Capítulo 43. Heridas de guerra
Habían pasado cuatro de días desde que había despertado del coma, afuera nevaba. Me dieron de alta de cuidados intensivos, pero tenía que seguir viviendo en una habitación del hospital, ya que aún estaba bajo observación.
En los días que había pasado, había aprendido mucho de la comunidad de desterrados. El campamento, era un pequeño pueblo localizado en algún lugar entre Europa y medio oriente. No había autos, todos caminaban y si necesitaban cargar algo utilizaban carretas, había sembradíos de frutas, legumbres y granos para hacer pan, dulces y pasteles, también había toda clase de animales aprovechables. Era un pueblo autónomo que producía su propia energía, aislado y de difícil acceso, pero gozaban de excelente educación científica, cultural y militar, sobre todo esta última. Todos aquí sabían pelear y usar armas, lo irónico es que se denominaban pacíficos.
Ese día había amanecido helado y la mayoría de las personas estaban en sus casas. Me levanté de la cama temblando de frio, pero quería ver la nieve, nunca la había visto, bueno tal vez sí, pero no lo recordaba. Mientras miraba por la ventana, vi un campo llano cubierto de nieve, pero se me antojó en otra época cubierto de hermosas flores y dientes de león, y por un instante me pareció ver a dos niños jugando ahí y sin darme cuenta, comencé a cantar:
Correr, correr,
bailar, bailar
la danza de las flores
Girar, girar
y todos caen...
—Hace mucho que no escuchaba esa canción —interrumpió Erik en la puerta, tenía la punta de la nariz roja— mamá nos la enseñó. Creo que no la cantábamos desde que ella murió.
—¿Qué pasó con ella, con... mamá? ¿Por qué murió?
Él bajó la vista y se paró junto a mí, en la ventana.
—yo era un niño, pero aún no lo comprendo del todo. Ella se sacrificó, dio su eterna vida por algo, no sé qué. Recuerdo que en pocos días perdió su belleza y juventud, no tardo en volverse polvo. No quedó ni un rastro de ella.
Ambos quedamos en silencio unos minutos.
—Erik— interrumpió un chico entrando a prisa a la habitación, era Yael que trabajaba en los talleres tecnológicos con Erik— el prototipo 52 falló, tuvimos una explosión por calentamiento.
—Ok, voy enseguida— respondió Erik. El chico volvió a salir a prisa. —Tengo que irme.
—¿Estás trabajando en armas? — pregunté.
—No, estamos tratando de mejorar el hardware para hacer más real la realidad virtual. —sonrió— lo venderemos al mercado humano y nos haremos ricos. Pero por ahora solo es un prototipo fallido. ¿Te veo en un rato?
—Claro, no tengo ningún lugar a donde ir —dije con sarcasmo, aunque era verdad, por la nieve y porque no tenía ningún otro lugar.
Erik trató de darme un beso en la frente, pero yo me aparté, aun me sentía un poco incomoda con este trato demasiado familiar y cariñoso. Aunque me había dado cuenta de que era natural en él ser lindo, considerado y cariñoso, pero para mí sequía siendo un desconocido, además, no dejaba de compararlo con Richard, de pensar en él. Yo era una idiota, lo sabía. El Richard que había conocido era una mentira, en cambio Mihnea era retorcido, arrogante y manipulador. Erik apartó la vista, pero no dijo nada y simplemente me dejó sola.
Volví a la ventana a seguir mirando el prado, no sé cuantos minutos pasé ahí sin pensar en nada, sin intentar recordar, simplemente disfrutando de los rayos de sol que bañaban mi piel, del dulce aroma invernal que se colaba a mi habitación y de la hermosa vista. Busqué una hoja de papel y un lápiz y me empeñé en capturar el día.
Cuando terminé mi boceto, me di cuenta de que había dibujado a los dos niños jugando en el prado, pero... había alguien más ahí mirándome desde el bosquejo. A pesar de estar en líneas grises puede ver claramente su cabello azabache y sus extraños ojos verdes, escrutándome. Dragomir.
Dragomir me estaba llamando, lo sentía. Tenía que ir a buscarlo y averiguar en estado en el que se encontraba. No lo había visto desde la mansión de Rumanía y aquí solo me habían dicho que estaba en cuidados intensivos siendo tratado por expertos. Pero ¿sería cierto?
Antes de dirigirme a la puerta pasé la vista por la habitación en busca de algo que pudiera usar para defenderme, por si acaso, a estas alturas cualquier cosa podía pasarme. Tomé el lápiz que estaba sobre la mesa y me dirigí sigilosamente al pasillo.
—Veo que ya tienes fuerza para andar deambulando, rata— dijo alguien en mi espalda.
Di la vuelta, sobresaltada por la desconocida voz. Era un hombre joven de corto cabello castaño y cuerpo fornido, su cara era agradable a pesar de sus extraños ojos dorados. Por un momento me relajé, hasta que vi su arma pegada a la cintura, entonces tomé mi insignificante lápiz, batiéndolo delante de mí, dispuesta a defenderme.
—¿Quién eres? ¿Qué quieres?
—Hey, tranquila no voy a hacerte daño. Te vi al otro lado del pasillo y vine a saludar.
—¿Nos conocemos?
—¿Qué? Por supuesto que sí. —respondió con una extraña mueca, aunque su tono era amistoso— Te cuidaba cuando ni siquiera podías dar un paso, pero ¿qué te ha pasado? Antes eras un fiero león, ahora pareces un gato mojado —al no ver una expresión en mí, agregó— ¿Es enserio? ¿No sabes quién soy? Soy Timofey Kurjak.
No dije nada. Seguramente él pensaba que le estaba haciendo una broma, aunque su rostro no tenía expresión alguna.
—¿Nadie te lo ha dicho, aliento de perro? —dijo una voz femenina— ella perdió la memoria para salvar tu apestoso trasero peludo.
Era Sasha que venía del pasillo contrario. En el tiempo que había pasado ahí, me había dado cuenta de que ella era muy diferente de Tasha, tanto en su forma de vestir como de moverse. En cada paso que Sasha daba, contoneaba sus caderas y su ceñido y largo vestido se movía como el viento sobre su piel. Parecía una modelo en pasarela.
—No lo sabía —Timofey me miró con el ceño fruncido, asimilando las palabras de Sasha, al fin dijo— Te lo agradezco, pero no debiste hacerlo, no vuelvas intentar salvar a nadie.
Ella volteó los ojos y le dio un codazo.
—Algún día deberías aprender a aceptar la amabilidad de las personas o pensaran que eres despreciable. Además, ella nos salvó a todos, deberías ser más agradecido.
Él hombre no respondió, se limitó a rascarse la nuca, un poco incómodo. Tenía un porte militar, estricto y reservado, pero se notaba que era amable.
—Ser despreciable es un mal hábito de la guerra —respondió después de un rato— sólo no quiero que las personas que quiero hagan cosas estúpidas por algo estúpido, como salvarme o salvar a otros. —me miró y puso sus manos sobre mis hombros— Tú solo debes vivir, rata, no te preocupes por los demás.
—Como sea— dijo Sasha— ¿No ibas a algún otro lugar?
—Sí, acabo de regresar del exterior y tengo que ver a Will.
—Él no está aquí, trajo a los heridos y se volvió a ir.
—Ya veo —frunció el entrecejo— entonces buscaré a Omar. Nos vemos —me miró y sonrío— que bueno que estas bien, rata —Se fue con paso firme por el pasillo.
—A veces Timofey puede parecer un idiota— dijo Sasha, observando al soldado— pero en realidad es cálido y protector como un hermano mayor, al menos para ti lo fue.
—¿Por qué me dice rata? —pregunté mientras lo veía alejarse. Cuando volteé, vi a Sasha mirándome con el ceño fruncido y las manos cruzadas a la altura del pecho.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó en tono severo— se supone que debes estar en reposo. ¿A dónde ibas?
—¿Me vas a detener?
—No— se relajó —pero puedo acompañarte.
—¿Dónde está mi hermano? —pregunté sin delicadeza.
—¿Hermano?
—Sí, el guapo alto de cabello negro.
—Ah, el chico Lefebvre. Está por aquí, sígueme.
Pasamos por varios pasillos y puertas hasta llegar a una puerta metálica, donde tuvimos que ponernos una enorme bata blanca, guantes y cubre boca. Al cruzarla el aroma a formol penetró el cubre bocas, ahí dentro todo era blanco y estéril, con un tenue sonido de máquinas trabajando. Frente a mí estaba un cuarto de paredes de vidrio, donde alcance a ver un cuerpo de melena negra rodeando de personas vestidas de blanco y manchadas de sangre.
—¿Qué le están haciendo? —pregunté alarmada.
—Tranquila, le están operando. Es su quinta operación. Su madre intento matarlo mientras estaba inconsciente, por suerte pudimos rescatarlo, sin embargo, desde que llegó no ha despertado y el daño interno causado por la lucha es severo. Pero tranquila, Mamá y Papá están trabajando personalmente en él, se recuperará. El nudo que tenía en la garganta se aflojó un poco, Dragus tenía esperanza.
A un lado del cuarto de vidrio de Dragus había otro igual, sin embargo, en el no había ningún doctor, sino algo similar a un cadáver. El nudo de mi garganta se volvió a apretar.
—Gigi— su nombre salió de mi boca como un lamento. Su piel estaba blanca y llena de cicatrices, en el brazo faltante tenía un terrible muñón rojo, su cabeza estaba completamente calva y llena de coceduras y su hermoso rostro estaba cubierto de cicatrices.
—No te preocupes, está viva. Tuvimos que inducirla a coma para que se recuperará completamente, no dejaba de pelear diciendo que debía ir a Texas. No sé de qué turbios asuntos tienes allá.
Después de un rato de mirar a los moribundos pacientes, salimos de ese lugar estéril de vuelta a mi habitación.
—Sasha, ¿podrías decirme porque el chico de antes me llamó rata?
—Oh, sí— sonrió —fue un sobrenombre que Gigi te puso, según dicen que cuando eran unos niños, tú te escabullías a la cocina para robar galletas y golosinas para dárselas a cabeza de cebolla y otros niños. Me hubiera gustado conocerte desde entonces, pero nuestra familia aún seguía... ya sabes.
Asentí. En ese entonces su familia asesinaba y comía humanos.
De repente un remolino histérico me rodeo con sus brazos, aprisionándome. Era Erik, que parecía como loco buscándome por todos lados.
—Estaba tan asustado de perderte de nuevo. Por favor no te vuelvas a ir, al menos no sin mí. Prométeme que no te irás.
—Lo prometo —respondí insegura.
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