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CAPÍTULO I

El fuego lo rodeaba todo, los gritos incesantes de la gente aturdían fácilmente sus sentidos. No había a dónde ir y la urgencia por correr y proteger a su hijo era enorme, pues a lo lejos escuchaba sus llantos y lamentos. Su esposa intentaba derribar las puertas, pero las garras sólo lograban un daño mínimo y el calor estaba chamuscándole el pelo.

No planeaba morir ahí, no planeaba dejar que los malditos destruyeran a su Imperio y a su gente, y mucho menos que tocaran a su hijo. Todavía en su forma animal, corrió hasta lanzarse una y otra vez contra la puerta, hasta que finalmente logró derribarla y ambos corrieron hasta la habitación del cachorro recién nacido.

El desastre a su alrededor había sido ensordecido en sus propios oídos, cuando al entrar… la cuna donde el príncipe yacía se encontraba vacía.
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Cravytian
22 años después.


 

    —Últimas palabras.

El beta apretó los labios, temblando, fuertes convulsiones que no le permitían tener la mirada fija en un sólo punto. El silencio era sepulcral, la tensión insoportable.

  —Regresaré por ti, bastardo… —Escupió con toda la ira que su corazón pudo contener, y una sonrisa de blancos colmillos afilados le fue dedicada.

  —Te estaré esperando entonces. —Levantó su mano, y los alfas guardianes en turno terminaron su trabajo.

La cabeza del cazador rodó por el suelo, y el príncipe dio un largo suspiro, retirando sus cabellos claros de sus ojos. Dio la orden y todos dieron media vuelta, regresando a sus propios asuntos. TaeHyung hizo tronar su cuello en el momento en que su hermano se acercó con cautela una vez lejos de la escena.

  —Dime que no fuiste tan cruel.

  —¿El que le haya despegado la cabeza del cuerpo fue muy cruel para ti? Tampoco soy un carnicero, Jimin, y yo no soy el que se mancha las manos de sangre de todas formas. —Sus ojos rodaron y su hermano le tomó del brazo.

  —Eso lo sé, es sólo que sabes que no me gusta que tortures a… —Fue bruscamente interrumpido por una filosa mirada.

  —¿A los cazadores? ¿A los mismos que nos torturan a nosotros? ¿Los mismos que violan, secuestran, venden y asesinan? —TaeHyung le gruñó en voz baja, mirando de soslayo que ninguna persona estuviera cerca para escucharlos, sus colmillos salieron a relucir frente a su hermano menor, quien bajó la mirada al instante, arrepintiéndose de sus palabras—, se te olvida que por ellos no tenemos padres, pequeño idiota.

  —No quería decirlo así, lo lamento… —Jimin hizo una reverencia, buscando el perdón de su hermano, luego continuó—. Sólo no quiero que la ira te consuma, es todo.

  —No tienes que preocuparte por mí, y tampoco tienes el derecho de criticar mis acciones, yo tengo el control aquí y mis decisiones repercuten en todas estas personas. Si fallo, ellos caen conmigo, y contigo también. —TaeHyung caminó a paso apresurado de regreso al palacio, con Jimin pisándole los talones—, estos alfas inútiles podrán tener la fuerza que quieran, pero su torpeza sobrepasa cualquier cosa. Alguien tiene que responsabilizarse y cuidar sus estúpidos pellejos.

Y ese era TaeHyung, el que debía proteger al Imperio y a su gente, de una forma u otra. Jimin estaba ahí, siendo testigo de la sangre, sudor y lágrimas que su hermano mayor ponía en su puesto. Él estaba consciente que todos ahí dependían de él, más que nada, y aunque él también tuviese una parte del cargo, él único que realmente reinaba era TaeHyung, pues era el heredero legítimo de la corona al ser el mayor.

Misma que aún no se permitía portar.

Cravytian —enteramente—, les pertenecía a ambos. Con la muerte de sus padres no había otra opción, y el concejo no iba a permitir que alguien más, que no fueran los hijos del rey, reinaran el Imperio.

Corrió a Jimin de su vista antes de que le colmara la paciencia y entró al salón, yendo a sentarse a su silla, donde le esperaban, como siempre.

  —¿Ha muerto ya? —La profunda voz de su guardián resonó por sus oídos, TaeHyung asintió con la misma expresión neutra de mirada dura de siempre.

  —Fue rápido, afortunadamente venía solo, pero quiso robarse a uno de los cachorros. —Dijo TaeHyung, estirando su cuello adolorido. NamJoon le miró fijo.

  —¿Todavía duele? —El príncipe asintió, sin devolverle la mirada. Sintió al alfa moverse y posarse a su lado.

  —Déjalo. —espetó, pero su tono no pudo ser más duro de lo que hubiese querido, por la única razón de que esperaba aquello, pero no estaba dispuesto a pedirlo.

NamJoon igual le puso las manos encima, y sus largos y fuertes dedos le apretaron los hombros: —No te pongas arisco, sabes que lo necesitas.

  —No me escucharás nunca decirlo en voz alta. —NamJoon sonrió, y se dedicó a masajearle suavemente el cuello, como muchas otras veces, pero hoy no tenía ninguna intención de llegar a nada más.

NamJoon era la única persona aparte de su hermano en la que confiaba plenamente, además de su guardián, era su amigo, su familia. Y no había alguien mejor que él para tener a su lado. NamJoon era un alfa bastante distinto a los demás, pues era de los pocos que conocía que sabían controlar su genio y sus estúpidos instintos más bajos. Era inteligente y paciente, y aunque le costara admitirlo, era aún más sabio que él, siempre guiándolo cuando pensaba que no tenía salida, y protegiéndolo cuando creía que todo se le vendría encima.

Y podría considerarlo como su hermano, si no fuera porque les encanta dormir juntos. Sí, tal vez NamJoon era al único alfa que le permitiría tocarle, besarle y hacer de su cuerpo cualquier cosa. El alfa podría deshacerlo en un segundo y TaeHyung estaba seguro de que lo restauraría al siguiente. Lo amaba, claro, pero no se atrevía a decir que estaba enamorado. El príncipe no conocía el amor romántico, o creía no hacerlo, pues sabía lo que provocaba en las personas: el amor era una decisión que te lleva a actuar como un inútil, imbécil e inservible. Y ciertamente se compadecía por los pobres diablos que creaban lazos que ni siquiera funcionaban a su consideración.

NamJoon, en cambio, no se atrevió nunca a decirle a TaeHyung que estaba equivocado, pero ese era su problema. El alfa sabía en lo que estaba metido, tanto como el omega, y aunque su relación en ocasiones sólo se trate de saciar las necesidades animales y naturales del otro, sabía que TaeHyung era su hogar, y viceversa. Algo como el sexo no era más que un extra.

  —¿Debería llamar a Nía? —Escuchó el profundo gruñido, y ahogó su risa.

  —No harás una mierda, si Nía pisa este palacio te voy a encerrar sin comida en esta habitación.

  —Aunque me gruñas, creo que debería revisarte esto, no me gusta el color que está tomando. —El alfa presionó sus dedos sobre el hematoma de color púrpura sobre su piel, con la mera intención de hacerle doler y que se diese cuenta de la gravedad—, lamento no haber llegado a tiempo.

TaeHyung se quejó, e inmediatamente quitó las manos del alfa de su cuello.

  —Deja de actuar así, sabes cuánto odio que te creas mi padre. Ahora vete, quiero estar solo. —NamJoon hizo una mueca, acostumbrado a la frialdad con la que era tratado, así que se mordió la lengua y sacó la píldora de su bolsillo, extendiéndola hacia el príncipe.

TaeHyung la observó con la expresión neutra, pero no pudo decir nada más, nunca podría, así que tomó la píldora y la tragó en seco, odiando el sabor que le dejaba en la lengua, pero era un distractor del siempre repentino cambio que sentía en todo su cuerpo.

La píldoras inhibidoras de aroma eran su pan de cada día. Si olvidaba tomarlas, todo fácilmente se iría al carajo.

Sintió la mano del alfa sobre su hombro, apretando suavemente, y aunque no quisiera admitirlo, eso le reconfortó de muchas maneras. No sabía qué sería de su vida si NamJoon no estuviera en ella.

  —¿Tú lo mataste? —preguntó con la voz grave y baja, mirando a un punto fijo en la habitación. El alfa suspiró.

  —Tenía qué… representaba un enorme peligro para ti. —TaeHyung le miró, y deseó al instante no haberlo hecho, pues en los ojos afilados del alfa había un atisbo de algo amargo, algo que nunca quiso ver en él.

NamJoon se agachó a plantarle un beso en la frente y se dio media vuelta, saliendo de ahí, dejando al muchacho solo con sus pensamientos.

Si tan sólo su vida hubiese sido distinta, si tan sólo él hubiese sido un maldito alfa… Todo sería más fácil, y él sería más feliz.

Un omega reinando el Impero de Alfas… un omega reinando Cravytian, un omega engañando al pueblo entero. Por esa misma razón, se rehusaba a usar la corona de su padre, él no era ningún rey digno, él no era ni siquiera un rey, a su parecer. Si su gente llegara a enterarse del completo farsante que era sería su muerte instantánea y una deshonra enorme en el legado de su familia.

TaeHyung se había presentado como omega un año después de la muerte de sus padres, y meses después, su hermano también lo hizo. ¿Qué era eso? ¿Un complot del universo por hacerle la vida miserable? Ciertamente, ser un omega no era del todo malo, estaba consciente, y había intentado convencer a Jimin y a sí mismo de que así era, pero… siendo de la familia real de los alfas era una completa deshonra, era simplemente una tontería absurda. Y en su desesperación por ocultar su realidad, las píldoras habían sido su máscara desde entonces.

Los inhibidores de aroma neutralizaban su olor dulce, y este era remplazado por un aroma propio de algún alfa, no era tan intenso como naturalmente sería, pero lo mezclaba perfecto con su aroma natural, pasando desapercibido. Pero claro, toda acción tiene su consecuencia… Las píldoras estaban haciendo cada vez menos efecto en su cuerpo, había días en los que tenía que tomar más de una dosis, pues su olor no desaparecía por completo, o al menos lo suficiente; además, estaban los efectos secundarios, su celos venían cada vez más dolorosos e insoportables, la fiebre le golpeaba alta y preocupante, y su propio aroma le asfixiaba. Sabía que no podía continuar con aquello hasta el final de sus días y que la mentira saldría algún día a la luz, y le preocupaba a niveles horribles, pues toda esa carga de hormonas y demás cosas podría matarlo en algún momento.

Tanto Jimin como él lo sabían, pero… ¿qué otra alternativa tenía? ¿Morir por cubrir su mentira? ¿O morir a mano del pueblo por revelar la verdad?

Decidió continuar hasta donde se le permitiera. Hasta donde su cuerpo le permitiera.

NamJoon y el personal del palacio eran los únicos que lo sabían, y sólo por eso en su hogar podía sentirse tranquilo. El alfa se encontró en su vida incluso en los momentos más difíciles, por eso agradecía que fuera su guardián, su amigo y su acompañante. NamJoon le era de mucha ayuda también —como es obvio—, en cada uno de sus celos, a pesar de que a veces tuviera el miedo de que el alfa se descontrolase lo suficiente y le marcara sin permiso. Confiaba ciegamente en que eso no sucedería, así que empujaba muy lejos esos pensamientos y seguía adelante.

Odiaba el olor que traía encima cuando tomaba esas píldoras, era repugnante hasta para él mismo, simplemente no lo aguantaba. NamJoon y Jimin decían que no era tan malo, incluso a NamJoon, como alfa, le parecía atractivo, pero para él no era así. No era cómodo, y no se sentía él mismo.

Su aroma natural era bastante más agradable, era dulce pero no empalagoso, sino más bien… fresco, como flores recién cortadas, o lavanda. Eso era a lo que quería oler, no el aroma a pino tan nauseabundo a sus sentidos.

Suspirando se levantó del asiento para irse a mirar al espejo que abarcaba un muro entero, y con las yemas de sus dedos recorrió aquel hematoma por el que NamJoon tanto se quejaba y culpaba. Tenía razón, al menos lo que consta del color que estaba tomando y la irritación en su piel sensible.

Hace unos días, las píldoras no habían surgido efecto a tiempo, por lo tanto, todo en su organismo estaba como debía y su aroma estaba más presente que nunca por el celo que se avecinaba, sólo que TaeHyung no había podido percibirlo, pero un alfa que pasó a lo lejos por supuesto que lo hizo, y no dudó en acercarse al príncipe y aprovecharse de la situación. Primero vino un chantaje, luego una burla, después una amenaza, para finalmente terminar atacándolo, sus manos alrededor de su cuello, quitándole el aire. Fue su error haber salido esa mañana sin avisarle a nadie en el palacio, con las hormonas alteradas y píldoras disfuncionales, pero, sobre todo, sin su guardián. Por suerte, el alfa sí se había percatado de su ausencia y corrió en su búsqueda, olfateando rápidamente la esencia floral del omega, encontrándolo siendo sometido por un imbécil alfa que intentaba algo más que sólo ahorcarlo.

No hacía falta decir que NamJoon se había encargado de él, pues que un alfa se haya enterado, y peor aún, reaccionado así en contra del príncipe era algo imperdonable, así que sangre tuvo que ser derramada.

Ahora era un recuerdo amargo que TaeHyung no quería repetir otra vez en su vida, pero su orgullo seguiría intacto, sin mencionar palabra alguna del suceso.

Se cubrió nuevamente con la fina camisa de cuello alto y caminó hacia su propia habitación con la ansiedad quemándole la garganta. Su armario terminó como si un torbellino violento haya arrasado con él. Se cubrió con su capa negra y salió sin que NamJoon ni nadie más lo notara. El sol estaba cayendo ya y cálidos halos de luces anaranjadas y amarillas cubrían el reino como un manto protector, anunciando la pronta llegada de la noche. TaeHyung salió por detrás del castillo, tomando su camino al bosque al límite de Katulu, fuera del reino. Nadie iba allí, por el simple hecho de que él mismo lo tenía prohibido, así que se aprovechaba de ello, visitándolo cada que podía, llevando su bolso de piel en donde recogía la fruta y las flores que pudiera encontrar, y a veces, le gustaba cambiar de forma y estirar las patas, corriendo por ahí sin tener que pretender ser algo que no era, sin tener que ocultarse, pues nadie podía mirarlo.

Seguro NamJoon, Jimin y Nía estarían perdiendo la cabeza al enterarse de sus escapes, pero era el menor de sus problemas.

En su camino, un árbol con manzanas llamó su atención, sacándose la capucha para acercarse despacio. TaeHyung intentó alcanzar la manzana en lo alto de la rama del árbol, estirándose lo más que pudo, poniéndose en puntitas y sosteniéndose del tronco para no caer. Fue en ese momento que escuchó las ramas crujir, y pudo percibir un aroma.

Se quedó muy quieto mientras le apuntaban, sus sentidos se agudizaron y estaba listo para sacar los colmillos y las garras, si no fuera porque algo en su interior, quizá más inclinado a su instinto, no se lo permitió.

Giró despacio su cabeza únicamente, y su mirada se clavó en el hombre alto que le apuntaba con una flecha. Tenía la nariz y la boca cubierta con el característico paño negro de los cazadores, así como la enorme capucha sobre su cabeza. Él ni siquiera parpadeó.

Por alguna razón, los ojos oscuros del hombre erizaron cada vello en su cuerpo, y un calor extraño le corrió por la boca del estómago hasta el pecho. No tuvo miedo, ni siquiera le importó la idea de que podría morir ahí en ese momento si ese cazador quisiera; pero, incluso él sabía que no lo haría. El tiempo se detuvo, y pasó lo que nunca imaginó que pasaría…

El cazador bajó su arco, tan lento como pudo, y nunca le quitó los ojos de encima. TaeHyung dejó salir apenas el aire que contenía, bajando lentamente su brazo, y aunque sus pies no quisieran despegarse de su lugar, luchó contra esa extraña sensación y corrió lejos, tan rápido como pudo.

JungKook se quedó ahí, y al cabo de unos instantes, jaló aire como si hubiera aguantado la respiración por mucho tiempo, dándose cuenta de que, en efecto, se había olvidado de respirar por unos segundos. Jaló de su máscara hacia abajo, inhalando todo el aire que podía, intentando estabilizarse.

Lo tenía, ahí lo tenía… y lo dejó ir, sin una maldita razón.

JungKook gruñó, golpeando con la palma el árbol cercano. Jamás había visto una criatura así en su vida, nunca había visto a un licántropo que luciera así, y nunca —sobre todo—, había dejado ir a ninguno.

Su complexión no era tan grande como la de otro que hubiese matado en el pasado, que, a pesar de ser alto, no era corpulento ni tosco, su espalda era realmente fina, su piel clara, el cabello platinado era medianamente largo y ondulado, cayendo con gracia por unos afilados ojos de pestañas oscuras, y esos ojos… sus ojos habían sido una de las cosas más atrapantes que haya podido admirar… Un amarillo casi dorado, tan resplandeciente como una preciosa joya. Él tampoco había dejado de mirarlo, pero a su sorpresa, no parecía estarlo retando, de hecho, ni siquiera estaba alerta. No pudo hacerlo, y no lo haría, así que bajó el arma y le miró correr, dejando ese encantador aroma en el aire, ese que le había repugnado toda su vida, hasta ese momento.

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