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Capítulo 32. Astarot

Rumanía

La mansión principal era hacía donde nos dirigíamos. Durante el trayecto nadie había dicho nada, pero la chica, Ruxandra, parecía estar a punto de explotar.

—¿Por qué no...

—Cierra la boca, Rux— dijo Richard fastidiado— no tenemos por qué explicarte nada.

Desde que iniciamos el camino a casa la actitud de Richard había cambiado, se comportaba frío y distante, por lo que no me sorprendió lo cortante que fue con Ruxandra.

Ruxandra me miró con rencor, como si esperara que yo hiciera o dijera algo.

—Olvídalo —intervino Dragomir— ella no sabe nada.

Ruxandra resopló y cruzó los brazos, molesta y durante el resto del camino nadie volvió a decir nada.

El chofer detuvo el auto frente a un enorme y pesado portón de metal, en el momento en que la puerta se abrió quedé impactada por el enorme y antiguo castillo gótico ubicado en la cima de una montaña rodeado de extensa vegetación. Era un tétrico castillo con sus torres y ventanas oscuras, como el castillo gótico de Drácula.

El auto aparcó frente a la puerta del castillo, el chofer abrió la puerta para nosotros, pero en el momento en que yo salí me detuvo.

—Señorita, esto es para usted. —me dio un pequeño equipaje de mano —son algunas de sus pertenencias.

—Gracias. —Cuando di la vuelta para reunirme con los chicos, ellos ya se había ido, me habían dejado como si yo supiera que hacer o donde ir. —Disculpe —dije al chofer— puede decirme donde...

El hombre como si adivinara mi pregunta asintió.

—Todos hemos recibido instrucciones respecto a usted. Sígame.

Para mi sorpresa, no nos dirigimos al castillo sino por una camino lateral, pasamos a través de un jardín seco de árboles retorcidos, fue ahí cuando la vi, oculta detrás de un tronco gris. Era una figura humana, aunque no estaba segura si era real. Parecía una chica o el espectro de una chica con la mayor parte de su cara cubierta con cabello, me vigilaba. Al verla tuve una sensación extraña, algo muy similar al miedo, pero no dije nada, simplemente fingí no verla.

Llegamos hasta una torre muy apartada del imponente castillo. En el último piso estaba mi habitación. Cuando me encontré sola, me sentí algo decepcionada ya que creí que me recibirían muchas personas felices de verme después de un largo, largo tiempo, creí que mi madre y demás personas me abrazarían y tendríamos una gran fiesta por regresar sana y salva, pero no fue así, nadie me esperaba. Me pareció extraño pero tal vez era a causa del demonio que se habían olvidado de mí, sin mencionar que Erik nos había encontrado.

Así pasé tres días, encerrada en esa solitaria y fría habitación sin saber o ver nada ni a nadie salvo a esa chica sombría rondando fuera de mi habitación. Me convencí de que ella solo era producto de mi imaginación hasta que la encontré tendiendo mi cama y sacudiendo los muebles, era una empleada.

—Disculpa— dije a la indiferente chica que había traído la cena.

—Sí, señorita Lefebvre— respondió rígida en un susurro apenas audible, con la cabeza baja y la vista en el suelo.

Detestaba todo ese cabello que le caía sobre la cara hasta la cintura, no me permitía verla claramente.

—¿Podrías decirme donde esta Richard y mi hermano?

La chica se quedó inmóvil sin responder. Hasta ahora no había respondido ninguna de mis preguntas, siempre que le hacía una se quedaba en esa postura taciturna, ni siquiera sabía su nombre. Ella simplemente venía con esa actitud y se limitaba a hacer su trabajo con el menor ruido posible, algunas veces incluso, ni siquiera notaba cuanto entraba o cuando se iba.

—¿Al menos podrías decirme donde esta Anthony Lefebvre? —supliqué— ¿tan siquiera sabe que estoy aquí?

La chica siguió igual, parecía que ni siquiera respiraba y seguiría así hasta que yo no mostrará el leve indicio de darme por vencida con las respuestas, lo sabía porque la noche anterior estuvo así casi dos horas, hasta que le dije que lo olvidara que no me importaba si me respondía o no, entonces terminó de arreglar mis almohadas y cuando me di cuenta ya no estaba.

La chica continuó con su actitud taciturna unos minutos más y después simplemente dejé de prestarle atención para que continuara con su labor.

Era una chica de lo más extraña y sigilosa, tenía la piel anormalmente pálida, era muy muy delgada, más que yo, ella estaba casi en los huesos, siempre tenía un vestido negro de manga larga que le llegaba del cuello hasta los pies y aunque yo le decía: "muchacha, chica, señorita o cualquier otro apelativo", no sabía exactamente cuál era su edad porque algunas veces se movía con la agilidad y destreza de un niño pero otras veces rengueaba y caminaba encorvada como anciana.

Esa noche no la molestaría más, pero mañana, después del desayuno planeaba escabullirme y buscar las respuestas por mi cuenta o al menos encontrar a alguien que pudiera dármelas. También quería salir y explorar porque el encierro y la pasividad me estaban volviendo loca.

[...]

En la mañana al salir de la habitación me encontré en un largo pasillo de piedra sin ninguna puerta alrededor. Era un lugar muy silencioso, frío y vacío, todo parecía lúgubre, como si cualquier muestra de alegría molestara al castillo o a sus residentes. Caminé más de 10 minutos hasta que me topé una puerta de madera maciza, al abrirla me encontré con una sala llena de chatarra de armas, escudos y armaduras oxidadas, intenté cerrarla sin el menor ruido, pero la vieja madera crujió.

—Si me permite, señorita— dijo una voz a mis espaldas —yo la cerraré por usted.

Era la sombría chica, cerró la puerta por mí y después volvió a quedar en silencio con su habitual postura. No dije nada ni me moví por unos instantes, la chica no parecía tener alguna intención de detenerme, simplemente se quedó ahí, di un paso hacia delante y ella también se movió, entonces anduve 5 pasos y ella también los dio. Parecía que me seguiría.

Seguí andando un largo tramo, pero no me encontré con ninguna persona, sólo con perturbadores retratos que colgaban esparcidos por todo el pasillo. Al final de ese túnel de piedra había una puerta que daba a un desolado patio con un par de árboles grises y sin ninguna hoja, todo lucía muy triste y sin vida. Justo en el momento que el aire fresco de la mañana golpeó mi cara vi a un hombre que entraba a una torre en el lado opuesto del patio.

—¡Disculpe, señor! —corrí tras él— espere un momento —el hombre se detuvo a mitad de las escaleras de piedra que iban a un piso superior, era un hombre delgado, de mediana edad, nariz ganchuda y ojos perezosos, vestía de una manera muy pomposa.

—¿Qué es este escándalo? —dijo con voz nasal y altiva, entonces me miró y por un momento vi asombro en sus ojos.

—Mi nombre es Stella Lefebvre...

—Sí, sí, sí —cortó desdeñoso— se quién es usted, señorita Lefebvre —entonces me recorrió con la mirada y arrugo la nariz— lo que no entiendo es que hace fuera de sus aposentos y vestida así —llevó una mano a la frente y sacudió la cabeza como si yo fuera lo más difícil que ha tratado en su vida— que trapos más horribles lleva puestos.

Vestía mi ropa habitual, mejor dicho, algo de mi reducido guardarropas: una sudadera gris con capucha sobre una camiseta blanca, jeans negros y botas también negras.

—¿Sabe usted donde está mi hermano? —pregunté, ignorando el comentario de mi ropa.

—Por supuesto que lo sé— dijo ofendido.

Esperé que me dijera donde pero no lo hizo.

—¿y... me podría decir dónde está?

—Oh, no, eso sería imposible.

—¿Por qué?

—Bueno eso es... —lanzó un chillido —¿Qué hace eso ahí? —señaló a mis espaldas, di la vuelta y vi, encorvada bajo el marco de la puerta a la sombría chica, más taciturna de lo normal.

—¿Ella?

—Eso —corrigió él— ¡Que grosería! ¿por qué esta eso aquí? No tiene permitido mostrar algo así a nosotros, como se ha atrevido. ¡Oh! Esto es una injuria —dijo dramático.

—Bueno, ella me siguió, yo sólo... ¿Eso? ¿por qué la llama eso? ¿qué acaso no tiene un nombre?

—Por supuesto que tiene nombre, se le llama... de algún modo, yo no lo recuerdo por ahora. No debería pasearse con eso, señorita Lefebvre —agitó las manos— chu, chu, largo de aquí, vete, chu.

La chica dio un paso atrás y empezó a temblar, pero no se fue. El hombre resopló ofendido.

—Que se puede esperar, es peor que un animal —dio la vuelta y siguió subiendo.

—Espere —lo jalé de la manga, él me miró asqueado y de inmediato lo solté— ¿Dragomir se encuentra en casa?

—No, él señorito Lefebvre está de viaje, si me disculpa ya he perdido mucho de mi valioso tiempo.

El hombre se alejó dando zancadas y yo me quede ahí parada decidiendo si seguir o regresar. Dragomir se había ido y seguramente Richard estaba con él, yo estaba en esa casa sola, sin conocer ni recordar nada, ni a nadie. No sé qué esperaban de mí, tal vez pensaban que al llegar mis recueros regresarían como por arte de magia o que simplemente me quedaría encerrada en mi habitación o que me las arreglaría yo sola. No lo sé.

¿Regresar a mi habitación o seguir explorando?

Regresé, pasé junto a la sombría chica que se encogió más en su lugar, aun temblaba.

—Puedes irte —le dije— no quiero meterte en problemas. Voy a seguir recorriendo el lugar, pero tú puedes regresar —la chica negó con la cabeza y se enderezó.

Anduve por una hora más, con la silenciosa chica pegada a mis talones. Llegamos hasta un lugar diferente de los que había visto antes, era un gran vestíbulo iluminado con la luz dorada de candelabros y una lámpara de araña que colgaba del techo. Todo era limpio, elegante y sofisticado, el piso era de mármol gris, pesadas cortinas que llegaban del techo hasta el piso cubrían las ventanas, había lustrosas armaduras afiladas en las paredes, todo ahí demostraba riqueza y poder.

Entonces vi que de la parte baja de una puerta de madera salía un resplandor más luminoso que el vestíbulo, además, se escuchaban voces dentro. Entreabrí la puerta y pegué un ojo a la rendija, era una habitación más elegante que el vestíbulo, tenía una biblioteca, alfombras de piel, una lámpara de telaraña, una sala, incluso una chimenea, pero...

—Es una sorpresa para su cumpleaños —dijo una mujer que apenas conseguí ver, conversaba en chino con un hombre— son hermosas, le encantaran.

—Por supuesto Madam, lo mejor para usted.

Mi respiración se cortó y mi corazón comenzó a latir a prisa, iba a abrí más la puerta, pero sentí que alguien jaló mi ropa. Era la chica sombría que sacudía la cabeza de un lado a otro desesperada.

—No, no, vámonos, ella se enojará.

—Tranquila sólo voy a echar un vistazo —susurré. La chica sujeto mi mano, pero de inmediato la soltó como si la hubiera quemado.

—¿Estas bien?

—Vámonos, por favor vámonos.

En ese momento la puerta se abrió completamente, dejándonos al descubierto a la chica sombría y a mí. Entonces la vi claramente, estaba detrás de un elegante escritorio, enfrascada en unos papeles. Era hermosa, elegante y muy muy joven, tenía la piel blanca y el cabello tan negro como el Dragomir. Ella era... era...

—¿Ma... mamá?

Ella levantó la cabeza y sonrió. Sus ojos también eran idénticos a los de Dragus, verde esmeralda.

—Oh, Astarot, querida. Estas aquí.

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