Nombre
El aire que se cernía sobre ellos era cálido y confortable, pese a ser bastante temprano en la mañana. Después de todo, no se podía esperara cualquier otras cosa durante esta época del año.
Los primeros rayos del sol de ese primer día de la semana se deslizaban con delicadeza sobre sus facciones y las de la persona a su lado, creando así un armonioso baile de luz y sombras.
Todo este bello panorama que se presentaba era, sin embargo, bastante contradictorio, tomando en cuenta el coro de llantos y murmullos que se desplegaban a su alrededor de forma estruendosa cortando en el ambiente. Sehun miró extrañado a la actitud por demás incomprensible del resto de niños.
Muchos, si no es que todos, se hallaban moviéndose de forma inquieta. La mayoría se encontraba con sus rostros cubiertos con lágrimas y mocos mientras que solo una reducida parte provocaba disturbio con sus gritos, aunque no por eso dejaba de ser algo molesto.
No lo entendía. Sehun simplemente no lograba comprender esta actitud.
¿Por qué esos niños lloraban y gritaban, algunos más incluso llegando al extremo de ponerse a patalear?
Su madre ya le había explicado antes lo que estaba haciendo aquí. Y supuso entonces que el resto de niños también.
Esto era un "Jardín de niños", le había dicho ella. Un lugar en donde sus "maestros" le ayudarían al desarrollo de nuevas habilidades. Perfeccionar su lenguaje y enseñarle a escribir eran algunas de sus muchas tareas.
Aunque Sehun ya sabía cómo hacerlo aún así ella insistió en que era necesario que ingresara; él incluso aprendió a escribir su nombre. Además, solo era por un par de horas que permanecería en este sitio.
Moviéndo su vista despacio, a través del tumulto reunido a su alrededor, Sehun se encontró con el sofocante panorama que reflejaban el resto de niños y niñas. Su ceño se frunció con confusión.
No es como si fueran a quedarse para siempre, entonces ¿por qué estaban armando tanto alboroto por algo tan insignificante como esto?
Él incluso consideraba que venir a este sitio resultaría en algo bueno. Su madre así lo había hecho parecer. Ella dijo que él podría obtener diversión y conocer a otros niños de su edad.
Alzando su cabeza, Sehun miró hasta el fino y precioso rostro de su madre, los rayos del sol iluminaban su perfil creando una imagen resplandeciente, como el sol. Sí, así es como era, su rostro bañado en luz era simplemente suave, más de lo que alguna vez pensó.
Un movimiento logró captar su atención. Apartando la vista de donde la mantenía en las facciones duras pero bellas de su madre, Sehun en su lugar miró hasta el frente, justo en el momento en que un hombre llegaba frente a las rejas y las abría, dejando así libre el acceso para el resto de niños y padres esperando fuera.
El sonido chirriante fue opacado por el ruido provocado por el incremento de los llantos infantiles.
Cuidando de no soltarse del agarre, mantuvo una de sus manos presionadas contra la palma más grande. Ciertamente las manos de Sehun eran pequeñas si las comparaba con las de la mujer pelinegra. Elevando su mirada, pudo apreciar el perfil que se alzaba por mucho, sobre la estatura que un Sehun de cinco años poseía.
Su madre mantenía sus labios unidos en una fina línea recta, su nariz ligeramente respingona. Ella era hermosa, parecía un ángel. Y esa nunca fue una mejor comparación, verla a ella le hacía recordar a las estatuas que había visto antes en la iglesia, cuando acudían a la misa de los domingos. Ahí estaba una belleza casi perfecta que, si embargo, no inspiraba confianza.
Él admitía que le daban algo de miedo las sombras que proyectaban esas figuras al pasar a su lado.
Apartando esos pensamientos de su mente, caminó a la par con la mujer. Ella les condujo con pasos lentos hasta lo que Sehun creía que eran los "salones de clase", otra de las cosas sobre las que ella le había hablado antes.
Estando ambos de pie frente a la puerta, su madre hizo un movimiento con su quijada, indicándole a Sehun que ingresara al lugar. Él le dio un leve asentimiento antes de soltar la mano que sostenía la suya.
Bajando hasta su altura, su madre se acuclilló frente a él. Buscado su mirada, ella encontró los ojos de Sehun. Se observaron por un largo rato mientras el viento hacía volar los largos cabellos de la mujer hacia los lados y por detrás de su cabeza, Sehun sintió un mechón de su propio flequillo aterrizar sobre uno de sus ojos.
Su madre suspiró con pesadez, él entendía, lo hacía. Toda esta situación era difícil. No solo para él sino también para ella.
Elevando su mano, ella consiguió apartar el mechón de su cara; después devolvió el brazo cerca de su cuerpo.
Mientras el resto de niños lloraban a mares y se aferraban con fuerza a sus padres, mientras niños pataleaban para que no los despegaran de los brazos de sus madres. Sehun y la mujer frente a él solo se miraban.
Ellos no eran como el resto. Ellos eran diferentes.
El ambiente, pese a que para alguien que mirara desde lejos podría resultar tenso, era de completa armonía. Porque incluso si nadie los entendía, ellos lo hacían. Sehun y su madre podían entenderse a la perfección.
—Volveré al rato.
Fue la única oración que de los labios de la mujer salió.
Aferrándose a los tirantes de su pequeña mochila, Sehun asintió y dijo:
—Sí, mami.
La mujer trató de sonreír. Ella enserio que trató, Sehun la vio luchar por ello. Sus labios, sin embargo, apenas y se inclinaron levemente. Sehun la escuchó suspirar con resignación.
Pero en lugar de sentirse triste o molesto, se sintió feliz, porque ella lo había intentado, lo seguía intentando. Siempre lo hacía.
Él por otro lado, ni siquiera trató de sonreír, el proceso sería "gradual", había dicho el doctor. Sea lo que sea que esa palabra significara.
Poniéndose de pie, ella llevó su mano hasta la cabeza de Sehun, donde dio una rápida caricia, entonces se encontraba dándose la vuelta para irse. Sehun la vio marcharse mientras el resto de niños eran, en contra de su voluntad, metidos dentro del salón. Unos cuantos, de los que fue imposible despegar de sus padres, caminaron en la misma dirección, yéndose.
Observó fijamente hasta que su madre llegó a la reja, en donde se giró y elevó una mano en despedida; Sehun imitó el gesto.
Ella volvería en una pocas horas, se recordó.
Se giró para entrar justo cuando la maestra se acercaba para llevarle dentro.
El resto fue tal y como su madre le había dicho, la maestra les habló un poco de ella y de cuánto adoraba trabajar con niños tan adorables como ellos. También mencionó las mil y una formas en las que se divertirían día con día mientras iban aprendiendo. Entonces llegó la parte de las presentaciones.
—Ahora bien, mis niños. Si queremos hacer nuevos amigos rápido, antes debemos presentarnos para que así el resto pueda saber cómo llamarnos cuando quieran acercarse para jugar.
La mujer de cabello oscuro caminó entre sus mesas, pequeñas áreas en donde podían apoyarse para dibujar o realizar sus trabajos; un portalápiz en el centro lleno de colores para que el grupo pueda usarlos. Cada mesa era lo suficientemente amplia como para que se sentaran 4 niños en ella.
Deteniéndose a sus espaldas, Sehun sintió la mano suave posarse sobre su hombro, antes de que la mujer exclamara:
—¿Por qué no empezamos contiguo, dulzura?
Preguntó antes de apartarse.
—Dinos tu nombre.
Arrastrándose hacia atrás, Sehun se puso de pie mientras alzaba la mirada. Todos los pares de ojos fijos en él. Incluso los niños más inquietos habían dejado de jalarse el cabello entre ellos para observarle.
Sehun respiró hondo y recitó el nombre que se sabía de memoria.
—Mi nombre es Oh...
—Sehun... ¡Sehun!
Agitando su cabeza, despejó su mente libre del recuerdo. Parpadeó algo confundido solo para girar el rostro y encontrarse con un precioso par de ojos mirándole. Una sonrisa tirando de los labios prefectos.
Sehun se inclinó más sobre la almohada, recargando su cabeza sobre sus brazos. Un par de cálidas manos sobre su pecho y sobe estas, el rostro de un hermoso ángel descansaba. No un ángel frío como estatua sino un ángel cálido y brillante.
Como la primavera, así es como era. Fresco y reluciente. El rostro de facciones suaves sonrió de lado.
—¿Y bien, qué opinas? —indagó ladeando el rostro.
Sehun repasó los rasgos tan precisos y marcadamente bonitos y no pudo evitar sonreír. Luhan siempre provocaba que sus labios se torcieran en una sonrisa. Una genuina sonrisa de alegría.
—¿Sobre qué? —preguntó.
Sabía que Luhan no se enfadaría con él pero que tampoco le haría gracia darse cuenta que no había prestado atención en absoluto a lo que sea que le decía, mientras se mantenía sumergido en sus recuerdos.
Tal y como esperaba, Luhan suspiró con entendimiento y despegó el rostro descansando sobre su pecho. Entonces miró hacia abajo y más allá.
Siguiendo la línea de su mirada, dio con la pared de frente a su cama matrimonial.
—Cortinas —dijo, señalando entonces hacia la ventana por la cual los rayos penetraban sin impedimentos—. Unas enormes cortinas con estampados florales, eso es lo que necesitamos. Así el Sol no entrará por las mañanas.
Comentó antes de volverse a recostar y cerrar sus párpados. Su cuerpo cayendo más flojo sobre su costado. Sehun deslizó un brazo fuera de las sábanas y lo trasladó hasta la espalda desnuda del rubio. Este sonrió, sin abrir sus ojos, mientras Sehun dibujaba formas con sus dedos cerca de su hombro.
—¿Es así? ¿Quieres poner cortinas? Creí que te gustaban los rayos del Sol.
Luhan formó un puchero con su labios. Y él sintió al aire atorarse en su garganta mientras sus párpados se abrían y su esposo miraba fijamente en su dirección. Un par de increíbles ojos le observaban ahora, una sonrisa tierna en los labios de su amor.
—Y lo hacen. Pero también quiero poder descansar más horas en los días libres. Los rayos me ayudan a despertarme sin alarma en los días de trabajo, mas no a dormir en los días libres.
Admitió con derrota; Sehun asintió mientras acariciaba el brazos de su esposo a su lado.
—Comprendo. Cortinas —declaró.
—Hermosas cortinas con estampado floral, no lo olvides —dijo Luhan antes de inclinarse y depositar un suave beso contra su hombro—. Pero por mientras... Buenos días, cariño.
Sonriendo, Sehun atrajo más cerca el maravilloso cuerpo de su esposo. Presionado un beso sobre su cabello tan rubio y brillante como el Sol mismo.
Oh Sehun. Ese era su nombre.
Ese era el nombre de un hombre dichoso. Un hombre que tenía al amor de su vida entre sus brazos cada mañana al despertar.
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