Capítulo 25. Algo en el aire
Verona, la ciudad de los amantes trágicos, donde Romeo y Julieta encontraron su fin por algo que creyeron verdadero: Amor.
Y mientras paseo por sus empedradas calles, viendo los viejos edificios, probando la exquisita comida e impregnándome del fragante aroma de las guirnaldas que cuelgan de los balcones, me pregunto si yo amo y si amaré tanto como la ingenua Julieta lo hizo.
En esos instantes de dudas observo los intensos ojos azules que caminan a mi lado, él me sonríe y su sonrisa me hace despegar del suelo.
Sonrió tontamente, deseando poder recordar el pasado, el tiempo que pasamos juntos, todas las sonrisas, los momentos tristes y los felices. Si tan solo pudiera recordar, lo amaría con locura, sin dudas, sin arrepentimientos, sin remordimientos, lo amaría con mi vida y si el destino lo quisiera, también lo amaría con mi muerte, pero nada esta ahí, todo se ha ido y no sé si volverá. Solo me gustaría amarlo tanto como sé que él me ama a mí.
—Ven, princesa— Richard jala suavemente mi mano.
Sus ojos son más brillantes que nunca bajo la luz del sol, su sonrisa se ha vuelto más extensa y... todo en él parece perfecto.
—Tienes que probar esto— me dice. Nos acercamos a una anciana de un puesto callejero y pide un par de lo que sea que esté vendiendo. Richard pone en mi mano un pequeño panecillo esponjoso y de una forma peculiar —se llama Pandoro, pruebalo.
Desde que llegamos a Verona no pasa ni un momento en que él quiera hacerme feliz, estos días siempre intenta hacerme sonreír, yo me esfuerzo, pero creo que no lo estoy haciendo bien y es frustrarte no poder responder a sus atenciones.
Él es muy suspicaz y sé que sabe que mi sonrisa no es sincera pero no lo demuestra, en cambio se esfuerza más.
—Es delicioso— paso la lengua saboreando mis labios. Richard sonríe abiertamente y da las gracias a la anciana por hacer feliz a su novia. Sí ahora eso soy, su novia.
Este día, Richard y yo tenemos nuestra primera cita de novios. Salimos desde temprano, antes que Dragus despertara, antes incluso de que el sol saliera, ambos, como dos malhechores nos escurrimos en la noche con los zapatos en una mano y con la otra entrelazada, sin hacer ruido; sólo el gato gris que cuida la puerta fue nuestro testigo.
Mientras seguimos caminando mirando a nuestro al rededor, él me platica de la historia de la cuidad, me muestra la arena, el teatro y las plazas hasta llegar a la casa de julieta; el espacio predilecto de los enamorados.
Él no ha parado de hablar desde que salimos de nuestro apartamento, parece nervioso y efusivo, algo fuera de lo común en él, un chico seguro y de apariencia arrogante, aunque su personalidad es todo lo contrario.
—Quédate justo aquí, princesa —me dice cuando llegamos al balcón.
—¿A dónde vas? —pregunto cuando él da media vuelta para bajar corriendo las escaleras.
—En un minuto lo sabrás.
Y es justo en un minuto que escucho jaleo afuera.
Hay varias risas y murmullos en el jardín, varias miradas curiosas se asoman por la ventana y regresan con una sonrisa ruborizada en el rostro, entonces lo escucho. Alguien me llama desde afuera.
—Stella, novia mía, sal al balcón.
Sé quién es, conozco perfectamente esa voz que tantas veces me ha llamado.
Tímidamente asomo mi cabeza y lo veo, justo bajo el balcón, rodeado a distancia de curiosos, chicas que sonríen y otras que suspiran. Mi novio, con un ramo de rosas. Es mi novio con una sonrisa mirando únicamente mis ojos.
Me invade una intensa felicidad, un eterno agradecimiento por vivir estos momentos, pero entonces, viene a mi la tristeza y no puedo evitar preguntarme cuantos momentos como estos olvidé.
Él comienza a recitar una parte de la declaración de Julieta en el balcón.
Stella, Stella ¿Por qué eres Stella? Niega a tu padre y rechaza tu nombre, o si no, júrame tu amor. Mi único enemigo es tu nombre. Tú eres tú ¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa sería tan fragante con cualquier otro nombre. Si tú no te llamases Stella, conservarías tu propia perfección sin ese nombre. Stella, quítate el nombre y, a cambio de el, que es parte de ti, tómame.
Sonrío, no lo puedo evitar. Y enseguida le respondo con el mismo tono cursi que él utilizó.
—Llámame <amor> y volveré a bautizarme: desde hoy nunca más seré Stella, si no tú amor.
Sin pensarlo, bajo corriendo las escaleras al jardín donde sé que él me espera con los brazos abiertos. Me cubre fuertemente con ellos mientras la gente a nuestro alrededor rompe la atmósfera con un aplauso. Después él simplemente pone mis pies en el suelo y depósita un tierno beso en mi frente.
—Eres mía, amor— dice con una sonrisa tierna en el rostro.
—Sólo tuya— respondo.
[...]
Por la tarde fuimos a un bonito restaurante junto al río, hablamos de tonterías como el paisaje, la comida, el lugar y el clima, ya que nubes oscuras comenzaban a cubrir el cielo. En realidad, fui yo la que habló mientras miraba sus profundos ojos, su suave boca, su sonrisa y la mano que nerviosamente se pasaba por el cabello. Él solo me escuchaba y de vez en cuando respondía con una palabra o frase para no dejar morir la conversación.
—¿Te gustó nuestra cita, princesa?
Había sido un día maravilloso y educativo, había estado cómoda junto a él, pero conforme fue avanzando la tarde, Richard se puso un poco raro, como ansioso.
—Me encantó... pero tú pareces algo... preocupado, nervioso.
Me miró un poco apenado.
—Ah, bueno, sí estaba un poco nerviosos. Quería que este día fuera inolvidable y temía planear algo aburrido y común. Verás, nunca había hecho esto, planear una cita —se detuvo— en realidad creo que nunca había tenido una cita con alguien. Es mi primera vez.
Sonrió.
—¿En serio?
Estaba sorprendida y siendo sincera, dudaba un poco, porque Richard era demasiado guapo para no haber tenido una cita antes.
—Sí, es verdad. Nunca había estado en una cita.
—Pero... ¿nunca has tenido una novia?
—Alguien como tú, jamás —acarició mi mano —eres única, princesa.
—¿Pero si ha habido... chicas, no?
De repente un gusano malicioso taladró mi corazón. Él siguió sonriendo interesado.
—¿Estas celosa, princesa?
—Un poco, sí —respondí altanera— ¿cuántas chicas ha habido en tu vida? —pregunté mordazmente y Richard carcajeó. Los comensales nos voltearon a ver y más de uno frunció el ceño, pero nadie se quejó.
—No te voy a mentir princesa, no soy un casto virgen. Tengo casi 250 años y ha habido chicas, pero ninguna como tú. Ya te lo dije, eres única.
Me relajé un poco, sólo había tenido a nadie sin importancia. Seguimos hablando y riendo durante un rato más. Pero al salir del restaurante la actitud de Richard cambió completamente, estaba más pensativo y distante, se veía más preocupado que antes.
—¿Qué ocurre, pasa algo malo? —pregunté.
—No, no es nada, vamos a casa —respondió sin mirarme.
—Sé que ocurre algo... por favor, Richard, ya hablamos de esto. No me sobreprotejas.
—No, en realidad no hemos hablado de esto y no es sobreprotección, es la protección adecuada— me miró, era obvio que su argumento era débil y él lo sabía. Suspiró resignado —está bien, te lo diré. Hay violencia, hostilidad en el aire y está acercándose.
—¿Cómo lo sabes? ¿Es algo que nosotros podemos sentir? —estire mi cuello, cerré los ojos y aspire con la esperanza de captar algo.
Nada.
—Así no se hace— abrí los ojos, él se estaba riendo de mí —y no lo podrás sentir por mucho que te esfuerces.
—¿Por qué no? —pregunté enfurruñada.
—Es algo natural, no se fuerza sólo lo sientes —hice una mueca, pero él no me prestó atención— Volviendo a la hostilidad, siento que son muchos ephimery furiosos, pero... —se quedó quieto— hay algo más, alguien... algo que no está vivo y... —por unos segundos dejó de respirar— no puede ser... —susurro entrecortado.
—¿Qué es? ¿Qué pasa?
—Bus... busca un lugar seguro— dijo Richard rápidamente— tengo que asegurarme de que sea... —no terminó de hablar o mejor dicho no lo escuché porque ya corría lejos de mí.
Mire alrededor, había muchos turistas caminando y tomando fotos al hermoso atardecer sin percatarse de nada. Volví en mis pasos al restaurante, Richard me encontraría fácilmente ahí.
Entonces de una de las calles vi que se acercaba un tumulto de gente, con carteles y bocinas, era una manifestación, pero no pacífica, varias personas tenían palos, otras botellas y piedras, del otro lado de la calle venía un grupo de policías listos para enfrentarse a los civiles.
Al ver lo que se avecinaba, un montón de gente y yo nos pegamos a la pared para resguardarnos del enfrentamiento. Era un caos.
Tenía que salir de ahí ¿Pero hacía dónde? Por un lado, estaban los enardecidos manifestantes y por el otro la policía desplegándose. Si quería correr hacia una calle despejada tenía que pasar por en medio de los dos bandos. Miré a la gente que tenía al rededor, todos estaban pálidos, unos lloraban, otros temblaban y otros, al igual que yo buscaban la mejor manera de salir de ese callejón.
De repente un voz masculina gritó:
—Por aquí, Síganme.
Quien quiera que fuera, me sujetó de la mano y me jaló tras él. La gente despertó de su estupor y lo siguió, al igual que yo.
Nos condujo, pegados a la pared por un callejón, rodeamos varios edificios y nos encontramos en un sin salida.
De inmediato la gente comenzó a murmurar enfadada, preocupada y asustada, pero él, como como si no los escuchara y sin soltarme siguió caminando hasta una valla, abrió las ramas de un pequeño arbusto y todos vislumbramos un agujero lo suficientemente grande para que entrará un adulto.
La gente se agolpó para pasar primero empujándose unos a otros, incluso a los niños.
—Permitan que la señora vaya primero— se escuchó la súplica de un anciano que protegía a una mujer de pocos meses de embarazo de los empujones, ella estaba pálida y temblaba —por favor dejen que ella pase primero.
—Cállate vejete —gritó un hombre corpulento —tú no decides eso.
De inmediato la gente comenzó a replicar furiosa. Temí que se armara una pelea.
—Hagamos esto rápido —dijo alguien —mujeres y niños primero. Tú, grandote, puedes esperar hasta el final.
La mano que me sujetaba me hizo a un lado y las personas comenzaron a traspasar la alambrada. La mujer embarazada pasó y le dio las gracias al anciano que fue de los últimos en pasar.
Entonces me di cuenta que sólo quedábamos dos personas, él y yo, aún tomados de la mano.
—Listo, ya estas a salvo —dijo al momento que volteo a verme, entonces sus ojos se agrandaron inspeccionando mi cara —tú...
—¿Quién eres?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro