Capítulo 76 | Soles y tormentas
Mireia
Había vuelto a pasar otra noche sin dormir apenas. Ciro y Nil habían estado toda la noche en vela reuniendo a sus equipos para eliminar cualquier conexión con el laboratorio de Girona. Escuché que llegaban sobre las seis de la mañana al ático, todavía ajetreados. Ciro no quería dejarme a solas y esa vez ni Mateo ni Ciber podían ocuparse de vigilar la zona.
Salí del dormitorio después de ponerme algo cómodo para estar por casa que no fuera el pijama. Estaba cansada de dar vueltas en la cama y no poder conciliar el sueño por más de unas pocas horas. Los nervios no lo hacían nada fácil, pues había vuelto a levantarme con el estómago como si lo hubieran pasado por una centrifugadora.
Todavía no había amanecido y los dos estaban en la barra con la luz de la cocina encendida.
—Buenos días —los saludé dedicándoles a ambos una corta mirada—. ¿Cómo ha ido?
Encendí la cafetera, dándoles la espalda. Todavía no había hablado con Nil después de lo que me dijo en su casa el día de su cumpleaños. Saqué tres tazas del armario.
—Hola —me saludó Nil.
—Ahí vamos —respondió Ciro—. ¿Qué tal has pasado la noche?
Me encogí de hombros y saqué la leche del frigorífico.
—Ahí voy —opté por decir también.
—¿Y eso? —quiso saber Nil.
Me volteé para dejar los cereales en la barra. Los dos me estaban mirando. Supe que Ciro no quería decirle nada sin mi consentimiento, así que me dispuse a contestarle.
—No duermo bien últimamente... Tengo pesadillas, por lo de mi padre.
Nil lo comprendió al momento.
—Si necesitas algo, pídemelo.
—Gracias —musité antes de voltearme a por los cafés.
Les tendí dos tazas de café solo y ambos me lo agradecieron con una sonrisa sincera desviando la vista del portátil. Me senté en el taburete libre, al lado de Nil, mientras ellos volvían a sus cosas.
Pensé seriamente por qué me había preparado el desayuno si apenas tenía estómago para eso, pero no había cenado nada la noche anterior y el cuerpo me pedía energía después de tanto moverme durante la noche y no descansar.
Sorbí el café con leche mientras los escuchaba discutir sobre lo ocurrido.
—La matrícula era falsa, cuando la comprueben no los llevará a ningún sitio —expuso Nil—. Las únicas huellas que van a encontrar son las de Miguel. La mercancía estaba limpia.
—Llegaba cargamento regularmente y sabían que estos envíos en concreto se hacían el día nueve de cada mes. No ha sido ninguna casualidad. Tienen que haber visto algo sospechoso en las últimas entregas —pensó Ciro en voz alta.
—Quizás.
Mastiqué un puñado de muesli y me lo tragué. Noté que mi estómago se revolvía. Escucharlos hablar me ponía todavía más inquieta. No pasaron ni dos segundos de pensarlo cuando tuve que correr al lavabo. Vomité lo poco que había tomado en el desayuno. Luego tuve un par de arcadas en las que lo único que obtuve fue un quemazón en la garganta y dolor de estómago por el esfuerzo.
Ciro, que había venido detrás de mí, me recogió el pelo. Me lavé la boca y me sequé un poco con la toalla. Advertí a Nil aguardando en el marco de la puerta.
—Sabía yo que ibas a ponerte mala —farfulló.
—¿Estás bien? —me preguntó Nil.
Asentí, pero no era verdad. No del todo. Caminé con ayuda de Ciro hasta el sofá y me dejé caer.
—Anoche no cenaste, ¿verdad? —indagó mi marido. Negué—. Relájate un poco y prueba a comer algo más.
—Vale —acepté sin gana.
Me trasladó el desayuno a la mesita del salón y me acercó un cojín.
—Toma, dale esto. —Nil le pasó un vaso de agua a Ciro, quien lo dejó junto al café—. Voy a preparar una manzanilla para aliviarte el estómago.
—No creo que me entre —los avisé y justo entonces tuve que volver a salir corriendo al baño.
No sé si fue del trabajo para llegar allí en esas condiciones o la velocidad lo que me provocó un pequeño mareo. Por suerte, Ciro estaba detrás para sostenerme porque todo empezó a nublarse.
—Me estoy mareando.
—No te muevas —susurró dejándome sentada en la tapa del inodoro—. Respira hondo. Nil, tráeme agua.
—Está muy pálida —mencionó el otro pasándome un vaso de agua que apenas podía sostener.
Ciro me ayudó a tomar un poco.
—¿Se te pasa? —me preguntó uno de los dos, no distinguí muy bien quién.
—Un poco.
—Creo que es mejor que la llevemos a Urgencias. —Ese fue Nil, no cabía duda.
—Vámonos ya, la veo muy mal —lo instó Ciro—. Busca un cubo bajo el fregadero, por si vomita más.
—Se me pasará... —les dije, pero ya me estaba ayudando a levantarme.
—¿Sigues mareada?
Negué con la cabeza. Ya sólo tenía mal cuerpo, por lo menos el mareo había cesado.
Salimos del ático y bajamos por el ascensor al garaje, donde Nil tenía aparcado su coche en una de las plazas que casi siempre estaba libre porque los vecinos eran extranjeros y usaban el piso de veraneo. Subí a la parte de atrás después de insistirles en que quizás estaban exagerando.
—¿Bien? —cuestionó Nil mirándome desde el espejo retrovisor mientras conducía.
—Sííí —pronuncié elevando el tono y alargando la sílaba—, no tendríamos que haber venido. Ya se me ha pasado.
—Tendrías que verte... —arguyó Ciro a mi lado—. No repliques más. A ti te va a ver un médico y punto.
Nil aparcó frente al hospital, cerca del área de Urgencias.
—Mierda, Ciro. Quizás tendríamos que haber llamado a Marcial —razonó volteándose en el asiento.
—No pasa nada, entra tú con ella.
Nil abrió la puerta de mi lado y me ayudó a salir. Ciro se quedó sentado con una expresión amedrentada en el rostro. Su mejor amigo le lanzó las llaves dentro y cerró la puerta, dejándolo solo. Pasó una mano por mi espalda y me guio hasta la sala de espera de Urgencias.
—Voy a pedir que te vean.
Me quedé sentada en una de las sillas mientras él se acercaba al mostrador a dar mis datos y a explicar lo que me pasaba. Eché un vistazo al aparcamiento en busca de Ciro, pero no se veía desde mi lugar. Tardó en venir unos diez minutos, al parecer estaba intentando convencer a la recepcionista de que nos colase y mientras tanto nos llegó el turno.
—Ya está, dice que pasemos a la consulta 4. Ven.
—Ya me encuentro mejor —le hice saber otra vez, rechazando su mano y levantándome sola.
Caminamos por el pasillo en busca de la consulta.
—Si es por lo que te dije... —empezó diciendo, refiriéndose a mi comportamiento con él.
—Ya hablaremos de eso —susurré abriendo la puerta.
La consulta era pequeña, pero suficiente para atender. Una mujer morena con bata blanca nos saludó sentada detrás de un escritorio.
—Mireia, ¿verdad? Siéntate. ¿Desde cuándo tienes los vómitos?
—Desde esta mañana, pero llevo con náuseas varios días. Estoy nerviosa, eso es todo.
—Bueno. También te has mareado —dijo leyendo la nota en su ordenador.
Asentí.
—Eso ya me preocupa más. Te he mandado una analítica para ver si tienes los niveles bien. Toma —dijo pasándome los tubos y un frasco para la orina—. Cuando estés, pásate por Enfermería y te sacarán sangre. No tardarán los resultados; en cuanto estén te avisarán para que pases de nuevo, ¿vale?
—Vale, gracias.
Nil me acompañó hasta la puerta del aseo.
—¿Puedes ir e informar a Ciro mientras? Te espero ahora en la Enfermería.
—No te preocupes —alegó negando—. Estará bien. Voy a llamarlo.
Cedí y entré al aseo. Una vez llené el envase, Nil me acompañó a entregarlo y estuvo detrás de mí mientras un hombre entrado en años me extraía sangre con una jeringuilla. Desvíe la vista hacia el lado para no mirar el proceso. Me da mucha tiricia.
—Listo, chica. Te avisarán cuando tengamos los resultados —me informó con una sonrisa.
Le di las gracias y regresamos a la sala de espera, a la que habían llegado más pacientes. Nil tomó asiento a mi lado, con el torso adelantado y apoyando los codos en las rodillas. Soltó aire mientras se hacía el pelo hacia atrás.
—Si te encuentras mal, dímelo.
Asentí sin girarme.
—No sabía que estuvieras así. Ciro no me ha dicho nada... Desde que vio las fotos omite muchas cosas de ti.
—Es normal, Nil... ¿Qué harías tú en su lugar?
—Ya, joder —masculló recostándose—. Pero esto es distinto. Si no llego a estar en el ático, seguramente no hubiera podido ni traerte. Los hospitales, las ambulancias, los médicos... Todo eso es superior a él.
—Te hubiera llamado.
—Ya. Yo siempre soy el segundo.
Lo miré perpleja.
—¿Estás así por eso?
Dirigió su vista al techo y se cruzó de brazos, en silencio. Resoplé.
—Eres gilipollas. Si dejaras de serlo, te darías cuenta —escupí molesta de volver a lo mismo—. Estoy casada, Nil. Entiéndelo de una maldita vez. No puedo darte lo que tú quieres. Esto es lo que hay y, si no te gusta, no vuelvas a...
—Mireia Peñalver —me llamó una auxiliar.
—Sí —confirmé levantándome.
—Pasa a la consulta 4.
Los dos pasamos algo distantes. Tomé asiento en una de las sillas, pero él permaneció de pie.
—Está todo bien... —anunció leyendo el informe con los resultados de la analítica—. ¿Sabías que estás embarazada?
Casi me atraganto con la saliva.
—¿Cómo?
—De unas cinco semanas. ¿Has tenido algún retraso con el periodo?
Me quedé callada. No supe responderle, de repente me había bloqueado.
—Eh... Supongo. La verdad es que no me he fijado.
—Eso es lo que te está causando las náuseas. Enhorabuena —nos felicitó a mí y a Nil, pensando que él era mi pareja. Me volteé mirándolo. Nuestros ojos se encontraron inquietos ante la sorpresa, y quizás también con una pregunta implícita—. El mareo que te ha dado es porque tienes la tensión baja. Si llevas sin comer bastantes horas... —Asentí—. Deberías tomar algo en cuanto salgas. Mídetela esta tarde y si ves que sigue saliendo baja, vuelve a que te hagan un estudio más profundo. En cuanto al embarazo, puedes pedir cita para ver a la matrona y que te haga un seguimiento.
Parpadeé sin creérmelo. No daba crédito. ¿Cómo se me había pasado algo así?
—Puede que las náuseas persistan durante unas semanas más —continuó y me pasó el informe—. Es algo normal, no te preocupes.
—Gracias —le dije cogiendo el papel y poniéndome en pie.
Salí de la consulta con los nervios igual o peor que cuando llegué.
—¿Estás embarazada? —inquirió Nil tomándome del brazo para que me detuviera y me girara hacia él.
—Yo también me he enterado ahora mismo —respondí sin haber podido captar del todo el tono en que me lo había preguntado. Parecía ofendido—. Esto no puede saberlo Ciro. Aún no. No con este lío, madre mía... No le digas nada —le pedí casi suplicando mientras doblaba el informe varias veces y se lo pasaba—. Guárdalo.
—Mireia...
—Por favor, Nil. No es el mejor momento.
Me encogí ligeramente a causa de una pequeña náusea. Nil metió el papel deprisa en su bolsillo, arrugándolo un poco.
—Vamos a que desayunes como es debido —dijo finalmente.
Anduvimos por el pasillo hasta la salida, todavía con la mente en la consulta. No esperaba aquello, me sobrevino y no supe cómo gestionar la situación. Si hubiera podido ser posible, Nil tampoco lo habría sabido. No era la época ideal para que estuviesen pendientes de mí. Suficiente teníamos ya con lo de mi padre y La Careta.
Aunque, como bien sabía, ninguna tormenta es eterna... Era en lo único que podía pensar. En cuanto pasara todo se lo diría a Ciro.
Cuando llegamos al coche, él estaba fuera hablando por teléfono. Parecía ser con Mateo por la confianza con la que le dijo que ya habíamos vuelto de Urgencias. Colgó.
—¿Qué te han dicho? —preguntó acercándose a mí y acariciando mi cintura con una mano.
Sentí un cosquilleo mientras asimilaba todavía la información.
—Son los nervios y que tengo la tensión baja.
—¿Ya está? ¿Y los mareos?
—Tiene que comer bien. Si sigue como va, le seguirán dando —añadió Nil.
Ciro asintió.
—Vamos a la panadería a por un buen desayuno —resolvió pasándole las llaves del Alfa Romeo a Nil.
Condujo hasta dar con una panadería y Ciro, que no hizo más preguntas, trajo una bolsa llena de cruasanes, ensaimadas y cañas de chocolate.
—Así me gusta. Comida rica. —Sonrió Nil poniendo rumbo al ático.
Los tres devoramos todo lo que había comprado junto con unos vasos de leche calentitos, a petición mía, que Ciro se encargó de preparar cuando Nil estaba atendiendo unas llamadas. Estuve segura de que ellos tampoco habían tomado nada desde el mediodía anterior, ni siquiera el café que les había preparado un par de horas antes y que seguía allí ya frío.
Les dije que iba a darme una ducha y que no se preocuparan por mí, que estaba bien. Se quedaron conformes y siguieron intentando averiguar más sobre el irrupción de la policía en la fábrica. Cuando por fin estuve sola en el baño, me senté en el inodoro con las palabras de la doctora repitiéndose en mi cabeza de nuevo. «¿Sabías que estás embarazada?».
Había pensado en tener hijos, sobre todo después de que Ciro me pidiera matrimonio, aunque sin poner fecha a cuándo. Sin embargo, lo importante no era si entraba en mis planes del año, sino echar un vistazo a mi calendario menstrual... Me tendría que haber bajado la regla hacía dos semanas, Dios santo. ¿Cómo había podido pasárseme tanto sin darme cuenta?
Los acontecimientos no me habían dado descanso y se me había olvidado ese detalle presente cada mes. Además, siempre había usado protección... Bueno, casi siempre. En alguna ocasión no estaba pensando precisamente en evitar un embarazo inesperado, sólo pensaba en que mi relación con Ciro se había fragmentado, a pesar de haber intentado impedirlo.
El problema es que esa falta de raciocinio había estado presente más de una vez y no sólo con Ciro... porque, mierda, Nil y yo tampoco nos protegimos.
Cinco semanas de gestación. En la cabaña estuve tres semanas antes, así que no podía ser por Nil. La doctora no podía equivocarse en eso, ¿no? Me convencí a mí misma de que dos semanas de diferencia era mucho como para pensar que podía ser de él. Era obvio que había sucedido antes, cuando Ciro y yo lo hicimos de forma precipitada y sin pensar en otra cosa. Estaba embarazada de Ciro. No cabía duda.
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