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Capítulo 14; Un Espejismo de Cristal en el Cielo

 El mes de Noviembre casi había terminado y quedaban tan sólo dos días para que saliese la luna llena. Sofía lo sabía no sólo porque llevaba la cuenta del calendario lunar, también porque le estaba costando más dormir por las noches. Como los exámenes iban a ser en dos semanas, Rosa, su profesora de biología y tutora, les había dicho que podían utilizar la clase de tutoría para estudiar.

Tanto Sofía como Dave llevaban bastante bien sus clases gracias al empeño que ambos habían puesto, así que decidieron repasar la materia de la que se examinarían en las oposiciones. Sofía había movido su silla junto al pupitre de su amigo y estaba repasando una cosa aburridísima sobre derecho.

—¿Qué es esto de 'promover un sistema internacional basado en una cooperación multilateral sólida y en una buena gobernanza mundial'? ¿A qué se refiere? —preguntó Sofía, señalando a sus apuntes.

—Imagino que literalmente lo que pone —dijo Dave, encogiéndose de hombros.

—Ya, si eso lo entiendo. Lo que no entiendo es por qué tiene que ser tan ambiguo.

—El derecho es así. Tú apréndetelo de memoria y ya está.

—Estarás de coña, espero. ¡Es un tochazo! —exclamó, sacudiendo los papeles.

Dave se encogió de hombros y siguió marcando con un rotulador las partes que consideraba importantes.

—Nadie dijo que fuese a ser fácil. Es lógico que tengamos que conocer las leyes si vamos a ser guardias civiles.

—Ya, pero es un rollo —refunfuñó Sofía.

Se suponía que tenían que estar callados pero un constante murmullo de susurros llenaba el aula. Si alguien se pasaba un poco de tono Rosa le chistaba para que bajase la voz, y por lo general obedecían sin rechistar. Rosa era una profesora cercana y amable, pero sus exámenes eran duros y ella podía llegar a ser muy inflexible con las notas. Era por eso que sus alumnos la respetaban.

—Oyes, ¿hay alguna noticia del lobo blanco ese?

El que preguntaba en voz tan queda que era casi imperceptible era Luis, uno de los chicos que se sentaban en el último pupitre junto a la pared. Se dirigía a Rodrigo, el muchacho que se sentaba a su lado, el mismo con el cual tuvo una conversación sobre rifles de cerrojo que derivó en algo más oscuro y siniestro. Aunque Sofía mantuvo su mirada fija en la aburrida lección de derecho comunitario, apretó los labios en una fina línea y se contuvo para no gruñir. La energía del interior de su pecho se agitó un poco. En circunstancias normales permanecía en reposo, pero cuando el plenilunio se acercaba reaccionaba más rápido y con más intensidad.

—No. Después de la noche aquella en la que lo vi, pensé que lo acojoné tanto que se había largado porque hacía semanas que no veía ni un rastro. Pero el fin de semana pasado me fui un poco más hacia el interior y encontré mechones de pelo blanco. El condenado bicho se ha movido lejos de los prados.

A Sofía no le sorprendió esa información. Si era un poco inteligente no permanecería cerca de donde había dado muerte a ganado doméstico, así que tenía sentido que se hubiese alejado de los prados. No sabía realmente nada sobre cómo funcionaban los cambios pero si a ella, que sólo era una cachorra, le costaba dormir, para uno que ya hubiese cambiado tenía que ser insoportable. Su madre le había contado que durante los días previos y posteriores al plenilunio, entre una semana y diez días aproximadamente, solían cambiar con más frecuencia y les costaba más controlarse. Por eso era uno de los momentos más propicios para darles caza.

—¿Estás seguro de que es el mismo animal? Me dijiste que sólo viste sus ojos en la oscuridad. Podrías haber estado persiguiendo cualquier cosa.

Sofía se mordió el labio. Ya había considerado aquella posibilidad. Rodrigo era un capullo pero no dispararía contra un compañero de clase. Sin embargo algo le hizo apuntar hacia ellos, y ella sabía que sus ojos brillaban en la oscuridad como los de un depredador nocturno. No era tan fácil verlo, la luz tenía que darle en un ángulo muy específico para reflejarse en la parte trasera de su pupila, pero le pasaba. Lo que ya no tenía tan claro era si Rodrigo había visto sus ojos, o los de su amigo.

—¡Yo qué sé, Luís! ¡Ya te dije que esa noche pasaron cosas muy raras, y encima no se veía un pijo!

—¡Eh, tíos! ¡Escuchad esto! —dijo Miguel, el hijo del ganadero, que se había dado la vuelta en su silla para charlar con los otros dos—. Hace unos días vino el tipo raro ese que vive solo en la montaña y le dijo a mi padre que sentía mucho lo ocurrido, que su perro se había escapado en un descuido y que no volvería a pasar.

'¿El tipo raro? ¿Qué tipo raro?' Sofía se mordió el labio. '¿Acaso hay una especie de ermitaño que vive solo en la montaña?'. Sus conocimientos como ex-cazadora de seres sobrenaturales le decían que era más que probable que aquel fuese su cinántropo blanco. Una gran parte de las criaturas vivían como humanos y eran capaces de llevar una vida casi normal, pero sabía que un puñado de ellos no conseguían adaptarse y decidían alejarse de la civilización para vivir más cerca de los bosques. Cuadraría con un hombre perro salvaje que subsiste a base de comer aquello que es capaz de cazar.

—El tipo le pagó el cordero y tal, pero si el muy tontainas sigue dejando al chucho suelto se lo tendré que decir a mi padre para que vuelva a poner las trampas.

Sofía sintió que le ardía la sangre. La energía en su pecho pulsó contra sus costillas y empezó a derramarse por sus venas en un goteo lento que pulsaba al ritmo de los latidos de su corazón. Un seco y profundo gruñido ascendió hasta su garganta y sus labios se tensaron para mostrar los colmillos. A duras penas fue capaz de controlar sus impulsos instintivos, pero no otro tipo de impulsos que la hicieron intentar levantarse. Se quedó en un intento porque Dave la agarró de la mano y clavó sus ojos en los de ella.

—Contrólate —susurró con una firmeza que no había oído nunca en él.

No era una sugerencia, era una orden, y la ejecutó con tanta confianza que Sofía se sintió contrariada. Aunque el chico tenía los hombros relajados y la respiración tranquila, Sofía le sostuvo la mirada y el labio le empezó a temblar debido al esfuerzo que estaba haciendo para no mostrarle los colmillos. Lo que tenía delante no era ningún niño, era un lobo, uno que estaba mostrando mucha más seguridad en sí mismo que ella.

Consciente de lo mucho que estaba tensando la cuerda, Sofía parpadeó, se relamió los labios y rompió el contacto visual para dejarle claro que no quería problemas. No era sólo porque fuese completamente desproporcionado, sino también porque retarle como loba era ridículo.

—¿Qué pasó con las que pusisteis? —preguntó Rodrigo.

—Alguien las encontró y las quitó, pero si me dices por dónde has visto al bicho se lo diré a mi padre y las pondremos por esa zona.

—He sido yo —susurró Dave en voz muy queda, y su mirada se suavizó, aunque Sofía podía ver que estaba bastante más tenso que de costumbre—. Encontré algunos lazos más y los quité. Es mejor que no sepan nada de lo que estamos haciendo. Será más fácil si no sospechan de nosotros.

Los tres chicos se quedaron callados. Rodrigo miró a su alrededor como si quisiese comprobar si alguien les estaba escuchando. Era muy improbable ya que, aunque el aula estaba casi en silencio, el murmullo de susurros era un ruido constante. Nadie que no tuviese un oído excepcional y estuviese lo suficientemente cerca sería capaz de discernir las palabras de aquellos tres.

Dave soltó a Sofía y se inclinó sobre sus papeles para regresar a su tarea de subrayar aquellas palabras que consideraba importantes dentro de la lección de derecho comunitario. A Sofía no le pasó desapercibido el momento en el que inhaló varias profundas bocanadas de aire y se pasó la lengua por los labios. Su cuerpo seguía tenso, pese a su actitud serena y firme de momentos antes. Las dos cosas no eran incompatibles.

—Mirad, tíos, si han quitado los lazos es porque alguien tiene que saber que esa bestia esta por ahí y quiere protegerla. Seguro que es alguna idiota de esas de las protectoras que se cree que los perros son como las personas —dijo Rodrigo en voz tan baja que los otros dos tuvieron que inclinarse hacia él para oírle.

Dave apretó la mandíbula. La tensión en su cuerpo se incrementó y también lo hizo la frecuencia de su respiración. El rotulador que sujetaba cayó de su mano cuando él, encorvado sobre su pupitre, cerró los puños con tanta fuerza que los nudillos se le volvieron blancos.

—Ey, ¿estás bien? —preguntó Sofía en un susurro a la vez que posaba una mano sobre su brazo.

Bajo la piel notó una leve vibración, como si sus músculos estuviesen palpitando. Su amigo ni siquiera fue capaz de articular palabra. Estaba tan concentrado en su respiración que tan sólo atinó a asentir. Que mentía era bastante obvio, sólo había que verle para saber que no estaba bien, pero Sofía no sabía qué le pasaba ni cómo ayudarle.

Un agudo gemido ascendió a su garganta pero se lo tragó y miró a su alrededor en busca de algún tipo de idea que le dijese qué debía hacer. La encontró en Sara, que estaba sentada en su sitio habitual de la primera fila repasando unos apuntes con su compañera de pupitre. Sofía se mordió el labio y el gemido que seguía contenido dentro de ella se volvió más insistente. No tenía ni idea de cómo llamar su atención pero tampoco quería montar una escena delante de todos sus compañeros.

—Hay métodos más contundentes, métodos que no son fáciles de detectar y que eliminan el problema de un plumazo —continuó Rodrigo, creyendo que nadie podía escucharle.

—¿Te refieres a...? ¡No, tío! Eso es súper ilegal y peligrosísimo —dijo Luís.

—Algunos problemas requieren medidas contundentes.

Sonó la campana. El murmullo se convirtió en un estruendo de voces. Dave se levantó de su silla con tanto ímpetu que la volcó y echó a correr hacia la puerta del aula. Bastante desconcertada con su actitud, Sofía se levantó y fue tras él. Fue ese el momento en el que Sara se dio cuenta de lo que pasaba, y la expresión alegre de su rostro se tornó en otra de preocupación. La chica se levantó y cogió a su amiga del brazo para detenerla.

—¡Quieta, loba! ¿Qué ha pasado?

—No lo sé. Se ha puesto como tenso de repente y... —Sofía miró hacia la puerta a tiempo de ver a su amigo entrar en el baño y cerrar una de las cabinas de un portazo.

—Será algo que le ha sentado mal a la tripa, o simplemente se estaba meando mucho. No te agobies, tía.

—Seguramente, pero estaba normal hasta que... —Se mordió el labio.

Hasta que aquellos tres desgraciados habían comenzado a hablar. Era bastante evidente que el tema le afectaba mucho, y viendo cómo se comportaba con Kas, podía entenderlo. No estaban hablando sólo de capturar conejos para cocinarlo, estaban planeando matar a un perro. A nadie que le gustasen los perros le agradaría escuchar algo así. Lo que Sofía no entendía era por qué había reaccionado de aquella manera.

Después de un buen rato, más del que consideraba razonable, el chico volvió a salir del baño. Su mirada se cruzó con la de Sofía en un breve intercambio que apenas duró un parpadeo. En cuanto la vio, se relamió los labios y giró la cabeza para evitar sus ojos grises.

—¿Cómo estás, tío? —preguntó Sara.

—Incómodo, pero no puedo hacer nada... —contestó ruborizándose, y se frotó la base de la espalda antes de dirigirse a Sofía—. Perdona por haberte preocupado. Algo que comí esta mañana me ha debido sentar mal.

—No pasa nada. Si te encuentras mal igual deberías irte a casa —dijo.

—No, ya estoy bien. Vayamos a nuestros sitios antes de que llegue el Estirado.

Todos los alumnos que estaban revoloteando por la clase procuraron estar sentados en sus pupitres antes de que llegase el estricto y severo profesor de física. Sofía observó que los movimientos de su amigo eran más cautelosos que de costumbre, y no sólo al levantar la silla del suelo. Al sentarse lo hizo despacio y con cuidado, como si tuviese miedo de hacerse daño, y una vez sentado no parecía que estuviese cómodo. También se había fijado en que estaba más callado. De hecho, se sumergió directamente en sus apuntes y evitó siquiera mirarla.

Con un quedo suspiro, la joven miró hacia la ventana que tenía a su izquierda. El día no estaba muy avanzado y se había despertado despejado aquella mañana. Gracias a eso pudo ver la silueta henchida de la luna recortándose contra el cielo azul como si fuese un etéreo espejismo. Estaba casi llena.

***

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