CAPÍTULO VII
Dieciocho años en el pasado.
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Min YoonGi no había podido entender por qué le había tocado esta vida. Una vida llena de muerte y miseria; sangre, codicia y odio.
YoonGi había sido —desde su infancia— un niño brillante, dotado de un intelecto que asombraba a los adultos a su alrededor y asustaba a sus propios padres; una pareja indiferente y ausente. A los padres de YoonGi nunca les interesó que su pequeño hijo haya resultado un genio, pues era inútil si nada podía aportarles… su brillante cerebro no iba a devolverles la vida que desperdiciaron al tenerlo.
Él creció sabiendo que nunca fue deseado ni querido por sus padres. Éstos recalcándole que les había arruinado la vida, y que mientras menos les causara problemas… mejor. Entonces un día, todavía siendo un niño muy pequeño, huyó de casa, sin rumbo, dejándole su camino al destino. Lo que sea que le deparara.
YoonGi sobrevivió en las calles desde los siete años hasta los diez, cuando se topó con una mujer que le regalaría su primera comida en días y le ofrecería un techo donde quedarse.
Esa mujer había sido la madre de JungKook.
YoonGi únicamente había aceptado la comida, rehusándose a quedarse en hogar ajeno cuando su instinto punzaba en su pecho y le decía que no debía confiar tan pronto en nadie. Pero YoonGi no sabía que el instinto o las corazonadas no tenían nada que ver esta vez, y simplemente era su corazón herido desconfiando de la nobleza ajena; pues él, no sabía que existía.
YoonGi se vio a sí mismo regresando donde la mujer, quien siempre le esperaba y recibía con una cálida sonrisa y un almuerzo caliente. Todos los días algo diferente, y si no lo era, a él no le importaba, su estómago estaba más que agradecido.
Nunca pronunció una palabra, todavía ansioso y temeroso, y la mujer pareció entenderlo. Ganarse la confianza de un niño que parecía haber pasado por mucho no iba a ser fácil, pero un día, YoonGi llegó más temprano que de costumbre. El hambre obligándolo, y ella no pudo contenerse más.
—¿Por qué un niño como tú mendiga en la calle? ¿Y tus padres? —la mujer de cabello largo y castaño le miró con curiosidad, sonriendo al ver cómo YoonGi tragaba el sándwich de atún que se le había sido ofrecido esta vez.
Ella realmente no esperaba una respuesta, pues el muchacho nunca le miraba a los ojos por más de un segundo, y tampoco se quedaba demasiado, huyendo con el bocado todavía en la boca y el resto de comida en sus manos. Sus pies maltratados y descalzos corriendo por la tierra en su marcha.
Esa mañana todo fue diferente.
YoonGi tragó y pareció pensarlo un poco. Su largo cabello negro le tapaba los ojos, sus rodillas temblaban, el corazón bombeó a ritmos acelerados y supo que necesitaba responder. Al menos de alguna forma tenía que agradecer a esa persona.
Dio otro mordisco a su sándwich y la miró unos segundos entre la cortina de cabellos enmarañados.
—No tengo padres. —con la boca llena respondió escuetamente, continuando con los grandes mordiscos que le propinaba a la comida.
Ella no hizo nada por ocultar su sorpresa, pero al cabo de un minuto de silencio, se levantó de su lugar. La disposición brillando en sus ojos.
—Por favor no te vayas, enseguida vuelvo. —pidió al pequeño niño, quién no dijo nada, pero tampoco se movió. Fue entonces que tomó eso como un asentimiento y casi corrió a su hogar, donde demoró apenas y un par de minutos.
Para entonces YoonGi ya había terminado su sándwich, todavía con hambre; cosa que olvidó al momento de ver a la mujer regresar. Sus ojos brillaron.
Un par de sandalias le fueron extendidas.
—Por favor tómalas. La tierra se calienta demasiado por el sol, debe ser doloroso caminar así.
De todo lo que la mujer se esperaba como respuesta, no imaginó que el chico se echara a llorar.
Ella, conmovida, no temió esta vez en acercarse, envolviendo al niño en su brazos.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó, todavía sobándole la espalda.
—M-Min YoonGi… —alcanzó a responder entre hipidos, tallándose los ojos con los puños. Sintió la calidez de los brazos de alguien rodearlo por primera vez; de alguien que aún sin conocerlo, se preocupó por él.
—Min YoonGi… qué bonito nombre. Yo soy Jeon Leeah. —La mujer se separó muy a su pesar, limpiándole con un pañuelo las lágrimas que habían hecho un camino claro por su piel cubierta de tierra y mugre—. No tienes que aceptar, pero podrías quedarte a cenar, mi esposo cazó un pavo esta mañana y no hay nadie mejor que él en este pueblo que sepa prepararlo.
Los ojos acuosos de YoonGi por supuesto que se iluminaron y no pudo evitar dejar de lado su timidez e inhibición para asentir fervientemente mientras sorbía la nariz.
YoonGi no se imaginó que después de esa noche volvería todavía con más frecuencia al hogar de los Jeon. Hasta que las visitas dejaron de ser visitas y pronto YoonGi ya tenía una habitación con una cama para él solo y un montón de libros y juguetes que habían sido conseguidos especialmente para él. Ahora ya no sólo tenía un nuevo hogar, sino también… una nueva familia.
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—¡Kim TaeHyung! ¡ven aquí ahora mismo!
La reina gritó, sosteniendo la ropa del príncipe, quien corría desnudo por la habitación, rompiendo en infantiles carcajadas. No pasó más de un minuto antes de que tropezara en la alfombra y se mordiera la lengua al caer con sus colmillitos de leche. La reina corrió a él y en un instante levantó a su hijo del suelo, arrullándolo.
—¿Cuántas veces te he dicho que no corras, TaeHyung? Luna Santa, vas a provocarme un infarto un día de estos… —Rezongó más para ella que para el cachorro que seguía llorando en sus brazos.
Recostó al príncipe en la amplia cama y le vistió. Pronto tomó su oso de felpa y lo extendió a la criatura, quien dejó de llorar al instante y rió contento. Rina suspiró, acomodando los mechones rubios detrás de las orejas de su pequeño, mientras éste —después de la agitación y el caliente baño— se estaba quedando dormido.
Un par de horas más tarde, cuando el sol estaba cayendo entre las montañas y los amarillos y naranjas iluminaban cálidamente la habitación, TaeHyung despertó gracias a un incesante repiqueteo contra el ventanal. Bostezó y talló sus ojitos, levantándose perezosamente antes de saltar en su lugar al ver un ave a través del vidrio. Su curiosidad pudo más que él, y sin mucho cuidado bajó de la gran cama, sosteniéndose fuerte del edredón para no caer de golpe al suelo, y luego corrió, observando con asombro a una lechuza de plumaje tan blanco como la nieve. La criatura planeaba de un lado al otro, como si estuviese jugando con el cachorro, quien no dejaba de observarla y pegarse al vidrio, soltando risas que le endulzarían el oído a cualquiera. Entre su euforia al ver por primera vez a un ave como esa, no pudo percatarse de que aquella lechuza portaba unos iris singulares; el ojo derecho era de un color aceituna y el izquierdo era de un color celeste que resplandecía tanto como el claro cielo.
El ave se detuvo frente al príncipe, y en ese momento la puerta de la habitación fue abierta, provocando que el animal volara lejos, asustado.
TaeHyung quiso llamarla, pero su boca se abrió sólo para cerrarse al instante que su madre le levantó en brazos.
—¿Cuánto tiempo llevas despierto, eh? Pudiste haberme llamado. ¿Tienes hambre? —el pequeño asintió con efusividad, olvidándose al instante de su pequeña visita; tan efímera, que con el tiempo terminaría olvidándola…
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Ciertamente era muy aburrido estar en el castillo, mucho más para un pequeño de cuatro años y medio que no tenía compañía de otros niños. Sus padres no le permitían jugar con los niños del pueblo, decían que era muy peligroso salir del castillo siendo él tan pequeño y no teniendo un guardián todavía. Él por supuesto no lo entendía, y cada tarde se sentaba sobre la alfombra casi con la mejilla pegada al ventanal, para ver a lo lejos a los otros niños jugando cerca de las fuentes; claro, mucho más lejos del castillo, pues su visión era lo suficientemente aguda para poder apreciarlo sin dificultad, así como su oído y su olfato, los cuales se desarrollaban perfectamente como para permitirle olfatear el delicioso aroma de la carne de algún estofado y escuchar a las ardillas chirriando en los árboles por algún lado. Fue justo por eso que TaeHyung pudo escuchar una extraña conversación entre sus padres esa cálida tarde.
—No tuve el corazón de dejarlo. —eso había dicho su madre al final del pasillo.
—Yo sé que no. —su padre afirmó después.
TaeHyung inclinó su cabeza en confusión, acercándose a la puerta para pegar su oreja en ella y escuchar mejor.
—Yo sé que le agradará. Tae se siente sólo aquí, podrán hacerse compañía.
Nuevamente no logró entender, pero no fue necesario darle muchas vueltas, pues temprano, al día siguiente, TaeHyung terminó su desayuno y caminó de la mano del guardián de la reina hasta la habitación principal, donde dormía junto a sus padres.
Entró campante y sonriente, como siempre, hasta que divisó a su mamá sentada a la orilla de la cama, mirando a algo con una suave sonrisa.
Los grandes y curiosos ojos color ámbar miraron fijamente el bultito en medio de la cama de sus padres. Éste se movía suavemente, y por un momento creyó que era un conejo o un mapache como esos que persigue en el bosque; o al menos eso era hasta que un llanto agudo le asustó y la risa suave de su madre se escuchó a su lado de repente. La mujer sobando su espalda. Ni siquiera se había dado cuenta el momento en el que se puso de pie y llegó hasta él.
—Tae, quiero presentarte a alguien especial. —El cachorro miró a su madre, acercándose para sostenerse de las sábanas de la cama. Se asomó, donde una criatura cubierta de mantas lloraba con insistencia.
La mujer se sentó a un lado del bultito y palmeó el lugar frente a ella, para que TaeHyung subiera a la cama también y se acercara; eso hizo, gateó ansioso hasta ahí, y al asomarse un jadeo de sorpresa salió de sus labios, formando una “o” casi perfecta. El llanto cesó de inmediato y unos ojos cerúleos y brillantes le observaron con asombro. TaeHyung exclamó: —¡¿Un cachorro?!
La reina le sonrió y asintió con la cabeza, el bebé que le miraba estiró sus manitas y apretó la nariz de TaeHyung cuando éste se acercó a olfatearlo. Una risita le fue arrancada, entonces su madre habló de nuevo: —Tae, él es Jimin, tu hermano menor.
TaeHyung no necesitó hacer preguntas, una noticia como esa fue suficiente para llenar su corazón. Estaba tan aburrido de no tener con quién jugar en el castillo y la idea de un hermano le había maravillado.
No tomó mucho tiempo para que ambos crearan un lazo especial.
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Las semanas pasaron, y las cosas marcharon bien para YoonGi, que a pesar de no poder acoplarse rápidamente, él creía que realmente no habría nada más por lo que preocuparse; pero eso duró muy poco, tan pronto lo conoció. La noche que llegó y el pequeño encuentro llegando a su cabeza una vez más.
«—YoonGi ven, quisiera mostrarte la casa. —Leeah lo encaminó por los cortos y angostos pasillos, desviándose tan pronto pasaron por la puerta del patio trasero.
Un pequeño niño de tan sólo cuatro años se encontraba en la tierra jugando con una resortera. YoonGi no le prestó mucha atención, hasta que la mujer llegó a su lado.
—Ese de ahí es JungKook, mi hijo.»
Todavía recuerda los escalofríos que sintió al verlo, por alguna razón. Una corazonada tan presente que con eso logró percibir el peso del mundo encima.
El niño se vio apegado a él en menos de una hora, y YoonGi ya no pudo sacárselo de encima; no era como si le molestara tampoco. Era lindo tener compañía mientras hacía espacio en su cabeza para analizar que ya no vivía más en las calles. JungKook era un pequeño muy cariñoso, demasiado sonriente y curioso. E hiperactivo, jodidamente hiperactivo. Todo lo contrario a él.
«¡Yoonie, vamos a jugar!»
Era lo que siempre decía, para luego ser interrumpidos por su padre, quien llegaba siempre a casa con aires de grandeza y kilos de carne fresca en un costal. A YoonGi no le pareció tan extraño al principio, ya que sabía que mientras Leeah se dedicaba a un puesto de frutas y verduras fuera de la casa, él se dedicaba a la caza y venta de carne. No le pareció extraño. Hasta que un par de semanas después… se dio cuenta de dónde exactamente provenía la carne.
—YoonGi, ¿quieres ayudarme? —preguntó con su sonrisa socarrona. Y no pudo negarse, ¿cómo podría?
El chico le acompañó esa tarde de cacería, demasiado nervioso; luego se recordó a sí mismo que sólo estaba ahí para ayudar, y no para hacer algo él mismo.
Fue la primera vez que YoonGi se equivocó.
SeungHo terminó convirtiéndolo en su pequeño ayudante, y luego en su leal mano derecha.
Lo primero que YoonGi aprendió a cazar fueron ardillas y liebres, después mapaches y pequeños venados. Y entonces los conoció por primera vez…
—E-eso… eso es… —Tartamudeó, sin despegar su ojos de la gran criatura a lo lejos, que bebía agua del río.
—Un lobo, licántropo, monstruo. Como quieras llamarle, muchacho. —respondió el hombre a su lado, palmeando su hombro mientras a YoonGi le temblaban las manos que sostenían un arco.
La criatura era enorme. Él nunca había presenciado una de cerca, por supuesto. Creció con las historias de otros seres viviendo junto a ellos en este mundo; escuchó hablar de ellos, con sus padres, con la gente del pueblo. Había escuchado sus características, sabía que se trataba de un animal, pero… jamás se habría topado con uno; porque no vivían junto a ellos, ¿no?
Y ciertamente, lo único aterrador que encontró en ese instante fue la sonrisa de SeungHo.
—N-no… no vamos a matarlo, ¿verdad? —ni siquiera sabía por qué había hecho una pregunta tan tonta, pero algo en su interior le pedía, rogaba porque SeungHo dijera que no.
El hombre se burló y le dio un golpe en la espalda: —Deja de temblar y apúntale. No podemos dejar que escape.
No hace falta decir que YoonGi tuvo que hacerlo luego de negarse hasta el llanto.
Después de ese suceso, no paró. Y como se había mencionado, se convirtió en su mano derecha. SeungHo no tenía mejor cazador a su lado que su propio hijo, y pronto el otro más pequeño también lo sería.
—¿No es muy joven para aprender a cazar? Tiene cuatro. —dijo YoonGi con seriedad, realmente confundido, un par de meses después.
—Mientras más pronto inicien, mejor. —SeungHo se limitó a responder, palmeándole la espalda—, deberías comprenderlo, muchacho, viviste en las calles mucho tiempo, y también eres joven.
—Yo no tenía opción. —su voz débil. SeungHo miró en dirección a su hijo menor y suspiró.
—JungKook tampoco la tiene.
YoonGi tragó saliva, pues era cierto, nadie tendría opción cuando se trataba de SeungHo y sus asuntos en la cacería.
Él tal vez había podido crear cierto caparazón, ¿pero JungKook? ¿qué sería de él siendo tan pequeño?
Fue así como no tuvo otro remedio más que sentarse y observar cómo JungKook crecía en el mismo ambiente hostil que él, pero en otras circunstancias…
Y esas mismas circunstancias le llevaron a descubrir algo que podría empeorarlo todo.
JungKook estaba ya por cumplir cinco, y Leeah pidió que por favor lo llevara a jugar al bosque cercano donde ninguno de los cazadores pisaba la tierra —ya que era parte del pueblo—; todo con el propósito de poder preparar su pastel de cumpleaños sin que el pequeño estuviese merodeando y se diese cuenta. YoonGi no pudo negarse, a pesar de sentir nuevamente una presión en su pecho. ¿Un presentimiento?
—No lleguen muy tarde, por favor. —Leeah se despidió de sus hijos. YoonGi asintió al mismo tiempo que JungKook y fueron de la mano al bosque.
El inquieto muchacho no dejaba de saltar por todos lados, riendo e intentando perseguir cada insecto o ardilla que se le cruzara. El pelinegro seguía sintiéndose extrañamente abrumado.
—¡Yoonie! —La vocecita irritada le hizo volver a la realidad, girándose para ver los grandes ojos del niño mirándole con insistencia—, ¿por qué no me haces caso? ¿te sientes bien?
El puchero le hizo suspirar. Frotó sus sienes antes de acuchillarse en la tierra y sonreírle. —Sí, estoy bien, sólo estoy algo distraído.
JungKook asintió y luego de unos segundos se le lanzó, provocando que YoonGi cayera al suelo e inmediatamente el pequeño se le pusiera encima. Por inercia lo abrazó mientras JungKook reía, pero eso acabó tan pronto como sintió un calor extraño, como si trajera muchas mantas encima, como si alguien hubiese prendido una fogata cerca, como si…
—Oye, ¿Te sientes bien? —preguntó, entre preocupado y consternado, tocando la frente del niño risueño. Su piel caliente como si estuviese ardiendo por dentro.
JungKook asintió con la cabeza repetidas veces. Nunca quitó su sonrisa, y él no comprendió; si estaba enfermo debía sentirse mal. Su calor corporal estaba siendo casi alarmante para el pelinegro mayor, por lo que terminó enderezándose en el suelo y sentando a JungKook frente a él, nuevamente examinándolo.
No parecía sentirse mal, seguía sonriéndole e intentando forcejear con él para jugar. Como siempre hacían.
Iba a abrir la boca una vez más cuando el niño se le abalanzó y cayó de espaldas otra vez. YoonGi estaba dispuesto a olvidarlo, encontrando que tal vez y era el incandescente sol de la tarde o algo por el estilo. Rodaron por el suelo un par de veces, hasta que JungKook volvió a ganar al ponerse encima sin dejarlo moverse. No importaba que YoonGi fuera más grande y fuerte que él al momento, en su lugar fingió que no podía escapar de su agarre, escuchando las risotadas del menor.
—¡Rawr! —JungKook gruñó con su voz infantil y retorció sus deditos como si fueran garras. YoonGi quiso reír.
—Eso no es muy aterrador que diga… ¡AGH! —YoonGi gritó y empujó a JungKook luego de que le mordiera el brazo. El chico cayó sentado al suelo y su sonrisa se borró, amenazando un llanto.
Unas gotas de sangre quedaron en la comisura de los labios del infante, y en sus… colmillos.
El mundo de YoonGi se paralizó, y no se movió aún cuando JungKook comenzó a llorar. Simplemente se sostuvo el brazo y miró la herida: dos pequeños agujeros que habían perforado su piel, más las marcas del resto de sus pequeños dientes de leche. Por primera vez le costó procesar lo que estaba ocurriendo, o era simplemente que su cerebro no quería ver claras las cosas. El sudor frío recorrió su espalda y se obligó a levantar la vista, para observar con ojos nublados al pequeño que lloraba sobre la tierra; un profundo puchero que era aplastado por los pequeños colmillos sobresalientes junto las mejillas rojas como tomates. YoonGi tragó saliva y se levantó con cuidado. Acercándose con sigilo, se tiró a un lado del cachorro y lo atrajo en un abrazo que estaba cargado de incertidumbre, la cual se evaporó en el momento en que JungKook se aferró a él como si su vida dependiese de ello.
«Son bestias con filosos colmillos que sólo sirven para asesinar, ¿no lo ves, muchacho? Nunca sabes cuándo van a transformarse y arrancarte la garganta sin piedad.»
—¿Bestias? —Yoongi susurró muy bajo para sí mismo, aturdido.
—Lo siento, Yoonie… no quise morderte tan fuerte. Lo siento, lo siento… —repitió sus disculpas como un mantra doliente, entre mocos y lágrimas—, yo te quiero mucho, no quise lastimarte…
«Por eso nosotros tenemos que hacerlo primero.»
YoonGi se quedó quieto, y se enfocó mejor en las palabras apenas dichas por el pequeño, las cuales ahora pudo saborear distinto. Como si fueran un recordatorio de que JungKook seguía siendo JungKook y ni siquiera un par de colmillos iban a cambiar eso. JungKook no era ninguna bestia.
Las palabras de SeungHo no tuvieron ya ningún sentido para él.
Suspiró luego de unos segundos y besó los cabellos del menor: —Está bien, deja de llorar, no pasó nada.
El menor se acurrucó en su pecho hasta que el llanto cesó, y la mente de YoonGi pudo aclararse.
Sea lo que fuese, él no permitiría que dañaran a su hermano, así que YoonGi decidió guardar ese secreto desde entonces. Sin pensar en las consecuencias que eso traería en el futuro.
—Yo también te quiero.
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Catorce años en el pasado.
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JungKook había estado mal desde que su padre había traído la cabeza de ese licántropo a casa. No era la primera vez para nadie en esa familia más que para él, y YoonGi estaba tan molesto. Sus intentos por convencer al hombre de que JungKook no tenía la edad para presenciar esas cosas había sido inútil, y ahora parecía que algo dentro del infante de ahora ocho años había cambiado. No quiso hablar con él durante todo el viaje que hicieron esa tarde.
—¿Sabes? Podemos ignorar a tu padre e ir a buscar moras, ¿Qué te parece? —Ofreció YoonGi con una sonrisa, pero no pudo ser contagiada. JungKook seguía estando tan serio como desde entonces.
—¿Por qué sigues llamándolo mi padre? También es el tuyo. —La respuesta escueta y seca le había dejado en blanco. Nadie lo había dicho en voz alta antes.
«También es el tuyo»
No, no lo era. Por sangre SeungHo no era su padre, ni el de JungKook, ni el de JinHan tampoco. Pero YoonGi era consciente que debía serlo por el simple hecho de que era el hombre que los estaba criando, el hombre que les cuidada y protegía, el hombre que aunque parecía que no tenía corazón, lo sacó de algún lado para repartirlo entre los tres. Y aún con todo eso, a YoonGi le costaba entender que ya tenía una familia. Tenía padres, y tenía un par de hermanos.
El silencio los envolvió por un largo rato. Las ramas y hojas secas crujiendo bajo sus pies eran el único sonido, más las aves aleteando entre los árboles.
—No tenemos que hacerlo. —YoonGi insistió después.
—Nos castigará.
—Me echaré la culpa.
—No te dejaré.
El pelinegro mayor suspiró, deteniéndose.
—Sólo quiero que esto no sea tan difícil para ti, ¿puedes cooperar un poco? —se rindió, soltando con brusquedad el bolso que llevaba. JungKook se detuvo y le observó con el ceño fruncido.
Su expresión se convirtió de un confundida a una realmente irritada.
—¿No quieres que esto sea tan difícil para mí? —escupió, incrédulo— ¿No crees que ya es algo tarde para eso, acaso? A veces dudo que seas tan inteligente como todo el mundo dice que eres.
JungKook se quedó con el resto de sus palabras en la boca cuando YoonGi le empujó con fuerza, tirándolo al suelo. Su expresión estoica y dura, como nunca había tenido con él.
—Eres un mocoso rebelde y estúpido, sobre todo malagradecido. —escupió el pelinegro mayor, apuntándole con el dedo. JungKook se levantó.
—Malagradecido… —se rió, mirándole con furia— ¡¿Con quién diablos soy un malagradecido, cuando lo único que me han dado ha sido esta vida de porquería?!
YoonGi apretó la mandíbula, y una cachetada le volteó la cara al chico.
—Conmigo.
Musitó para sí mismo, con algo doliéndole dentro del pecho. JungKook alcanzó a escuchar y sólo se quedó quieto; pues claro que él no iba a entender a qué se refería el mayor. Años de protegerlo, cuidarle, cubrir sus travesuras, librándolo de problemas, cubriéndolo de SeungHo y terminando encargos asignados a él sólo para que JungKook no se ensuciase las manos. Por supuesto que él no iba a entender una mierda.
—No quiero seguir peleando. Suficiente tengo con estar aquí contigo haciendo esta mierda. —respondió el chico, evadiendo todo lo demás. Sobre todo cuando se dio cuenta de algunas cosas que no estaba listo para admitir.
—Cuida la boca. Es la última vez que voy a permitirte que me hables así. —advirtió el mayor, señalándole. Ya no estaba para aguantarlo, y mucho menos entendía cómo es que hablaba con semejante vocabulario siendo tan pequeño, pero ya se podía imaginar de quién lo había aprendido.
El haberse unido a la familia Jeon también estaba teniendo sus desventajas.
Ninguno dijo nada más después de eso. El menor estaba arrepintiéndose de haber tratado a su hermano así, pero el orgullo le cegaba, sobre todo por el golpe que había recibido; nunca hubo visto a YoonGi tan enojado, mucho menos con él en especial. El mayor recogió el bolso con sus cosas y algunas armas, siguiendo el camino. Hoy sólo tenían que recolectar leña y cazar alguna liebre para cenar, pero por supuesto que eso lo haría YoonGi solamente.
Un kilometro y medio después, con el chico ya cansado de caminar detrás, escucharon ruidos; ramas crujiendo y arbustos siendo removidos.
—¿Qué fue eso? —preguntó el menor, alerta.
—Shh. —Detuvieron el paso, mirando a su alrededor cuando los ruidos volvieron; un gruñido no muy lejano.
—YoonGi…
El mencionado rápidamente se colocó delante del menor, y empuñó el mango de la espada que llevaba cargando a su costado. JungKook sacó su navaja con la mano temblorosa, la cual YoonGi no pudo darse cuenta que llevaba.
El gruñido volvió a escucharse, cada vez más cerca, y luego ese gruñido se convirtió en un chillido bajo. YoonGi frunció el ceño, en cambio, JungKook se tensó a sus espaldas. El sonido taladrando en sus oídos como un lamento. Se sintió extraño, su corazón comenzó a latir con más fuerza, y apenas parpadeó, un lobo saltó de entre los árboles, abalanzándose contra ellos. Cerró sus ojos con fuerza y gritó; luego sintió un impacto contra su espalda. YoonGi lo había lanzado contra un árbol.
—¡YoonGi! —gritó histérico cuando vio el cuerpo de su hermano debajo del lobo. Éste no era tan grande como otros que haya visto, pero eso no lo hizo menos aterrador en ese momento.
El lobo quitó su atención del humano una vez escuchó el grito y se giró hacia el chico, quien todavía tenía el cuchillo entre su puño, apretándolo como si su vida dependiese de ello. YoonGi estaba inconsciente, y JungKook pudo ver algo de sangre debajo de su cabeza, manchando la tierra. Algo dentro de él se encendió y comenzó a temblar, no supo si de miedo o de rabia. Su hermano no se movía ni un poco, ¿lo había matado?
Apretó sus dientes y las lágrimas cayeron por sus ojos, su cuerpo comenzó a arder en fiebre. Todo se sentía caliente, su vista estaba tornándose borrosa, por las lágrimas y algo más… El lobo le rodeó, agachado, gruñendo y con las orejas hacia atrás, esperando el momento correcto para atacarlo. Lo mismo hizo él.
JungKook no quería hacerle daño, y probablemente no podría hacerlo con una maldita navaja que no era ni tan grande como para causarle más que un rasguño al enorme animal. Iban a morir ahí.
No le prestó atención a sus encías picar; su boca se sintió pesada y la saliva se acumuló. Cuando pasó la lengua por sus dientes pudo sentir el par de colmillos. Si se pudo sentir asustado, en ese momento no lo hizo, ni siquiera analizó lo que le estaba ocurriendo, el shock orillándolo a defenderse sin importar qué. Cuando el lobo hizo amago de lanzarse hacia él, empuñó el pequeño cuchillo y gruñó como el animal lo había hecho, lanzándose a él igualmente.
Fue todo cuestión de segundos.
JungKook apenas percibió cuando quedó encima del animal y la navaja había perforado su ojo. Cayó al suelo cuando el lobo se sacudió y gritó. Agudos chillidos que le siguieron al correr lejos. JungKook siguió temblando, su vista tapada por las gotas de sangre que salpicaron en sus ojos, sus sentidos todavía alerta. Se levantó al escuchar más ramas crujir.
—JungKook… —YoonGi llamó con un tono alarmante en su voz, casi angustiado, casi asustado… acercándose para tomarlo del hombro luego de haber despertado y presenciado todo. Otro gran error.
Lo próximo que el mayor vió fue rojo, y un profundo dolor que le hizo caer de espaldas.
JungKook le había hecho daño, todavía en medio de su aturdimiento; creyendo que seguía en peligro.
Fue muy tarde cuando pudo ver claramente.
—¡YoonGi! —el niño gritó apenas pudo enfocar los ojos y reubicarse. Su cuerpo dejó de arder y los colmillos desaparecieron una vez más. Su hermano mayor estaba tirado frente a un árbol con la cara llena de sangre, su mano sosteniendo apenas su ojo derecho, y un temblor incontrolable en sus brazos.
Para JungKook todo pasó en cámara lenta. Lo único audible era el latido de su corazón en sus propios oídos, la sangre cubriendo la ropa de YoonGi, quien ya se había desmayado, y de repente, SeungHo salió de algún lado detrás de él, y no estuvo muy seguro de si gritaba, pero su padre movía la boca con desespero con el ceño fruncido en angustia. JungKook se quedó muy quieto en el suelo mientras veía cómo su padre levantaba a YoonGi en sus brazos y se lo llevaba; y ahí, en la tierra, la navaja que siempre llevaba consigo, tintada de carmín. Como flashes que le aturdían, las imágenes aparecieron en su cabeza, recordando pequeños fragmentos de gruñidos y la sangre salpicando en algún lado. YoonGi cayendo al suelo luego de que él mismo soltara la navaja asustado…
—Yo lo hice… yo lo hice… yo lo hice… —repitió en susurros como un mantra mirando un punto fijo en el suelo, casi sin respiración, puntos blancos en su vista. Sintió unos brazos rodearlo y arrastrándolo fuera de ahí, llamándole desesperadamente. Pero JungKook no pudo soportarlo, su mundo se puso negro y el shock le obligó a olvidarlo todo tan pronto como había sucedido.
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—Estuvo cerca, casi pierde el ojo —JungKook se removió en la cama, intentando enfocar la vista después del sueño. Las voces colándose en sus oídos como sonidos sordos—. Quedarán cicatrices, me temo que no puedo hacer nada por eso.
Sus ojos se abrieron con pesadez, su boca se sintió seca y sus extremidades tensas. Le tomó un momento darse cuenta en dónde estaba, las voces todavía filtrándose por sus oídos, luego entendió que estaba en su propia habitación, en su casa. Se levantó con lentitud y caminó por el pasillo, hasta la habitación de YoonGi, que era donde la luz estaba encendida y la puerta entreabierta.
—¿Recuerdas lo que pasó? —Su madre apuró, mirando con tristeza a su hijo, quien yacía en la cama con una venda rodeando su cabeza y cubriendo su ojo herido.
YoonGi hizo silencio, sólo unos momentos; por el rabillo de su ojo sano divisó la pequeña figura de un niño asomándose por la puerta con lágrimas en los ojos. Se giró apenas para mirarlo y le regaló una débil sonrisa para decirle con eso que todo estaba bien. Ante el gesto, el niño se animó a entrar a la habitación, sin embargo todavía en el marco de la puerta, hesitante.
—¿Papá? ¿Qué le pasó a YoonGi? —lamentó mirando a su hermano con una mueca de profunda angustia. Fue entonces que el mayor se dio cuenta de que probablemente no recordaba nada.
—Estoy bien. No quiero que te preocupes, ¿está bien? —YoonGi respondió con la voz ronca, antes de que cualquiera lo hiciera.
—¿Por qué traes eso en la cabeza? ¿Te caíste? —sus ojos llorosos—, ¿qué pasó?
—Tuvieron un accidente en el bosque, cariño, ¿no lo recuerdas? —JungKook miró a su madre en completa confusión, como si intentara con todas sus fuerzas recordarlo, ¿un accidente?
—¿Accidente? —el miedo empezó a invadirlo, y tan confundido como se encontraba las lágrimas desbordaron sus ojos. Rápidamente corrió a la cama a abrazar a YoonGi, quien lo recibió con un nudo en la garganta. Él no tenía idea de nada, solamente era un niño— ¡¿Te lastimaron?!
JungKook sollozó en su pecho, mientras él le aseguraba que todo estaba bien ahora y que no había nada que temer. Pasó un rato antes de que el chico lograra calmarse.
Cuando JungKook por fin salió de la habitación sus padres le hicieron la misma pregunta, ansiosos.
—¿Tú recuerdas lo que pasó, hijo? —su madre insistió.
YoonGi no tenía opción. No había una buena excusa para el suceso. Nada que se inventara sería lo suficiente creíble, así que dijo la verdad… una verdad disfrazada.
—Un licántropo en su forma humana nos atacó. Protegí a JungKook antes de que siquiera le pusieran una mano encima.
El nudo en su garganta incrementó, a sabiendas que había sido el pequeño quien lo había protegido a él al principio.
Pero eso haría, protegería a JungKook a toda costa de ahora en más. Mucho más. Aún si eso significaba guardar un secreto como ese… hasta donde pudiera.
Detrás de la puerta, JungKook fue testigo de toda la conversación, con los ojos llenos de lágrimas y los puños apretados en rabia.
«Ellos son el enemigo, hijo»
Recordó aquellas palabras que le dijo su padre cuando lo llevó a Katulu por primera vez hace unos días.
«¿Por qué?»
«Son malos, pequeño mío. Peligrosos, y si no acabamos con ellos, ellos acabarán con nosotros»
JungKook regresó a su habitación, limpiando sus lágrimas con la manga de su camiseta, entendiendo que era verdad; que aquellos monstruos lo único que querían era herir, así como lo habían hecho con su hermano. Se prometió que pagarían por lo que habían hecho, y fue que el odio comenzó.
El odio hacia su propia raza, sumido en su ignorancia.
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Ocho años en el pasado.
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La tarde era fría y gris luego de aquella tormenta. El agua logró filtrarse por algunos rincones viejos y desgastados del castillo; las mucamas y el resto de personal iban de aquí allá intentando tapar los agujeros y sacar el agua que se filtró, queriendo evitar que el suelo de madera terminara echándose a perder. TaeHyung pasó por ahí, suspirando, y si tuviera el estado anímico correcto estaría seguro de que se ofrecería a ayudar, aún si a la reina no le pareciera. Pero no era el caso, hoy se sentía tan gris como el cielo mismo que cubría Cravytian.
Al pasar por el pasillo, analizando con aburrimiento y las manos a la espalda la decoración de los altos muros, escuchó ruidos en el salón principal; una de las puertas entreabierta. Se asomó, a sabiendas que no debía meter sus narices donde no, pero antes de poder ver cualquier cosa una de las mucamas le llamó: —Príncipe Kim, ya es tarde… Su padre me ha enviado por usted para que vaya a la cama ya.
Frunció el ceño y luego rodó los ojos: —Apenas son las siete, Alina, ¿por qué tengo que irme a acostar tan temprano?
Gruñó, pero luego de que la mujer sólo se encogiera de hombros con una expresión que denotaba un yo tampoco entiendo, TaeHyung la siguió hasta su habitación.
Sin embargo, cuando giraron el pasillo, otro individuo pudo hacer lo que el príncipe TaeHyung no: asomarse por la puerta para ver lo que sucedía.
Ojos ajenos alcanzaron a observar por el rabillo de la puerta cómo la reina apreciaba una pequeña caja dorada y brillante, con la expresión angustiada y las manos temblorosas. Momentos antes de que ésta fuera escondida detrás del cuadro de la familia real, como un secreto más que se quedaría en el castillo. Sólo por algún tiempo.
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—¿En qué piensas? —Jimin preguntó esa misma noche mientras se acurrucaba junto a TaeHyung. El mayor se encontraba serio y parecía en otro mundo, hasta que la pregunta lo sacó de trance.
—Nada. —carraspeó.
—No me mientas —Jimin regañó, picándole la costilla—. Si no me lo dices no podré ayudarte a disipar cualquier pensamiento negativo que esté nublando tu cerebro.
TaeHyung medio sonrió, suspirando.
—Ya lo sabes, es lo mismo de siempre. —espetó sin ánimos.
Jimin hizo un sonido de asentimiento y suspiró también; ya se lo esperaba, por lo tanto supo exactamente qué decir.
—Deja de quemarte la cabeza con eso, tú y yo sabemos que serás un gran alfa.
—No lo siento así.
Jimin no lo entendía, no entendía cómo estaba tan preocupado por el subgénero cuando se supone que ya estaba estipulado aún sin presentación. Era el primogénito, el primer hijo del Rey del Imperio Alfa, no había ni siquiera un mínimo porcentaje de que TaeHyung se presentara como omega si venía de una línea sanguínea pura, pero… conforme el tiempo pasaba, él también se sintió inquieto; oliendo el miedo y la ansiedad en su hermano. Pues había algo, algo que no les permitía pensar que las cosas les saldrían como debían esta vez.
Pero Jimin quería mantenerlo seguro, quería disfrazar la duda con una seguridad que no tenían. Quería disfrazarlo con falsa certeza.
TaeHyung tenía miedo. Llevaba ya un par de años con ese sentimiento, pues mientras él observaba de lejos a los alfas de su edad en crecimiento, una sensación de extrañeza revolvía su interior, preguntándose por qué mientras esos chicos crecían grandes y fornidos él seguía siendo simplemente escuálido y sin gracia. Que a pesar de ser casi igual de alto que ellos, no tenía ningún porte digno de un alfa, y ya estaba entrando en la edad. ¿Por qué veía curvas sutiles en su cuerpo donde se supone debían haber músculos firmes y rectos?, ¿por qué su fuerza no era comparable con la de ninguno de esos chicos?, ¿por qué no se veía interesado en las mismas cosas?
¿Por qué TaeHyung por alguna razón simplemente sentía que no sería un alfa?
Todo aquello se convirtió en el pan de cada día. Mientras su familia alardeaba con lo felices y orgullosos que estarían de ver a su hijo alfa crecer y ser coronado, Jimin y él compartían la misma mirada, esa mirada que decía nada y a la vez todo. Porque aunque no hubiera palabras —y Jimin le afirmara lo contrario—, él sabía que su hermano sentía lo mismo y lo compadecía.
—Y si… —Jimin rompió el momentáneo silencio—. Y si no lo fueras… y si no fueras un alfa, ¿qué importa? A nadie le importa.
TaeHyung rió sin gracia: —El imperio es nadie Jimin. Nuestros padres también.
—Ciertamente, no creo que a mamá y papá les importe tampoco. Y si estoy en lo cierto, harán que a los demás también les interese una mierda. Tú eres capaz de reinar aún si no eres un alfa, eres más que capaz.
TaeHyung sopesó sus palabras, ignorando sólo por esa vez que dijera malas palabras, pues su oración estaba llena de cruda sinceridad; de una verdad que siempre se habían guardado para él simplemente para tapar el sol con un dedo. Pero ambos sabían que ya no había nada más qué hacer que aceptar lo que viniera. Jimin tenía razón, aún sí él no fuera un alfa sabría que sus padres lo aceptarían, pues los conocía lo suficiente, e incluso pudo recordar pequeñas charlas nocturnas con su madre antes de dormir que le aseguraban que fuera lo que fuera, y pasara lo que pasara, él siempre sería su pequeño. Y nada lo haría amarlo menos, ni negarlo ante sus ojos.
Sintiéndose un poco más liviano, TaeHyung se acurrucó todavía más contra Jimin, ambos metiéndose dentro de las sábanas, como siempre hacían desde niños. Una guarida de donde nadie podría sacarlos.
Su lugar seguro en el mundo.
—No seré un alfa, Jimin. Yo lo sé. —estimó, con la voz un poco más alta y segura. Sin miedo.
—Entonces serás el mejor y más hermoso omega que nunca haya reinado Cravytian, y voy a estar tan orgulloso de ti.
Un año y meses después, TaeHyung se había presentado en su primer celo como un omega.
Pero la seguridad que alguna vez pudo sentir se había desmoronado con la muerte de sus padres. Porque si tuvo antes a alguien que le apoyaría y tomaría su mano mientras pasaban por una revolución… ya no estaba más. Ahora sabía que —a toda costa— debía ocultar su verdadero ser. Pues un omega, no debía reinar el Imperio de Alfas.
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YoonGi cerró los ojos y arrugó la nariz cuando la sangre le salpicó encima. Nunca iba a poder acostumbrarse a la terrible sensación caliente y viscosa. ¿Por qué la sangre de los licántropos tenía que ser tan espesa y oscura?
—Sigue vivo, YoonGi. —Su padre pasó a su lado, con los ojos puestos en la criatura moribunda, que luchaba por respirar. Pero pronto SeungHo ya había terminado con ese sufrimiento. El chico se sobresaltó al ver como la espada le era encajada.
«No es la primera ni la última vez que verás sangre» Se recordó YoonGi en su cabeza, limpiándose el líquido de la cara. SeungHo le palmeó la espalda.
—Eso es todo por hoy. Regresemos a casa.
—¿Puedo quedarme aquí un rato? Le prometí a JungKook que lo esperaría aquí. —SeungHo dudó un poco, pero luego asintió.
Diez minutos después de quedarse esperando, JungKook llegó corriendo hasta él, lanzándose a su espalda juguetonamente. El adolescente le picoteó las costillas y YoonGi lo empujó.
—Ya, basta… —se rió, y siguieron su camino hasta el arrollo.
Todo fue callado y plácido desde entonces. Al menos hasta que el mayor notó que callado y plácido no iban de la mano con Jeon JungKook. Se preocupó.
—¿Kook? ¿Todo bien? —El pelinegro mayor le miró con duda. JungKook se sacudió como si tuviera escalofríos.
—S-sí, todo bien. Sólo me siento un poco inquieto. —YoonGi frunció el ceño.
—Te pierdes… Últimamente lo haces mucho.
—¿Lo hago? —Le miró de soslayo, realmente sin darle importancia.
—Sí, lo haces.
—No sé, a veces es como si escuchara otra voz en mi cabeza que no es la mía. ¿No es tonto? —YoonGi frunció el ceño, luego quiso aligerar el ambiente.
—No me digas que ahora estás mal de la cabeza. Suficiente ya tengo con papá. —bromeó, a lo que el azabache menor rió, negando con la cabeza.
—No, es… olvídalo, es una tontería. —le restó importancia y siguió caminando. El mayor no creía que lo fuera, pero no veía sentido seguir la conversación sabiendo lo necio que JungKook podía ser.
Había cosas que eran mejor dejarlas flotando en el aire junto a la incertidumbre.
—¿Cazaste algo hoy? Yo sí. Un par de licántropos cerca del río. Los pobres ni siquiera saben qué fue lo que los golpeó. —JungKook musitó con una sonrisa mientras pateaba las hojas secas en su camino. YoonGi sólo pudo mirarlo sin expresión.
—Sí, lo hice.
—¿Estuviste con papá? ¿Cuántos cazaste? —el menor giró su cabeza para verlo. La sonrisa todavía en su cara.
—Uno —respondió secamente—. Bueno, la verdad es que ni siquiera lo maté yo.
Los ojos de JungKook se abrieron como si hubiese contado un mal chiste: —¿Qué te está pasando, Yoon? Papá terminará botándote de su mano derecha a este paso. Eres mejor que cualquiera de nosotros aquí. ¿No le temes a lo que te pueda hacer o decir?
YoonGi le miró fijamente. Una suave sonrisa por fin surcando sus labios.
¿Temerle?
Min YoonGi no había podido entender por qué le había tocado esta vida. Una vida llena de muerte y miseria; sangre, codicia y odio.
YoonGi había sido —desde su infancia— un niño brillante, dotado de un intelecto que asombraba a los adultos a su alrededor y asustaba especialmente a su propio padre…
SeungHo temía de su propio hijo, pues él sabía cosas que nadie más debía saber. Y ese era el verdadero poder que cargaba consigo.
Quién diría que parte de ser inteligente… era saber mantener la boca cerrada.
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*Este capítulo va dedicado a @ceciisa, a quien le quiero agradecer por haber donado y apoyado económicamente esta historia. De verdad muchas gracias, ¡y espero siga siendo de tu agrado!
Pequeños puntos por aclarar:
Espero hayan entendido la secuencia de fechas en este capítulo, aquí se narran sus vidas en el pasado; desde que tenían 4, 8 y 14 años respectivamente. En caso de que se hayan perdido. Si tienen alguna duda de las edades presentes de cualquiera pueden preguntarme en los comentarios y con gusto les respondo, aunque igual pueden hacer cuentas basándose en este capítulo.
Ahora, a partir de aquí las cosas ya van en ascenso. Tanto la tensión como el drama, y el contenido explícito también; por ello decidí que la historia pasa de clasificarse +18 a +21; así evitamos problemas. Igual saben que les pido completa madurez al leer aún si no son mayores de 21. Esto es sólo para cumplir con ciertas reglas de la plataforma.
En fin, con todo eso dicho espero hayan disfrutado este capítulo exclusivo para nuestros protagonistas de bebés, donde ahora tienen mucha más información y espero sigan armando sus teorías, ya que como ven, tuvieron razón en una. Me gustaría leer sus comentarios, los he extrañado, créanme.
—wonder.
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