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Capítulo 14 | Antiguos demonios

Mireia

Quien vive de ilusiones, muere de decepciones. Un refrán bastante conocido que yo no me podía tomar tan a la ligera, pero en ocasiones es como si no hiciese caso a esa vocecita interna que me avisa de que la que peor parada terminará soy yo.

Había estado avisando a Ciro cada dos días de que todo estaba en orden, cortando la llamada nada más hacérselo saber, pero a la quinta las cosas fueron distintas. No inició preguntando si estaba bien, no.

Fue como ir caminando y chocar de repente con una pared invisible. Estaba ahí, pero no fui capaz de verla hasta que di de lleno con ella.

—Mireia, la alerta ha terminado. Las reglas siguen en pie, por supuesto, pero no volveremos a contactar a menos que la situación lo requiera.

Y colgó, sin decir adiós.

Me enfadé, sí, lo hice. Lo hice porque eso era justo lo que quería: no hablar con él, alejarme; aunque, por desgracia, no era lo que mi corazón anhelaba. Tener algo entre mis manos, una emoción tan potente, y que quien la provocaba se esfumase de la noche a la mañana...

Los primeros días no conseguía soportarme a mí misma. No fue como volver a esas dos semanas después de venir de los Pirineos, fue peor. Fue como si matase la poca esperanza que tenía en que él fuese de verdad la persona que había visto aquellos días.

Tan irritada estaba que el viernes le grité a mi madre cuando fue a coger la comida que había sobrado al mediodía. Le dije que se gastase su dinero en vez de comer del mío, que estaba cansada de trabajar para ella como una esclava. Al parecer había vuelto a comprar droga porque cuando se volvió para hacerme frente vi sus pupilas dilatadas.

—Haré lo que me da la gana, porque esta es mi puñetera casa.

Salí de la cocina, hecha una furia, dispuesta a hacer algo, cualquier cosa con tal de no seguir viviendo bajo su mismo techo. Pero no tenía suficiente dinero para pagarme un alquiler. Gracias al cielo, una de las cosas que hizo mi madre los primeros meses después de que mi padre se fuese fue dejar pagada la hipoteca que quedaba con el dinero que le dio el abuelo.

Así que no tuve más remedio que callarme.

En las notificaciones del móvil vi que Lucía había dicho de salir esta noche. No me lo pensé para aceptar. No aguantaría otro fin de semana encerrada en casa con ese ruido llamado Ciro en mi cabeza.

Me preparé más temprano de lo normal. Íbamos a salir a cenar y luego iríamos a Marea, una disco a la orilla de la playa. El verano no había hecho más que comenzar y, a pesar de las lluvias que presagiaba el presentador del tiempo, esa noche el cielo estaba perdonando. Fui caminando hasta un restaurante mexicano al que hacía tiempo que no íbamos y en el que preparaban las mejores quesadillas que habíamos probado nunca.

Sole gritó cuando se quemó la lengua. Nos reímos hasta que nos dolió la barriga y hablamos de mil temas distintos. Por suerte, ninguna preguntó por mi ausencia de las últimas semanas. Creo que Sole sabía que desde esa noche en Luminoras algunas cosas habían cambiado para mí. Así me lo hizo saber cuando accedí a ir a Marea tras la cena.

—Pensé que volverías a casa. ¿Cómo estás? —me preguntó mientras Lucía iba a pagar y nosotras le pagábamos la parte correspondiente con un bízum*.

—Estoy mejor, quiero olvidar todo lo que ha pasado. Esta noche quiero divertirme a lo grande. Pero... —dije mientras Lucía regresaba— no vendrán vuestros ligues, ¿no?

—No —se apresuró a decir Sole.

—¿Qué te pasó con ese chico en Luminarias? Desde entonces no has salido de fiesta.

Lucía no tenía un pelo de tonta. Me removí incómoda en la silla. No tenía ni idea de qué decir, pero al menos ella no conocía a Ciro. Pensaba que todo era con Nil, así que le seguí la corriente.

—Salió mal. Eso pasó.

—Lo siento —murmuró—. Tranquila, no creo que Raúl esté allí. Tampoco Eros. Es noche de chicas —prometió levantando el meñique.

Las tres hicimos una pequeña promesa de una noche. Fuimos a Marea caminando y agradecí haber traído conmigo una chaqueta. Parecía que había una cola enorme para entrar, pero sólo era la gente abarrotada en la puerta. Entramos enseguida y pedimos unas bebidas. Yo opté por mi refresco de siempre; ellas, un cubata.

Bailamos en un rincón del local un rato, pero mientras mis amigas perreaban* con unos chicos que se movían a nuestro lado me volví a acordar de él y de todo lo que había pasado. Sole se enrolló con el que había bailado y no pude evitar apartar la mirada con un ácido sabor en la boca. Lucía había ido al baño un momento, por lo que estaba sola junto a la barra.

Quería irme a casa, pero uno de los chicos que había en el grupito de al lado pidió dos chupitos de tequila. La camarera puso un salero y limón. No me di cuenta hasta que arrastró el chupito por la madera de la encimera y lo detuvo junto a mi codo.

Levanté la cabeza para mirarlo estupefacta.

—Oh, no. No bebo.

No lo hacía desde los dieciséis, cuando pillé una borrachera y terminé peleándome con Sole a tirones de pelo en la puerta de la disco por una tontería. Ahí me di cuenta de que el alcohol nos nubla la razón, nos hacer sacar lo peor de nosotros mismos, nos hace hacer cosas horribles. Comprendí muchas cosas a la mañana siguiente, cuando me desperté con resaca y lloré como una idiota por haber seguido sin querer los pasos de mi padre.

Porque podía recordarlo. Podía acordarme perfectamente de esa noche.

El chico me miraba como si tuviese monos en la cara.

—¿Qué significa eso?

Me dieron ganas de decirle que le den, que no quería su chupito, pero pensé que «situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas». Por alguna razón los recuerdos no hacían más que salir a flote y yo quería apagar esa parte de mi memoria a toda costa. Tomé un poco de sal, a lo que él entendió y comenzó a hacer lo mismo, luego me bebí el chupito que me ofrecía y terminé chupando el mismo limón que él. Lo siguieron dos rondas más, unas risas y algún acercamiento accidental.

Cuando Sole apareció justo a mi lado no pudo creerse lo que veía.

—Mireia, ¿estás bien?

—¡Estoy mejor que nunca! —exclamé eufórica.

—Pero... tú no bebes.

Mi mejor amiga me lanzó una mirada de incomprensión al tiempo que fruncía el ceño y me preguntaba qué cojones hacía sin abrir la boca.

—Vamos, invito yo a la siguiente. —Sonreí mientras sacaba el monedero.

Me tomé otra más con Sole a mi lado pidiéndome por favor que no hiciese aquello.

—Sé que estás dolida, pero, joder... Esto no, Mi.

—¿Malos rollos con algún tío? —adivinó el chico con el que me tomaba la cuarta ronda.

—Lárgate si no quieres que me convierta en tu peor pesadilla —le gritó Sole para que le oyese por encima de la música.

Él se bebió el chupito y se fue con mala cara.

—Me lo iba a ligar —dije arrastrando las palabras.

—¿Borracha? —inquirió más indignada que nunca—. ¿Qué cojones te pasa, Mireia? ¿Por qué no hablas conmigo? Es él, ¿verdad? ¿Has vuelto a saber de Ciro?

Lucía regresó justo entonces sin reparar en lo que ocurría.

—¡Menuda cola había en el baño! No creo que se tarde tanto en mear... —Se calló al verme entre sal y rodajas de limón, y un momento después sus ojos fueron a parar a la cara de Sole—. ¿Qué me he perdido?

—Mireia está pedo.

—¿Qué? ¿No se supone que no bebías?

—La verdad es que esta noche me la suda todo —vociferé cansada de oír lo que tenía o no tenía que hacer.

Conforme me levanté del taburete noté todos los efectos del alcohol hacerse con mi sistema nervioso, cosa que dejó de importarme cuando al levantar la vista lo vi a él y a Nil en el centro de la discoteca.

Como un impulso, mi corazón latió con fuerza. Me quedé clavada en el sitio. No podía estar viéndolo justamente a él, en ese sitio, con lo enorme que era Barcelona. Las casualidades me iban a matar, el destino o lo que quiera que fuera. A Ciro también le chocó verme. Apartar la mirada fue tarea imposible. Entonces, Sole me dio media vuelta.

—Lo que faltaba... Mireia, mírame.

—¿Cuántos dedos ves? —preguntó Lucía pasando su mano por delante de mi cara—. ¿Cuánto lleva sin probar el alcohol?

—Ocho años. Joder, nena. Has bebido demasiado.

—¿Estoy loca? —articulé como pude intentando elevar la voz hasta sobrepasar el sonido de mi corazón latiendo en su cavidad como una máquina a punto de estallar.

Me volteé soltándome del agarre de mi mejor amiga y vi cómo Nil instaba a Ciro a salir de allí. Entonces, comencé a recordar ciertas cosas. Como que no podíamos estar en un mismo espacio público. Como que Ciro y yo teníamos una historia juntos que había significado algo para mí. Como que había bebido demasiado e iba a vomitar en cualquier momento.

—Necesito... ir al baño.

Agradecí que mis amigas reaccionaran rápido porque fue llegar a los lavabos y echar la pota. Me sentí tremendamente mal y no fue sólo lo físico. Ciro hacía que todo mi interior se agitase, que se reactivara, que quisiera correr hacia él y lanzarme a sus brazos.

Esa noche fue un completo desastre y los días siguientes me sentí fatal porque había traído viejos recuerdos que ya sólo me perseguían de noche, durante las pesadillas.

__________

*Bízum: sistema de pago inmediato que permite enviar dinero de móvil a móvil usando sólo el número de teléfono.

*Perrear: forma de bailar entre dos o más personas con los cuerpos pegados, moviendo las caderas con sensualidad y, a menudo, bajando hasta casi agacharse.

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