Capítulo 88 | Operación Cabòria
Mireia
Sería un motivo de consuelo para nuestra fragilidad y para nuestros asuntos, si todas las cosas pereciesen tan lentamente como se producen; en cambio, el crecimiento procede lentamente, la caída se acelera.
—Séneca.
Había un dicho que no podía quitarme de la cabeza. En realidad, se pasearon demasiados por mi mente durante las horas que siguieron al disparo y mi detención. Fue la tarde más larga de mi vida. La más martirizante y angustiosa. Sobre las tres de la tarde me permitieron ir al hospital con una escolta policial porque Ciro estaba entre la vida y la muerte.
Quien del traidor se fía lo sentirá algún día.
Quien se fía de un lobo entre sus dientes muere.
No quería pensar eso, no quería siquiera imaginarme que ese era el final. Ciro no iba a morir... No podía morirse.
El pronóstico que los médicos le habían dado a la policía había sido malo. Había perdido mucha sangre. La bala se había quedado muy cerca de la arteria femoral superficial, dañándola en parte. Lo habían intervenido de urgencia en el quirófano para extraerle el proyectil y realizarle una endoprótesis para intentar reparar la pequeña fístula.
Perdí la noción del tiempo tras las puertas de la sala de operaciones y cuando salió uno de los cirujanos para informar sobre el resultado me tembló el cuerpo entero. «Por favor, por favor, por favor».
Puede que Ciro fuese un delincuente, un traficante, pero quitando eso lo había hecho todo lo mejor posible. Me había brindado todo cuanto necesitaba, había estado a mi lado en los peores momentos, me había protegido todo cuanto había sido capaz y nunca había dejado que nada malo me ocurriese. Incluso cuando algunas cosas se salieron de su control, él había permanecido de pie, había luchado por mí, incluso por encima de nuestra relación. Habíamos salido de cosas peores y eso... no podía terminarse ahí.
«Por favor, por favor, por favor».
En ese momento ni en las horas posteriores pensé en lo que él había hecho. En el daño. Esa no sería una herida fácil de cerrar, por supuesto que no. Pero no podía pagar por ello con su vida. Era demasiado. «No, no, no, no, no...». Ciro tenía que conocer a su hijo. Tenía que conocerlo, no podía morir.
El médico echó un vistazo a los policías que me custodiaban y después se centró en mí.
—¿Es usted la mujer de Ciro Galera?
Asentí, frenética. Nadie me había informado de más. Lo único que sabía es que harían todo lo posible por salvarlo. Por suerte, el cirujano fue directo al grano:
—Su marido está estable, hemos reparado la lesión. Aunque tendrá que pasar...
Dejé de escuchar. Desconecté. Me llevé una mano al corazón, calmándolo. Estaba bien. Ciro había sobrevivido. Dios mío... Asentí varias veces, sin saber lo que estaba diciendo, con lágrimas deslizándose por mis mofletes.
—¿Puedo verlo? —pregunté impaciente e interrumpiendo su explicación.
—Todavía no. Es mejor esperar a que lo trasladen.
Negué, pero la policía joven que había estado conmigo todo el tiempo tiró de mi brazo entre súplicas para que fuese con ella. No me quedó más remedio que hacerle caso. Bajamos con su compañero al comedor y pidieron algo de alimento para mí. La verdad es que no había comido nada desde el desayuno y ya eran las cinco de la tarde. Me sentía mareada por eso y por la cantidad de acontecimientos que se habían sucedido y el estrés al que me había visto sometida.
Pero, incluso así, lo único que quería era quedarme lo más cerca posible de Ciro. Comer me hubiera dado igual, excepto porque no era la única que no había comido. El chiquitín o la chiquitina de mi barriga también lo necesitaba. Así que, aunque era lo que menos me apetecía, intenté llenarme bien el estómago.
—Cuando lo veas tendremos que volver a comisaría. El inspector quiere hacerte unas preguntas —me informó la chica. El otro policía no habló.
No dije nada. Repuse fuerzas antes de ir a visitar a Ciro. Lo habían trasladado a la UCI. Cuando entré a la sala, me descompuse un tanto. Todavía estaba inconsciente. Verlo allí tumbado, en esas circunstancias, me quebraba por dentro. Le acaricié el rostro, la barba de varios días sin recortar me produjo un cosquilleo familiar en los dedos.
Le tomé una mano entre las mías y se la besé. Después, la llevé a mi abdomen.
—Tendría que habértelo dicho antes... —musité a punto de romper a llorar.
Contuve las lágrimas y le volví a besar el dorso de la mano. No pude quedarme demasiado, pues enseguida entró una enfermera para revisar sus constantes. Además, su cuerpo necesitaba recuperarse y a mí ya me reclamaban para un interrogatorio.
El trayecto hasta la comisaría se me pasó lento también. Me sacudía una angustia inimaginable. Suponía lo que iban a preguntarme y me preparé para no dar detalles e incluso para solicitar un abogado. Antes de que me dejaran sola en la sala de interrogatorios, intercepté a la policía y, contra toda mi voluntad, le pregunté por Nil.
—Está en el hospital. Una bala le dio en el hombro, pero está bien. Seguramente se quede en observación esta noche y mañana reciba el alta.
Asentí, pensativa. Las cosas con Nil no habían acabado bien. No estaba segura de querer verlo o hablar con él, no obstante, era el único que podría sacarme de ahí. De todos modos, sabía que vendría a verme en cuanto le fuera posible y que tarde o temprano tendría que enfrentarlo. A él y a todas sus mentiras.
Un hombre cincuentón entró al poco a la habitación con la chica de antes. Se presentó como inspector, pero no recuerdo el apellido. Me relató todo cuanto conocía de mi vida. Cuándo terminé mis estudios, cuál fue mi último trabajo, cuándo ingresaron a mi madre, cuándo me casé (y el tiroteo en la boda que fue noticia en toda España). Sabía la guerra que casi se desata cuando salí con Nil de la discoteca Luminarias e incluso conocía las fotografías de Nil y yo besándonos.
—Seré lo más breve posible. ¿Qué sabe de la mafia que manejaba su marido?
Negué con la cabeza.
—No sé nada de eso.
—Mireia, esto es muy sencillo: nos cuenta lo que sabe y yo le ofrezco la libertad condicional.
Tragué saliva. Un trato muy tentador, salvo porque eso mandaría a Ciro a una larga condena o incluso a prisión permanente.
—Ciro no me contaba nada para no perjudicarme —respondí, en tono sincero—. No puedo contarles nada porque no sé nada.
—Está embarazada, ¿no es así?
Me tensé de inmediato. ¿Cómo sabría que yo...?
—Nil ha solicitado una prueba de embarazo y otra de paternidad esta misma tarde —me aclaró alineando de forma desinteresada los folios que había traído. Tuve que esforzarme para que la mandíbula se mantuviera en su sitio. No podía creerme que hubiera pedido una prueba de paternidad cuando sabía perfectamente quién era el padre—. ¿Qué es lo que había entre vosotros?
—Es mi vida personal —contesté para evitar esa parte—. Prefiero no hablar de ello.
—Pero es un punto importante en nuestra investigación e influyó bastante.
Permanecí en silencio. No dudaba de sus palabras. Si Nil no se hubiera enamorado de mí y metido en mi relación, es posible que jamás me hubiese contado la verdad.
No me habrían disparado en la boda, Ciro y yo hubiéramos estado bien, nunca hubiéramos sabido que mi padre fue el responsable de la muerte de sus padres, él nunca lo habría secuestrado y ahora estaría vivo. Ciro hubiera actuado antes, Nil no habría venido a nuestro encuentro y el plan hubiera salido bien. Ciro y yo habríamos huido a tiempo.
—Mireia, ¿de verdad quiere que su hijo se críe en una cárcel y que luego tenga que hacerse cargo su abuela, en el mejor de los casos?
Volví a tragar saliva.
—Se lo volveré a decir: está acusada de ser cómplice de múltiples delitos. Si nos cuenta lo que sabe, tendrá la condicional. Usted no tiene antecedentes y sería fácil convencer al juez, pero para ello necesito algo.
Me encogí en la silla. Si le decía cualquier cosa, estaría demostrando que Ciro era culpable. Necesitaba darle algo que ya supiera, algo que Nil les hubiera dicho... Empecé a temblar por los nervios.
Intenté pensar en lo que habrían descubierto en la granja, en el envío a Francia que se complicó y uno de los hombres de Nil fue acusado de tráfico de drogas, sí, quizás podría decirle eso. Se sabía. Salió en los periódicos.
De pronto recordé el abogado y silencié todos mis pensamientos.
—Si me están acusando de algo, quiero un abogado.
Me fijé en la expresión del inspector. Apretó la mandíbula. No era eso lo que querían, porque eso lo complicaba todo más.
—Si así lo prefiere..., será por las malas.
♡
No volví a saber nada de Ciro. Fue una noche muy larga. Apenas pude dormir y prácticamente vi pasar todas las horas del reloj. Las doce, las una, las dos... No estaba sola en mi celda. Había otra mujer, pero ninguna de las dos hablamos. Ella sí durmió. Durmió por las dos.
A primera hora de la mañana, vino un policía para llevarme a la sala de abogados. Se habían dado prisa en conseguirme un abogado de oficio. Entonces, nada más cruzar el umbral, vi que era Nil quien me esperaba al otro lado.
Me quedé parada bajo el marco de la puerta. Debí suponerlo, pues la policía me informó de que le darían el alta. No supe cómo comportarme. Todo en mí gritaba que corriera, que nos había vendido. Sin embargo, en el fondo sabía que él era la única persona que podría salvarme. Tampoco debía olvidar que él había intervenido en el último momento, justo cuando la policía había empezado a disparar y no teníamos modo de llegar al camión.
Así que, todavía un tanto cautelosa, me senté en la silla frente a él.
No dijo nada.
—¿Sabes algo de Ciro? —le pregunté con la voz quebrada. Cuando dispararon a Ciro y no me dejaron ir con él en la ambulancia había gritado mucho y apenas tenía voz—. La operación salió bien, pero se quedó en la UCI y no he vuelto a saber de él.
Me mordí las uñas por enésima vez, agitada por la falta de noticias. Le sostuve la mirada a la espera de una contestación. Los ojos me ardían de pensar en lo ocurrido.
—Sigue allí, está bien.
—¿Se ha despertado?
—Todavía no.
—Perdió mucha sangre... Pensé..., pensé que... —No pude terminar la frase.
—Tranquila, se pondrá bien —me hizo saber. Alargó una mano para que lo mirara a la cara, pero yo la aparté más. Todavía me costaba no acordarme de lo que nos había hecho. Ciro estaba así por su culpa—. Estoy haciendo todo lo posible —musitó para romper el hielo que se estaba formando y sólo consiguió solidificarlo más. Esa era la típica frase de película donde el abogado da por perdido el caso. Al parecer se dio cuenta, porque luego añadió—: Haré hasta lo imposible, ¿me oyes? Voy a sacarte de aquí, Mireia.
Alcé la vista para mirarlo. Algunas lágrimas se habían acumulado en mis ojos y me emborronaban la visión.
—¿De verdad? —cuestioné atragantándome con mi propia saliva. Tosí en una risa asqueada.
—Necesito que confíes en mí.
Negué con la cabeza.
—¿Cómo eres capaz de pedirme eso?
—Por favor, Mireia, escúchame. Yo no quería que esto pasara. Tendría que habértelo dicho antes...
—¡Basta! —le chillé poniéndome en pie y cortando el aire con la palma de mi mano—. No quiero escucharte. No quiero que me expliques nada. No quiero volver a verte nunca. Si estoy aquí delante de ti es porque eres el único que puede sacarme de la cárcel.
Parpadeé para aclararme la vista.
—¡Es culpa tuya! ¡Me has metido en toda esta mierda! ¿Y por qué? ¡Porque querías vengarte de La Careta? ¿Dónde están, eh? ¿Dónde está Marco? —le imperé a gritos que retumbaron por toda la sala—. En cambio, a Ciro y a mí nos han perseguido y disparado. ¡Yo estoy aquí con un pie en la cárcel y Ciro casi se muere!
Nil se quedó callado unos segundos. Era un cobarde... Un cabrón. Yo no estaría ahí de no ser por él y ni siquiera era capaz de reconocerlo. Me había tratado de cebo. Había vendido a su mejor amigo después de todo lo que Ciro había hecho por él.
—No mereces que te escuche —le repetí con las palabras burbujeándome en la boca. Me apoyé en la mesa que había entre los dos y lo encaré—. Era todo mentira. Dime una cosa: ¿te metiste en mi relación para debilitar a Ciro?, ¿me pusiste en todos esos aprietos para que yo cediera?
—No —respondió con la voz grave y firme. Me pregunté si lo había ensayado antes de venir a verme.
—Insististe en que yo sentía algo por ti hasta que me lo metiste entre ceja y ceja. —Me señalé el entrecejo en un pronto de algo más que rabia—. Hiciste que cayera en tu hechizo solo para tener a Ciro pendiente de nosotros.
Ni una palabra temblaba, no había titubeos en mi voz. Me había pasado la noche dándole vueltas a todo lo ocurrido. A cómo Ciro no se dio cuenta de la traición. A cómo yo caí tan bajo para acostarme con él. Las señales siempre estuvieron, pero estuvimos ciegos por su amistad y amor.
Nil lo había planeado todo prácticamente al milímetro y lo que no, el resto, había sucedido siempre en su beneficio. Me aparté de él, con una sensación agria en la garganta.
—¿De dónde sacas eso? No lo hice por nada eso y lo sabes.
—¿Qué sé? ¿Qué parte es cierta y cuál fue una jodida mentira?
Nil apretó la mandíbula y tragó saliva. Estaba tenso. Sabía que yo tenía razón, no podía negar que nos había engañado. Todavía de pie, volví a poner las manos sobre la mesa y me incliné hacia él despacio.
—¿Por qué has pedido una prueba de paternidad? ¿Con qué derecho? —le reprendí bajando el tono de voz, pero sin ceder ni un solo centímetro—. Sabes perfectamente quién es el padre.
—Mireia —pronunció mi nombre en voz baja también y con el mismo tono inflexible de antes—, lo quieras o no, esa es la única manera que hay de sacarte de aquí.
—¿De qué estás hablando? —La sangre se detuvo en mi organismo y hubo un desequilibrio en la balanza.
—Voy a alterar los resultados. El bebé será mío y yo tendré una forma de demostrar que realmente estabas de mi lado.
—Eso no demuestra nada.
—No he terminado. Dirás que había algo en Ciro que te olía mal y me pediste ayuda. Quisiste divorciarte en cuanto yo te conté la verdad, pero Ciro no te lo permitió. Estarás fuera mañana por la mañana en cuanto el juez lo lea.
Lo miré sin saber quién era la persona que tenía delante de mí. ¿Quién había sido Nil? Su voz se había ensombrecido y en su rostro ya no había vacilación alguna. Lo que decía lo hacía con absoluto control. Y eso me dio miedo. Nil se dio cuenta de que me estaba encogiendo hasta sentarme en la silla de nuevo, acobardada. Pendía de un hilo, y era él quien lo sujetaba. Mi destino dependía sólo de Nil y todo cuanto decía lo hacía siendo consciente del poder que tenía.
Me recordó a aquella primera vez que estuvimos en la cabaña. Sabía que no podría huir, que estaba sola en su territorio y que podía presionarme. Nil no había sido ningún irresponsable como le parecía a Ciro y a todo el mundo. Nil había tenido en todo momento nuestro destino sobre la palma de su mano. Había ido moldeando la partida hasta que jugamos las cartas que él quería y habíamos caído en su trampa.
—¿Te acuerdas de lo que me preguntaste antes de la boda?
Lo miré con el ceño fruncido.
—Querías saber si querría ser yo quien te esperara en el altar —mencionó escrutándome el rostro, recorriéndolo como si fuera a plasmarlo en un folio en blanco—. Te dije que no y mentí. Sí que quería ser yo quien te estuviera esperando en el altar, pero todavía no lo sabía.
—¿Qué quieres solucionar con eso, Nil? —le pregunté en un hilo de voz—. Nos has entregado. Nos engañaste. Engañaste a Ciro durante cinco años...
No quería creerme ni una palabra suya más.
—¿Crees que planeé enamorarme de ti? Cada vez que te besaba estaba con un pie en la tumba. Ponía en riesgo la operación si Ciro se enteraba... Siento haberte hecho todo esto. Siento no haberte respetado. Siento que todo se me fuera de las manos... Hice que te sintieras entre la espada y la pared. No voy a perdonármelo jamás. Sé que me odias. Hasta yo me odio. Joder... —masculló bastante afectado, y yo lo escuché—. Casi se va todo a la mierda. Lo sé. No tendría que haberlo permitido. Nunca debí dejar que te casaras con él. A pesar de que me dijiste que sentías algo por mí, pero que eso no cambiaba nada, a pesar de eso debí suplicarte que no lo hicieras. Tendría que habértelo confesado entonces... Quizás...
—Déjalo, Nil —le supliqué con los ojos llenos de lágrimas por la impotencia—. No vale la pena. Ya está hecho. No puedes cambiar lo que ha pasado.
No podía seguir escuchándolo. ¿Qué era cierto y qué no?
—Lo sé, claro que lo sé... Ahora mismo no vas a creerme, pero tú nunca entraste en mis planes. Aquella noche que me conociste yo quería hacerle saber a tu padre que no era intocable, que podía hacerle daño si así quería. Eso fue lo único que hice a propósito y lo siento. Se suponía que tú nunca sabrías nada, lo último que quería era hacerte daño.
Mi mente me llevó a ese día, a cuando él estaba tan nervioso porque nos habían visto salir juntos. No fue su intención, yo fui la que insistí en ir con él... Pero no tenía ni idea de quién era, ni de lo que había detrás. Luego, en el parking, cuando Ciro apareció, Nil no le quitaba ojo, como si pensara que esa vez la había liado demasiado y que él no se lo dejaría pasar.
—El resto, que Sole estuviera con Eros, que nos vieran, todo fue mala suerte. Nunca quise involucrarte en la mafia. Fue un error. La he cagado muchísimo, pero nunca quise este final. Ni para ti ni para Ciro. Sois lo único que tengo. ¿Me entiendes? Sois lo único por lo que lo mandé todo a la mierda a última hora. Por eso fui a la granja.
Negué con la cabeza, cerrando los ojos para dejar caer el agua que se me agolpaba en los párpados y me impedía ver.
—Intenté advertirte cuando te enamoraste de él —prosiguió—. Cuando te dije que Ciro era el capo no se me escapó, quise que lo supieras. Sabía que él no te lo diría explícitamente. Tenías la verdad delante de tus ojos, Mireia. Un hombre normal nunca te hubiera pedido una relación secreta. Yo no quería interferir, porque por primera vez Ciro era feliz y tú..., tú también parecías feliz. Yo aún no sentía nada por ti y sólo quería que decidieras por ti misma, aunque no fuera lo más conveniente para ti o para mí.
»Tras eso, todo se complicó. Os descubrieron, Ciro tuvo que pedirte matrimonio... Yo había empezado a sentir cosas por ti, los asuntos de la mafia empeoraban y Ciro siempre me pedía a mí que me quedara contigo. Y yo... Joder. ¿Crees que fue fácil estar con vosotros cuando sabía cómo iba a terminar todo? ¿Crees que fue fácil cuando me vine a dar cuenta de que había llegado el momento y que no podía hacerlo, menos cuando lo sois todo para mí? No, joder. Sois mi familia y jamás hubiese vendido eso, Mireia...
No había reparado en que los ojos de Nil se habían llenado de brillo hasta que unas lágrimas cristalinas se le deslizaron por los pómulos y se dispersaron por su oscura y corta barba.
—Si no quieres volver a verme, esta será la última vez que nos veamos. Pero dime que me crees...
Se le quebró la voz.
Nil acababa de remover todas mis entrañas. Un suspiro ahogado salió de mi garganta y no pude evitar enterrar la cara entre mis manos y romper a llorar. Nunca lo había visto tan vulnerable. Las cosas que habían pasado nos habían destrozado, pieza a pieza.
—Por favor, Mireia —me rogó enjugándose las lágrimas.
No dijo nada más mientras se ponía en pie y rodeaba la mesa hasta llegar a mí. Se agachó a mi lado, pero por más que me secara la cara no era capaz de volver a mirarlo. Su mano me rozó el brazo, pidiéndome en silencio que me girara hacia él, que lo mirara.
—No fui capaz de dejarte ir —susurró con la voz rota—. No fui capaz de romperlo todo, pero al final es lo único que he conseguido. Lo siento. Lo siento mucho... No llores más, por favor.
Esa súplica sólo consiguió que mi llanto aumentara. Sentía tanto que era imposible detener la tormenta.
Nil tiró de mí hacia él. Yo me dejé llevar y nos fundimos en un abrazo. Lloramos el uno en los brazos del otro mientras él me decía que lo sentía. Nos desahogamos durante varios minutos hasta que ya no nos quedaron más lágrimas. Cuando recuperé mi voz, todavía abrazada a él, lo primero que le dije fue:
—Te creo.
Un sollozo me sacudió. Pero no fue el mío, sino el de Nil.
—Sé lo que quieres decirme y te creo —añadí entonces.
Yo tampoco sabía cómo decirlo, pero sabía lo que quería decir. Entendía lo que era estar en su lugar. Había sido enviado por la Policía Nacional, de forma voluntaria, para recabar pruebas desde dentro. Habían pasado cinco años desde entonces. Cinco años conviviendo con Ciro, cinco años de amistad. En cinco años se habían hecho uña y carne. Inseparables. Hermanos, aunque no lo fueran de sangre.
Luego llegué yo. No fue la mejor idea de Nil, pues yo no tenía nada que ver con mi padre y sus cuentas pendientes. Eso no sería fácil de perdonar. Tampoco lo que había vivido con sus tira y afloja. No podría perdonarlo tan rápido. No obstante, era consciente de que había hecho cuanto pudo por protegernos a mí y a Ciro, que nos había querido sobre sí mismo.
Sé que hubiera muerto por nosotros. Lo supe antes de que apareciera en el puerto y recibiera ese balazo por mí.
Así que sí, lo creía.
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