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Capítulo 83 | Destinos entrelazados

Ciro

Todavía con el cadáver de su padre delante y los gritos desconsolados de ella, sentía el fuego arrasar mis entrañas. Era un incendio que se propagaba a una velocidad impresionante y, lo peor, que no se podía apagar. La noche que cambió mi vida se repetía una y otra vez, provocando que las llamas se avivasen cual líquido inflamable.

No me enteré de cuándo se fueron, ni de cuándo el propio Mateo se llevó el cuerpo para que nadie más me viera en ese estado.

Jamás había sentido nada parecido. La venganza no sacia, sino todo lo contrario. Es un pobre animal muerto de hambre que pide más y más, hasta que devora cualquier cosa. No me di cuenta hasta días y días más tarde, pero por querer matar ese dolor en mí había matado una parte de ella.

Nunca me perdoné el hecho de haberlo asesinado con ella delante. Nunca. A pesar del daño que me hizo. A pesar de que me destrozó la vida.

No recuerdo cuánto tiempo pasé gritando como un loco, desquiciado hasta la médula. Rompí cuanto pillé a mi alrededor, descargué la furia a puñetazos contra la pared y finalmente me encogí en un rincón entre sollozos rotos.

Quince años. Habían pasado quince años desde el accidente y tenía que conocer a Mireia para saber que había sido su padre.

Es irónico. Cómo de la persona que me quitó a mis padres ha nacido una mujer capaz de entrar en mi corazón, de quererme pese a todo y de complementarse tan bien conmigo como un alma gemela.

Es irónico y cruel. La vida me la ha jugado, y bien. Conocerla a ella aquella noche en Luminarias fue el destino. Si es que hay algo ahí fuera que mueve los hilos como si fuésemos marionetas o, qué sé yo, una red de casualidades que nos ha conectado a todos. Porque su padre también mató al padre de Nil y, si no hubiese sido por eso, Nil no la habría buscado y ninguno de los dos la hubiéramos conocido. Ni nos hubiéramos enamorado.

Tampoco yo hubiera llegado a organizar una mafia de haber tenido un pan del que comer. Y eso no habría pasado de haber tenido unos padres que cuidasen de mí hasta que me hubiera labrado un futuro. Es cruel... Tan cruel que entonces, al darme cuenta de ello, dolía más.

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