Capítulo 28; Un Abrazo Evocador
Al día siguiente, y pese a la terrible situación por la que habían pasado la tarde anterior, los dos amigos regresaron a la rutina de clase. No les quedaba más remedio. Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina y tenían que preparárselos bien si querían aprobar. Debido a lo que pasó con Lola y su gata, al final no pudieron hacer todo lo que les hubiese gustado. Unos quince minutos después de encontrar a Kissy, que venía a ser el tiempo que tardó Dave en recuperar su forma humana, vestirse y encontrarse con las dos chicas, los tres llevaron a la gata al veterinario.
Después de examinarla exhaustivamente, el veterinario determinó que Kissy tan sólo tenía una lesión de poca gravedad en la garganta provocada por el alambre que, por suerte, se cerró sobre el collar y no directamente sobre su cuello. La mandó a casa con anti inflamatorios y con una Lola llorosa y muy aliviada de que su gata estuviese bien. Dave y Sofía, aquello era otra historia ya que ambos estaban bastante cabreados con Rodrigo y su obsesión, en especial el chico, que tuvo que salir de la clínica al no verse capaz de mantener bien el control sobre su apariencia.
Aquella mañana, cuando vieron a Rodrigo entrar en clase, los dos no pudieron evitar fulminarle con la mirada, y Sofía habría gruñido con muchas ganas de haber podido. De no haber sido por el lío en el que se hubiese metido, la chica estaba segura de que le habría partido la cara allí mismo.
Aquel recreo iba a ser algo más largo que de costumbre porque uno de sus profesores no había podido venir por algún motivo que a los estudiantes no les importaba en absoluto. En vez de los veinticinco minutos que solían tener, al final tuvieron casi una hora y media, así que Sofía, Dave y Sara se fueron a su rincón tranquilo a estudiar. A aquellas alturas todo el mundo lo conocía. Sus compañeros, creyendo que buscaban un sitio aislado donde enrollarse, habían intentado pillarles unas cuantas veces, y en todas acabaron aprendiendo algo más de física o de derecho comunitario. Al final desistieron, aunque de vez en cuando algún estudiante se unía a ellos para repasar, así que aquel rincón había terminado siendo conocido como el Rincón de Física.
La primavera había traído un tiempo muy bueno, con unas temperaturas agradables que estaban lejos del sofocante calor del verano y del frío gélido del invierno. Los tres amigos se habían sentado sobre unos pedruscos grandes y rectangulares que hacían las veces de improvisados bancos, justo debajo de un árbol cuyas hojas estaban empezando a brotar. Dave tenía el cuaderno de física sobre sus piernas y Sofía, que se encontraba justo a su lado, estaba inclinada sobre él, totalmente concentrada en la explicación.
—Sumamos esto aquí, y luego los dividimos por esto y este debería ser el resultado. ¿Lo entiendes?
—Sí, si cuando me lo explicas tú lo entiendo. El problema es que en el examen me pongo nervioso. —Dave apartó un poco la mirada y se relamió los labios.
—Ey... —Sofía le agarró de la mano—. Tranquilo, lo llevas bien. Los exámenes del Estirado son difíciles pero puedes con ellos.
—Gracias por los ánimos.
Dave torció los labios en una sonrisa débil y le dio un suave apretón en la mano. Acto seguido resopló y trató de resolver el problema por sí solo.
—Ten cuidado aquí. Recuerda que tienes que dividir por el valor de esta variable, no de esta otra —dijo Sofía mientras señalaba a un punto en el cuaderno.
—Sí, ¿de esta manera? —preguntó Dave a la vez que escribía unos números sobre la hoja con su cuidada caligrafía.
—Sí, así es.
Sonriendo, cruzaron una breve mirada. Se encontraban tan cerca el uno del otro que Sofía podía percibir su olor, aquel almizcle masculino y familiar mezclado con el aroma de los pinos silvestres. Sin embargo, tan sólo eran amigos y aquello no significaba nada. No significaba nada, pero cada vez que él sonreía, ella se convertía en otra persona. Dejaba de ser la ex-cazadora de seres sobrenaturales para ser simplemente Sofía, una chica que acababa de cumplir los dieciocho años, que se estaba preparando las pruebas de acceso para ser Guardia Civil y que tenía a dos grandes amigos en los que apoyarse.
—Voy a intentar hacer este yo solo —dijo Dave a la vez que devolvía su atención al cuaderno.
—Vale. ¿Tú qué tal vas, Sara? —Sofía se acercó a su amiga para echar un vistazo a sus ejercicios, y lo que se encontró fue una hoja garabateada y caótica.
—¿Sabes si hay algún monasterio cerca donde se aparezca algún santo? Preferiblemente uno que no quiera quemar brujas, claro. Estoy pensando en hacer un peregrinaje para suplicarle que me ayude a aprobar este jodido examen —dijo la chica riéndose con ganas.
—¿Necesitas ayuda?
—Nah, tú echa un cable al David, que lo necesita más que yo. Yo soy un caso perdido. —Sara hizo un gesto con la mano para restarle importancia al asunto.
—No seas tonta. Eres más lista de lo que crees. —Sofía se arrodilló a su lado para poder echar un vistazo a su cuaderno.
—Colega, tú sabes que mi futuro es hacer uso de estos grandes músculos para ganarme el pan cargando cajas o ladrillos o algo, ¿verdad? —dijo la chica, flexionando su brazo.
—Lo tienes bien, pero ten cuidado en este paso. Por los tachones veo que no lo tienes muy claro, y es así. —Sofía cogió su bolígrafo y apuntó la manera correcta de resolver la ecuación.
—Deberían pagarte a ti por dar la clase. —Sara golpeó su hombro con tanta fuerza que la cariñosa palmada le escoció.
Mientras la chica regresaba a sus ejercicios, Sofía levantó la mirada hacia su amigo. Dave estaba encorvado sobre el cuaderno que tenía en las piernas con una expresión de concentración en el rostro. Mientras estudiaba, mordisqueaba distraído el capuchón del bolígrafo. También movía un poco la pierna con cierto nerviosismo, una estereotipia que sólo tenía cuando permanecía quieto demasiado tiempo en momentos puntuales del mes. El joven soltó un pequeño resoplido y se llevó las manos a la cabeza. Acto seguido estiró la espalda y se frotó la zona lumbar, que seguramente ya sentía cargada por haber estado tanto rato sentado sobre aquella dura roca. De nuevo regresó a sus ejercicios, sin tan siquiera percatarse de la chica que le miraba con interés.
Era la luna llena, a esas alturas ya lo sabía. Sofía se había pasado los dos últimos años huyendo al bosque antes de que saliese la luna por miedo a cambiar. Sin embargo, desde que descubrió el secreto que su amigo ocultaba, anticipaba con ilusión aquellas noches. Una suave calidez, muy a juego con la sonrisa que había aparecido en sus labios, se extendió por su vientre. Le había mostrado su mundo, le había mostrado otra faceta de su naturaleza y lo peor era que le encantaba. Le encantaba seguir rastros con él, correr por el bosque, jugar entre los árboles y aullar juntos. Hacía tanto tiempo que no se sentía tan feliz.
—De entre todos los chicos que hay en el instituto, me tenía que pillar por el hombre perro. Y yo que sólo quería una vida normal... —Sofía torció sus labios en una pequeña sonrisa y sacudió la cabeza.
—Lánzate —dijo una voz tan inesperada que la arrancó de golpe de sus pensamientos.
—¿Eh? —Sofía se giró hacia Sara e inclinó la cabeza a un lado. No creía haber hablado tan alto como para que la oyese.
—Deja de mirarle tanto y lánzate. Te mola, ¿no? Pues échale huevos y lánzate —dijo, y le guiñó un ojo.
—¡Ni de coña! Y no se te ocurra decirle nada. —Le dedicó una fulminante mirada de advertencia que debía resultar bastante cómica a consecuencia del rubor que sentía en sus mejillas.
—¡Qué pava eres! ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Que te diga que no?
—Precisamente —le dijo a la vez que se levantaba para regresar junto a si amigo—. ¿Cómo vas? ¿Tienes alguna duda? —le preguntó cuando llegó a su lado. Cuando se inclinó sobre él para echar un vistazo al cuaderno, su agradable olor inundó su nariz.
—Creo que esto ya lo voy entendiendo, pero este otro tipo de problemas no los tengo tan claros. —El chico señaló a las ecuaciones con el bolígrafo, por lo visto ajeno a la conversación que Sofía y Sara acababan de mantener. 'Es mejor así'.
—Déjame ver. —Sofía se sentó de nuevo a su lado y ojeó los ejercicios—. Vale, es esto. Mira, no es tan difícil. Lo que tienes que hacer...
—¡Hola! Imaginaba que estaríais aquí. Os he traído unos refrescos de la cafetería. Se me ocurrió que con este calor y tanto estudio os vendría divino algo fresquito —dijo Lola cuando llegó con unas latas de Coca-Cola que procedió a repartir entre los tres amigos.
Sofía y Lola cruzaron una rápida mirada cuando le dio la lata de refresco, y la chica se limitó a dedicarle una sonrisa tranquilizadora. Conocía su secreto y lo guardaría. Era lo mínimo que podía hacer teniendo en cuenta que quedó al descubierto cuando Sofía le hizo el boca a boca a su gata para salvarle la vida. Sofía dudaba que alguna vez llegasen a ser amigas, y seguramente nunca dejaría de creer que era una petarda, pero descubrir que sentían el mismo afecto por sus mascotas le había hecho desarrollar una cierta simpatía hacia ella.
—Gracias, Lola. ¿Cómo está Kissy? —preguntó Dave cuando la chica le dio una lata de refresco que él aceptó con gracia.
—Mucho mejor, gracias por vuestra ayuda. Si no la hubiésemos encontrado a tiempo... —Lola chasqueó la lengua y sacudió la cabeza, aunque todo su cuerpo pareció sacudirse con un escalofrío que nacía de dentro.
—Yo no hice nada. Sólo di vueltas por mi lado del bosque sin ver ninguna huella. Sofía fue la que realmente encontró a Kissy. —Dave se encogió de hombros y cruzó una mirada cómplice con Sofía.
—Tuve bastante ayuda, ya lo sabes. Si el perro no me hubiese guiado hasta la gata, jamás la habría podido encontrar. —Sofía le dio un golpecito juguetón con el brazo.
—Pero tú le salvaste la vida. Kissy podría no haber sobrevivido de no ser por lo que hiciste, y sabes que tengo razón —insistió.
—¡Por favor, vosotros dos! ¡Besaros de una vez! —exclamó Lola con tanta vehemencia que Sara se echó a reír.
Muy conscientes de la estruendosa carcajada de su amiga, los dos cruzaron una breve y tímida mirada que apartaron casi demasiado rápido. Por el rabillo del ojo, Sofía espió a Dave. El chico, que se había ruborizado tanto que las orejas se le habían vuelto rojas, estaba mirando a su cuaderno de nuevo como si quisiese regresar a sus ejercicios. Sin embargo, sus dedos estaban descansando sobre la página, encima de las partes que ella había escrito, y en sus labios había una sombra de una sonrisa que se desvaneció en un suspiro de resignación. Sofía se mordió el labio e inclinó la cabeza a un lado.
—¡Rodrigo, que te vayas a tomar por culo de una vez con el tema! ¡Estás obsesionado, joder! —La voz de Luis resonó desde detrás del muro de setos y la sacó de golpe de sus pensamientos.
—Tienes que venir esta noche conmigo. Te juro que esa criatura es un hombre lobo. Se liberó de un cepo él solo, y ayer desmanteló un lazo. ¿Qué animal normal hace eso? —dijo Rodrigo, que estaba persiguiendo a su amigo porque, por lo visto, quería que dejasen de ser amigos.
Sofía no lo soportó más. Quizás fue la incipiente luna llena, que ya empezaba a tirar de su energía y no la dejaba dormir por las noches. Quizás fue el hecho de ver a Lola cabrearse a la vez que se le llenaban los ojos de lágrimas. Quizás fue porque su fino oído captó el amortiguado gruñido que retumbó en la garganta del chico que estaba sentado a su lado. Quizás simplemente estaba harta de aquella absurda persecución de un cinántropo que lo único que hizo fue comerse un maldito cordero hacía meses.
Fuese cual fuese el motivo, Sofía se levantó con el gruñido vibrando en su garganta y saltó por encima de los setos para correr a enfrentarse a Rodrigo. Lola, la siempre recatada Lola, se unió a ella con idéntica rabia.
—¿Sofía? —Dave tiró su cuaderno al suelo y tanto él como Sara fueron tras ella.
—¡Eres un auténtico gilipollas, Rodrigo! ¡Lo único que cayó en tu maldita trampa fue la gata de Lola, y casi se muere por tu puta culpa! —Sofía avanzó hacia él con una rabia tan ardiente que al muchacho le cogió totalmente por sorpresa.
La energía de su pecho se revolvió alterada, alimentada por sus propias emociones. La barrera que la contenía la sujetó, pero aquello hizo que sintiese cómo aumentaba la presión dentro de ella a medida que esta se resistía a ceder a una marea que quería liberarse y fluir por su cuerpo. Que aquella misma noche fuese a salir la luna llena no la estaba ayudando.
—¿La gata de Lola? ¿Qué hacía la gata de Lola en el bosque?
—¿A ti qué coño te importa? Esto ha llegado demasiado lejos. Deja-de-llenar-el-bosque-de-mierda —rugió, luchando con todas sus fuerzas por controlar las ganas de gruñir, de mostrar los colmillos, de comportarse como la loba encabronada que realmente era.
—¿Qué vas a hacer si no? ¿Me vas a denunciar? —dijo el chico, hinchando el pecho, algo que no hizo más que avivar la rabia de Sofía..
—¡Te voy a partir la cara, payaso! —Sofía cerró el puño y echó el brazo hacia atrás.
—Creo que ya es suficiente.
Antes de que Sofía pudiese descargar su puño sobre la cara de Rodrigo, Dave se acercó por detrás y la sujetó. Uno de sus brazos rodeó su cintura mientras que su otra mano se cerraba alrededor de su muñeca. Aunque estaba furiosa, al sentir el calor del pecho de su amigo contra su espalda, otro tipo de fuego sustituyó al de la rabia y Sofía se ruborizó. No era sólo por el hecho de sentir su cuerpo contra el suyo, sino porque de manera instintiva sabía que había una sola situación en la que el pecho de un cinántropo macho estaría sobre la espalda de una hembra. Ambos estaban en forma humana y por lo tanto no se aplicaba, y menos erguidos sobre dos piernas, pero su naturaleza estaba siendo poderosamente evocadora, y todo porque se trataba de él.
—Suéltame... —Sofía se debatió contra el abrazo, aunque no con demasiado ímpetu.
—No hasta que te calmes. Eres mayor de edad. Si te peleas con él y acabas en comisaría, podrías terminar con antecedentes policiales, y entonces olvídate de entrar en la Guardia Civil —dijo contra su cuello. Su cálido aliento le hizo cosquillas en la piel y le arrancó un escalofrío, que era justo lo que necesitaba.
Sin embargo, sí la ayudó a enfriar un poco su cabeza, lo suficiente como para aflojar el puño y apartar la mirada. La rabia seguía allí, pero también el cuerpo del chico que le gustaba apoyado contra su espalda. Peor, podía sentir su pecho moverse al respirar, y no era una respiración relajada.
—¿Más tranquila? —preguntó Dave contra su oído.
Sofía asintió, y sólo entonces la soltó, momento que ella aprovechó para apartarse de él como si quemase. Teniendo en cuenta lo mucho que le ardía la piel allí donde le había tocado, aquello no estaba tan lejos de la realidad. Cuando le miró de soslayo, vio que sus mejillas también se habían teñido de un color rosado y estaba evitando mirarla directamente. Obvio, él era un cinántropo así que su propia naturaleza instintiva tenía que haber sido igual de evocadora. Aquel pensamiento la hizo ruborizarse todavía más, y la rabia que alimentaba la energía de su pecho se mitigó por completo.
—Yo no voy a ser policía ni nada. —Lola se acercó a Rodrigo para cruzarle la cara de un sonoro bofetón—. ¡Esta es por Kissy! —Le calzó otra bofetada en la otra mejilla—. ¡Y esta es por mí y por lo mal que me lo has hecho pasar!
Rodrigo estaba tan sorprendido por la actitud de la chica que lo único que pudo hacer fue tocarse la mejilla dolorida mientras miraba a Lola como si fuese un espectro. A medida que se sobreponía a la sorpresa inicial, se puso blanco de rabia, cerró los puños y fulminó a la chica con la mirada. La tensión se incrementó de manera tan notable que tanto Sara, como Sofía y Dave se pusieron en estado de alerta por si tenían que intervenir.
—Voy a cazar a ese hombre lobo y os lo voy a enseñar a todos. ¡Entonces me vais a pedir perdón de rodillas! —Sacudió un dedo tembloroso hacia los cuatro amigos.
Acto seguido, se dio la vuelta y se alejó con amplias zancadas. Luis se giró hacia Lola, juntó las dos manos por delante de su cara e hizo una especie de reverencia.
—Lo siento mucho por lo de tu gata. Rodri lleva meses obsesionado con ese perro y no consigo que entre en razón. Te prometo que si veo lazos cuando salga a cazar, yo mismo los quitaré —dijo Luis antes de marcharse en pos de su amigo.
Cuando se hubieron marchado, los cuatro se permitieron respirar. Si Sofía era sincera consigo misma, ya no le quedaban muchas ganas de pelear ni discutir con nadie. Todavía estaba azorada, con sus mejillas enrojecidas y un agradable calorcillo fluyendo por su vientre. Por el rabillo del ojo vio que Dave estaba igual que ella. La piel de su rostro estaba tan roja que el rubor había llegado a sus orejas y no dejaba de olfatear el aire a su derecha con menos discreción de la que debería. 'Idiota... ¿Cómo se te ocurre hacer eso siendo lo que somos?'.
—Hay una cosa que ha dicho que... ¿Qué os pasa ahora a vosotros dos? —preguntó Lola cuando se giró hacia los tres amigos.
—Nada... —mascullaron los dos a la vez, evitando mirarse y ruborizándose todavía más.
Fue entonces cuando Sofía se dio cuenta de que Sara se había tapado la boca con la mano y parecía estar intentando no respirar, pero la manera en la que sus hombros se sacudían la delataban. Se estaba riendo de ellos.
—Bueno, qué más da. Osea, escuchadme, el niño este no está bien de la cabeza pero algo que ha dicho es cierto. Cuando encontramos a Kissy, alguien le había quitado el alambre, pero el único que sabía dónde se encontraba era ese perro blanco. ¿No os parece extraño?
Sofía se mordió el labio y miró de reojo a su amigo. Sus miradas se encontraron durante un segundo, pero Dave se relamió los labios y giró la cabeza para olfatear el aire a su derecha. Se dio cuenta de que su respiración era más errática, más nerviosa, y tenía una mano apoyada sobre su pecho. El ligero temblor que pudo apreciar en ella la preocupó un poco, aunque hasta el momento siempre había mantenido el cambio más o menos bajo control. Por lo visto, él no tenía tan claro ser capaz de conseguirlo porque apretó la mandíbula para contener un gemido y se alejó corriendo.
—¡Dave!
—¿Qué pasa? ¿He dicho algo malo? —preguntó Lola.
—No, no te preocupes. Quédate aquí, yo voy a ver qué le pasa —dijo Sofía a la vez que echaba a correr detrás de Dave.
Le alcanzó en la parte de atrás del edificio. Estaba apoyado contra la pared de ladrillo rojo y respiraba en profundas bocanadas de aire. La mano que mantenía apoyada en su pecho temblaba todavía más que antes, y en su rostro había una expresión de dolor. Sofía se acercó y le acarició el brazo desnudo. A través de la piel podía sentir el músculo palpitar. El esfuerzo que estaba haciendo por mantener su apariencia humana era brutal.
—Es culpa mía. Yo he estado poniendo rastros falsos cerca del camino para que Rodrigo no fuese bosque adentro. Por eso puso las trampas tan cerca del sitio por donde Lola pasea a su gata. ¡Dios! —Apretó los dientes y se encogió sobre sí mismo cuando una punzada de dolor le sacudió. Sus colmillos eran visiblemente más grandes.
—No es culpa tuya. Es ese miserable, que se ha obsesionado contigo. Tú no tienes la culpa de que te haya seguido bosque adentro y no te deje en paz —dijo Sofía.
—Ahora que ya sabe lo que soy va a ser peor. No va a parar hasta matarme. —Dave arrugó el labio y soltó un profundo gruñido.
—Encontraremos la manera de...
—No —la cortó con la voz profunda a causa del gruñido que se filtró en ella—. Esto ha llegado demasiado lejos. Quiere un hombre lobo, va a tener un hombre lobo.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Sofía con un marcado temblor en la voz.
—Lo que tendría que haber hecho hace mucho; echarle del bosque de una vez por todas. Esta noche hay luna llena, vendrá a buscarme y yo le dejaré claro a quién le pertenece ese territorio —dijo, irguiéndose todo lo alto que era.
—¿Te has vuelto loco? —Sofía le miró horrorizada.
—¿Qué alternativa crees que tengo? A ti casi te mata y yo caí en una de sus trampas, además de tener el gusto de sentir el impacto de su rifle en mi pierna. Esta vez ha sido la gata de Lola pero podría haber sido cualquiera. Es un psicópata y un escopetero que dispara sin mirar, y si no hago algo va a terminar matando a alguien. Tengo que echarle del bosque —dijo con sus ojos fijos en los de ella en una mirada de determinación.
—¡No voy a dejar que lo hagas! —exclamó Sofía, aguantando su mirada—. Si te muestras ante un humano, si le haces algo, cualquier cosa, si existe la más mínima duda de que eres un peligro potencial, te convertirás en objetivo prioritario. El menor de tus problemas será un escopetero como Rodrigo.
—¡Dios! Por una vez quédate al margen y deja de entrar en mi territorio. De esto me tengo que ocupar yo.
—¡No voy a dejar que te maten! ¿Es que no lo entiendes?
Movida por sus propios instintos, Sofía levantó los hombros, clavó sus mirada en los ojos de su amigo y mostró sus pequeños colmillos. Un gruñido, más inseguro que realmente hostil, retumbó en su garganta. Como respuesta, el chico le sostuvo la mirada, tensó su cuerpo y dejó a la vista sus propios colmillos, mucho más grandes e imponentes que los pequeños dientecitos puntiagudos que mostraba ella. El gruñido que soltó resonó profundo y ronco, un auténtico gruñido de advertencia en el que no se notó ni un ápice de inseguridad.
A Sofía le costó aguantar aquellos ojos intensos y firmes porque lo que tenía delante no era ningún cachorro, era un macho adulto y más experimentado que ella. Sin embargo, sacó la entereza necesaria del miedo que tenía de perderle. No era una demostración de fuerza, era una cuestión de protegerle, y no sólo de idiotas como Rodrigo, también de monstruos como su madre.
—No eres un cinántropo, no has cambiado nunca. A todos los efectos, eres humana. —Dave se apartó de ella para alejarse hacia la valla que separaba el aparcamiento del patio.
—¿Qué? ¡Eso no es justo! —exclamó Sofía.
—Deja de ponerte en peligro estúpidamente por algo que ni siquiera entiendes —dijo sin siquiera dignarse a mirarla a la cara.
De un ágil salto, el chico franqueó la valla y corrió hacia su moto. Sofía, con la sangre ardiendo por la rabia, se asomó por los barrotes de hierro pintados de rojo y fulminó a su amigo con la mirada. Dave ya se había puesto el casco y estaba montado a horcajadas sobre su moto. El motor del vehículo despertó con un rugido.
—¡Eres un cabrón! ¿Me oyes? —gritó, intentando que su voz sonase más fuerte que el clamor de la moto.
La oyó. Lo supo porque le vio agachar un poco la cabeza, y también apreció el esfuerzo que estaba haciendo para no girarse hacia ella, pero aquello no fue suficiente para detenerle. Apretó el puño alrededor del acelerador y la moto se lanzó hacia delante para salir del recinto del instituto. Su sonido se fue perdiendo en la distancia hasta desvanecerse por completo.
—¡Mierda! —Sofía le dio un golpe la la valla y se hizo daño, pero las heridas que el hierro le provocaron en la mano se cerraron casi inmediatamente—. Me da igual lo que digas, no voy a permitir que te maten por hacer el gilipollas.
Tuvo claro lo que tenía que hacer, y la mera idea le revolvió el estómago pero no tenía alternativa. O hacía eso, o su mejor amigo iba a cometer una estupidez y su propia madre daría cuenta de él.
***
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro