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Capítulo 78 | Cuestión de honor

Ciro

Había pasado casi una semana desde que Nil apareció en el ático. No podía superar el hecho de que se hubiera enamorado de Mireia. Quizás, por eso mismo y para evitar estrangularlo con mis propias manos por haber escogido para enamorarse a la única persona de la que yo me había enamorado, lo había evitado todo lo posible.

El miércoles tenía programada una videollamada con Demir Kaya en el despacho. Él había hecho llegar mi solicitud de anexión a la mafia turca y me tenía que contar cómo había ido. Mi inglés había mejorado con las largas charlas que mantenía con él de vez en cuando. En Grupo Galera casi todos los negocios que cerrábamos eran con empresas francesas, así que usábamos el español en su mayoría, aunque también sabía defenderme en francés.

—Todo ha ido bien —me comentó de forma resumida—. Han aceptado estudiarlo. A la mayoría de las organizaciones extranjeras ni siquiera le dan la oportunidad. Creo que esto va a salir muy bien.

Estuvimos hablando un rato de negocios legales que él tenía en Turquía, como la cadena de hoteles, que en realidad eran una tapadera. Me dijo que sería fantástico que hiciéramos una reunión en Turquía para hablar sin censura de los negocios en sí, a lo que yo acepté y le pedí escoger la fecha, ya que tenía que comentarlo con mi mujer.

—Bien —respondió, algo seco.

—Sé que las cosas entre tú y Neus no están bien —dejé caer con cautela. Demir solía ser demasiado reservado en cuanto a su vida personal se refiere.

—No es razonable.

—Me lo dices o me lo cuentas... —proferí en español sin darme cuenta.

—¿Qué?

—Nada —dije volviendo al inglés—. Algunas expresiones no tengo ni puta idea de cómo traducirlas. Perdona, sé que esto no me incumbe, pero Neus es como alguien de mi familia... —Él asintió, diciéndome que no pasaba nada con un gesto—. Neus me dijo lo ocurrido. He estado en tu lugar y sé lo que intentas hacer... Pero no es el camino correcto.

—La mafia turca no es como La Cabòria. Es mucho peor.

Asentí, dándole la razón.

—Quise ponerle protección, pero se negó a llevar con ella a todas partes un guardaespaldas. Aun así, me las he apañado para conseguirlo, Ciro. Tengo a uno de mis mejores hombres velando por ella como si fuera su sombra. Mientras esté en España seguirá siendo así, lo quiera o no. No pienso dejar que nadie le haga daño.

—Sé que la quieres. Habla con ella, díselo.

—E imagino que tú quieres a Mireia. No dejes nada al azar, Ciro. Es un consejo de hombre a hombre.

—No lo hago.

Al menos no en lo que respecta a su seguridad.

—Gracias, amigo mío —pronuncié despidiéndome, casi de forma automática—. Hasta otra.

—Gracias por preocuparte por nosotros. Adiós.

Demir era una mezcla de hombre cortés, poderoso, influyente, autoritario y un criminal en toda regla..., de esos que no se lo piensan para extorsionar, torturar o matar. Supuse que, al igual que yo, es como tener distintas caras que salen a la luz cuando toca. Aunque en mi caso particular, la que prefería mantener intacta era la primera.

Pocas veces se descansa en un mundo como el mío y, a veces, cambiar de forma tan constante resulta natural. Estaba durmiendo en la cama abrazado a Mireia cuando mi móvil empezó a vibrar en la mesilla. Me aparté con cuidado y me volteé para ver el nombre en la pantalla. Mateo. Me levanté y salí al balcón para descolgar.

Eran las tres de la mañana, plena noche cerrada.

—Dime.

—Lo tenemos.

Sentí que la sangre se me detenía en las venas.

—Voy para allá.

Le hice una llamada al Ciber y le pedí que viniera a la urbanización mientras yo estaba fuera y patrullara con las cámaras de seguridad del edificio, otras suyas que había instalado en mi rellano y en general la zona desde su posición. Cuando bajé al garaje y saqué la moto, lo vi ya subido a un coche grisáceo en la puerta del residencial, armado con dos portátiles y una pistola. Siempre listo para todo. Le di las gracias y me fui a la granja.

Me crucé con Mateo en el pasillo del sótano.

—No ha sido difícil raptarlo. Estaba borracho como una cuba.

—Parece que no ha cambiado —comenté, sin un ápice de burla. Lo que sentía era pena—. ¿Se ha espabilado?

—Algo.

Me cambié de ropa y entré a la sala donde un hombre cadente, envejecido por la bebida, descuidado y canoso estaba atado de manos y pies a una silla de plástico. Tenía grandes surcos en la piel del rostro, ojeras y mala vida. La barba cenicienta y corta, como si se la hubiera afeitado una semana antes, estaba manchada de la sangre que se le escurría del labio partido.

Los ojos los tenía muy parecidos a los de ella, de color café. Aunque los suyos, rodeados por unas pestañas cortas y tiesas y dos bolsas de no haber dormido apenas unas horas en varios días, distaban mucho de la ternura que desprendían los de mi mujer.

—Buenas noches, Emilio.

—Sé perfectamente quién eres —escupió de forma letárgica—. Ciro Galera.

Sonreí con malicia.

—El marido de tu hija, suegro.

—¡Maldito seas! —gritó lanzándome un lapo que por suerte logré esquivar—. ¿Por qué estoy aquí? Lo que pasó no fue cosa mía, sino de La Careta.

Le pedí a Mateo que me acercara una silla y tomé asiento frente a Emilio. Lo había mandado traer porque ambos teníamos asuntos pendientes. Era una cuestión de honor. Él había sido el causante de lo sucedido y no podía dejar el tema apartado cuando se trataba de alguien había intentado hacer daño a mi mujer.

—Sí que lo fue, y lo sabes. Ha llegado a mis oídos que las fotografías las ordenaste tú. ¿Seguiste a Mireia?

El hombre hipó mientras soltaba una risa ahogada y abría la boca dejando ver unos dientes sangrientos por uno de los golpes recientes.

—Te casaste con ella sin tener ni puta idea de nada. Has levantado una guerra.

—Te equivocas. Mireia no tiene ni tendrá jamás nada que ver contigo. Serás el hombre que la engendró, pero nunca serás un padre.

—No pienso dejar que se quede a tu lado —profirió en un tono flojo.

—Ya vas tarde... Cuéntame por qué cojones le dispararon si tanto dices querer protegerla.

—Tendríamos que haber acabado con el traidor de Nil. Está engañando a mi hija, la está usando para sus ruines fines desde el principio.

Lo miré fijamente.

—¿A qué te refieres? —le pregunté intentando sonar autoritario y no sorprendido, como realmente estaba.

—Nil no tiene ni puta idea de con quién se está metiendo.

Parecía que borracho se creía el rey del mambo.

—Ve al grano por las buenas o me lo dirás por las malas.

—¿Te crees que me importa? —masculló indolente.

—Es increíble cómo haces que se me agote la paciencia tan rápido. Habla claro.

Evité sulfurarme. No iba a conseguir nada si me enfurecía y empezaba a golpearlo hasta dejarlo inconsciente, porque de ser así no me daría las respuestas que quería esa misma noche.

—Has dicho que Nil estaba usando a Mireia. ¿Por qué lo piensas?

Dejó escapar una risa ronca.

—Porque, al contrario que tú, él sabe muy bien quién es ella. Por eso tuviste que vendernos tu laboratorio más estratégico, ¿verdad?

Sentí que la saliva se volvía sólida al cruzar la garganta y se me atascaba en ella.

Siempre había pensado que lo que pasó la noche que la conocimos había sido una mala casualidad, que ese escándalo que armó en Luminarias vendiendo droga en territorio enemigo era para molestarlos por lo que les habían hecho a él y a su padre. Eran unas razones demasiado obvias como para cuestionarlas, pero... Si sabía que la iba a liar con La Careta en su discoteca, ¿por qué correr el riesgo de que alguien lo viera salir con una chica?

Dejando a un lado lo imprudente que solía ser en esos tiempos, cuando estaba tan reciente la muerte de su padre... En ese caso, tendría sentido haberlo hecho si conociese en realidad la conexión que había entre Emilio y Mireia. Liarse con la hija de uno de sus hombres frente a sus narices hubiera sido de muy mal gusto para cualquier miembro de esa mafia.

—Se acercó a ella para joderos —afirmé casi seguro de lo que decía, sin embargo, la expresión de Emilio se tornó más enfurecida.

—Para joderme a mí —declaró apretando los dientes.

—¿De qué te conoce él?

Estaba a punto de mandar al infierno mi capacidad para mantenerme sentado en la silla.

—Porque yo maté a su padre.

Hostia. Todo me cuadró de pronto. Emilio podía ser un alcohólico desesperado, pero sabía muy bien por qué cojones le interesaba hablar. Quizás yo no era el tipo ideal para su hija, pero sabiendo lo que ella se traía con Nil la situación me atañía tanto como a él.

Nil sabía quién había matado a su padre, había dado con su hija, la había llevado a territorio de La Careta, la había besado delante de ellos y había huido de su mano cuando la policía realizó la redada antidrogas en el local. Lo había calculado a la puta perfección. O casi. Porque poner a una chica inocente en la mira de una mafia vengativa y encabronada por poder... Eso era jugársela demasiado.

Aquella noche Nil no sólo pensaba cabrear a La Careta, buscaba hacerle saber al asesino de su padre que podía llegar hasta su hija.

Y lo había conseguido, con creces.

Impedí que las manos me temblaran saltando de la silla cual gacela cuando ve venir al guepardo. Mierda, mierda, mierda. Nil me la había jugado delante de mis narices. Y puede que siguiera jugándomela... Ya dudaba de todo lo referente a mi mejor amigo.

—Sé un líder y acaba con él... —lo escuché decir a lo lejos con la voz rasposa y el tono desabrido, grave, irrebatible.

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