Ciro

Non scholæ sed vitæ discimus

El que todo lo quiere todo lo pierde. Eso es lo que no dejaba de palpitarme en la mente cuando recibí ese disparo en la pierna. Dolió. Dolió por todas las veces que había fallado. Después, todo era un borrón de oscuridad. Oía voces y chillidos, pero no podía identificarlos.

—Mireia —dije—. Mireia...

Lo repetí incansablemente, aunque no estaba seguro de que mi voz saliera de mi cuerpo. Me sentía atrapado dentro de mí mismo. El tiempo que estuve inconsciente fue una sucesión de lamentos. De cosas que ya no podía cambiar.

Lo había intentado. Lo había intentado con todas mis fuerzas.

Al final, había acabado arrastrándola conmigo. Debí hacerme caso cuando la razón me gritaba que me alejara de ella. Había intentado mantenerla a salvo y todo eso no había valido para nada. No había sabido salvarla de mí mismo. La quise proteger y fui yo el que más daño le hizo.

Por otro lado, estaba Nil. Mi mejor amigo. Había tanto dolor dentro de mí cuando lo pronunciaba. Sentía como si tuviera ácido en la boca y me lo tragara y me quemara por dentro. Pese a mis intentos por desterrarlo al último rincón de mi mente, no había cesado de repetir la escena en que lo tenía frente a mí, atado a una silla, con una pistola en la cabeza, como nunca imaginé tener a nadie a quien quería.

Nil había jugado sucio. Había aprovechado una debilidad para atacarme.

La había usado a ella.

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Non scholæ sed vitæ discimus: Traducción del latín: «No aprendemos para la escuela, sino para la vida». Frase invertida de Séneca, Epistulae Morales ad Lucilium (conocidas como Cartas a Lucilio).