Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 85 | Caos

Mireia

Algunas veces nuestro mundo se detiene mientras el de los demás sigue su curso. Primero fue el recuerdo, lo que se me había quedado clavado. Después la pérdida, lo que trajo su muerte. Luego quién lo mató, el hombre que pensé que jamás haría nada que pudiera dañarme... Y finalmente quedó el caos, emociones diversas, unas peleándose contra las otras.

Si pudiera, si me hubiera dado tiempo, hubiera calmado su rabia y apagado su venganza. Pero todo se sucedió tan rápido. Ni siquiera me dio tiempo a pensar cuando Ciro ya le estaba apuntado. Un segundo después había apretado el gatillo.

Nil tenía razón y Ciro no podía tomarse la justicia por su mano. A pesar de que lograba entenderlo y entendía también a Nil cuando me hablaba de su padre, yo tampoco concebía el asesinato y la venganza.

Lo peor es que recuerdo perfectamente aquella mañana en el cementerio, en las horas previas a la boda. Ciro me llevó a ver el nicho de sus padres y me contó que la policía llegó a encontrar una pista, parte de la matrícula del coche que se dio a la fuga. Y me acuerdo perfectamente de lo que me dijo y cómo me lo dijo.

«Ese día me hice una promesa: si algún día daba con ese asesino, no dudaría en matarlo y enviarlo al Infierno». Había dolor en su voz, pero era un juramento bañado en sangre. Le respondí que el culpable merecía pagar por todo el daño. Fuese quien fuese.

Ambos tenían razón... No sabía dónde me estaba metiendo. Desconocía cuánto tenía que sacrificar para seguir. Varias preguntas rondaban mi mente: ¿qué pasaría si decidiera romper con Ciro, si quisiera alejarme de él?, ¿qué pasaría si decidiera no saber nada más de la mafia?, ¿seguía siendo libre para tomar esas decisiones o ya era tarde?

Seguramente en pocas horas todos sabrían que conocía la mafia, que no era ajena a los negocios ilícitos que se traían entre manos, que conocía sus cabos sueltos, que no era sólo la esposa del capo, sino que estaba dentro. Así que sí, ya era tarde para echarse atrás.

Había ido todos los días a ver a mi madre con Nil. Había recaído en su adicción y estaba intentando que se recuperara. La muerte de mi padre había removido mucho en ella. Y había sido una noticia muy fuerte, había pasado a no saber nada de él a saber que, no sólo estaba muerto, sino que lo habían matado en un tiroteo de bandas. Era una noticia dura, pero tenía que saberla.

La policía le dijo que estaba relacionado con las drogas, que seguramente trabajaba para uno de los grupos delictivos. Nos hicieron muchas preguntas, a pesar de que no sabíamos nada de mi padre desde hacía doce años. Al final, con el estado de mi madre, nos dejaron en paz.

Después de una semana, seguía en casa de Nil y con los pensamientos hechos un lío. No podía cambiar lo que había pasado y me sentía incapaz de razonar y elegir qué hacer con Ciro. Incluso intentaba no pensar en que estaba embarazada de él.

Había estado hablando con Neus el jueves por la tarde. Si no llega a ser por ella, no sabría cómo gestionar todo lo que estaba sintiendo. Ella había pasado por algo similar, pero al final había logrado hacer las paces con su marido y le había dado la buena noticia. Estaban esperando un bebé.

—Ciro todavía no lo sabe. No se lo dije porque no quería que se preocupara más con todo el lío que se había formado y ahora...

—Díselo, Mireia. Fue lo mismo que tú me dijiste a mí.

—Lo sé. Qué fácil es dar consejos y qué difícil es aplicárselos.

Neus se echó a reír. Pasamos un buen rato juntas y comimos palomitas mientras daban en la tele un capítulo de Friends. Sin embargo, me inquietó que su guardaespaldas vigilara continuamente la terraza y la puerta de entrada. Era un constante recordatorio de que el mundo en el que nos habíamos sumido era peligroso.

Mientras tanto, Nil estaba buscando a Ciro. Cuando volvió no me quiso decir nada de lo que hablaron, pero estuvo fuera hasta tarde. Decidí dejarlo estar, lo último que quería era tener más cosas en las que pensar.

Le sugerí que me diera clases de conducir, así que durante el finde se dedicó única y exclusivamente a enseñarme lo esencial en su Alfa Romeo. Estuvimos dando vueltas por su urbanización y aprendí bastante, sobre todo a que no se me calara el coche en las cuestas. Ya lo de aparcarlo tuvo que desistir antes de que le diera un ataque al corazón.

—¡Frena, que le vas a dar!

—Me estás poniendo nerviosa —respondí pisando el pedal de freno.

Se me caló el motor y tuve que bajarme para que él me hiciese una demostración. Y ya después dio por concluida la sesión del sábado. Por la tarde remoloneamos en el sofá hasta la hora de la cena viendo un par de películas. Como había estado enseñándole durante la semana, esa noche no me dejó ayudarlo en la cocina, pues quería darme una sorpresa.

Cocinó unos espaguetis a la boloñesa. Me dijo que si no me gustaban me llevaría a Bolonia a que robara la auténtica receta. Lo cierto es que estaban muy bien hechos y le di mi enhorabuena con un beso espontáneo en la boca.

—Si sigues así, cocino siempre —musitó cogiéndome por la cintura y besándome en profundidad.

Nos olvidamos momentáneamente de la pasta y nos dejamos caer en el sofá, yo sobre su cuerpo mientras sus manos recorrían mi espalda y me apretaban contra él. Estábamos a punto de llegar a más cuando sonó su móvil en la mesita del salón.

Me incorporé un poco para ver quién le llamaba, pero se trataba de un número oculto. Nil lo cogió de la mesa rápidamente y salió a la terraza, disculpándose. Tardó poco. Intenté escrutar su rostro para ver de qué podía tratarse. Parecía estar un tanto inquieto.

—¿Era de...? —Me callé antes de pronunciar «la mafia».

—No, se habían equivocado.

No lo creí, sin embargo, tampoco le pregunté por qué había cambiado su ánimo. Él hizo como si nada y dio un beso. Cenamos en silencio, luego él salió a fumar y yo me quedé en el sofá escogiendo una película. No vi ninguna que me gustara, prácticamente ya había visto todas las que quería ver, así que salí a la terraza a su encuentro.

Nil estaba apoyado en la valla que lindaba con el patio del vecino. Estaba echando la ceniza en un cenicero ya a rebosar. Lo abracé por la espalda sin que se diese cuenta.

—¿Cuándo se va a acabar todo?

Se volvió y me abrazó él también. Luego depositó un beso en mi cabeza.

—Espero que pronto.

Lo miré a los ojos mientras se terminaba el cigarrillo. Expulsó el humo para un lado, intentando no darme a mí. Me puso un mechón detrás de la oreja, sin dejar de mirarme.

—¿Has encontrado alguna peli?

—No. No quiero ver más películas.

—¿Qué quieres hacer entonces? —me preguntó, pícaro, antes de darme un beso salvaje.

Me aparté un pelín. Sabía a tabaco.

—Hablar.

Nil frunció el ceño, pero me entendió y se puso serio de nuevo.

—¿De qué quieres hablar?

—De cualquier cosa... De nosotros, de Ciro, de mi madre, de todo.

Apagó el cigarro, que se cayó al suelo porque ya no cabía dentro del cenicero. Me pasó los brazos por encima de los hombros y me analizó con la mirada. Aguanté las ganas de venirme abajo. Después asintió. Entramos a la casa y yo casi empiezo a llorar. Malditas hormonas... Me limpié unas lágrimas rebeldes y me abracé a él de nuevo. Nil me escuchó, me secó la cara, me abrazó y me susurró palabras para consolarme. Pero no había consuelo que me fuese suficiente.

—Todo se pasará.

Fue lo último que dijo antes de que me quedara dormida en sus brazos. Supuse que me llevó a la cama porque desperté allí, a su lado, otra mañana. Todo parecía tan ajeno, estar en casa de Nil, en su cama, en su cocina, en su sofá, compartiendo la vida con él. Mi estómago se había convertido en un manojo de nervios. Apenas había podido descansar esa noche. Nil lo notó porque intentó calmarme acariciando mi pelo o abrazándome por la espalda.

Por la mañana me quedé un rato acostada, en silencio. Estuve pensando en mil cosas y en ninguna en concreto. Nil me dio un beso de buenos días y me preguntó cómo estaba. Me encogí de hombros.

—No pasa nada... No puedes ser fuerte siempre. Todos nos venimos abajo alguna vez.

—¿Tú también?

Lo meditó un instante antes de responderme:

—Sí, yo también.

Al rato, bajé a desayunar. Tenía mucha hambre. No había dejado de moverme de un lado a otro en la cama.

—Perdona, seguramente no te habré dejado dormir —le dije entrando a la cocina.

—Tranquila, yo tampoco tuve demasiado sueño. ¿Quieres café?

Lo fulminé con la mirada.

—Ya sabes que no puedo tomar cafeína.

—¿Por qué?

—Es malo para el bebé.

—Ah.

Se preparó un café para él mientras yo calentaba una taza de leche en el microondas. Cuando terminé me senté en el sofá y encendí la tele, por hacer algo. Zapeé un poco y al final dejé los informativos. Nil, que estaba fumándose un cigarro en la terraza, entró al oír la noticia. Estaba a mitad, pero me quedó muy claro lo que acababa de pasar:

—... justo anoche en Barcelona. La Policía Nacional detuvo a cuatro supuestos empaquetadores y un alto cargo de la red de tráfico de este tipo de sustancias. La fábrica, aunque pequeña, tenía almacenados más de doscientos kilos de marihuana, que ya han sido incautados y el caso puesto a disposición judicial —terminó de informar el reportero.

—Muchas gracias. Contactamos ahora con nuestra compañera Claudia, que está en el pantano de Foix, donde hace diez días encontraron el cadáver del hombre desaparecido en Barcelona meses atrás. ¿Qué nos cuentas, Claudia?

—Sí, así es —tomó la palabra la periodista—. Bueno, pues recién ha salido a la luz esta noticia, aunque más desafortunada, del camionero desaparecido en Barcelona. Fue encontrado su cuerpo el pasado jueves 19 de octubre muy cerca del pantano de Foix, en Barcelona. Dada la sequía que se está viviendo en la provincia, esa parte —señala el lugar vetado con precinto policial— no se ha llenado en esta época, por lo que se ha visto muy deteriorada y ha permitido que el perro de un viandante descubriese el lugar donde estaba enterrado. Rápidamente llamó a los Mossos d'Esquadra, que pasaron el caso al Cuerpo de Policía Nacional, pues tiene estrecha relación con las fábricas que se han destapado. Sin embargo, la Policía no ha querido que trascienda más información.

Finalizó la noticia y tanto Nil como yo permanecimos en silencio absoluto hasta que un pensamiento me devolvió a la realidad. La llamada del número oculto...

—Era Ciro, ¿verdad? El que te llamó anoche... Por eso usó un número oculto, para que yo no supiera nada. —Nil hizo amago de hablar, pero lo detuve antes de que empezara—. No te atrevas a mentirme. Os pensáis que soy imbécil. ¿Qué vais a hacer?

—No es seguro reunirnos, así que nos veremos el lunes en las oficinas de la empresa.

La cabeza me daba vueltas.

—Escucha, Mireia, es el tercer sitio que se nos cae este mismo año —me explicó quitándome el mando de la mano y apagando la televisión. Lo dejó de mala gana encima del mueble—. La policía nos está pisando los talones. Supimos que habían fotografiado una de las descargas en la fábrica del norte. Intervinieron poco después de vendérsela a La Careta. Fue un golpe de suerte que no nos relacionaran, pero después nos pillaron el laboratorio de Girona. Era nuestro segundo recurso próximo a la frontera con Francia para exportar la mercancía sin tantos riesgos. Han fichado a uno de mis hombres. Ahora han dado con una de las fábricas que teníamos aquí —expuso mientras se peinaba el pelo hacia atrás, visiblemente alterado—. Están cerrando el círculo. Es cuestión de tiempo que le toque el turno a la granja. Van a por él, Mireia.

Lo miré sin saber muy bien qué pensar de todo.

—¿Desde cuándos sabéis esto?

—Ciro no sabe nada.

Estudié su respuesta. No tenía ningún sentido. Si iban a por él, ¿cómo era posible que no lo supiese?

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Por qué no se lo has dicho? —quise saber antes de que me explotara la cabeza.

—No es necesario que lo avise —respondió apartando la vista.

Fruncí el ceño. Nil empezó a caminar de un lado a otro como un león enjaulado.

—¿Qué intentas decirme? Te juro que...

Nil se volteó, interrumpiendo la maldición que fuese a decirle.

—Mireia, es cuestión de tiempo que todo se venga abajo. Y tú caerás con él.

—¿Cómo es que estás tan seguro? —inquirí levantándome de golpe del sofá y encarándole.

Sus ojos irradiaban miles de emociones, pero no podía separarlas e identificarlas. Se aproximó a mí, tanto como para susurrarme un secreto, de tal modo que mi temperamento se serenó considerablemente.

Nos miramos a los ojos compartiendo la ira y la incertidumbre. Su pecho subía y bajaba, preso del pánico, como el mío.

—Porque soy de los que van tras él —confesó en un murmullo, asiéndome por los brazos. Mi rostro se contorsionó, sin comprender muy bien a quiénes se refería. Hasta que soltó el resto en voz baja, frente a mí, a unos centímetros de mi boca, con el pulso desbordante—. Soy policía, Mireia. Estoy infiltrado desde hace cinco años. Por eso lo sé...

Intuitivamente retrocedí medio paso, lo que me dieron de margen las manos de Nil que me retenían por los brazos.

—¿Qué?

—Mireia, por favor, escúchame. Ciro caerá y te va a arrastrar con él...

Intenté zafarme de su agarre entre tartamudeos.

—Nos..., nos has... Joder, Nil, nos has estado engañando.

Él negó, decidido.

—Nos has traicionado. ¡No digas que no, Nil! ¡Acabas de decírmelo!

Se me rompió la voz y los ojos se me empezaron a poner brillosos. Reuní valor desde todos los rincones de mi ser para no llorar frente a él después de descubrir tal cosa. Nil no había sido sólo el mejor amigo de Ciro. Se había convertido en mi mejor amigo y, más que eso, en una especie de amante. Había calado en mi corazón casi tanto como Ciro.

—Joder... ¿Qué has hecho?

—Confía en mí, Mireia, por favor.

—¿Que confíe en ti? —exploté a gritos—. ¿Cómo voy a confiar en ti? Te has metido en mi relación, no paraste hasta que me pillé por ti. Querías separarme de Ciro, ¿verdad? Por eso intentaste cambiar... —Mi mirada buscó respuestas, en el suelo, en el sofá, en cualquier parte. Estaban ahí, delante de mi cara—. Querías que estuviera de tu lado.

—Eso no es así.

—¿Que no? Joder... ¡Eres un maldito cabrón! —Empecé a propinarle puñetazos—. Me has engañado.

Nil, hábil, me cogió por las muñecas y me obligó a enfrentarlo.

—Dime que estos no han sido los mejores meses de toda tu vida y me callaré —me gritó, entrañable. Parecía una súplica.

—¿Lo han sido de la tuya mientras nos mentías a la cara, Nil? —repliqué tirando de mis muñecas para liberarme.

Forcejeé, esa vez más fuerte, hasta que me solté y me alejé de él varios metros hasta poner aire suficiente de por medio.

—Pues sí, joder, conocerte ha sido lo mejor que me ha pasado en la puta vida. Me conoces como nadie, salvo por esos seis años que no estuve secuestrado sino formándome en la academia —me reveló mientras nos mirábamos a los ojos, enfrentados. Después se acercó a un mueble de almacenaje, sacó de un cajón unos papeles y los puso sobre la mesa del salón—. Firma aquí.

—¿Qué es eso? —le pregunté observándolo con desconfianza.

—Los papeles de tu divorcio.

El corazón me dio un vuelco.

—¿Qué...?

—Si te divorcias mañana de Ciro, puedes alegar que cuando lo descubriste todo no quisiste ser cómplice de sus delitos. Dirás que mató a tu padre en respuesta y te absolverán.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿De verdad vas a traicionarlo después de todo? ¡Que Ciro es tu maldito mejor amigo, joder! ¡¿Qué coño estás haciendo?! —bramé sin creérmelo todavía.

—Este es mi trabajo, mi venganza, mi justicia... Todo lo que me arrebataron. La Careta tiene los días contados, y Ciro también.

Empecé a comprender mejor, a unir las piezas del puzle. Quería venganza por su secuestro, por todo lo que luchó su padre por él hasta la muerte. Había acumulado odio, mucho odio... Ni siquiera su amistad con Ciro iba a pararlo. Pero ¿de verdad había sido Ciro alguien importante para él o sólo era parte de su trabajo?

Cabeceé de un lado a otro. Después de todo lo que había hecho Ciro por mí, tenía claro el lado en el que estaba. Y ya sabía que, por lo menos, Ciro me había estado diciendo la verdad. Así que no tuve dudas.

—Joder, no puedo hacer eso, Nil. Es Ciro. ¡Es Ciro de quien estamos hablando! No pienso traicionarlo. Le juré que estaría a su lado hasta el final.

Fui hasta la mesa y rompí los papeles del divorcio.

—Si tanto esperabas este momento, podrías habérmelo dicho el día que me casé con él.

Tragué saliva y di media vuelta, dispuesta a marcharme de esa casa e ir al ático.

—¿Y qué hubieras hecho? —me espetó, provocando que me detuviera a medio camino de la puerta—. ¿Le hubieses dicho que no? Sabías perfectamente dónde te metías.

—Y, aun así, tú dejaste que lo hiciera —contraataqué sin girarme y cogiendo mi chaqueta con las llaves de la casa de Ciro—. Sólo fui una puñetera pieza más en tu ajedrez.

No lo vi venir por detrás y me sorprendió cuando una mano me tocó el abdomen, produciéndome un cosquilleo especial.

—Sabes que eso no es verdad —me contestó en voz baja, casi al oído—. Te juro por ese bebé que llevas en tu vientre que jamás hubiese dejado que te ocurriera nada malo. —Se acercó hasta terminar pegando su cuerpo al mío por la espalda, cálido, sin retenerme en contra de mi voluntad—. Te amo, Mireia, y espero que algún día puedas entender mis razones.

Estuve a punto de darme la vuelta. Finalmente, aparté su mano y salí del dúplex.

Eché a correr por si Nil me seguía. Al principio no lo hizo, quizás porque no pensó que fuera a irme de verdad, y continué el camino andando. No llevaba la tarjeta, ni siquiera llevaba dinero. Saqué mi móvil para llamar a Ciro. Justo entonces lo oí gritar mi nombre detrás de mí mientras bajaba la cuesta hasta el metro.

Eché la vista atrás y aligeré el paso. Estaba ya sin aliento, y eso que apenas había corrido al salir. De pronto, una furgoneta apareció en la calle antes de que pudiese marcar el número. Se abrieron las puertas de golpe y dos tipos con máscara se bajaron deprisa. Cuando me vine a dar cuenta de lo que estaba pasando ya era tarde, me habían cogido y tiraban de mí hacia el vehículo.

—¡Mireia! —chilló Nil corriendo.

Me taparon la boca para que no gritara. Sólo me dio tiempo a ver que Nil nos apuntaba con el arma antes de que me metieran en los asientos de atrás y cerraran las puertas. Oí disparos.

Me resistí todo lo que pude y cuando vi que iban a drogarme empecé a patalear, pero fue en vano porque ellos eran más fuertes que yo y me ganaron el pulso. Una jeringuilla se descargó en mi brazo y poco después no era más que una muñeca.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro