Capítulo 11; Susurros de Crepúsculo y Manantial
La noche hacía rato que había caído, y con ella había llegado un frío cortante que le golpeaba el rostro con cada tranco que daba. Sofía respiró una profunda bocanada que expulsó acto seguido por la boca en un largo resoplido. A su nariz entró un aire que olía a bosque, a tierra húmeda y al invierno que se aproximaba, aunque esos no eran los únicos olores que podía percibir. Como tantos otros días, Sofía se había puesto su chándal y se había ido a correr por el camino de tierra que cruzaba el bosque. Aquel día, sin embargo, no estaba sola. A su lado, demostrando que estaba tan en forma como ella, corría Dave.
—Te gusta el pop —adivinó Sofía entre jadeos.
—No me disgusta, pero no es mi primera elección —contestó.
—¿La música clásica? —tanteó la chica.
El chico se rió con una risa fresca y sincera que dejó a la vista sus cuatro pequeños colmillos. Era un detalle que no tenía por qué significar nada, y Sofía no había querido darle muchas vueltas, pero no podía evitar fijarse en ellos cada vez que sonreía. No era sólo por las dudas que tenía sobre su naturaleza, también era porque los encontraba atractivos. Un suave rubor empezó a calentar sus mejillas y Sofía agradeció que la oscuridad de la noche le permitiese esconderlo.
—Sé que parezco bastante clásico pero no, la música clásica no me gusta nada —dijo Dave.
—Me rindo. ¿Cuál es tu música favorita?
—El heavy metal.
—¿En serio?
—Sí, en serio. No todos los aficionados al heavy metal llevamos pulseras de pinchos y nos dejamos crecer el pelo. El que vestía así era mi amigo Roberto pero a mí nunca me llamó ese estilo. Sólo la música —dijo, y sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que evocaba nostalgia.
—Si te dejases el pelo largo parecerías un vikingo —bromeó Sofía, y le dio un golpecito juguetón con el hombro en el brazo para animarle.
Era un gesto de cánido, lo sabía, una incitación al juego y también un abrazo, pero le salió tan natural que ni lo pensó. Nunca lo había hecho con nadie y no tenía claro qué fue lo que la incitó a ello. Quizás fue la idea a la que no dejaba de darle vueltas, o quizás se debía a que aquel chico utilizaba su lenguaje corporal con tanta naturalidad que ni siquiera parecía ser consciente de ello. Al menos surtió efecto, ya que la sonrisa en los labios de Dave se volvió más amplia y un brillo de entusiasmo iluminó su mirada.
—Seguramente —respondió, mucho más animado—. Nueva pregunta. Animal favorito. ¿Es el perro?
—Casi, casi, pero no.
—Casi, dices... —Dave se rascó la barbilla y levantó una ceja—. ¿Podría ser el lobo?
—Sí, es el lobo. Sé que no soy muy original. —Se rió un poco.
—No lo creo. Los lobos son muy interesantes. Es normal que a mucha gente le gusten —dijo el chico, y torció sus labios en una sonrisa tan bonita que Sofía se ruborizó.
—A mucha gente le gustan porque creen que son animales místicos, algo así como el hermano lobo protector de los bosques que aúlla a la luna llena. Yo los encuentro interesantes porque se parecen mucho a nosotros. Viven en grupos familiares y tienen un lenguaje más complejo de lo que la gente se piensa. A lo mejor te parece una tontería pero me llaman mucho la atención sus aullidos.
Sofía torció los labios en una pequeña sonrisa y se detuvo para hacer unos estiramientos. Dave paró a su lado y su agradable olor inundó su nariz. Pese al rato que llevaban corriendo no olía a sudor, algo que era imposible ya que no sudaba. Los cinántropos no tenían esa capacidad, regulaban su temperatura corporal a través del jadeo cuando hacía calor, pero aquel era otro de aquellos rasgos que también podían tener los latentes. Sofía llevaba tres días saliendo a correr con Dave, y aunque había intentado no fijarse en sus particularidades, no había podido evitar añadir aquel detalle a la larga lista de cosas que seguramente no significaban nada.
—No es ninguna tontería —dijo el chico mientras estiraba los músculos de sus piernas—. Mucha gente siente fascinación por los aullidos de los lobos. En zonas boscosas se escuchan a unos diez kilómetros de distancia, pero en espacios abiertos y en condiciones climatológicas óptimas pueden llegar a oírse hasta a dieciséis kilómetros de distancia. Al ser depredadores crepusculares es habitual oírlos durante la noche, y por eso se les ha relacionado con la luna y toda la mitología que hay alrededor de ella.
Dave levantó la mirada hacia el cielo y su sonrisa se suavizó. Sofía se mordió el labio. La luna era un símbolo que desde siempre se había relacionado con la magia, y había motivos para ello. Por lo que sabía gracias a lo que Sara le había contado, no sólo forzaba a cambiar a los cinántropos como ella, también los magos y las brujas veían potenciados sus dones cuando esta brillaba plena en el cielo. Naturalmente, a Dave no le podía contar nada de eso.
—Sólo son leyendas —continuó él tras soltar un quedo suspiro—. No hay nada mágico en sus aullidos, sólo es comunicación. Los usan para llamar a otros lobos a la caza, para localizar a otros miembros de la manada, para advertir a otras manadas de su presencia y también para afianzar sus lazos sociales o encontrar pareja. ¿Has llegado a oírlos en persona alguna vez?
—No. Me hubiese encantado pero nunca he salido de Madrid, y aquí ya no hay lobos.
Sofía dejó que su mirada se perdiese en el laberinto de árboles que crecía junto al camino. Los rayos de la luna creciente se filtraban entre las ramas y creaban juegos de luces plateadas al reflejarse en la débil neblina que emergía de la tierra. Aunque ella era capaz de ver con absoluta claridad, dejó que su imaginación fuese por libre. Hubo un tiempo en el que los lobos corrieron por aquellos bosques, y por un momento los visualizó moviéndose como fantasmas entre la vegetación. Ya no quedaba ninguno.
—Sí, la Junta de Extinción de Alimañas acabó con todos en los sesenta.
Dave tensó la mandíbula y apartó la mirada de un brusco movimiento. El vello de la nuca se le había erizado y una especie de profundo rumor contenido retumbó en su garganta. Era un sonido tenue que Sofía no habría sido capaz de percibir de no ser por su fino oído de cinántropo. Se mordió el labio. Aquello no era relamerse los labios cuando estaba nervioso, eran palabras mayores, y no era la primera vez que le veía hacer eso.
—¿Tú los has oído alguna vez? —preguntó a la vez que rozaba su brazo con una suave caricia para llamar su atención.
—¿Yo? Sí, alguna vez. —La tensión se desvaneció de su rostro y su expresión se suavizó—. Me acuerdo sobre todo de la primera vez. Yo era muy pequeño, no tenía más de dos o tres años, y el lobo era un cachorro, una... una hembrita. A veces me pregunto qué fue de ella.
—Si sigue viva, será una loba anciana y venerable —comentó Sofía.
—Seguramente —dijo, y se rió un poco—. También es posible que me lo haya imaginado todo y no pasase tal y como creo que pasó. Tengo un bonito recuerdo, pero era muy pequeño y han pasado muchos años. Bueno. —Dave arqueó la espalda y estiró los brazos al cielo—. Creo que hemos descansado bastante. ¿Hacemos un sprint?
—Claro. ¿Crees que conseguirás mantener mi ritmo? —bromeó Sofía.
—No lo sé. Habrá que probarlo para ver si puedo —dijo con un brillo travieso en la mirada.
Antes de que Sofía pudiese responder, Dave echó a correr y no tardó dejarla atrás.
—¡Eh! ¡Eso es trampa! —gritó a la vez que rompía a correr detrás de él.
Sofía no tardó en alcanzarle, y una parte de ella sabía que le estaba dejando hacerlo. Le había visto correr y no era el primer sprint que hacían juntos. No sólo era un chico alto, alrededor de un metro ochenta, también estaba muy en forma. Mordiéndose el labio, Sofía dejó que su mirada se pasease por su cuerpo. Dave vestía un pantalón de chándal negro con rayas grises y una sudadera del mismo color. Ambas prendas eran demasiado anchas como para que ella pudiese apreciar ningún detalle, pero no iba a negar que sentía curiosidad por saber qué apariencia tenía debajo de aquella ropa.
Justo cuando estaba estudiando la zona de su torso, Dave se volvió hacia ella e inclinó la cabeza a un lado. La cogió tan por sorpresa que Sofía soltó una exclamación ahogada y apartó la mirada demasiado rápido como para que él no se hubiese dado cuenta. Por si fuera poco, sus mejillas empezaron a arder con un marcado rubor que dudaba que siquiera la oscuridad fuese a ser capaz de ocultar. 'Joder, qué hábil soy siendo discreta', un gruñido de frustración ascendió a su garganta, pero lo contuvo. Lo último que necesitaba era que su nuevo amigo se diese cuenta de que era una loba con apariencia humana.
—Hagamos algo más divertido —comentó Dave.
El chico tenía una sonrisa traviesa en los labios que mitigó un poco el bochorno que ella sentía, pero sólo un poco. Las mejillas le seguían ardiendo como si estuviese delante de una chimenea. Sofía no estaba segura si es que no se había dado cuenta de cómo le había mirado, o si sencillamente lo estaba ignorando. Preferiría que fuese lo primero, porque lo que menos le apetecía era que él se pensase que le gustaba.
—¿A qué te refieres? —preguntó con cierta suspicacia
—¡Sígueme!
Dave abandonó el camino y atravesó la linde del bosque para sumergirse entre la vegetación. Mientras corría entre los árboles, Sofía le siguió con la mirada y una sonrisa empezó a abrirse paso en sus labios. La vergüenza por haber sido cazada mirándole quedó relegada a un lado a medida que se contagiaba de su ánimo juguetón, y ella también se adentró en el bosque para ir tras él.
El chico se movía entre helechos y piedras con la elegancia de un ciervo, y sus pies eran tan ligeros que apenas rozaban el suelo. Sin embargo, Sofía contaba con su visión nocturna y los dones que le conferían la sangre que había heredado de su padre, y no tardó en acortar distancias con él. En la oscuridad de la noche sus miradas se encontraron, y a la vez rompieron a reír. Entonces le vino una idea a la cabeza, una locura sin duda, pero era algo que quería compartir con él.
—Ven conmigo, quiero enseñarte algo —le dijo con una sonrisa que era más amplia de lo necesario.
En un gesto muy de perro, le golpeó el brazo con el hombro y aceleró. Dave la siguió sin esfuerzo, aunque ella sabía que se estaba sujetando. Mientras corrían entre los árboles, Sofía sintió que la barrera de autocontrol que había erigido comenzaba a flaquear, y su comportamiento natural empezó a filtrarse. Una pequeña punzada de miedo la sacudió cuando su necesidad de ladrar sustituyó el impulso de reír y sonreír, pero quedó enterrada bajo un nuevo sentimiento. 'Me estoy divirtiendo. ¡Estoy jugando como perro y me estoy divirtiendo!'.
No era humana, era una loba, una cachorra que había vivido encorsetada toda su vida, y aquella inocente carrera por el bosque estaba despertando su comportamiento natural. '¡Esto es una locura!' se dijo mientras se despojaba de su poca humanidad para abrazar su naturaleza de cánido. Quizás debería haber intentado luchar contra ella como tantas otras veces pero no quiso. Nunca antes se había sentido tan viva y tan libre como en aquel momento. Por primera vez en toda su vida sentía que era la persona que realmente debía ser, y no la criatura triste y asustada en la que se había convertido.
—¡Te pillé! —exclamó Dave cuando sus brazos se cerraron alrededor del cuerpo de Sofía.
Un agudo gritito escapó de sus labios cuando el chico se tiró al suelo y la arrastró consigo. Los dos rodaron por la hierba cubierta de rocío y terminaron tumbados boca arriba, con sus risas entrecortadas resonando entre los árboles. Jadeando y sin dejar de sonreír se miraron a los ojos, y Sofía notó que su corazón empezaba a latir más deprisa. Sentir su nariz inundada por aquel olor que tanto le gustaba tampoco estaba ayudando a mitigar la agradable calidez que fluía por su estómago.
Una expresión de dolor cruzo el rostro de Dave y se apartó de golpe. Acabó sentado en la húmeda hierba, encorvado sobre sí mismo y con una temblorosa mano apoyada sobre su pecho. En su garganta resonó un gemido contenido que hizo que a Sofía se le erizase el vello de la nuca, pero enmudeció cuando empezó a respirar en largas y profundas bocanadas de aire.
—Dave, ¿estás bien? —Sofía también se incorporó hasta quedar sentada y le miró con preocupación.
—S... sí, tranquila. Sólo ha sido un tirón muscular. Ya casi no duele, pero me ha cogido totalmente por sorpresa —respondió entre jadeos.
—Al final voy a estar yo más en forma que tú. —Sofía soltó una pequeña risita, más de alivio que de otra cosa.
—Eso parece —dijo, y se relamió los labios justo antes de torcerlos en una sonrisa avergonzada.
Cuando apartó sus ojos de ella para pasear la mirada por el lugar al que habían llegado, su boca se abrió en una muda exclamación de sorpresa. Se trataba de un claro bañado por la plateada luz de la luna. Un manantial brotaba de una grieta entre las rocas y caía por una cortina de musgo sobre un pequeño estanque de aguas cristalinas. Los helechos, la hierba, los líquenes y los altos pinos conformaban la vegetación principal, y una vaporosa neblina emergía de la tierra y creaba una apariencia casi mística.
—Vaya... Es un sitio increíble... —susurró Dave con voz queda.
—Sí que lo es. Lo descubrí en uno de mis paseos —Sofía se acercó al estanque y dejó que sus dedos dibujasen surcos en el agua.
—¿Vienes mucho al bosque? —preguntó él mientras sumergía su mano en el agua helada.
Sofía tensó los labios en una pequeña mueca de amargura.
—No tengo amigos. Sí, venir al bosque es uno de mis pasatiempos. Me ayuda a despejar la cabeza.
—No quieres tener amigos, pero te gustaría tenerlos. ¿Qué te pasó para que terminases siendo así? Hay una cara de ti que no dejas que nadie vea, que la ocultas. ¿Por qué?
Sofía se mordió el labio y bajó la mirada hacia el estanque para esquivar aquellos ojos azules tan llenos de preguntas. En la superficie del agua vio su propio reflejo, distorsionado debido al manantial que se derramaba sobre ella. Un gemido ascendió a su garganta y se sintió muy tentada de dejarse llevar. Llevaba toda su vida encorsetada, ocultando su verdadera naturaleza por miedo, y estaba cansada de no poder expresarse como la loba que era.
—A la gente no le cae bien la cara que muestro, ¿crees que van a aceptar la que no muestro? —Un escalofrío recorrió la línea de su espalda al pensar en la mirada de asco que le dedicó Ángel cuando vio la quemadura de plata en su muñeca.
—Todo lo contrario. La cara borde es con la que te proteges, pero cuando te relajas muestras a tu verdadero yo. Si la gente fuese capaz de ver lo que yo veo... —susurró y movió la mano en el agua hasta que los dedos de ambos se rozaron en una tímida caricia.
El agua brotaba de las mismísimas entrañas de la tierra y estaba tan fría que cortaba. Sin embargo eso no impidió a Sofía sentir aquel roce inseguro, inexperto, aquella caricia de dedos temblorosos que buscaban y a la vez evitaban el tacto de su piel. Al sentir sus yemas rozando el dorso de su mano, al escuchar aquellas palabras, al percibir el tono de su voz, Sofía sintió una explosión de mariposas en su vientre y levantó la mirada.
En el instante en el que sus ojos se encontraron, el corazón le dio un vuelco, algo que tenía poco que ver con el rubor que había ascendido a sus mejillas. Quizás lo había imaginado pero, por un segundo, le pareció apreciar un breve resplandor verdoso en sus pupilas. Sin embargo no pudo fijar mejor ya que Dave, abochornado y con las mejillas tan encendidas que parecían irradiar luz propia, apartó la mano como si hubiese tocado algo muy caliente y agachó la mirada. Su lengua recorrió sus labios en aquel gesto que siempre mostraba cuando estaba nervioso, algo que no ayudó a mitigar las dudas que Sofía sentía.
—Disculpa, no debería haber hecho eso... —murmuró en voz tan queda y atropellada que casi no se le entendía.
—No pasa nada, no me ha molestado... —dijo Sofía con la voz tan temblorosa como él.
Todo lo discretamente que podía, la chica le robó una mirada de soslayo. El chico dibujaba círculos con las yemas de los dedos sobre la superficie del agua y parecía muy interesado en el movimiento de las ondas. La pálida luz de la luna perfilaba su rostro y resaltaba la forma de su boca, de su nariz, y la suave caída de sus mechones rubios sobre su frente. Era un chico mono, de eso no cabía ninguna duda, pero no era ese el motivo por el que le estaba estudiando con tanta atención.
'El diferente...' Sofía se mordió el labio y agachó la cabeza. Un nudo de inquietud le atenazó el estómago. 'Mierda, ¿era lo que creo que ha sido?'.
—¡Sofía, mira!
La mano de Dave se cerró alrededor de la suya y la arrancó de golpe de sus pensamientos. Al girarse hacia él vio que tenía una amplia sonrisa en el rostro, y sus ojos brillaban con aquella expresión de niño ilusionado por la llegada de los Reyes Magos. Sin embargo, no la estaba mirando a ella sino a algo que había al otro lado del claro. Sofía estudió el área hasta que la vio, encaramada sobre una roca iluminada por un haz de luz que caía desde las alturas. Se trataba de una criatura pequeña, del tamaño y la apariencia de un gato, pero su cabeza era más alargada y delgada. Su pelaje era gris con lunares negros, y su larga cola peluda tenía unos anillos muy marcados.
El animalillo les había visto, algo que no sorprendió a Sofía teniendo en cuenta sus enormes ojos redondos y marrones, y estaba olfateando el aire con interés. La chica se quedó muy quieta y casi no se atrevió a respirar para no asustarlo, pero era muy consciente de la mano que seguía cerrada sobre la suya y de la ligera tensión que podía apreciar en ella. Por el rabillo del ojo vio que Dave seguía sonriendo como un niño pequeño, y Sofía sintió sus propios labios curvarse, contagiados de aquella sonrisa y del brillo de sus ojos azules.
Después de unos minutos el animal saltó de la roca y, silencioso como una sombra, desapareció entre la neblina. Dave soltó una larga bocanada de aire contenido y su sonrisa se volvió tan amplia que sus pequeños colmillos quedaron de nuevo a la vista. Sofía se mordió el labio. Quizás era el efecto de la noche pero cuanto más se fijaba, menos humanos le parecían. Seguro que ese era el motivo por el que siempre la contenía, para que no se le notasen mucho. Después de lo que le había contado, no le habría extrañado que de niño se hubiesen metido con él por aquel detalle.
—Wow, ¿has visto eso? —Dave soltó la mano de la chica y señaló al lugar donde había estado el animalillo.
—Lo he visto, lo he visto —dijo Sofía, riendo—. ¿Qué era? Nunca he visto un animal como ese.
—Era una jineta, un depredador nocturno muy silencioso y esquivo. No pensé que llegaría a ver una alguna vez, al menos no en estado salvaje. —De nuevo miró hacia la roca iluminada por la luna.
—¿Tu animal favorito?
—Uno de ellos. Me fascinan desde que las conocí gracias a los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. ¿Sabías que no son una especie endémica de la península ibérica? La teoría más aceptada es que las trajeron los árabes en el siglo ocho, pero cada vez más investigadores creen que fueron los romanos. Antes de que los gatos domésticos llegasen a Europa, los romanos tenían jinetas como mascotas y las usaban para controlar a los ratones —explicó, y hablaba con tanto entusiasmo que era difícil no sentirse atrapada por sus palabras.
—¡Eres increíble! ¿Cómo eres capaz de acordarte de todos esos datos? Yo tengo que estudiar un día entero sólo para recordar fechas y nombres de personajes ilustres, y se me olvida en cuanto hago el examen.
—Me gustaría decir que tengo una memoria prodigiosa, pero lo cierto es que a mí se me olvida antes incluso del examen —dijo con una sonrisa avergonzada, y se rascó la nuca—. Es... esto, no me cuesta concentrarme cuando leo sobre cosas que me gustan, y me suelo acordar con facilidad. Me cuesta mucho más centrarme si el tema no me interesa.
—Lo puedo entender. La clase de historia es tan rollo que no sé cómo somos capaces de permanecer despiertos.
—Yo tampoco.
A la vez rompieron a reír, y Sofía sintió una agradable calidez que la abrazaba y la arropaba como una manta. Puede que perderse en el bosque para ver jinetas no fuese la idea de normalidad que la mayoría de la gente tenía en mente, pero ella se lo estaba pasando tan bien que empezaba a desear que noches como aquella no acabasen nunca.
Las risas se apagaron, pero no así sus sonrisas. Al claro regresó el suspiro del viento invernal entre las ramas y el incesante cantar del manantial que derramaba sus aguas sobre el estanque. En aquella oscuridad que para ella era como la pálida claridad de un día nublado, sus miradas se encontraron. El chico cogió su mano con más seguridad que la que había mostrado antes, y el tacto cálido de su piel encendió las mejillas de Sofía.
—Gracias por mostrarme esto —dijo Dave, y en su voz se percibía un agradecimiento tan sincero que Sofía se estremeció.
—No me las des. Me gusta tener un amigo con quien compartirlo —respondió Sofía a la vez que se colocaba un mechón de pelo detrás de la oreja con la mano libre.
Con las miradas todavía entrelazadas, Dave le dio un suave apretón en la mano. Sofía no supo si fue aquel gesto de complicidad lo que hizo que un cálido estremecimiento brotase en su vientre, o si fue aquella preciosa sonrisa que dejaba entrever los pequeños colmillos que había debajo. Lo que sí tuvo claro fue que aquel chico que olía a bosque se estaba convirtiendo en su mejor amigo.
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