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Capítulo 30; Una Nota de Papel y Aroma a Té

 Aquella mañana, Sofía se había despertado con una sonrisa en los labios y el recuerdo de su olor en la nariz. Había pasado una semana desde la luna llena pero no había dejado de pensar en aquella noche. Como en otras ocasiones, la había pasado con él, haciéndole compañía mientras él le mostraba su mundo. La diferencia fue que amaneció entre sus brazos, con su uniforme de cazadora impregnado de su olor. Sofía se abrazó a su propia manta y se sumergió de nuevo en aquel recuerdo. Cada mañana que despertaba en su cama, fantaseaba con la idea de hacerlo en el bosque, arropada por su tupido pelaje blanco y escuchando los latidos de su corazón.

—Mierda... —Se subió la manta hasta el rostro para intentar cubrir el rubor y la sonrisa de idiota con ella, aunque no creía que las mariposas de su estómago le fuesen a dar tregua.

Después de unos minutos de remolonear en la cama, Sofía decidió que era hora de vencer a la pereza y se levantó. Se vistió y desayunó más rápido de lo que acostumbraba y corrió a sacar a Kas a su paseo mañanero. Era muy consciente de que iba con prisas porque tenía ganas de verle, aunque sabía que la hora de entrar a clase era la misma de todos los días.

Cuando volvió, vio a su madre sentada en el sofá, leyendo el periódico mientras bebía té. Cualquier otra persona habría pensado que aquello era una cotidiana escena mañanera. Sofía sabía que estaba buscando cualquier indicio de la presencia de cinántropos, tal como algún ataque inexplicable a ganado doméstico, un perro excepcionalmente grande visto rondando alguna zona, cosas del estilo.

—Últimamente estás muy sonriente —comentó Helena con su gélida voz, sin levantar la mirada del periódico.

—¿Preferirías que estuviese amargada como tú? —comentó Sofía con una mueca de desprecio mientras se colgaba la mochila al hombro.

Para su satisfacción, vio que su madre apretaba los labios. Sofía lo consideró una pequeña victoria. Durante toda su vida había vivido con el miedo en el cuerpo, y no iba a permitirle que le arrebatase aquella felicidad.

—No, preferiría que te centrases en la tarea de la que te ibas a encargar. ¿Has encontrado ya al cinántropo? —La mujer levantó la mirada y clavó en Sofía sus fríos ojos grises.

—Sí, y he podido hablar con él. Lo del cordero fue un accidente, culpa del ganadero, y no se va a acercar a los prados. Puedes olvidarte de él —dijo Sofía con la voz bastante más tirante.

—Entiendo. Eso explica por qué estuviste fuera toda la noche durante la luna llena, y por qué estás tan sonriente. Me preguntaba cuándo te ibas a dar cuenta de que ese chico no es humano, y tampoco es un cachorro —comentó Helena con voz desapasionada a la vez que regresaba a su tarea de leer el periódico.

Sus palabras golpearon a la chica de lleno, y borraron la sonrisa de su rostro. Un frío gélido se asentó en su vientre y sustituyó a la calidez que la había arropado durante los últimos días. Sus ojos, tan grises como los de Helena, miraron al monstruo de piel humana que tenía delante, pero en ellos no había hielo, había miedo.

—Lo sabías... —jadeó con voz tan débil que apenas era audible.

—Claro que lo sabía. Ese chico no tiene nada de humanidad, se comporta como un perro todo el tiempo y no es tan discreto como cree. Lo que no entiendo es por qué tardaste tanto en darte cuenta.

Porque tenía miedo. Porque aquel monstruo que tenía delante le había enseñado desde niña lo peligroso que era nacer cinántropo, y no quería sufrir. No quería tener que vivir temiendo que algún día un cazador le descubriría y le mataría. Por eso no quiso verlo. Porque sabía que se iba a terminar enamorando de aquel chico que huele a bosque, que se relame los labios cuando está nervioso, que tiene un oído extraordinario y que está inquieto el día que va a salir la luna llena.

El frío gélido empezó a transformarse en un fuego ardiente que se extendió por todo su cuerpo. La energía de su pecho se despertó tan bruscamente que por un momento creyó que golpearía la barrera y le provocaría dolor, pero no lo hizo. Tan sólo se adentró en sus venas para fluir por su sangre y alimentó sus instintos. Sofía levantó los hombros, arrugó el labio y soltó un profundo gruñido de advertencia. En su boca sintió una extraña sensación, como una suave presión que no había sentido nunca.

—¡No se te ocurra acercarte a él! ¡Te lo advierto, no te acerques a él! ¡Si le haces algo, te destrozaré! —exclamó, con una voz que sonó bastante más profunda que de costumbre, como si el gruñido se hubiese fundido con ella.

Helena levantó la mirada de su lectura y su actitud cambió. Dejó el periódico sobre la mesa, junto a su taza de té, y se levantó muy despacio, con todos los músculos tensos y listos para entrar en acción. Aquella era la misma actitud que mostraba antes de enfrentarse a un cinántropo. Sofía la había visto cientos de veces pero nunca antes la había adoptado con su propia hija. Una cierta inquietud la invadió pero gruñó más alto, negándose a recular ni un solo centímetro. Lo que había en juego era demasiado importante.

—Interesante. Al final no va a ser la luna lo que provoque tu cambio, va a ser ese chico —comentó Helena casi de manera casual, aunque todo su cuerpo seguía en tensión y su mirada estaba fija en su hija—. Guarda los colmillos, Sofía. No tengo ningún interés en dar caza a ese cinántropo.

¿Colmillos? Sofía se llevó una mano a la boca y los notó. No eran muy grandes, pero bastante más que sus pequeños colmillos de apariencia humana. Un poco inquieta, porque aquello era algo nuevo que no le había pasado nunca, miró a su madre.

—¿Por qué debería creerte?

—Porque nunca te he prometido nada que no haya cumplido —dijo Helena—. Además, ya te dije que no soy tan monstruo como crees que soy.

Sí, Helena era una persona de palabra, eso era lo único que le tranquilizaba un poco, pero también era un monstruo despiadado que había matado a decenas de cinántropos. Puede que Dave estuviese a salvo de ella, al menos por ahora, pero eso no quería decir que no pudiese cambiar de idea en algún momento. Con el gruñido todavía burbujeando en su garganta, Sofía salió de casa y empezó a caminar en dirección al instituto.

El cielo azul y claro que había decidido acompañarla lucía una luna menguante translúcida y pálida. Sofía levantó la mirada hacia la monarca de la noche y su enfado se convirtió en frustración y rabia. Las palabras de aquel licántropo adulto seguían resonando en su cabeza casi una semana después. Entendía a Dave, entendía que estuviese enfadado por tener que ocultarse cuando él no había hecho nada, pero así eran las cosas. Sin embargo quizás porque era joven e idealista, quería creer que otro futuro era posible, uno en el que fuesen ciudadanos de pleno derecho, aceptados e integrados en la sociedad. Uno en el que podría haberle dicho a sus amigos que ella no es humana sin miedo de que la rechazasen. Uno en el que él estaría a salvo.

—¡Sofía!

Una moto paró a su lado. A través de la visera del casco, Sofía pudo ver unos ojos del color del cielo y el perfil de una sonrisa. Casi al instante, el cabreo y la frustración que sentía disminuyeron, y sus propios labios empezaron a curvarse en una espontánea sonrisa a la vez que un agradable calorcillo se extendía por su cuerpo. Él tenía aquel efecto en ella, la tranquilizaba, le brindada paz y seguridad. Nadie antes la había hecho sentir así. Por eso aquel curso había merecido la pena, porque desde que le conoció se había convertido en una mejor versión de sí misma.

—Sube, te llevo —dijo Dave, ofreciéndole un casco secundario que había adquirido para poder llevar pasajeros en su moto.

—¡Genial! ¡Gracias!

Sofía cogió el casco y se lo puso antes de encaramarse en la parte trasera de la moto, justo detrás de su amigo. Una vez acomodada, le rodeó la cintura con sus brazos y se apoyó sobre su espalda. Cuando Dave sintió a su amiga bien asentada sobre el vehículo, aceleró, y la moto se lanzó hacia delante con un atronador rugido. No podían hablar ya que el ruido del motor y el grosor de los cascos se lo impedía, así que el viaje lo tuvieron que hacer en silencio. El hecho de no poder mantenerse distraída con una conversación significaba ser muy consciente de otras cosas, cosas relacionadas con su amigo.

Empezaba a hacer algo de calor, así que llevaba puesta una camisa debajo de su chaqueta de conducir. La tela era lo suficientemente fina como para que Sofía pudiese apreciar su abdomen, que estaba tan plano y duro como una tabla. También era consciente del calor que emanaba de su cuerpo, y de su olor, aquel aroma que tanto le gustaba. No había incomodidad, no de la manera en la que Sofía se sintió cuando era el pecho del chico el que estaba apoyado sobre su espalda, porque en ese caso era la hembra la que estaba agarrada al macho y no al revés. Las connotaciones eran distintas.

Después de unos cinco minutos llegaron al instituto, donde una marea de adolescentes ya cruzaba los portones para dirigirse hacia sus clases. Dave metió la moto en el aparcamiento y se dirigió hacia el fondo del todo, al lugar reservado para los ciclomotores que estaba al final de la hilera de coches aparcados que pertenecían a los profesores. La moto se detuvo con una seca sacudida, y los dos adolescentes desmontaron.

—Siempre me pasa igual, no consigo que mi pelo quede bien cuando uso la moto —dijo el chico que, tras quitarse el casco, trató de adecentarse el pelo revuelto delante del retrovisor.

—Déjame a mí, a ver si yo puedo arreglarlo.

Sofía le pasó los dedos por aquel cabello lacio y suave en un intento por peinarlo un poco. Fue un acto nacido del cariño, pero uno que requería que se acercase a él. Incluso cuando ella medía un metro setenta, Dave era diez imponentes centímetros más alto. Mientras ella sumergía sus dedos entre sus mechones rubios, sus miradas se encontraron, y las mejillas de ambos se tiñeron de un color rosado que hacía juego con las tímidas sonrisas que se abrieron paso por sus labios. No le sorprendía que los demás pensasen que eran pareja. Se comportaban como una salvo que no había besos. 'No porque yo no quiera'.

—Ya está. Vamos a clase. —Sofía echó a andar hacia el edificio—. Por cierto, te quería hacer una pregunta. ¿Tu padrino es un hombre lobo?

—Si te soy sincero, no lo sé. Aparte de su aspecto, vive en el bosque, en una cabaña de madera y piedra que ha construido él mismo, y lleva una vida casi salvaje, así que no lo descarto. Sin embargo, está solo y su compañera es una mujer humana, lo cual es un poco raro para un licántropo. —Se rascó la barbilla.

—¿Raro por qué?

—Los licántropos son muy difíciles de ver, incluso para nosotros, los hombres perro. Su población es escasa y viven en grupos familiares en los bosques. Además, no todos son capaces de cambiar a la forma humana, y se cree que los que sí pueden es porque en algún momento hibridaron con cinántropos. Que uno no esté con su manada y esté emparejado con una hembra humana es bastante extraordinario.

—¿Ella vive con él? —preguntó Sofía a medida que una nueva idea empezaba a brotar en su mente.

—No, ella sigue viviendo en el mundo humano, pero se ven con frecuencia, especialmente debido a lo que hacen. Buscan hombres perro que estén en una situación complicada como yo, cachorros perdidos que no saben lo que son o adultos que están siendo perseguidos por cazadores, y los llevan a un lugar seguro. Es... un cometido honorable.

Sofía se mordió el labio y bajó la cabeza cuando la idea desapareció de su mente, dejándola con una extraña sensación de vacío. Dave debió notar el cambio en su actitud porque le rozó la mejilla con la punta de la nariz para llamar su atención. Cuando ella levantó los ojos, se encontró con su mirada de preocupación centrada en ella.

—Tú... pensabas que podría ser tu padre —adivinó Dave. Sofía torció sus labios en una sonrisa débil que más bien parecía una mueca y asintió.

—Sí, pero no es posible. Mi padre nos abandonó y mi madre le odia por ello. Él es la razón por la que es una cazadora tan implacable. Ya era cazadora cuando se conocieron, pero se enamoró de él. Podría haber sido la bonita historia de la cazadora que descubre otra faceta de aquellos a los que da caza, pero él tenía que cagarla. —Sofía apartó bruscamente la cabeza y gruñó de manera bastante audible.

—Podría preguntarle, si tú quieres —dijo Dave a la vez que se apoyaba sobre su brazo para ofrecerle algo de apoyo. Sofía sonrió ante el gesto y negó con la cabeza.

—Gracias, pero está bien. No puede ser mi padre —dijo—. Por cierto, había otra cosa que quería preguntarte. Tu padrino dijo algo de que eras un 'cinántropo sin humanidad'.

—Oh, eso... —Dave se rascó la nuca y se ruborizó, un poco avergonzado—. Somos cinántropos que nacemos en la forma real y solemos pasar meses, incluso más, sin cambiar. Eventualmente cambiamos a la forma humana y permanecemos en ella hasta el primer cambio, como todos. Lo que nos hace distintos es que nos cuesta más reprimir nuestra conducta, las ganas de cambiar, y necesitamos dar salida a nuestra naturaleza. No nos vale con cambiar encerrados en casa como a otros.

—No sabía que eso era posible, claro que tampoco sabía lo de la cola. —Sofía intentó imaginárselo como un cachorro regordete con grandes ojos azules y la imagen en su cabeza le pareció tan adorable que se ruborizó.

—No es muy habitual pero es más común de lo que crees. —Dave se ruborizó y se relamió los labios—. No tener humanidad tampoco es algo tan excepcional. La mayoría de los cinántropos la pierden con el tiempo. Es normal, somos perros con apariencia humana, no somos humanos que nos transformamos en perros. Lo que pasa es que nos criamos en sociedades humanas y nos enseñan a comportarnos como humanos y a ocultar nuestra conducta natural. Cuando cambiamos, nos volvemos a integrar con lo que somos realmente, y nos resulta más fácil y más natural gruñir cuando estamos enfadados, o jadear cuando estamos nerviosos, que resoplar o gritar.

—Entiendo lo que dices. A mí me cuesta a veces reprimir las ganas de gruñir cuando me enfado, y me enfado bastante —dijo Sofía con una pequeña risa. Resultaba liberador poder hablar así de libremente sobre estas cosas con él.

—Tú haces un buen trabajo ocultándolo —comentó.

—No, sólo he aprendido a tener mucho autocontrol cuando estoy delante de humanos. Mi madre me regañaba mucho cuando mostraba mi conducta natural, y créeme, yo era horrible. Vivir conmigo era como vivir con un lobo salvaje. Me movía a cuatro patas, gruñía, aullaba, y en cuanto podía me escapaba a buscar lugares boscosos donde poder revolcarme en la hierba y olfatear rastros —dijo, con una pequeña risa avergonzada.

—¿Has pensado que igual tú tampoco tienes humanidad? —comentó Dave, levantando una ceja.

—¿Por qué lo dices?

—Yo me comportaba igual cuando era pequeño. Solía ser un dolor de cabeza para mis padres —de nuevo se rascó la cabeza, avergonzado, pero había un deje de nostalgia en su sonrisa.

—Pensaba que era por mi sangre de lobo. Eres el primer cinántropo con el que puedo hablar de esto y hay mucho sobre mí que desconozco —admitió.

—No te preocupes. Te enseñaré todo lo que pueda, y cuando cambies, yo estaré a tu lado.

Dave la cogió de la mano y le dio un suave apretón. Aquella mirada enmarcada por su sonrisa estaba tan llena de ilusión que Sofía se estremeció. Durante años había tenido miedo de cambiar, tanto por los cazadores como por el temor a ser rechazada al que se enfrentan todos los de su sangre. Sin embargo, Dave la había aceptado desde el principio. Todavía recordaba el brillo de sus ojos cuando vio la cicatriz de plata en su muñeca, el jadeo en su voz y la fuerza con la que la abrazó. Fue tan diferente su reacción comparada con la de Ángel que la idea de tener una vida normal se había desvanecido de su mente, sustituida por ensoñaciones en las que despertaba en el bosque, arropada por los brazos de un particular hombre perro.

Cuando llegaron a la puerta del instituto, Sara, que ya les estaba esperando, les saludó con su habitual efusividad. Cada vez más adolescentes se sumaban al flujo de personas que entraban en el edificio, aunque al no entrar todos a la vez como cuando sonaba la campana de salida, no se formaban los agobiantes atascos en los pasillos. Un coche se detuvo delante de la entrada, no uno de aquellos cacharros rústicos que solían usar los habitantes del pueblo sino un sedán negro. Estaba muy limpio y lo conducía un hombre trajeado con pinta de funcionario. El hombre se bajó del vehículo y abrió la puerta trasera. De ella salió Rodrigo Díaz. Después de intercambiar una serie de palabras con él, el funcionario volvió a subirse al coche y se marchó. Cabizbajo, Rodrigo se unió al flujo de estudiantes que estaban entrando en el edificio.

—Hombre, si es Rodrigo. ¿Dónde has estado casi una semana? ¿Cazando a tu bruja y a tu hombre lobo? —dijo uno de los chicos de la clase.

—¡Auuuuuuuuu! —Otro hizo una pobre imitación de un aullido que no engañaría ni a un carlino.

—Ten cuidado, Rodri, a ver si la bruja te va a echar una maldición y te vas a convertir en un hombre lobo tú también —dijo una chica que pertenecía a otra clase, pero a la que también le había llegado el chisme que circulaba por el instituto.

Avergonzado, Rodrigo agachó la cabeza y apretó el paso. Sofía se mordió el labio. Era un gilipollas y un demente al que le habría gustado partirle la cara, pero de ahí a someterle a ese bullying había un trecho. En una bronca había un tú a tú directo donde se intercambiaban diferentes puntos de vista, insultos mutuos y lo que se precie. Se trataba de algo justo. Un grupo de gente ridiculizando con ensañamiento a una única persona que no se está defendiendo era sadismo puro y duro.

Lo peor de todo era que le estaban atacando y humillando por tener razón. Después del último encontronazo que tuvo con el cinántropo, le contó a la clase lo que había visto en el bosque. Como era de esperar, la gente le había tomado por loco, pero Sofía sabía perfectamente que todo lo que estaba contando era cierto porque ella era la bruja.

Aquello había durado un par de días. Al tercero Rodrigo desapareció. Le había preguntado a su madre si acaso le había captado ya, pero ella le había respondido, con su típico tono frío e impasible, que otros se habían adelantado. Quiénes eran esos otros, Sofía no tenía ni idea, aunque igual tenía algo que ver con lo que dijo el licántropo adulto de 'reclutarlo'. Siendo sincera, estaba bastante confundida con todo aquello.

—Vamos a clase. No hace falta que seamos público de este espectáculo tan lamentable —dijo Dave a la que echaba a caminar hacia la puerta.

Al fijarse en su amigo, Sofía vio que estaba tenso. El vello de su nuca estaba tan erizado que parecía que llevase gomina.

—¡Ey! ¿Estás bien? —Sofía cerró sus dedos alrededor de su mano.

Dave se detuvo, respiró hondo varias veces y sólo cuando estaba seguro de tener sus emociones bajo control se atrevió a mirar a su amiga. El pelo corto de su nuca había bajado un poco pero seguía erizado, y su rostro mostraba una marcada expresión de irritación.

—No me cae bien ese tipo, y lo sabes. Se ha pasado meses llenando el bosque de trampas, casi le cuesta la vida a la gata de Lola, estuvo a punto de dispararte y a mí me apuntó con un rifle. Le habría estado bien merecida una buena multa o que le obligasen a hacer voluntariado en un centro de rehabilitación de fauna salvaje, pero este ensañamiento es... —Arrugó el labio, dejando a la vista unos colmillos que estaban algo más grandes, y giró bruscamente la cabeza. Antes de continuar, tragó varias veces, aunque su voz sonó algo más ronca, llena del gruñido que estaba reprimiendo—. Lamentable. ¿Cómo son ellos mejores que él?

—No lo son. Sólo son una masa envalentonada por el grupo —dijo Sofía a la vez que señalaba con un gesto de la mano a su alrededor, a aquel montón de caras conocidas y desconocidas.

—¿Sabes por qué nunca fui popular con las chicas? ¿Por qué nunca tuve muchos amigos? Porque yo estuve en esa posición. Yo era el diferente, y ser diferente ya les da derecho a tratarte como si fueses basura. —Respiró hondo y se llevó una mano al pecho—. Siempre he sido una buena persona y he predicado mis valores cristianos con el ejemplo, y lo volvería a hacer, es lo correcto. Lo que no entiendo es por qué te castigan más si eres diferente que si eres cruel. No humillaban a Rodrigo cuando hablaba de matar a un perro, lo hacen ahora que cuenta historias de brujas y hombres lobo.

El chico apretó los dientes para ahogar un gañido y se encorvó sobre sí mismo. Con su mano apoyada sobre su pecho, empezó a respirar en largas y profundas bocanada de aire, algo que hacía para evitar cambiar cuando sentía que estaba a punto de perder el control. Al instante sus dos amigas estaban a su lado, cada una agarrándole de uno de sus brazos. Sofía no tuvo problemas en notar los palpitantes músculos bajo la piel, y no podía ni imaginarse lo doloroso que tenía que ser tener que luchar contra su propio cuerpo cuando este estaba intentando rebelarse.

—Tranqui, colega —dijo Sara, frotando el brazo del joven.

—Estoy bien... —resopló varias veces y levantó la cabeza—. Estoy bien.

No mentía. Sus músculos habían dejado de palpitar y parecía que poco a poco su respiración regresaba a su ritmo normal. Desde que dejó de reprimir el cambio, aquellos ataques le ocurrían con menos frecuencia que antes, y además era capaz de recuperarse más rápido. En apenas un par de minutos ya estaba como si no le hubiese pasado nada, aunque por la expresión de su rostro se podía ver que seguía cabreado.

—Dave, la gente es gilipollas, pero ellos se lo pierden. Te conozco desde hace sólo unos meses pero en ese tiempo he visto que eres un tío sensible que se preocupa por los demás más que por sí mismo, eres un chico leal y un buen amigo. Ya les gustaría a todas esas tías superficiales tener a su lado a alguien como tú —dijo Sofía.

—Aparentemente, a esas chicas les preocupa más que sea diferente a que sea una persona decente. —Bruscamente apartó la mirada y el gruñido que había intentado contener escapó de sus labios.

—Ey, ellas se lo pierden. Tú eres mi amigo justamente porque eres porque eres distinto de toda esta panda de jetas y convenidos. Si ellas no son capaces de ver cómo eres en realidad, ellas se lo pierden, no tú —le dijo, clavando sus ojos en los de él en una mirada de determinación—. Sé que lo que digo no cambia nada, que no es justo que te rechacen por ser diferente, pero podemos hacer dos cosas; lamentarnos de nuestra mala suerte, o intentar ser la fuerza del cambio.

—No es tan fácil. ¿Cómo te enfrentas tú solo a un instituto entero? —dijo Dave, señalando a la muchedumbre que había a su alrededor.

—A veces una pequeña acción puede inspirar a otros. A veces tenemos que ser nosotros los que demos el primer paso. A veces tenemos que apoyarnos en los que nos quieren. Por eso quise ayudar a cierto hombre perro asalvajado que había cometido el error de cazar un cordero, porque llevo demasiado tiempo huyendo y decidí que tenía que hacer algo.

—Dios, Sofía, eres una chica... —susurró Dave en un jadeo, mirando maravillado a su amiga.

El agudo sonido de la campana interrumpió sus palabras, que quedaron atrapadas detrás de la mueca de disgusto de sus labios prietos.

—No creo que me acostumbre nunca a este sonido —refunfuñó.

—Yo tampoco, pero será mejor que nos demos prisa. Tenemos clase con el Estirado, y como llegue antes que nosotros nos va a caer una buena bronca —dijo Sofía.

Sin perder un segundo, los tres amigos echaron a correr escaleras arriba. Afortunadamente llegaron pocos minutos antes de que lo hiciese su profesor y pudieron ocupar sus asientos sin problema. Mientras Sofía sacaba su cuaderno de la mochila, se esforzó por reprimir la sonrisa de idiota que sentía intentando aflorar a sus labios. Aunque no era la primera vez que Dave la miraba como si fuese una de aquellas plantas que él encontraba tan fascinantes, siempre que lo hacía, le provocaba la misma sensación de calidez en su vientre. No pudo evitar preguntarse qué había estado a punto de decir.

Con cuidado de que el Estirado no la oyese, Sofía arrancó un trozo de papel de uno de sus cuadernos y escribió 'soy una chica...?' en una de sus caras. Acto seguido lo dobló y chistó suavemente en dirección a su amigo, apenas un susurro que no debería ser perceptible. Tal y como esperaba, él sí la oyó y se giró hacia ella con la cabeza inclinada a un lado y una ceja levantada. Siendo sincera, sus habilidades eran realmente útiles.

Sofía le enseñó la notita y, tras asegurarse de que el Estirado estaba de espaldas a ellos, se inclinó hacia la mesa de su amigo, estirándose todo lo que podía. Dave hizo lo mismo y sus dedos rozaron suavemente su mano y su muñeca cuando cogió el papel. Cuando leyó su contenido se empezó a ruborizar, pero aun así escribió su respuesta y le devolvió el papel. Esa vez fue ella la que acarició su piel, maravillándose con la suavidad de su vello corporal.

Cuando abrió la nota tan sólo había una palabra escrita; 'increíble'. Le dio un vuelco al corazón. Una horda de mariposas empezó a revolotear por su vientre. Ruborizándose, se giró hacia su amigo. Sus labios estaban curvados en una cálida sonrisa, y de nuevo tenía aquella mirada en sus ojos del color del cielo que la hacía sentirse especial. 'Cuando me lo dijiste la primera vez, pensaba que te referías a lo que soy. ¡Te referías a mí!'.

Una pequeña llama de esperanza, a la que no quería aferrarse demasiado, empezó a arder dentro de ella. No quería hacerse ilusiones, pero era difícil cuando no dejaba de tener gestos así con ella. Nunca antes nadie le había dicho algo así. Sí, Ángel le dijo que era una chica preciosa y le prometió la luna y más allá, todo para luego mirarla con asco cuando vio la quemadura que la plata le dejó en la muñeca. Aquella era la primera vez que alguien pensaba de ella que era una chica increíble. Aquella era la primera vez que alguien que conocía su pasado más oscuro seguía mirándola como si no hubiese nada más que mereciese la pena.

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