Capítulo 18; Mariposas de Terciopelo y Sonrisa de Idiota
El ambiente en la clase era tenso, lo esperable teniendo en cuenta que en unos minutos se iba a hacer el reparto de las notas. Rosa, la tutora, ya había llegado con el fajo de boletines y les estaba dando la típica charla que lo único que hacía era incrementar todavía más la tensión. Según sus propias palabras, los resultados habían sido en general positivos. La clase de Segundo de Bachillerato D tenía fama de ser la más tranquila y aplicada de todo el curso, así que tampoco resultaba tan sorprendente. Sin embargo, sí señaló que las notas de física había que mejorarlas. No había que ser un genio para darse cuenta de que había más de un suspenso, y los alumnos empezaron a mirarse entre ellos preguntándose quién sería ser el pobre desgraciado.
Sofía miró hacia su amigo y se mordió el labio. Dave mantenía la mirada fija en su pupitre y sacudía la pierna con nerviosismo contenido. Tenía la respiración tan acelerada que sus costados se movían como si estuviese jadeando, aunque su boca permanecía cerrada. No era para menos, se jugaba mucho en ese curso y había suspendido el examen de física con un cuatro con nueve. Ahora dependía de la buena voluntad del Estirado el aprobar aquel trimestre o no, y no le llamaban así por nada.
—Me gustaría saber cómo ayudarte... —susurró Sofía para sí.
Dave se giró hacia ella y la cazó de lleno. Como de costumbre, Sofía soltó una exclamación ahogada y agachó la cabeza demasiado rápido como para que no resultase un poco sospechoso. Por si fuera poco, sus mejillas se encendieron con un marcado rubor que sólo podía ser de vergüenza, pero teniendo en cuenta su reacción, podría parecer otra cosa. 'Mierda, soy idiota' se tragó el gemido de frustración que ascendió a su garganta. Estaba tan acostumbrada a los humanos y sus pobres sentidos que a veces se olvidaba de lo bien que era capaz de oír un cinántropo.
Un profundo suspiro llegó hasta sus oídos. Con toda la discreción de la que era capaz, que por lo visto no era mucha, Sofía observó a su amigo por el rabillo del ojo y se mordió el labio. Dave había vuelto a agachar la mirada hacia su pupitre y ahora descansaba sobre sus manos, que habían empezado a temblar un poco. No parecía molesto por haberla vuelto a pillar mirándole, de hecho parecía abatido. Aquello extrañó a Sofía ya que en todas las ocasiones anteriores su respuesta había sido sonreír, como si se sintiese halagado por la atención.
—Aquí tienes tus notas. Muy buen trabajo, Sofía —dijo Rosa mientras dejaba el boletín sobre la mesa.
La cogió tan desprevenida que Sofía dio un respingo y levantó la mirada hacia su profesora. El vello de la nuca se le había erizado a causa del sustillo, pero la sonrisa de comprensión que Rosa le dedicó no ayudó a que se le bajase. Un poco desconcertada, Sofía se relamió los labios y agachó la cabeza para concentrarse en su boletín, que seguía en el escritorio delante de ella. Le daba la impresión de que Rosa estaba al tanto de algo que ella no, y eso le provocó un nudo de nervios en el estómago que, por algún motivo, se tradujo en un suave rubor en sus mejillas.
—Gra... gracias, Rosa —respondió mientras lo abría.
Todo aprobado y la nota más baja era el ocho de física. No se podía quejar. Había estudiado como nadie y el esfuerzo había dado su fruto. Después de mirar sus propias notas, volvió a fijarse en su amigo. El nudo de nervios de su estómago se hizo más fuerte cuando Rosa dejó el boletín sobre su escritorio, justo delante de él. Dave se relamió los labios y trató de forzar una sonrisa, pero el resultado fue una mueca débil que, por la manera en la que tensó los músculos de su estómago, parecía estar a un corto paso de convertirse en un gemido de cánido. Sofía se mordió el labio y ella misma sintió la necesidad de gemir. A Dave le estaba costando mucho reprimir su comportamiento natural.
—Acabas de llegar y es normal que te cueste un poquito, pero has hecho un buen trabajo. Intenta mejorarlo en el próximo trimestre, ¿vale? —dijo la mujer.
—Sí, Rosa. Gracias —contestó el joven mientras cogía el boletín del escritorio.
Mientras la profesora se marchaba, el joven se quedó mirando el cartón abatible con las manos temblorosas, demasiado intimidado por lo que se encontraba en su interior como para abrirlo. Después de unos largos segundos, Dave soltó un quedo resoplido y dejó el boletín encima del pupitre, tan cerrado como antes. Con una de sus manos se frotó el pecho, que subía y bajaba en profundas respiraciones que parecían cualquier cosa menos tranquila.
—¿Quieres que lo mire yo? —preguntó Sofía, levantándose de su pupitre.
Dave levantó la mirada hacia ella, casi sorprendido por su ofrecimiento, y acto seguido la volvió a bajar al cartón que descansaba sobre el contrachapado del pupitre.
—Te pareceré un idiota... —murmuró en voz queda.
—Para nada.
Sofía sonrió, cogió el boletín y lo abrió. Dave la observó con la misma mirada expectante de un perro que está a la espera de que le tiren una pelota. Entonces la sonrisa de la joven se hizo más amplia, sus ojos brillaron de entusiasmo y le dio la vuelta al cartón para que el joven pudiese ver sus notas. Aprobado, todo estaba aprobado. Sí, la nota más alta era un ocho y el resto eran seises y sietes, además del cinco raspado en física, pero estaba aprobado y eso era lo importante.
Los labios de Dave se abrieron en una sonrisa tan amplia que sus colmillos quedaron a la vista, y se incorporó de un salto para fundirse en un abrazo con ella. En cuanto sintió su calor y el olor que emanaba de él, Sofía sintió de nuevo aquel estremecimiento en su vientre y sus mejillas se encendieron con un rubor. La sensación se acrecentó cuando se apartó de ella y sus ojos se encontraron.
—Pensaba que no lo conseguiría. Buff, me quito un peso de encima...
Una mueca de dolor atravesó su rostro y las palabras enmudecieron en sus labios, sustituidas por un gemido contenido. El chico se llevó una mano temblorosa al pecho y empezó a respirar en largas y profundas bocanadas de aire. Preocupada, Sofía le agarró del brazo para sujetarle y notó una palpitante tensión en los músculos, como si estuviese sufriendo pequeñas sacudidas eléctricas desde dentro.
—Ey, ¿estás bien? —preguntó Sofía.
—Sí, no te preocupes. Me pasa cuando estoy muy nervioso, pero se me pasa al cabo de un rato. Ya me encuentro mejor —dijo con una pequeña sonrisa que intentó que resultase tranquilizadora.
—Suena a que podría ser algo del corazón. ¿Has ido al médico?
—Sí, y no han encontrado nada anormal, no te preocupes. Es simplemente una contracción muscular, pero es dolorosa.
Dave le cogió la mano para darle un suave apretón, y una cálida sonrisa apareció en sus labios. La clase, las notas, sus compañeros y los exámenes desaparecieron, al menos para ella porque, cuando sonreía, se sentía incapaz de apartar sus ojos de él. Sus mejillas se encendieron con un marcado rubor que encajaba con las mariposas que sentía en su estómago y la sonrisa de idiota en su cara.
No fue hasta que empezó a oír los cuchicheos que Sofía recordó que estaban en su clase, de pie, y ninguno de los dos era precisamente pequeño y discreto. Después del espectáculo que habían dado en el parque, se habían convertido en el cotilleo principal de toda su clase, y algunos compañeros parecían empeñados en querer saber si estaban juntos o no.
—Menuda boba. Osea, se le nota a leguas que está pilladísima por él. Yo que pensaba que esa gata arisca no era capaz de querer a nadie —dijo Lola.
Aquel comentario hizo que el corazón le diese un vuelco, y la sonrisa de sus labios se esfumó. Sofía, que sentía las mejillas arder de vergüenza, se giró hacia Lola y su grupito, que estaban cuchicheando en susurros casi imperceptibles. El vello de la nuca se le erizó. Dave también podía oírlas.
—Yo creo que están liados y no lo dicen porque, no sé, igual les da vergüenza —dijo una de las amigas de Lola.
—¡Tche! —La chica chasqueó la lengua—. A mí también me daría vergüenza salir con una bestia salvaje como esa. Con lo monísimo que es él, no sé qué ha podido ver en esa criatura tan patética. Siempre va con esas pintas, con vaqueros y jersey, como si fuese a sacar la basura.
Sofía apartó la mirada y luchó por controlar el gemido que sentía en su pecho. Normalmente, le daba igual lo que Lola pensase de ella. Sin embargo, esa vez sí le dolió, porque lo que dijo era cierto. Sofía era una chica insegura y temperamental. No era la primera opción de nadie para una cita y no creyó que Dave fuese a ser una excepción. La punzada de dolor que le provocó aquel pensamiento la dejó desconcertada, porque no debería importarle que él la viese como algo más que una amiga.
Un gruñido sordo, contenido, le hizo levantar la mirada hacia Dave. La dulzura había desaparecido de su rostro, que ahora mostraba una expresión de ceño fruncido y labios prietos. Se estaba conteniendo para no mostrar los colmillos.
—Dios, no aprenderá nunca... —espetó mientras se apartaba de ella para empezar a recoger sus cosas.
—Nos hemos convertido en el chisme oficial, después de lo que pasó en el parque —comentó Sofía, ruborizándose.
—Me da igual que crean que estamos juntos. Lo que me molesta es que se piensen que no lo decimos porque me avergüenza. Eres mi mejor amiga y no hago ningún intento por esconderlo. ¿Por qué me iba a avergonzar que tú fueses mi chica? —dijo mientras metía todo en la mochila y la cerraba de manera tan brusca que los cuadernos que había dentro crujieron.
Cuando pronunció aquellas palabras, Sofía le miró como si fuese la primera vez. El sol invernal se colaba por el cristal de la ventana y hacía resaltar su cabello rubio y el azul cielo de sus ojos. Era mono, nunca lo había negado. Sin embargo, había empezado a verle de otra manera. Se había empezado a fijar en detalles que le hacían sentir mariposas en el vientre. Eran pequeñas cosas, como su sonrisa, la manera de mirarla, el rubor de sus mejillas cuando algo le avergonzaba o el brillo de sus ojos cuando jugaba con Kas.
—Mierda... —jadeó y se apartó de él. Sus mejillas comenzaron a arder.
—Respecto a lo que pasó en el parque, sé lo que pareció pero sólo era juego. No... no hay nada romántico en el hecho de que yo te muerda el cuello. Siento haberme dejado llevar así. —Dave desvió su mirada y empezó a olfatear el aire a su derecha de una manera no demasiado discreta.
—¡Oh! ¡Ya lo sé, no te preocupes! Ya sé que entre... quiero decir, que no me ha molestado ni nada —respondió Sofía, con la voz más aguda y acelerada que de costumbre.
—Me alegro. No quería que te llevases la idea equivocada. —Al girarse hacia ella, Dave se dio cuenta de su cambio de actitud e inclinó la cabeza a un lado—. ¿Te... te pasa algo?
Aquel gesto de cachorro confundido le hizo parecer tan mono que las mejillas de Sofía se encendieron más.
—¡No! ¡No me pasa nada! ¡No te preocupes! —exclamó, haciendo más aspavientos de los que debería haber hecho—. Será mejor que me ponga a recoger yo también.
Confundido por su actitud, Dave inclinó la cabeza todavía más y levantó una ceja. Sofía se dio la vuelta bruscamente, cogió el boletín de notas y unos cuadernos que había encima de la mesa y los metió en la mochila sin ningún cuidado. Las tapas de uno de los cuadernos y el boletín se arrugaron, pero no le importó. De todos modos, su madre nunca miraba sus notas.
—Bueno niños, espero que paséis unas muy felices navidades. Sed buenos y comed mucho chocolate —dijo Rosa con su habitual alegría.
Mientras se marchaba, con su carpeta de cuero marrón en la mano, cruzó una rápida mirada con Sofía y sonrió entusiasmada. La chica sonrió de vuelta porque era lo mínimo que podía hacer después de lo mucho que se había preocupado por ella, pero el rubor en sus mejillas fue a más. Cuando salió del aula, Sofía se cubrió el rostro con las manos y gimió. Mierda, por eso le dio la impresión de que su profesora sabía algo que ella no sabía, el chisme le había llegado a ella también y la había cazado mirándole como una idiota enamorada. El problema era que se acababa de dar cuenta de que no era tan chisme como creía, al menos por su parte.
Cuando se apartó las manos vio que su amigo la seguía mirando con la cabeza inclinada a un lado y con una mirada de extrañeza en sus ojos.
—No me pasa nada así que no preguntes más —dijo, un poco irritada, más consigo misma y lo mal que estaba reaccionando que con él.
—No pregunto más, pero... ¿he dicho algo que te haya molestado? —Se relamió los labios.
—¡No, no! Todo lo contrario. —De hecho, ese era el problema, que se acababa de dar cuenta de por qué, cuando le tuvo tan cerca que podía notar su aliento, sintió el súbito deseo de besarle.
—Me quedo un poco más tranquilo —dijo el chico tras soltar un suspiro de alivio, y de nuevo mostró en sus labios aquella sonrisa que la hacía estremecer.
Ruborizándose, Sofía se concentró en terminar de recoger sus cosas para guardarlas en la mochila. A su alrededor escuchó el revuelo de sillas, pasos y voces de sus compañeros. Mientras salían del aula, comentaron sus planes para aquellas semanas de vacaciones y los regalos que les gustaría recibir. Sofía les observó mientras se alejaban y los dejaban solos. Sus palabras se fueron fundiendo en aquel rumor incomprensible que fluía por el pasillo.
Al fijarse en su amigo, vio que él también seguía con la mirada a sus compañeros, pero la expresión de su rostro era de tristeza, como si estuviese viendo algo que se encontraba demasiado lejos. Sofía se mordió el labio, no necesitaba escuchar sus palabras para saber qué era lo que le pasaba. Aquel sería el primer año que pasaba lejos de su familia, lejos de su perra, y como era obvio, no tenía tanta ilusión por la Navidad como el resto de los chavales.
Sofía se acercó a él y dejó que sus dedos se enredasen con los suyos en una suave caricia. Cuando él sintió el tímido roce de su piel, bajó la mirada hacia ella y Sofía le dedicó una sonrisa. Era consciente del rubor en sus mejillas y de las mariposas en su estómago, pero aquella cercanía se sentía tan natural que no quería que sus sentimientos hacia él arruinaran lo que tenían.
—¿Me acompañas a sacar a Kas?
Los ojos del chico se iluminaron y su sonrisa se volvió tan amplia que los cuatro pequeños colmillos quedaron a la vista. Dave le dio un suave apretón en la mano y algo le impulsó a hacer una cosa que nunca había hecho antes. Se inclinó hacia ella y le dio un beso en la mejilla. Sofía soltó una exclamación ahogada y la piel se le encendió con un rubor bastante evidente.
—Lo... lo siento. Me dejé llevar —dijo él, rascándose la nuca a la vez que torcía sus labios en una sonrisa avergonzada.
—No me pidas perdón. No me ha molestado. —Sofía torció los labios en una tímida sonrisa y se tocó la cara justo donde todavía sentía el hormigueo que le había dejado aquel beso.
Juntos, los dos adolescentes salieron del edificio, cogieron la moto y fueron a casa de Sofía a recoger a Kas. El perro se alegró mucho de verlos y se puso a hacer cabriolas a su alrededor, y Sofía no era capaz de dejar de sonreír al ver a su mejor amigo de rodillas en el suelo, jugando con el dobermann con la misma ilusión que un niño. Después, con el perro atado a la correa, fueron hacia el camino del bosque por donde solían salir a correr. La nieve lo cubría todo pero el sendero estaba marcado por el paso de cientos de pies, algunos de humanos y otros de los múltiples habitantes del bosque.
Mientras caminaban, arropados por aquel olor a pino, Sofía le robaba miradas furtivas, y de vez en cuando le cazaba a él mirándola a ella. Se sentía muy tonta pero no era capaz de apartar los ojos de él. Le gustaba el hormigueo cálido y agradable que sentía cada vez que sonreía. Sí, se daba cuenta de que estaba jugando a un juego peligroso, porque estaba aceptando que aquel chico que solía oler a pino le gustaba. Sin embargo, aquella era la normalidad con la que había soñado tanto, poder sentir mariposas en el estómago cada vez que le veía, sonreír como una boba tan sólo porque él la estaba mirando y fantasear con un beso. 'Y me tenía que pasar con mi mejor amigo, que además es un hombre perro' torció los labios en una mueca.
—Me alegro de haber terminado este trimestre. Me vendrán bien unas semanas para descansar un poco y poder centrarme más en las oposiciones —comentó Dave mientras estiraba sus brazos hacia el cielo.
—¿Vas a pasarte las vacaciones estudiando? Yo soy una empollona, y no voy a tocar los apuntes en una semana —Sofía le dio un golpecito juguetón en el brazo con el hombro y Dave le regaló una sonrisa tan amplia y bonita que se ruborizó. 'Me está bien empleado por hacer el tonto'.
—¡Qué remedio! Tengo que aprovechar todo el tiempo que pueda para prepararme —dijo el chico con una expresión de resignación que apagó un poco su sonrisa.
—Necesitas tomártelo con más calma. Sé que te juegas mucho pero no puedes agobiarte tanto como en estas últimas semanas. No es bueno —comentó Sofía, algo más seria. Cuando vio la sombra que cruzó su rostro y borró su sonrisa de un plumazo, se arrepintió de haber sacado el tema.
—Es... complicado... —Dave se relamió los labios y apartó la mirada.
El viento sopló en su dirección, arrastrando partículas de nieve y hielo que brillaron bajo el sol como purpurina. Sofía se mordió el labio al ver a su amigo olfatear el aire. Era algo que hacían cuando estaban nerviosos o incómodos y buscaban relajarse, y también una manera de mostrar a otro cinántropo que no querían conflicto, o no les apetecía hablar de algo en concreto. La chica se sintió muy idiota. Su intención había sido animarle y no se le ocurrió otra cosa que sacar un tema que le estresaba.
—Oh Dios... —jadeó Dave.
Sus ojos se clavaron en las profundidades del bosque, el vello de la nuca se le erizó y todos sus músculos se tensaron. Aquel estado de alerta contagió a Sofía, y ella también tensó los músculos a la vez que agudizaba sus oídos por si tenían que salir corriendo de allí. Antes de que pudiese preguntarle a su amigo qué pasaba, el chico apretó los dientes, se llevó una mano al pecho y, gimiendo, se tambaleó hasta caer de rodillas al suelo, donde se hizo un ovillo.
—¡Dave!
Sofía se tiró a su lado y le tocó el brazo. Estaba temblando mucho, sus músculos palpitaban como si estuviesen sufriendo espasmos de dolor y su respiración era errática. Se notaba que estaba intentando controlarla pero cada vez que abría la boca, de sus labios escapaban gemidos ahogados y roncos.
Angustiada, miró a Kas, que gimoteaba porque no entendía qué era lo que estaba pasando. A todos los efectos ella estaba igual, porque tampoco sabía qué le pasaba a su amigo, ni cómo ayudarle. Aquello no parecía que fuese una simple contractura muscular provocada por el estrés.
Entonces lo percibió ella también. Era un olor, un sutil almizcle a ciervo que hizo que todos sus instintos de depredador se activasen de golpe. El vello de su nuca se erizó y sus ojos buscaron entre los árboles a la presa. Todo su cuerpo le estaba diciendo que siguiese aquel rastro, que buscase a aquel ciervo para perseguirle y darle caza. Sofía aguantó la respiración, cerró los ojos un instante y sacudió la cabeza hasta que tuvo a sus instintos bajo control. La tentación de dejarse llevar era fuerte, pero el hecho de no haber cambiado nunca la ayudó a no ceder, pese a la influencia de la luna que pronto estaría llena. Sólo entonces volvió a bajar la mirada hacia su amigo.
El chico seguía temblando, aunque sus temblores parecían haberse mitigado un poco y su respiración errática se había convertido en una serie de agitados jadeos. Poco a poco, él también fue recuperando el control, pero parecía agotado.
—Lo... lo siento... —dijo con la voz tan débil que casi no le oía, incluso con sus sentidos de hombre perro.
—No tienes nada que sentir. ¿Estás bien? —preguntó Sofía, buscando su brazo, pero él la rechazó de una suave sacudida y clavó sus dedos en la nieve como si fuesen garras.
—No... —gimió de nuevo, y aquel gemido mezclado con un gruñido de frustración delató su verdadera naturaleza—. Será mejor que me vaya a casa.
—No, Dave, espera...
Dave se incorporó de un salto. Justo cuando iba a echar a correr, Sofía le rozó la mano con intención de detenerle, y el chico cruzó una rápida mirada con ella. A Sofía le dio un vuelco el corazón, lo suficiente como para paralizar sus dedos y que no atinase a frenarle. En sus ojos había una sombra que le dolió ver, pero también una expresión de disculpa que no era necesaria. No era necesaria porque le daba igual, porque le quería, porque se había pillado por aquel jodido cachorro que estaba poniendo su mundo y sus planes de tener una vida normal patas arriba. Porque ahora fantaseaba con besar aquellos labios bajo los cuales se apreciaban cuatro grandes colmillos de cánido que no podían pasar desapercibidos.
—¡Dave! ¡Joder, Dave! —gritó mientras se alejaba, no en dirección al pueblo sino hacia las montañas—. ¡Mierda! ¿Qué hago ahora?
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