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Epílogo

El rugido de las turbinas era escalofriante. Sería la primera vez que Giulio volaría dentro de un avión, máquinas de decenas de metros y miles de kilos que su imaginación no podía parar de proyectar precipitándose a tierra pese a que había leído que la posibilidad de que eso ocurriera era mínima, sin mencionar que ya había viajado en una, aunque había estado inconsciente.

No podía dejar de mirarlos a través del vasto ventanal que cubría la pared de la estación de espera en el Aeropuerto Internacional de Taras. Iban y venían de todas direcciones. Algunos aterrizaban, con sus largas e imponentes alas vibrando a la par de los rebotes de sus llantas inferiores cuando tocaban tierra. Otros echaban el vuelo después de una corta carrera, moviendo las pequeñas cosas saltarinas de sus apéndices que más tarde conocería como alerones.

El viaje sería de cinco horas. El primer vuelo internacional que Giulio tomaría desde su despertar en ese mundo. Habían pasado dos años desde que terminara el cuadro de «Ella» y su vida comenzara a normalizarse aunque todo en él continuaba siendo extraño y enigmático para el resto del mundo. Su popularidad continuaba siendo la misma, incluso mayor. La gente acudía a Artadis y a Canos en oleadas para intentar tener un vago avistamiento de él. Hacían filas enormes afuera de la Galería Bonse cuando sabían que Giulio andaba cerca, acudían al taller de Crisonta en espera de encontrarse con él y pedirle autógrafos y fotografías, y rondaban las afueras de su casa, instalándose en casas de campaña entre los árboles, algo contra lo que la vigilancia había dejado de luchar cuando el gobierno de Canos había establecido que si los visitantes no ocasionaban desmanes, podían quedarse.

El problema era la basura. La gente olvidaba su basura por todos lados entre los árboles y los matorrales y las agencias protectoras de los bosques de Talis estaban enzarzadas en una fiera lucha por imponer reglamentos y leyes que actuaran en contra de quienes acamparan y olvidaran intencionalmente su basura.

Mucha gente nueva había llegado a la vida de Giulio desde que había terminado el cuadro de «Ella». La mayoría investigadores, entrevistadores y científicos que hacían fila en la larga lista de espera que Emma manejaba con presteza y ojo muy crítico. No cualquiera podía acercarse a Giulio y él había aprendido a hacer las paces con el hecho de que su naturaleza siempre sería motivo de curiosidad o de temor para las personas, por ende, su seguridad siempre oscilaría entre el «a salvo» y el «en peligro», y ya no podría caminar por las calles como un anónimo más, como lo había hecho cuando había resucitado.

En el lapso de reintegración social, aprendizaje y terapia psicológica que estaba tomando para sanar su psique desde que había terminado el lienzo de «Ella», había sufrido dos atentados más contra su persona; una tentativa de secuestro y otra de apuñalamiento que no había terminado mal porque el arma había caído de las manos del perpetrador antes de ser sometido por Leo, que había pasado a la lista de los mejores amigos de Giulio, junto a Marice y a Tomello. Desde entonces el equipo de vigilancia que lo cuidaba había aumentado medidas y sus movimientos dentro de cada región del país habían estado registrados por satélite.

Había aceptado la idea de Emma de tomar clases para expandir su conocimiento y adaptarlo a esa época. Un grupo de instructores personales se habían abocado en enseñarle historia, tecnología, geografía, cultura general y un sinfín de asignaturas más que lo ayudaban a no sorprenderse ni espantarse tanto cuando se detenía ante un nuevo descubrimiento de la humanidad, como podían serlo, en ese caso, los aviones. Los había visto en el cielo en cientos de ocasiones. Jamás de frente. Nunca tan cerca. El sonido de sus turbinas era ensordecedor aun a través de los gruesos cristales del salón de espera y la ansiedad se agolpaba dentro de su pecho cuando pensaba en el par de documentales sobre catástrofes aéreas que había mirado a escondidas la noche anterior después de que todo el mundo se había ido a dormir.

—¿Tienes miedo, Lio? —preguntó Karline, sujeta de su mano derecha. Comía un helado que Emma le había comprado en un local abarrotado de gente, después de pasar el punto de revisión de boletos y equipaje.

—Un poco. —Giulio la miró sonreír. Había cumplido cinco años pocos meses atrás y era ya una niña muy alta, aunque su felicidad se había visto mermada con el reciente fallecimiento de Brisa.

Giulio había recibido la noticia durante una mañana pocos meses atrás, mientras pintaba en su taller y Emma trabajaba silenciosamente en un escritorio ubicado frente a las ventanas, haciéndole compañía. Mattias había hecho la llamada y había roto en llanto en cuanto la mucama le había dado el teléfono a Giulio. Había ocurrido durante la noche, mientras ambos ancianos dormían. Brisa no había despertado como habitualmente hacía al alba. Su corazón había fallado. No había sufrido. Quienes sí lo habían hecho y lo continuaban haciendo eran aquellos a quienes había dejado atrás, Karline sobre todo. Cuando Giulio y Emma le habían compartido la noticia, poco después de que tomara su desayuno, habían visto con angustia cómo su joven y hermoso corazón se partía en mil pedazos.

Emma había ofrecido encargarse de los trámites mortuorios y Giulio había llevado a Karline a casa de sus abuelos para que acompañara a Mattias durante su duelo. Habían sido días tristes y silenciosos, de mucha contemplación y nostalgia. Giulio había llegado a amar a Brisa como a una abuela y su partida lo había devastado también a él. Ella había sido, después de todo, fruto de un amor lejano del que había tenido conocimiento muy tarde, pero el cual atesoraba como parte del pasado que había forjado su presente, y que lo había llevado a rodearse de personas tan amadas por él.

Y ya no estaba.

Y ya no estaba.

Esperaba que al trascender su espíritu estuviera de regreso con el de Mateo, el padre de Karline y su hijo fallecido, que conociera a Lucilla y a Akantore, y que juntos velaran por quienes aún vivían. Seguro que la querrían tanto como Giulio había llegado a hacerlo.

Mattias se había mudado a vivir con ellos en Canos desde entonces. Las mucamas se habían encariñado con él casi al instante y Giulio notaba cuánto se esmeraban en consentirlo e incluso en consolar sus repentinas crisis de angustia. Junto a Karline, Mattias salía a caminar por la orilla del lago cuando la pequeña regresaba del jardín de niños, escoltados por una comitiva de enormes mastines, gansos, gatos y un furibundo perro salchicha que indudablemente se había convertido en el alfa de su peculiar manada y al que Karline había nombrado «Bestia». Giulio solía verlos desde la ventana de su taller mientras pintaba o dibujaba, y en una ocasión los había retratado en una pintura rápida que más tarde Emma había colgado en uno de los pasillos centrales de la casa, alegando que era demasiado hermosa como para guardarla en un rincón.

—¿Crees que podré mirar de nuevo a mi Biba cuando volemos entre las nubes? Tisas dice que se fue al cielo.

Giulio se mordió los labios, pensando cuidadosamente lo que debía responder.

—No creo que eso sea posible, muñequita. —El corazón se le estrujó cuando Karline bajó la mirada y asintió—. Pero creo que podremos verla de nuevo. No ahora y no pronto, pero volveremos a verla después, cuando sea el momento adecuado.

—¿Cuando yo también sea viejita?

—Muy, muy viejita y dentro de muchos años, cuando estés tan arrugada como una pasa. —Giulio sonrió al verla sonreír—. Y tu reencuentro con ella será muy alegre. Por lo pronto, Biba querrá que crezcas sana y fuerte, que tengas una vida larga y seas muy feliz aquí en la Tierra, ¿crees que podamos hacerla feliz juntos cumpliendo su sueño?

—Sí —asintió Karline luego de suspirar largamente—. Me hubiera gustado que Tisas viniera con nosotros.

—A mí también, pero hubiera sido un viaje largo y un poco cansado para él. Aunque podemos traerle muchos recuerdos, y tú y Emma pueden tomar muchas fotografías y videos para que vea todos los lugares a los que iremos. Procuraremos que hables con él diariamente para que le des las buenas noches y duerma tranquilo, ¿te parece?

Karline se animó y aceptó con energía.

Otro avión aterrizó y dos más despegaron en distintas pistas, perdiéndose con un último brillo del metal de sus fuselajes en el horizonte. Irían como primera parada a San Petersburgo, a atender una exposición de arte de Giulio donde se mostrarían dos de sus antiguas pinturas y algunas actuales que habían destacado de inmediato en los medios del arte y que ese y otros museos a lo largo del mundo pujaban por comprar. Después viajarían por el resto de Europa, atendiendo más invitaciones y paseando por las principales capitales porque ahora era más fácil y cómodo viajar y Giulio quería experimentarlo todo.

No era la primera vez que salía de Talis, o de la región ahora unificada y convertida en país. Había visitado otros reinos, además de repúblicas, ciudades-estado y gobiernos que también ahora se seccionaban en países. Las primeras veces lo había hecho en compañía de su padre, las posteriores, antes de morir, lo había hecho solo, invitado por distintos miembros de la nobleza o caballeros acaudalados que deseaban comisionar su arte.

Aunque jamás lo había hecho rodeado por un séquito de guardias. El departamento para el que Emma trabajaba había logrado que el gobierno de Talis consiguiera un permiso especial para que la agencia de protección pudiera viajar con Giulio. También habían establecido acuerdos para que ningún departamento gubernamental de otra nación le pusiera las manos encima en pos de investigar su naturaleza resurrecta. A cambio, Giulio había atendido preguntas, exámenes y pruebas físicas, mentales y orgánicas demandadas por investigadores de todos lados del mundo y había aceptado seguir cooperando con sus departamentos de ciencia siempre y cuando respetaran su integridad física y su privacidad.

No tenía idea de quién tenía muestras de su sangre para esas alturas, lo único que sabía era que nadie había logrado encontrar nada anormal en él, excepto un muy lento deterioro en las células, o algo por el estilo le habían informado.

Se enfocaba en cosas más importantes para su bienestar como pasar tiempo de calidad con sus seres queridos, educar a Karline, trabajar en su arte y atender sus caballerizas. Había abierto recientemente una escuela de arte en Canos cuyo cupo se había llenado al instante, enfocada mayormente en niños pequeños luego de que Karline comenzara a demostrar inclinación en la pintura. Emma le había aconsejado esperar al conocer el temperamento cambiante de los niños como para emocionarse por las supuestas dotes artísticas de Karline, pero Giulio había continuado considerándolo buena idea.

La escuela se llamaba simplemente «Brelisa», apellido que también le había dado a Karline luego de solicitar el permiso de sus abuelos. Las tardes enseñando en ese pequeño local del centro de Canos eran amenas y muy entretenidas, sobre todo por la cantidad de madres que acudían para mirar a Giulio mientras decían estar cuidando de sus hijos, y cotillear sobre él entre sonrisitas y miradas coquetas que la mayor parte del tiempo enervaban a Emma cuando estaba presente. En la administración de algunas cosas lo ayudaba Marice, que se había mudado de regreso a Canos luego de que él y Tomello decidieran vender el departamento para repartir el dinero en partes iguales.

Había sido una decisión muy razonable después de que Tomello anunciara la noticia de que Azumi estaba embarazada y planeaban comenzar a vivir juntos cuanto antes. Ellos continuaban en Artadis. Tomello estudiaba gastronomía en una de las escuelas más prestigiadas de la ciudad, financiado todo por Giulio, y Azumi se había retirado de la agencia de seguridad mientras cursaba su embarazo para asistir a Emma desde Artadis con asuntos administrativos y burocráticos de los que Giulio no tenía idea alguna.

Marice se había mostrado amargo por el cambio de ambiente al inicio, antes de convertirse en parte del equipo de asistencia de Giulio y comenzar a disfrutar de la atención siempre enfocada en su dirección.

—Todo listo —dijo Emma apareciendo a su lado con un vaso desechable de café en la mano.

Giulio la había mirado caminar en su dirección segundos antes a través del reflejo del cristal. Detrás de ellos, repartidos a lo largo de la sala de espera, había más gente que los acompañaba y que iba discretamente vestida con ropa de civil. Marice estaba echado en una silla, inmerso en su celular.

—Podremos abordar en menos de diez minutos —continuó ella—. ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien. —Giulio enarcó una ceja—. Ya volé una vez, ¿lo olvidas?

Emma sonrió con sorna.

—Estabas dormido, prácticamente no sentiste nada, así que no cuenta.

—¿Lio voló dormido? —preguntó Karline con asombro—. ¿Por qué?

—Estaba enfermo y no pude hacerlo despierto —le explicó Giulio—. Tuve un accidente que me hizo dormir mucho durante los primeros días de recuperación.

—Oh, ¿fue cuando no podías usar tu bracito?

—Sí.

Y no era necesario explicarle más, no mientras pudiera mantenerla a salvo de semejantes preocupaciones y pesadillas, aunque no completamente en la ignorancia. Karline sabía que había gente que los vigilaba para mantenerlos a salvo y Giulio había tenido que decirle algunas cosas, sobre todo para hacerla entender lo imperativo de mantenerse siempre cerca de ellos y de la gente que le indicaran como personas de confianza, de obedecer siempre las instrucciones y no hacer caso de ningún extraño que se aproximara a ella, aunque eso último Karline lo había puesto en práctica desde siempre. Había sido eso lo primero que le había dicho a Giulio cuando la había conocido.

Un avión giró en la pista, luego de que otro más despegara y despejara la zona. Un montón de hombres vestidos con trajes de colores fluorescentes caminaban por todos lados, algunos de ellos conduciendo pequeños vehículos cargados con equipaje y otros coordinando la pista. Era temprano aún, el sol tenía pocos minutos de haberse asomado por entre las montañas del horizonte y Giulio echó un vistazo hacia la colina que se difuminaba en la lejanía, donde sabía que en la cima, diminuta como un ave alzando el vuelo, había una mujer de mármol mirando en su dirección.

Le había sido ofrecido escribir o redactar un libro sobre su historia y estaba considerando la invitación como una posibilidad factible. Emma le sugería que se tomara un tiempo para él, lejos de obligaciones y deberes, pero un libro sería el único testimonio que hablaría con la verdad sobre el curso de su vida desde que había nacido, muerto y vuelto a la vida en ese universo que en un inicio le había parecido de locos.

Se lo debía a la gente que había existido y sido olvidada en los anales del tiempo porque nadie había reparado en que su existencia había llenado y amenizado la existencia de Giulio, lo había impulsado a ser quien era ahora.

—Todo saldrá bien —dijo Emma quizás al notarlo nervioso—. Te tratarán como a un rey en el Hermitage. Les diste la apertura de tu gira de arte, y las obras inéditas que estás por presentar los volverán locos. La de... «Ella» especialmente ha recibido mucha atención y estarán encantados de poder exhibirla durante estos días.

—Todo mundo ha hecho ofertas, pero no sé si quiero venderla.

—No tienes qué hacerlo. Sé cuánto significa para ti.

Giulio sonrió.

—Pero no te gusta verla en la casa.

—Me pone los pelos de punta, si te soy sincera. —Emma suspiró—. Parece tan real. Siento que... —Miró de reojo a Karline, que estaba por terminar de comer su helado, y meció la cabeza—. Es considerada una de tus mejores obras —cambió el curso de sus palabras. Giulio entendió al instante. Karline no necesitaba de ningún tipo de fantasma o demonio atormentando sus sueños por las noches—. Sea lo que sea que hagas con ella, estoy segura de que siempre será tratada con reverencia.

—Creo que la dejaré en Artadis. La enviaré a la Galería Bonse en cuanto regresemos.

—Crisonta y David estarán felices —sonrió Emma—. Han querido ponerle las manos encima desde que la terminaste.

Y todo mundo la apreciaría, que era lo que Giulio sospechaba que «Ella» deseaba aun cuando ya no hubiera vuelto a verla en todo ese tiempo. Las pesadillas también se habían ido con ella, los temores, las angustias por la incertidumbre del futuro y la sensación de que tenía el tiempo contado. De no ser por la reciente pérdida de Brisa y la melancolía de Mattias, que nadie sería capaz de sanar, la vida hubiera continuado su ascenso hacia una alegría estacionaria. Pero la naturaleza no era lineal, sus rugosidades, sus asperezas, sus saltos repentinos, sus giros y sus sorpresas eran parte de lo que la hacía una aventura.

Sus dedos rozaron los de Emma cuando los tres se quedaron en silencio, contemplando el paisaje al otro lado de las pistas de aterrizaje y despegue. Bastó una mirada de reojo para que sus manos se acercaran un poco más y sus dedos se entrelazaran con un suave apretón. Después llegó el peso ligero de la cabeza de Emma apoyándose sobre su hombro.

Sí, pensó, volviendo la vista hacia las montañas, ahí era donde quería estar, donde quería quedarse hasta que la vida y el tiempo se lo permitieran. Después... ya vería lo que sucedería después. De momento se dedicaría a disfrutar del presente, y de los grandes regalos y sorpresas que traía consigo.

Fin.

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