Capítulo 21; Juegos de Nieve y Sueños
Para muchos adolescentes, la noche del treinta y uno de diciembre era la fiesta más esperada del año. La mayoría cenaban con sus padres y sus familias, y después de comerse las doce uvas de la suerte, salían a encontrarse con sus amigos. Todos se vestían con sus mejores galas, y Sofía no quería ser una excepción, al menos ese año, así que estuvo un buen rato rebuscando en su armario hasta que se decidió por un pantalón negro, una camiseta de tirantes de color cobre y una blusa oscura a juego. No era gran cosa, pero tampoco había tenido ocasión de salir a tantas fiestas como para justificar comprarse ropa muy elegante.
No se puso perfume, porque sabía que a él no le gustaría, pero sí se maquilló un poco. Nada extraordinario, un poco de sombra discreta, brillo de labios, la línea del ojo y nada más. No estaba acostumbrada a verse maquillada y cualquier cosa que destacase mucho le parecería excesiva. Una vez que terminó de arreglarse, se miró en el espejo que había en la entrada. Muy pocas veces recordaba haberse visto tan bien vestida, y lo peor era que le gustaba la imagen que la estaba mirando de vuelta. Le gustaba aquella chica sonriente que sentía mariposas en el vientre y tenía un rubor en las mejillas que no era pintado, sino real.
—Me siento tan tonta, Kas. ¿Qué va a pensar cuando me vea así? —dijo, incapaz de controlar una sonrisa que era entre emocionada y avergonzada.
Kas se limitó a mover su pequeña cola y Sofía se rió y se agachó para acariciarle la cabeza. Naturalmente, él no entendía nada, pero se ponía contento porque su amiga estaba contenta. Algo debió llamar su atención porque levantó la cabeza y las orejas con actitud de estar oyendo algo muy interesante. Una milésima de segundo después trotó hacia la puerta y empezó a bailotear ansioso a la vez que gemía.
Sofía tardó un poco más en oír el sonido de la moto que había alertado a su perro, pero cuando llegó hasta sus oídos, un nudo de nervios le atenazó el estómago. Del armario sacó su abrigo y necesitó tres intentos hasta que consiguió meter el brazo en la manga correcta para ponérselo bien. Luego cogió las llaves, el teléfono y la cartera, y se guardó todo en los bolsillos con unas manos tan temblorosas que casi no era capaz de atinar. La moto se detuvo ante la puerta. El motor al ralentí incrementó su ansiedad y Sofía empezó a jadear.
Al fijarse en su reflejo en el espejo, en aquel extraño contraste de ella arreglada y comportándose como un perro, respiró hondo varias veces hasta que consiguió serenarse y se colocó bien el abrigo y la ropa. En realidad ya iba bien, pero necesitaba unos segundos para que le dejasen de temblar las manos, y para calmar tanto los latidos de su corazón como la energía de su pecho. Cuando se sintió preparada para salir, cogió la correa del gancho donde siempre estaba colgada y se la puso al perro.
—Vamos, Kas —le dijo mientras abría la puerta.
Un viento frío golpeó su rostro. El cielo estaba encapotado, cubierto con un manto de nubes pálidas y lisas que amenazaba más nieve. La noche hacía rato que había caído, así que todo el pueblo estaba iluminado por sus viejas farolas y por las luces decorativas que había en las ventanas, fachadas y árboles de muchas de las casas. Habían pasado séis días desde la luna llena pero la influencia de la luna menguante era suficiente como para que Sofía sintiese su suave caricia.
Dave estaba allí, montado a horcajadas sobre su moto. Vestía un pantalón oscuro, una camisa clara, y un jersey blanco con rayas azul marino. Como siempre, llevaba puesta su chaqueta negra, y el casco, que ahora colgaba del manillar, le había despeinado su lacio cabello rubio. Al verle, Kas pegó un tirón a la correa y fue hacia él con tanto ímpetu que casi le tira de la moto. Dave, riendo, se abrazó al enorme corpachón negro. Su risa era cristalina y alegre, y sus labios plenamente abiertos dejaron a la vista unos colmillos que estaban algo más grandes que de costumbre y no parecían muy humanos.
—¡Hola, Kas! ¿Cómo estás? —dijo el chico con aquel brillo de ilusión en su mirada.
—Abajo, Kas. Le vas a llenar de pelos —dijo Sofía a la vez que le daba un pequeño tirón de correa.
Con un corto ladrido, el perro obedeció, pero no dejó de mover su pequeña colita, entusiasmado por la visita de su amigo.
—No te preocupes. No me moles... oh... —Sus palabras enmudecieron al verla, y un suave rubor empezó a aparecer en sus mejillas.
—¿Pasa algo? —Un poco incómoda, Sofía apartó la mirada y se relamió los labios.
—Nada. Sólo que no me esperaba que te hubieses... Estás... —Se aclaró la garganta—. Te... te queda bien.
Un cálido rubor empezó a teñir de rosa las mejillas de Sofía. Al levantar mirada, sus ojos se encontraron con los de su amigo, que tenía en sus labios una tímida sonrisa que era un reflejo de la suya. Ya no la contenía tanto como antes, al menos no cuando estaba con ella, por lo que Sofía pudo ver la punta de sus colmillos asomando por debajo, y se mentiría si dijese que no lo encontraba atractivo. Le daban un aire salvaje y peligroso que encontraba muy atrayente, porque ella sabía de lo que eran capaces.
—Gracias por acompañarme a sacar a Kas —dijo Sofía a la vez que le ofrecía la correa a su amigo.
Dave desmontó su moto y aceptó la correa. Al cogerla, su mano envolvió la de su amiga y Sofía pudo sentir un suave temblor que la preocupó un poco. Probablemente sólo era el frío, aunque su piel parecía lo suficientemente caliente, pero después de lo que pasó en el camino del bosque no podía evitar preocuparse. Que apenas estuviese quedando con ella para ir a correr tampoco ayudaba a tranquilizarla.
—No me las des. Si te soy sincero, preferiría un plan así que ir a casa de Sara —comentó el chico mientras caminaban por las calles en dirección al parque—. No me malinterpretes, sus hermanas son muy amables y Sara es una buena amiga, pero yo soy un poco aburrido y prefiero planes más tranquilos.
—Yo no te llamaría aburrido. Diferente, quizás, pero no eres aburrido —comentó Sofía con una cálida sonrisa.
Dave soltó un quedo suspiro y se relamió los labios.
—Sí, supongo que soy diferente —dijo con tono apagado, y bajó la mirada al perro.
—Ey, no estoy diciendo que sea algo malo. Me gusta que seas diferente. —Sofía cogió su mano para darle un suave apretón y torció sus labios en una sonrisa de aliento.
—Te lo agradezco, y sé que lo dices de corazón pero ser diferente me ha dado muchos problemas a lo largo de la vida. Me gusta ser como soy, las cosas que puedo hacer son alucinantes pero a veces... —Miró hacia la calle, a las personas que reían y charlaban animadamente mientras caminaban—. A veces es difícil.
Tras dedicarle una fugaz mirada de anhelo, Dave sacudió la cabeza y siguió caminando hacia el parque. Sofía inclinó la cabeza a un lado y le siguió en silencio, pero sin dejar de observarle discretamente. La nieve que cubría las calles crujía bajo sus pies a cada paso, incluso pese a lo silencioso que era al moverse. Era algo en lo que ella se había fijado, Dave tenía tan mecanizado el sigilo que lo hacía sin pensar.
Cuando llegaron al parque, Dave soltó a Kas, el cual se fue a husmear junto a unos arbustos, y le devolvió la correa a su dueña. Sofía se la colgó como si fuese una bandolera y miró a su alrededor. Había más personas paseando a sus perros de las que pensó que iba a haber. Algunos iban solos mientras que otros eran caras sonrientes que charlaban y reían con algún amigo o familiar que había venido de visita. Con su fino oído fue capaz de escuchar trozos de conversaciones donde hablaban de personas que no conocía, temas de trabajos que no comprendía y asuntos de política que no le interesaban. Todas aquellas eran conversaciones mundanas.
—No es fácil ser diferente —comentó Sofía mientras seguía a Kas con la mirada.
—No, no lo es. ¿Cómo lo consigues tú? —soltó Dave. A Sofía le dio un vuelco el corazón y no pudo evitar relamerse los labios—. Perdona por preguntar. Yo... me he dado cuenta de que eres como yo, en parte al menos. Tu comportamiento es como el mío.
—Tengo mucha disciplina. Es algo que he aprendido desde pequeña —dijo Sofía, encogiéndose de hombros—. Pero tenías que llegar tú para hacerme perder el control. Nunca me he dejado llevar tanto como cuando estoy contigo —añadió con una amplia sonrisa en la que ni siquiera intentó ocultar el rubor de sus mejillas.
Entonces hizo algo que sabía que él iba a entender, otro gesto de afecto entre los cinántropos. Se inclinó hacia él y apoyó su brazo y su costado contra el suyo. En el lenguaje de los perros aquello era un abrazo. Tal y como esperaba, él lo entendió y en sus labios apareció una amplia sonrisa que pareció iluminar su mirada. Era como un cachorro confundido y asustado, y parecía sentirse un poco menos solo al ver que había otros que eran como él.
—Me gustaría tener tu disciplina —dijo mientras observaba a Kas, el cual se había encontrado con un golden retriever amigo suyo y estaban correteando juntos por el parque—. Nunca he podido controlar bien mi comportamiento. Me cuesta mucho. Se me nota que soy... diferente.
Dave bajó la mirada hacia sus manos. De nuevo le temblaban un poco. Soltó un resoplido de frustración y las bajó bruscamente antes de girar la cabeza para ponerse a olfatear el aire a su derecha. Sofía le observó discretamente y, después de un rápido cálculo mental, se mordió el labio. Estaba siendo igual que el mes anterior, las estereotipias comenzaron alrededor de una semana después del plenilunio, cuando la influencia de la luna empezaba a ser más débil. Aquello no tenía ningún sentido.
—Me contaste que tuviste problemas en el instituto —comentó Sofía.
—No sólo en el instituto. Los niños de mi pueblo me estuvieron martirizando desde los seis años. —Un gruñido se coló en su voz, pero el chico apretó los labios y lo contuvo. El vello de la nuca se le había erizado.
—¡Seis años! ¡Eras un crío! —exclamó Sofía, horrorizada.
—Lo era, y también era el bicho raro de la clase. Tenía tres buenos amigos, y eso hacía las cosas más fáciles, pero me sentía culpable porque fueron blanco de burlas por asociación conmigo. —Levantó la mirada hacia el cielo—. Les echo de menos —dijo con una voz que era apenas un suspiro.
Sofía se mordió el labio. Podía entender su dolor porque ella también había perdido a buenos amigos. Sí, eran cazadores y por lo tanto eran su enemigo, pero fueron amigos de la infancia a los que echaba de menos. Buscó su mano y dejó que sus dedos, que empezaba a sentirlos fríos, se enredasen con los suyos. Dave soltó una pequeña exclamación ahogada y bajó la mirada hacia ella. Sofía sonrió y se acercó más a él hasta que fue capaz de sentir el calor de su cuerpo y el olor que desprendía. Era embriagador y agradable, pero de nuevo estaba perdiendo el aroma a bosque.
—Sé que no es ningún consuelo, pero aquí has hecho buenas migas con la gente de clase. Al menos con Sara, conmigo, y hasta con Lola y su grupito de esbirros —comentó Sofía.
—Porque todavía no he hecho ninguna cosa demasiado rara. En algún momento se me escapará alguna conducta extraña y se darán cuenta de que soy diferente. Entonces volverán las burlas, los motes y los rumores ridículos. —Dave hundió los hombros y soltó un largo y profundo suspiro que sonaba cansado.
—Yo me he dado cuenta, y a mí no me importa —comentó Sofía con una pequeña sonrisa divertida en un intento por animarle un poco.
—¡Tú no cuentas! —exclamó. Con un gruñido juguetón, saltó sobre ella y le mordisqueó el cuello.
Sofía se rió al sentir sus pequeños colmillos rozar su piel, y todas las barreras y el autocontrol que usaba para mantener a raya sus instintos se relajaron. Poco a poco se estaba reencontrando con su naturaleza de cánido, porque era natural compartir aquellos gestos con él. No sólo eso, también se sentía verdaderamente libre por primera vez, como si toda su vida hubiese estado buscando eso, otro cinántropo con el que poder ser ella misma.
—Pero, en serio, me alegro de haberte conocido —dijo el chico, y su sonrisa se suavizó.
Con cierta timidez, y muy consciente del calorcillo que sentía en su vientre, Sofía sonrió de vuelta y desvió la mirada hacia su perro, que seguía jugando con Thor, el golden retriever. Sus dedos seguían enredados con los de su amigo. Con aquel frío, sentir el calor de su piel era agradable, claro que el estremecimiento que la sacudió se debió a las suave caricias que él estaba trazando sobre su mano con el pulgar.
Kas clavó los codos en el suelo y ladró hacia Thor, y el otro respondió de igual manera. De aquel modo llegaron al acuerdo de que todo lo que hiciesen a partir de ese momento sería un juego. De un salto, los dos perros se incorporaron y rompieron a correr por el parque. Parecían estar disfrutando tanto que era difícil no desear aquel tipo de vida. Era tan sencilla y tan plena a la vez. Sofía miró a su amigo, que tenía un extraño anhelo en su mirada mientras observaba a los dos perros jugar en la nieve.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó Sofía.
—En... mi mayor sueño —comentó el chico—. La mayoría de la gente sueña con cosas grandiosas como publicar un libro, tener un buen trabajo y ganar mucho dinero o viajar. Yo... yo sólo quiero una compañera y una familia pero... ¿quién iba a querer estar con alguien como yo?
—Lola estaría encantada —bromeó Sofía, aunque no pudo evitar que se notase una cierta tirantez en su voz cuando la sacudió una punzada de celos.
—Sí, porque no sabe cómo soy realmente. Si lo supiese huiría espantada. —Un profundo gruñido retumbó en su garganta. Al darse cuenta de lo que había hecho, se relamió los labios y agachó la cabeza—. Lo... lo siento. Intento controlarlo pero...
—No me pidas perdón. Siéntete libre de ser tú mismo cuando estés conmigo —dijo Sofía, que se puso delante de él con una amplia sonrisa y le cogió ambas manos. El chico inclinó la cabeza a un lado—. Nos pasamos la vida ocultándonos, escondiendo nuestro comportamiento natural. No te escondas conmigo, déjate llevar.
—No... no debería... estoy intentando controlarme y... —Se relamió los labios y apartó la mirada para olfatear el aire a su alrededor.
—Yo también, pero ¿por qué no hacer alguna locura de vez en cuando? Fuiste tú el que me incitó a aullar contigo —comentó Sofía. Un marcado rubor empezó a aflorar en sus mejillas al recordar aquel momento en el que, sin saberlo, algo despertó dentro de ella.
—Dios, no me lo recuerdes. Todavía no sé cómo pude dejarme llevar así —dijo, y se rascó la nuca, avergonzado.
—Para mí fue algo muy especial. Nunca lo había hecho y desde entonces me ha hecho replantearme muchas cosas. Antes sólo quería poder tener una vida normal, pero ahora pienso que a lo mejor esto no está tan mal.
—Dios, Sofía, no te imaginas lo especial que fue para mí también —jadeó a la vez que la miraba como si fuese lo más increíble que había visto nunca—. No está tan mal. Es... es realmente alucinante, pero es difícil y te sientes muy solo cuando no tienes con quién compartirlo.
—Entonces compártelo conmigo —le animó la chica.
—Me encantaría. No te imaginas cuánto...
Con sus manos todavía entrelazadas, los dos adolescentes cruzaron sus miradas y en sus labios se dibujaron sendas sonrisas gemelas. La nieve comenzó a caer y ambos levantaron la mirada hacia el cielo y abrieron la boca maravillados. Hasta que conoció a Sara, Sofía nunca había vivido la Navidad como otros niños, no había conocido la magia de la ilusión. Aquella noche, rodeados de gruesos copos de nieve y con las luces multicolor brillando en las viviendas cercanas, estaba siendo mágica.
De nuevo se miraron a los ojos, y por un breve instante Sofía vio en sus pupilas el resplandor verdoso que delataba su naturaleza de depredador nocturno. Entonces el chico soltó sus manos, se apartó dos o tres pasos de ella, abrió los brazos a ambos lados y se inclinó hacia delante en una reverencia. De manera instintiva Sofía comprendió aquel gesto, y sin perder la sonrisa ni romper el contacto visual, lo imitó.
Entonces rompieron a correr por el parque y la noche se inundó de sus risas. De nuevo se despojaron del disfraz humano, al menos en parte, y decidieron abrazar su naturaleza de perro. A su alrededor había gente paseando a sus mascotas, pero les dio igual. A ojos ajenos no eran más que dos adolescentes dando salida a su inagotable energía. Para ellos era un instante de libertad absoluta donde, por un momento, podían ser ellos mismos sin miedo ni vergüenza.
Entre esquivas y quiebros bailaron sobre la nieve, completamente despreocupados. Habían acordado que todo lo que pasase después de aquella reverencia sólo sería juego. Lo que no tuvieron en cuenta ninguno de los dos fue que el juego entre un macho y una hembra también podía ser parte del cortejo.
Tras varias carreras y esquivas, Dave la alcanzó, o quizás fue Sofía la que se dejó alcanzar. Los brazos del chico se cerraron alrededor de su cintura y, con un gruñido juguetón, mordisqueó su cuello. Sofía también buscó su piel pero de otra manera. Sus manos se enredaron con su pelo y mordisqueó suavemente su oreja. Embriagada por su olor, se dio cuenta de que sus mordiscos juguetones habían cambiado, y ahora trazaba una línea de besos por su quijada. A pocos centímetros de su boca se detuvo y la miró confundido. Aquella era la misma confusión que vio la primera vez. Una mano temblorosa, insegura, ascendió hasta su mejilla y sus yemas acariciaron suavemente su piel. Durante unos segundos el tiempo se paró y sólo existieron ellos dos, con sus miradas entrelazadas en una muda pregunta.
Ambos cerraron los ojos casi a la vez. El espacio entre ellos se fue haciendo cada vez más pequeño. Sofía podía sentir el calor de su aliento rozando su piel y se preparó para recibirle. Todo su cuerpo se estremeció y en su vientre estalló una bandada de mariposas. '¡Esto es una locura!' gritó en su cabeza. Pero lo quería, lo quería de verdad. Llevaba días fantaseando con aquel beso y estaba deseando sentir el tacto de sus labios sobre los suyos. Allí, bajo los copos que caían del cielo, no podía ser más perfecto.
Entonces sintió el golpe. Lo siguiente que supo fue que ambos estaban sentados sobre la nieve y Kas les estaba mirando con las orejas agachadas.
—¡Joder, Kas! —exclamó Sofía, y le tiró un puñadito de nieve que el perro esquivó antes de ponerse a corretear de nuevo. Estaba claro que, para él, sólo era un juego.
—¿Estás bien? —preguntó Dave.
—Sí. ¿Y tú?
—Sí, no te preocupes.
Mientras Kas regresaba a sus carreras con el golden retriever, Dave se incorporó y, tras sacudirse la nieve del pantalón, le tendió una mano a su amiga. Sofía dudó. Deseaba volver a sentir el roce de su piel pero lo que acababa de pasar entre ellos había sido demasiado real. Sin embargo, lo último que quería era que aquello les convirtiese en extraños. Tras hacer acopio de valor, cogió su mano y le permitió que la ayudase a ponerse en pie.
De vuelta a una posición más erguida, se miraron a los ojos otra vez y en sus miradas cruzadas apareció otra vez aquella muda pregunta que se reflejaba en el rubor de sus mejillas. Sin embargo la magia había desaparecido, al menos por el momento, así que con sus manos entrelazadas, sus sonrisas se convirtieron en risas de vergüenza y decidieron en un silencioso acuerdo no hablar de aquel beso que no llegó a ser.
—Será mejor que vayamos a dejar a Kas. Al final vamos a llegar tarde a casa de Sara —comentó Sofía.
—Sí, será mejor —comentó el chico con una tímida sonrisa.
Mientras Sofía caminaba hacia Kas, que seguía jugando con Thor, se llevó la correa al pecho. Un quedo gemido ascendió hasta su garganta pero se controló para que Dave no pudiese oírla con su fino oído de cinántropo. Cuando rieron, ella pudo ver claramente sus colmillos. Estaban más grandes, seguramente porque se había dejado llevar por su naturaleza. 'Mierda' pensó a la vez que se mordía el labio. Estaba pasando con más frecuencia.
Tenía que hablar con él, tenía que advertirle sobre lo que era y lo que le iba a pasar, pero no sabía cómo hacerlo. Lo que más le preocupaba no era cómo iba a reaccionar cuando le dijese que su comportamiento era normal porque no era humano, era un perro y estaba a punto de transformarse en la que era su forma real. Lo que más le preocupaba era lo que pasaría si descubría que ella lo sabía todo del mundo sobrenatural porque era una cazadora. Sólo había que ver cómo se ponía cada vez que aquellos dos desgraciados hablaban de sus fechorías.
Un nuevo gemido ascendió a sus garganta y se abrazó a sí misma. Si Dave se enteraba de que ella se había pasado años colaborando en el rastreo y asesinato de otros como él, le perdería.
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