hace tiempo, pero no sólo el padre de Luis era agente de la Guardia Civil en el pueblo, sino que al ser un lugar pequeño donde se conocían todos estaban menos inclinados a perseguir delitos como aquel. No todo agente era honrado, por mucho que vistiese el uniforme. Lo único reseñable era que, después de la semana que estuvo desaparecido, Rodrigo había dejado radicalmente de hablar de hombres lobo y brujas negras. Eso no cambiaba el haberse convertido en el objetivo de los cobardes y los miserables, pero sí había hecho que él y Luis volviesen a ser como hermanos.
—No puedo, tío. Tengo... algo importante que hacer —dijo Rodrigo.
—Joder, macho, últimamente siempre estás liado —protestó Luis.
—A lo mejor tiene que ir a buscar a su hombre lobo —dijo una de las amigas de Lola.
—¡Auuuuuu! —Otra intentó imitar el aullido de un lobo con aquella patética imitación que solían hacer.
Todas las chicas del grupito comenzaron a reírse. Todas, salvo Lola, que entornó los ojos y chasqueó la lengua antes de levantarse para acercarse a Sofía y Dave. La chica se había ido distanciando de aquellas muchachas para pasar más tiempo con los tres amigos, para disgusto de Sofía que seguía sin tragarla. Sin embargo había cambiado un poco, eso era evidente. Parecía como si la influencia de ellos tres, que no le exigían a nadie nada más que el ser un ser humano decente, había hecho que Lola abandonase su soberbia y arrogancia para empezar a ser una buena persona.
Rodrigo se llevó las manos a la cabeza y apretó la mandíbula con fuerza. Sus ojos estaban desorbitados en una expresión de absoluta desesperación. Habían pasado meses y no se cansaban de humillarle en cuanto podían. No sólo algunos compañeros de su clase, ya que realmente no eran todos, sino también gente de todo el instituto. Van Helsing le llamaban, y no en el buen sentido. También era mala suerte que justamente acabase de salir una película de un cazador de criaturas sobrenaturales donde tenían que aparecer hombres lobo. No toda la clase participaba en las humillaciones, pero la mayoría de ellos miraban a otro lado. Sí, ella también, pensó Sofía mordiéndose el labio. Rodrigo era un miserable al que no le había importado encañonar a una criatura que sabía que se transformaba en un hombre, pero ella no podía justificar este acoso.
—Bueno, ya está bien, ¿no? —Dave dio un manotazo en la mesa y se levantó todo lo alto que era.
El golpe fue lo suficientemente contundente y repentino como para coger a todo el mundo por sorpresa. Por el aula se extendió un silencio sepulcral y treinta pares de ojos se enfocaron en el chico, que paseaba lentamente su mirada por todos sus compañeros. Sofía vio en él una actitud que no le había visto nunca antes. Se había erguido todo lo alto que era y había levantado los hombros y la cabeza con entereza y orgullo, pero era la imagen de la serenidad y la fuerza, como un gallardo árbol. Su respiración era pausada mientras miraba al resto de su clase, y el abultamiento en la parte trasera de los pantalones le dejó claro que habría levantado la cola de haber podido.
—Lleváis tres meses acosando a uno de vuestros compañeros por una tontería. No sólo vosotros, habéis terminado involucrando a todo el instituto. ¿Os parece normal? —dijo mientras paseaba su mirada por toda la clase, una mirada tan intensa que hizo que muchos agachasen la cabeza.
—Dice que vio a un hombre lobo y una bruja en el bosque —dijo una de las amigas de Lola, envalentonándose.
—Lo hizo, sí. ¿Y eso justifica lo que le estáis haciendo vosotros? ¿Por qué? —Dave miró tan fijamente a la chica que esta agachó la cabeza—. Pensadlo un momento. Él cree que ha visto un hombre lobo y os lo cuenta. Podríais haber optado por no creerle, por ignorarle y dejarlo pasar, pero lo que hacéis es reíros de él y humillarle todos, todos los días. Hace meses que él ya no habla del tema pero vosotros seguís insistiendo. ¿Quién de vosotros es peor?
De nuevo se hizo el silencio. Algunas personas miraban a Dave maravilladas, viendo en él justo esa luz que algunos necesitan para encontrar el camino, para atreverse a hablar. Otros agacharon la cabeza avergonzados al darse cuenta de lo que estaban haciendo. Se habían dejado llevar por la masa sin cuestionarlo, tan sólo porque no hubo nadie para dar un puñetazo en la mesa y decirles que eso estaba mal. Un pequeño grupo se negaba a admitir que hubiesen hecho algo mal y se podía ver el odio en sus miradas, porque en el fondo sabían que lo que él había dicho era cierto.
—Es un partidazo. No le dejes escapar —susurró Lola al oído de Sofía, provocando que se ruborizase visiblemente.
Entonces ocurrió. El milagro. El primer paso que inspira a otros a atreverse a dar el suyo había surtido efecto. Otro compañero se levantó y él también miró a los demás, uno de tantos que sin ser partícipe del ensañamiento se había mantenido en silencio para que a él no le salpicase el barro. Acto seguido otra chica hizo lo mismo. Cuando se quisieron dar cuenta varios alumnos estaban de pie mirando al resto de la clase con idéntico cabreo al que mostraba el joven.
—David tiene razón. Ya vale, ¿no os parece?
—Dice que ha visto un hombre lobo. ¿Y qué? ¿Por qué le hacéis esto?
—En serio, dais bastante pena.
Poco a poco más voces se fueron alzando, envalentonadas por las primeras. Los bullies, viéndose de repente acorralados, intentaron defenderse porque se negaban a admitir que lo que habían hecho estuviese mal. Rodrigo miró a la clase sorprendido por la cantidad de apoyo que estaba recibiendo. Sin embargo seguía siendo el mismo cabrón miserable de siempre, el cabrón al que se le hizo bullying por hablar de brujas y hombres lobo, no por decir que quería dar muerte a un perro asilvestrado. Sólo por eso Sofía no le podía tener ninguna simpatía, pero tampoco iba a defender actitudes como las que habían mostrado una parte de su clase.
—Parece que has conseguido inspirar a la clase. —Sofía le dio a Dave un pequeño golpecito en el brazo.
—Eso parece. —Un poco azorado, el chico se rascó la nuca y torció sus labios en una sonrisa nerviosa.
Una mueca de dolor apareció en su rostro y borró la sonrisa de sus labios. Dave apretó los dientes para contener el gemido que había ascendido a su garganta y se encorvó sobre su pupitre. Sofía le agarró del brazo para ayudarle a permanecer levantado y sintió las palpitaciones eléctricas de los músculos bajo la piel. A aquellas alturas ya sabía lo que era y le miró preocupada. La influencia de la luna era fuerte y eso significaba que su control sobre el cambio era más precario.
—Ey, ¿puedes contenerlo? —susurró.
—Creo... que sí... —contestó él, y por un breve instante Sofía pudo ver sus colmillos. Estaban más grandes.
—¿Dave? —preguntó Lola, preocupada.
—Tranquila. No le pasa nada, una contractura que le da por estrés. Se le pasará en un momento —dijo Sofía.
—Sí, no te preocupes, estoy bien —respondió el chico, a la vez que intentaba mantener su respiración pausada y profunda—. Voy un momento al baño para estirar un poco las piernas y echarme un poco de agua. Este calor es sofocante.
Tras disculparse con una pequeña sonrisa el chico se marchó apresuradamente. Sofía se imaginaba que no iba sólo a echarse agua como había dicho. En aquellos meses, Dave le había contado muchas cosas sobre cómo era ser un cinántropo y tener que vivir entre humanos ocultando su naturaleza. Si para ella era agobiante, y lo único que reprimía era su conducta, para él era directamente agotador. Le había confesado que conseguía aguantar porque, cuando estaba a solas, muy rara vez permanecía como humano. Dormía en su forma natural todas las noches, muchas de ellas en el bosque, porque descansaba mejor cuando su cuerpo no estaba intentando cambiar. Sin embargo, cuando la influencia de la luna era más fuerte, hasta eso era insuficiente para ayudarle a mantener el control, especialmente en situaciones en las que afloraban emociones intensas.
—Cásate con él. Osea, nena, has visto cómo es. Te va a tratar como una reina —dijo Lola, quizás un poco demasiado emocionada.
—Lola... —Sofía puso los ojos en blanco.
—¡Te adora! —insistió ella.
—Sólo somos amigos —respondió, ruborizándose visiblemente.
—Pero te encantaría ser algo más, ¿a que sí?
—No depende sólo de mí, y no creo que a él le guste. Pasamos mucho tiempo juntos, me habría dado cuenta.
—No te lo crees ni tú, maja. Estuvo a puntito de besarte, lo vimos todos —dijo Lola.
Sofía suspiró y notó cómo se ruborizaba todavía más. Sí, eso era cierto, y bastante más cerca estuvieron en nochevieja, pero nunca hablaron de ello. Después de aquello habían pasado muchas cosas, cosas que les habían unido mucho más, que habían convertido su amistad en algo muy especial. Compartían un enorme secreto y el conocimiento de lo sobrenatural, y ella le había visto en todas sus facetas posibles, para vergüenza de su amigo. Sin embargo, pese a la complicidad que había entre ellos, no habían vuelto a estar ni siquiera cerca de darse un beso.
Mientras rumiaba aquellos pensamientos Rodrigo se levantó bruscamente y camino con furiosos pisotones hacia la entrada de la clase. Sofía sintió cómo el vello de la nuca se le erizaba. El chico, que estaba blanco de rabia, tenía todos los músculos tensos y llevaba los puños tan prietos que los nudillos se le habían puesto pálidos. Confundida, Sofía intercambió una rápida mirada con Luis, que se encogió de hombros, y un frío gélido empezó a recorrer sus venas.
—Oh, mierda...
Fuera se escuchó una conmoción, un rugido de rabia desatada seguido del inconfundible sonido del cristal al romperse. Toda la clase, todavía inmersa en su discusión, se fue quedando paulatinamente en silencio. Para Sofía aquello fue todo lo que necesitaba para correr hacia la puerta. Al pasar junto a Sara le hizo un gesto con la cabeza y la chica se levantó bruscamente y la siguió. Otro puñado de compañeros también se unió, más bien buscando saber qué era lo que había pasado que esperando poder ayudar.
Al salir al pasillo vieron que la puerta de los urinarios estaba abierta, y allí se encontraba Rodrigo, temblando de rabia justo delante de Dave, que estaba agarrado a uno de los lavabos y tenía la respiración muy acelerada. Sus colmillos eran algo visibles bajo el tembloroso labio, arrugado en una expresión de cabreo que estaba intentando contener sin éxito, y un profundo gruñido de advertencia retumbaba en su garganta. El espejo que había justo a su lado estaba roto y había sangre entre los trozos.
—¡Nadie te pidió que me defendieses!
—¡Apártate de él, cabrón desagradecido! —Sofía se plantó delante de su amigo para intentar ocultarle mientras que Luis y Sara trataban de llevarse a Rodrigo.
—¡Yo no quiero tu ayuda, monstruo! ¿Me entiendes? ¡No quiero tu ayuda! —gritó el joven mientras que los otros dos lo sacaban del baño a rastras.
Estaba montando tal espectáculo que consiguió alarmar a los profesores de otras clases, que salieron de sus aulas y rodearon a Rodrigo para intentar calmarle. Rosa, que acababa de llegar, se apresuró a preguntar a sus compañeros de trabajo qué era lo que había pasado allí. Mientras todo aquello ocurría Dave, que había comenzado a temblar y tenía no sólo la respiración muy acelerada, sino también una mueca de dolor contenido, se terminó de limpiar las manos como había estado haciendo antes de que Rodrigo le asaltase. Sofía se dio cuenta que las tenía más que limpias, y que estaba buscando la manera de distraerse.
—¿Por qué ha hecho eso? —preguntó Sofía.
—¡Yo qué sé! —espetó Dave con la voz profunda y ronca a causa del gruñido que se había colado en ella.
Acto seguido salió del cuarto de baño y corrió escaleras abajo, ignorando las llamadas de Rosa. Estaba perdiendo el control y necesitaba cambiar, y no podía hacerlo delante de sus compañeros de clase. Sofía fue tras él y no tardó en llegar al rellano, lejos de las voces que se habían convertido en un eco amortiguado que venía de los pisos superiores. Le había perdido de vista pero no le costó seguir el rastro de olor que había dejado atrás, incluso pese a estar mezclado con los de tantas otras personas.
Después de un rato le encontró en la parte de atrás del edificio, apoyado contra la pared de ladrillo rojo y jadeando bastante. Seguía vestido con su camisa y su pantalón vaquero, pero ya no estaba en su apariencia humana, y su tupido pelaje llenaba la tela como si fuese un mullido cojín. Cuando la oyó llegar, echó las orejas hacia atrás y se giró hacia ella con la boca y los ojos muy abiertos en una expresión que era entre sorpresa y temor. Todos sus músculos se tensaron a la vez, y parecía estar a un mal susto de salir corriendo como un animal asustado.
—Ey, tranquilo, soy sólo yo. —Sofía levantó las manos y trató de tranquilizarle con una sonrisa calmada y el tono de voz pausado que usaría con un animal nervioso.
Dave soltó una bocanada de aire contenido y se sacudió el estrés del cuerpo.
—¿Cómo estás? —Sofía le acarició el pelaje de su brazo desnudo para brindarle apoyo y calma.
Dave apartó bruscamente la mirada y soltó un quedo gruñido de frustración, pero no rechazó el contacto físico. Tras unos segundos en los que Sofía le dejó refunfuñar hasta quedar satisfecho, el cinántropo cerró los ojos y se llevó una mano al pecho. Su respiración empezó a ser errática de nuevo y el dolor se reflejó en su rostro cuando el pelaje se retiró y su apariencia volvió a ser bastante más humana. Cuando terminó el proceso, Dave se pasó un buen rato jadeando como si estuviese agotado. A Sofía no dejaba de sorprenderle la facilidad con la que cambiaba a la forma del perro, y lo complicado que le resultaba a veces volver a parecer humano. Sin embargo, le había dicho que aquello era normal.
—¿Mejor? —preguntó Sofía.
—Sí... —dijo él, todavía jadeando. Entonces recogió sus zapatillas del suelo y se sentó en el bordillo de la acera para ponérselas de nuevo.
—¿Qué ha sido eso? ¿Acaso él sabe que tú eres el hombre lobo al que perseguía? Porque hablaba como si lo supiese —preguntó Sofía a la vez que se sentaba a su lado.
—Sí, sí lo sabe. ¡Malditos Guardianes! —De nuevo dejó sus colmillos a la vista y gruñó.
—¿Guardianes? —Sofía inclinó la cabeza a un lado.
Dave suspiró y se relamió los labios.
—Son... la policía del mundo sobrenatural, por llamarlo de algún modo, un cuerpo de funcionarios que se encarga de que el mundo humano no se entere de nuestra existencia. Manipulan las noticias para que cualquier cosa anormal parezca un evento cotidiano, controlan internet, captan a humanos con talentos especiales para que les ayuden a mantener el secreto y castigan a todo aquel ser sobrenatural que ponga en riesgo el velo de anonimato. —Un profundo gruñido se coló en su voz, y Sofía no pudo evitar sentir un escalofrío al escuchar sus palabras.
—Joder. ¿Y el gobierno no se ha enterado de esto?
—El gobierno está al tanto. Los Guardianes están infiltrados en todos los organismos gubernamentales y en los cuerpos de seguridad —dijo Dave, y entonces soltó un quedo suspiro—. Los Guardianes no son unos villanos, pero tampoco son los héroes de la historia. Son un grupo de matones organizados que están intentando protegernos, y tampoco puedo culparlos.
—¿Protegernos? ¿Cómo? ¿Obligándonos a mantenernos callados y amenazándonos con castigarnos? —espetó, alzando la voz.
—No he dicho que esté de acuerdo con sus métodos, pero entiendo por qué lo hacen —refunfuñó Dave—. Sofía, los cinántropos fuimos venerados durante mucho tiempo. Éramos protectores y proveedores para nuestras comunidades. La población humana aumentó, los grandes imperios cayeron y los humanos empezaron a temernos por lo mismo por lo que antes nos veneraban. Nos persiguieron hasta el punto que no nos quedó más remedio que escondernos. Fue lo único que nos permitió sobrevivir. De ahí nacieron los Guardianes, de pequeños grupos que se organizaron para dar protección y cobijo a los cinántropos.
—Los Guardianes han reclutado a Rodrigo —adivinó Sofía, recordando las palabras del cinántropo adulto.
Dave asintió y un gemido emergió de su garganta.
—Es lo que suelen hacer cuando un humano descubre la verdad. Le están adiestrando para ser un asesino, un... una especie de sicario, no muy diferente de un cazador. Es un destino horrible —dijo, temblando un poco—. Sé... sé que no debí hacerlo, que no debí mostrarme ante un humano pero no sabía de qué otra manera echarle del bosque.
—¡Ey! No te dejó muchas alternativas. Se había obsesionado contigo y se estaba convirtiendo en un peligro para todos. —Sofía le cogió de la mano y le dio un suave apretón.
—Lo sé, pero eso no cambia que le he arruinado la vida. —Dave se relamió los labios y apartó la mirada.
—¿Y tú? ¿También vas a ser un guardián? —A Sofía le tembló un poco la voz.
Dave suspiró y bajó la mirada al suelo. Abatido, asintió.
—No tengo alternativa. Es el precio a pagar por lo que hice pero... —la miró a los ojos, y había un brillo de determinación en su mirada—. Yo voy a ser un vigilante, un protector para aquellos que son como nosotros. Mi trabajo será encontrar a otros cinántropos y llevarlos a un lugar seguro como hacen Martín y su compañera. No me siento orgulloso con la idea de formar parte de los Guardianes, pero al menos quiero hacer algo bueno.
Sofía le dio un suave apretón en la mano, y sonrió.
—Te pega.
—Gracias, aunque... —suspiró y miró hacia el cielo—. Me gustaría poder ayudar por mi cuenta, sin tener que hacerlo a través de los Guardianes. En el fondo lo único que quiero es una vida tranquila y sencilla. Yo no quiero ser un héroe, sólo quiero que las cosas sean distintas, que nos acepten y que no tengamos que seguir escondiéndonos. Te pareceré un idiota idealista —dijo, con una risita.
—Para nada. Sería un futuro bonito —dijo Sofía.
—Sí, sí lo sería...
Dave sonrió y le acarició cariñosamente la cabeza con la nariz, como habría hecho de haber estado en su apariencia real, y Sofía no pudo evitar soltar una suave risita. Cuando se apartó de ella, sus miradas se cruzaron y en sus labios apareció una sonrisa cómplice. Un futuro en el que no tuviesen que esconderse, en el que poder ser ellos mismos sin miedo, un futuro sin cazadores, sin peligro, sin rechazo. Era demasiado utópico, Sofía lo sabía, porque los humanos son crueles con los que son diferentes. Sin embargo, mientras sus manos se enredaban en algo parecido a una silenciosa promesa que le provocó un cálido estremecimiento, quiso creer que ese futuro era posible.
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