
La Chica De Escarlata
Como todos los días me levante en el momento en el que el sol salía.
El pueblo solía decir que era para la buena suerte, yo lo miraba más como una forma de robarle un poco de poder y energía al sol. Tenía sentido para mí.
En poco tiempo ya estaba cambiada y lista para empezar un día más en este aburrido pueblo lleno de miserias. Até mi cabello en una trenza apretada y bajé las escaleras. Como de costumbre, Harald aún no estaba despierto. Ese hombre holgazán nunca despertaba temprano. Las personas decían que por eso esta casa, su casa, no prosperaba, pero yo sabía que el hecho de que gastará casi todo lo que ganaba en cerveza tenía algo que ver en todo eso.
Harald era el hermano mayor de mi padre, pero quienes los conocieron decían que eran opuestos.
Y creo que se puede ver perfectamente que la gente de este pueblo tenía mucho que decir.
Mi padre había sido un gran hombre, trabajador, honrado, independiente, valiente, entre millones más de cumplidos que solían enumerar cuando hablaban de él. Yo no podría decir si son verdad o no, no lo conocí. Él murió meses antes de que yo naciera.
Aunque entre todos esos cumplidos, suelen mencionar su gran defecto. El haberse enamorado de mi madre. Una mujer extranjera que vivía con su madre en medio del bosque. Nadie la conoció, y nunca tuvieron realmente la intención de hacerlo. Para ella y su madre era casi imposible sobrevivir debido a que nadie le dio empleo a ninguna, mi abuela tuvo que recurrir a aprender a cazar para comer, y obtener pieles. Luego le enseño a su hija a hacerlo, quien así enamoró a mi padre, otro cazador. Y luego cuando yo nací me enseñó como hacer lo mismo.
Hija de cazadores, no debería extrañar a las personas que me haya convertido en una.
Y esa es la razón por la cual estoy ahora mismo preparando los cadáveres de varios conejos para despellejar.
Fue en ese momento en el que Harald decidió aparecer, tan desgarbado como siempre. Le preguntaría cuando fue la última vez que decidió bañarse si no estuviera aterrada de cual sería la respuesta.
─ Pero miren quien ya esta haciendo labores tan temprano. ─ Dice Harald cuando ve que estoy separando la carne de las pieles. ─ Justo tenía ganas de conejo. ─
Lo mire por encima del hombro. ─ Esto no es para ti, es para vender. Te recuerdo que ocupamos dinero porque tu vas por la vida gastándolo en alcohol. ─
─ Y yo te recuerdo a ti que está es mi casa, por lo tanto los ingresos que vengan son míos. Y puedo gastar mi dinero en lo que a mí se me de la gana. ─ Me respondió con aire de superioridad, aunque más que alguien superior Harald a mí me parecía un eterno niño atrapado en el cuerpo de un adulto.
Cuando terminé con los conejos tomé los cuchillos para limpiarlos. Entonces contesté ─ Tú puedes ser el dueño de la casa, pero la que la mantiene en pie soy yo. Yo trabajo, yo limpio, yo cocino, y tu lo mínimo que podrías hacer es no gastarte el dinero que te doy en estupideces y buscar un trabajo. ─ Obviamente no le doy todo el dinero que gano a Harald, eso sería ser estúpida, pero le hago creer que sí para que no me salga con rabietas. Normalmente solo le doy la tercera parte de todo, y sé que eso es dinero perdido en el momento que cae en sus manos.
─ Yo tengo un trabajo. ─ Lo escuché decir e instantáneamente rodé mis ojos sabiendo lo que se venía. ─ Yo vendo cosas que ya no ocupamos aquí. ─
Y es la razón por la qué ahora solo tenemos dos sillas rotas en lugar de cuatro y muchos de mis cuchillos han desaparecido. ─ Madura un poco por favor. Más de una vez mis compradores se rehúsan a comprarme debido a que saben que estoy relacionada contigo. Dicen que si fueras más como tu hermano...─
─ No metas a mi hermano en esto, Arian. ─ me interrumpió él bruscamente. ─ Recuerda quién es el que acabó muerto de los dos. ─ A pesar de que su objetivo era hacer un comentario hiriente para mí sé que el comentario le duele más a él. Harald tenía muchos defectos pero él amaba a su hermano, y por él es que aceptó que yo viviera aquí cuando mi madre también murió, aún cuando la odiaba como el resto de este pueblo. ─ Además ¿Qué quieres? ¿Qué me haga cazador como tú y tus padres? No, gracias. Ambos se encuentran bajo tierra ahora, y no dudo que en un tiempo tú te les unas. ─
Terminé de limpiar los cuchillos y los metí a mi bolsa fingiendo que no escuché lo que dijo. ─ Me voy a la plaza. No incendies la casa, por favor. ─
Harald no dijo nada hasta que me vio tomar la capucha color sangre que siempre uso, menos cuando salgo a cazar. Es una de las pocas cosas qué mi madre dejó. ─ ¿Sabes? Podríamos vender esa capucha. Apuesto a que cuesta─
Lo interrumpí antes de que terminará esa oración. ─ Si le pones una mano encima te contaré los dedos. ─ Y con esa última frase salí de ese lugar azotando la puerta.
La plaza era un lugar horrible, tal y como el resto de Farligskov, pero tal vez no tan horrible como su gente. Hipócritas, mentirosos, criticones, chismosos, criando a sus hijos para ser iguales a ellos. Había muy pocas personas del pueblo que me parecían buenas, y por lo tanto habían muy pocas personas que toleraba.
Me coloqué en mi puesto de siempre y me senté a esperar a que la gente llegará. Hoy solo tenía conejos y algunas aves pequeñas por lo que dudaba que la venta fuera tan buena como otros días. A diferencia de los chismes, los cuales sin importar el día, la cantidad o calidad siempre se pasaban de boca en boca. Yo estaba bastante acostumbrada a escuchar desde quién engaño a quién con quién o hasta cual hijo de cual gran señor de una aldea vecina será la oveja negra de su familia. La gente no solía ser muy discreta.
─ Buenos días. ─ Me saludo una de las hijas de el herrero. El pobre hombre tenía seis hijas y un hijo a los cuales mantener el solo, porque su esposa murió dando a luz a su última hija.
Aunque también escuche que el hijo varón huyo de este pueblo con la hija de un vecino.
Está bien, vivir en este lugar te pega lo chismoso.
La que me saludaba era la hija mayor, Laisa. Una niña unos tres años menor que yo tal vez, creo que tenía dieciséis.
─ Buenos días. ─ Decidí responder sin ánimos. ─ ¿Qué tienes para mí? ─
Tenía un trato con el herrero. Él me hacía mis cuchillos y flechas de caza, y yo a cambio le daba una buena porción de las carnes y pieles. ─ Flechas. ─ Respondió Laisa. Y entonces sacó un grupo de flechas de la aljaba que cargaba. No eran las flechas más finas qué había visto pero parecían útiles. Resistentes al menos.
─ Tu padre sabe que no uso muchas flechas, mi puntería no es buena. ─ Era cierto, prefería trampas y cuchillos. El arco sólo lo usaba con presas más grandes, las cuales no solían ser muchas.
La niña movió sus manos nerviosa. ─ Sí, él lo sabe. Pero recién había recibido buena madera de roble y pensó que te podrían ser útiles. ─
Laisa era tímida, una de las pocas cosas que sabía de ella. No pasaba tiempo con el resto de niños o chicos de el pueblo, en su lugar solía sentarse a leer cerca de la fuente cuando podía. Sus hermano mayor era su refugio, y ahora que al parecer no estaba...
─ Tomare sólo la mitad. Y te daré esto a cambio. ─ Dije poniéndole la cantidad de carne de conejo que me pareció justa a cambio.
─ Pero─ Comenzó ella.
─ Mira, sé que tienen una vida dura, pero yo igual. Así es este lugar. Así qué tómalo antes de que me retracte y debas ir a comprarle carne de segunda al carnicero, que seguro te pedirá a cambio una cantidad injusta de dinero que sé que no tienes. ─ Le dije fríamente, tratando de hacer que entendiera el mensaje. ─ A parte me enteré de que en tu casa hay una boca menos que alimentar, así que eso debería ajustar. Tómalo. ─
La chica tardó unos segundos en aceptar la carne en silencio y guardarla en la bolsa, luego tomó la mitad de las flechas y las regresó a la aljaba. Yo tomé las flechas que quedaban. Antes de dar la vuelta la chica me dijo ─ Ten cuidado cuando vuelvas al bosque, cazadora. ─
Entonces antes de que avanzará la detuve del brazo. ─ ¿Qué quieres decir con eso? ─ dije tomando uno de mis cuchillos, solo en caso de que esta fuera una amenaza.
Ella primero me vio con algo de temor pero luego con confusión. ─ ¿No te has enterado? ─ Negué con la cabeza ligeramente ¿Qué ocurrió ahora? ─ El viejo Erik fue asesinado ayer. ─
─ ¿Erik? ─ Fue lo único que pude preguntar.
Laisa asintió. ─ Lo encontraron abierto, lleno de sangre y sin corazón. ─ Ella se detuvo un rato viendo hacia los lados antes de susurrar. ─ Se dice qué Ulrik volvió. Que él fue quien se llevo el corazón de Erik. ─ Terminó ella, y pude notar miedo y dolor mezclados en sus ojos cafés.
Tome un momento para procesar lo qué Laisa dijo. Ulrik, la bestia asesina. El monstruo que hace cincuenta años fue el causante de cientos de muertes aquí en Farligskov, según los nativos más viejos. Mi abuela tenía veintiún años de edad y recién había llegado al pueblo con su hijita de tres año cuando sucedió. Ella aún cuenta sobre como la sangre y la brutalidad de esos asesinatos habían impactado al pueblo. Y los pobladores ahora creían que él había vuelto y que ya había comenzado a matar.
─ Lamento la perdida. ─ Fue todo lo que dije. Nunca había hablado con Erik ya qué su hijo mayor era el que solía comprarme por él, y tampoco había escuchado ninguna de las tan famosas historias que solía contar. Eran una perdida de tiempo para mí. Sin embargo la chica delante de mío sí parecía tenerle aprecio. ─ Aunque dudo que el Ulrik haya causado la muerte. ─ Dije, porque si una bestia como el gran lobo de verdad hubiera vuelto para matar... No quería ni pensarlo.
─ Solo ten cuidado. No queremos más muertes aquí. ─ Yo sabía que más de alguno en este pueblo sí me quería muerta, pero igual asentí. ─ Te veré luego, Escarlata. ─ Y con eso se fue.
Cazadora, Escarlata, La chica de la capucha roja, La chica de escarlata, todos eran sobrenombres a los que estaba acostumbrada. Nadie en el pueblo además de mi tío conocía mi nombre, yo lo había decidido así al igual que mi madre y mi abuela.
Mi madre se llamaba Catalina, pero de donde ellas venían los nombres solo se les decían a personas de confianza ya que son sagrados, nunca a un desconocido o persona que no se lo haya ganado. Y en este pueblo solo mi padre se ganó el nombre de mi madre.
La gran diferencia es que a ella la llamaban de maneras muy distintas a mí, mas insultantes, por el simple hecho de no haber nacido en la comunidad. Este pueblo era bastante cerrado. Y ya que no aceptaron a mi madre yo no tengo ningún interés en ser parte de este pueblo en otro aspecto que no sean los negocios, así que nadie conoce mi nombre. Y le he advertido a Harald que ni se atreva a compartirlo si es que no quiere que le corte la lengua. La amenaza ha funcionado bien hasta el momento.
Arian.
Mi abuela había sido quien escogió mi nombre.
─ Significa valor. ─ Me había dicho ella hace muchos años, antes de que mi madre muriera. ─ Sabía desde antes de que nacieras que serías alguien valiosa, mi pequeña Arian. ─
La mañana estaba llegando a su fin y ya había logrado vender casi todo. Decidí guardar lo último e irme marchando para lograr llegar a la casa de mi abuela temprano. Hace cuatro días no le llevaba provisiones y ayer había logrado cazar algo especial para ella.
Llegué a la casa y la encontré vacía, Harald probablemente estaría bebiendo desde ya. Así que me aproxime a la cocina y tomé leche, huevos, carne, pan, entre otros alimentos para ella. También agregue a la bolsa uno de los conejos más grandes que había atrapado, el cual tenía pelaje blanco, algo que le encantaba. Luego de tomar algunos de los cuchillos de caza que siempre tenía conmigo estuve dispuesta a salir, pero antes vi mi reflejo en el único espejo de la casa, el cual se encontraba en el pasillo.
Mi abuela decía que era casi idéntica a mi madre, pelo oscuro y liso, ojos casi negros. El único detalle es que era más alta y fuerte que ella, cosa que saqué de mi padre. Era una mezcla de mis padres en el exterior, pero en el interior mi abuela decía que era como ella misma.
Y con ese pensamiento me puse en camino.
Conocía el camino del bosque mejor que la palma de mi mano, la cual muy seguido tenía nuevos cortes debido al mal uso de cuchillos. Conocía los diferentes arboles y varios de los arbustos que podían o verse como obstáculos en el camino o como guías para llegar. Otras personas se perderían fácilmente en esta parte del bosque.
Cada roca, planta, y árbol que habían permanecido en su lugar los pasados diecinueve años eran una marca y recordatorio constante de a donde girar, donde avanzar, y hacia donde no debía ir. Luego de media hora de camino finalmente llegué a la pequeña cabaña pintada de blanco en la que viví con mi madre y mi abuela hasta que la primera murió.
A pesar de lo qué había dicho la hija del herrero, en ningún momento vi o escuche alguna señal de que un lobo de tamaño bestial anduviera por estos bosques. Si fue cuestión de suerte, aun no lo sabía.
Así que me acerque a la pequeña cabaña cuyo exterior estaba completamente llena de flores coloridas, y luego de observar las rosas tan rojas como la capucha sobre mis hombros toque la puerta y escuche un ligero "pase".
Y entré.
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