Capítulo 2; Lluvia de Ácido y Ojos de Cielo
La campana sonó marcando el final de las clases. Como impulsados por un resorte los chavales se levantaron, montando un tremendo estruendo de sillas moviéndose y voces excitadas. Al igual que todos los días, Sofía se tomó su tiempo en guardar sus cosas y dejó que el resto de sus compañeros se marchase antes de levantarse. Sara, como siempre, esperó junto a la puerta a que su amiga terminase de recoger. Sara siempre estaba contenta, parecía ser su estado de ánimo habitual, pero aquel día no era capaz de ocultar la sonrisa de oreja a oreja que tenía dibujada en el rostro, algo que contrarió a Sofía.
—No he dicho que sí —indicó, frunciendo el ceño.
—Tampoco me has dicho que no.
Las dos chicas salieron de la clase y se unieron a la marea de personas que fluía por los asépticos pasillos y las escaleras en dirección a la puerta de salida. Aunque los portones eran amplios y estaban completamente abiertos, eran tantos los estudiantes que acudían todos los días al instituto que siempre se formaba un tremendo embotellamiento. Paso a paso, las dos chicas avanzaron como podían. Un chaval, que parecía llevar bastante prisa, golpeó a Sofía en el hombro con tanta fuerza que le hizo daño. Fue el dolor lo que arrancó aquel gesto instintivo de sus entrañas, aquel gruñido seco y áspero, aquella manera de arrugar el labio para dejar a la vista los dientes.
Tan pronto fue consciente de lo que acababa de hacer, Sofía giró la cabeza y apretó los labios con tanta fuerza que se le pusieron blancos. Luchando contra sus ganas de jadear por los nervios miró a su alrededor y buscó en aquella marea de rostros alguna señal de que alguien se hubiese fijado en ella. Nada, sólo una mezcla de caras, cada una con su propia emoción dibujada, pero nada en ellas le hacía pensar que hubiesen reparado en su extraña actitud. El estruendo de voces, tan insoportable que le resultaba, también había sido su aliado al esconder el gruñido que acababa de retumbar en su garganta. Aquel lapsus había sido suficiente para recordarle los motivos por los que se había mantenido alejada de la gente desde hacía dos años. Lo que pasó aquella noche no se le olvidaría en la vida.
—Sara, no quiero conocer a más gente, y lo sabes de sobra. No necesito tener más amigos. Contigo y con Kas tengo suficiente —dijo Sofía, casi gimiendo por la ansiedad que sentía ante la idea de que Sara le presentase a otra persona, a un chico sin ir más lejos.
—Kas es un perro, tía.
—¿Y? ¿Acaso me estás intentando buscar novio? —espetó.
—No seas pava, tía, yo no te estoy buscando novio. El chaval está tan solo como tú y le vendría bien tener algún que otro colega. Yo sólo soy una persona y no puedo dividirme, pero tampoco le quiero dejar solo. ¿De verdad me vas a hacer elegir? Porque me jodería mucho.
—Yo... —Sofía se mordió el labio y apartó la mirada.
—He quedado con él para zampar. No vengas si no quieres, no te voy a obligar, tía, pero me gustaría que no fueses tan cazurra y vinieses. Seguro que al final te lo pasas guay —continuó Sara.
—Está bien, voy, pero que quede claro que lo hago por ti. Esto no quiere decir que vaya a ser amiga de ese chico.
—Mira que eres melona...
Las dos chicas consiguieron atravesar el umbral de los amplios portones para salir al patio delantero, donde la muchedumbre se dispersaba abriéndose como un abanico. Dado que seguía lloviendo, algunos compañeros abrieron sus paraguas, otros echaron a correr intentando escapar del agua como si esta se tratase de ácido, y los menos se resignaron a mojarse. Sofía era de estos últimos, y lo prefería así. El agua deslizándose sobre su rostro era una de las pocas cosas que todavía le hacía sentir que seguía viva. Además, ya tenía la ropa llena de barro así que tampoco iba a empeorar mucho su aspecto.
Tras dejar atrás el instituto caminaron por las estrechas calles de El Cerro. El sitio tenía su encanto, con sus viejas casitas bajas mezcladas con algunos edificios de tres plantas mucho más modernos. La fina película gris y neblinosa que lo cubría incrementaba todavía más su encanto. Al menos eso pensaba Sofía, aunque a ella le gustaba más aquel clima frío, húmedo y gris, incluso cuando los olores eran tan intensos que le resultaban abrumadores.
Las dos chicas solían comer juntas en alguno de los pocos bares y restaurantes que había en el pueblo. Sara era la menor de cuatro hermanas, y toda su familia estaba trabajando a aquellas horas para poder salir adelante. La madre de Sofía también se ausentaba durante el día por trabajo, aunque en su caso era una tapadera que la ayudaba a disponer de nóminas con las que poder pedir créditos y firmar un alquiler.
Las dos carecían de padre. El de Sara murió atacado por un ciervo, algo que la chica consideraba una bendición ya que su padre había sido un cabrón violento y un alcohólico. El de Sofía también había sido un cabrón, pero en su caso fue por abandonar a su madre después de haberla dejado embarazada. Algunas veces se preguntaba cómo habría sido vivir con alguien como él, con alguien que pudiese explicarle todo sobre su naturaleza y ayudarla cuando llegase el momento del primer cambio. Además, si no se hubiese marchado quizás su madre no se habría convertido en el monstruo que había terminado siendo.
Tras unos diez minutos caminando llegaron a la que era la única hamburguesería del pueblo; una copia barata de una cadena americana pero que tenía unas hamburguesas mucho más ricas. Antes de entrar las dos chicas se escurrieron el exceso de agua del pelo. Sofía tuvo que luchar contra sus ganas de sacudirse y no le estaba resultando nada fácil. Era algo que solía hacer siempre que salía de la ducha.
Durante años se había dejado llevar por su comportamiento natural siempre que estaba a solas, aunque estaba intentando controlarse también en esas ocasiones. Si no lo hacía iba a terminar por tener algún desliz, y no podía arriesgarse. No sólo era demasiado peligroso, tampoco quería que le volviese a pasar lo mismo que le hizo tener que dejar su hogar para mudarse a El Cerro. 'Ya me consideran una bestia salvaje, y ni siquiera saben lo que soy...' Sofía se abrazó a sí misma y se tragó el gemido que ascendió a su garganta.
—¿Sabes tía? Me gustaría que algún día me contases porqué no quieres acercarte a la peña. Algo muy chungo debió pasarte para que seas así de desconfiada con todo el mundo —comentó Sara mientras masticaba una de las patatas del menú que acababa de pedir.
Sofía bebió un trago de su refresco y desvió la mirada hacia uno de los ventanales. La lluvia golpeaba el cristal sin piedad y la calle que había al otro lado se veía borrosa.
—Lo sabes de sobra —murmuró.
—Sí, sí, la sangre de tu padre y todo eso, pero hay mucha peña que hace vida normal, tiene sus colegas y todo eso. Mírame a mí —dijo la chica con una amplia sonrisa.
—Tú eres bruja, no es lo mismo. No tienes que luchar constantemente contra tus instintos y tu conducta. Es mejor así. De todos modos, tampoco soy muy buena compañía —contestó Sofía, y apartó la mirada para dejar claro que no quería seguir hablando del tema.
La puerta del local se abrió. Por ella entró un muchacho que debía tener los mismos diecisiete años que Sofía. Vestía un pantalón vaquero y una cazadora impermeable de color negro, y bajo uno de sus brazos llevaba un voluminoso casco de moto. Su rostro, de piel blanca, mostraba unas facciones dulces remarcadas por el lacio cabello rubio que caía sobre su frente. Al ver a Sara, sus labios se curvaron en una agradable sonrisa y se acercó.
Cuando llegó a la mesa donde estaban sentadas las dos chicas Sofía apreció el olor que desprendía, y el vello de su nuca se erizó. Se trataba de una extraña mezcla entre el aroma a gasolina y el perfume a bosque, a pino y a vegetación, pero debajo de todos ellos se encontraba el suyo propio, un almizcle masculino que encontró muy agradable. Cuando sus ojos se encontraron, en ellos apareció una pequeña chispa de curiosidad que se reflejó en la manera en la que inclinó un poco la cabeza a un lado. 'Son azules, tan azules como el cielo en un día claro'. Algo se sacudió en la parte trasera de su mente y despertó en ella una extraña inquietud. Incómoda y confundida, apartó la mirada de aquellos ojos vivos y brillantes para que aquel chico no viese cómo se relamía los labios.
—Hola tío, qué bien que has llegado. Esta es Sofía, la colega de la que te he hablado.
—Hola, encantado. Yo me llamo David pero puedes llamarme Dave.
—Encantada.
La joven se levantó para que ambos se pudiesen dar los dos besos de rigor, una absurda costumbre española que Sofía no entendía pero que le tocaba cumplir. Al chocar su mejilla con la del muchacho notó una cierta aspereza en su rostro, el principio de una barba que, pese a estar afeitada, ya estaba volviendo a brotar. El saludo entre ambos fue algo tirante, sobre todo porque Sofía estaba luchando contra el impulso de aprovechar su cercanía para olfatear su olor. Por la tensión que se podía apreciar en el chico cuando se inclinó hacia ella, estaba claro que a él tampoco parecía agradarle aquella costumbre. 'O quizás se ha dado cuenta de lo que me he sentido tentada de hacer... No, no seas idiota. No se ha podido dar cuenta'.
Después de las introducciones, el chico pidió una hamburguesa para él y se sentó en la mesa a comer. Dave no estaba haciendo nada anormal pero Sofía estaba tan incómoda que se concentró en comer en silencio mientras Sara hablaba con el chico. De vez en cuando, ella aprovechaba que él no le estaba prestando atención para robarle miradas furtivas. Era un chico correcto, amable y educado, aunque había una cierta tensión en sus gestos que le llamó la atención, como si se estuviese esforzando demasiado por mostrarse de aquella manera.
—No te he preguntado, tío, ¿se han arreglado ya los papeles para el tuto? —preguntó Sara.
—No, aún no. Martín... mi padrino está en ello, pero todavía tienen que hacer cosas antes de que me pueda incorporar a las clases —explicó el muchacho.
—¿Cómo? ¿Que va a ir a nuestro instituto? —exclamó Sofía.
Dave la miró con una expresión que era una mezcla entre confusión y resignación. Abochornada por su reacción, Sofía se relamió los labios y agachó la mirada para concentrarse en los restos de hamburguesa que había sobre su bandeja de plástico. No era como si fuesen muy interesantes pero al menos así podía ocultar el rubor de sus mejillas.
—Claro, tía. ¿A qué tuto quieres que vaya? Aquí no hay ninguno más.
Sofía abrió la boca y la tuvo que cerrar al momento. No, definitivamente en su pequeño pueblo de montaña no había ningún otro instituto al que el chaval pudiese ir. Mientras él devolvía su atención a Sara, Sofía le observó intrigada, preguntándose de dónde había salido aquel joven que se incorporaba a los estudios cuando ya habían pasado dos semanas desde el inicio de las clases.
—¿Y tienes ganas de empezar ya? A lo mejor estás en mi clase, te puedo presentar a un montón de peña.
—Yo... —Dave dejó salir un quedo suspiro y cruzó una fugaz mirada con Sofía—. Lo agradecería. No suelo caer bien como primera impresión. Me llevará algo de tiempo hacer amigos.
Sofía volvió a agachar la mirada y se mordió el labio.
—Tonterías, tío. Eres un tipo guay, ya verás que en cuanto te conozcan un poco vas a tener a mogollón de gente a tu alrededor.
Dave rió y se rascó la nuca, aunque más allá de su sonrisa avergonzada Sofía pudo ver una mirada de verdadero agradecimiento. Había algo en aquellos ojos azules que le resultaba llamativo, una inocencia sincera que no encajaba con su sonrisa. No era que aquella sonrisa no fuese sincera, pero parecía contenerla. Curvaba los labios pero no los abría, no mostraba los dientes. Había una cierta tensión en sus ademanes, como si tuviese controlado cada movimiento.
—No creo que sea eso. En mi anterior instituto tampoco era el chico más popular. Sólo tenía tres amigos, tres muy buenos amigos. Para mí eso era suficiente.
Los labios del joven se torcieron en una débil sonrisa que desprendía una cierta tristeza, como si aquellos amigos de los que estaba hablando se encontrasen tan lejos que resultasen inaccesibles para él. Al observarle mejor Sofía se percató de que quizás aquella idea no estaba tan alejada de la realidad. Dave no parecía español, no del todo. Tenía algo en sus facciones que parecía indicar presencia de sangre alemana en sus venas, aunque su castellano era perfecto, sin un solo ápice de acento.
El chico se giró hacia ella de manera tan inesperada que la cazó de lleno. En el momento en el que sus ojos se encontraron, Sofía soltó una exclamación ahogada, apartó la mirada y se empezó a ruborizar. Aquello la hizo sentirse todavía más tonta. 'Joder, seguro que ahora piensa que estoy babeando por él como una boba'.
—Mi colega Sofía es igual, le cuesta hacer amigos, ¿verdad, tía? —dijo Sara, dándole un codazo con intención de meterla en la conversación.
Sofía frunció el ceño y se tragó fuertemente las ganas de arrugar el labio y gruñir.
—Yo no los busco. No necesito más amigos —espetó con sequedad.
—Qué melona eres, tía. ¿No tuviste colegas cuando eras cría? ¿O en tu otro tuto?
Sofía apartó la mirada de nuevo y se pasó la lengua por los labios.
—Los tuve. No fue bien. Prefiero estar sola —contestó en voz queda.
Por el rabillo del ojo se fijo en aquel chico, que la miraba de una manera distinta a unos minutos atrás. Ya no sólo parecía sentir curiosidad por no comprender su actitud hostil sino que la estudiaba como si estuviese buscando algo. Aquella mirada analítica, que le recordó demasiado a su propia madre, le arrancó un poderoso escalofrío que recorrió su espalda de arriba a abajo e hizo que el vello de su nuca se erizase. Un nuevo gruñido ascendió hasta su garganta, donde se atragantó bajo el férreo control que Sofía tenía sobre aquellos malditos impulsos.
Antes de que terminase mostrando sus pequeños colmillos de cachorro, Sofía giró la cabeza con un movimiento tan brusco que pareció despectivo. El chico suspiró, y aquel suspiro cansado, abatido, la hizo sentir un pequeño remordimiento. A lo mejor debería disculparse. No era como si le hubiese hecho nada. 'No, es mejor así', se mordió el labio.
—Será mejor que me vaya, Sara. Creo que no le caigo bien a tu amiga y no quiero causar problemas. Te agradezco el esfuerzo pero ya tendremos otra ocasión para quedar tú y yo a solas —dijo él.
—Cuídate, tío.
—Lo haré.
Tras estrechar los antebrazos a modo de despedida, Dave cogió su casco y se marchó con paso apresurado. No había terminado de salir por la puerta cuando Sara, que tenía la paciencia de un monje budista, estalló como Sofía nunca la había visto estallar.
—De verdad que a veces yo tampoco te aguanto, colega. Conozco a un tío majo que creo que te va a caer de puta madre y me hace ilusión que le conozcas para que podamos tener los tres un grupito de colegas, pequeñito pero guay, y tú haces un mega esfuerzo por joderlo todo. ¿Se puede saber qué puñetas te ha hecho para que seas así de gilipollas con él?
—Yo no te pedí que me buscases amigos. No necesito amigos, ya te lo he dicho. —Sofía fulminó a su amiga con la mirada.
—Pero yo sí, yo soy una tía sociable y me gusta conocer a más gente. Sólo quería compartir a mis otros amigos contigo, jodida egoísta.
Sofía tuvo que admitir que aquello le dolió, porque tenía razón en todas y cada una de sus palabras. Estaba siendo egoísta. Puede que considerase que tenía motivos de sobra para actuar como lo había hecho, pero en realidad sólo estaba pensando en ella misma porque no quería volver a sufrir.
—Lo siento, Sara, pero es que el típico guaperas engreído no me va a caer bien —masculló.
—¿El típico guaperas engreído? —El enfado de Sara se esfumó y fue sustituido por la sorpresa.
—¿No te has fijado? Está siempre en tensión y calcula cada gesto que hace, cómo sonríe, cómo se mueve, hasta la más mínima expresión de su rostro. Es tan amable, tan educado, tan guapo y tan perfecto que parece irreal.
Sara rompió a reír, y su vozarrón resonó con fuerza por el restaurante casi desierto. Contrariada por la reacción de su amiga, Sofía se cruzó de brazos e hizo un mohín.
—¿En serio me estás diciendo que has sido la reina de todas las bordes porque te mola?
—¿Qué? No digas tonterías, Sara, si ni le conozco. —Las mejillas de Sofía se encendieron con un delatador rubor que era cualquier cosa menos discreto.
—Pero te mola.
—Eso da igual. Yo no le voy a gustar a él, no cuando sepa lo que soy. —Sofía se abrazó a sí misma y desvió la mirada hacia un lado para olfatear el aire. Se odió por ceder así a su conducta natural pero era una manera de tranquilizarse, y lo necesitaba.
—Eso no lo sabes, colega. Además, él no tiene por qué enterarse a no ser que tú se lo cuentes. —Sara se cruzó de brazos.
—Ojalá fuese tan fácil pero al final siempre se dan cuenta. Aunque lo intente, no puedo reprimir mi conducta todo el tiempo, y en cuanto se me escape un gemido o un gruñido sabrá que no soy normal.
—¿Y por qué piensas que eso a él le iba a importar? —insistió Sara.
—Porque es lo que pasa siempre —dijo con voz débil.
Sofía se mordió el labio y se abrazó a sí misma para intentar mitigar la sensación de frío que se había asentado dentro de su cuerpo. A su mente acudió el recuerdo de una mirada de ojos castaños que le arrancó un escalofrío, y tuvo que parpadear varias veces para evitar echarse a llorar delante de su amiga. La idea de que aquellos ojos azules tan llenos de inocencia pudiesen mirarla de la misma manera que lo hizo Ángel le resultó demasiado dolorosa. 'Es mejor así. De todos modos, ¿por qué un chico como ese iba a fijarse en una loba insegura y asustada como yo?'.
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