Capítulo 50 | Secreto a voces
Mireia
Cuando uno está enamorado, empieza por engañarse a sí mismo y termina por engañar a los demás. Eso escribió Oscar Wilde en El retrato de Dorian Gray y podía corroborarlo.
Cuando volví de comprar el traje de mi madre, pasé por el ático a por una mochila de ropa. Haríamos una noche de chicas en casa de Lucía. Sus padres eran muy buenos con ella y nunca le ponían impedimento cuando se trataba de una pequeña fiesta de pijamas.
Todavía seguía pensando en lo que pasó en mi despedida, pero pasar la tarde como adolescentes cotilleando de cualquier cosa y viendo una miniserie me ayudó bastante. Menos mal que a mis amigas se les había ocurrido reunirnos la noche en que Ciro celebraba su despedida de soltero. No estaba preocupada. No por la despedida, al menos.
Lo que me preocupaba era lo que había hecho estando ebria. Jamás, en mi sano juicio, habría besado a Nil. No después de todo lo que había ocurrido entre nosotros. Incluso se me pasó por la cabeza que esa toxicidad había terminado contaminándome.
—Eros y yo estamos saliendo —exclamó Sole—. Es oficial, tenemos una relación.
—¿Eso significa que vendréis juntos a mi boda?
Sole contuvo una risita.
—Espero que me hayas puesto en su misma mesa...
—Sí, tranquila. Lucía colocó a todos los amigos de los novios en una misma mesa. Parece que estás más atenta a Eros que a la planificación... —me mofé mientras Lucía se quedaba al margen. Se había mostrado un poco ausente desde que había salido el tema de la boda.
Me quedé mirándola, intentando descifrar qué le ocurría. Iba a decirle que Nil podría hacerle compañía cuando Sole estuviese con su novio, pero su expresión cambió a una más seria y se me adelantó:
—No debería de decírtelo, pero sé que ya lo sabes.
Fruncí el ceño. Sole dejó de reírse.
—¿El qué? —pregunté preocupada. Por un momento pensé que había descubierto que eran mafiosos.
—Que Nil está enamorado de ti.
Toda arruga que había contorsionado mi rostro desapareció para dar lugar a un lienzo en blanco. Parecía mentira, pero escuchar la palabra «enamorado» junto al nombre de Nil era demasiado diferente a haberle oído a él mismo decirme que yo le gustaba cuando estuvimos en la cabaña. Podía comprender que pudiese sentir una atracción física, porque los dos tenemos ojos en la cara; sin embargo, de ahí a que hubiese otros sentimientos...
—¿Cómo lo sabes? ¿Nil te lo ha dicho? —musitó mi mejor amiga sin dar crédito.
—Sólo tuve que fijarme en él y en cómo te miraba... —confesó dirigiéndose a mí—. Cuando estuvimos hablando fue de eso.
Mi vista se había perdido en el suelo. Tenía que procesarlo.
—¿Lo sabías, Mireia? —pronunció la voz de Sole.
Mi nombre me despertó de la laguna negra en la que estaba sumergiéndome. Las observé a las dos y solté el aire de los pulmones lentamente.
—Supongo que sí. —Fue apenas un susurro—. Joder. Esto... es complicado.
Me mordí la boca.
—Espera, Nil te besó. En el río —recordó Sole.
—No ha sido la única vez —admití despacio y con la voz casi apagada—. Lo ha hecho más veces de las que quiero recordar. Es el mejor amigo de Ciro, joder.
Me eché hacia atrás en la cama tapándome la cara con las manos.
—Si Ciro llega a saber todo lo que ha pasado. Las veces en que me ha puesto entre la espada y la pared...
—Lo sé, Nil me contó...
—Y anoche —continué—, cuando apareció en la despedida, estaba borracha y lo besé. He amanecido en su casa, por suerte sólo dormimos, pero le hemos mentido a Ciro en la cara. No sé qué cojones...
Rompí a llorar.
Mis dos amigas me abrazaron. Sabía que podían entenderme, que se imaginaban cómo era estar con alguien felizmente y que otra persona se metiera a la fuerza en la relación, reclamando algo que nunca existió y provocando emociones que confunden.
—Debería habérselo contado a Ciro el primer día. No hubiera tenido que callármelo cuando en medio de la boda de Neus me encerró en el baño para decirme que no estuviera enfadada con él... Él sabía que Ciro iba a pedirme matrimonio —les dije abriendo los ojos— y aun así me besó. Dos veces.
—Joder... No tenía ni idea de esto —articuló Sole acongojada.
—Pensé que podía controlarlo, pero todo se ha vuelto una espiral de la que no puedo salir.
Cogí aire para evitar ahogarme con mis propias lágrimas y me limpié la cara.
—Creo que deberías hablar con él. Vas a casarte con Ciro, tiene que saber que en tu vida sólo habrá una persona y cortar de inmediato ese libertinaje —me aconsejó Lucía de la forma más sincera—. Tiene que respetarte y si no lo hace ya puede ir despidiéndose de su mejor amigo.
—Ese ha sido siempre el problema. Yo no quiero hacerle daño a Ciro.
—Pero es que es Ciro o tú. Al final, por no hacerle daño a él has acabado haciéndotelo a ti misma.
—Tiene razón —la apoyó Sole—. No puedes callártelo más. Nil se lo ha estado buscando todo el tiempo. Ya no tenemos quince años, él es perfectamente consciente de lo que hace.
Asentí, reflexionando. Luego de un rato en silencio, les pedí que me distrajeran de la realidad y pusimos una película de fantasía. No obstante, cuando nos fuimos a dormir, no conseguí conciliar el sueño. Rememoré como un disco rayado las veces en que Nil se había acercado a mí cruzando esa línea tan peligrosa. Había ido apretando y apretando hasta que la pelota había explotado.
«¿Y qué pasa conmigo? ¿Me vas a decir que no sentiste nada cuando me besaste?».
♡
Desde que Ciro regresó de Ibiza no paramos quietos en toda la semana. Todo eran preparativos por acá, preparativos por allá. El catering, los platos a servir, el DJ, la playlist de la boda, las alianzas, ensayos en la iglesia, flores y luces para la decoración... No dábamos abasto. Por suerte mis amigas y Nil estaban ayudando mucho y todo iba viento en popa.
Ya teníamos preparados los atuendos para el gran día. Los habíamos dejado en mi casa y pasaríamos a recogerlos el sábado al mediodía antes de encaminarnos a la finca donde celebraríamos el enlace y el convite. Estaba muy nerviosa y supongo que no pensé con claridad cuando Nil me llamó para que lo acompañara a la iglesia porque no quería ir solo.
Como Ciro estaba ocupado con su trabajo y otros temas de los que prefería no enterarme, me tocó a mí. A regañadientes, bajé a la puerta de la urbanización y esperé que apareciese con el coche. No sé quién me mandaba a mí a aceptar verme a solas con él después de último nuestro encuentro.
—Sabes que no te van a comer por ir a recoger un papel, ¿no?
Nil tenía que ver con el cura el texto que leería en la boda. Tan sólo tenía que pasar y hacer una pequeña prueba de entonación. El sacerdote era muy quisquilloso en ese sentido, cosa que agradecía porque yo también deseaba que todo saliese perfecto.
—Me da mal rollo. Todo está a oscuras y huele a muerto.
—Huele a flores, no seas ridículo —lo sermoneé.
La verdad es que la iglesia era de nueva construcción, por lo que perdía cierto encanto. Cuando pasamos al interior, un fresco sepulcral me recorrió la piel. Él me miró con las cejas en alto como diciendo «¿lo ves?». Puse los ojos en blanco y nos adentramos hacia la capilla iluminada donde el sacerdote estaba arrodillado.
Esperamos afuera a que terminase y mientras admiré las imágenes condecoradas tras el altar.
—Hola, disculpad —saludó el padre Jeroni con una sonrisa—. Os lo traigo enseguida.
Cuando salió de nuevo, le entregó a Nil el papel con la lectura que tendría que hacer durante la misa. Mi madre me había dicho que le encantaría haber leído algo, pero que no se sentía preparada. Por ello, le tocó al padrino.
—Los corintios —recitó—. No sé yo... ¿Puede ser otro? —le comentó al religioso un poco guasón después de un rápido vistazo al fragmento.
—¿Tiene algún problema con ellos?
—No, pero... esperaba otra cosa. Ya me entiende, algo más religioso.
—Así ha sido la voluntad del novio, creo que como buen padrino no debería quejarse tanto.
Le hizo una seña con la mano para que comenzase leyendo la primera frase. Nil se aclaró la voz y dedicó unos segundos a repasar varias veces la oración antes de leerla en voz alta:
—Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios —pronunció con seriedad—. ¿Así está bien?
—Un poco más alto y grave. Habrá micrófonos, pero no puedes leer la Biblia como si leyeses el periódico.
—Vale, a ver ahora. —Se aclaró de nuevo la voz para luego elevar el tono—: Lectura de la primera carta del apóstol San Pablo a los corintios.
—¡Perfecto!
Sonreí emocionada y me uní al pequeño aplauso del sacerdote. Nil bajó el papel con el texto, restándole importancia. Lo dobló guardándoselo bajo el brazo y nos despedimos hasta el sábado luego de ultimar la hora. La misa comenzaría a las siete y media.
Un incómodo silencio se instaló en el coche después de que le pidiera que me dejara leer su texto y se negara en rotundo. Ciro se había encargado de elegir con el cura todo lo referente a la misa del enlace y no sabía mucho más de la lectura que tenía que hacer Nil.
—Creo que deberíamos hablar de lo que pasó en la despedida —le dije cuando pasamos por la calle paralela a la playa. A pesar de que era lo último que quería hacer, sabía que era necesario. Para ambos—. Lo he estado pensando y puede que tengas razón.
Lo miré con pesadumbre. Orilló el coche sobre el paso de peatones y giró la cara hacia mí. Sus ojos no se apartaron de los míos, suplicándome de forma silenciosa que fuera un poco más explícita.
—Puede que también sienta algo contigo —pronuncié acordándome de la contundente afirmativa de Lucía—, pero saberlo no cambia nada. Lo que siento por Ciro no cambia. Quiero estar con él, así que tenemos que olvidar todo lo que ha pasado entre nosotros.
—No puedo olvidarme —rechistó.
—Para mi tampoco es fácil. ¿Sabes lo que me ha costado convivir con él estos días sabiendo que le hemos mentido a la cara? Hay que cerrar esto, no puede ir más allá. Nunca pasó y ya está.
Nil permaneció callado unos minutos. Su mirada se movía por el salpicadero buscando un punto de inflexión.
—Ciro no sabe nada de esto. Seguirá siendo así a menos que los dos estemos de acuerdo en lo contrario. Respetaré tu decisión, Mireia, pero no voy a poder olvidarme nunca de esto.
Vislumbre su rostro un tanto afligida. Sus palabras estaban cargadas de un dolor que no había visto antes en él. Ahí comprendí por primera vez que desde mi estancia en la cabaña nuestra relación había cambiado, que a partir de ahí no volvimos a ser las mismas personas.
Sería ese beso en el río o el desorden que causó con sus confesiones lo que hizo que él se colase poco a poco dentro de mí. Lo que me quedó claro esa mañana de agosto es que Nil se había enamorado de mí y que puede que yo también sintiese un apego similar hacia él.
—Pero así tiene que ser. Hay un límite.
Se rio vagamente.
—¿La virtud sobre el placer? —cuestionó con un deje melancólico—. Ahora te pareces más a ese tal Séneca.
Me lo quedé mirando un instante antes de abrir la puerta y entrar en la urbanización. Oí cómo aceleraba a fondo, marchándose. Sólo deseaba que la espiral no terminara por tragarnos a los dos; pero, como decía Cervantes, cada cual se fabrica su destino.
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