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Capítulo 26; Un Beso Entre Helechos y Acebo

 A Sofía le habría encantado poder tener un momento para centrarse en aquellos pensamientos, pero la suave caricia que se adentró en su cuerpo para tirar de la energía contenida en su pecho la devolvió a la realidad. Al ser consciente de lo que era, un nudo le atenazó el estómago y su mirada se encontró con la de su amigo a tiempo de ver cómo se relamía los labios. Estaba tan nervioso como ella, y no era para menos. Puede que le hubiese visto en su apariencia real el día anterior, pero aquella iba a ser la primera vez que se mostrase tal y como era realmente.

Con una pequeña sonrisa de disculpa, Dave se apartó de ella, cerró los ojos y respiró una profunda bocanada de aire que hinchó su pecho. El cambio fue tan rápido como le dijo que sería, pero no fue grotesco ni desagradable, sino todo lo contrario, fue armónico y fluido, como si por un momento se hubiese vuelto etéreo para que su verdadera apariencia emergiese de debajo de su piel. Su rostro se alargó en la forma de un hocico de cánido terminado en una negra trufa, las orejas migraron a lo alto de su cabeza y una tupida capa de pelaje blanco brotó por todo su cuerpo y llenó la ropa.

Cuando concluyó, el cambio de aplomos le hizo tambalearse hacia delante, sobre todo porque sus pies se habían salido de sus botas al alargarse en la forma de las patas de un cánido. Sofía ni siquiera lo pensó. Corrió hacia él y le agarró de los brazos para ayudarle a mantener el equilibrio. Dave la miró agradecido aunque también un poco avergonzado, algo que se reflejó en la forma en la que se relamía el hocico y se rascaba la nuca. En su rostro había una expresión de timidez remarcada por las orejas, algo caídas hacia los lados. 'Es él. Son sus gestos, es su mirada, es completamente él y yo no me di cuenta'. Sofía se mordió el labio, pero aun así fue consciente de que la sonrisa de idiota que tenía en la cara era tan evidente como el rubor de sus mejillas.

—Bueno, ¿a qué esperas? Enséñame qué es lo que haces cuando vienes tú solo al bosque. Tendré que aprender cómo es vivir como un cinántropo salvaje para cuando yo cambie.

Sofía puso una mano sobre su pecho y le dio un empujoncito juguetón, y un brillo de entusiasmo iluminó la mirada del chico. Dave, que ya se había despojado de sus botas y ahora estaba pisando la nieve con sus patas desnudas, le dio un suave apretón en la mano y se apartó de ella para correr hacia la entrada de la pequeña caverna. Mientras se alejaba de ella, Sofía le siguió con la mirada y se fijó en lo mucho que se movía la tela de su pantalón con cada alegre sacudida de su cola. Una sonrisa muy a juego con el brillo de aquellos ojos azules apareció en sus labios y se llevó la mano a la nariz, la misma que él había agarrado con sus ásperas almohadillas y que ahora olía a él. 'Claro que te sigo viendo a ti. Eres mi mejor amigo y eso no va a cambiar porque esta sea tu verdadera apariencia. Sigues siendo tú'.

Dave se despojó con tanta facilidad de la ropa, incluso con aquellas manos de dedos algo más gruesos y terminados en garras, que estaba claro que aquella no era la primera vez que se desnudaba cuando estaba en su apariencia real. Sofía se mordió el labio mientras admiraba su cuerpo y sus mejillas se encendieron con un rubor tan marcado que las sintió arder. Estaba de espaldas a ella y eso le permitió admirar la curvatura de su torso, la firmeza de sus piernas y la forma en la que su cola se enroscaba en una elegante espiral. No iba a negarlo, era un macho muy atractivo.

Después de esconder su ropa dentro de la caverna, Dave se sacudió como lo haría un perro y se incorporó sobre las patas traseras antes de girarse hacia su amiga. En su rostro de cánido había una expresión de timidez que se reflejó en la forma en la que agachó un poco las orejas hacia los lados, aunque lo que delató su nerviosismo fueron los movimientos cortos y rápidos de su cola y la manera en la que se rascó la nuca con las garras de sus dedos.

—¡No seas bobo! —Sofía se acercó a él y le dio un empujoncito juguetón en el hombro—. Te he visto en tu apariencia de perro muchas veces. ¿De qué tienes vergüenza?

Dave soltó un quedo suspiro y la expresión de su rostro se suavizó, al igual que los movimientos de su cola, que se volvieron más amplios y pausados. Con la mano, se señaló a sí mismo y luego dibujó un círculo por delante de su rostro.

—¡Ey! Sé que todavía no estás acostumbrado a que te vea comportarte como un perro pero ya te lo dije antes... —Sofía le agarró de las manos y le mostró una sonrisa que encajaba con el rubor que sentía en sus mejillas. Dave respiró hondo y la miró con las orejas levantadas y un extraño anhelo en su mirada—. Siéntete libre de ser tú mismo cuando estés conmigo. Eres mi mejor amigo y esto no cambia nada.

Sin dejar de mirarle, Sofía se apartó unos pasos de él y se inclinó con los brazos hacia los lados para hacer la reverencia de juego. La expresión en el rostro de Dave se suavizó y su respuesta a la invitación que ella le había hecho no se hizo esperar. Como el perro que era, se dejó caer sobre las cuatro patas, hincó los codos en el suelo y soltó un corto y agudo ladrido. Su cola, que era bien visible en lo alto de sus cuartos traseros levantados, se movió con alegres sacudidas. Sofía soltó una pequeña risita que era entre tímida y nerviosa, y la sonrisa de sus labios se volvió todavía más amplia para acentuar el rubor de sus mejillas.

Con un corto ladrido, Dave saltó hacia Sofía, y con un corto y agudo grito que sonó como un gañido, ella se dio la vuelta y empezó a correr. El chico la persiguió durante un buen rato y estuvo a punto de alcanzarla muchas veces, pero ella esquivó cada uno de sus intentos. No era tonta, Dave era más rápido y ágil que ella incluso en forma humana, pero la estaba dejando escapar para mantener el juego durante un rato más. Aquello no era ninguna competición, no había nada que ganar. El único objetivo era pasarlo bien, y sus ladridos y risas mezclándose en el silencio de la noche dejaron claro lo mucho que ambos estaban disfrutando.

Un par de fuertes brazos rodearon la cintura de Sofía y tiraron de ella hacia el suelo. La chica soltó un pequeño grito de sorpresa que duró lo que tardaron en aterrizar sobre un lecho de helechos. La nieve que cubría un acebo cercano se desprendió de las ramas y cayó sobre ellos. Como buenamente pudieron, usaron sus manos para quitársela de la cara, y en el momento en el que sus ojos se encontraron y vieron lo ridículos que estaban, rompieron a reír a carcajadas. Claro que en el caso de Dave, eso se tradujo en una especie de tos seca y vigorosos movimientos de su cola.

Una vez que su risa se calmó, Sofía dejó escapar un suspiro y apoyó la cabeza sobre su hombro peludo. Dave soltó una corta exclamación de sorpresa y la miró con la cabeza inclinada a un lado y las orejas muy rectas, aunque en sus ojos había un reflejo de esperanza al que parecía querer aferrarse. El brazo sobre el que ella estaba apoyada rodeó su cuerpo, aunque lo hizo con cierta timidez, como si no tuviese claro si debía hacer aquello o si acaso estaba tentando demasiado a la suerte.

—Echaba tanto de menos esto... —dijo Sofía, con los ojos fijos en los suyos y una sonrisa en los labios.

Dave soltó un profundo suspiro y la estrechó con más fuerza contra su cuerpo. Sofía fue muy consciente de la suavidad de su pelaje y de su intenso almizcle inundando su nariz. La idea de besarle pasó por su mente y encendió sus mejillas de un rubor tan intenso que dudaba que fuese a pasar desapercibido. El hecho de que estuviera en apariencia real debería haberla repelido, pero no fue así. Aquel era su verdadero yo y le encontraba tan atractivo como el disfraz humano al que estaba tan acostumbrada. 'Te he echado tanto de menos'.

Mientras Sofía todavía estaba pensando en si debía ceder a la tentación o no, Dave alargó la mano hacia el arbusto, arrancó una ramita y se la ofreció. La chica cogió el obsequio de su mano y lo miró con la cabeza inclinada a un lado, sin saber muy bien qué pensar. No tenía nada de extraordinario, tan sólo era una ramita con hojas duras de color verde oscuro y pequeñas bayas rojas que sus ojos nocturnos veían de un tono pálido y amarillento.

—No quiero parecer desagradecida pero no sé qué debo hacer con esto —dijo.

Dave señaló la planta y le hizo un gesto para que se la acercara a la cara. Sofía no tenía muy claro qué era lo que quería mostrarle pero aún así se llevó el acebo a la nariz, cerró los ojos y lo olfateó para inhalar su olor. Al principio no le pareció notar nada especial, tan sólo los mismos aromas del bosque a los que ya estaba acostumbrada. Sin embargo, a medida que se concentraba, empezó a apreciar los sutiles matices.

—Huele como... a algo leñoso con un toque amargo, a hojarasca y a otoño... —Sofía abrió los ojos y miró a su amigo con una expresión de asombro. Los olores. Le estaba mostrando la manera en la que él percibía el mundo—. Siempre que he venido al bosque he sido capaz de percibir el olor a pino porque está por todas partes, pero nunca me había fijado en que cada planta tiene su propio olor.

Dave inclinó una oreja hacia un lado y movió la cola en una expresión que era lo más parecido a una sonrisa que él podía mostrar.

—Así es como ves el mundo. Siempre has estado en sintonía con tu lado de hombre perro así que no reconoces las cosas por su aspecto, sino por su olor. Sabes que mis sentidos son como los tuyos así que querías mostrarme que el bosque no son sólo pinos y tierra húmeda —adivinó.

Dave movió la cola y asintió. Contagiada por una repentina curiosidad, Sofía se apartó de él, retiró la nieve de un pequeño arbusto que tenía al lado y dejó a la vista las delgadas ramas de un helecho. Entonces, se inclinó hacia la planta, cerró los ojos para concentrarse mejor y olfateó. Olía diferente, a algo fibroso y húmedo que le recordaba un poco a la tierra bajo la lluvia.

A pocos metros de donde habían aterrizado encontró un tomillo que la saludó con su inconfundible perfume, y un castaño que crecía entre los pinos la deleitó con matices invernales que evocaban a la Navidad. Sofía miró a su alrededor con los ojos muy abiertos y una amplia sonrisa en la cara. Le encantaba aquel bosque, le encantaba ir allí y respirar sus aromas mientras contemplaba el paisaje, pero nunca había intentado verlo sólo con la nariz. Aunque estaba cubierto por un manto blanco que embotaba los olores, se estaba dando cuenta de que era mucho más colorido y vibrante de lo que jamás hubiera imaginado. 'Y he tenido que conocer a un friki de la biología para darme cuenta. ¡Menuda loba estoy hecha!'.

—¡Dave, esto es increíble! Es como ver el bosque por primera vez —dijo en un jadeo mientras sus dedos acariciaban la aterciopelada superficie del musgo que había destapado.

Dave se había arrodillado a su lado de una forma muy humana que ningún perro haría jamás, y estaba tan cerca que, cuando ella se volvió hacia él, su olor llenó su nariz. El chico la estaba mirando entusiasmado, y su cola no dejaba de oscilar de un lado a otro en amplias y alegres sacudidas. No hacían falta palabras para entender lo que estaba pensando porque ella también había estado en su lugar durante mucho tiempo.

Aunque tuviesen buenos amigos o compañeros comprensivos que estuviesen al tanto de lo que eran, los cinántropos percibían el mundo de una forma que ningún humano podía. Los olores, los sonidos, la manera en la que se fijaban en las cosas que se movían o parecían ajenos a las que no lo hacían, simplemente eran demasiado diferentes y llegaban a sentirse muy solos. Dave se había criado en una familia de cinántropos, pero por lo que le había contado, ninguno de sus amigos había sido como él. Ni siquiera sus hermanos. Era muy posible que aquella fuese la primera vez que podía compartir el bosque con alguien capaz de verlo a través de sus ojos. 'Para mí también es la primera vez, y nunca imaginé que sería tan increíble tener un amigo que puede entenderme de verdad'.

La nieve crujió a su izquierda. No fue más que un suave susurro, un ruido tenue, pero sus oídos de cánido no tuvieron problemas para captarlo en el silencio algodonoso de la noche invernal. Ambos se giraron a tiempo para ver una pequeña criatura parecida a un ciervo emergiendo de la vegetación a unos veinte metros de ellos.

—Mierda... —La voz de Sofía escapó de sus labios mezclada con un quedo gruñido.

Ver a la criatura ya era malo pero en cuanto percibió su intenso y penetrante almizcle, su cuerpo entero se tensó y todos sus instintos de depredador se encendieron. Lo que tenía delante era un corzo, una presa para una loba como ella. Para colmo, estaba con su manada, con su compañero, y quería cazar con él. Esa era la razón por la que siempre evitaba los prados, porque no era la primera vez que sentía despertar sus impulsos de caza, y la tentación de correr tras una oveja era demasiado fuerte como para confiar en no dejarse llevar.

Por el rabillo del ojo vio a Dave tensarse incluso más que ella, y las aletas de su nariz empezaron a abrirse y cerrarse con rápidas inspiraciones. No había cazado nada desde Navidad por lo que sus instintos tenían que estar al límite. Sofía se mordió el labio. Ya le había visto retorcerse de dolor una vez cuando el olor de un ciervo estuvo a punto de hacerle cambiar. Lo último que quería era que su presencia allí le hiciera cohibirse de dar rienda suelta a su naturaleza de depredador. 'Mierda... ¿por qué le dije que quería venir?', se dijo a sí misma mientras contenía el gruñido de frustración que había ascendido a su garganta.

—Ve... —le dijo en voz baja.

Dave la miró horrorizado y sacudió la cabeza, como si lo que ella le estaba proponiendo fuera impensable. Sofía apretó la mandíbula y el gruñido que había estado reprimiendo emergió de entre sus labios.

—¡Ve! Hace semanas que no cazas. No dejes de hacerlo sólo porque estoy aquí.

Dave soltó un agudo gemido y volvió a sacudir la cabeza. Su mirada pasó de ella al corzo que todavía no se había percatado de su presencia, y volvió a posarse en ella. Sofía no sólo vio dudas en su mirada, sino también miedo. Le aterraba que ella le viese en su comportamiento más salvaje.

—¡No me importa! ¿Es que no lo entiendes?

Fue ese grito descarnado que resonó en el bosque lo que alertó a la criatura. El corzo se congeló en seco y miró asustado a su alrededor, aunque gracias a la ropa blanca de Sofía y al manto de su amigo, del mismo color, parecía no ser capaz de verlos. Sin embargo, ellos dos sí lo habían visto, y Dave, que estaba cada vez más tenso y tenía el pelaje del lomo erizado, movió una de sus manos hacia delante en un paso acechante. El violento temblor de sus músculos era evidencia de lo mucho que estaba luchando contra sus ganas de cazar.

Sofía se mordió el labio. Supo lo que tenía que hacer o el muy cabezota no iba a dejarse llevar. Tras respirar una profunda bocanada de aire, que sólo sirvió para que su nariz se llenase de los múltiples olores que había a su alrededor, se levantó de un salto y echó a correr hacia el corzo. El animal dio una especie de brinco y empezó a alejarse tan rápido como podía, que era más de lo que ella podía perseguirle. Sin embargo, había conseguido su objetivo. A su lado pasó corriendo un borrón blanco que tenía muchos menos problemas que ella para moverse a través de la nieve.

A medida que corrían detrás del corzo, Sofía y Dave se fueron abriendo hacia los lados como un abanico para no dejarle ninguna vía de escape. No era algo que ninguno de ellos hubiese planificado, era algo que sabían hacer por instinto. Una amplia sonrisa se abrió paso en sus labios y de ellos escapó un grito de júbilo que sonó muy parecido a una mezcla entre un ladrido y un aullido. Sí, se le hundían los pies a cada paso que daba y se estaba quedando atrás, pero por primera vez en su vida había cedido a los impulsos de caza y se lo estaba pasando en grande.

Una súbita necesidad la golpeó de lleno y la dejó sin aliento. Quería cambiar, quería salir de aquella piel lampiña para cubrirse de su tupido pelaje de loba, quería dejarse caer a cuatro patas porque sólo así sería capaz de mantenerle el ritmo a su compañero de manada. Sin embargo, no podía, porque nunca había cambiado y no sabía cómo hacerlo. Un agudo gruñido retumbó en su garganta y sacudió la cabeza.

—¿Qué me pasa? Nunca antes me he sentido... atrapada dentro de mi cuerpo humano, y ya me ha pasado dos veces —gimió entre jadeos.

Sofía miró a su amigo, que estaba cada vez más lejos de ella, y se mordió el labio. Dave se movía con una destreza que encontraba envidiable, pero no era sólo porque podía usar toda la potencia de su cuerpo real. En su apariencia humana era algo más lento, pero también era capaz de desplazarse en aquella nieve como si sus pies apenas la rozasen. 'Él es un macho casi adulto y yo sólo soy una patética cachorra que no sabe cambiar. ¿Por qué iba a querer formar manada conmigo?'.

—Manada... — gimió.

Aquella palabra resonó en su cabeza con tanta fuerza que se se quedó sin aliento, tanto que se llevó una mano al pecho y empezó a jadear. Dave no era sólo su amigo, era algo más, ella lo sentía como algo más aunque él no se hubiese dado cuenta todavía. Cuando aullaron juntos, no despertaron vínculos de amistad entre ellos, despertaron algo que era mucho más íntimo y profundo. Quizás lo hicieron sin pensar, guiados por un impulso y por la euforia de haberse encontrado con otro cinántropo, pero empezaron a verse como manada.

Pese a la creencia popular, una manada no era una comuna hippy formada por lobos de diferentes orígenes liderados por un alfa. Sofía encontraba aquella palabra tan insultante que soltó un gruñido. Una manada de lobos, una manada auténtica, estaba compuesta por una pareja reproductora y por sus cachorros. A todos los efectos, no era más que una familia.

A medida que iba asimilando aquel pensamiento, sus pasos empezaron a ralentizarse y siguió a Dave con la mirada mientras él perseguía al pequeño ciervo sin descanso. 'Compañero'. Cuando aquella palabra atravesó su mente, una punzada de anhelo mezclado con dolor sacudió su pecho. Aquel macho era su compañero, ella le veía como su compañero, y sin embargo no podía unirse a él en la caza, no podía ser la loba que él se merecía. 'No soy ninguna loba orgullosa, sólo soy una cachorra insegura y asustada que ni siquiera puede cazar. No me extraña que no me vea como su compañera'. Un agudo gemido ascendió a su garganta, pero Sofía se mordió el labio y se lo tragó, aunque no creyó que él se hubiese dado cuenta de haberlo dejado salir.

Dave llevaba tanto tiempo sin cazar que tenía toda su atención puesta sobre el corzo que seguía intentando escapar de él. El pequeño animal era joven y rápido, pero Dave era un cazador experimentado y no tardó mucho en demostrarlo. Cuando se encontraba a apenas unos pocos metros del rumiante, el chico apretó el paso y embistió con todas sus fuerzas. Ambos, corzo y perro, cayeron al suelo y levantaron una cortina de nieve que les ocultó. Sin embargo, los gruñidos del cánido y los agudos gritos del cérvido resonaron claros y nítidos a través del bosque nocturno.

Entonces se hizo el silencio. A medida que la nieve se asentaba, el lugar donde había tenido lugar la escaramuza quedó a la vista. Los rayos plateados de la luna se filtraron a través de los árboles y cayeron sobre el cinántropo. Dave estaba levantado todo lo alto que era, con el pecho henchido, la cola en alto y el cuerpo de su presa a sus pies. Sus costados se movían con cada jadeo, y la sangre goteaba de sus fauces y caía sobre el manto blanco que cubría el suelo.

Sofía se detuvo y observó la escena boquiabierta. Un intenso rubor ascendió a sus mejillas. Lo que tenía delante no era ninguna mascota domesticada, era un animal salvaje, un depredador, y le acababa de mostrar lo que era capaz de hacer. Que se sentía atraída por sus rasgos de cánido, como sus colmillos y su cola, era algo que ya sabía, pero mentiría si se dijese que no le veía muy, muy atractivo en ese momento. Tenía sentido. Al fin y al cabo ella era una loba, y un macho tan diestro en la caza era un compañero excelente.

Dave levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de Sofía. La luz plateada de la luna llena cayó sobre sus pupilas y arrancó de ellas un resplandor verdoso que acentuó su aspecto de depredador nocturno. Cuando vio la expresión de su rostro, Dave agachó las orejas y giró la cabeza para esquivar su mirada. De un brusco movimiento, trató de limpiarse la sangre del hocico con el antebrazo, pero tan sólo consiguió esparcirla más por el suave pelaje que crecía alrededor de su boca.

La tensión era evidente tanto en sus músculos como en su mandíbula, pero Sofía lo ignoró y se acercó a él para admirar la presa que yacía a sus pies. La sangre que manaba de la herida en el cuello del corzo estaba tiñendo la nieve de color carmesí, aunque los ojos de depredador nocturno de Sofía no eran capaces de apreciar aquella tonalidad. Era la misma herida que vio en el cordero, una dentellada experta hecha con intención de matar rápido y con el menor sufrimiento posible. No había duda, su mejor amigo era un animal salvaje que disfrutaba de la libertad que le daba la vida en el bosque.

—Dave, esto ha sido... increíble —jadeó.

Al oír sus palabras, Dave se volvió de golpe hacia ella y la miró con los ojos muy abiertos y las orejas rectas. En su mirada se reflejó un mar de dudas que se mezcló con una cierta esperanza, como si no tuviese claro haber escuchado bien. La enorme sonrisa en los labios de Sofía y sus manos cerrándose sobre las suyas no hicieron más que acrecentar su confusión.

—Nunca había cedido a los instintos de caza y... ¡Joder! ¡No sabía que era así! —continuó con la voz aguda por el entusiasmo que vibraba en ella—. Correr detrás de la presa, sentir la fuerza de tus músculos al moverte, es una sensación alucinante. ¡No me extraña que te guste cazar!

Dave, que la estaba observando como si a ella también le hubiese crecido cola, bajó la mirada al corzo ensangrentado que había en el suelo, y de nuevo la levantó hacia ella. Su cabeza se había inclinado tanto a un lado que Sofía lo habría encontrado cómico de no haber visto la sombra de temor y frustración que opacaba sus ojos azules.

—Pensabas que estaba horrorizada por lo que había visto, que te iba a rechazar —dijo con la voz un poco más apagada. La sonrisa se había desvanecido de sus labios.

Dave soltó un quedo suspiro y asintió. Una pequeña luz nacida de aquella esperanza a la que quería seguir aferrándose comenzó a iluminar de nuevo sus ojos, aunque la sombra seguía presente en ellos. Sofía podía entenderlo porque ella también sentía aquel miedo más que justificado de que la rechazasen por ser un cinántropo, por tener los instintos y los comportamientos de un lobo.

—Dave, yo también soy como tú y siento los mismos instintos cuando estoy delante de una presa. No voy a asustarme por verte cazar. —Sofía torció sus labios en una sonrisa con la que quería infundirle ánimos y dejó que su mano se deslizase por aquella mejilla peluda en una caricia—. Antes me has dicho que lo único que quieres es que te acepten tal y como eres. Yo lo hago. Estoy aquí contigo ahora mismo, ¿no?

El chico asintió con algo de inseguridad, aunque fue aquella mirada lo que hizo que el estómago de Sofía se estremeciese con una mezcla de rabia y cariño. Se estaba empezando a dar cuenta de por qué la miraba así. Lo había hecho todas las veces que ella le había tocado sin mostrar dudas, que ella le había hablado con naturalidad o cuando se había apoyado sobre su hombro buscando su calor. Era una mezcla entre entusiasmo y esperanza, como si no terminase de creer que ella todavía fuese capaz de verle detrás de aquella apariencia de perro.

—Deja de tener tanto miedo de que te rechace si me muestras esa parte de perro que intentas mantener oculta. Eres mi mejor amigo y te conozco mejor de lo que crees. Sigo a tu lado porque he visto a tu verdadero yo, al chico que se puso delante de un rifle por mí dos veces, que le recordó a Lola que yo tengo un nombre y que siempre sonríe cuando juega con Kas. Cazar un corzo, moverte a cuatro patas o revolcarte por el suelo no va a cambiar eso.

Dave respiró tan hondo que se le hinchó el pecho. Como guiado por un repentino impulso, se inclinó hacia Sofía y su lengua rozó su mejilla en un cariñoso beso. La cogió tan desprevenida que le dio un vuelco el corazón y las palabras enmudecieron en sus labios, justo detrás de la exclamación ahogada que escapó de ellos. De golpe fue muy consciente del cosquilleo en su piel, provocado por el roce de las vibrisas de su hocico, y del cálido hormigueo que brotó de su estómago y se extendió por todo su cuerpo. Aquello no era juego, no como cuando le mordía el cuello. Aquello era una manera en la que los perros decían 'te quiero'.

Como si de repente se hubiese dado cuenta de lo que había hecho, Dave se apartó de ella con una mirada de disculpa que se reflejó en sus orejas agachadas y se relamió los labios. El tupido pelaje que cubría su rostro ocultaba su piel, pero Sofía no necesitaba ver el rubor de sus mejillas para saber que estaba avergonzado. La manera en la que olfateaba el aire a su izquierda y los movimientos cortos y rápidos de su cola le delataron.

Sofía, que no era capaz de dejar de mirarle, se llevó la mano a la mejilla para acariciar el lugar donde él la la había besado. Era muy consciente de lo mucho que le ardía la piel y de la sonrisa de idiota que tenía en la cara, pero le dio igual. Era la segunda vez que él la besaba y podía acostumbrarse a aquellas muestras de afecto. 'Estoy loca' pensó cuando de nuevo sintió ganas de besarle y una vocecilla en la parte trasera de su mente la animó a lanzarse.

Quizás fue la luna llena, o quizás fue su olor que la embriagaba y casi no la dejaba respirar, o puede que fuese el hecho de tener delante al chico que tenía la capacidad de hacerla sonreír. El motivo dió igual. Lo único importante fue que Sofía se dejó llevar por aquella vocecilla y se inclinó hacia él para rozar el pelaje de su mejilla con la lengua. Un beso para decirle que ella también le quería, mucho más de lo que él se pensaba. Un gesto de cariño entre cánidos, porque ella, pese a su apariencia, era una loba.

Dave soltó una exclamación ahogada y se giró hacia ella. En cuanto sus ojos se encontraron en aquella tenue claridad alimentada por los rayos plateados de la luna, Sofía sintió que la calidez de su vientre aumentaba y sonrió con timidez.

—Soy una loba —dijo, un poco avergonzada por haberse dejado llevar de esa manera.

Algo atravesó su rostro, una breve expresión de sorpresa que se reflejó en sus ojos, abiertos de par en par. Sin embargo, fue tan fugaz que Sofía no supo si lo había imaginado. Dave soltó un corto gemido y la envolvió en un abrazo tan prieto que una manta de espeso pelaje que olía a él la enterró por completo. Su nariz se hundió en su cuello y aspiró su aroma con tantas ganas que Sofía soltó una risita al sentir las cosquillas que le provocó el roce de sus vibrisas sobre su piel.

Cuando se apartó, la miró con tanto afecto que Sofía sintió que sus labios se curvaban en aquella sonrisa de idiota que no podía contener cuando estaba con él. Su mano peluda envolvió su rostro en una caricia que era más suave de lo que se habría imaginado, teniendo en cuenta que sus almohadillas eran tan ásperas como las de un perro. Había algo en la forma en la que la estaba mirando que ella nunca había visto antes, algo que hizo que su corazón latiese más deprisa y que sus mejillas se encendiesen con un rubor. 'Es como si me estuviese viendo por primera vez'.

Tras soltar un largo suspiro de satisfacción, Dave levantó la mirada al cielo, donde la luna llena era bien visible, recortada contra un manto azul oscuro salpicado de estrellas. Sofía se quedó mirándole como si intentase memorizar cada detalle de aquel rostro perfilado por la luz plateada que era tan distinto del que ella conocía. La expresión que había en él era de paz, como si se hubiese quitado un gran peso de encima, aunque había algo más, una sonrisa implícita en el brillo de sus ojos.

Sofía cerró los ojos, apoyó la cabeza sobre el suave pelaje de su hombro y respiró hondo. Su olor, aquel agradable almizcle que siempre llevaba mezclado con el aroma de los pinos, inundó su nariz y avivó el hormigueo de su vientre. Una cálida sonrisa se abrió paso por sus labios. Podía entender el alivio que debía sentir al no tener que seguir ocultando lo que era, al menos con ella, porque ella sentía lo mismo. No sólo se sentía libre al no tener que fingir delante de él. Desde que había empezado a abrazar su naturaleza, desde que había comenzado a comportarse y a comunicarse con él como la loba que era, se sentía más feliz.

Entonces bajó la mirada hacia sus manos y la sonrisa se borró de sus labios. Un nudo de decepción se le formó en el pecho e hizo que un gemido ascendiese hasta su garganta, pero lo contuvo porque no quería estropear el momento. Humanas, completamente humanas, como ella. Dave le había mostrado todo su mundo, pero ella sólo podía apreciarlo como una turista. No sabía lo que era cazar, no sabía lo que era sentir la nieve sobre su pelaje o correr a cuatro patas, porque seguía atrapada dentro del disfraz humano. '¿Qué me pasa? Nunca antes me ha preocupado no poder cambiar. ¿Por qué ahora sí?'. La respuesta vino tan de golpe que la dejó sin aliento.

'Porque ahora está él'.

***

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